Vicente, Gil
Portugal (1465-1536) Continue reading
Vicente, Gil
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Pessoa, Fernando (1888-1935)
Poeta, ensayista y traductor portugués nacido en Lisboa en 1888.
Es la figura más representativa de la poesía portuguesa del siglo XX. Sus primeros años transcurrieron en Ciudad del Cabo mientras su padrastro ocupaba el consulado de Portugal en Sudáfrica. A los diecisiete años viajó a Lisboa, donde después de interrumpir estudios de Letras alternó el trabajo de oficinista con su interés por la actividad literaria.
La influencia que en él ejercieron autores como Nietzsche, Milton y Shakespeare, lo llevaron a traducir parte de sus obras y a producir los primeros poemas en idioma inglés. Dirigió varias revistas y pronto se convirtió en el propulsor del surrealismo portugués.
“Mensaje” fue su primera obra en portugués y única publicada en vida del poeta. Parte de su obra está representada por los numerosos heterónimos creados durante su vida, siendo los más importantes Alvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro.
Falleció en Lisboa en 1935
Pessanha, Camilo
Poeta portugués nacido en Coimbra en 1867.
Estudió Derecho en su ciudad natal, trasladándose en 1894 a la colonia portuguesa de Macao, en China, donde residió el resto de su vida trabajando como profesor de enseñanza media.
Su producción poética fue corta, y sólo a instancia de sus amigos fue publicada en Lisboa en 1920 bajo el título de “Clepsidra”.
Fue el mayor de los simbolistas de su país y a pesar de que la publicación de su poesía fue tardía, hoy su obra está considerada como fundamental en el engarce entre las corrientes principales del siglo XIX y las de la modernidad.
Aunque adoptó la forma de vida China, el recuerdo de su país siempre marcó su obra poética.
Falleció en Macao en 1926
Mello Breyner A., Sophia de (1919-2004)
Poeta portuguesa nacida en Oporto en noviembre de 1919.
Perteneciente a una familia aristocrática, su infancia transcurrió en Oporto y Lisboa donde inició estudios de Filología clásica.
Después de su matrimonio con el abogado y periodista Francisco Sousa fijó su residencia en Lisboa, donde alternó sus actividad poética con el ejercicio político como diputada por el partido socialista y como socia fundadora de la Comisión de apoyo a los presos políticos.
Tradujo al portugués obras de Claudel, Dante, Shakespeare y Eurípedes. Obtuvo entre otros, el Premio Camoes en 1999, el Premio de la Crítica en 1983 y el Premio Reina Sofía en 2003. Fue miembro de la Academia de Ciencias de Lisboa.
“O Livro Sexto”, “O Rapaz de Bronze”, “A Fada Oriana” , “No Tempo Dividido e Mar Novo”,y “A Menina do Mar” son algunos títulos publicados por la poeta.
Falleció en Lisboa en Julio de 2004.
Eugenio de Castro (Portugal 1869 – 1944)
Reseña biográfica
Poeta portugués nacido en Coimbra en 1869.
Obtuvo la Licenciatura en Filosofía y Letras por la Universidad de Coimbra. Fue profesor universitario, actividad que alternó con el ejercicio periodístico, fundando con Manuel da Silva Gaio la Revista Internacional de Arte que reunía textos de escritores portugueses y extranjeros de la época.
Después de una estadía en Francia, publicó “Oaristas” en 1890 y “Horas” en 1891, obras de corte simbolista que revolucionaron la poesía portuguesa desde el punto de vista formal. Posteriormente su poesía evolucionó hacia el neoclasicismo con obras como “Constança” en 1900, “Canções desta Vida Negra” en 1922, “Cravos de Papel” en 1922, “Descendo a Encosta” en 1924 y “Últimos Versos” en 1938. Falleció en 1944.
Amor verdadero
Tu frialdad agiganta mi deseo
cierro los ojos para no mirarte
y cuando más procuro el esquivarte
más en mis ansias férvidas te veo.
Sobre la huella de tus pies rastreo
sin que logre ni lástima inspirarte
y en esta lucha de sufrir y amarte
alzaré tu desdén como un trofeo
Sé que jamás te arrullaré a mi lado,
pues un rival, cual rey afortunado,
tu juventud a conquistar se lanza
y acrece en tanto mi febril porfía
que es pequeño el amor si en algo fía:
sólo es grande el amor sin esperanza.
Versión de Nicolás Bayona Posada
Camino de Paris
Del sol a los fulgores matutinos,
rumbo a París, atravesando a España,
paró el convoy en aldehuela extraña
que borda un río con sus chopos finos.
Llena el alba florida los caminos…
y yo le digo a aquel que me acompaña:
-«Allí, pastor o cortador de caña,
viviera mansos días cristalinos».
Mas una voz en mi interior murmura:
quiere el lago ser mar y el mar ser fuente;
nuestra vida no es más que un vano empeño
de hallar en lo inestable la ventura;
si vivieses allí, seguramente
que seguir el convoy fuera tu sueño!
Versión de Miguel Rasch-Isla
Crepúsculo
Primera voz
Oh peregrino que estás llorando,
di, ¿por qué lloras?
vente conmigo: reirán cantando
todas las horas.
¡Vente, no tardes! Soy el Amor,
¡quiero dar alas a tus deseos!
En lindas -tazas en flor-
beberás muchos besos hibleos.
Sagramor
¿Besos? …Los besos son fiebres locas,
¡veneno son!
Deshojan rosas sobre las bocas,
pero abren llagas al corazón.
Segunda voz
Aquí está el oro, montes de oro,
¡toma! no llores…
Con los ducados de mi tesoro
tendrás palacios, gemas y flores.
Contempla, ve
cuán rubio el oro, ve cómo esplende…
Sagramor
¿Oro?… ¿Y a qué?
La humana dicha nadie la vende.
Tercera voz
¿Por qué tus quejas desesperadas
y ese sombrío doliente modo?
¡Vamos! haremos lindas jornadas.
Sagramor
Breve es el mundo. Corrillo todo…
Cuarta voz
-Yo soy la Gloria, genio jocundo
de un radioso país solar…
¡Serás el bardo mayor del mundo!
Sagramor
Dicen que el mundo debe acabar.
Quinta voz
Serás un sabio: ¡desde mi estancia
verás en breve todo aclarado!
Sagramor
Si conservase yo mi ignorancia
nunca sería tan desgraciado…
Sexta voz
Yo soy la Muerte conquistadora,
guardo misterios, arcanos vedo…
Sagramor
¡Oh, no me llevas! Andate ahora,
¡me causas miedo!
Séptima voz
Yo soy la Vida. Ya que el morir
te causa miedo, tendrás mil años.
Sagramor
¡Por Dios! Ya basta de atroz sufrir.
¡Los desengaños!
Muchas voces
¡Pide exquisitos, dulces placeres!
¿Ser astro quieres? ¿Ser rey, o qué?
Vamos, responde, ¡dime qué quieres!
Sagramor
No sé… No sé…
Versión de Guillermo Valencia
El peregrino
En el poniente
el esplendor del sol se diluía.
Y un caballero, en un vetusto puente,
meditaba y decía:
-«Judith, Ana y Arminda,
y Lidia, de labios sensuales,
Inés, la rubia linda,
¡todas fueron iguales!»
¡Soñadas alegrías,
ya sois cual secas rosas!
¡Ay! Y en vano mis días, tristes días,
quisieran ser doradas mariposas.
Cansáronme los besos, y el hastío
a mi lado ya veo.
Del desencanto invade mi corazón el frío,
y no he saciado nunca la sed de mi deseo.
El alma traigo envuelta en una túnica
que ha tejido el Cansancio en horas tristes.
¿En dónde estás, si existes?
¿En dónde estás, oh Única?
¡Responde al que te ama!
¿Debo olvidarte como a bien perdido ?
Responde al que en las sombras a ti clama:
¿vives, moriste acaso, o no has nacido?
Y no cruza ninguna mi camino,
princesa rubia, o bella
zagala, sin que diga a mi destino:
¿será ella?
Una niña vi un día
junto a una anciana de cabello cano,
y me dije: ¿ cuál de ellas es la mía?
¿Llegué tarde tal vez?.. ¿Llegué temprano?
Busco el jardín soñado
do sus encantos a la luz se abrieron,
y la llamo… y tal vez pasó a mi lado,
¡y llorosos mis ojos no la vieron!
Cuando creo que nunca he de encontrarte,
¡cómo sufro al pensar, oh dulce amada,
que quizás vives sola y desgraciada,
y que no puedo ir a consolarte!
Murió la primavera; también pasó el estío,
Y viene ya el otoño las hojas arrancando,
y mientras en tu busca voy llorando,
me esperarás llorando, dueño mío.
Y prosigo buscándote rendido,
aunque una voz, en medio de las sombras,
irónica me diga: «¡La que nombras
ni vendrá… ni está muerta… ni ha nacido!»
Al extremo del puente, airosa dama
surge, suelta la rubia cabellera,
y su voz en el viento, pálida rosa, clama:
«Yo soy la que aguardabas. Ven, que mi amor te espera».
El caballero parte…
Traicionero
abismo era ese puente;
y al instante rodaron al torrente
caballo y caballero…
Hervía un mar de sangre en el poniente
mientras de sangre el agua se teñía;
y allá, al extremo del hundido puente,
la Dama reía… reía… reía.
Versión de Ismael Enrique Arciniegas
Epitafio
En la tumba de una doncella
Muchas tardes, detrás de mi ventana,
vi anochecer, con ánimo rendido,
en espera del novio presentido
que vi en mi sueño azul de la mañana.
Con ternura solícita de hermana
tánto esperé que conocí el olvido,
pues si acaso pasó, fue confundido
con todos en la turbia caravana.
Mi cuerpo en flor lo marchitó la muerte…
Fíja, doncel que pasas, los ruiseños
ojos aquí; verás cómo suspiras!
Somos quizás, por saña de la Suerte,
tú acaso el que no ví sino en mis sueños,
y yo talvez la que en tus sueños miras!
Versión de Miguel Rasch-Isla
Las hilanderas
La anciana y la doncella
hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,
ciñe una veste negra,
muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.
La viejecita llora y hace girar el huso;
la niña también hace vibrar el huso, y canta.
Hay en el cielo estrellas. El agua de los pozos
recibe, en su azulosa profundidad, la sacra
comunión de la luna…
-Linda doncella que hilas el lino de mis sábanas
de bodas, hila pronto, doncella, que me esperan
los brazos y los senos turgentes de mi amada…
(Es de cristal el huso pausado de la niña
de ciprés el huso ligero de la anciana).
-Óyeme, viejecilla,
hagas girar con tanta
presteza el huso frágil en que se enreda el lino
sutil de mi mortaja…
Mírame bien: soy joven, amado y venturoso;
tengo una novia blanca
más suave que las flores;
soy bueno. Hay en mi alma
mucho amor por la vida… Reposa, viejecilla,
continuarás mañana.
La aurora.
El agua lenta del río perezoso
por sobre la llanura se aleja, fatigada
de haber andado toda la noche. La abuelita
ya tiene presto el hilo sutil de mi mortaja;
la niña se ha dormido y el huso cantarino,
el huso que giraba
regocijadamente para aprontar el lino
de mis nupciales sábanas,
yace en el suelo, roto,
roto y disperso en una constelación de lágrimas.
Versión de Eduardo Castillo
Lied
Bajo el milagro lírico de un cielo florecido
que rielaba en tus ojos su inefable fulgor,
una noche te dije, quedamente, al oído:
-¡Cuán pequeño es el mundo cerca de nuestro amor!
Juntos permanecimos escuchando el alado
coro de ruiseñores hasta el alba gentil.
Y cuando sollozante partiste de mi lado,
dejaste entre mis manos tu dedal de marfil.
Te alejaste y contigo se fue la primavera.
Todo muere y al cabo murió nuestra pasión.
(Es justo que en el viejo balcón la hiedra muera
y que la hiedra nueva busque el nuevo balcón).
Mas tarde, en el retiro de un gran pinar sombrío
donde en tu desamparo un refugio busqué,
como llegó el invierno, para ahuyentar el frío
con tus cartas de amores hice un auto de fe.
Se alzaron de la tierra las víboras de fuego
y un instante ondularon a la brisa sutil.
Después las llamas fueron extinguiéndose y luego
llené con las cenizas tu dedal de marfil.
Versión de Roberto Liévano
Naranjas y violetas
LIDIA, la dulce novia de mi infancia,
por cuyo amor de mariposa aún gimo,
me envía de naranjas un racimo
con violetas de mística fragancia.
Unas y otras nacieron en la estancia
más íntima del huerto, a cuyo arrimo,
beso entre beso y rimo tras de mimo,
nos amamos con púdica ignorancia.
En estas flores, Lidia, hallo el sabroso
perfume de tus frases, como advierto
en las frutas tu boca de ambrosía,
y así tu amor revive victorioso
en cuanto crece en el rincón del huerto
donde le dimos sepultura un día.
Versión de Miguel Rasch-Isla
Nocturno
Je suis celui au coeur vestu de noir?
Ch. D’Orleans
En la viudez de la alameda
por el árido suelo
pasan hojas secas danzando.
Paisaje vago como el revés de una seda…
eriales que el crepúsculo mulle de terciopelo.
Como princesas despojadas
en la selva por los ladrones,
las encinas acongojadas
que repelen los aquilones,
lloran en coro de aflicciones
yertas, medrosas, erizadas…
Todo en rededor es ceniciento,
es ceniciento…
Unas fuentes llaman a otras…
Como lanzas hostiles al viento
tiemblan las cañas del cañaveral;
y unas fuentes llaman a otras,
como ciegas perdidas entre un pinar;
cual esbeltas emperatrices
bárbaramente destronadas
las encinas acongojadas
rígidas lloran y erizadas…
Se desmoronan sus raíces,
sus almas hieren siete espadas,
reinas que el ábrego cobija,
pobres reinas de herido pecho,
¿de cuál, decidme, será hecho
el lecho angosto de mi hija?
Surge la luna de cabellos blancos…
A su fulgor los montes ciñen doradas fajas…
y se ponen los muertos a secar sus mortajas…
La luna riega sus cabellos blancos.
Por las desiertas avenidas
largas, tristísimas, profundas,
las encinas adoloridas
son como santas moribundas
-Arboles negros cuyo son
viene a espinar mi corazón:
¿cuál con tierna solicitud
servirá para mi ataúd?
Calló el viento… del éter fluye dorado río…
Como una afable, tímida enfermera,
inclínase la luna sobre la cabecera
de las aguas dolientes de un pantano sombrío.
Muerto, cansado de sus giros,
huyó el viento a la soledad;
las encinas acongojadas
ya no lloran, sólo suspiros
dan a la yerta claridad.
-¡Oh sedientas de la mañana!
¡Oh sedientas de luz radiosa!
¿dónde vivirá vuestra hermana,
la que verdecerá en mi fosa?
Reseña biográfica
Poeta portugués nacido en Lisboa en 1524.
Estudió en la Escuela de Humanidades de Coimbra y frecuentó la corte de Juan III revelando en ella su genio poético. Debió exiliarse en 1546 debido a una aventura amorosa. En 1547 inició su carrera militar y en 1550 regresó a Lisboa, donde fue encarcelado por una reyerta callejera. Liberado tres años después, se embarcó para la India, sobrevivió a un naufragio y regresó a Lisboa en 1570.
El tema principal de su poesía es el conflicto entre el amor apasionado y sensual y el ideal neoplatónico del amor espiritual. “Los Lusíadas” es su principal obra poética. Es autor también de tres comedias: “Anfitrión”, “El rey Seleuco” en 1545 y “Filodemo” en 1555.
Falleció en 1580.
Al ver vuestra belleza, oh amor mío …
Al ver vuestra belleza, oh amor mío,
de mis ojos dulcísimo sustento,
tan elevado está mi pensamiento
que conozco ya el cielo en vuestro brío.
Y tanto de la tierra me desvío
que nada estimo en vuestro acatamiento,
y absorto al contemplar vuestro portento
enmudezco, mi bien, y desvarío.
Mirándonos, Señora, me confundo,
pues todo el que contempla vuestro hechizo
decir no puede vuestras gracias bellas.
Porque hermosura tanta en vos ve el mundo
que no le asombra el ver que quien os hizo
es el autor del cielo y las estrellas.
Versión de Alejandro Araoz Fraser
Cuanto quiso Fortuna que tuviera…
“Enquanto quis Fortuna…”
Cuanto quiso Fortuna que tuviera
la esperanza de algún contentamiento
el regusto de un suave pensamiento
hízome que sus frutos describiera.
Mas, recelando amor que descubriera
secretos que causaran detrimento,
la mente oscureciome con tormento
para que sus engaños no dijera,
Vosotros los que Amor mantiene afectos
a su voltario giro, cuando en breve
libro viéredeis cosas tan extremas,
sabed que son verdades, no defectos;
y que tan solo si el Amor os mueve
habreis la comprensión de mis poemas.
Versión de Carlos López Narváez
De cómo estoy me hallo tan incierto…
“Tanto de meu estado…”
De cómo estoy me hallo tan incierto
que en vivo ardor temblando estoy de frío;
sin causa alternamente lloro y río;
abarco el orbe pero nada advierto.
Es todo mi sentir un desconcierto;
un fuego el alma, la mirada un río;
de pronto espero, al punto desconfío;
ora divago, de repente acierto.
Estando en tierra al Cielo me levanto;
milenios son mis horas; ningún .día
he podido vivir sólo una hora.
¿Pregúntasme el por qué de este quebranto?
Responderlo no sé… Tal vez sería
sólo porque os miré, dulce Señora.
Versión de Carlos López Narváez
Donde las armas tuve más a mano…
“Tomou-me vossa vista…”
Donde las armas tuve más a mano
cautivo me tomó vuestra mirada:
que de buscar defensa a la emboscada
de vuestros ojos, el empeño es vano.
Para triunfo más pleno y soberano,
ver esperásteis mi razón armada;
inútil fue, pues cosa es demostrada:
contra el del Cielo no hay poder humano.
Pero, magüer os haya garantido
vuestro destino excelso esta victoria,
reparad que bien poco os ha servido:
Si en verdad Vos me hallasteis preparado,
Vos en vencerme a mí no lleváis gloria:
la llevo yo por ser de Vos vencido.
Versión de Carlos López Narváez
El deseo a pedir viene que os vea…
“Pede o desejo…”
El deseo a pedir viene que os vea.
No sabe lo que pide; está ofuscado.
Tanto mi amor, Señora, es afinado,
que no es dable saber lo que desea.
Cosa no hay por mínima que sea
que no quiera tener perenne estado;
al deseo no urge lo deseado,
para que nunca falle su tarea.
Mas, este puro afecto en mí no medra;
y como es ley para la ruda piedra
buscar su centro por naturaleza,
lo mismo el pensamiento por la humana
parte que de mí toma, se avillana
para incurrir, Señora, en tal flaqueza.
Versión de Carlos López Narváez
El vaso reluciente y cristalino…
El vaso reluciente y cristalino,
de ángeles agua clara y olorosa,
de blanca seda ornado y fresca rosa,
ligado con cabellos de oro fino,
bien claro parecía el don divino
labrado por la mano artificiosa
de aquella blanca ninfa, graciosa
más que el rubio lucero matutino.
raxado de los blancos miembros bellos,
y en el agua vuestra ánima pura.
Son las prisiones y la ligadura
con que mi libertad fue asida dellos
Versión de Rodrigo Noguera
Esta-se a primavera…
Se está la Primavera trasladando
a Vos, Señora, deleitosa, honesta,
y en vuestro porte a destellar se apresta,
nardos, lirios y rosas dibujando.
Así, vuestra prestancia matizando,
Natura cuanto puede manifiesta;
y el monte, el río, el prado, la floresta,
de Vos, Señora, estanse enamorando.
Si agora non queredes que el que os ama
recoger pueda el fruto de estas flores,
perderán toda gracia a vuestros ojos.
Lástima fuera, mi preciosa Dama,
que Amor sembrara en Vos tantos primores
si vuestra privación los vuelve abrojos.
Versión de Carlos López Narváez
Jacob
“Mais servira, se náo fóra
para tam largo amor tam curta a vida!”
Siete años de pastor Jacob servía
al padre de Raquel, serrana bella;
no pensaba en Labán, pensaba en ella,
ella era el premio que su afán quería.
Los días, esperando un solo día
pasaba, contentándose con vella;
pero Labán, con pérfida querella,
en lugar de Raquelle daba a Lía.
Al ver Jacob que sin razón le niega
Labán artero aquella prenda cara,
cual si no la tuviese merecida,
otros siete años a servir se entrega
diciendo: «¡Más sirviera, si bastara
a tan larga pasión tan corta vida!»
Versión de José Joaquín Casas
Mudan los tiempos y las voluntades…
“Mudan-se os tempas…”
Mudan los tiempos y las voluntades;
se muda el ser, se muda la confianza;
el mundo se compone de mudanza
tomando siempre nuevas calidades.
De continuo miramos novedades
diferentes en todo a la esperanza;
del mal queda la pena en la membranza;
y del bien, si hubo alguno, las saudades.
Torna el tiempo a cubrir con verde manto
el valle en que la nieve relucía:
igual en mí se torna lloro el canto.
Y, salvo este mudar de cada día,
mudanza, hay otra de mayor espanto:
que no se muda ya como solía.
Versión de Carlos López Narváez
Transforma-se o amador
Transfórmase el que ama en cosa amada
por obra y gracia de alta fantasía;
después el corazón ya nada ansía,
pues lleva en sí la parte deseada.
Si en ella está mi alma transformada,
también sosiega el cuerpo su porfía;
sólo en sí mismo descansar podría,
pues que a su vida el alma está ligada.
Pero esta radiante semidiosa,
que como el atributo en el sujeto
con mi alma se funde y se conforma,
viste mi pensamiento en luz radiosa,
y el vivo y puro amor de que es objeto,
cual la materia simple, busca forma.
Versión de Carlos López Narváez
CANCIÓN
Mote
Ojos heridos me habéis,
acabad ya de matarme;
mas, muerto, volvé a mirarme,
porque me resucitéis.
Voltas
Pues me distes tal herida
con gana de darme muerte,
el morir me es dulce suerte,
pues con morir me dais vida.
Ojos, ¿qué os detenéis?
Acabad ya de matarme;
mas, muerto, volvé a mirarme,
porque me resucitéis.
CANCIÓN II
Mote
Irme quiero, madre,
a aquella galera,
con el marinero
a ser marinera
Voltas
Madre, si me fuere,
do quiera que yo,
no lo quiero yo,
que el Amor lo quiere.
Aquel niño fiero
hace que me muera
por un marinero
a ser marinera.
Él, que todo lo puede,
madre, no podrá,
pues el alma va,
que el cuerpo se quede.
con él, por quien muero
voy, porque no muero
voy, porque no muera:
que si es marinero,
seré marinera.
Es tirana ley
del niño señor
que por un amor
se deseche un rey.
Pues desta manera
quiero irme, quiero,
por un marinero
a ser marinera.
Decid, ondas, ¿cuándo
vistes vos doncella,
siendo tierna y bella
andar navegando?
Mas ¿qué no se espera
daquel niño fiero?
Vea yo quien quiero:
sea marinera.
LOS LUSIADAS
Fragmento
Canto Primero.
Argumento del Canto Primero.
Navegación de los Portugueses por los mares Orientales: celebran los dioses un consejo: se opone Baco á la navegacion: Vénus y Marte favorecen á los navegantes: llegan á Mozambique, cuyo gobernador intenta destruirlos: encuentro y primera función de guerra de los Portugueses contra los gentiles: levan anclas, y pasando por Quiloa, surgen en Mombaza.
I
Las armas y varones distinguidos,
Que de Occidente y playa Lusitana
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de Taprobana;
Y en peligros y guerra, más sufridos
De lo que prometia fuerza humana,
Entre remota gente, edificaron
Nuevo reino, que tanto sublimaron:
II
Y también los renombres muy gloriosos
De los Reyes, que fueron dilatando
El Imperio y la Fé, pueblos odiosos
Del África y del Asia devastando;
Y aquellos que por hechos valerosos
Más allá de la muerte ván pasando;
Si el ingenio y el arte me asistieren,
Esparciré por cuantos mundos fueren.
III
Callen del sabio Griego, y del Troyano,
Los grandes viajes, conque el mar corrieron;
No diga de Alejandro y de Trajano
La fama las victorias que obtuvieron;
Y, pues yo canto el pecho Lusitano,
A quien Neptuno y Marte obedecieron,
Ceda cuanto la Musa antigua canta,
A valor que más alto se levanta.
IV
Vosotras, mis Tajides, que creado
En mí habéis un ingenio, nuevo, ardiente;
Si siempre, en verso humilde, celebrado
Fue por mí vuestro rio alegremente.,
Dádme ahora un son noble y levantado,
Un estilo grandílocuo y fluyente,
Con que de vuestras aguas diga Apolo,
Que no envidian corrientes del Pactolo.
V
Dádme una furia grande y sonorosa,
Y no de agreste avena ó flauta ruda:
Más de trompa canora y belicosa,
Que arde el pecho, y color al rostro muda:
Canto digno me dad de la famosa
Gente vuestra, á quien Marte tanto ayuda:
Que se estienda por todo el universo,
Si tan sublime asunto cabe en verso.
VI
Y vos, ¡oh bien fundada aseguranza,
De la Luseña libertad antigua,
Y no menos ciertísima esperanza
De la estension de cristiandad exigua!
Vos, miedo nuevo de la Máura lanza,
En quien hoy maravilla se atestigua,
Dada al mundo por Dios, Rey sin segundo,
Para que á Dios gran parte deis del mundo:
VII
Vos, tierno y nuevo ramo floreciente
De una planta, de Cristo más amada
Que otra alguna nacida en Occidente,
Cesárea, ó Cristianísima llamada:
Mirad el vuestro escudo, que presente
Os muestra la victoria ya pasada,
En el que os dió, de emblemas por acopio,
Los que en la Cruz tomó para sí propio:
VIII
Vos, poderoso Rey, cuyo alto imperio
El primero ve al sol en cuanto nace,
Y en el medio despues del hemisferio,
Y el último, al morir, saludo le hace:
Vos, que yugo impondreis y vituperio
Al ginete Ismaelita y duro Trace,
Y al turco de Asia y bárbaro gentío,
Que el agua bebe aún del sacro rio:
IX
Breve inclinad la majestad severa
Que en ese tierno aspecto en vos contemplo,
Que luce ya, como en la edad entera,
Cuando subiendo ireis al árduo templo;
Y ora la faz, con vista placentera,
Poned en nos: vereis un nuevo ejemplo
De amor de patrios hechos valerosos,
Sublimados en versos numerosos.
X
Amor vereis de patria, no movido,
De vil premio, mas de alto casi eterno;
Que no es un premio vil ser conocido
Por voz que suba del mi hogar paterno.
Oid; vereis el nombre engrandecido
Por los de quienes sois señor superno,
Y juzgareis lo que es más escelente,
Si ser del mundo Rey, ó de tal gente.
XI
Oíd, que no á los vuestros con hazañas
Fantásticas, fingidas, mentirosas,
Vereis loar, cual hacen las estrañas
Musas, de engrandecerse deseosas:
Las nuestras, no fingidas, son tamañas,
Que á las soñadas vencen fabulosas,
Y con Rugiero á Rodamonte infando
Y, aun siendo verdadero, hasta á Rolando.
XII
Os daré en su lugar un Nuño fiero,
Que hizo al reino y al Rey alto servicio:
Un Égas y un Don Fúas; que de Homero,
Para ellos solos el cantar codicio;
Y por los doce Pares daros quiero,
Los doce de Inglaterra y su Magricio;
Y os doy, en fin, á aquel insigne Gama,
Que de Eneas también vence la fama.
XIII
Y si del Franco Cárlos en balanza,
O de César queréis igual memoria,
Ved al primer Alfonso, cuya lanza
Oscurece cualquiera estraña gloria:
Y á aquel que al nuevo reino aseguranza
Dejó, con grande y próspera victoria,
Y á otro Juan, siempre invicto caballero,
Y al quinto Alfonso, al cuarto y al tercero.
XIV
Ni dejarán mis versos olvidados
A aquellos que en los reinos de la Aurora,
Alzaron, con sus hechos esforzados,
Vuestra bandera, siempre vencedora:
A un Pacheco glorioso, á los osados
Almeidas, por quien siempre Tajo llora:
Al terrible Alburquerque y Castro fuerte,
Y otros, con quien poder no halla la muerte.
XV
Y hora (que en estos versos os confieso.
Sublime Rey, que no me atrevo á tanto)
Tomad las riendas del imperio vueso
Y dad materia á nuevo y mayor canto:
Y empiecen á sentir el duro peso
(Que por el mundo todo cause espanto)
De ejércitos y hazañas singulares,
De Africa tierras y de Oriente mares.
XVI
El Máuro en vos los ojos pone frio,
Viendo allí su suplicio decretado:
Por vos solo el gentil bárbaro impío
Al yugo muestra el cuello ya inclinado:
Tétis todo el cerúleo poderío
Para vos tiene, en dote, preparado:
Que, aficionada al rostro bello y tierno,
Adquiriros desea para yerno.
XVII
Míranse en vos, de la eternal morada,
De los avos las dos almas famosas,
Una en la paz angélica dorada,
Otra en las duras lides sanguinosas;
En vos hallar esperan renovada
Su memoria y sus obras valerosas;
Y allá os muestran lugar, como acá ejemplo,
Que abre al mortal de eternidad el templo.
XVIII
Mas mientras ese tiempo se dilata
De gobernar los pueblos, que os desean
Dad á mi atrevimiento ayuda grata,
Para que estos mis versos vuestros sean:
Y mirad ir cortando el mar de plata
A vuestros argonautas, porque vean
Que son vistos de vos en mar airado;
Y á ser, acostumbraos, invocado.
XIX
Ya por el ancho Oceáno navegaban,
Las inconstantes ondas dividiendo:
Los vientos blandamente respiraban,
De las náos la hueca lona hinchendo:
Blanca espuma los mares levantaban,
Que las tajantes proras van rompiendo
Por la vasta marina, donde cuenta
Proteo su manada turbulenta;
XX
Cuando los Dioses del Olimpo hermoso,
Dó está el gobierno de la humana gente,
Van á verse en consejo majestoso
Sobre futuras cosas del Oriente:
Del cielo hollando el éter luminoso,
Van, por la Láctea vía juntamente,
Convocados de parte del Tonante,
Por el nieto gentil del viejo Atlante.
XXI
Dejan de siete cielos regimiento,
Que por poder más alto les fué dado;
Poder que, con el solo pensamiento,
Cielo y tierra gobierna, y mar airado:
Allí juntos se ven en un momento,
Los que habitan Arturo congelado,
Los que tienen el Austro y partes donde
La aurora nace, el rojo sol se esconde.
XXII
Estaba el padre allí sublime y dino
Que vibra el fiero rayo de Vulcano,
En asiento de estrellas cristalino,
Con semblante severo y soberano:
Exhalaba del rostro aire divino,
Que en divino tornára un cuerpo humano,
Con corona y el cetro rutilante,
De otra piedra más clara que el diamante.
XXIII
Más abajo, en asientos tachonados,
De perlas y oro lúcidos, estaban
Todos los otros dioses asentados,
Según saber y juicio demandaban.
Los antiguos preceden honorados:
Los menores tras ellos se ordenaban;
Y aquí Júpiter alto, de este modo
Dijo, y llenó su voz el cielo todo:
XXIV
«Eternos moradores del luciente
Estrellífero polo y claro asiento,
Si del esfuerzo grande de la gente
Lusa no habéis quitado el pensamiento,
Recordareis que existe permanente,
De los hados escrito anunciamiento;
Por el que han de olvidarse los humanos
De Asirios, Persas, Griegos y Romanos.
XXV
«Ya les fué, bien lo visteis, concedido,
Que un poder, de recursos poco lleno,
Tomase Máuro fuerte y guarnecido
Todo el suelo que riega el Tajo ameno:
Y luego le asistió, contra el temido
Castellano, favor alto y sereno:
Así que siempre, en fin, con fama y gloria,
Victoria consiguió tras de victoria. (…)
¿QUÉ VERÉ QUE ME CONTENTE?
Desque una vez yo miré,
señora, vuestra beldad,
jamás por mi voluntad
los ojos de vos quité.
Pues sin vos placer no siente
mi vida, ni lo desea,
si no queréis que yo os vea,
¿Qué veré que me contente?
VERSO AJENO
Vos tenés mi corazón.
GLOSA
Mi corazón me han robado,
y Amor, viendo mis enojos,
me dijo: -Fuete llevado
por los más hermosos ojos
que desque vivo he mirado.
Gracias sobrenaturales
te lo tienen en prisión.
Y si maor tiene razón,
señora, por las señales,
vos tenéis mi corazón.
MOTE
Ojos, herido me habéis,
acabad ya de matarme;
mas, muerto, volvé a mirarme,
porque me resucitéis.
VOS TENÉIS MI CORAZÓN
Mi corazón me han robado;
y Amor viendo mis enojos,
me dijo: “Fuete llevado
por los más hermosos ojos
que desque vivo he mirado.
Gracias sobrenaturales
te lo tienen en prisión”.
Y si Amor tiene razón,
señora, por las señales,
vos tenéis mi corazón.
Seudónimo del poeta portugués José Fontinhas, nacido en Póvoa de Atalaya, Beira Baixa, el 19 de enero de 1923.
Se educó en Lisboa y después de prestar el servicio militar, trabajó
como Inspector de Servicio Médico-Social.
Desde 1940 se dedicó de lleno a la poesía, alcanzando gran notoriedad con la publicación de sus obras, “Las manos y los Frutos” en 1948, “Amantes sin dinero” en 1950, “Materia solar” en 1986 y “La sal de la lengua” en 1999, entre otras.
Tradujo al portugués poetas como Safo y García Lorca.
Su obra fue galardonada con importantes premios: Gran Premio de Poesía de Portugal 1989, Premio Vida Literaria en 2000, Premio Extremadura en 2000 y Premio Luis de Camões en 2001.
Está considerado junto a FernandoPessoa, como una de las grandes
voces de la poesía en portugués.
Falleció en el año 2005 a la edad de 82 años. Continue reading