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Cavafy, Constantine

Constantine Cavafy (Grecia 1863 – 1933)

Reseña biográfica

Poeta griego nacido en Alejandría, Egipto, en 1863.

A los siete años de edad, a raíz de la muerte de su padre quien había perdido una inmensa fortuna, su madre se trasladó con la familia a Liverpool donde el poeta estudió hasta los dieciséis años, escribió sus primeros poemas, convirtió el inglés en su segunda lengua y se familiarizó con los escritos de Wilde, Shakespeare, Browning y otros escritores de la época.

Es el poeta más importante de Grecia en el siglo XX, y uno de los líricos más influyentes de la poesía moderna. Su poemas son generalmente concisos, y van desde íntimas evocaciones de figuras literarias y de ambientes referentes a la cultura griega, hasta el carácter moral, los placeres sensuales, la homosexualidad y la nostalgia.

Su obra, “Poemas canónicos”, sólo fue publicada después de su muerte, ocurrida en Alejandría en 1933 a la edad de setenta años.

A la entrada del café

Algo que dijeron al lado mío

dirigió mi atención a la entrada del café.

Y vi el hermoso cuerpo que parecía

como si el Amor lo hubiese forjado con su más consumada experiencia

plasmando sus armoniosas formas con alegría,

elevando esculturalmente la estatura;

plasmando con emoción el rostro

y dejando a través del tacto de sus manos

un sentimiento en la frente, en los ojos, y en los labios.

Versión de Miguel Castillo Didier

Buen tiempo, mal tiempo

Me alegra que se vaya

el invierno con sus nieblas, temporales y frío.

La primavera entra en mí, oh alegría verdadera.

La risa es como un rayo de sol, todo de oro puro,

no hay otro jardín como el del amor,

el calor de la canción derrite todas las nieves.

Que agradable cuando la primavera

siembra de flores las verdes campiñas.

Pero si tienes el corazón herido es como si llegara el invierno.

La tristeza puede empañar el mas brillante de los soles;

si estás apenado, Mayo parecerá Diciembre,

porque las lágrimas son tan frías como la nieve.

Versión de Miguel Castillo Didier

Candelabro

En una pieza vacía y pequeña, sólo cuatro paredes,

y cubiertas por telas íntegramente verdes,

está encendido un hermoso candelabro y arde:

y en cada llama suya se abrasa

una pasión lasciva, un impulso lascivo.

En la pequeña pieza, que brilla iluminada

por el fuego vigoroso del candelabro,

no es en absoluto usual esta luz que brota.

Para cuerpos sin audacia no está hecha

la voluptuosidad de este calor.

Versión de Miguel Castillo Didier

Cuando despierten

Trata de guardarlas, poeta,

por más que sean pocas aquellas que se detienen.

Las visiones de tu amor.

Ponlas, medio ocultas, entre tus frases.

Trata de retenerles, poeta,

cuando despierten en tu mente

en la noche o en el fulgor del mediodía.

Versión de Miguel Castillo Didier

Cuanto puedas…

Cuanto puedas

Si imposible es hacer tu vida como quieres,

por lo menos esfuérzate

cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca

por contacto excesivo

con el mundo que agita movedizas palabras.

No la envilezcas nunca

en el tráfago inútil

o en el necio vacío

de los rostros diarios

y al cabo te resulte un huésped importuno.

Versión de José Ángel Valente

Desde las nueve

Doce y media. Rápidamente el tiempo

pasó desde las nueve, cuando encendí mi lámpara

y me senté aquí. Estoy sentado

sin hablar o leer. ¿A quién podría hablar

en la casa desierta?

La imagen de mi cuerpo joven,

cuando encendí mi lámpara a las nueve,

vino a mi encuentro despertando

un perfume de cámaras cerradas

y pasado placer. ¡Qué audaz placer!

También trajo a mis ojos

calles ahora no reconocibles,

lugares de otro tiempo donde la vida ardió,

viejos teatros o cafés difuntos.

La imagen de mi cuerpo joven vino

y me trajo también memorias tristes:

las penas familiares, los adioses,

los sentimientos de los míos,

los sentimientos de los muertos

apenas atendidos.

Doce y media. Cómo pasan las horas.

Doce y media. Cómo pasan los años.

Versión de José Ángel Valente

Deseos

Como hermosos cuerpos que murieron jóvenes

y fueron sepultados, con lágrimas, en rico mausoleo,

coronados de rosas y con jazmines en los pies,

así son los deseos que pasaron sin realización;

sin que ninguno sobreviviera una noche

de sensual deleite o una mañana de plenilunio

Versión de Eduardo López

Días de 1901

Esto era lo que había de excepcional en él:

a pesar de su vida disoluta,

de su larga experiencia del deseo

y de la habitual correspondencia

con que en él se mostraban la actitud y la edad,

había insólitos momentos,

ciertamente muy raros, en que daba

la impresión de una carne casi intacta.

La belleza de sus veintinueve años,

que tanto en el placer fuera probada,

recordaba de pronto paradójica

la de un adolescente que con cierta torpeza

por vez primera su intocado cuerpo abandona al amor.

Versión de José Ángel Valente

El viejo

En una esquina del café sonoro de murmullos confusos

un anciano sentado se inclina sobre la mesa,

leyendo un periódico, sin compañía.

Y en el ocaso de su miserable senectud

piensa cuán poco gozó en los años)

cuando tuvo la fuerza y el verbo y la belleza.

Sabe que está muy viejo, y lo siente, y lo ve.

Y, sin embargo, le parece que la juventud

fue ayer. ¡Corto intervalo, corto!

Y piensa en qué forma lo embaucó la prudencia,

cómo de ella se fió y qué locura

cuando la engañadora le decía: «Mañana.

Tienes todo tu tiempo».

Se acuerda de los impulsos que detuvo y cuántas

delicias sacrificó. Ocasiones perdidas

que burla ahora su prudencia insensata.

…A fuerza de rumiar pensamientos y recuerdos

el vértigo lo invade. Y se duerme

inclinado sobre la mesa del café.

Versión de Fernando Arbeláez

En el puerto

Joven, de veintiocho años, en un barco de Tinos

llegó Emes a este puerto sirio,

con el propósito de aprender perfumería.

Pero en la travesía se enfermó. Y apenas

desembarcó, murió. Su entierro, muy pobre,

se hizo aquí. Pocas horas antes de morir algo

susurró sobre un “hogar”, sobre “padres muy ancianos”.

Pero quiénes eran ellos nadie lo supo,

ni cuál su patria en el vasto mundo panhelénico.

Mejor. Porque así mientras

yace muerto en este puerto,

siempre tendrán sus padres la esperanza de que está vivo.

Versión de Miguel Castillo Didier

En la calle

Su simpático rostro un poco pálido

y los ojos castaños aún absortos.

Veinticinco años, aunque aparenta más bien veinte.

Algo le da en su atuendo vago aire de artista:

la corbata tal vez o la forma del cuello.

Marcha sin fin preciso por la calle

como aún poseído del placer ilegal,

del prohibido amor que acaba de ser suyo.

Versión de José Ángel Valente

En un viejo libro de hace casi cien años…

En un viejo libro de hace casi cien años,

entre las hojas olvidada,

encontré una acuarela sin firma.

Ha de haber sido obra de un poderoso artista

Llevaba como título: «Imagen del amor».

En un viejo libro

-Del amor extremadamente sensual, sería más preciso.

Porque era manifiesto al contemplarla

(en nada se ocultaba la intención del artista)

que al amor ejercido sanamente, dijéramos,

al amor más o menos permitido,

el joven del dibujo

no fuera destinado: con sus profundos ojos pardos

y la sutil belleza de su rostro,

la absorbente belleza de lo anómalo,

sus labios ideales

que entregan el placer a un cuerpo amado,

sus ideales miembros hechos para camas

que infames considera la ordinaria moral.

Versión de José Ángel Valente

Fui

No me ligué.

Por entero me liberé y me fui.

Hacia goces que estaban

parte en la realidad, parte en mi ser,

en la noche iluminada fui.

Yo bebí un vino fuerte,

como sólo el audaz bebe el placer.

Versión de José Ángel Valente

Grises

Mirando un ópalo casi gris

recordé unos hermosos ojos grises

que había visto hará unos veinte años…

Nos amamos un mes.

Marchó después a Esmirna, creo,

a trabajar allí y no nos vimos más.

Se habrán empañado -si vive- aquellos ojos;

ajado estará aquel rostro hermoso…

Guárdalos tú, memoria mía, como eran.

Y cuanto de mi amor puedas, memoria,

cuanto puedas, tráemelo de nuevo

esta noche.

Versión de Pedro Bádenas de la Peña

He dado al arte

Me siento y medito. He dado al Arte

deseos, sensaciones, ciertos entrevistos

rostros o líneas, la insegura imagen

de amores incompletos. Dejad que a él me entregue.

El Arte sabe dar forma a la Belleza,

con toque imperceptible completando la vida

combinando impresiones, combinando los días.

Versión de José Ángel Valente

He ido

No tengo ligaduras;

me abandoné del todo.

He ido en la noche iluminada

hacia goces que eran mitad reales

mitad elaborados por mi espíritu.

Y he bebido un vino fuerte

como beben aquellos

que se entregan valerosamente al placer.

Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Itaca

Cuando emprendas tu viaje a Itaca

pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

No temas a los Lestrigones ni a los Cíclopes,

ni al colérico Poseidón,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si tu pensar es elevado, si selecta

es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Ni a los Lestrigones ni a los Cíclopes

ni al salvaje Poseidón encontrarás,

si no lo llevas dentro de tu alma,

si no los yergue tu alma ante tí.

Pide que el camino sea largo.

Que sean muchas las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos antes nunca vistos.

Detente en los emporios de Fenicia

y hazte con hermosas mercancías,

nácar y coral, ámbar y ébano

y toda suerte de perfumes voluptuosos,

cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.

Ve a muchas ciudades egipcias

a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu pensamiento.

Tu llegada allí es tu destino.

Mas no apresures nunca el viaje.

mejor que dure muchos años

y atracar, viejo ya, en la isla,

enriquecido de cuanto ganaste en el camino

sin aguardar a que Itaca te enriquezca.

Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya qué significan las Itacas.

Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Jura

Jura una y otra vez que rehará su vida.

Mas al llegar la noche y sus consejos,

sus compromisos, sus ofrecimientos,

mas al llegar la noche con su propio poder,

el del cuerpo que quiere y pide, al mismo

fatal placer, perdido, se dirige de nuevo.

Versión de José Ángel Valente

La ciudad

Dijiste: “Iré a otra ciudad, iré a otro mar.

Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.

Todo esfuerzo mío es una condena escrita;

y está mi corazón – como un cadáver – sepultado.

Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.

Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire

oscuras ruinas de mi vida veo aquí,

donde tantos años pasé y destruí y perdí”.

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.

La ciudad te seguirá. Vagarás

por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo

y en estas mismas casas encanecerás.

Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-

no hay barco para ti, no hay camino.

Así como tu vida la arruinaste aquí

en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

Versión de Miguel Castillo Didier

Lejos

Quisiera este recuerdo decirlo…

Pero de tal modo se ha borrado… como que nada queda

porque lejos, en los primeros años de mi adolescencia yace.

Una piel como hecha de jazmín…

Aquel atardecer de agosto – ¿era agosto…?-

Apenas me recuerdo ya de los ojos; eran, creo, azules…

Ah sí, azules: un azul de zafiro.

Versión de Miguel Castillo Didier

Los Dioses Abandonan a Antonio

Cuando de pronto, a medianoche, oigas

pasar el tropel invisible, las voces cristalinas,

la música embriagadora de sus coros,

sabrás que la Fortuna te abandona, que la esperanza

cae, que toda una vida de deseos

se deshace en humo. ¡Ah, no sufras

por algo que ya excede el desengaño!

Como un hombre desde hace tiempo preparado,

Saluda con valor a Alejandría que se marcha.

Y no te engañes, no digas

que era un sueño, que tus oídos te confunden,

quedan las súplicas y las lamentaciones para los cobardes,

deja volar las vanas esperanzas,

y como un hombre desde hace tiempo preparado,

deliberadamente, con un orgullo y una resignación

dignos de ti y de la ciudad

asómate a la ventana abierta

para beber, más allá del desengaño,

la última embriaguez de ese tropel divino,

y saluda, saluda a Alejandría que se marcha.

Versión de Aurora Bernárdez

Los sabios los hechos que se aproximan…

Pues los dioses perciben los hechos futuros;

los hombres, los ya ocurridos; los sabios, los que se aproximan.

Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7

Los hombres conocen los hechos que ocurren al presente.

Los futuros los conocen los dioses,

plenos y únicos poseedores de todas las luces.

De los hechos futuros los sabios captan

aquellos que se aproximan. Sus oídos

a veces en horas de honda meditación se

conturban. El misterioso rumor

les llega de los acontecimientos que se aproximan.

Y atienden a él piadosos. Mientras en la calle

afuera, nada escuchan los pueblos.

Versión de Miguel Castillo Didier

Mar en la mañana

Que me detenga aquí.

Que también yo contemple por un momento

la naturaleza,

el luminoso azul del mar en la mañana y del cielo sin nubes

y la amarilla arena: estancia

hermosa y grande de la luz.

Dejadme

que me detenga aquí y crea que esto veo

(ciertamente esto vi un instante tan sólo cuando aquí me detuve)

y no, incluso ahora, mis sueños, mis recuerdos,

la rediviva imagen del placer.

Versión de José Ángel Valente

Monotonía

A un día monótono otro

monótono, invariable sigue: Pasarán

las mismas cosas, volverán a pasar –

los mismos instantes nos hallan y nos dejan.

Un mes pasa y trae otro mes.

Lo que viene uno fácilmente lo adivina:

son aquellas mismas cosas fastidiosas de ayer.

Y llega el mañana ya a no parecer mañana.

Versión de Miguel Castillo Didier

Muy raramente

Es un viejo.

Agotado, encorvado,

vencido por los excesos y los años,

por la calleja avanza con pie lento.

Sin embargo, cuando entra en su casa para esconder allí

su ancianidad y su miseria, piensa

en todo la que aún comparte con él la juventud.

Los jóvenes recitan sus versos.

Las imágenes

por él creadas ahora encienden sus ojos.

Su sano y voluptuoso espíritu,

su cuerpo hermoso y firme aún, se conmueven

con la expresión que él diera a la belleza.

Versión de José Ángel Valente

Permanece una imagen

Sería la una de la noche

o la una y media acaso

En un rincón de la taberna,

tras el tabique de madera.

Los dos tan sólo en el lugar vacío.

Una lámpara de petróleo vagamente lo iluminaba.

Dormía el sirviente a la puerta la fatiga de la vigilia.

Nadie podría vernos. Aunque ahora

la pasión era tan intensa

que la prudencia desbordaba.

Entreabrimos nuestros vestidos, ya muy escasos en el ardor

de un divino mes de julio.

Cuerpo gozado en la levedad

de las ropas entreabiertas.

Desnudez breve de la carne, cuya imagen ha atravesado

veintiséis años y ahora acude

y permanece en el poema.

Versión de José Ángel Valente

Que el Dios abandonaba a Antonio (otra versión)

Cuando de repente, a medianoche, se escuche

pasar una comparsa invisible

con músicas maravillosas, con vocerío,

tu suerte que ya declina, tus obras

que fracasaron, los planes de tu vida

que resultaron todos ilusiones, no llores inútilmente.

Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,

di adiós a Alejandría que se aleja.

Sobre todo no te engañes, no digas que fue un

sueño, que se engañó tu oído:

no aceptes tales vanas esperanzas.

Como preparado desde tiempo atrás, como valiente,

como te corresponde a ti que de tal ciudad fuiste digno,

acércate resueltamente a la ventana,

y escucha con emoción, mas no

con los ruegos y lamentos de los cobardes,

como último placer los sones,

los maravillosos instrumentos del cortejo misterioso,

y dile adiós, a la Alejandría que pierdes.

Versión de Miguel Castillo Didier

Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó…

Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó,

no solo los lechos donde estuviste echado,

más también aquellos deseos que, por ti,

en miradas brillaron claramente

y en la voz se estremecieron –y que un

obstáculo fortuito los frustró.

Ahora que todo se halla en el pasado,

parece casi que a los deseos

aquellos te hubieras entregado –cómo brillaban,

recuerda, en los ojos que te miraban;

cómo en la voz por ti se estremecían,

recuerda, cuerpo.

Versión de César Conti

Regresa

Vuelve a menudo y tómame,

amada sensación, regresa y tómame.

Cuando la memoria del cuerpo despierta,

su viejo deseo vuelve a rodar en la sangre;

cuando los labios y la piel recuerdan

mis manos sienten como si tocaran de nuevo.

Vuelve a menudo y tómame, en la noche,

cuando mis labios y mi piel recuerdan…

Versión de César Conti

Sol de la tarde

Sí, yo recuerdo muy bien esta habitación!

Esta pieza y la otra se han alquilado

a empresas comerciales:

toda la casa está ocupada

por comerciantes, agentes, compañías.

Ah, yo conozco muy bien esta habitación…!

El diván estaba allí, junto a la puerta,

y al pie de él un tapiz de Turquía.

Al lado, la repisa con dos floreros amarillos.

A la derecha, no, enfrente, un armario con espejo.

En el centro, una mesa y tres grandes sillas de paja.

Cerca de la mesa, el lecho

donde nos amamos tantas veces.

Pobres muebles,

aún deben existir en algún lado…

Cerca de la ventana, el lecho.

El sol de la tarde daba justo en el centro.

Un día, a las cuatro,

nos separamos por sólo una semana.

Ay!, esa semana dura todavía.

Versión de Pedro Bádenas de la Peña

Una noche

La habitación pobre y vulgar,

escondida en los altos de la taberna equívoca.

Desde la ventana la calleja,

estrecha y sucia. Y las voces abajo

de unos cuantos obreros

distrayendo su tiempo con las cartas.

Y allí, sobre aquel lecho ordinario y humilde,

el cuerpo tuve del amor, los labios

voluptuosos de la embriaguez, purpúreos

de tal embriaguez que cuando ahora,

después de tantos años, esto escribo

en mi casa vacía me embriago de nuevo.

Versión de José Ángel Valente

Uno de sus dioses

Cuando uno de ellos atravesaba el ágora

de Seleucia al caer la tarde,

en la figura de un hombre joven, alto y hermoso,

perfumada la negra cabellera

y la alegría de la inmortalidad en sus pupilas,

los que al pasar le contemplaban

se preguntaban uno a otro si alguien acaso le conocía,

si era tal vez griego de Siria o un extranjero. Pero algunos

que le observaban más atentos

comprendían y se apartaban.

Y mientras él, bajo los pórticos,

entre las sombras se perdía y la luz tenue del crepúsculo

hacia los barrios que despiertan

sólo en la noche para la orgía,

la embriaguez y la lujuria y todo género de vicios,

admirados se preguntaban cuál de entre ellos era éste

y por qué placer equívoco

hasta las calles de Seleucia descendía desde la augusta

beatitud de sus moradas.

Versión de José Ángel Valente

Velas

Los días del futuro están delante de nosotros

como una hilera de velas encendidas

-velas doradas, cálidas, y vivas.

Quedan atrás los días ya pasados,

una triste línea de velas apagadas;

las más cercanas aún despiden humo,

velas frías, derretidas, y dobladas.

No quiero verlas; sus formas me apenan,

y me apena recordar su luz primera.

Miro adelante mis velas encendidas.

No quiero volverme, para no verlas y temblar,

cuán rápido la línea oscura crece,

cuán rápido aumentan las velas apagadas.

Versión de Miguel Castillo Didier

Voces

Ideales y profundamente amadas voces

de aquellos que murieron, o de quienes

se perdieron para nosotros como los muertos.

A veces nos hablan en los sueños;

a veces, pensando, la mente los escucha.

Y por un momento con su eco otros ecos

regresan desde la primera poesía de nuestra vida,

como música que extinguieran las lejanas tinieblas.

Versión de Eduardo López

Voluptaje

(En voluptuosidad)

Dicha y perfume de mi vida el recuerdo de las horas

en que hallé y tuve la voluptuosidad como la anhelaba.

Dicha y perfume de mi vida, de mi vida en que evité

todo goce de amores rutinarios.

Versión de Miguel Castillo Didier