Zaid, Gabriel
Poeta y ensayista mexicano nacido en Monterrey, Nuevo León, en 1934.
Estudió Administración en su ciudad natal pero su devoción por la poesía lo llevó a dedicarse a la literatura,
publicando su primer poemario en el año de 1958. Ha incursionado en las diferentes formas poéticas
y en diversos ensayos acerca de los problemas sociales. Su poesía se ha depurado con el paso del tiempo,
para que cuarenta años más tarde aparezca por su rigor y limpidez, como uno de los avatares más afortunados
del clasicismo en la segunda mitad del siglo veinte mexicano.
Es miembro de la Real Academia de Letras Mexicanas desde 1989. Su obra ha sido galardonada con diferentes premios
nacionales e internacionales.
Lo mejor de su obra está recopilado en su poemario «Reloj de sol», publicado en 1995.
¡Qué bien se hace contigo, vida mía!
Muchas mujeres lo hacen bien
pero ninguna como tú.
La Sulamita, en la gloria,
se asoma a verte hacerlo.
Y yo le digo que no,
que no nos deje, que ya lo escribiré.
Pero si lo escribiese
te volverías legendaria.
Y ni creo en la poesía autobiográfica
ni me conviene hacerte propaganda.
El vio pasar por ella sus fantasmas.
Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.
Él no quería perseguir sus fantasmas.
Ella quería creer en sus fantasmas.
Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.
Ella lloró por sus fantasmas.
No soy el viento ni la vela
sino el timón que vela.
No soy el agua ni el timón
sino el que canta esta canción.
No soy la voz ni la garganta
sino lo que se canta.
No sé quién soy ni lo que digo
pero voy y te sigo.
No aceptamos lo dado, de ahí la fantasía.
Sol de mis ojos: eternidad aparte, pero mía.
Pero se da el presente aunque no estés presente.
Luz a veces a cántaros, pan de cada día.
Se dan tus pensamientos, tuyos como estos pájaros.
Se da tu soledad, tuya como tu sombra,
negra luz fulminante, bofetada del día.
Alguna vez,
alguna vez,
seremos cuerpo hasta los pies.
¿Dónde está el alma?
Tus mejillas anidan pensativas.
¿Dónde está el alma?
Tus manos ponen atención.
¿Dónde está el alma?
Tus caderas opinan
y cambian de opinión.
Bárbara, celárent, dárii, feria.
Tus pies hacen discursos de emoción.
Todo tu cuerpo, brisa de inteligencia,
de cuerpo a cuerpo, roza la discusión.
El tiempo rompe en olas venideras
y nos baña de música.
L a majestad de ser abre el vuelto en tus alas,
altiva luz del mundo, alta gloria cimera.
Abres, porque te place, el mediodía.
¡Infausta hora la que dejes olvidada!
Pues tú, Dios displicente, no estás hecho para el hombre.
Igual cierras el mundo que dejas ver su hermosura.
Has enviado el soslayo, calamidad universal
que nos impide ser ¡y todavía te escondes!
Vuelas a tu albedrío, no hay quien te tenga en un puño.
¿Nos vas llamando, acaso, para mejor estrellarnos?
Guárdame Dios de ti, que yo de mis quimeras.
Agua mansa, buen Dios en jaula, ¡mal te conoce quien te compra!
A punto de morir,
vuelvo para decirte no sé qué
de las horas felices.
Contra la corriente.
No se si lucho para no alejarme
de la conversación en tus orillas
o para restregarme en el placer
de ir y venir del fin del mundo.
¿En qué momento pasa de la página al limbo,
creyendo aún leer, el que dormita?
La corza en tierra salta para ser perseguida
hasta el fondo del mar por el delfín,
que nada y se anonada, que se sumerge
y vuelve para decirte no sé qué.
Yo soltaba los galgos del viento para hablarte.
A machetazo limpio, abrí paso al poema.
Te busqué en los castillos a donde sube el alma,
por todas las estancias de tu reino interior,
afuera de los sueños, en los bosques, dormida,
o tal vez capturada por las ninfas del río,
tras los espejos de agua, celosos cancerberos,
para hacerme dudar si te amaba o me amaba.
Quise entrar a galope a las luces del mundo,
subir por sus laderas a dominar lo alto;
desenfrenar mis sueños, como el mar que se alza
y relincha en los riscos, a tus pies, y se estrella.
Así cada mañana por tu luz entreabierta
se despereza el alba, mueve un rumor el sol,
esperando que abras y que alces los párpados
y amanezca y, mirándote, suba el día tan alto.
Si negases los ojos el sol se apagaría.
El acecho del monte y del amanecer
en tinieblas heladas y tercas quedaría,
aunque el sol y sus ángeles y las otras estrellas
se pasaran la noche tocando inútilmente.
Fragmento de «Fábula de Narciso y Ariadna»
3.
Acudes a tus ojos porque acudes,
los ojos de las noches estrelladas.
Y su luz no es tu eco, no lo dudes,
es otra luz que mueve tus miradas;
desde la luna, arcón de los rosarios,
hasta la luna sin itinerarios.
Luz del amor que llama a los amores
por encima del hombro para el viaje,
y en el espejo muestra sus pudores
de estrella antigua que abandona el traje,
mariposa, cristal, serpiente o perla
cuando se empaña nada más de verla.
1. Animal fantástico
Un brazo nada más no es cosa mala
si ves que el otro se convierte en ala.
Y para qué dos pies, no es cosa buena,
si a cuatro viva el alma suena.
Tener mil pares de ojos para ver.
te- ver-te- ver- te- ver.
Y dos espaldas para tanta gente
que sueña, pero sigue la corriente.
2. Brindis
Borracho estoy de amarte y de mirarte,
alta luz, alta copa enaltecida.
El vino se hace lenguas del Espíritu
y migas hace el pan con el mantel.
Blanca la luz y negra y roja y viva,
en tus dedos es sangre, en tus pupilas
eternidad, en tus labios silencio.
Te amo, sí, te amo, borracho de tus ojos,
borracho, del silencio que ha arrasado tus ojos,
noche viva y sin lágrimas, noche viva y sin rumbo,
pero llena de estrellas como un mar sin temor.
3. Circe
Mi patria está en tus ojos, mi deber en tus labios.
Pídeme lo que quieras menos que te abandone.
Si naufragué en tus playas, si tendido en tu arena
soy un cerdo feliz, soy tuyo, mas no importa.
Soy de este sol que eres, mi solar está en ti.
Mis lauros en tu dicha, mi hacienda en tus haberes.
4. Nacimiento de Eva
No tengo tiempo que perder,
me dijo al amanecer,
y desplazó un volumen de mujer.
Mar de mujer y piélago de sillas.
El astillar me dejas hecho astillas,
salpicadas de hielo las costillas.
Botaduras heladas y funestas.
Está bien. Pero qué horas son éstas.
No te has quedado ni a las últimas fiestas.
Desatar la canastilla.
Subir globos llenos de besos.
Ya va quedando el mundo atrás.
El fondo de los ojos dá vértigo.
Cogerse desesperadamente.
Ser arrastrados por el viento.
Solatar arena, perder peso.
Ya estás en el espacio sin tiempo.
Mi amada es una tierra agradecida.
Jamás se pierde lo que en ella se siembra.
Toda fe puesta en ella fructifica.
Aun la menor palabra en ella da su fruto.
Todo en ella se cumple, todo llega al verano.
Cargada está de dádivas, pródiga y en sazón.
En sus labios la gracia se siente agradecida.
En sus ojos, su pecho, sus actos, su silencio.
Le he dado lo que es suyo, por eso me lo entrega.
Es el altar, la diosa y el cuerpo de la ofrenda.
Así surges del agua,
clarísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía,
y los vientos te empujan, las olas te conducen,
como el amanecer, por olas, serenísima.
Así llegas de pronto, como el amanecer,
y renace, en la playa, el misterio del día.
Manantiales del agua
ya perenne, profunda
vida abierta en tus ojos.
Convive en ti la tierra
Poblada, su verdad
numerosa y sencilla.
Abre su plenitud
callada, su misterio,
la fábula del mundo.
Hallan su vocación
del Huerto, su quehacer,
manos contemplativas.
Estalla un mediodía
nocturno, arde en gracia
la noche, calla el cielo.
Tenue viento de pájaros
de recóndito fuego
habla en bocas y manos.
Viñas, las del silencio.
Viñas, las de las palabras
cargadas de silencio.
Me llega la secreta
zozobra que en el aire
deja ligeramente
una hoja caída.
La lucidez inerte
del parque abandonado,
y el agua que prosigue
en la fuente sonámbula.
Y sin embargo existes,
comunión, y nos mueves
en íntimas palabras
que entretejen el mundo.
Háblame de las calles
y de la nochería
submarina, que mece
allá abajo su cielo.
Y el firmamento aquel
que era agua azul y gloria
de promesas fugaces,
míralo vuelto al agua.
Mi estrella no era estrella,
era un rapto fugaz
del cielo, una caduca
luz sedienta en el agua.
El sol estalla:
se derrumba
a refrescarse en tu alegría.
Revientan olas de tu pecho.
Yo me baño en tu risa.
Olas altas y soles
de playas apartadas.
Tu risa es la Creación
feliz de ser amada.
Una tarde con árboles,
callada y encendida.
Las cosas su silencio
llevan como su esquila.
Tienen sombra: la aceptan.
Tienen nombre: lo olvidan.
Vengo al aire, del agua, más ligera,
a reanudar la que se rememora.
Saco el pecho en el tiempo. ¿Ves ahora
los cuerpos de esta falsa primavera?
¡Qué pretensión de paraíso fuera
equilibrar el aire de la aurora!
Yo me vuelvo a los vientres de la hora
a clavar mis silencios en la espera.
No me des a la luz, madre, te pido,
que aquí ni prisa ni temor me asalta
y oigo el tiempo flotante y suspendido.
Quiero la libertad, y la más alta
libertad del silencio en el olvido
¡y es el aire del mundo el que me falta!
Querida:
Qué bien nadas,
sin nada que te vista,
en las aguas heladas
del cálculo egoísta.
Subir los remos y dejarse
llevar con los ojos cerrados.
Abrir los ojos y encontrarse
vivo: se repitió el milagro.
Anda, levántate y olvida
esta ribera misteriosa
donde has desembarcado.
Si te hundiera en una tina,
vería el volumen que desplazas.
Si te colgara de un pie,
hasta qué punto eres un bulto.
Estoy perplejo porque eres.
Porque eres eso, eso y más que eso.
¿Acabaré de entenderte?
Te muerdo y sólo te desprendo un grito.
Te aprieto y vuelas en una carcajada.
¿Dónde está el alma, dicen los cirujanos?
¿Quién eres tú, digo yo?
Me fui de bruces en tus ojos.
No tenían fondo.
La muerte lleva el mundo a su molino.
Aspas de sol entre los nubarrones
hacían el campo insólito,
presagiaban el fin del mundo.
Giraban margaritas
de ráfagas de risa
en la oscuridad de tu garganta.
Tus dientes imperfectos
desnudaban sus pétalos
como diste a la lluvia tus pechos.
Giró la falda pesadísima
como una fronda que exprimiste,
como un árbol pesado de memoria
después de la lluvia.
Olía a cabello tu cabello.
Estabas empapada. Te reías,
mientras yo deseaba tus huesos
blancos
como una carcajada
sobre el incierto fin del mundo.
Hora extraña. No es
el fin del mundo
sino el atardecer.
La realidad,
torre de Pisa,
da la hora
a punto de caer.
La luz final hará
ganado lo perdido.
La luz que va guardando
las ruinas del olvido.
La luz con su rebaño
de mármol abatido.
Tu cuerpo, el mundo, corre.
Mis ojos, el mundo, también.
Nadie ama dos veces con los mismos ojos.
Contemplar: confluir.
Me empiezan a desbordar los acontecimientos
(quizá es eso)
y necesito tiempo para reflexionar
(quizá es eso).
Se ha desplomado el mundo.
Toca el Apocalipsis.
Suena el despertador.
Los muertos salen de sus tumbas,
mas yo prefiero estar muerto.
Una paloma al volar
su dorado pico abría;
todos dicen que me hablaba,
pero yo no le entendía.
I
Dame las alas, paloma,
para volar a tus vuelos,
para subir a los cielos
de otro cielo que no asoma.
Este cielo que me toma,
nieve y silencio temía;
y ha de caer todavía
mientras tu voz se sustraiga,
-Si está cayendo, que caiga,
no ha de durar más de un día.
2
¿Por qué ya no puedo amarte
-ay Amor- sin conocerte,
si en buscarte está la muerte
de saberte y no encontrarte?
¿Por qué de un tiempo a esta parte
en tu nombre está mi suerte?
¿Por qué, si digo no verte,
te pido que si me amas
me digas cómo te llamas
-ay Amor- para quererte?
3
Esta noche callaría,
aunque viniese la muerte.
¿y el silencio de perderte
con qué voz te cantaría?
Naranja dulce del día,
nocturno limón celeste,
te pido un favor y es éste:
(el que la canción pedía)
que le digas a María
que esta noche no se acueste.