Category Archives: Rusia

Yevtushenko, Yevgueni

Yevtushenko, Yevgueni (1933)

Poeta y novelista ruso nacido en Zuma, Siberia, en 1933.

Desde los once años se radicó con su familia en Moscú, donde cursó estudios en el “Instituto Literario” hasta 1954.

En sus primeros poemas, Los pioneros del porvenir 1952, La tercera nieve 1955 y Estación de Zima 1956, mostró una marcada influencia de Maiakovski, para encontrar luego su estilo personal encaminado hacia la retórica y la crítica socio-política. Alcanzó la fama internacional en 1961, con su poema Baby Yar, donde denunció el exterminio de judíos y el antisemitismo de Rusia.

Desde la década del setenta ha incursionado en otros campos de la cultura, con obras como la novela Siberia, tierra de bayas 1981, el guión cinematográfico Jardín de infancia 1984, y el documental No mueras antes de morir

1996. En 1987 fue designado miembro honorario de la Academia Americana de Artes y Ciencias.

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Tsvetáieva, Marina

Tsvetáieva, Marina (1892-1941)

Poeta rusa nacida en Moscú en 1892.

Hija de un profesor especializado en Bellas Artes, estudió en Moscú y en la Sorbona y vivió muchos años en el extranjero.

Está considerada como una de las figuras más relevantes de la literatura rusa del siglo XX.

Fue una mujer de pasiones categóricas, voluntariosa y resuelta, que arrancó bruscamente de su corazón todo aquello que la había desilusionado y no podía ya aceptar. Toda la vida sintió por Pasternak un conmovedor afecto, a pesar de estar casada con un oficial del ejército zarista.

Emigró al extranjero en 1920 y regresó a Rusia en vísperas de la guerra contra el fascismo hitleriano, al que había maldecido en sus versos cuando se hallaba todavía en la emigración.

Entre sus obras se destacan “Poemas de juventud” 1915 y “Poemas de Moscú” 1916. Fue desterrada a la aldea de Elábuga, donde falleció

el 31 de agosto de 1941.

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Sologub, Fedor

Sologub, Fedor (1863-1927)

Nació el17 de febrero de 1863, en San Petersburgo.

Fue poeta, cuentista, novelista, dramaturgo, teórico del simbolismo, crítico, pensador, publicista y traductor.

Su poesía se caracterizó por un “estilo gráfico y sencillo, por el vigor de la línea de la imagen y por una exactitud ambigua y transparente”.

Fue profesor de matemáticas. En 1884 aparecieron sus primeros versos en la revista “Primavera”. En 1905 publicó su novela más importante: “El duende”. Desde entonces se convirtió en el escritor de moda de la intelectualidad rusa. Publicó dos novelas más, “Más dulce que el veneno” y “La leyenda creada”.

Se retiró de su profesión en 1907 y desde entonces se dedicó de lleno a la literatura.

En sus últimos años vivió en total soledad. Después del suicidio de su esposa se aisló del mundo.

Murió en diciembre de 1927

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Pushkin, Alexandr

Pushkin, Alexandr (1799-1837)

Poeta y novelista ruso nacido en Moscú en 1799.

Perteneciente a una familia aristócrata y acaudalada, recibió una educación con marcada influencia de la lengua y la literatura francesa. Desde los doce años mostró su afición por la poesía cuando aún estudiaba en el Liceo Puskhin.

En 1817, mientras ocupaba un cargo oficial en San Petersburgo, trabó amistad con intelectuales de la época, participando en grupos literarios clandestinos de oposición al régimen zarista, razón por la cual fue obligado a exiliarse en Ucrania y Crimea. De esta época datan “El prisionero del Cáucaso” 1822, “Los hermanos bandoleros” 1822 y “La fuente de Bakhcisaraj” 1824.

Perdonado en 1826 por el Zar Nicolás I, continuó escribiendo importantes obras entre los que se destacan, la novela en verso “Eugenio Onieguin”, “Boris Godunov”, “La dama de picas”, “Poltava”, “Relatos de Belkin”, “El caballero de bronce” y “La hija del Capitán”.

Falleció en 1837, a raíz de un duelo sostenido para defender el honor de su mujer.

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Pasternak, Boris

Pasternak, Boris (1890-1960)

Poeta y novelista ruso nacido en Moscú en 1890.

Hijo de un famoso pintor y de una conocida concertista de piano, inició su educación en un Gimnasio alemán de Moscú y adelantó estudios de música con el famoso compositor Skribain hasta 1910. Durante algunos meses adelantó cursos de Filosofía en la Universidad de Marburgo de Alemania, viajó por Italia y finalmente regresó a Moscú para dedicarse definitivamente a la literatura.

La forma de sus versos de juventud es compleja. Sólo en los últimos años su obra alcanzó la diafanidad de los clásicos. Algunos títulos como

“El gemelo en las nubes” en 1914, “Más allá de las barreras” en 1917,

“Mi hermana la vida” en 1922, “En trenes de la mañana” en 1943 y

“La vastedad terrestre” en 1945, hacen parte de su obra.

Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1958, por su única novela “El Doctor Zhivago”, traducida a numerosos idiomas.

Fue un gran traductor al ruso de Shakespeare, Goethe y Rilke, entre otros.

Falleció en Peredelkino en mayo de 1960

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Mandelstam, Osip

Mandelstam, Osip (1891-1938)

Poeta y ensayista ruso nacido en Varsovia en 1891.

Su padre, prestigioso comerciante, y su madre, profesora

de piano, lo educaron en el famoso Tenishev School de S.Petersburgo, luego en Paris y Alemania donde estudió Literatura en la Universidad de Heidelberg . De regreso a Rusia, estudió Filosofía, carrera que dejó inconclusa para dedicarse a la literatura.

Militó en el movimiento “acmeista” y está considerado como uno de los grandes poetas rusos del siglo XX.

Su poesía se agrupa en los libros: “La piedra” 1013, “Tristia” 1922, “Los cuadernos de Moscú” 1935 y “Los cuadernos de Voronezh” 1937 .

Un poema contra Stalin le valió en 1934 un destierro a los Urales, donde intentó suicidarse. Regresó para ser nuevamente arrestado y condenado a trabajos forzados en el año de 1938.

Murió en un campo de trabajo cercano a Vladivostok el 27 de diciembre de 1938.

El oído afinado dirige la vela sensitiva…

El oído afinado dirige la vela sensitiva,
La mirada dilatada se despobla
Y un coro enmudecido de pájaros nocturnos
Atraviesa el silencio.

Yo soy tan pobre como la naturaleza
Y tan simple como el firmamento,
Y mi libertad es tan quimérica
Como el canto de los pájaros nocturnos.

Yo veo al mes inanimado
Y al cielo más muerto que el lienzo;
Y acepto del vacío
¡Su mundo enfermo y extraño!

1910

Versión de  Jorge Bustamante García

El sonido sordo y cauteloso del fruto…

El sonido sordo y cauteloso del fruto
Que cae del árbol,
En medio de una incesante melodía
Del profundo silencio del bosque…

1908

Versión de  Jorge Bustamante García

En el corazón del siglo soy un ser confuso…

En el corazón del siglo soy un ser confuso
Y el tiempo aleja cada vez más el objetivo
Y el fresno cansado del bordón
Y el miserable verdín del cobre.

14 de diciembre de 1936

Versión de  Jorge Bustamante García

Hay turpiales en los bosques, y una única medida…

Hay turpiales en los bosques, y una única medida
En la permanencia de las voces y en los versos melodiosos.
Pero sólo una vez al año en la naturaleza sucede
El desborde de lo estable, como en la métrica de Hornero.

Este día ha abierto sus puertas a la pausa:
Desde la mañana hay quietud y largos y difíciles momentos
El ganado pasta, mientras la pereza divina
Extrae de la caña de la riqueza de sus notas.

1914

Versión de  Jorge Bustamante García

La concha

Tal vez no me necesites,
Noche; de la vorágine mundial
Yo fui lanzado a tu orilla
Como una concha sin perlas.

Indiferente, tú espumas las olas
Y cantas tercamente,
Pero llegará el día en que amarás
La inútil mentira de la concha.

Tú te acuestas a su lado en la arena,
Te vistes con su casulla
Y con ella construyes una gran campana
Irrompible entre las olas.

Y a las paredes de la frágil concha,
Como a la casa del corazón vacío,
Las llenarás con murmullos de espuma,
Con viento, bruma y lluvia…

1911

Versión de  Jorge Bustamante García

La tristeza inexpresiva…

La tristeza inexpresiva
Abrió sus dos ojos enormes,
El florero al despertar
Del cristal arrojó las flores.

Todo el cuarto se invadió
De una lánguida -¡dulce medicina!
Este reino tan pequeño
Tanto sueño ha devorado.

Un poco de vino rojo,
-Otro poco de sol de mayo-
Y rompiendo un delgado bizcocho
La blancura de dedos finos.

1909

Versión de  Jorge Bustamante García

Leer sólo libros infantiles…

Leer sólo libros infantiles,
Acariciar sólo pensamientos incautos,
Disipar todo lo que huela a solemne,
Sublevarse contra la honda tristeza.

Yo estoy mortalmente cansado de la vida,
No admito nada de ella,
Pero aún así amo esta pobre tierra
Porque no conozco otra.

De niño, en un jardín remoto, solía mecerme
Sobre un columpio de madera sencilla,
Y recuerdo los altos y oscuros abetos
En medio del delirio brumoso.

1908

Versión de  Jorge Bustamante García

¿Qué calle es ésta?…

¿Qué calle es ésta?
La calle Mandelstam.
Qué apellido más espantoso:
Si no lo aireas
Suena curvo y no recto.

Poco en él es lineal
Más bien de carácter sombrío
Y es por eso que esta calle
O, mejor, este foso
Lleva el nombre
De ese tal Mandelstam.

Abril de 1935    Voronezh

Versión de  Jorge Bustamante García

¿Qué puedo hacer con este cuerpo mío irrepetible…

¿Qué puedo hacer con este cuerpo mío irrepetible,
que me ha sido dado?
¿A quién, dime, debo agradecer,
por la apacible alegría de respirar y vivir?

Yo soy el jardinero y soy la flor,
En la mazmorra del mundo no estoy solo.

En la eternidad del cristal ya se ha esparcido
Mi aliento y mi calor.

En él está impreso un signo,
Irreconocible hasta hace poco tiempo.

Ojalá la bruma se diluya en los instantes
Para que no borre el signo amado.

1909

Versión de  Jorge Bustamante García

Regresa pronto a mí…

Regresa pronto a mí
Sin ti me asalta el miedo
Nunca antes como ahora
Tan profunda yo te sentí.
Todo cuanto yo quiero
Lo veo en realidad.
Ya no siento celos
Sin embargo, te llamo.

1920

Versión de  Jorge Bustamante García

Tu rostro…

Tu rostro
Es lo más tierno entre lo tierno,
Tu mano
Es lo más blanco entre lo blanco,
Estás lejos
De todo mundo
Y todo es inevitablemente tuyo.

Inevitable
Es tu tristeza
Y la calidez
De los dedos de tus manos,
Y el sonido apacible
De tus palabras
Joviales,
Y la lejanía
De tus ojos.

1909

Versión de  Jorge Bustamante García

Yo he regresado a mi ciudad, que conozco…

Yo he regresado a mi ciudad, que conozco
hasta las lágrimas,
Hasta las venas, hasta las inflamadas glándulas
de los niños.

Tu regresaste también, así que bébete
aprisa
El aceite de los faros fluviales
de Leningrado.
Reconoce pronto el pequeño día decembrino,
Cuando la yema se mezcla a la brea
funesta.

Petersburgo, todavía no quiero morir.
Tú tienes mis números telefónicos.

Petersburgo, yo aún tengo las direcciones
En las que podré hallar las voces de los muertos.

Vivo en la escalera falsa, y en la sien
Me golpea profunda una campanilla agitada.

Y toda la noche, sin descanso, espero la visita anhelada
Moviendo los grilletes de las puertas.

Versión de  Jorge Bustamante García

Yo quiero servirte…

Yo quiero servirte
Al igual que otros,
Con la boca sedienta
Hechizarte de celos.
La palabra no me apacigua
Los labios resecos
Y sin ti otra vez
El aire vacío es espeso.

Ya no siento celos
Pero te deseo
Y yo mismo me cargo
Como un verdugo a su víctima.
No te nombraré
Ni el amor, ni el gozo,
Me cambiaron la sangre
Por una más salvaje y ajena.

En un instante más
Te diré una cosa:
Encuentro en ti sufrimiento
En vez de la alegría.
Como en un crimen
Hacia ti me atrae
La boca tierna cereza
En el caos mordida.

Versión de  Jorge Bustamante García

Maïacovski, Vladimir

Maïacovski, Vladimir (1893-1930)

Poeta ruso nacido en la aldea georgiana de Bagdadi en julio de 1893.

Al fallecer su padre en 1906, se trasladó con su familia a Moscú, donde pronto suspendió sus estudios para vincularse a la política.

Maïacovski constituye un fenómeno extraordinario de la poesía rusa. Valiente, ingenioso, brillante polemista, talentoso pintor y artista de cine, fue el símbolo de la poesía innovadora del siglo XX.

Como ensayista brilló con fuerza excepcional, escribiendo múltiples textos en los que siempre defendió su posición revolucionaria, convirtiéndose en “representante plenipotenciario” del comunismo en el extranjero. El gran amor de su vida, Lili Brik, a quien le dedicó su más famosa obra y los viajes realizados a Francia y Estados Unidos dejaron una honda huella en su poesía.

Después de una vida de lucha y sacrificio, víctima de un amor imposible, y sintiéndose derrotado y abandonado, se quitó la la vida en el año de 1930

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Gumiliov, Nikolai

Reseña biográfica

Poeta ruso nacido en Kronshtadt en 1886.

Escribió sus primeros poemas a la edad de 8 años y

su primer libro cuando tenía sólo 19 años.

En 1910 se casó con la poeta Anna Ajmatova, con quien inició un nuevo movimiento literario conocido como “Acmeismo”. Se divorció ocho años después.

Su poesía, llena de exóticas imágenes, es esencialmente lírica y difiere considerablemente del complicado lenguaje de la generación anterior de poetas simbolistas.

Aunque muy joven militó en el marxismo, después de la Revolución de 1917 se declaró abiertamente monárquico. En 1921 fue detenido y fusilado en agosto del mismo año.

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Brodsky, Joseph

Joseph Brodshy (Rusia – EE.UU. 1940-1996)

Reseña biográfica

Poeta ruso nacido en San Petersburgo en 1940.

De formación autodidacta, reconoció la influencia que en él ejercieron los poetas clásicos, los metafísicos ingleses y los poetas polacos modernos, además de Proust, W. H. Auden y Herman Melville.

Acusado de “parasitismo social”, fue encarcelado durante dieciocho meses a la edad de veinticuatro años.

En 1972 emprendió el camino al exilio, obteniendo la nacionalidad estadounidense en 1977.

Sus “Poemas selectos”, que reúnen una importante colección de su poesía, se publicaron en versión inglesa en 1973, seguidos de “Partes de la oración” en 1980 e Historia del siglo XX en 1986.

En 1981 obtuvo una beca de la Fundación MacArthur, y en 1987 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Su producción literaria se extendió hasta el día de su muerte, ocurrida en Nueva York el 28 de enero de 1996.

A Eugenio

En cualquier elemento el hombre

es tirano, prisionero o traidor…

A. Pushkin

Yo estuve en México, escalé las pirámides

impecables moles geométricas

desparramadas por el istmo de Tehuantepec.

Quiero creer que las hicieron visitantes del cosmos

pues estas obras suelen edificarlas los esclavos

y el istm0 está cubierto de hongos pétreos.

Los ídolos de arcilla son tan fáciles

de falsificar que propician rumores.

Bajorrelieves varios, con cuerpos de serpientes

y el alfabeto indescifrable de una lengua

que ignoró siempre la conjunción o.

¿Qué contarían si empezaran a hablar?

Nada. En el mejor de los casos, las victorias

sobre tribus vecinas y cabezas partidas.

Que la sangre del hombre vertida en el altar

del Dios del Sol le fortalece un músculo.

Que el sacrificio nocturno de ocho jóvenes fuertes

garantiza el alba con mayor seguridad que un despertador.

De cualquier modo es preferible la sífilis o las fauces

mortíferas de aquellos unicornios de Cortés, al sacrificio.

Si te toca en suerte alimentar con tus ojos a los cuervos

es preferible que el asesino sea asesino y no un astrónomo.

En general, sin esos españoles es muy poco probable

que hubiesen llegado a tener la certeza

de que alguna cosa les había pasado.

Es aburrido vivir, querido Eugenio. Dondequiera que vas

la estupidez y la crueldad te siguen.

Me da pereza encerrar eso en versos.

Como dijo el poeta: «En cualquier elemento…».

¡Qué lejos vio desde sus marismas natales!

Yo agregaría: en cualquier latitud.

1975

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Amicum-philosophum de melancholia, mania et plica polonica

(«Al amigo-filósofo, de la manía, de la melancolía y de la plica

polaca»: título de un tratado del siglo XVIII que se conserva en la

biblioteca de la Universidad de Vilnius. [Nota del autor.])

Insomnio. Un trozo de mujer. Un vidrio

repleto de reptiles que se abalanzan hacia afuera.

La locura del día se desliza del cerebelo

al cogote donde ha formado un charco.

En cuanto te meneas, el interior percibe

como en este lodo helado alguien

sumerge una pluma fina

y lentamente traza «maldición»

con letra que se tuerce en cada curva.

El trozo de mujer con crema

suelta al oído palabras largas

como una mano en mugrientas greñas.

Y tú en las sombras estás solo, sobre la sábana

denudo, como un signo zodiacal.

1971

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Canción de amor

Si te estuvieras ahogando, acudiría a salvarte,

a taparte con mi manta y a ofrecerte té caliente.

Si yo fuera comisario, te arrestaría y te

encerraría en una celda con la llave echada.

Si fueras un pájaro, grabaría un disco

y escucharía toda la noche tu trino agudo.

Si yo fuera sargento, tú serías mi recluta

y, chico, te aseguro que te encantaría la instrucción.

Si fueras china, aprendería tu idioma, quemaría

mucho incienso, llevaría tu ropa rara.

Si fueras un espejo, asaltaría el baño de las señoras,

te daría mi lápiz rojo de labios y te soplaría la nariz.

Si te gustaran los volcanes, yo sería lava

en constante erupción desde mi oculto origen.

Y si fueras mi esposa, yo sería tu amante,

porque la Iglesia está firmemente en contra del divorcio.

Versión de Alejandro Valero

Carta a un amigo romano

(De Marcial)

Sopla el viento hoy, las olas se encaraman.

Se acerca el otoño y trocará toda la vista.

Y, Póstumo, este mudar de tonos te llega más al alma

que ver cómo se cambia de vestido la amiga.

De una doncella gozas hasta un punto cierro,

que no supera el codo, la rodilla.

Cuánta más dicha en la belleza ajena al cuerpo:

a salvo del abrazo, la perfidia.

*

Te mando Póstumo, estos escritos.

¿Y en la capital? ¿La cama te hacen blanda, o te resulta dura?

¿Qué es del César? ¿Sigue aún con sus intrigas?

Con ellas sigue, imagino, y con su gula.

Me encuentro en mi jardín, arde una tea.

Sin una amiga, sin siervos, sin afectos.

Y en lugar de los pequeños y grandes de la tierra,

suena en concierto un zumbar de insectos.

*

Aquí yace un mercader de Asia. El mercader valía;

era hábil, aunque fuera discreto.

Murió deprisa: de unas fiebres. A hacer negocio había venido

y no, ciertamente, a acabar en esto.

Junto a él yace un legionario bajo un cuarzo grueso.

Dio gloria al Imperio en la batalla.

¡Pudo caer tantas veces! Pero murió de viejo.

Tampoco aquí, mi Póstumo, hay norma que valga.

*

Tal vez una gallina, en verdad, no llegue a ave,

mas hasta con su seso te lloverán los palos.

Si por fortuna en tierras del Imperio naces,

mejor que vivas junto al mar, en un rincón lejano.

Lejos del César, de fieros nubarrones,

de la adulación, el miedo, la premura.

¿Que todos sus gobernadores, dices, son ladrones?

Mejor quien roba que el que tortura.

*

Acepto esperar contigo que pase el aguacero,

hetera, pero sin regateos de mercado:

cobrar de quien te está cubriendo el cuerpo

es como reclamar las tejas a un tejado.

¿Tengo goteras, dices? Mas ¿y la prueba del delito?

No he dejado charco alguno en mi vida.

Verás, el día en que encuentres un marido,

como te dejará las sábanas perdidas.

*

Ya ves, ya hemos recorrido media vida.

Como me dijo un viejo esclavo en la taberna:

«Mirando alrededor tan sólo vemos ruinas».

Dura opinión, lo reconozco, pero cierta.

Estuve en las montañas. Un ramo aderezo con las flores.

Un jarro he de hallar, llenarlo de agua fresca…

¿Por Libia cómo va, mi Póstumo, o dónde te encuentres?

¿Será posible que aún siga la guerra?

*

¿Recuerdas, Póstumo, la hermana que el gobernador tenía?

Aquella delgadita, pero de gruesas ancas.

Llegaste a dormir con ella… Ahora es sacerdotisa.

Sacerdotisa, Póstumo, y con los dioses habla.

Ven, tomaremos vino, de pan acompañado.

O con ciruelas. Me contarás las nuevas.

Te pondré el lecho en el jardín, bajo el cielo despejado

y te diré cómo se llaman las estrellas.

*

Mi Póstumo, pronto tu amigo, amante de las sumas,

su vieja deuda pagará a tanta resta.

Encontrarás dinero bajo el cojín de plumas;

para el entierro al menos basta, me parece.

Ve en tu yegua negra donde las heteras viven,

allá, donde la villa alcanza la muralla.

Y págales lo mismo que por su arte piden,

para que por suma igual lloren mi marcha.

*

El verde del laurel que el temblor alcanza.

De par en par la puerta y polvo en la rejilla.

La silla, abandonada, vacía la estancia.

Y una tela que bebe el sol del mediodía.

El Ponto ronca sordo tras los pinos negros.

Combate con el viento un buque junto al cabo.

En un reseco banco se sienta Plinio el Viejo.

Murmura quedo un mirlo en un ciprés crespado.

Marzo de 1972

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Divertimento mexicano

A Octavio Paz

Cuernavaca

En el jardín donde M., un protegé francés

mantuvo a una beldad de espesa sangre indígena

hoy canta un hombre venido de muy lejos.

En el jardín tupido como un trazo cirílico

un mirlo nos recuerda al ceño cejijunto.

El aire de la noche suena como cristal.

El cristal ya está roto, notémoslo de paso.

Aquí Maximiliano fue emperador tres años.

Introdujo el cristal, la champaña, los bailes

y todas esas cosas que adornan la existencia.

Pero la infantería de los republicanos

lo fusiló después. Dolorosos graznidos

llegan del denso azul.

Los campesinos sacuden sus perales.

Tres patos blancos nadan en el estanque.

El oído percibe en la hojarasca

la jerga de las almas que conversan

en un infierno densamente poblado.

*

Omitamos las palmas. Destaquemos el sauce.

Imaginemos que M. deja a un lado la pluma,

se despoja, sereno, de su bata de seda

y se pregunta lo que hará su hermano

Francisco José (también emperador),

mientras silba, quejoso, Mi marmota.

«Saludos desde México. Mi esposa

enloqueció en París. En las afueras

de palacio oigo tiros, crepitan las llamas.

La capital, querido hermano, está rodeada

y mi marmota, fiel, permanece conmigo.

El revólver, de moda, ha vencido al arado.

Qué otra cosa decirte, la caliza terciaria

es famosa por ser un suelo hostil.

Agreguémosle a esto el calor tropical

donde los disparos son la ventilación.

Se resienten mis pobres pulmones y riñones,

sudo tanto estos días que se me cae la piel.

Como si fuera poco, se me antoja largarme,

extraño demasiado nuestros tugurios patrios.

Envíame almanaques y libros de poemas.

Todo parece indicar que ya di con la tumba

en donde una marmota será mi compañía.

Mi mestiza te manda los debidos saludos.»

*

Julio llega a su fin y se oculta en la lluvia

como un conversador entre sus pensamientos,

lo cual, por supuesto, nada afecta a un país

con mucho más pasado que futuro.

Una guitarra gime. Las calles tienen lodo.

Un paseante se hunde en un velo amarillo.

Incluido el estanque, todo se ha enyerbado.

Alrededor pululan culebras y lagartos.

En las ramas hay pájaros con nidos y sin ellos.

Todas las dinastías declinan por la cifra

tan grande de herederos y la falta de tronos.

El bosque nos invade como las elecciones.

M. no reconocería el lugar. No hay bustos

en los nichos, los pórticos están desvencijados,

los muros desdentados muerden la ladera.

Puedes saciar la vista, mas no los pensamientos.

El parque y el jardín se convierten en selva.

De los labios se escapa una palabra: “Cáncer».

1975

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El busto de Tiberio

Yo te saludo, pasados dos mil años.

También tú fuiste marido de una puta.

Es algo que tenemos en común. Por lo demás,

en torno a ti está tu urbe. Estruendo, coches,

chusma con jeringas en húmedos portales,

ruinas. Yo, un viajero del montón,

saludo ahora tu busto polvoriento

en la desierta galería. Ah, Tiberio,

aquí no alcanzas ni los treinta. Del rostro

mana la confianza de quien domina el músculo

más que el futuro de su suma. Y la cabeza,

que el escultor cortara en vida,

muestra en esencia el augurio del poder.

Todo lo que queda bajo el mentón es Roma:

provincias, cohortes y también rentistas,

más un sinfín de infantes que besan tu aguijón

-placer en clave de la loba

que alimenta a los críos Remo

y Rómulo-.(¡Los mismos labios!,

musitando, dulces, inconexos

entre los pliegues de la toga. ) A fin de cuentas:

un busto en señal de independencia entre cuerpo y cerebro.

De hecho, incluido el del Imperio.

De dibujar tú mismo tu retrato,

sería todo él circunvoluciones.

Aquí no alcanzas ni los treinta. Nada

en ti detiene la mirada.

Ni, a su vez, tu firme observar

está dispuesto a detenerse en algo:

ni en rostro alguno ni en un

paisaje clásico. ¡Ah, Tiberio!

¡Qué más te da lo que rezonguen

Tácito o Suetonio en busca de las causas

que te hicieron cruel! No hay causas en el mundo,

tan sólo efectos. Los hombres son sus víctimas.

Y sobre todo en las mazmorras donde todos confiesan;

no en vano confesar bajo tortura,

como las confidencias del niño,

se torna monocorde. Lo mejor es

no tener nada que ver con la verdad.

Por lo demás, ésta no eleva. A nadie.

Menos aún al César. Al menos,

tú apareces más capaz de ahogarte

en tu baño que por una gran idea.

Y en general, ¿ser cruel no es acaso

precipitar tan sólo el común destino

de toda cosa, o la caída libre

de un cuerpo simple en el vacío? En él

siempre acabas en el momento de caer.

No vendrá el diluvio tras nosotros

Enero. Un aluvión de nubes

sobre la invernal ciudad a modo de mármol sobrante.

El Tíber, que huye de la realidad.

Las fuentes, que echan agua hacia el lugar

de donde nadie mira, ni cómo quien no ve,

ni entornando la mirada. ¡Es otro tiempo!

Y no hay modo de atrapar al lobo

enloquecido. ¡Ah, Tiberio!

¿Quiénes somos nosotros para ser tus jueces?

Has sido un monstruo, mas fiera impasible.

Pues la naturaleza, cuando crea sus monstruos

-las víctimas jamás-, los plasma, no obstante,

a semejanza suya. Más nos vale mil veces

-si escoger nos es dado-

que venga a destruirnos un engendro del infierno

antes que un neurasténico. Con treinta sin cumplir,

el rostro hecho en piedra, cara rocosa,

creada para dos milenios,

te asemejas a un instrumento natural

de exterminio, y en nada a un esclavo

de pasión humana alguna, o a un forjador de ideas

y demás. Y defenderte de las invenciones

es como proteger al árbol de sus hojas,

con su complejo de que ellas son, entre susurros

inconexos pero claros, mayoría.

En la desierta galería. En mediodía gris.

El ventanal tiznado con las luces del invierno.

El ruido de la calle. Ajeno por completo

a la textura del espacio, el busto…

¡No puede ser que no me oigas!

Pues yo también huí, sin mirar hacia atrás,

de todo lo que me había sucedido; me convertí en isla

con sus ruinas, sus cigüeñas. También me esculpí

el rostro por medio de un candil.

A mano. Y lo que llegase a decir,

lo que haya dicho, a nadie le interesa,

y no en su momento, sino hoy mismo.

¿No es esto también un modo de acelerar

la historia? ¿No es un intento -logrado por desdicha-

de colocarse el efecto delante de la causa?

Y además, también en el total vacío,

lo cual no garantiza un gran aplauso.

¿Arrepentirse? ¿Rehacer tu suerte?

¿Jugar, como se dice, con otra baraja?

Pero, ¿vale la pena acaso? La lluvia radiactiva

nos cubrirá no mucho peor que tu historiador.

¿Y quién vendrá a maldecirnos? ¿Una estrella?

¿La luna? ¿Una termita enloquecida por

las incontables mutaciones, de tronco fofo, eterna?

Todo es posible. Pero, cuando, como un objeto duro,

se tope con nosotros, ella también, tal vez,

algo turbada, detendrá la excavación.

«Un busto -exclamará en el lenguaje de las ruinas,

del músculo abreviado-, un busto, un busto.»

1985

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El explorador polar

Todos los perros devorados. En el diario

no queda una hoja en blanco. La foto de la esposa

se cubre de palabras a modo de rosario,

clavado en su mejilla el lunar de una fecha dudosa.

Le sigue la foto de la hermana. Tampoco la respeta:

¡se trata de la latitud alcanzada! Y, cada vez

más negra, por la cadera trepa la gangrena

como la media de una corista de varietés.

22 de julio de 1978

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El fuego, oyes, se empieza a apagar…

El fuego, oyes, se empieza a apagar.

En los ángulos las sombras se agitan.

Y ya no hay modo de poderlas señalar,

gritarles que se queden quietas.

Cerrando filas, se han puesto a formar.

No, esta hueste no atiende a palabras.

Silenciosa avanza de cualquier rincón

y yo de pronto he ocupado el centro.

Más altas cada vez, signos de exclamación,

las explosiones de tinieblas se elevan.

La noche arruga el papel hasta el mentón

de lo alto, cada vez más densa.

Se han esfumado las agujas del reloj.

Y éste no se ve, ni se oye siquiera.

Y aquí no ha quedado más que el brillo ocular,

inmóvil, detenido. Detenido.

El fuego se apagó. Lo oyes: se apagó.

El humo ardiente vuela por el techo.

Mas no huye de la vista este fulgor.

O, mejor dicho, no deja las tinieblas.

1962

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El nuevo Jules Verne

3. Conversación en el salón de pasajeros

«¿El archiduque? ¡Un monstruo, sin duda! Aunque, si bien lo

miras,

es imposible negarle al hombre cierta virtud…»

«Los esclavos critican al señor. Y los señores, la esclavitud.»

«¡Qué círculo vicioso!» «¡No, más bien un salvavidas!»

«¡Espléndido jerez!» «Toda la noche sin poder dormir.

Qué sol más horroroso. Me ha quemado los hombros, el bandido.»

«¿… y si se ha abierto una vía de agua? Como he leído, puede ocurrir.

¡Figúrese que se ha abierto una vía y empezamos a hundirnos!»

«¿Ha naufragado alguna vez, teniente?» «Nunca. Pero me mordió

un tiburón.»

«¿Sí? Qué curioso… Pero, imagínese que empieza a entrar

agua… Y figúrese que…»

«Quién sabe, tal vez el trance obligue a asomarse a la cubierta

a la del I 2-B.»

«¿Quién es?» «Viaja en el barco a Curaçao, es hija del gobernador.»

* * *

4. Conversaciones sobre cubierta

« Yo, profesor, también de joven tenía el ideal

de descubrir alguna isla, no sé, algún bacilo, una fiera…»

«¿Y qué se lo impidió?» «Es que la ciencia me supera.

Y luego además, esto, lo otro.» «¿Perdón?» «¡Aaah… el vil metal.»

«Porque, ¡¿qué es el hombre?! ¡No más que un mosquito, la verdad!»

«Y dígame, monsieur, ¿en Rusia qué, resulta que hasta tienen goma?»

«¡Voldemar, estése quieto! ¡Me ha mordido, Voldemar!

No olvide que si yo…» «Cousine, ¿verdad que me perdona?»

«Oye, chaval.» «¿Qué hay?» «¿Qué será eso, lejos? ¿Ves?»

«¿Dónde?» «Allí, a la derecha.» «No veo.» «Ah, diría…

Parece una ballena. ¿No tiene nada para envolver?» «No, sólo

el diario del día…

¡Pero si crece! ¡Mira!… Es inmens…»

1976

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

En la región de los lagos

En aquel tiempo, en el país de los dentistas,

-sus hijas mandaban a Londres los pedidos,

sus tenazas izaban bien sujeta en bandera

una muela del juicio que no tenía dueño-,

yo, ocultas en la boca unas ruinas

más limpias que lo estaba el Partenón,

espía, bandolero, quintacolumnista

de una podrida civilización -de hecho

profesor de bellas letras-, vivía

en un college junto al principal

de los Grandes Lagos, adonde

me habían llamado a emplear el potro

con los adolescentes del lugar.

Todo lo que escribía en aquella época,

se reducía sin remedio a puntos suspensivos.

Aterrizaba en la cama con lo puesto.

Y si me daba por examinar el techo,

de noche, en busca de una estrella,

ella caía, acorde con la ley del fuego,

por la cara a la almohada sin dar tiempo

a que yo formulara siquiera un deseo.

1972

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Me han culpado de todo, salvo del tiempo…

Me han culpado de todo, salvo del tiempo,

yo mismo me he solido amenazar con un duro rescate.

Mas pronto me arrancaré, como se dice, los galones,

y me convertiré en una simple estrella.

Y brillaré en el adiós como un teniente de los cielos,

cuando oiga el trueno, me ocultaré entre la nube

sin ver cómo la tropa, bajo el empuje de los saldos,

huye bajo el acoso de la pluma.

Cuando alrededor ya no hay lo que una vez estuvo

no importa si es un blitz o si os cogen prisionero.

Así el escolar, al ver en sueños el tintero,

mejor dispuesto está a multiplicar que tabla alguna.

Y si, por la velocidad con que va la luz, no esperas premio,

al menos el blindaje del común no ser

valore tal vez los intentos de mudarlo en cedazo

y por la brecha que abrí me dé las gracias.

1994

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Mi verso mudo, mi callado verso…

Mi verso mudo, mi callado verso

pero aciago -mal le pesen las riendas-,

¿a dónde de este yugo iremos a quejamos

y a quién decir la vida que llevamos?

Por mucho que, pasadas ya las doce, buscando

detrás de la cortina, con cerillas, el ojo de la luna,

expulses de los restos de tu mueca opaca

con la mano, en la mesa, de la locura el polvo.

Por mucho que embadurnes este engrudo escrito

más denso que la miel, ¿con quién quebrar

en la rodilla, o en el codo al menos,

una vez más, el trozo ya cortado, mi callado verso?

De “Parte de la oración” 1975 – 1976

Versión de Ricardo San Vicente

Música sueca

K.J.

Cuando la nieve cubre el mar y el crujir del pino

deja en el aire más honda huella que el trineo,

¿a qué azul pueden llegar los ojos?, ¿a qué silencio

puede caer la voz desamparada?

Perdido de vista, ignorado, el mundo exterior

ajusta cuentas con la cara, como con un rehén de Mameluco.

…así en el fondo del océano fosforescea el calamar,

así el silencio se embebe de la entera rapidez del sonido,

así ya basta una cerilla para poner el fogón al rojo,

así, tras el latir del corazón, el reloj de pared,

al detenerse en éste, seguirá andando en el otro

extremo de la mar.

1978

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

No hay sólo andar, también silencio, en tu reloj…

No hay sólo andar, también silencio, en tu reloj,

que además ignora el caminar en círculo.

Así en su caja hay gato y hay ratón,

nacidos, se diría, el uno para el otro.

Tiemblan, escarban, yerran en qué día están,

mas sus roer, enredos y trajín constantes

apenas se aprecian en un hogar del campo,

que suele cobijar cientos de seres vivos.

Allí en la razón cada hora se borra

y los rostros etéreos de los años perdidos

se escapan -más aún si se acerca el invierno,

que llena el zaguán de cabras, gallinas, carneros.

1963

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Parte de la oración

Desde ningún lugar, con amor, tal día de martubre,

querido, muy señor, cariño -quién seas

tanto da, si no es posible ya

recordar los rasgos-; la verdad

este ni suyo ni de nadie fiel amigo, le saluda

desde uno de los cinco continentes, fundado por cowboys;

te he querido más que a un ángel, que al mismísimo,

y hoy por eso estoy de ti aún más lejos;

entrada ya la noche, en lo más hondo de un dormido valle,

en un villorrio con nieve hasta el pomo del portal,

y retorciéndome en la sábana de noche

-como en adelante al menos no se indica más-,

con un mugido «tu», ahueco la almohada,

sin límite ni fin, y más allá del mar,

tratando en las tinieblas y con el cuerpo todo,

de repetir tus rasgos como un espejo loco.

* * *

El norte pudre el metal, mas del cristal se apiada.

Enseña a la garganta a decir: «¡Déjame entrar!».

El frío me educó, me puso la pluma entre los dedos

para una vez cerrados poderlos calentar.

Mientras me hielo, más allá del mar

veo el sol ponerse, y nadie alrededor.

La suela resbala en el hielo, o es la tierra misma

la que se va abreviando bajo el tacón.

Y en mi garganta, donde se pone la risa,

o la palabra o el té caliente,

cada vez la nieve resuena más precisa,

y como tu explorador, negrea un «adiós».

* * *

Reconozco este viento que embiste la hierba,

inclinada a su paso como bajo el mongol.

Reconozco esta hoja que cae en el barro

como príncipe ruso en rojo estertor.

En tierra extraña desbordado en ancha saeta,

por el pómulo torcido de un caserón,

como al ganso por su vuelo, el otoño distingue,

abajo, en el vidrio, una lágrima en el rostro.

Y alzando al techo los ojos en blanco,

yo no canto a las tropas, olvidé cuántas son,

mas de noche la lengua en la boca agita el nombre estepario

como el sello que entrega el rey oriental.

* * *

Es una serie de observaciones. En el rincón hace calor.

Y la mirada deja huella en las cosas.

El agua representa el cristal.

Da más pavor el hombre que sus huesos.

Noche de invierno con vino, en ningún lugar.

Veranda al embate de un salcedo.

El cuerpo descansa en el codo

como morena fuera del glaciar.

Al cabo de mil años, de entre cortinas de moluscos,

desde unos flecos, asomados, extraerán,

con el mohín de «buenas noches» unos labios

sin nadie a quien poderlas desear.

* * *

Porque el tacón deja su huella es invierno.

Con abrigos de madera, helados en el campo,

las casas se conocen por quién pasa por ellas.

Qué decir del futuro al caer de la tarde,

cuando en noche silente aparece el recuerdo

de tus «espacio en blanco», mientras duermes,

lanzado por el cuerpo del alma a la pared

como en la pared la vela nocturna

proyecta una sombra de silla,

y bajo el mantel del cielo caído sobre bosque,

sobre la torre del granero que alas de grajo tiñen

no blanquearás el aire con la nieve punzante.

* * *

Un Laocoonte de madera, tras apear por un momento

un monte de sus hombros, sostiene una gran nube.

Del cabo llegan ráfagas de viento duro. La voz intenta

retener las frases, chillando sin salirse del sentido.

Se precipita el aguacero como espaldas en el baño:

maromas retorcidas azotan los lomos de los altos.

El mar medinvernal se agita tras columnatas mondas,

a modo de salada lengua tras los dientes quebrados.

El corazón asilvestrado no ha dejado de batir por dos.

El cazador no ignora dónde el faisán se esconde: en charco agazapado.

Se alza inmóvil el mañana tras el día de hoy,

como tras el sujeto el predicado.

* * *

He nacido y crecido en las ciénagas bálticas, al amor

de las olas de zinc, que siempre revientan a pares,

y es de aquí que provienen las rimas, y de aquí, la voz apagada

que se trenza entre ellas como el pelo mojado

si es que aquélla se llega a trenzar. Apoyado en el codo,

no distingue el oído el fragor de la roca,

sino el choque de telas, postigos y palmas, anota

teteras que hierven, a lo sumo el gritar de gaviotas.

El alma, en tan llana región, se salva de falsos manejos

por no haber un rincón que te oculte y se ve aún más lejos.

Solamente al sonido el espacio es opaco,

pues el ojo no ha de llorar por la falta de eco.

* * *

En cuanto a las estrellas, siempre están ahí.

Es decir, si hay una, siempre viene otra.

Y sólo así es dado mirar de allá hacia aquí;

de noche, tras las ocho, refulgiendo.

Mejor aspecto tiene el cielo sin luceros.

Mas qué certeza habría de conquistar el cosmos

si no fuera por ellas. Siempre que ni por un instante

te alces del sillón, en la terraza.

Pues, como dijo, en vuelo, el piloto a una estrella

media cara escondida en la sombra:

en parte alguna parece que haya vida,

y en ninguna de ellas se fija la vista.

* * *

…Y ante la voz de porvenir, de la lengua rusa

salen corriendo ratones, que en enjambre

se ponen a roer un trozo suculento de memoria

que es tu queso horadado.

Tras tantos inviernos ya no importa

qué o quién está en la ventana tras la cortina,

y en el cerebro retumba ya no un do no terrenal,

sino su susurro. La vida, a la que,

como algo regalado, no le miran la boca,

en cada encuentro muestra desnudos los dientes.

De todo hombre siempre os queda una parte de oración.

De hecho una parte. Parte de la oración.

* * *

No es que me esté volviendo loco, es el verano que me agota.

Buscas en el cajón una camisa, y el día entero echado por la borda.

Que llegue cuanto antes el invierno y cubra todo con su manto:

ciudades, hombres, pero primero el verde de las hojas.

Me echaré a dormir sin desnudarme, o leeré si quiero

un libro ajeno, y entretanto los retales del año,

como un perro que ha huido de su ciego,

atraviesan la calle por el paso indicado.

La libertad es

no recordar entero el nombre del tirano,

y que sea la saliva más dulce que el almíbar,

y, aunque estrujen tu cerebro cual cuerno de carnero,

no mane nada ya del ojo azul.

1975 – 1976

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Post aetatem nostram

A A. Ya. Serguéyev

I. «Imperio -país para idiotas.»

Llega el Emperador y el tráfico está cortado.

Se apretuja el gentío

contra los legionarios: canciones y gritos;

pero el palanquín marcha cerrado. El objeto del amor

no quiere ser objeto de curiosos.

Tras el palacio, en un café vacío,

un griego vagabundo jugando al dominó

con un barbudo inválido. En los manteles

descienden los despojos de la luz exterior,

y el eco de los vivas mueve suavemente

las cortinas. El griego, que ha perdido,

cuenta los dracmas; encarga el vencedor

un huevo crudo y una pizca de sal.

En la espaciosa alcoba, un viejo rentista

cuenta a una joven hetera

que vio al Emperador.

La hetera no lo cree y de él se carcajea.

Así son sus preludios al juego del amor.

1970

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Ulises a Telémaco

Querido Telémaco,

la Guerra de Troya

ha terminado. No recuerdo quién venció.

Los griegos, debe ser: los griegos, quién si no,

puede dejar en tierra extraña tantos muertos…

De todos modos, el camino que me lleva al hogar

resulta que se alarga demasiado.

Como si Poseidón, mientras perdíamos el tiempo,

hubiera dilatado el espacio.

Ignoro dónde estoy y lo que veo ante mí.

Al parecer, una isla, sucia, arbustos,

casas, gruñir de cerdos, un jardín

abandonado, cierta reina, hierba y pedruscos…

Telémaco, querido, en verdad

todas las islas se parecen una a otra

cuando es tan largo el viaje: el cerebro ya

va perdiendo la cuenta de las olas,

el ojo, tiznado de tanto horizonte, echa a llorar,

la carne de las aguas obtura el oído.

No recuerdo ya cómo acabó la guerra,

ni cuántos años tienes hoy recuerdo.

Hazte hombre, Telémaco, y crece.

Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos.

Tampoco ahora ya no eres el chiquillo

ante el cual detuve aquellos toros.

Hoy, de no ser por Palamedes, estaría a tu lado.

Pero tal vez sea mejor así: pues sin mí

te has librado de los males de Edipo,

y en tus sueños, Telémaco, ignoras el pecado.

1972

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Y no importa que un vacío empiece a abrirse…

Y no importa que un vacío empiece a abrirse

de entre tus sentires, que tras la gris tristeza

crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.

Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca,

podremos sólo salvar los muros del hogar,

los corazones, fundiéndolos con fuerza igual

y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar.

Y temblarás al escuchar decir: «Querido».

Noviembre – diciembre de 1964

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Yo no era más que aquello que tú…

A.M.B.

Yo no era más que aquello que tú

con la mano acariciabas,

allí donde en noche de pavor,

cerrada, la frente reclinabas.

Yo no era más que aquello que tú

distinguías allá, abajo:

primero, solamente imagen vaga,

mucho después, también los rasgos.

Tú fuiste quien, ardiendo,

creaste en un susurro

las conchas de mi oído,

el diestro y el siniestro.

Tú quien, meciendo la cortina

en el mojado cuenco de la boca,

me plantaste la voz

que te llamaba a gritos.

Yo estaba ciego, simplemente.

Y tú, escondida, brotando,

me obsequiabas el don de ver.

Así es como se deja rastro.

Así es como se engendran mundos.

Así, a menudo, tras crearlos,

los dejan dando vueltas

los dones dilapidando.

Así, ora al fuego lanzado,

ora al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,

perdido en la creación del mundo,

el globo va girando.

1981

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Bosquet, Alain

Alain Bosquet (Rusia-Francia 1919-1998)

Reseña biográfica

Poeta nacido en Odessa (Rusia) en 1919, y naturalizado francés en 1980.

Desde muy pequeño su familia emigró a Bélgica donde el poeta inició estudios de Filología en la Universidad de Bruselas en 1938.

Durante la guerra viajó a Estados Unidos, trabó amistad con importantes personajes literarios y se alistó en el ejército americano, prestando servicios en Texas, Maryland, California e Irlanda.

A partir de 1953 se radicó en Paris, terminó estudios en La Sorbona y desde entonces se dedicó al ejercicio literario, escribiendo novelas y poesía de corte surrealista.

Obtuvo importantes premios literarios entre los que se cuentan el

Prix Goncourt de la Poésie 1989, Grand prix de la Poésie de Paris 1991

y Prix de la langue de France 1992. Además fue Miembro de la Academia de Letras de Bélgica y presidente de la Academia Mallarmé.

Falleció en Paris en 1998.

Poemas de Alain Bosquet:

Ave

Como un deseo

Diálogo amoroso

Dice Dios:

Fechorías del verbo

Futuro

Interrogación

Los dioses desconfiados

¡Oh acuérdate de mí!

Retrato de un hombre inquieto

Tú que has gastado todo…

Vacilación

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Ave

No eres más que la coma

de una frase en el cielo.

¿No es en verdad ridículo

este mundo fingido:

la palmera con alas,

el desierto elocuente,

la cascada que bala,

el tigre hecho volcán?

¡La riqueza es penuria!

Las lunas regordetas

siempre están mal nutridas.

Tú vuelves a mis versos

donde naciste, coma

hecha águila demente

que da vueltas y vueltas

y cae sobre mi cuello.

De “Segundo testamento”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Como un deseo…

Como un deseo,

y nadie sabe si será de silencio

o de perfume.

Como un impulso,

y nadie sabe si lo proporcionan las hormigas,

las nubes de la noche, las yeguas locas.

Como un enigma,

y nadie sabe si le corresponde a Dios,

al hombre , al polvo,

resolverlo.

Como un prólogo,

y nadie sabe si le seguirán los frutos,

las palabras, los reproches disimulados.

Como una ciencia

y nadie sabe a quién corresponde,

útil o caprichosa

o mil veces contradictoria.

Como un asombro,

y nadie sabe si existe alguien

para asombrarse, para ser feliz,

para determinar las grandes desgracias.

Como una ley,

y nadie sabe si hay que proferirla,

callarla, escribirla de nuevo

o llevarle cada mañana máscaras nuevas.

Diálogo amoroso

Dije: «¿Su nombre?»

Y ella:

«Como más le guste.»

Dije: «¿Elegimos Carole?»

Y ella:

«Por el momento, acepto.»

Dije: «¿Está usted sola?»

Y ella:

«No, estoy con usted.»

Dije: «¿ Y si hacemos el amor?»

Y ella:

«Su deseo tiene todos los derechos.»

Dije: «¿Qué clase de hombres le gustan?»

Y ella:

«Croupiers, industriales, profesores de natación.»

Dije: «¿Sus preferencias?»

Y ella:

«Los hombres tristes, pero no demasiado.»

Dije: «¿Vamos a comer?»

Y ella:

«Las ostras son un buen preludio.»

Dije: «¿Lee usted libros?»

y ella:

«Sartre, Camus y Thomas Mann.»

Dije: «Tiene usted unos pechos muy bonitos.»

Y ella:

«Sí, a mí también me gustan.»

Dije: «Es usted prácticamente divina.»

Y ella:

«Tiene usted razón.»

Dije: «¿Qué le gusta que le regalen?»

Y ella:

«A lo mejor esto es gratis.»

Hicimos el amor

el lunes, el martes, el domingo

y el lunes siguiente.

Discutimos sobre Flaubert,

luego sobre Tolstói.

Dije:

«Tiene usted unas rodillas inolvidables.»

Y ella:

«¿Sólo las rodillas?»

Nos cansamos el uno del otro

el mismo día, a la misma hora,

lo cual es infrecuente y virtuoso.

De “Mañana sin mí”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Dice Dios:

Dice Dios:

«Era un asunto urgente; me pregunté

para qué servían mis criaturas

más extrañas:

el dragón, el ángel, el unicornio.

Convoqué a aquellos en los que creía,

reales, poderosos, incontestables;

el baobab, el caballo de labor, la montaña acodada en el mar.

Celebraron diez conferencias

sin ponerse de acuerdo.

así que he conservado

al dragón, al ángel y al unicornio;

pero para evitar algunos malentendidos

he creído conveniente volverlos invisibles.»

De “El tormento de Dios”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Fechorías del verbo

Tengo el recuerdo

de un recuerdo

donde todo era rostro de rocío

sol íntimo entre los dedos

río puesto de rodillas

para recibir una caricia

tengo el recuerdo

de un recuerdo

donde eras precisa y pura

y ahora es el poema

quien te invita al suicidio

porque según respiro

te invento y te invento y te invento

y nos pierdes a los dos

por reinventarte.

De “Cuatro testamentos y otros poemas”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Futuro

Serás puro:

tres vestidos,

una escudilla para recoger la limosna.

Serás bueno:

la mejilla,

luego la otra mejilla para que te abofeteen.

Serás fuerte:

tu vida,

luego la otra vida en la que te transformarás en dios.

Serás humilde como un guijarro,

como un pichón que sale del huevo.

Serás lo que debes ser

para alguna verdad,

para algún amor,

para algún orden invisible.

Y serás recompensado,

bestia de carga y de ensueños.

Y serás castigado,

animal cargado de piedras

y de nada.

Nunca serás tú mismo.

De “El libro de la duda y de la gracia”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Interrogación

¿Y con quién os pensáis que conversa una rosa?

¿Hacia quién creéis que va un perro solitario?

¿Habéis visto que alguno dé consuelo a una piedra

que llora? El cielo azul, asentado en sus vértigos,

¿os creéis que soporta un silencio tan frío?

No seáis inocentes: la silla siempre es viuda,

la ceniza se queja de ser sólo ceniza

ignorando de qué. Preguntad al cometa

si a pesar de su brillo halla más soportable

la vida que la muerte. Nosotros compartimos

nuestros afectos con las cosas desvalidas,

el polen trashumante, el lagarto espasmódico,

el pedernal dormido; ¿pensáis que ellos aceptan

tantas burlas y tantos falsos remordimientos?

De “Sonetos para un fin de siglo”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Los dioses desconfiados

«No, no», decían los dioses,

«si ha de haber un ojo,

que pertenezca a la montaña.»

«No, no», decían los dioses,

«si ha de haber una risa,

ofrezcámosela al océano para que se anime.

¡La palabra para el pavo,

para el cactus, para el arroyo!

Y el pensamiento,

que de él se adueñe la roca

para reconocerse mejor.»

«No, no», decían los dioses,

«ahorrémonos

el error humano.»

De “Cuatro testamentos y otros poemas”

Versión de Enrique Moreno Castillo

¡Oh acuérdate de ti!

¡Oh, acuérdate de ti!

En un jardín cogías algunas fábulas.

Unas personas muy justas

Hablaban del mundo y de su caída.

Tú te decías: «¿Tiene usted un sobrenombre?»,

Y te contestabas: «Me llamo

Joya ahogada, fruta que se niega a abrirse,

Infanta sin castillo».

Te cogías de tu mano para no estar sola

Entre las flores de aprendizaje.

La época era núbil.

Si esta tarde pasaras

Ante la adolescente que fuiste,

¿Te atreverías a reconocerte

Y a invitarte a tomar el suspiro?

No tienes que acordarte de ti.

Versión de Enrique Moreno Castillo

Retrato de un hombre inquieto

Se retira hacia el fondo de sí mismo a pensar

lo poca cosa que es. Tal vez se vuelve al árbol

que le sugiere un gesto. Al cabo de una hora,

es la arena más bien quien le influye. Indolente

recuerda un viejo amor. Se cree bien conservado

a pesar del olvido y la sangre agolpada

sobre su corazón. No estaría tan inerme

si tuviera un amigo: por ejemplo un guijarro,

un ave moribunda, una colina cálida.

Cierra primero un ojo, luego el otro, escrutándose

con furor. No descubre nada fundamental

en sus pulmones ni en sus almas, que se quita

una detrás de otra, igual que sus camisas.

Toda serenidad le parece una ofensa.

De “Sonetos para un fin de siglo”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Tú que has gastado todo…

Tú que has gastado todo,

Tú que todo has destruido:

Es gloria ser el viento

Y dicha ser la piedra.

Ese árbol reverdece,

Ese caballo que condenaste a callar

Dice lo que piensa,

La cascada recobra su verdadero rostro

Y el cielo su tamaño.

Es gloria ser lodo; coronación

El olvido

De un escarabajo que se roe las patas.

Míralos, son mejores que tú:

Animales, crepúsculos,

Silex, nomeolvides:

Todos erigen

Un monumento al hombre,

Sin grabar una injuria.

Versión de Octavio Paz

Vacilación

Preséntame a la desconocida

que tú te vuelves al momento

en que el poema se insinúa

como un insecto entre tus dedos,

y, al repartirte con los lobos,

vuelve golondrinas tus senos.

¿Eres mía, mujer rebelde,

que transformada en piedra veo?

Mírame ahora, soy tu amo

y el infinito aquí te enseño:

a cada paso que avanzamos

hay que renacer ante el verbo

que une obediencia y aventura.

Reconstruyo tu brazo nuevo

y reconstruyo tu figura,

mas nos lleva este movimiento

hasta el fondo de nuestra sangre

-niños que acosa un blanco vértigo

y cuyo sueño vale apenas

la sílaba que está muriendo.

Versión de Andrés Holguín