Heine, Heinrich

Heine, Heinrich (Alemnia 1797-1856)

Reseña biográfica

Poeta alemán nacido en Düsseldorf el 13 de diciembre de 1797.

Hijo de padres judíos, inició estudios en su ciudad natal, se trasladó luego a Bonn donde empezó la carrera de Derecho.

En 1821 interrumpió los estudios y se radicó en Berlín para relacionarse con importantes figuras de la intelectualidad alemana. Allí inició una fulgurante carrera literaria que lo convirtió en una de las figuras más brillantes de la poesía alemana. Su primer libro, “Poemas”, se publicó en 1822.

Una vez terminada su carrera de Derecho, se dedicó de lleno a la poesía, mostrando en su obra la gran influencia que ejerció en él Wilhem F. Hegel, gran filósofo alemán. De esa época es su famoso “Libro de canciones” .

En 1827 viajó a Inglaterra e Italia y finalmente se radicó en Paris en 1831. Allí escribió sus poemas satíricos, “Alemania, un cuento de invierno” y “Romancero” en 1851.

Después de varios años de enfermedad, falleció en Paris 1856.

Con motivo de la llegada de un amigo

-Oh, amigo mío, el de las largas piernas,

El de las largas piernas de progreso.

¿Por qué a París tan azorado vienes?

¿Qué hay tras el Rhin de nuevo?

¿Ha sonado por fin en nuestra patria

De libertad el salvador acento?

-Todo va a maravilla: en nuestra patria

Hay paz fecunda, bendición del cielo;

Y Alemania, con pie firme y seguro,

Con pacíficos medios,

En lo exterior y en lo interior su vida,

Poco a poco, con calma, va extendiendo.

Prósperos somos, sí; no la de Francia

Prosperidad superficial tenemos,

Donde la libertad va destrozando

El exterior progreso:

Su libertad el alemán no lleva

Sino de su alma en los profundos senos.

Ya acabóse la iglesia de Colonia;

De Hohenzollern al linaje excelso

Debemos tal merced; Halzbourgo un poco

Contribuyó a tal hecho,

Y un rey de Wittelsbach fue el encargado

De hacer pintar los vidrios con esmero.

Leyes, constitución y libertades,

Con palabra del Rey nos prometieron,

Y del Rey la palabra soberana

Joya es de tanto precio,

Cual de los Niebelungos el tesoro

Que del Rhin enterrado está en el lecho.

El libre Rhin, el Bruto de los ríos,

Que nadie ha de robarnos en su anhelo,

Los holandeses graves lo sostienen

Por las plantas sujeto,

Y los suizos pacíficos lo guardan

Por la altiva cabeza prisionero.

Dios también una flota nos regala;

De una armada alemana, ya hablaremos;

Y la sobra de vida de la patria

Ya sobre barcos nuestros

Se extenderá gallarda y altanera,

De corrección las casas suprimiendo.

Llegó la primavera; la flor brota,

Los gérmenes estallan ante el viento;

Respiremos pacíficos y libres,

De la naturaleza libre en medio;

Y como nuestros libros se prohíben

Antes de estar impresos,

Seguramente dejará bien pronto

La censura cruel de ser un hecho.

 

 

Cuestiones

A orillas del mar desierto,

Junto al piélago intranquilo,

Un joven lleno de dudas

Se detiene pensativo,

Y así a las ondas inquietas

Dice con aire sombrío:

-«Explicadme de la vida

El arcano no sabido,

Enigma que tantas frentes

Ardieron por descubrirlo;

Cabezas engalanadas

Con adornos pontificios,

Frentes con mitras hieráticas,

Con turbantes damasquinos,

Con birretes doctorales,

Con pelucas, con postizos

Cabellos, y tantas otras

Cabezas que el escondido

Enigma saber quisieron,

Decidme, yo os lo suplico:

¿Qué es el hombre? ¿de dó viene?

¿Adónde va su camino?

¿Qué habita en el alto cielo

Tras los astros encendidos -»

El mar su canción eterna

Murmura triste y dormido;

Sopla el viento; huyen las nubes;

Los astros en el vacío

Fulguran indiferentes

Con sus resplandores fríos,

Y un demente una respuesta

Espera en tanto intranquilo.

 

El emperador de la China

Mi padre fue un zoquete, templado y receloso;

Mas yo el champagne apuro, y sé un monarca ser.

¡Oh mágica bebida! yo descubrí gozoso,

Que cuando alegre libo el néctar espumoso,

La China se embriaga de gloria y de placer.

Cual tulipán precioso de púrpura manchado,

Mi imperio, flor de Oriente, se extiende aquí y allá.

A ser yo casi un hombre ¡oh cielos! he llegado,

Y hasta mi esposa misma, mi esposa, en cinta está.

Y por doquier la dicha y la abundancia crece:

Se curan los enfermos, rnitígase el dolor;

Y hasta Confucio, el sabio de corte, me parece

Que filosofa ahora con claridad mayor.

El negro pan del pueblo trocóse en pastaflora;

El pobre sus harapos por sedas cambió,

Y el mandarín, el sabio, legión abrumadora

De monos jubilados, recobran en buen hora

La varonil firmeza que de su cuerpo huyó.

Chinesca maravilla que desafía al cielo,

Ví de Pekín la iglesia severa terminar;

Los últimos judíos la buscan con anhelo,

Bautismo allí reciben, y por premiar su celo

Les voy del dragón negro la cuarta cruz a dar.

La revolucionaria idea se ha apagado,

Y -«Oh, no, ya no queremos tener constitución,

Hasta el mantschou más noble exclama entusiasmado

-Es al Kantschou, al schiago al que ama la nación,»

Me dicen los doctores: «no bebas,» mas yo bebo,

Y sorbo y sorbo apuro, cumpliendo mi deber;

Se trata de mis pueblos, a su salud me debo,

Y debo por su dicha beber y más beber.

Y un vaso, venga un vaso, un vaso todavía;

Yo mi salud a China daré con loco afán;

Mis chinos más felices se juzgan cada día,

Y bailan, mientras cantan, riendo de alegría:

«Heil dir in Siegerkranz, Retter des Vaterlands,»¹

¹ Ceñid la corona de vencedor, salvador de la patria.

 

 

 

El tambor mayor

¡Qué cambio! miradle, es el cansado,

Viejo tambor mayor:

Allá cuando el imperio florecía,

Rozagante y feliz se contempló.

Erguido, y en los labios la sonrisa,

Orgulloso movía su bastón;

Los galones de plata de su traje

Brillaban deslumbrantes ante el sol.

Cuando entraba en aldeas y en ciudad

Entre alegres redobles de tambor,

De niñas y mujeres se agitaba,

Cual eco del redoble, el corazón.

Llegar, ver y vencer fue su destino,

Cual el del nuevo César, su señor;

Y el llanto de las rubias alemanas

Su rizado bigote humedeció.

Preciso era sufrirlo; en cada tierra

Que la planta del César dominó,

Los hombres el Monarca sojuzgaba,

Las mujeres hermosas el tambor.

Pacientes, cual encinas alemanas,

Mucho tiempo sufrimos tal baldón;

Licencia al fin para librar la patria

Nos dio nuestro legítimo señor.

Cual del circo en la arena el bravo toro,

Erguimos nuestros cuernos con furor,

Y los cantos de Koerner entonando,

Del francés sacudimos la opresión.

¡Canto terrible! sí; de horrible modo

En los oídos del francés sonó;

Y de espanto el espíritu invadido

Huyeron el monarca y el tambor.

El precio, al fin, un día hallaron ambos

De su vida satánica y feroz,

Y en manos del inglés, vencido y triste,

Prisionero cayó Napoleón.

De Santa Elena en el peñón desierto,

Sufrió martirio, y penas y dolor;

Tras sufrimientos largos é indecibles,

De un cáncer del estómago espiró.

Destituido, y sin amparo y viejo,

La misma fue la suerte del tambor;

Por no morir de hambre, el desdichado

En nuestro hotel como criado entró.

Él la sartén calienta, el piso lava;

Y conduciendo el agua, en su dolor

Sube con frente gris y vacilante

La escalera, escalón tras escalón.

Cuando mi buen amigo Federico

A visitarme va, su buen humor

No se priva del goce de reírse,

A costa del rendido gigantón.

¡Oh, déjate de bromas, Federico!

No es digna de un germano la misión

De abrumar con sonrisas los caídos,

Con mofas y con burlas el dolor.

Tratar debes, amigo, tales gentes

Con más respeto y más circunspección.

¡Por parte de tu madre, padre tuvo

Acaso sea el mísero tambor!

 

¡Estad tranquilos!

De Bruto con el sueño dormimos confiados;

Mas despertó, y a César hirió con su puñal;

Que los romanos eran malsines desalmados,

Insignes tiranófagos sin ley y sin piedad.

No vive entre nosotros romano peligroso;

Fumamos buen tabaco; tocó a cada nación

Una grandeza; Suavia, es el país dichoso

Que la mejor morcilla a fabricar llegó.

Nosotros somos probos, germanos que dormimos

Con sueño sano y dulce, con sueño sin doblez;

Al despertar es cierto que a veces sed sentimos,

Mas nunca de la sangre de nuestros reyes es.

Como la vieja encina, como el añoso tilo,

Nosotros somos fieles y fieros a la par:

Del tilo y las encinas en el país tranquilo,

Seguramente un Bruto no nacerá jamás.

Y si es que por acaso un Bruto aquí naciera,

En vano, en vano un César buscar pudiera aquí;

En cambio tenemos, en vez de su alma fiera,

Pasteles con especias, que no hay más que pedir.

Reyes y reyezuelos, que altivos se presentan

(No es una cifra enorme), tenemos treinta y seis.

Estrellas protectoras sobre su pecho ostentan:

De marzo por los Idus no tienen que temer.

Y padres les decimos, y patria apellidamos

A este país honrado, que como herencia real

Fue a nuestros reales padres: también idolatramos

Las berzas con salchichas, magnífico manjar.

Cuando a los tales padres hallamos distraídos,

Nuestros sombreros ruedan ante sus reales pies:

No es la Alemania inmunda caverna de bandidos;

Romanos tiranófagos jamás podremos ser.

Cebamos nuestros reyes, mas no los devoramos

No es nuestra ley pagana, cristiano es nuestro afán

Nuestro sabroso pato por San Martín matamos,

Y lleno de castañas a nuestro vientre va.

 

Insomnio

Cuando de noche pienso en Alemania,

No desciende a mis párpados el sueño;

Mis ojos no se cierran, mas los mojan

Mis lágrimas de fuego.

El tiempo va pasando; ya doce años

Desde que vi a mi madre trascurrieron;

Con la ausencia se acrecen cada día

Mi pena y mis deseos.

Aumentan mis deseos y mis penas;

De extraño hechizo preso,

A todas horas en mi mente viene

La viejecita, que conserve el cielo.

La pobre vieja me idolatra tanto,

Que hasta en sus cartas veo

Cómo su mano tiembla, y cuál se agita

Su corazón de madre allá en su pecho.

No se escapa mi madre de mi mente;

Doce años trascurrieron,

Doce años de dolor huyeron tardos,

Después que la estreché contra mi pecho.

Será eterna Alemania,

Es país de robusto y sano cuerpo:

Con sus fuertes encinas, con sus tilos,

Siempre podré encontrar su amado suelo.

Si allí mi pobre madre no viviera,

No suspirara por volver mi pecho.

No morirá Alemania, mas mi madre

Puede volar al cielo.

¡Cuántos, después que abandoné mi patria,

Besó la muerte con su helado beso!

¡Sangre derrama triste

Mi pobre corazón cuando los cuento!

Y es preciso contarlos; con el número

Aumenta mi dolor, y que los muertos,

Fríos y tristes ruedan,

Creo ¡gran Dios! sobre mi herido pecho.

¡Dios de bondad! por mi balcón penetra

Del sol de Francia el resplandor sereno;

Mi esposa llega, y su sonrisa aleja

Mis patrios melancólicos recuerdos.

 

 

Intermezzo lírico

 

Érase un caballero macilento,

Trémulo, triste, silencioso y lento,

Que vagaba al acaso,

con inseguro paso,

Siempre en hondos ensueños sumergido,

Tan desairado y zurdo y distraído,

Que susurraban flores y doncellas

Al pasar, vacilante, junto a ellas.

Huyendo de los hombres a menudo,

El lugar más recóndito escogía

De la casa, y allí, anhelante y mudo,

En la sombra los brazos extendía.-

¡Media noche sonó!… Rara armonía

Y voces peregrinas se escucharon

Entre la vaga bruma,

Y a la puerta, quedísimo, tocaron.

Con furtiva pisada,

Su visión adorada

Entra vestida de sonante espuma,

Y como fresca rosa,

La divinal hermosa

Brilla, encanta y perfuma.

Cúbrela tenue velo

De vaporosas joyas adornado,

Y la áurea cabellera en rizos suelta,

En ondas baña su figura esbelta;

Brillan sus ojos con la luz del cielo.

Y en brazos uno de otro, al par lanzados,

Se acarician los enamorados.

Contra el amante pecho,

Con fuerza apasionada,

La oprime el caballero en lazo estrecho;

Y el soñador despierta,

Y la nieve se torna en llamarada,

Y el pálido enrojece, y se convierte

El temeroso en atrevido y fuerte.

Mas ella, con engaño femenino

Y sin igual destreza,

Con el brillante velo diamantino

Le envuelve, sin sentirlo, la cabeza.

Encantado al instante

Se encuentra el caballero en un radiante

Palacio de cristal, bajo la linfa

De una tersa laguna sepultado.

Absorto y deslumbrado

Queda ante brillo tanto, mas la ninfa

Del onda habitadora

En sus brazos lo estrecha, lo enamora,

Y en tanto, sus doncellas

A la cítara arrancan notas bellas.

Y de modo tan dulce y lisonjero

Cantan y tocan, que los pies se lanzan

Al baile embriagador, y alegres danzan;

Y siente el caballero

Que, ya desvanecidos,

Amenazan dejarle sus sentidos;

Y a la ondina se enlaza

Y estrechamente en su ansiedad la abraza.

Más, de pronto se extingue

La viva luz… ¡Oscuridad completa!…

¡Y a hallarse vuelve, solitario y triste,

En su guardilla mísera el poeta!

Versión de Juan Antonio Pérez Bonalde

 

 

La barca

¡Carcajadas y canciones!

Los rayos del claro sol

Sobre las aguas derraman

Su sonriente fulgor:

Alegre barca las ondas

Mecen con su oscilación;

Con mis amigos mejores

Sentado en ella voy yo.

Choca la barca, deshecha

En mil trozos por el mar.

Eran malos nadadores

Mis amigos, por su mal,

Y en las rocas de la patria

Se vinieron a estrellar.

A mí a los bordes del Sena

Me llevó la tempestad.

Otra vez los mares cruzo

Sobre nueva embarcación:

Nuevos amigos contemplo

Girar a mi alrededor:

De extraños mares me arrulla

La melancólica voz.

¡Qué lejos está mi patria!

¡Qué triste mi corazón!

¡Canción nueva, y nuevas risas!

Silba el viento con afán:

Cruje herido el maderamen,

Que bate iracundo el mar.

Ya el postrer astro en el cielo

Extinguió su claridad.

¡Qué triste que está mi pecho!

¡Qué lejos mi patria está!

 

 

La diana

Bate sin miedo el tambor,

Y abraza a la cantinera:

He aquí la ciencia entera;

Esta, del libro mejor,

Es la acepción verdadera.

Que de tu tambor el ruido

Despierte al mundo dormido:

Toca con ardor diana.

¡Adelante, siempre erguido!

Es la ciencia soberana.

De Hegel es el profundo

Sentido más acabado;

Lo aprendí, y está probado:

Soy un muchacho de mundo,

Y un tambor aprovechado.

 

L’intermezzo

Preludio

Es en el antiguo bosque,

Es en la selva encantada;

Se respira, el grato aroma

Que la flor del tilo exhala,

Y fulgor maravilloso

De la luna solitaria,

Mi corazón va llenando

De delicias olvidadas.

Andando voy, y a mi paso

El aire rompe su calma:

Es el ruiseñor que amores

Y penas de amores canta.

Canta el amor y sus penas,

Sus delicias y sus lágrimas;

Y llora tan tristemente,

Gíme con dulzura tanta,

Que mil sueños olvidados,

En mí mente se levantan.

Sigo andando, y en un claro

De la selva abandonada,

Ante mí miro un castillo

Que alza sus viejas murallas.

Cerradas miré las rejas,

Todo era tristeza y calma;

Creí que tras de los muros

Sólo la muerte habitaba.

Vi una esfinge misteriosa

Ante la puerta parada,

Cuyo aspecto a un tiempo mismo

Atraía y espantaba:

De león era su cuerpo,

De león eran sus garras,

Y de mujer su cabeza,

Sus flancos y sus espaldas.

¡Una hermosa prometía

Deleites con su mirada;

De sus labios arqueados,

En la sonrisa, vagaban

Promesas halagadoras,

Misteriosas esperanzas.

¡El ruiseñor en el bosque

Tan dulcemente cantaba!

Resistir no me fue dado,

Y desde que en hora infausta

Sellé con un beso ardiente

Aquella boca de lava,

Por un encanto invisible

Miré sujeta mi alma.

Viva tornose de pronto

Aquella marmórea estatua:

Suspiros, tiernos suspiros

De su pecho se escapaban,

Y con sed devoradora,

Anhelante, apresurada,

Bebió de mi ardiente beso

La devastadora llama.

Vi que hasta el último soplo,

De mi vida ella aspiraba,

Y que jadeante de goces,

Entre sus robustas garras

Mi pobre cuerpo cansado

Oprimía y desgarraba.

¡Goce y placer infinitos!

¡Dulce angustia! ¡Dicha amarga!

Mientras que de aquella boca

Los besos me embriagaban,

Sus duras unas mi cuerpo

Sembraban de rojas llagas.

-«¡Oh bella esfinge! ¡oh amor!

-El ruiseñor lejos canta.

-¿Por qué, di tantos dolores

A nuestras dichas enlazas?»

Revélame el triste enigma,

¡Amor! ¡esfinge adorada!

Que hace muchos, muchos siglos

Que en ellos piensa mi alma!»-

I

En mayo, cuando los gérmenes

Revientan de vida llenos,

Cuando brotan las semillas,

Brotó el amar en mi pecho.

En mayo, cuando las aves

Entonan sus cantos bellos,

Confesé a mi dulce amada

Mi pasión y mis deseos.

II

Mis lágrimas se truecan

En perfumadas flores,

Se tornan mis suspiros

Canoros ruiseñores;

Las flores, si me quieres,

Te entregarán su cáliz perfumado,

Y dejará escuchar ante tus rejas,

El ruiseñor su canto enamorado.

III

Aves y luces y flores

Otras veces amé yo;

Tú eres hoy mi amor tan solo,

Niña de mi dulce amor;

Tú, que eres a un mismo tiempo

Para mi ardiente pasión

La estrella, y el blanco lirio,

Y la paloma, y la flor.

IV

Olvido mis sinsabores

Cuando contemplo tus ojos,

Y embriagado de amores,

Al besar tus labios rojos

Cesan todos mis dolores.

Si en tu seno me reclino,

Me embarga goce divino;

Mas ¡ay! si dices «te amo,»

La frente en silencio inclino

Y amargo llanto derramo.

V

Ven y apoya tu semblante

Sobre mi semblante yerto,

Para que en una se fundan

Las lágrimas que vertemos.

Tu corazón contra el mío

Aprieta en abrazo estrecho,

Para que abrasarlos pueda

La llama de un solo fuego.

Y cuando de nuestro llanto

Corra el torrente deshecho

Sobre la llama que ardiente

Va nuestro ser consumiendo;

Y cuando ciña mi brazo

Tu talle leve y esbelto,

En un trasporte de dicha

Espiraré satisfecho.

VI

Quisiera que mi alma amante

Guardara de un blanco lirio

La corola perfumada,

Y que la flor anhelante

Entonara en su delirio

Una canción a mi amada.

Temblar la canción debía

Y en círculos palpitantes

Agitarse misteriosa

Como el bezo de ambrosía

Que en horas ¡ay! ya distantes

Me dio su boca de rosa.

VII

Siglo tras siglo, en la altura

Inmóviles las estrellas,

Al llegar la noche oscura

Se miran tristes y bellas

Con amorosa dulzura.

Su lenguaje luminoso

Por el espacio se extiende,

En el nocturno reposo,

Mas ningún sabio comprende

Su lenguaje misterioso.

Yo entiendo su voz callada

Y siempre la entenderé,

Que en el rostro de mi amada

Y en la luz de su mirada

Mi diccionario encontré.

VIII

Yo te llevaré, bien mío,

Sobre el ala de mis cantos,

Te llevaré hasta las frescas

Márgenes del Ganges sacro;

Que allí conozco un retiro

Misterioso y solitario.

Un jardín allí florece,

Un jardín abandonado,

De la luna misteriosa

Bajo los serenos rayos;

Y en él, las flores del loto

Su hermana están esperando

Ríen allí los jacintos

Y contemplan a los astros,

Y al oído se refieren

Las blancas rosas, en tanto,

Murmuraciones gozosas

Y sucesos perfumados.

Las inocentes gacelas,

Por escuchar sus relatos,

Se van con ligera planta

Hasta el jardín acercando,

Y en los azules confines

Del horizonte lejano

Solemnes ruedan las aguas

Del turbio río sagrado.

Allí, bajo las palmeras,

Detendremos nuestros pasos,

Y su sombra misteriosa

Llevará hasta nuestros párpados

Sueños de calma inefable

Y de celestial encanto.

IX

Soportar no puede el loto

Del sol los claros fulgores,

Y con la frente inclinada

Soñando espera la noche.

La luna, que es su adorada

Lo despierta con sus rayos,

Y él descubre ante sus besos

Su semblante perfumado.

Y la mira y se enrojece,

Y se eleva ante la brisa,

Y llora y gime de amores

Agonizante de dicha.

X

Por las ondas retratada

Del Rhin, que la ciñe amante,

Se alza la torre elevada,

De la catedral gigante

De Colonia la sagrada.

Dentro del templo sagrado

Y sobre cuero dorado

Hay pintada una figura:

Ella mi existencia oscura

De fulgores ha llenado.

Entre ángeles y entre flores

Sonríen sus labios rojos,

Y sus ojos seductores

Son iguales a los ojos

Del ángel de mis amores.

XI

No me quieres, no me quieres,

Y no lloro tu desdén;

Mientras yo vea tus ojos

Más feliz que un rey seré.

Que me aborreces me dicen

Tus rojos labios, ¡mi bien!

Déjame besar tus labios

Y así me consolaré.

XII

¡Oh! no jures y abrázame tan sólo;

No creo en juramentos de mujeres.

Dulce es tu voz, ¡mi bien! pero es más dulce

El beso que arrebato a tus desdenes.

Yo te poseo, y juzgo las promesas

Soplo vano que el viento desvanece.

Yo creo en tus palabras de consuelo;

¡Oh! jura, amada mía, jura siempre;

Yo me juzgo dichoso al reclinarme

Sobre tu seno de animada nieve;

Yo creo, luz de la existencia mía,

Que me amará tu pecho eternamente,

Y todavía aun más, si el pensamiento,

Algo más que lo eterno soñar puede.

XIII

Sobre los ojos de mi bien amada,

¡Cuántos hermosos cantos he escrito!

¡Cuánto terceto dulce

Hice a la boca de mi bien querido!

¡Y qué canción tan tierna y tan hermosa,

Qué espléndido soneto

A su infiel corazón escrito hubiera,

Si un corazón guardara allá en su pecho

Si un corazón allá en su pecho tuviera

Si ella en su pecho guardara mi corazón.

XIV

Cada día es el mundo más absurdo.

¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!

De ti dice, pequeña hermosa mía,

Que es irascible y desigual tu genio.

Peor a cada instante te conoce;

¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!

No sabe cómo enervan tus abrazos

Y cómo abrasan tus ardientes besos.

XV

Preciso es que tú hoy al fin me lo confieses.

¿Eres acaso tú vano delirio,

Sueño que del cerebro del poeta

Nace en las tardes del ardiente estío?

Pero no, que una boca tan riente,

Que miradas tan dulces y tan tiernas,

Que un sér tan cariñoso, un ser tan bello,

Jamás pudo crearlos el poeta.

Basílicas, dragones y vampiros,

Endriagos y animales fabulosos,

Del poeta la ardiente fantasía

Deshacer y crear puede a su antojo.

Pero tú y tu malicia encantadora,

Y tu cara riente y hechicera,

Y tus dulces y pérfidas miradas

Jamás pudo crearlas el poeta.

XVI

En todo el esplendor de su hermosura

Como Venus saliendo de las ondas,

Brilla hoy mi amada en toda su belleza,

Celébranse hoy sus bodas.

¡Paciente corazón! ¡corazón mío!…

No le guardes rencor por sus traiciones;

¡Sufre y perdona a tu adorada loca,

Tus horribles dolores!

XVII

Rencor yo no te guardo,

Aunque mi pecho herido se desgarra.

¡Mi dulce amor perdido para siempre!

El tocado nupcial hoy te engalana,

Pero ni un solo rayo de tus joyas

Ilumina la noche de tu alma.

Lo sé hace mucho tiempo;

Yo te he visto flotar en mis delirios;

El fondo vi de tu alma, vi los áspides.

Que allí serpean con ardor sombrío,

Y cómo tú en el fondo desdichada

Eres también, amada mía, he visto.

XVIII

Si tú eres desdichada, y te perdono,

¡Ambos debemos ser desventurados!

¡Hasta que al fin la muerte nos sorprenda.

Debemos ser desventurados ambos!

Veo la mofa, que voltea alegre

En torno de tus labios;

Veo el brillo insolente de tus ojos;

Veo el orgullo hinchando

Tu seno, y «miserable, miserable

Eres cual yo» me digo sin embargo.

Tus labios mueve sufrimiento oculto:

Duerme una amarga lágrima en tus párpados

Y en quejas tristes de secreta pena

Está tu seno altivo rebosando:

¡Amada de mi vida,

Los dos debemos ser desventurados!

XIX

¿Acaso ya has olvidado

Que fue mío en otro tiempo

Tu pequeño corazón?

Tan bello y falso, que nada

Ni más falso ni más bello

Nunca en el mundo existió.

¿Acaso ya has olvidado

Cuando a la par mi existencia

Minaban pena y amor?

No sé decir si más grande

Era el amor o la pena;

Sé que eran grandes los dos.

XX

Si supieran las flores

Cuán triste y lacerado

Está mi corazón, derramarían

De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo.

Si supieran las aves

Cuán triste y cuán enfermo

Estoy, alegres cantos

Dieran, por distraer mi pena, al viento.

Si las estrellas de oro

Conocieran mi pena,

El cielo dejarían y a prestarme

Consuelos de fulgores descendieran.

Pero ¡ay! que nadie puede

Conocer mi quebranto;

Ella sólo lo sabe,

Ella, que el corazón me ha destrozado.

XXI

¿Por qué, dí, me dijiste, están las rosas

Tan pálidas? ¿Por qué?

¿Por qué en el verde césped las violetas

Tan marchitas se ven?

¿Por qué en el aire canta

Con voz tan melancólica la alondra?

¿Por qué los bosquecillos de jazmines

Dan a las brisas funerario aroma?

¿Por qué con luz tan triste y tan helada

El sol el prado alumbra?

¿Por qué la tierra toda

Sombría y gris está como una tumba?

¿Por qué estoy yo tan triste y tan enfermo?

Amada de mi vida, dímelo.

Oh, díme, sí, ¿por qué me abandonaste,

Amada de mi ardiente corazón?

XXII

¡Cuánto aumentaron mi pesada cuenta

Con sus quejas, mi amor!

Mas lo que abruma en realidad mi alma

No te lo han dicho, no.

Ante tí la cabeza sacudieron

Con aire grave y docto,

Y me llamaron «diablo» en tu presencia

Y lo creíste todo.

Y con todo, ¡mi bien! lo más amargo,

Eso no te lo han dicho;

Lo peor, lo más necio, lo más triste,

Está en mi corazón bien escondido.

XXIII

Los tilos florecían

Cantaba el ruiseñor;

Reía en el espacio

Alegre el claro sol;

Tu brazo contemplaba

Ceñido en torno mío,

Y alegre me estrechaste contra el pecho,

Por el amor y la ventura henchido.

Caían ya las hojas;

Crecían los arroyos;

El sol nos contemplaba

Con apagados ojos,

Helados nuestros labios

Un frío «adiós» dijeron,

Y tú me hiciste con gentil finura

El más ceremonioso cumplimiento.

XXIV

Mucho, mí bien, nos hemos adorado,

Y con todo, jamás nos ofendimos.

Siendo niños, hermosa, cuántas veces

A la mujer jugamos y al marido,

Y nunca. sin embargo, en nuestros juegos

Quedamos disgustados ni aburridos.

Más tarde, en los azares de la vida

Hemos gozado juntos y reído,

Y tiernos besos como en otros días

Sellaron a la par nuestro cariño.

Por último, el recuerdo despertando

De la niñez dichosa, que perdimos

Jugando al escondite, las praderas

Y la selva y el bosque hemos corrido,

Y escondernos supimos de tal modo

Que nunca hemos de hallarnos, dueño mío.

XXV

Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempo

Interés inspiráronte mis penas,

Y amante, consolaste y asististe

Mi dolor y mi angustia y mis miserias.

Tú me diste manjares y bebidas;

Tú llenaste mi bolsa de dinero,

Y ropa y pasaporte para el viaje

Me preparaste con celoso anhelo.

¡Amor mío! que Dios por muchos años

Te preserve del frío y del calor,

«Y que nunca del bien que tú me has hecho

Te recompense Dios.»

XXVI

Mientras yo mi regreso retardaba

En tierra extraña delirando loco,

Parecióle a mi bien larga la espera,

Mandóse preparar nupcial adorno,

Y el arco amante de sus lindos brazos

Al más necio tendió de los esposos.

¡Es mi amada tan dulce y tan hermosa!

Aun su imagen fulgura ante mis ojos;

De los suyos, las frescas violetas,

Las rosas inmarchitas de su rostro,

Y el lirio de su frente inmaculada

Florecientes se ven el año todo.

Creer que pude alejarme yo del lado

De ser tan celestial y tan hermoso;

Creer que alejarme pude, fue el más grande

Y necio error de mis errores todos.

XXVII

Angel de mis amores, cuando duermas,

En la fosa sombría,

Yo bajaré a tu lado, y en tu tumba

Me clavaré en silencio de rodillas.

Con fuerte abrazo te sujeto, loco;

Tú estás muda y helada;

Gemidos palpitantes y suspiros

En confuso rumor mí pecho exhala.

Es media noche: en grupos pavorosos,

Los muertos van danzando;

Sólo en el fondo de la tumba helada

Nosotros quedaremos abrazados.

Y cuando llame la eternal trompeta

Los muertos al tormento o a la dicha,

Nosotros en la tumba quedaremos

Para siempre abrazados vida mía.

XXVIII

Un pino se alza en la cumbre

De un monte del Norte helado.

Sueña; la nieve y el hielo

Lo envuelven con su sudario.

Sueña con una palmera

Que en el Oriente lejano,

Se alza solitaria y triste

Sobre un peñón abrasado.

XXIX

-¡Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El

escabel tan sólo de tus plantas,

Me hollarían tus pies, y de mis labios

Ni una queja tan sólo se escapara.

-¡Ah! -dice el corazón- si el acerico

Fuese yo donde clava sus agujas,

Sangre me arrancarían sus punzadas,

Y tal dolor juzgara yo ventura.

-¡Ah! si el roto papel -la canción dice-Fuera

yo con el cual sus trenzas riza,

¡Cuán quedo, en sus oídos murmurara

Cuanto vive en mi sér y en mí respira!

XXX

De mi labio huyó la risa.

A la par que ella de mí;

A mi lado llueven chistes,

Pero no puedo reír.

Tampoco el llanto a mi pecho

Consuelo le presta ya;

Mi corazón se desgarra,

Pero no puedo llorar.

XXXI

De mis penas voy formando

Mil canciones, que agitando

Su bello plumaje de oro,

Al corazón van volando

De la que sufriendo adoro.

Y después que allí han llegado,

Tristes vuelven a mi lado

Y se aumenta mi aflicción,

Y no dicen qué han hallado

Dentro de su corazón.

XXXII

Olvidar jamás yo puedo

Mi amor, mi dulce adorada,

Que fueron en otros días

Míos tu cuerpo y tu alma.

Yo aun quisiera de tu cuerpo

La esbeltez encantadora

Poseer; pero tu alma,

Tu alma, niña, es otra cosa;

Que la entierren si les place…

¡Me basta la mía sola!

Mi alma, ¡amor de mis amores!

Que yo en dos partir deseo,

Infiltrar media en tus venas,

Y unirme a ti en lazo eterno,

Para formar para siempre

Un todo de alma y de cuerpo.

XXXIII

Gentes endomingadas se pasean,

Por bosques y por prados,

Con gritos de alegría y con cabriolas

La natura esplendente saludando.

Miran con dulces ojos la romántica

Flora que nace, los verdores nuevos;

Van del gorrión la lenta melodía

En sus largas orejas absorbiendo

Yo en tanto, triste, en mi ventana corro

Cortinaje sombrío;

Me vale en pleno día una visita

De mis espectros ¡ay! siempre queridos.

Mi muerte amor también al cabo llega;

Viene del reino en que la sombra vaga,

A mi lado se sienta, y en silencio

Mi pecho traspasando van sus lágrimas.

XXXIV

Imágenes venturosas

De los tiempos de mi dicha

Salen de la tumba, y veo

Cuál fue, junto a ti, mi vida.

Soñando yo por las calles

Vagaba durante el día;

Con lástima y con espanto

Los vecinos me veían.

¡Tan demacrado y tan triste

Mi semblante aparecía!

Era mejor por la noche,

Desiertas las calles frías,

Errábamos yo y mi sombra

En callada compañía.

Con paso sonante el puente

Midiendo mis plantas iban;

Traspasando con sus rayos

Las nevadas nebecillas,

La luna me saludaba

Con seria melancolía.

Ante tu ventana inmóviles

Mis plantas se detenían,

Y tu ventana mirando,

Sangre el corazón vertía.

Yo sé bien que muchas noches

Desde tu ventana, niña,

Me has mirado, y que has podido

Ver, a la luz indecisa

De la alta luna, mi sombra

Como una columna flia.

XXXV

Un joven ama a una niña

Que de otro ansía el amor,

Pero éste se une con otra

En quien cifra su ilusión.

Con cualquiera se une entonces

La olvidada, en su rencor,

Y la pena hiere el pecho

Del que primero la amó.

Vieja historia que renace

Del mundo entre el ronco hervor,

Y que a aquel a quien sucede

Le destroza el corazón.

XXXVI

Cuando llega hasta mi oído

La canción ¿ay que mi amor

Cantaba en tiempo que ha huido,

Paréceme que rendido

Voy a morir de dolor.

Una aspiración oscura,

Del bosque triste a la altura

Con fuerza extraña me guía,

Y allí, en llanto de amargura

Se trueca la pena mía.

XXXVII

Soñé: era una princesa de mejillas

Frescas, húmedas, pálidas.

Bajo los verdes tilos reclinados,

Nuestros amantes brazos se enlazaban.

-El trono de tu padre no deseo,

Ni su cetro de oro ,

Ni ansío su corona de diamantes:

Yo quiero, flor de amor, tu amor tan sólo.

-«No es posible, -me dijo;- de la tumba

Yo habito el fondo helado.

Sólo de noche a ti venir yo puedo,

Y vengo porque te amo.»

XXXVIII

¡Eterno amor de mi vida!

Era una noche serena;

Sentados juntos estábamos

En una nave ligera,

Y cruzábamos en calma

Por mar tranquila é inmensa.

Las islas de los espíritus

Dibujaban sus riberas

Bajo la luz de la luna,

Que el éter cruzaba lenta;

Llegaban de allí las brisas

De dulces acordes llenas,

Y allí nebulosas danzas

Cruzaban el cielo aéreas.

Los misteriosos sonidos

Cada vez más dulces eran;

A cada instante la danza

Cruzaba más placentera,

Y ¡ay! sin embargo, nosotros,

Devorados por la pena,

Sin esperanza bogábamos

Por aquella mar inmensa.

XXXIX

Te amé, y te amo todavía,

Y si el mundo sucumbiera,

Entre su ruina ardería

Y hasta el cielo subiría

De mi amor la eterna hoguera.

XL

De la aurora a los fulgores

Cruzaba el jardín hermoso,

Cuchicheaban las flores;

Yo pensando en mis dolores

Caminaba silencioso.

Las flores, que murmuraban,

Con compasión me miraban:

-«No aborrezcas anhelante

A nuestra hermana, -gritaban,-Sombrío

y pálido amante.»

XLI

Mi pasión desesperada

Brilla en su lujo sombrío

Como una historia arrancada

Al Oriente, y relatada

En una noche de estío

Por un jardín caminaban

Dos amantes: no sonaban

Ni un rumor ni voz alguna;

Los ruiseñores cantaban;

Brillaba la casta luna.

Ella se paró gozosa;

A sus pies el caballero

Hundió la frente orgullosa;

Mas… vino el gigante fiero

Y huyó temblando la hermosa.

El doncel ensangrentado

Al cabo rueda sin brío;

El gigante se ha ocultado;

Enterrad mi cuerpo frío,

Y está el cuento terminado.

XLII

¡Cuánto me han hecho sufrir,

Y llorar y padecer,

Las unas con su cariño,

Las otras con su desdén!

Sobre mi pan y mi copa

Derramaron el dolor,

Las unas con su del precio,

Las otras con su pasión.

Mas la que con más tormentos

Logró mi vida amargar,

Ni despreció mis amores,

Ni amor me tuvo jamás.

XLIII

Tu rostro, dueño adorado,

Besa el estío brillante

Con su fulgor sonrosado,

Y en tu pecho, palpitante

Está el invierno encerrado.

Mas tal vez, pronto, bien mío,

Como nada existe eterna,

Extenderá el hado impío

Sobre tu rostro el invierno,

Sobre tu pecho el estío.

XLIV

Cuando a dos que se idolatran,

Separa el destino adverso,

Lloran y se dan la mano,

Y suspiran sin consuelo.

No lloraron nuestros ojos,

Ni nuestros labios gimieron;

Llanto y suspiros de pena

Nos atormentaron luego.

XLV.

Hablaban del amor, problema eterno,

Junto a una mesa, donde el té humeaba,

Haciendo de él, estética los hombres,

Sentimiento las damas.

«Siempre el amor platónico ser debe,»

Dijo con calma el flaco consejero;

La consejera suspiró al oírlo,

Mientras huyó un suspiro de su pecho.

Entre bostezos murmuró el canónigo:

«El amor sensüal es vil pecado

Que el alma pierde y la salud destroza.»

«¿Por qué?» pensó la joven entretanto.

«¡Ay! -dijo la Condesa- amor fue siempre

Pasión que eleva al infinito el alma.»

Y después al Barón, tierna y amable,

Con cortesía presentó una taza.

Aun quedaba un lugar junto a la mesa,

Y faltabas, bien mío,

Tú, que también tus sabias opiniones,

Tal vez, sobre el amor, hubieras dicho.

XLVI

Están envenenadas mis canciones,

¿Cómo no, vida mía?

Tú el veneno has vertido

Sobre la flor hermosa de mi vida.

Están envenenadas mis canciones,

¿Y cómo no, bien mío?

Serpientes mil mi corazón enlazan,

Y en él vas tú además, dueño querido.

XLVII

Volví a soñar bajo los altos tilos;

Hermosa noche estábamos,

Y de amor y de dicha en el exceso,

Fidelidad eterna nos jurábamos.

Seguía la promesa a la promesa

Entre ósculos ardientes;

Porque yo no olvidase un juramento,

Señalaste mi mano con tus dientes.

¡Oh! Dulce bien de los azules ojos

Y blanca dentadura,

El juramento, a mi entender, bastaba;

Sobraba, a no dudar, la mordedura.

XLVIII

A la cumbre subí, y ardi6 en mi pecho

Sentimental locura:

-Si un pájaro yo fuese,-Exclamé

suspirando con ternura,

Si fuera yo la golondrina errante,

Hacia tí volaría,

Y mi pequeño nido

De tu ventana en la cornisa haría.

Hacia tí volaría niña hermosa,

Si fuera ruiseñor,

Y en la enramada oyeras

De noche las canciones de mi amor.

Y si un canario fuese, también, loco,

Hacia tu corazón volando fuera,

Que sé, mi bien, que los canarios amas,

Y que te alegra su canción parlera.

XLIX

Lloraba porque en sueños

Te contemplaba muerta;

Despierto al fin me ví, copioso llanto

Surcaba ardiente mis mejillas yertas.

Lloraba porque en sueños

Ví que me abandonabas;

Después de despertar, aun mucho tiempo

Vertí en silencio lágrimas amargas.

Lloraba porque en sueños

Miré que aun me querías;

Desperté, y el torrente de mis lágrimas

Aun corre por mis pálidas mejillas.

L

Todas las noches, en mis tristes sueños,

Sonriendo te miro,

Y caigo, amante, suspirando loco

Ante tus pies queridos.

Me miras con tristeza, sacudiendo

Tu cabecita rubia,

Y por tus ojos de tu amargo llanto

Corren las perlas húmedas.

Y me dices muy bajo una palabra,

Y de rosas me entregas blanco ramo,

Y al despertar el ramo ya no existe

Y la palabra aquella he olvidado.

LI

Revuelve el viento la lluvia

De la noche entre las sombras:

¿Qué hará el ángel de mi vida?

¿Qué hará mi amor a estas horas?

Yo la veo en su ventana

Llenos los ojos de llanto,

Sus pupilas celestiales

En las tinieblas clavando.

LII

La selva azota viento penetrante;

Muda la noche tiende su sudario;

En capa gris envuelto, palpitante

Cruzo a caballo el bosque solitario.

Mis locos pensamientos bulliciosos

A mi corcel le sirven de avanzada,

Y ligeros me llevan, y gozosos,

Hasta el rico palacio de mi amada.

Ladran los perros con inquieto brío;

Con antorchas los pajes aparecen;

Subo, y sobre el marmóreo graderío

Mis espuelas sonando se estremecen.

En cámara de luces adornada,

Entre un ambiente tibio y perfumado,

Mi dulce bien espera mi llegada,

Y entre sus brazos caigo enamorado.

En tanto, el viento lúgubre murmura

Entre las ramas de la vieja encina:

«¿Dónde vas, paladín de la locura?

¿Dónde tu loco sueño te encamina?»

LIII

De su luciente morada

Se ha desprendido una estrella;

El astro de los amores

Que desciende hasta la tierra.

De los bosques se desprenden

Blancas flores y hojas secas,

Que arrastran regocijados

Los vientos en su carrera.

Canta el cisne en el estanque

Y de la arilla se aleja;

Calla su voz, y en las aguas

Su fosa líquida encuentra.

Huyeron hojas y flores;

Todo es silencio y tinieblas;

El astro se hundió en el polvo;

La voz de cisne no suena.

LIV

Un sueño me ha trasladado

A un castillo gigantesco,

Donde, entre tibios vapores

Y fulgores y destellos,

Muchedumbre abigarrada

Invadía con estruendo

El laberinto confuso

De ricos compartimientos.

Buscaba la turba pálida

La salida, con anhelo,

Retorciéndose las manos

Y con angustia gimiendo.

Se mezclaban con la turba

Las damas y caballeros,

Y yo mismo me vi pronto

En aquel tumulto envuelto.

De pronto me encontré solo,

Y me pregunté en silencio

Cómo pudo aquella turba

Desvanecerse tan presto.

Corrí; crucé desalado

Intrincados aposentos

Que a mi vista se extendían

En laberinto siniestro.

Eran cada vez mis pasos

Más pesados y más lentos;

Invadía helada, triste,

Fría angustia mi cerebro,

Y de hallar una salida

Ya dudaba en mi despecho.

Veo al fin la última puerta

Abrirla anhelante intento;

¿Mas quién ¡oh Dios! me detiene

Cuando salvarme deseo?

Era mi amada, que estaba

Ante la puerta en silencio,

Con el suspiro en los labios

Y en la frente el desconsuelo:

Volví hacia atrás, que me hacía

Su mano signo siniestro;

Pero ¿era aviso o reproche?

No podía comprenderlo.

Brillaba en sus claros ojos

Tan dulce y amante fuego,

Que aceleró sus latidos

Mi corazón en el pecho.

Y mientras que me miraba

Con aquel aire severo,

Mas tan lleno de dulzura

Y amor, me encontré despierto.

LV

En noche fría y triste, paseaba

Por el bosque sombrío mi tristeza,

Y el árbol que a mi paso despertaba,

Compasivo inclinaba la cabeza.

LVI

Yacen bajo la tierra los suicidas,

Al final de la negra encrucijada,

Y allí crece una humilde florecilla.

La flor azul del alma condenada.

Era la noche silenciosa y muda;

Llegué a la encrucijada suspirando;

Ante el fulgor de la amarilla luna

Aquella flor azul miré oscilando.

LVII

Me envuelve la sombra oscura,

Desde que tus ojos bellos

No alumbran con sus destellos

Mi camino de amargura.

Del amor y la alegría

No veo el astro brillante;

Tengo el abismo delante;

Trágame, noche sombría.

LVIII

Plomo en mi boca, en mi pupila sombra,

La mente entorpecida,

Y el corazón cansado,

En el fondo de un féretro gemía.

Después de haber dormido mucho tiempo

Se despertó mi alma.

Me pareció que oía

Alguno que a mi tumba se acercaba.

-«¿No quieres levantarte, Enrique mío?

El día eterno brilla,

Los muertos ya se alzaron,

Comienza al cabo la perpetua dicha.

-No puedo levantarme, amada mía;

Mírame bien, soy ciego;

Tanto por tí he llorado,

Que al fin mis ojos se quedaron secos.

-Enrique, con mis besos, de tus ojos

Ahuyentaré la noche;

Es preciso que veas

Los ángeles y el cielo y los fulgores.

-No puedo levantarme, amada mía;

La herida que tu lengua

Abrió en mi pecho amante,

Aun mana sangre y permanece abierta.

-Sobre tu corazón tan sólo, Enrique,

Apoyaré mi mano

No manará más sangre;

De aquella herida quedarás curado.

-No puedo levantarme, amada mía:

Tengo herida la frente;

Una bala de plomo metí en ella

Cuando me enloquecieron tus desdenes.

-Enrique, con los bucles de mi pelo

Yo cerraré tu herida,

Restañaré tu sangre

Y volverá a tu pecho la alegría.»

No pude resistir; era tan dulce

La voz que me llamaba,

Que quise levantarme

Y correr al encuentro de mi amada.

Y se abrieron de pronto mis heridas,

Y la sangre mis sienes y mi pecho

Anegó en turbulentas oleadas,

Y desperté llorando de mi sueño.

Epílogo

Enterrar quiero mis cantos,

Quiero enterrar mis quimeras;

Féretro insondable quiero,

Fosa necesito inmensa.

Ha de guardar muchas cosas

El ataúd bajo tierra;

Quiero que tenga más fondo

Que el tonel de Heidelberga.

Buscadme féretro duro,

De planchas fuertes y espesas,

Aun más largo que el gran puente

Que hay sobre el Rhin en Magencia.

Y buscad doce gigantes

De más vigor y más fuerza

Que el enorme San Cristóbal

Que hay de Colonia en la iglesia.

Que lo arrojen al profundo

Seno de la mar inmensa;

Que tal ataúd, tal fosa

Es necesario que tenga.

¿Sabéis ¡ay! por qué es preciso

Que enorme el féretro sea?

Porque en él enterrar quiero

Mis amores y mis penas.

 

 

Los dioses griegos

Bajo la luz serena de la luna

Como el oro en fusión el mar rïela,

Resplandor que el fulgor del claro día

Con la molicie de la noche mezcla,

La vasta playa misterioso alumbra,

Y en el azul del cielo sin estrellas

Vagan las blancas nubes como estatuas

De dioses colosales y siniestras,

Talladas por la mano del acaso

En las entrañas de brillante piedra.

No son, no son las nubes, son los dioses,

Los dioses mismos de la antigua Grecia,

Que el mundo alegremente gobernaron

En pasadas edades con su diestra,

Y hoy, después de su ruina y su caída,

Cuando la noche silenciosa media,

Cruzan dolientes por el ancho cielo

Espectros tristes, sombras gigantescas.

Fascinada y atónita mi vista,

Este flotante Pantheón contempla;

Colosales figuras que se mueven

Y cruzan tristes la extensión serena

Con un solemne y sepulcral silencio.

-Mirad a Kronion, rey de las esferas;

Su nieve los inviernos en los bucles

Vertieron, de su oscura cabellera,

Sobre aquellos cabellos que al moverse

Al Olimpo temblar un día hicieran;

Aun con furor el extinguido rayo

Trémula empuña su cansada diestra,

Y su rostro, que hollara el sufrimiento,

No perdió en la desgracia su fiereza.

¡Oh altivo Zeus! tiempos más dichosos

Aquellos tiempos que pasaron eran,

Cuando saciabas tu apetito ardiente

De hecatombes y ninfas hechiceras;

Mas de los mismos dioses el reinado

Término al fin en el espacio encuentra.

Los jóvenes empujan a los viejos

Cual tú un día empujaste en vil pelea

A tu padre y tus tíos los Titanes,

Júpiter parricida con fiereza.

También te reconozco, altiva Juno;

A pesar de tus celos y tus quejas,

Otra ha tornado el cetro de los cielos;

No eres la reina incontrastable y bella,

Y tus brazos de lirio ya impotentes

Miro, é inmóvil tu ojo de gacela;

Y ya a la hermosa que de Dios el hijo,

Fruto divino, en sus entrañas lleva,

Tu venganza cual rayo de los cielos,

Diosa vencida, a destrozar no llega.

Y a tí también, también te reconozco:

¿Con tu saber y tu égida y tu fuerza

La caída evitar no has conseguido

Del viejo Olympo, Palas Athenea?

Y también llegas tú, tierna Afrodita;

Tus cabellos cual oro en tu cabeza

Brillaban otras veces, ahora luce

Como plata tu hermosa cabellera.

Hermosa estás, el cinturón famoso

De las Gracias te ciñe y te sujeta,

Y sin embargo, miedo incomprensible,

Raro temor me causa tu belleza;

Y si cual héroes de lejanos días

Tu hermoso cuerpo poseer debiera,

Por loca angustia el corazón opreso

Yo moriría de quebranto y pena.

Eres tan sólo, Venus Libitina,

Ya de la muerte la deidad siniestra.

Tampoco Arés con su mirada amante

A su querida lívida contempla;

Febo Apolo, el hermoso adolescente,

Inclina tristemente la cabeza,

Y la lira sonante que alegrara

Del Olimpo feliz la noble mesa,

Y vibró en el banquete de los dioses,

Destemplada sostiene con su diestra.

Más sombrío Hefaistos me parece,

Y el adusto Vulcano con fiereza

A la celeste reunión no sirve,

A Hebe sustituyendo, el dulce néctar.

La risa inextinguible de los dioses

Después d tanto tiempo ya no suena.

Yo jamás os amé, ¡viejas deidades!

¡Divinidades clásicas y fieras!

Mas piedad santa y compasión, ardiente

De mi pecho sensible se apodera

Cuando errantes os miro por la altura,

¡Dioses abandonados! ¡sombras muertas!

¡Nebulosas imágenes que el viento

Hace huir aterradas y dispersas!

Y al, pensar cuán cobardes y cuán falsas

Los dioses son que un día os vencieran,

Esos sombríos y modernos dioses

Que hoy los cielos dirigen y gobiernan,

Zorros de sangre ansiosos, que se cubren

Con la piel del cordero, ardiente llena

La ira mi pecho, y deshacer sus templos

Y por vosotros combatir quisiera.

Por vosotros, deidades sonrïentes,

Y vuestro buen derecho, que la Grecia

Con su ambrosía perfumó y sumiso,

En vuestro nuevo altar lleno de ofrendas

Adorar y cantar y alzar al cielo

Los brazos suplicantes yo quisiera.

Verdad es que otras veces, viejos dioses,

De los humanos en las luchas fieras

Del vencedor tomabais el partido,

Venales cortesanos de la fuerza.

Pero es el alma del mortal más noble,

Más entusiasta y generosa y tierna,

Y yo sigo, en las luchas de los dioses,

De los dioses vencidos la bandera.-Hablaba

así, y en el sereno cielo

Las visiones fantásticas de niebla,

Sensibles a mi voz, enrojecían,

Mirábanme con silenciosa pena,

Y cual por el dolor transfiguradas

Fundiéronse de pronto en las tinieblas.

Ya se había escondido silenciosa

La luna tras las nubes cenicientas,

Alzaba el ancho mar su voz sonora,

Y del espacio en la extensión inmensa

Salían victoriosas, derramando

Sus eternos fulgores, las estrellas.

 

 

Los tejedores de Silesta

Silenciosos, sin fe, no brilla el llanto

De aquellos hombres en los ojos secos.

Crujen sus dientes, fúnebres canciones

Ante el telar sentados van diciendo:

«Vieja Alemania, tu sudario helado

Ya tejen en la sombra nuestros dedos,

Y en el tejido vil, los labios mezclan

De maldición y cólera los ecos.

¡Tejemos! ¡Tejemos!

»Maldito sea el Dios de los dichosos,

Al que elevamos míseros acentos,

Del hambre horrible en los eternos días

Y en las heladas noches del invierno:

En vano en su piedad la fe pusimos;

Él nos vendió, burlados: pobres necios!

¡Tejemos! ¡Tejemos!

»Maldito sea el rey, el rey del rico,

Al cual en vano, de amargura llenos,

Misericordia y compasión pedimos:

De nuestra bolsa ruin el postrer sueldo

Él arrancó con avidez, y ahora

Ametrallarnos hace como a perros.

¡Tejemos! ¡Tejemos!

»Maldita nuestra patria también sea,

Nuestra patria alemana, donde el cielo

Cubre tan sólo oprobio, mal e infamias,

Donde, al abrir sus pétalos al viento,

Se marchita la flor, y sólo viven

La laceria, el engaño, el vilipendio.

¡Tejemos! ¡Tejemos!

»La lanzadera vuela, el telar cruje;

Días y noches sin cesar tejemos.

Vieja Alemania, tu sudario helado

Ya tejen en la sombra nuestros dedos,

Y mezclan nuestros labios al tejido,

De maldición y cólera los ecos.

¡Tejemos! ¡Tejemos!»

 

 

Mi alma se parece al mar…

Mi alma se parece al mar:

tiene olas y tempestades;

pero en sus profundidades

muchas perlas se han de hallar.

Versión de Guillermo Matta

 

 

Nueva primavera

En su amor la mariposa

Vuela de la fresca rosa

Sobre el cáliz perfumado;

Un rayo del sol ardiente

La baña amorosamente

Con su resplandor dorado.

Pero ¿a quién ama la rosa?

¿Quién el amor de la hermosa,

Quisiera saber, merece?

¿Es el ruiseñor que canta?

¿O el astro que se levanta

Cuando la tarde decrece?

No sé a quién la rosa adora:

Pero mi pecho atesora

Para todos tierno amor;

Para todos, rosa bella,

Rayo de sol, clara estrella,

Mariposa y ruiseñor.

Versión de Guillermo Matta

 

Pon en mi pecho, niña, pon tu mano….

Pon en mi pecho, niña, pon tu mano.

¿No sientes dentro lúgubre inquietud?

Es que .en el alma llevo un artesano

que se pasa clavando mi ataúd.

Trabaja sin descanso todo el día;

y en la noche trabaja sin cesar;

que acabes pronto, maestro, mi alma ansía,

y me dejes en calma descansar.

Versión de Vicente Huidobro