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Brossa, Joan

Joan Brossa. España. Catalunya 1919-1998

Reseña biográfica

Poeta, dramaturgo y artista plástico español nacido en Barcelona el 19 de enero de 1919.

A los diecisiete años, cuando se encontraba en el ejército, inició la producción poética con la obra “Tercera Divisió”.

Su obra creativa, además de la poesía, abarcó otras facetas del arte como el cine, el teatro y la música.

Fue uno de los fundadores de la revista Dau al Set en 1948 y uno de los principales introductores de la poesía visual en la literatura catalana.

Su obra fue reconocida con importantes galardones: Premio Nacional de Artes Plásticas en 1992, Premio Nacional de Teatro 1998 y la Medalla Picasso de la UNESCO. Fue Miembro i Socio de Honor de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana.

Falleció en Barcelona el 4 de octubre de 1998.

A B C D

A Si quieres conocer a un hombre,

dale poder.

B Si me quieres bien, tus obras

me lo dirán.

C Tampoco existe el amor,

sólo puedes dar pruebas de él.

D Gritar es digno.

Versión de Carlos Vitale

A todos

Me empolvo la cara con la borla. Con

lápiz oscuro indico el fondo de las arrugas y con lápiz

blanco la parte que sale más. Me pinto las cejas muy

negras y los labios rojos. Me doy unos toques de almáciga

y me engancho los bigotes.

Me arranco los bigotes de crepé. Me borro el negro de las

cejas, el rojo de los labios y las rayas que marcan

las arrugas. Me unto la cara con vaselina hasta dejarla bien limpia.

Sobre la mesa, la peluca y las patillas junto

con un montón de libros.

Octubre de 1950

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Amor…

Amor,

en este poema

no existe el tiempo:

todo el curso del Universo

se da en él a la vez.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Antoni Tàpies

Tàpies: He recibido tu carta. Muy,

muy agradecido por las postales de Miró.

Ahora ya no me falta ninguna. Creo firmemente

en la sinceridad de tu carta y estoy

muy contento de tu paso. Por fin te has dado cuenta

de hasta qué punto va llena de veneno la serpiente

que aún colea. Tàpies: no aplastarán la tierra

los déspotas. Debemos cambiar -me ha

escrito Cabral-, debemos tener la certeza

de que hay que cambiar. Éste es el primer paso.

Veo que tú, sin embargo, has alcanzado la palanca

del arroyo. Has hecho de un árbol

otro árbol. Los árboles

se enlazan unos a los otros.

Que nada de eso se convierta en letra

muerta, fosforescencia de espíritu libresco.

Sí, Tàpies, aquí abajo todavía

el silencio comanda. La flor

y nata del buen vivir se ha vuelto

un montón de oscuridad cercada con cañas.

Dau al Set continúa siendo la oscura revistilla

representativa tan sólo de nuestras minucias.

Ponç, Puig y yo no queremos respirar más

en estas estrecheces y, ante las respuestas

secas del director, hemos dejado de colaborar. Ya verás,

ya verás los números que salen y los próximos que saldrán.

¡Están llenos de muerte, los desventurados!

Siempre el mismo canto triste acompasado

con el sonido de cascabeles podridos. Sin embargo,

al final, han caído, mortecinos y oscuros, las doce,

y nosotros, como te he dicho, hemos encendido la luz

y hemos ganado la explanada.

Envíame fotografías de los cuadros que pintes.

Creo que trabajas mucho. ¿Sale muy

rabiosa tu pintura? No me lo parece.

París y tú ya debéis ser como hiedra

y tronco. Lo malo es que ya se te va

marchitando la rosa de la beca. Cuando

llegues a Barcelona te parecerá que

te hundes en un pozo profundo, sí,

muy profundo. Aquí los ricos se dan besos

en los guantes mientras los pobres arrastran

el culo risco abajo. El jardín de la gaya

ciencia va lleno de adulacristos. Todo

rumorea de silencio. Todos protestan de ello.

Hoy, uno de mayo, los policías van de cuatro

en cuatro.

En fin,

Tpies, no quisiera que se me amodorrase el alma

teniendo que llamar con estas frases. Baja, amigo,

y todo nos cogerá brillo en las manos

porque, como ya sabes, el tiempo nos da la razón

a nosotros, que tenemos el mejor vino hirviendo

muy cerca del rescoldo.

1 de mayo de 1951

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Bailarina al norte

I

Fondo negro. Pas seul de unas piernas que se destacan en blanco.

II

Cortina azul.

III

Fondo negro. Gran hoguera en mitad del escenario.

Telón

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Cosmogonía

Adelantaba ligeramente el muslo

y lo ponía entre las piernas,

y su pierna izquierda la

ponía encima, por fuera

de mi muslo izquierdo.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Eco

A Maria-Lluïsa Palau

-¿Podrías decirme qué es el sol? -El sol.

-¿Y la luna, podrías? -Es la luna.

-¿Y por qué llora Pedro inconsolable?

-Porque en su vida no ha tenido suerte.

-¿Y qué son las montañas, las estrellas?

-Son solamente estrellas y montañas.

-¿Y estas raíces qué? ¿Y qué estas cañas?

-Pues no son más que cañas y raíces.

-¿Qué es esta mecedora? ¿Y esta mesa?

¿Y estas manos que forman sombras chinas?

Dime: ¿y el mundo, el hombre?

-Ved aquí

la faz final de la sabiduría:

Mírate a fondo, afirma siempre el ser

y aprende: nada más puedes hacer.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

El gran triunfo

Siento el latido inmenso en la llanura

y lo canto en la altura de la cumbre.

En plena libertad, libres procura

Todas las Cosas. Jamás servidumbre

En la fuente del gozo, en tu hermosura

He hallado. ¿Ves?, amor, en muchedumbre

Cruzo el dédalo; mas contigo, pura

Naranja que ha crecido de la lumbre,

¡Cuánta luz salta con la sombra mía!

En plenitud de paz en ti me inclino,

Más allá del amor nada nos guía:

Sendas y objetos vuelcan el destino

En la hoguera del alba. Noche y día,

La tuya, amor, al tiempo desafía.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

El jardín de la reina

¡Eh, no piséis al escarabajo!

Johannes Brahms

Éste es el jardín de la Reina.

Ésta es la llave del jardín de la Reina.

Ésta es la cinta que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éste es el pez que ha mordido la cinta que sostiene

la llave del jardín de la Reina.

Éstos son los ojos que brillan como el pez que ha

mordido la cinta que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éstas son las manos que han hecho sombra a los ojos que

brillan como el pez que ha mordido la cinta que

sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éste es el cabello que han peinado las manos que han

hecho sombra a los ojos que brillan como el pez que ha

mordido la cinta que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Ésta es la fuente que ha mojado el cabello que han

peinado las manos que han hecho sombra a los ojos que

brillan como el pez que ha mordido la cinta que

sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éste es el camino que bordea la fuente que ha mojado

el cabello que han peinado las manos que han hecho sombra

a los ojos que brillan como el pez que ha mordido la cinta

que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

El nacimiento de Venus

Cortina azul. Entra la stripteasera por la mitad de la cortina. Tiene ojos muy expresivos. Va en traje de calle oscuro. Al quitarse la chaqueta se empiezan a escuchar, lentas, las campanadas de un reloj: las doce. Cuando suena la última, la chica aún no ha acabado de desnudarse; actúa seria y vive íntimamente su número.

Cuando ha acabado dice:

«Me cachondeo de todos los dioses».

(Recoge la ropa y sale por la derecha).

TELÓN

Versión de Carlos Vitale

El tiempo

Este verso es el presente.

El verso que habéis leído es ya el pasado

-ha quedado atrás después de la lectura-.

El resto del poema es el futuro,

que existe fuera de vuestra

percepción.

Las palabras

están aquí, tanto si las leéis

como si no. Y ningún poder terrestre

lo puede modificar.

Versión de Carlos Vitale

El último hombre

A pesar de las apariencias y las teorías, dice

que tiene miedo de la soledad; se siente distanciado

de los objetos; tiene miedo de no ser más que una

cosa entre las cosas, entre objetos sin nombre:

tiene conciencia de no estar aquí.

Versión de Carlos Vitale

España

No existe la censura:

lo que existe es un Servicio de Información Bibliográfica

para evitar posibles perjuicios económicos a los editores.

No hay gente que se muere de hambre:

hay personas que sufren insuficiencias tróficas

debidas a insuficiencias alimentarias.

No hay lucha de clases:

hay tensiones sociales polarizadas en torno a desiguales

repartos de la Renta Nacional.

No hay oposición episcopal:

no se trata de quitar al obispo sino de modificar

las estructuras jerárquicas que no son conscientes

del compromiso con las líneas posconciliares.

No hay partidos políticos:

hay articulación de contrastes de opiniones.

No hay subida de precios:

hay revisión de tarifas.

No hay derecho de huelga:

hay una manera de exteriorizar el conflicto directo.

No hay epidemia de cólera:

hay brotes de diarreas estivales.

No se habla de amnistía,

sino de condena de sanciones.

Etcétera.

Versión de Carlos Vitale

Fin del ciclo

Las hojas caídas obstruyen el camino.

Imagino que soy el que no soy.

Aquí me estoy muy quieto.

Procuro no moverme

y ocupar el mínimo espacio.

Como si ya no estuviese allí.

El silencio es el original,

las palabras son la copia.

Versión de Carlos Vitale

La guerra

Cruza un burgués vestido de cura.

Cruza un bombero vestido de albañil.

Yo palpo una tierra muy humana.

Cruza un cerrajero vestido de barbero.

Me como un trozo de pan

y me tomo un buche de agua.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Noche

Más allá del espacio que percibimos brilla una multitud innumerable

de mundos semejantes al nuestro.

Todos giran y se mueven.

Treinta y siete millones de tierras. Nueve millones quinientas mil lunas.

Pienso con espanto en distancias incalculables

y en millones de globos muertos

alrededor de soles ya apagados.

Medito sobre el orgullo.

¿Qué ocurre más allá de los astros?

El suelo está regado.

Una mujer da un beso a una niña.

Hoy la cena ha sido espléndida.

Se oye tocar un manubrio.

Hay un espejo colgado en la pared.

Entrad, entrad, la puerta está abierta.

Afuera pasan un pastor y un trapero.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Nocturnalia

A Pepa

Pura contra la noche está mi mano,

Riqueza y fuerza me echaré a la espalda;

Busco la calma en lo que pensar pueda,

Donde empieza la queja trazo raya.

Suelen bastarme el hombre y su misterio,

El azufre que hiero no me daña;

Pero la suma escapa al juicio humano,

y me sacude el trueno y raya el rayo.

Pero no digo que mi error lamente:

-¡Echa raíces, olvidada tierra!

En torno de tu amor dialogando,

Cuanto retengo piérdolo con ansia:

Ni siento horror de morir como pienso

Ni pensar como muero me entristece.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Paisaje

Una línea avanza del monte

de Júpiter y se dirige horizon-

talmente hasta la parte más alta

del muñón, bajo el monte de

Mercurio; pasa por debajo de los montes

de Saturno y de Apolo y corta

en su trayecto las líneas de

Saturno, de Apolo y de Mercurio.

Ahora apago la luz, y todo queda

a oscuras.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Pasa un obrero con el paquete del almuerzo…

Pasa un obrero con el paquete del almuerzo.

Hay un pobre sentado en el suelo.

Dos industriales toman café

y reflexionan sobre el comercio.

El Estado es una gran palabra.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Pim-pam-pum

I

Desde la oscuridad absoluta, el escenario se ilumina. Fondo azul.

Hacia la derecha, una mesilla de noche. En el centro del escenario,

un personaje alto, envarado, de frac, con sombrero de copa

y guantes en la mano. Pausa. Entra por la derecha, envarada, una

señora en vestido de noche oscuro; saca del cajón de la mesilla

una banda roja y se la coloca al gran dignatario con toda solemnidad.

La gran dignataria, igualmente envarada, sale. El personaje continúa inmóvil.

La luz va adquiriendo un tono rojizo hasta el color rojo intenso; después

se va apagando gradualmente hasta quedar todo a oscuras.

II

El escenario se ilumina. Fondo amarillo. Inmóvil en medio del escenario,

un clérigo con sombrero de canal y manteo. De pronto se desnuda lentamente.

Es una mujer, una stripteaser que ejecuta su número de una forma rutinaria,

más bien vulgar, ondulando los lados. Debajo de la sotana lleva ropa interior

femenina de color violeta, con las medias negras. Cuando se ha desnudado

completamente, permanece inmóvil y se apagan las luces.

III

El escenario se ilumina. Fondo rosado. En el centro, un militar inmóvil

con el pecho lleno de cruces y medallas y la mano izquierda apoyada en el sable.

Pausa. De súbito, las condecoraciones se le van cayendo una a una.

Al caer la última, baja el

Telón

Versión de Juan Manuel Gisbert

Poema

Yo me desnudo

y vosotros os vestís.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Poema (2)

Un silencio

Un grito

Un toque de gong.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Sensatez y cabellera

Nadie es el autor

de este Poema mío.

Vladimir Mayakovski

Nacer, morir, vejez y juventud,

roca, esperanza, confianza, nostalgia,

boca callada, espíritu sonoro,

hileras de franqueza y falsedad.

Hacer que en la tristeza caigan copos,

así la vastedad del amor mío

contra el vacío inmenso del furor

del mar bramando, al sol sal encendida.

El paso errado se burla del recto,

y el alborozo y el dolor de ser

el confundir sus ráfagas no excluyen.

El buey que llora y labra y el buey de oro,

el pozo primordial, lo revelado,

todo es fulgor del nacer al morir.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

Streap-tease

Fondo naranja. A intervalos de diez segundos caen del techo todas

las prendas con que se viste una mujer. Finalmente caerá un

zapato y , al esperar que caiga el otro, baja el telón.

Versión de Juan Manuel Gisbert

Streap-tease (2)

Hoja tras hoja desnudo los árboles.

Piedra tras piedra desnudo el terreno.

Después el cielo desaparece.

Y la tierra también se va.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Si fueras una ola, serías mi juego favorito.

Si me quisieras siempre, serías la plenitud.

Si fueras una manera de hablar, serías el diálogo.

Si lloraras inquieta, te buscaría y no te encontraría.

Si fueras una puesta de sol, serías la más bella de todas.

Si fueras un árbol, serías un cedro.

Si ostentases colores, serías blanca y roja.

Si fueras la nieve, pasarías más allá.

Si fueras una sustancia, serías el bálsamo.

Si fueras sustituida, serías la madera de una columna.

Si yo fuera un barco, te llevaría delante mismo de la proa.

Si no fueras una muchacha, serías una rosa silvestre.

Si fueras una estrella invisible, serías el mutuo amor.

Si me rodeases suavemente y te disolvieses, serías el rocío de la

noche que moja los árboles.

Si desfallecieras, serías un escudo roto.

Si fueras una flor, nunca te apagarías.

Si relampaguearas, serías talmente una piedra engastada del color

del flujo del mar.

Si te viese en cualquier lugar, te señalaría a ti.

Si fueras indiferente, serías el crepúsculo.

Si me mirases distraídamente, serías mi esperanza.

Tu presencia me parece la forma más placentera de la armonía

misma.

Si la música se llenara de ti, brotaría un acorde grave y lastimero.

Si fueras un trébol, serías la llave de la aurora.

Si fueses la suavidad, serías el peso del agua.

Si fueras la tristeza, serías los días y el tiempo.

Si fueras un deseo, serías pasión desplomada.

Si fueras la luna, serías un ala.

Si fueras un reloj, serías un círculo profundo.

Si fueras el espacio, serías su mitad y su centro.

Si no fueras una estrella favorable, serías una roca que defiende

un territorio.

Si te escondieras de mí para siempre, serías la noche circundante.

Si fueras un camino, serías la orilla del mar.

Si fueras un jardín, serías un astro de flores.

Si fueras un paisaje, serías un bosque que respira.

Si fueras un anillo, serías eternamente irrompible.

Si fueras sombra densa, serías un camino entre los astros diáfanos.

Si fueras una tarde, serías un día.

Si fueras un año, serías un siglo.

Si fueras un ruido, serías el ruido de unos pasos que resuenan

oídos en secreto.

Si fueras un pedestal, serías una isla azulada.

Si el mundo fuese roto en pedazos, serías su silencio.

Si inclinaras más la frente, el corazón tintinearía claro.

Si suspiras, el tiempo que pasa se vuelve dulce.

Si te encaramas por el cielo, en la meditación te encuentro.

Si fueras una bolita, serías una sola gota de agua.

Vives en el sentido de la llama, no en el de la ceniza.

Si fueras un número, serías una cantidad inacabable.

Si mudaras de forma, serías una montaña oscura y agradable.

Si fueras el viento terral, dormirías sobre una cola de colores.

Si te conociera la lluvia, caería en el lugar que tú indicaras.

Si intentaras salvar a alguien, lo llenarías de espigas.

Si fueras una pared, te escudarían los árboles.

Si cayera la luz, serías la copa de cada día.

Cubrirías la juventud, si fueras la madrugada.

Si pasara el otoño, tú serías la primavera inminente.

Si fueras un color, serías la alegría del sol en un bancal de hierba.

Si fueras una voz, tendrías el color de un perfume.

Si fueras un perfume, tendrías la voz del color que te llevara.

Si fueras un cristal, apagarías los suspiros.

Si fueras un desierto, ondearías sin ningún límite.

Si eres una palabra, serías amarse

Si fueras un ídolo yo prepararía tu adoración en los santuarios.

Si fueras tibia claridad, te rodearías de rebaños.

Si fueras una gota de sangre, iluminarías.

Si el mundo de vida fuera todo soledad y caos, ya estarías destinada a

manifestarte.

Si el mundo fuera una brumosa caverna, en ti convergerían infinitudes.

Tu eres el más bello reflejo de la Imagen primordial

Que allende los tiempos se multiplica inexpresable.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

Un espía ronda por las calles de Washington

Un hombre lleva abrigo y botines grises.

Pasa una mujer, muy guapa, enlutada.

Un muchacho, con gafas de miope, explica con profusión de detalles

cómo es el que le ha sustituido en el cargo.

Un hombre, con una cicatriz en la mano, sale apresuradamente

de un edificio

con una cartera bajo el brazo.

Un transeúnte se queja de que es indigno cómo atropellan a la

gente por la calle.

Pasa un muchacho con un viejo encorvado.

Un militar, huraño, sube a un coche, que arranca.

Una mujer entra en una óptica.

Un hombre se mete en una cabina telefónica.

Pasan grupos de jóvenes.

Un hombre, que lleva bigotes, se quita las gafas.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Un hombre estornuda…

Un hombre estornuda.

Pasa un coche.

Un tendero baja la persiana metálica.

Pasa una mujer con una garrafa llena de agua.

Me voy a dormir.

Eso es todo

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Vida mía

Cuando hablo, el amor llevo en la saliva.

Me exalta donde yo no soy tu vida;

Te exalta donde tú no eres mi vida:

Fuego en el prisma

Tal fuerza oscura nace del instinto;

Mas veo el fuego y siento en vena viva.

Ya el intercambio de cabello y hierba

Me hinche de frutos.

¿Y qué húmedo teatro en el rocío

Acerca a la honda sombra tu figura,

Que de la más remota lejanía,

Mezclo los hitos?

Tumba las tristes voces, hembra azul;

Veo quemando el fuego toscos prismas,

En rústica manzana oigo ebrias voces;

Vivo cuando hablan.

Con ambas manos al rayar el alba,

Balbuceo por vías obstruidas

Mientras abro entre fuego inmensas puertas,

Reflejo de otras.

Tu mirada perfuma a quien te mira,

De amor impregno tu única imagen,

Y la palabra, viva a flor de labios,

Es primitiva.

Pierdo el límite, cal iluminada;

y provoco naufragios entre plantas.

Nada de lo que miro es con mis ojos:

Fuerza ni esfuerzo.

Hablas, y el cielo es un lugar salvaje,

Desde el nacer del sol hasta la puesta.

Nieblas y nieblas. Tus ojos no miran

Al mirar, nada.

Mas la ola estalla y el ojo se encanta

Del barco que es el cuerpo en las personas

Y, entre las peñas de una playa oculta,

Brilla el crepúsculo.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

Brines, Francisco

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Oliva, Valencia en 1932.

Estudió Derecho en Deusto, Valencia y Salamanca y cursó estudios de Filosofía y Letras

en Madrid.

Es uno de los poetas actuales de más hondo acento elegíaco. Pertenece a la segunda generación de la post-guerra, y junto a Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, entre otros, conformó el «Grupo de los años 50».

Fue lector de Literatura Española en la Universidad de Cambridge y profesor de español en la Universidad de Oxford. En el año de 2001 fue nombrado miembro de la Real Academia Española, para reemplazar la silla vacante tras el fallecimiento del dramaturgo Antonio Buero.

Se destacan entre sus obras: «Las brasas» en 1959, «Palabras a la oscuridad» en 1967, «El otoño de las rosas» en 1987, y «La última costa» en 1998.

Entre los premios recibidos, aparecen: Adonais de poesía en 1959, Premio Nacional de la Crítica en 1967, Premio de las Letras Valencianas en 1967, Premio Nacional de Literatura en 1987, Premio Fastenrath 1998 y Premio Nacional de las Letras Españolas en 1999.

A PUNTO DE UN VIAJE EN COCHE

Las ventanas reflejan

el fuego de poniente

y flota una luz gris

que ha venido del mar.

En mí quiere quedarse

el día, que se muere,

como si yo, al mirarle,

lo pudiera salvar.

Y quién hay que me mire

y que pueda salvarme.

La luz se ha vuelto negra

y se ha borrado el mar.

ACEPTACIÓN

Saliste a la terraza

pensando que la brisa de la noche

podría devolverte al que eres siempre.

Mas la tibieza que en tu cuarto había

era un ámbito ,allí, bajo la calma

de alejadas estrellas.

Olvidar pretendías unas horas

todavía recientes, la penumbra

que acercaba el latido de los dos,

y tus palabras qué serenas eran

como si a nadie las dijeses. Viste

la emoción de su rostro, su contorno

quemarse de belleza;

y esas mismas palabras te llenaban

de dolor y de sombra.

De nada te sirvió, cuando quedaste

solo, cegar la luz,

hacer brotar desde un rincón la música,

fortalecer tu fe con su joven pureza.

Sobre tu frente se rompían olas

gigantes: el calor

detenido del día,

el naufragio de un hombre que entregaba

la pasión de su vida en el espectro

doliente de la música (aún

como si la esperanza le alentase),

y te ardía el espíritu

porque sentías declinar tu vida.

Para ser el que fuiste

sales a la terraza, para ver

si un frío súbito derriba pronto

la plenitud del corazón. Tocas

el aire oscuro con los labios, oyes

los gritos fatigados de la calle,

la luminosa altura te estremece.

El tiempo va pasando, no retorna

nada de lo vivido;

el dolor, la alegría, se confunden

con la débil memoria,

después en el olvido son cegados.

y al dolor agradeces

que se desborde de tu frágil pecho

la firme aceptación de la existencia.

ALOCUCIÓN PAGANA

¿Es que, acaso, estimáis que por creer

en la inmortalidad,

os tendrá que ser dada?

Es obra de la fe, del egoísmo

o la desolación.

Y si existe, no importa no haber creído en ella:

respuestas ignorantes son todas las humanas

si a la muerte interroga.

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,

o grandes monumentos funerarios,

las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.

O aceptad el vacío que vendrá,

en donde ni siquiera soplará un viento estéril.

Lo que habrá de venir será de todos,

pues no hay merecimiento en el nacer

y nada justifica nuestra muerte.

“Aún no” 1971

AMOR EN AGRIGENTO

(Empedócles en Akragas)

Es la hora del regreso de las cosas,

cuando el campo y el mar se cubren de una sombra lenta

y los templos se desvanecen, foscos, en el espacio;

tiemblan mis pasos en esta isla misteriosa.

Yo te recuerdo, con más hermosura tú

que las divinidades que aquí fueron adoradas;

con más espíritu tú, pues que vives.

Hay una angustia en el corazón

porque te ama,

y estas viejas columnas nada explican:

Unos ardientes ojos, cierta vez, miraron esta tierra

y descubrieron orígenes diversos en las cosas,

y advirtieron que espíritus opuestos los enlazaban

para que hubiese cambio, y así explicar la vida.

Esta tarde, con los ojos profundos, he descubierto la intimidad

del mundo:

Con sólo aquel principio, el que albergaba el pecho,

extendí la mirada sobre el valle;

mas pide el universo para existir el odio y el dolor,

pues al mirar el movimiento creado de las cosas

las vi que, en un momento, se extinguían,

y en las cosas el hombre.

La ciudad, elevada, se ha encendido,

y oyen los vivos largos ladridos por el campo:

éste es el tránsito de la muerte, confundiéndose con la vida.

Estas piedras más nobles, que sólo el tiempo las tocara,

no han alcanzado aún el esplendor de tu cabello

y ellas, más lentas, sufren también el paso inexorable.

Yo sé por ti que vivo en desmesura,

y este fuerte dolor de la existencia

humilla al pensamiento.

Hoy repugna al espíritu

tanta belleza misteriosa, tanto reposo dulce, tanto engaño.

Esta ciudad será un bello lugar para esperar la nada

si el corazón alienta ya con frío,

contemplar la caída de los días,

desvanecer la carne.

Mas hoy, junto a los templos de los dioses,

miro caer en tierra el negro cielo

y siento que es mi vida quien aturde a la muerte.

AQUEL VERANO DE MI JUVENTUD

Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano

en las costas de Grecia?

¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?

Si pudiera elegir de todo lo vivido

algún lugar, y el tiempo que lo ata,

su milagrosa compañía me arrastra allí,

en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;

no queda ya el recuerdo de días sucesivos

en esta sucesión mediocre de los años.

Hoy vivo esta carencia,

y apuro del engaño algún rescate

que me permita aún mirar el mundo

con amor necesario;

y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,

saqueo avaramente

siempre una misma imagen:

sus cabellos movidos por el aire,

y la mirada fija dentro del mar.

Tan sólo ese momento indiferente.

Sellada en él, la vida.

ARDIMOS EN EL BOSQUE

¿Pero cómo saber, sin la mirada,

la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

El bosque estaba tras de mí; lo conocían

mis oídos: el rumor de sus hojas,

la confusión del canto de sus pájaros.

Sonidos que venían de un remoto lugar.

Y el mar del otro lado, golpeando

la frente, sin rozarla,

cubriéndola de gotas. Era mi piel

quien descubría su frescura,

mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho

su duro olor.

¿Pero cómo saber, sin la mirada,

la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

Porque no había más, en el lugar del pecho,

que una extendida sombra.

(¿Mas qué frío candente mis párpados abrasa,

qué luz me desvanece, qué prolongado beso

llega hasta el mismo centro de la sombra?)

Joven el rostro era,

sus labios sonreían,

y el retenido fuego de su cuerpo

era quemada luz.

Entramos en el mar, rompíamos

el cielo con la frente,

y envueltos en las aguas contemplamos

las orillas del bosque,

su extensa fosquedad.

Miré, tendidos en la playa, el rostro:

contemplaba las nubes;

y el retenido fuego de su cuerpo

era un sombrío resplandor.

Penetramos el bosque, y en las lindes

detuvimos los pasos;

perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar

oscurecía.

Tenía triste el rostro,

y antes que para siempre envejeciera

puse mis labios en los suyos.

CAUSA DEL AMOR

Cuando me han preguntado la causa de mi amor

yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.

(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)

Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu

que siempre me mostraba en sus costumbres,

o en la disposición para el silencio o la sonrisa

según lo demandara mi secreto.

Eran cosas del alma, y nada dije de ella.

(Y aún debiera añadir que he conocido almas superiores.)

La verdad de mi amor ahora la sé:

vencía su presencia la imperfección del hombre,

pues es atroz pensar

que no se corresponden en nosotros los cuerpos con las almas,

y así ciegan los cuerpos la gracia del espíritu,

su claridad, la dolorida flor de la experiencia,

la bondad misma.

Importantes sucesos que nunca descubrimos,

o descubrimos tarde.

Mienten los cuerpos, otras veces, un airoso calor,

movida luz, honda frescura;

y el daño nos descubre su seca falsedad.

La verdad de mi amor sabedla ahora:

la materia y el soplo se unieron en su vida

como la luz que posa en el espejo

(era pequeña luz, espejo diminuto);

era azarosa creación perfecta.

Un ser en orden crecía junto a mí,

y mi desorden serenaba.

Amé su limitada perfección.

CON LOS OJOS SERENOS

En esta hora lívida de la primavera, al caer la tarde,

después de una reciente lluvia, las flores

brotan en el jardín

claras y misteriosas,

y oigo carreras en la calle, después silencio, siento la

soledad herirme,

y ahora pasos y voces. Cesan. Canta un muchacho,

y adivino en sus ojos la despedida de esta luz cansada,

de este día terrible

para tantos, mientras su voz se aleja por la noche.

Ahora que no hay felicidad, quiero encontrar un rostro

que refleje su luz, mirar caer la noche

sobre el campo dormido, oír cantar un pájaro

con dulzura inocente.

Y ahora que de ella nada queda en mí,

yo quiero contemplarla

en lo que existe y la retiene,

y con ojos serenos me asomo a la ventana para ver

un hombre con un perro, conversando unos niños, un

balcón encendido.

Hay un sordo dolor ante este frío oscuro que se agolpa

más allá de las horas de la vida,

y busco un rostro que refleje luz,

alguien que, como yo, teniendo muerte sólo,

tenga también, como tuviera yo,

venciéndola, la vida.

Los niños se dispersan, el balcón se ha apagado, se

hunde en la noche el hombre con su perro.

CON QUIÉN HARÉ EL AMOR

En este vaso de ginebra bebo

los tapiados minutos de la noche,

la aridez de la música, y el ácido

deseo de la carne. Sólo existe,

donde el hielo se ausenta, cristalino

licor y miedo de la soledad.

Esta noche no habrá la mercenaria

compañía, ni gestos de aparente

calor en un tibio deseo. Lejos

está mi casa hoy, llegaré a ella

en la desierta luz de madrugada,

desnudaré mi cuerpo, y en las sombras

he de yacer con el estéril tiempo.

Vuelve la hora feliz. Y es que no hay nada

sino la luz que cae en la ciudad

antes de irse la tarde,

el silencio en la casa y, sin pasado

ni tampoco futuro, yo.

Mi carne, que ha vivido en el tiempo

y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún

hasta la consunción de la propia ceniza,

y estoy en paz con todo lo que olvido

y agradezco olvidar.

En paz también con todo lo que amé

y que quiero olvidado.

Volvió la hora feliz.

Que arribe al menos

al puerto iluminado de la noche.

CONVERSACIÓN CON UN AMIGO

Se me ha quemado el pecho, como un horno

Por el dolor de tus palabras

Y también de las mías.

Hablamos del mundo, y desde el cielo

Descendía su paz a nuestros ojos.

Hay momentos del hombre en que le duele

Amar, pensar, mirar, sentirse vivo,

Y se sabe en la tierra por azar

Solo, inútilmente en ella.

Como si se tratase de algo ajeno

Hablamos de nosotros

Y nos vimos inciertos, unas sombras.

Con poca fe, con las creencias rotas

Con un madero en la marea,

Con toda la esperanza naufragando

Porque no es la que llega a nuestra barca,

Sólo la caridad nos redimía

Del mal nuestro de ser.

Mirábamos la calle, rodeados

De luz, de tiempo, de palabras, de hombres.

De Palabras a la oscuridad, 1966

CUANDO YO AÚN SOY LA VIDA

La vida me rodea, como en aquellos años

ya perdidos, con el mismo esplendor

de un mundo eterno. La rosa cuchillada

de la mar, las derribadas luces

de los huertos, fragor de las palomas

en el aire, la vida en torno a mí,

cuando yo aún soy la vida.

Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,

y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;

y amar, mientras se agota el corazón,

un mundo fiel, aunque perecedero.

Amar el sueño roto de la vida

y, aunque no pudo ser, no maldecir

aquel antiguo engaño de lo eterno.

Y el pecho se consuela, porque sabe

que el mundo pudo ser una bella verdad.

DESPEDIDA AL PIE DE UN ROSAL

Si no hay conocimientos en las cenizas

dejémoslas caer en la belleza frágil

de este rosal que tiembla en el otoño.

¿Amar, qué significa, si nada significa?

Huésped del tiempo esquivo, desnudo ya de mí,

retener el raído esplendor de la existencia

que una vez creí mía,

antes que, apresurado,

me ciegue en el reverso de esta luz.

Y aguardar esta espera sin alguna esperanza,

sentir la fe de nada, pues soplé en las cenizas

y nada hay fuera de ellas:

tan sólo amar, sin pensamiento alguno,

el declinar pausado del Engaño.

Arde extraña la vida, como si contemplase

en mi extinción la ajena,

y no puedo apartar los ojos de su fuego.

Canta en el aire un pájaro,

el pájaro invisible de mi infancia,

el que entonces cantaba ya sin vida.

Arde una brasa aún al pie de este rosal

y no quema mi mano.

Cuánto olor en el aire, y el aire se lo lleva.

EPITAFIO ROMANO

«No fui nada, y ahora nada soy.

Pero tú, que aún existes, bebe, goza

de la vida…, y luego ven.»

Eres un buen amigo.

Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra

la dictaste con vida: no es tuyo el privilegio,

ni de nadie,

poder decir si es bueno o malo

llegar ahí.

Quien lea, debe saber que el tuyo

también es mi epitafio. Valgan tópicas frases

por tópicas cenizas.

EL ÁNGEL DEL POEMA

A César Simón

Dentro de la mortaja de esta casa

en esta noche yerma con tanta soledad,

mirando sin nostalgia lo que en mi vida es ido,

lo que no pudo ser,

esta ruina extensa del pasado,

también sin esperanza

en lo que ha de venir aún a flagelarme,

sólo es posible un bien: la aparición del ángel,

sus ojos vivos, no sé de qué color, pero de fuego,

la paralización ante el rostro hermosísimo.

Después oír, saliendo del silencio y en tanta soledad,

su voz sin traducción, que es sólo un fiel entendimiento sin palabras.

Y el ángel hace, cerrándose en mis párpados y cobijado en ellos, su

aparición postrera:

con su espada de fuego expulsa el mundo hostil, que gira afuera,

a oscuras.

Y no hay Dios para él, ni para mí.

“La última costa” 1995

EL CURSO DE LA LUZ

Trajo el aire la luz,

y nadie vigilaba, pues la robó en el sueño,

se originó en las sombras,

la luz que rodó negra debajo de los astros.

Casa desnuda, seno de la muerte,

rincón y vastedad, árida herencia,

vertedero sombrío, fértil hueco.

Tú estás donde las cosas lo parecen,

donde el hombre se finge,

ese que, a tus engaños, da en nombrarte

respiración, fidelidad.

Llegas hasta sus ojos,

y en ellos reconoces el nido en que nacieras,

piedra negra que está ignorando el mundo,

y ahondas tu furor, con belleza de rosas

o valle de palomos

o dormidos naranjos en la siesta del mar,

y agujeros callados se los tornas.

Débil es el sepulcro que así eliges,

no dura allí tu noche,

y vuelves a tu oficio, criatura inocente,

y esos que te aman lloran,

pues dejas de ser luz para llamarte tiempo.

nos tejiste con esa luz sombría

de tu origen, y en la carne que alienta

dejas el sordo soplo del olvido;

no es tu reino la humana oscuridad,

y en desventura existes.

Llega a ti el desconsuelo, la desdicha,

resignación del fuerte, y aun rencor,

y así nos acabamos:

extraño es el deseo de esa luz.

Extingue tu suplicio, ciega pronto;

si recobras la paz, no nos perturbes.

EL DOLOR

La niña,

con los ojos dichosos,

iba -rodeada

de luz, su sombra por las viñas-

a la mar.

Le cantaban los labios,

su corazón pequeño le batía.

Los aires de las olas

volaban su cabello.

Un hombre, tras las dunas,

sentado estaba,

al acecho del mar.

Reconocía la miseria humana

en el gemido de las olas,

la condición reclusa de los vivos

aullando de dolor,

de soledad, ante un destino ciego.

Absorto las veía

llegar del horizonte, eran

el profundo cansancio del tiempo.

Oyó, sobre la arena,

el rumor de unos pies

detenidos.

Ladeó la cabeza, pesadamente

volvió los ojos:

la sombría visión que imaginara

viró con él, todavía prendida,

con esfuerzo.

y el joven vio que el rostro

de la niña

envejecía misteriosamente.

Con ojos abrasados

miró hacia el mar: las aguas

eran fragor, ruina.

Y humillado vio un cielo

que, sin aves, estallaba de luz.

Dentro le dolía una sombra

muy vasta y fría.

Sintió en la frente un fuego:

con tristeza se supo

de un linaje de esclavos.

EL MÁS HERMOSO TERRITORIO

El ciego deseoso recorre con los dedos

las líneas venturosas que hacen feliz su tacto,

y nada le apresura. El roce se hace lento

en el vigor curvado de unos muslos

que encuentran su unidad en un breve sotillo perfumado.

Allí en la luz oscura de los mirtos

se enreda, palpitante, el ala de un gorrión,

el feliz cuerpo vivo.

O intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto,

en el posar cansado de un ocaso apagado.

Del estrecho lugar de la cintura,

reino de siesta y sueño,

o reducido prado

de labios delicados y de dedos ardientes,

por igual, separadas, se desperezan líneas

que ahondan. muy gentiles, el vigor mas dichoso de la edad,

y un pecho dejan alto, simétrico y oscuro.

Son dos sombras rosadas esas tetillas breves

en vasto campo liso,

aguas para beber, o estremecerlas.

y un canalillo cruza, para la sed amiga de la lengua,

este dormido campo, y llega a un breve pozo,

que es infantil sonrisa,

breve dedal del aire.

En esa rectitud de unos hombros potentes y sensibles

se yergue el cuello altivo que serena,

o el recogido cuello que ablanda las caricias,

el tronco del que brota un vivo fuego negro,

la cabeza: y en aire, y perfumada,

una enredada zarza de jazmines sonríe,

y el mundo se hace noche porque habitan aquélla

astros crecidos y anchos, felices y benéficos.

Y brillan, y nos miran, y queremos morir

ebrios de adolescencia.

Hay una brisa negra que aroma los cabellos.

He bajado esta espalda,

que es el más descansado de todos los descensos,

y siendo larga y dura, es de ligera marcha,

pues nos lleva al lugar de las delicias.

En la más suave y fresca de las sedas

se recrea la mano,

este espacio indecible, que se alza tan diáfano,

la hermosa calumniada, el sitio envilecido

por el soez lenguaje.

Inacabable lecho en donde reparamos

la sed de la belleza de la forma,

que es sólo sed de un dios que nos sosiegue.

Rozo con mis mejillas la misma piel del aire,

la dureza del agua, que es frescura,

la solidez del mundo que me tienta.

Y, muy secretas, las laderas llevan

al lugar encendido de la dicha.

Allí el profundo goce que repara el vivir,

la maga realidad que vence al sueño,

experiencia tan ebria

que un sabio dios la condena al olvido.

Conocemos entonces que sólo tiene muerte

la quemada hermosura de la vida.

Y porque estás ausente, eres hoy el deseo

de la tierra que falta al desterrado,

de la vida que el olvidado pierde,

y sólo por engaño la vida está en mi cuerpo,

pues yo sé que mi vida la sepulté en el tuyo.

“El otoño de las rosas” 1990

EL PORQUÉ DE LAS PALABRAS

No tuve amor a las palabras;

si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,

fue por necesidad de no perder la vida,

y envejecer con algo de memoria

y alguna claridad.

Así uní las palabras para quemar la noche,

hacer un falso día hermoso,

y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.

Y sólo atesoré miseria,

suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,

besé en todos los labios posada la ceniza,

y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna

del hombre.

Hay en mi tosca taza un divino licor

que apuro y que renuevo;

desasosiega, y es

remordimiento;

tengo por concubina a la virtud.

No tuve amor a las palabras,

¿cómo tener amor a vagos signos

cuyo desvelamiento era tan sólo

despertar la piedad del hombre para consigo mismo?

En el aprendizaje del oficio se logran resultados:

llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de

lenta reflexión y el gratuito,

y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,

pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

Debí amar las palabras;

por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:

el mar, el firmamento,

un goce o un dolor que al instante morían;

y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.

Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:

ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,

pues todo lo contiene su deseo.

Las palabras separan de las cosas

la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,

y recogen los velos de la sombra

en la noche y los huecos;

mas no supieron separar la lágrima y la risa,

pues eran una sola verdad,

y valieron igual sonrisa, indiferencia.

Todo son gestos, muertes, son residuos.

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,

repta en la noche fosca,

abre su boca seca, y está mudo.

EN EL CANSANCIO DE LA NOCHE…

En el cansancio de la noche,

penetrando la más oscura música,

he recobrado tras mis ojos ciegos

el frágil testimonio de una escena remota.

Olía el mar, y el alba era ladrona

de los cielos; tornaba fantasmales

las luces de la casa.

Los comensales eran jóvenes, y ahítos

y sin sed, en el naufragio del banquete,

buscaban la ebriedad

y el pintado cortejo de alegría. El vino

desbordaba las copas, sonrosaba

la acalorada piel, enrojecía el suelo.

En generoso amor sus pechos desataron

a la furiosa luz, la carne, la palabra,

y no les importaba después no recordar.

Algún puñal fallido buscaba un corazón.

Yo alcé también mi copa, la más leve,

hasta los bordes llena de cenizas:

huesos conjuntos de halcón y ballestero,

y allí bebí, sin sed, dos experiencias muertas.

Mi corazón se serenó, y un inocente niño

me cubrió la cabeza con gorro de demente.

Fijé mis ojos lúcidos

en quien supo escoger con tino más certero:

aquel que en un rincón, dando a todo la espalda,

llevó a sus frescos labios

una taza de barro con veneno.

Y brindando a la nada

se apresuró en las sombras.

ESPLENDOR NEGRO

Sólo una vez pudiste conocer aquel Esplendor negro

e intermitentemente recuerdas la experiencia con vaguedad,

aproximaciones difusas, inminencias,

y así, desde tu juventud, arrastras frío,

un invisible manto de ceniza escarlata.

Y no fue necesario cegar los ojos,

pues de las luces claras de los astros

llegó el delirio aquel, la posibilidad más exacta y sencilla:

en vez de Dios o el mundo

aquel negro Esplendor,

que ni siquiera es punto, pues no hay en él espacio,

ni se puede nombrar, porque no se dilata.

Valen igual Serenidad y Vértigo,

pues las palabras están dichas desde la noche de la tierra,

y las palabras son tan sólo expresión de un engaño.

Volver al centro aquel es ir por las afueras de la vida,

sin conocer la vida, un inmundo imposible,

pues sólo el no nacer te pudiera acercar a esa experiencia.

Crear la inexistencia, y su totalidad,

no te hizo poderoso,

ni derramó tu llanto, y nada redimiste.

La misma incomprensión que contemplar el mundo

te produjo el terror de aquel Esplendor negro,

y aquel desvalimiento al cubrirte las sábanas.

Insistencias en Luzbel

ESTÁ EN PENUMBRA EL CUARTO

Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido

la inclinación del sol, las luces rojas

que en el cristal cambian el huerto, y alguien

que es un bulto de sombra está sentado.

Sobre la mesa los cartones muestran

retratos de ciudad, mojados bosques

de helechos, infinitas playas, rotas

columnas: cuántas cosas, como un muelle,

le estremecieron de muchacho. Antes

se tendía en la alfombra largo tiempo,

y conquistaba la aventura. Nada

queda de aquel fervor, y en el presente

no vive la esperanza. Va pasando

con lentitud las hojas. Este rito

de desmontar el tiempo cada día

le da sabia mirada, la costumbre

de señalar personas conocidas

para que le acompañen. y retornan

aquellas viejas vidas, los amigos

más jóvenes y amados, cierta muerta

mujer, y los parientes. No repite

los hechos como fueron, de otro modo

los piensa, más felices, y el paisaje

se puebla de una historia casi nueva

(y es doloroso ver que aún con engaño,

hay un mismo final de desaliento).

Recuerda una ciudad, de altas paredes,

donde millones de hombres viven juntos,

desconocidos, solitarios; sabe

que una mirada allí es como un beso.

Mas él ama una isla, la repasa

cada noche al dormir, y en ella sueña

mucho, sus fatigados miembros ceden

fuerte dolor cuando apaga los ojos.

Un día partirá del viejo pueblo

y en un extraño buque, sin pensar,

navegará. Sin emoción la casa

se abandona, ya los rincones húmedos

con la flor de verdín, mustias las vides,

los libros amarillos. Nunca nadie

sabrá cuándo murió, la cerradura

se irá cubriendo de un lejano polvo.

LA PIEDAD DEL TIEMPO

¿En qué oscuro rincón del tiempo que ya ha muerto

viven aún,

ardiendo, aquellos muslos?

Le dan luz todavía

a estos ojos tan viejos y engañados,

que ahora vuelven a ser el milagro que fueron:

deseo de una carne, y la alegría

de lo que no se niega.

La vida es el naufragio de una obstinada imagen

Que ya nunca sabremos si existió,

Pues sólo pertenece a un lugar extinguido.

“La última costa” 1995

LA ÚLTIMA COSTA

Había una barcaza, con personajes torvos,

en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,

sepultada.

Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,

en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,

un gentío enlutado.

Enfrente, aquella bruma

cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.

Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.

Un aire inmóvil, con flecos de humedad,

flotaba en el lugar.

Todo estaba dispuesto.

La niebla, aún más cerrada,

exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.

Dispusimos los remos desgastados

y como esclavos, mudos,

empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco

en el viaje aquel de todos a la niebla.

LADRIDOS JADEANTES EN EL CÉSPED…

Ladridos jadeantes en el césped

le hacen mirar, con el calor el día

va rodando a su fin y de las rosas

sube un olor, y una inquietud constante.

En el silencio rueda la alegría

súbita de los perros. Y él entiende

esa felicidad, el desvarío

que ellos muestran. Hermosa fue la vida

cuando el cuerpo era joven, y el deseo

la costumbre inicial de cada hora.

Un aire corto llega desde el mar

y ha alargado la sombra de los montes.

Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo

delante de otro cuerpo, y unos ojos

le buscan y él los busca.

En el amor era veloz el tiempo,

iba pronto a morir, y en vano el joven

pensaba detenerlo, se soñaba

vencido en la vejez y desamado.

Entonces su victoria

era querer aún más, con mayor fuerza.

Mira, desde su frente, con los ojos

fijos la línea de los montes, áspero

muro de plata que en el mar se hiela.

Ya no lucha la tarde y se hace rosa

la luz en su cabeza pensativa.

Llegan, desde el camino, frescas voces

llamándose. La casa, oscurecida,

se ha perdido en los árboles, y él oye

el dulce nacimiento del amor,

escucha su secreto. Ya de nuevo

vive su corazón, y el hombre tiembla,

siente cargado el pecho, y apresura

un llanto fervoroso.

LAMENTO EN ELCA

Estos momentos breves de la tarde,

con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,

o el súbito posarse en el laurel dichoso

para ver, desde allí, su mundo cotidiano,

en el que están los muros blancos de la casa,

un grupo espeso de naranjos,

el hombre extraño que ahora escribe.

Hay un canto acordado de pájaros

en esta hora que cae, clara y fría,

sobre el tejado alzado de la casa.

Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos,

la llevo a mis cabellos,

porque es ella la vida,

más suave que la muerte, es indecisa,

y me roza en los ojos,

como si acaso yo tuviera su existencia.

El mar es un misterio recogido,

lejos y azul,

y diminuto y mudo,

un bello compañero que te dio su alegría,

y no te dice adiós, pues no ha de recordarte.

Sólo los hombres aman, y aman siempre,

aun con dificultad.

¿Dónde mirar, en esta breve tarde,

y encontrar quien me mire

y reconozca?

Llega la noche a pasos, muy cansada,

arrastrando las sombras

desde el origen de la luz,

y así se apaga el mundo momentáneo,

se enciende mi conciencia.

Y miro el mundo, desde esta soledad,

le ofrezco fuego, amor,

y nada me refleja.

Nutridos de ese ardor nazcan los hombres,

y ante la indiferencia extraña

de cuanto les acoge,

mientan felicidad

y afirmen inocencia,

pues que en su amor

no hay culpa y no hay destino.

LAS ÚLTIMAS PREGUNTAS

En el acabamiento de la tarde,

cuando hacía el camino,

he llegado de pronto ¿a dónde?

La noche que ha caído,

tan repentina y negra, me impide ver,

y sólo sé que nadie me acompaña.

¿Qué ha sido este viaje?

Muy largo debió ser, por la fatiga,

o acaso fue muy breve, si existió:

De entre mis posesiones

sólo guardo un pañuelo que oscurece en mis manos:

¿Para secar las lagrimas que no puedo verter?

¿O para despedirme, desde la prescripción,

de las sombras que dejo?

Sin tiempo, me pregunto: ¿qué soy? ¿quién soy?

¿Y para qué partí?

¿Y qué sentido tiene haber llegado?

Y qué poco me importa lo que,

del lado del desuso, pueda pasar ahora,

si nada entiendo.

Dejo de ser mortal. Mas no soy inmortal.

Como si nada hubiera sido.

LOS ACTOS

Rubores, rostros, movimientos, cuerpos,

la línea transparente que desune

la piel y el aire; los sedientos humos

que aniquilan los labios, las mejillas,

y en donde el uso se consume en fuegos:

los negros resplandores, la mirada;

el tacto abrasador, de tan voraz

helado; la tramoya deshonesta,

feliz; y el bienestar de la ceniza.

Cuantas veces el acto se ha cumplido

hizo bello el vivir, y emocionante

saberlo en el olvido; porque es niebla

siempre lo que perdemos, sucesión

de fantasmas los seres y los días.

Mas sin carne, la luz no hubiera sido;

sin deseo, la vida fría noche.

MADRIGAL NOCTURNO

Tus nocturnos cabellos de oro, racimillos de uva,

vericuetos de la paciencia y asombros del espejo,

¿cómo usar de ellos, pues que sin pensamiento, aún vano,

existen?

Tentación de la mano, si no desenredara presas plumas

de siniestras aves: encanalladas risas

callejeras, gestos mohines, escándalos domésticos;

tentación de los ojos, para enjugar sus blandos hilos

el apócrifo llanto de un alba más cercana,

con más copas bebidas;

ardiente tentación de hacer caer en ellos

el tedio de las horas, la dormida ceniza del cigarro.

¿De qué podrá servir, en esta noche, tu artificiosa adolescencia?

MERE ROAD

Todos los días pasan,

y yo los reconozco. Cuando la tarde se hace oscura,

con su calzado y ropa deportivos,

yo ya conozco a cada uno de ellos, mientras suben en grupos

o aislados,

en el ligero esfuerzo de la bicicleta.

y yo los reconozco, detrás de los cristales de mi cuarto.

Y nunca han vuelto su mirada a mí,

y soy como algún hombre que viviera perdido en una casa de

una extraña ciudad,

una ciudad lejana que nunca han conocido,

o alguien que, de existir, ya hubiera muerto

o todavía ha de nacer;

quiero decir, alguien que en realidad no existe.

Y ellos llenan mis ojos con su fugacidad,

y un día y otro día cavan en mi memoria este recuerdo

de ver cómo ellos llegan con esfuerzos, voces, risas, o

pensamientos silenciosos,

o amor acaso.

Y los miro cruzar delante de la casa que ahora enfrente

construyen

y hacia allí miran ellos,

comprobando cómo los muros crecen,

y adivinan la forma, y alzan sus comentarios cada vez,

y se les llena la mirada, por un solo momento, de la fugacidad de

la madera y de la piedra.

Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus jóvenes edades,

podrá alguno volver a recordar, con emoción, este suceso mínimo

de pasar por la calle montado en bicicleta, con esfuerzo ligero

y fresca voz.

Y de nuevo la casa se estará construyendo, y esperará el jardín a

que se acaban estos muros

para poder ser flor, aroma, primavera,

(y es posible que sienta ese misterio del peso de mis ojos,

de un ser que no existió,

que le mira, con el cansancio ardiente de quien vive,

pasar hacia los muros del colegio),

y al recordar el cuerpo que ahora sube

solo bajo la tarde,

feliz porque la brisa le mueve los cabellos,

ha cerrado los ojos

para verse pasar, con el cansancio ardiente de quien sabe

que aquella juventud

fue vida suya.

Y ahora lo mira, ajeno, cómo sube

feliz, encendiendo la brisa,

y ha sentido tan fría soledad

que ha llevado la mano hasta su pecho,

hacia el hueco profundo de una sombra.

MIS DOS REALIDADES

Era un pequeño dios: nací inmortal.

Un emisario de oro

dejó eternas y vivas las aguas de la mar,

y quise recluir el cuerpo en su frescura;

pobló de un son de abejas los huertos de naranjos,

y en tomo a tantos frutos se volcaba el azahar.

Descendía, vasto y suave, el azul

a las ramas más altas de los pinos,

y el aire, no visible, las movía.

El silencio era luz.

Desde el centro más duro de mis ojos

rasgaba yo los velos de los vientos,

el vuelo sosegado de las noches,

y tras el rosa ardiente de una lágrima

acechaba el nacer de las estrellas.

El mundo era desnudo, y sólo yo miraba.

y todo lo creaba la inocencia.

El mundo aún permanece. Y existimos.

Miradme ahora mortal; sólo culpable.

MUROS DE AREZZO

Dentro de aquella descarnada iglesia

la nave era una sombra, cuyo aliento

era un vaho de siglos, y en la hondura

vimos la luz sesgando el alto muro.

Y el sueño humano allí, con los colores

del más ardiente engaño, las cenizas

del deseo de un hombre sepultadas

en árbol, en corcel, séquito o ángel.

No puso fantasía ni invención:

sobre la faz del hombre y de la tierra

dejó el orden debido; y admiramos

no la belleza física, la imagen

de nuestra carne serenada. Suma

de perfección es la cabeza humana,

sin fuego de alegría y sin tristeza;

ni altiva ni humillada bajo el arco

del aire azul, tan quieta la mirada

que deja a los caballos sin instinto,

sin crecimiento natural al árbol.

Se nos narra una historia de este mundo;

el pretexto remoto de unos seres

como nosotros mismos, mas sabemos

que el bien y el mal aquí no son pasiones.

La pintada pared nos muestra el sueño

que abolió nuestra escoria: son iguales

el moribundo y el que ama, reyes

y palafreneros, montes o lanzas,

la desnudez y el atavío, sol

o noche, los piadosos y el guerrero,

la sed y la coraza, quien vigila

y el dormido en la tienda, la señora

y sus damas, el estandarte rojo

y el sepulcro, el joven y el anciano,

la indiferencia y el dolor, el hombre

y Dios.

Enamorado alguna vez,

y haciendo realidad el viejo sueño

de una mejor naturaleza, quiso

la perfección. Recordando el amor,

la dicha mantenida, sus pinceles

conservaron los hábitos y gestos

terrenales, copió la vida toda,

y a semejanza de él, aunque visible,

un aire hermoso y denso allí respiran

logrando un orden nuevo que serena:

feliz; sin libertad, vive aquí el hombre.

“Palabras a la oscuridad” 1966

NO HAGAS COMO AQUEL

Divinizó a Antinoos.

y así, ayudado en la plegaria ajena,

lo pudo retener en el recuerdo,

mantuvo su dolor.

Al fin, sólo mendigo y hombre.

Sé más pagano tú, y advierte que la vida

tiene un destino cierto: sólo olvido,

y si piadosa obra: Sustitución.

Es el azar origen del amor,

y el camino azaroso, y un golpe del azar

lo acaba pronto. Si tan ruda

es la vida, tan incivil el sentimiento,

tan injusta la pena,

y en ello no hubo enmienda con los siglos,

no hagas tú como aquél,

no pretendas hacer digna la vida:

tan torpe tiranía

no merece sino tu natural indiferencia.

“Aún no” 1971

OSCURECIENDO EL BOSQUE

Toda esta hermosa tarde, de poca luz,

caída sobre los grises bosques de Inglaterra,

es tiempo.

Tiempo que está muriendo

dentro de mis tranquilos ojos,

mezclándose en el tiempo que se extingue.

Es en la vida todo

transcurrir natural hacia la muerte,

y el gratuito don que es ser, y respirar,

respira y es hacia la nada angosta.

Con sosegados ojos miro el bosque,

con tal gracia latiendo

que me parece un soplo de su espíritu

esa dicha invisible que a mi pecho ha venido.

Cual se cumple en el hombre

también se ha de cumplir la vida de la tierra;

la débil vecindad que es realidad ahora,

distancia tenebrosa será luego,

toda será negrura.

Miro, con estos ojos vivos, la oscuridad del bosque.

y una dicha más honda llega al pecho

cuando, a la soledad que me enfriaba,

vienen borrados rostros, vacilantes

contornos de unos seres

que con amor me miran, compañía demandan,

me ofrecen, calurosos, su ceniza.

Cercado de tinieblas, yo he tocado mi cuerpo

y era apenas rescoldo de calor,

también casi ceniza.

y sentido después que mi figura se borraba.

Mirad con cuánto gozo os digo

que es hermoso vivir.

OTOÑO INGLÉS

No para ver la luz que baja de los cielos,

incierta en estos campos,

sino por ver la luz que, del oscuro centro de la tierra,

a las hojas asciende y las abrasa.

Yo no he salido a ver la luz del cielo

sino la luz que nace de los árboles.

Hoy lo que ven mis ojos

no es un color que a cada instante muda su belleza,

y ahora es antorcha de oro,

voraz incendio, humareda de cobre,

ola apacible de ceniza.

Hoy lo que ven mis ojos

es el profundo cambio de la vida en la muerte.

Este esplendor tranquilo

es el acabamiento digno de una perfecta creación

más si se advierte,

la consunción penosa de los hombres

tan sólo semejantes en su honda soledad,

mas con dolor y sin belleza.

El hombre bien quisiera que su muerte

no careciese de alguna certidumbre,

y así reflejaría en su sonrisa,

como esta tarde el campo,

una tranquila espera.

(Belleza del durmiente

que agita imperceptible el mudo pecho

para alzarse después con mayor vida;

como en la primavera los árboles del campo.)

¿Cómo en la primavera…?

No es lo que veo, entonces, trastorno de la muerte

sino el soñar del árbol, que desnuda,

su frente de hojarasca,

y entra así cristalino en la honda noche

que ha de darle más vida.

Es ley fatal del mundo

que toda vida acabe en podredumbre,

y el árbol morirá, sin ningún esplendor,

ya el rayo, el hacha o la vejez

lo abatan para siempre.

En la fingida muerte que contemplo

todo es belleza:

el estertor cansado de las aves,

la algarabía de unos perros viejos, el agua

de este río que no corre,

mi corazón, más pobre ahora que nunca

pues más ama la vida.

Las rotas alas de la noche caen

sobre este vasto campo de ceniza:

huele a carroña humana.

La luz se ha vuelto negra, la tierra

sólo es polvo, llega un viento

muy frío.

Si fuese muerte verdadera la de este bosque de oro

sólo habría dolor

si un hombre contemplara la caída.

Y he llorado la pérdida del mundo

al sentir en mis hombros, y en las ramas

del bosque duradero,

el peso de una sola oscuridad.

PALABRAS PARA UNA DESPEDIDA

A Juan Gil-Albert

Está la luz despierta,

y se adentra en los ojos el contorno del monte,

y el grito de los pájaros desvanece el oído

al venir de los húmedos huertos.

Los blancos pueblos de la costa,

felices de lujuria y juventud,

alientan junto al mar, lejanos.

No estoy allí, mas lo que fui deseo:

la dicha viva, los sentidos borrados,

ahora que en el jardín el tiempo se arrincona

en las sombras,

y el olor de las rosas sube al aire.

Hay humos blancos y calladas palomas

en la altura, y voces que se alejan,

hay demasiada vida para una despedida.

Y un día habrá de ser,

sin que la grata luz, las voces de la casa,

los cultivos del huerto, los días recordados

de la remota y breve juventud,

ni tampoco el amor que me tenéis,

retrasen la obligada despedida.

Tendré que aposentarme en la aridez

y perdida la imagen de este mundo

y perdido yo mismo,

siento que aquel reposo será estéril,

que la vida no fue, que el fervor

de cualquier despedida es un engaño.

PALABRAS PARA UNA MIRADA

Miras, con ojos luminosos,

mientras hablo, mis ojos. Los cabellos

son fuego y seda,

y el rosa laberinto del oído

desvaría en la noche,

acepta las razones que doy sobre una vida

que ha perdido la dicha y su mejor edad.

¿Cómo me ven tus ojos? Yo sé, porque estás cerca,

que mis labios sonríen,

y hay en mí delirante juventud.

Inocente me miras, y no quiero saber

si soy el más dichoso hipócrita.

Sería pervertirte decir

que quien ha envejecido es traidor,

pues ha dado la vida

o dado el alma,

no sólo por placer, también por tedio,

o por tranquilidad;

muy pocas veces por amor.

He acercado mis labios a los tuyos,

en su fuego he dejado mi calor,

y emboscado en la noche

iba espiando en ti vejez y desengaño.

PROVOCACIÓN ILUSORIA DE UN ACCIDENTE MORTAL

He aquí el ciego, que sólo ve la vida en el recuerdo.

Era la playa estrecha e irregular, junto al mar sosegado

en el crepúsculo;

y el mundo va a morir, porque en la soledad y en la belleza

tendrá lugar el acto del amor dentro del agua.

Desnudos reposamos en la orilla

del sur del Adriático platino,

y aguardamos la noche en nuestros ojos.

Mas no vino la noche; sí el infortunio

(la vida sucedida desde entonces).

Y aquella brisa falsa, ya en el coche,

mientras los faros amarillos desunían la intimidad

de la fatiga y aquel país extraño.

Ahora acerco tu rostro hasta mi boca,

y quiero que mi vida y tu historia concluyan bruscamente.

Y así existe el poema, no fue escrito por nadie.

SOLO DE TROMPETA

Cuando ya las miradas de todos se conocían vagamente,

a través de las pupilas nubladas por el alcohol,

de aquella música confusa, de la penumbra de aquel humo,

del caos

vino un silencio imperceptible,

y una trompeta sola, de fuego, nos quemaba la vida.

O acaso era de hielo aquella música:

inertes los sonidos, para que cada uno de nosotros

los hiciese movibles, los llenase de espíritu.

Por cada uno de los hombres

la música cantaba diferente: con alegría estéril

en la mujer que me miraba, con cansada tristeza

en unos yertos labios, y en el muchacho solitario

con profunda nostalgia de vejez;

la música cantaba diferente, sin que nadie supiera

cómo sonaba junta, con qué intenso dolor.

En aquel cuarto oscuro

nada correspondía a la verdad del hombre:

la emoción estridente del músico era falsa,

torpe el engaño de los otros.

La verdad es humilde y es sencilla.

La soledad, al compartirla con otras soledades,

hace más viva la impotencia.

y empuja al hombre entonces a regiones heroicas

con sólo el sentimiento.

Después cae un cansancio sobre el alma

por esta lucha inútil, se resiente

tanta falsa virtud, la mentida pureza;

y cuando la trompeta, desmayada, se extingue en el silencio,

sólo quedan visibles, descubiertos al fin, los más ocultos,

los más tenaces vicios:

se reconocen las miradas, y puede haber piedad,

y hasta sentir alguno un tibio amor.

La trompeta de fuego,

muda sobre una mesa, la vemos amarilla,

y está vieja y rayada.

SOMBRÍO ARDOR

No como las estrellas, que dan luz,

mas también incontables cual los átomos

que habitan negros en las hondas cuevas,

los encuentros del cuerpo, sin amor,

sólo son actos de tinieblas. Nada

perdura en mí de aquellos miembros, dicha,

fuego, sonrisa. El sombrío ardor

desvaneció su huella en la memoria,

dejó solo un cansancio. Y ahora vuelvo

al encuentro del cuerpo en las tinieblas,

y en el sombrío ardor toco la vida,

espectro lujurioso. Rueda el tiempo

por las sordas paredes de este cuarto,

y siento que la vida se deshace.

Escucho el corazón, y su latido

oscuro nada dice, fuego implora,

mendiga eternidad para la carne.

Merecida la luz nos la destruyen,

¿en dónde está?; mirad con cuánta prisa

hemos llegado al hueco sofocante.

SUCESIÓN DE MÍ MISMO

Es ardiente el pasado, e imposible:

breve noche de amor conmigo mismo.

F. B.

Al aire del jardín

la cama está revuelta de sábanas y luna,

y en ellas está el cuerpo solitario y desnudo.

Velan los ojos, en las sombras del pino plateado, la hiedra de

las tapias,

y la vida furtiva de los astros.

Un bulto juvenil de la penumbra surge

y ha subido sin ropas a mi lecho,

y en la tarea del amor completa

la noche ahora tan breve.

Este mudo muchacho está encendido

de una pasión oscura y alejada,

y sus dientes furiosos y su lengua dulcísima

rescatan de mi carne la densidad del tiempo.

En el azar del mundo su vida ha retornado

con revueltos cabellos, y ahora mudo,

y ha cruzado después las puertas de la noche.

Desde el balcón le espío

llegar hasta la esquina de la casa,

y allí ha permanecido en la mejilla de la primera luz.

Con el sol y los pájaros el día se hace largo,

y en la esquina el muchacho ya es este mudo anciano que

vigila el balcón

allí donde él se mira con un cuerpo aún robusto y fatigado.

Borrada juventud, perdida vida, ¿en qué cueva de sombras

arrojar las palabras?

Bousoño, Carlos

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Boal, Asturias en 1923.

Su adolescencia transcurrió en Oviedo y posteriormente, en Madrid, se doctoró en Filología Romántica. Fue profesor en EE.UU. y conferencista en varias universidades hispanoamericanas. Es crítico, ensayista y autor de diversas obras de investigación literaria.

Fue premio «Fastenrath» y «Premio Nacional de Literatura» en 1977. Es miembro de la Real Academia Española desde 1980.

Autor de varios ensayos y una extensa obra poética en la que se destacan: «Subida del amor» 1945, «Primavera de la muerte» en 1946, «Hacia otra luz» en 1950, «Noche del sentido» en 1957 e «Invasión de la realidad» en 1962.

ALGO EN MI SANGRE ESPERA TODAVÍA…

Algo en mi sangre espera todavía.

Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.

Pero no. Inútilmente yo te llamo.

Aquella voz que te llamaba es ésta.

Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen

donde los tuyos la mañana aquella.

Ven hacia mí. La tierra toda oscila,

se mueve, cruje. Vístete. Despierta.

Oh, qué encendida el alma

en su secreto puro, si vinieras.

Sin esperanza, entre la luz del día,

mi voz te llama.

El eco. La respuesta.

De “Primavera de la muerte” 1946

ALMA SOLITARIA

Mira los aires, alma solitaria,

alma triste que sola vas gimiendo.

Asciende, sube. Amor te espera.

La cima es alta. Escaso, el aparejo.

Aleteante, temblorosa y blanca,

te veo subir con retenido esfuerzo.

Hoy llega el sol donde hasta ayer la luna.

Llega la luna donde ayer el cierzo.

Al fin la vida con la luz se aclara.

Al fin la muerte con la luz ya se muerto.

¡Cantan las cumbres y los valles! ¡Cantan

los siempre vivos a los nunca muertos!

Cara con cara junto a Dios, escuchas

vibrar los aires y vivir los sueños.

Vida con vida, luz con luz amada,

y cielo, humano, en el amor, con Cielo.

Bajar la luz de amor, la luz de vida

lenta en los aires minuciosos siento.

Fundida luz de Dios con luz del alma.

Qué claridad de pronto. Qué silencio.

AMOR

Íbamos de camino,

mi cariño en sus brisas te oreaba.

Tu cabello llevado entre los céfiros

era también como brisa del alma.

Eras también como brisa en la brisa.

¡Qué claridad rumorosa mis ansias!

¡Oh transparencia vital que encendía

toda mi vida, cual fuego en luz blanca!

De mi alma entonces salía silvestre

el aire fresco de la madrugada.

Allá dentro, por dentro, ¡qué pura

la caricia amorosa del alba!

¡Qué delicadas nubes se encendían

y qué irisadas aguas!

El mundo era el sonido

y en mi interior sonaba.

CAMINO

Aquí estás, camino de siempre,

hacia adelante, rota

la aspiración rosada, luna

que empalidece toda cosa.

Aquí estás y debes andar,

caminar como el agua absorta

por el torcido cauce, altos

los muros rojos, y a deshora.

Como el agua inmóvil transcurres

hacia un lejos, playa remota,

ya confusas historia y pena,

lejana la pena, la historia…

CANCIÓN PARA UN POETA VIEJO

A Vicente Aleixandre

Muy cerca de la vida. Así tu hablar.

Llegaste a viejo cual se llega al mar.

Azotado del viento y de los años

fuiste la vida, no sus desengaños.

Tu voz sonaba a viento y caracolas,

viejo de luz, hermano de las olas,

Conocimiento fue tu reposar.

Llegaste a viejo cual se llega al mar.

Llegaste a viejo cual se llega a ser

la luz delgada del amanecer.

La luz delgada del saber callar,

del saber conocer y callar.

Del saber esperar, callar, seguir

hasta las olas del saber vivir.

Hasta las olas del saber amar

profundamente y como es quieto el mar.

Y como es quieto el mar se pone en pie

la insurrección del nunca moriré.

Y así tu ser, escrito en agua y sal

y en viento fue, y en todo lo inmortal.

CORAZÓN PARTIDARIO

Mi corazón, lo sabes,

no está con el que triunfa o que lo espera,

con el juramento mercader

que acecha el buen provecho,

se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,

busca ganancia en el abrazo,

obtiene renta de las mariposas y pone rédito a la luz,

cobra recibo por los amaneceres milagrosos,

por cambiante gracia del color

de una invisible rosa apresurada,

dulce y apresurada

como si fuese un hombre o una llama

o una felicidad humana: sí.

Mi corazón no está con el hombre que sabe

de la verdad todo lo necesario

para olvidar el resto de ella,

satisfecho del viento, poderoso del humo,

canciller de la niebla,

rey acaso, pero nunca de sí.

DESDE LA SOLEDAD

Desde aquí, solitario, sin ti, te escribo ahora.

Estoy sin ti y tu vida de mi vivir se adueña.

Yo quisiera decirte que en mi pupila mora

tu figurita tan leve como la luz pequeña.

Nunca supe decirte cómo tu amor es mío,

cómo yo no he mirado la realidad por verte,

y cómo al contemplarte yo me sentí vacío,

y cuánto yo he querido ser para merecerte.

Y cuánto yo he querido ser alcanzar, porque fuese

tu mirada orgullosa de haberme amado un día;

de haberse detenido sobre mí, sobre ese

corazón tan menudo que nadie lo veía.

Corazón tan menudo que tanto has conocido

en su mínimo acento que tu presencia nombra,

y que es dentro del pecho como un leve quejido,

como una mano leve que arañase una sombra.

DESDE LEJOS

Pasa la juventud, pasa la vida,

pasa el amor, la muerte también pasa,

el viento, la amargura que traspasa

la patria densa, inmóvil y dormida.

Dormida, en sueño para siempre, olvida.

Muertos y vivos en la misma masa

duermen común destino y dicha escasa.

Patria, profundidad, piedra perdida.

Piedra perdida, hundida, vivos, muertos.

España entera duerme ya su historia.

Los campos tristes y los cielos yertos.

Sobre el papel escrita está su gloria:

querer edificar en los desiertos;

aspirar a la luz más ilusoria.

DIME QUE ERA VERDAD

Dime que era verdad aquel sendero

que se perdía entre la paz de un prado;

aquel otero puro que he mirado

yo tantas veces con candor primero.

Dime que era verdad aquel lucero

que se incendia casi a nuestro lado.

Di que es verdad que vale un mundo amado

y un cuerpo roto en un vivir sincero.

Di que es verdad que vale haber sufrido

y haber estado entre la mar sombría;

que vale haber luchado, haber perdido.

Haber vencido a la melancolía,

haber estado en el dolor, dormido,

sin despertar, cuando llegaba el día.

EL AMANTE VIEJO

¡Amabas tanto…! Acaso

con amargura, acaso con tristeza

lo dijiste. ¡Amabas tanto! En el espejo

viste tu faz que se iba haciendo vieja,

y tomaste a decir: «…amor…» Soñabas,

y en la alta noche silenciosa y queda,

lejos se oía lento el rumor manso

de un agua que pasaba mansa y lenta.

EL CICLÓN

Tú que me miras, mírame hasta el fondo.

Tú que me sabes, sábeme.

Porque falta muy poco, porque el tiempo

arrecia vendavales

que se llevan ventanas y gemidos,

besos, ruidos de calles,

este silbido agudo que ahora escuchas

en el vecino parque,

las nubes delicadas que se juntan

en los azules gráciles

y el corazón con que me miras hondo

queriendo acariciarme.

Nada puedes hacer. Nada podrías

hacer. Déjate suave.

Es más fácil así. Vayamos juntos,

llevados por el aire,

si envejeciendo en el ciclón horrible,

unidos, esenciales,

mirándonos al fondo de la vida

y viendo allí la imagen

de nuestros cuerpos paseando dulces

por huertos virginales….

Eras tan clara. Junto al aire tanto

te amé…. En la tristeza grave

tú me arrancabas la melancolía

como una espina aguda de la carne;

me acompañabas en las horas puras;

me rozabas tan suave

con tus dedos sutiles, con tu dulce

modo de acompañarme….

(…)Fuiste como una niebla, como un vaho

de amor, como un vapor imponderable

que me envolviese en cálidas vislumbres

las duras realidades,

y que después, pasadas las aristas

crudas, me rodease

y me dijese: -Existes en el mundo.

Ven ya hacia el mundo. Ámame.(…)

EL VIVIR DE LA AMADA

Yo sé que de tu pecho los latidos

están contados. Corazón, haz lento

tu misericordioso movimiento

y leves tus quejidos doloridos

por ese cuerpo, donde mis sentidos

ponen todo su amor, donde me siento

morir a cada golpe ceniciento

de tus redobles graves y oprimidos.

Y tú, ventana de mi amor, aldea

mía de paz, caricia que sestea,

umbral del mundo, amor de cada día.

Dame tu fe, tu claridad, mi estrella,

dime que existe lo que yo sabía

cuando era niño en la ciudad aquella…

ELEGÍA

Te he dicho que los hombres no contemplan

el puro río que pasa,

la dulce luz que invade las riberas

cuando fluye hacia el mar el agua casta.

Te he dicho ayer…Y yo veo ahora

fluyendo dulce hacia la mar lejana,

mientras los hombres ciegos, ciegamente

se embisten con furor de piedra helada.

Con desolada luz vas olvidado,

pero yo te contemplo, agua irisada,

silente amigo, y veo mi figura

triste, mirándose en tus aguas.

Amigo solitario:

esto te digo mientras pasas.

Repite luego mi voz triste

allá en las rocas desoladas.

Porque has de ver tierras estériles

y muertos sin remedio ni esperanza.

EN ESTE MUNDO FUGAZ

Pozo de realidad, nauseabunda

afirmación, nocturno

cerco de sombras. Todo

hasta la muerte. Somos

aciago resplandor insumiso, noche

florecida. Oh miseria

inmortal. Tú, mi alondra

súbita, mi pequeño colibrí delicado,

flor mecida en la brisa,

tú, dichosa, tú, visitada por la luz,

lavada en su jardín que desciende

despacio,

pequeñez tan querida.

Aquí estás resistiendo,

viva, lúcida,

sostenida

en el sacro relámpago,

alumbrada y dichosa

en el trueno.

tú, mi pequeña

rosa encendida siempre,

pétalo delicado,

húmeda nota,

tú, resistiendo aquí.

Tú, resistiendo,

como si fueses basa

columna, catedral,

como si fueses arco,

romana gradería, circo, templo,

como si fueses número,

incorruptible idea,

tú mi pequeña Yutca,

mi pasajera soledad, mi fugaz entusiasmo,

tú, brevedad, caricia.

Tú, con brazos

débiles como flores,

con cintura,

con quebradizo cuerpo,

con delgadez, con ojos,

con espanto, con risa,

con noche a tu mirada,

tú, mi pequeña Yutca,

tú, resistiendo aquí.

ERES FELIZ

Eres feliz. Saber no quieras

lo que brilla en los ojos humanos.

Sonríe tú como mañana fresca,

como tarde colmada en su ocaso.

Porque eres eso, sí: la tarde pura

en que a veces yo mojo mis manos,

en que a veces yo hundo mi rostro.

¡La tarde pura en su placer dorado!

La savia dulce de la primavera,

toda la luz de la tarde en un cántico,

sube entonces feliz y presurosa

desde tu corazón hasta mis labios.

INTRODUCCIÓN A LA NOCHE

1

Con la honda mirada

un día contemplaste

tu honda pasión de ser

en vida perdurable.

Hoy contemplas acaso

con mirada más grave

el parpadeo puro

de la noche sin márgenes;

el sollozo inoíble

de un arroyo aléjandose

en la sombra; la mole

de la noche indudable.

2

Y sin embargo, eres.

Y sin embargo naces

como las hierbas verdes

y los nudosos árboles.

Compruebas con delicia

que existen matorrales,

y tus manos apresan

piedras de aristas grandes.

Saltas sobre los ríos,

subes desde los valles,

cantas desde las cumbres,

vives, existes, ardes.

Contemplas la llanura

crepuscular; renaces

como los campos vivos

que en la aurora son arces,

cañadas y caminos,

prados, riberas, cauces

de amor, donde quisieras

vivirte yolvidarte.

3

Y aquí estás. Aquí pones

tus dos manos tenaces.

Te agarras a las cosas:

maderas, piedras, carnes,

Te aferras a la vida

como el río a su cauce,

cual la raíz de un hondo

vegetal insaciable.

INVASIÓN DE LA REALIDAD

I

Y aquí estás verdadero,

Oh déjame tocarte.

Tu piel en donde pones

un límite a los aires.

Tu don de serte vivo,

tu realidad, me baste.

Dejadme que compruebe

su ser. ¡Oh, sí, dejadme!

II

Dejadme. Yo no quiero

las nieblas pertinaces.

Tras el humo dibuja

su vago ser un valle.

Allá tras la cortina

incierta, hay verdes sauces,

un prado con sus flores

diminutas y suaves.

En la noche terrible

yo soñaba una imagen.

Hela aquí. Son colores:

blancos, verdes, granates.

III

Dejadme con las cosas

también. Son realidades

súbitas que se crean

duras a cada instante.

Emergen con firmeza

cruel. Se satisface

con su presencia misma

dicen: «¡Toma, regálate!»

IV

Regálate. Contempla

la piedra, el cielo, el aire.

Respira entre las luces.

Desciende hasta los cauces.

Toca la piedra. Mira.

Huele la rosa. Sáciate.

Gusta, mira, comprueba,

duele, solloza: sabe.

Ensánchate en el alba.

Al mediodía, ensánchate.

Sube a la tarde y mira

todo en ella ensanchándose.

IRÁS ACASO POR AQUEL CAMINO…

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer

de cigarras, cuando el calor inmóvil te impide, como un bloque, respirar.

E irás con la fatiga y el recuerdo de ti, un día y otro día,

subiendo a la montaña por el mismo sendero,

gastando los pesados zapatos contra las piedras del camino,

un día y otro día gastando contra las piedras la esperanza, el dolor,

gastando la desolación, día a día,

la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo, querer

(gastándola contra las piedras del camino), que te supo adorar,

gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido amor,

gastándolo

hasta que no quede nada,

hasta que ya no quede nada

de aquel delgado susurro, de aquel silbido,

de aquel insinuado lamento;

gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en el sueño,

el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un tallo

más allá de la vida,

hasta que ya no quede nada y se borre la pisada en la arena,

se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre en la arena,

el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el jadeo del amor,

el aullido en la noche

de su encendido amor y el tuyo

(en la noche cerrada

de su abrasado amor),

de su amor abrasado que incendiaba las sábanas, la alcoba, la bodega,

entre las llamas ibas abrasándote todo hacia el quemado atardecer,

flotabas entre llamas sin saberlo hacia el ocaso mismo de tu quemada vida.

Y ahora gastas los pies contra las piedras del camino

despacio, como si no te importara demasiado el sendero,

demasiado el arbusto, la encina, el jaramago,

la llanura infinita, la inmovilidad de la tarde

infinita, allá abajo, en el valle de piedra

que se extiende despacio, esperando despacio

que se gasten tus pies, día a día,

contra las piedras del camino.

LA MAÑANA

Errante por la luz, en primavera

recóndita y azul y de oro y grana,

mi corazón recoge esta mañana

todo el amor que llueve en lisonjera

tempestad de frescor. La noche afuera.

Afuera el cierzo y la ansiedad lejana.

Se pone en pie la claridad temprana,

alza sus brazos, yergue su bandera,

grita su luz, avanza arrolladora

por la pradera vencedora y mueve

el árbol todo del espacio ahora.

Todo en el aire, luminoso, llueve,

gira, delira entre la luz sonora,

y allí suspira entre el follaje leve.

LA TRISTEZA

Tal vez el mundo sea bello,

cuando el sol claro lo ilumina,

pero yo sé que hay hombres tristes

como la lluvia gris y fría.

Yo sé que hay hombres sobre cuyas almas

pasó de Dios quizá la sombra un día.

Pasó, y hoy queda sólo ausencia

en donde la tristeza brilla.

Hombres tristes en todos los caminos

con la tristeza pensativa.

Tal vez la aurora sea pura,

el aire delicado, claro el día.

Mas muchos hombres hay como la lluvia

oscura e infinita.

Escúchame, Señor. Mi voz hoy sólo

tiene palabras de melancolía.

Sobre la tarde inmensa cae la lluvia

monótona, fría.

LETANÍA DEL CIEGO

Soy como un ciego…

Rubén Darío

Y tú que tanto amas, tanto ríes,

tanto adivinas y conoces tanto,

¿dónde el escudo para que te fíes,

dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?

¿Dónde el camino que no veo ahora?

Dímelo o llora y el mirar suprime.

¿Es ya la noche que no tiene aurora?

Dímelo, dime.

Y sin embargo tu vivir empaña

mi vivir con un vaho que es ternura,

que es caliente rumor que me acompaña

la noche oscura.

Y sin embargo con tu mano guías

y a tientas toco lo que apenas veo

y digo acaso para que sonrías

lo que no creo.

Y toco apenas y tu bulto aprendo

y torpe sigo lo que tú me indicas.

Lo que no miro, lo que no comprendo,

tú multiplicas.

Tú multiplicas, o quizás es tu invento

porque lo vea aunque quizá no exista.

Entre la noche de mi pensamiento

dulce es tu vista.

Dulce es tu vista, tu mirar risueño

que mira un llano donde estaba un monte

y que a mi alma de temblor pequeño

llamó horizonte.

Dulce es tu vista que miró aquel lago

y lo llamaba alegre mar bravío.

Tu generoso corazón es mago.

¡Lo fuese el mío!

De “Noche del sentido” 1957

LETANÍA PARA DECIR CÓMO ME AMAS

Me amas como una boca, como un pie, como un río.

Como un ojo muy grande, en medio de una frente solitaria.

Me amas como el olfato, los sollozos,

las desazones, los inconvenientes,

con los gemidos del amanecer, en la alcoba los dos, al despertar;

con las manos atadas a la espalda

de los condenados frente al muro; con todo lo que ves,

el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el estar cansado,

echado sobre el campo, en el estío cálido,

la sutil lagartija entre las piedras rápidas;

con todo lo que aspiras,

el perfume del huerto y el aire y el hedor

que sale de un apútrida escalera;

con el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de sufrir;

con aquella mañana, con el atardecer

inmensamente quieto y retenido con las dos manos para que

no se vaya a despertar;

con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo el paso de

la luz,

tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade

la atmósfera justo un momento

antes de la tormenta;

con la tormenta, el aguacero, el relámpago,

la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de otoño,

las hojas y las horas y los días,

rápidos como pieles de conejo,

como pieles y pieles de conejo, que con afán corriesen incansables,

con prisa

hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día que no existe,

un día enorme que no existe nunca, vaciado y atroz

(vaciado y atroz como cuenca de ojo, saltado y estallado por una

mano vil);

con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando miras el techo

de la alcoba sin ver, sin comprender,

sin mirar, sin reír;

con la inquietud de la traición también, el miedo del amor y el

regocijo del estar aquí,

y la tranquilidad de respirar y ser.

Así me quieres, y te miro querer como se mira un largo río

que transparente y hondo pasa,

un río inmóvil,

un río bueno, noble, dulce,

un río que supiese acariciar.

MÁS ALLÁ DE ESTA ROSA

(Meditación de postrimerías)

1

Una rosa se yergue.

Tú meditas. Se hincha

la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.

Cuando miras, entierras. Oh pompa

fúnebre. Azucena: Relincho

espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía

de una rosa escuchaste, sangrienta

en el amanecer cual llamada

de una realidad diminuta,

miras tras ella el hondo

trajinar de otra vida, la esbelta

rapidez con que algo se mueve en la noche

con prisa, como si quisiera llegar a una meta

insaciable. Hay detrás de esta rosa, que yergue

suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,

un horrible jadeo,

una ansiedad frenética, un hediondo existir que se anuncia.

Una trompeta dispara

su luz, su entusiasmo sonoro

en el estiércol. ¿Qué dices,

qué susurras, qué silbas

entre la oscuridad, más allá de esta rosa,

realidad que te escondes? ¿Qué melodía

articulas y entiendes y desdices y ahogas,

qué rumor de unos pasos

deshaces, qué sonido

contradices y niegas? La cadencia está dicha,

realizado el suspiro.

El rumor es silencio,

la esperanza, la ruina. Todo silba y espera,

silencioso, engreído,

más allá de esta rosa.

2

Más allá de esta rosa, más allá de esta mano

que escribe y de esta frente

que medita, hay un mundo.

Hay un mundo espantoso, luminoso y contrario

a la luz, a la vida.

Más allá de esta rosa e impulsando su sueño,

paralelo, invertido

hay un mundo, y un hombre

que medita, como yo, a la ventana.

Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo,

mientras muevo mi mano,

alguien mueve su mano, con estrellas al fondo.

y escribe mis palabras

al revés, y las borra.

“Oda a la ceniza” 1967

MUCHACHA DULCE: NO ME AMAS

Muchacha dulce: no me amas.

Tú no conoces mi figura,

mi triste rostro que lejano vela

tu faz borrosa entre la lluvia.

Muchacha dulce: aquí en mis ojos

brilla un otoño que rezuma

oro de amor, de amor por ti que tienes

entre tus manos una aurora púrpura.

Soy como tú. Soy como tú. ¿Me oyes?

¡Soy como tú! ¡Oh, no me escuchas!

Mira, mira mi amor… ¡Cómo me brota

del corazón este alba rubia!

Tómala para ti. Yo no la quiero.

Es para ti. Tómala. Nunca.

Hacia el azul sube amorosa

y allí, tristísima, se alumbra.

MUCHO TE QUISE…

Mucho te quise y con dolor te miro

cuando aquí pasas con tu sueño a cuestas.

Mas para siempre, desde lejos, hondos

mis ojos te recuerdan.

Aquí en la tarde te contemplo

pasar hostil y sin clemencia.

Vas dura con tu sueño amargo y triste.

Ingrato sueño que el amor te veda.

MUJER AJENA

¡Oh realidad sin gozo y sin aurora!

Era la noche entera entre tus brazos.

Yo te tenía y sostenía. Abrazos

nos daba el sufrimiento a cada hora.

Viví contigo una verdad. No llora

quien tiene que vivir tan duros lazos.

Era vivir, abrirse paso a hachazos

en una selva de impasible flora.

Con brazos rotos y partido pecho,

abrirse paso a hachazos. Consumida

así tu vida, amor de mi derecho.

Abrirse paso y ver ya sucumbida

toda esperanza en el sendero estrecho;

cerrado trecho a la cerrada vida.

NOCHE DEL SENTIDO

El olfato no huele, ojo no mira.

Ni gusta lengua ni conoce el seso.

Eso sabemos, corazón que aspira.

Tan sólo eso.

Quién pudiera cual tú mirar tan leve

esta colina que una paz ya toma:

mirar el campo con amor, con nieve:

poder llamarlo fresca luz, paloma.

Quién pudiera cual tú tocar tu mano,

saber que es mano y conocer su sino,

saber tu hueso fatigado, humano,

pensar el viento que en la noche vino.

Saber qué es este ruido, esta nonada,

este grito que nace de un abismo,

de una tristeza tan desconsolada

como el amor que surge de ti mismo.

Saber la luz y conocerla hermosa,

mirar el cuerpo y conocer su brío,

mirar la noche que en la paz reposa,

fuente sellada al pensamiento mío…

Mirarte a ti, mirar a tu ternura

cuando contemplas mi dolor humano

y me suavizas en la noche pura

con la caricia de tu blanca mano…

Quién pudiera decirte amor, abrigo

de mi vivir, y en lenta letanía

llamarte luz, nombrarte viento amigo,

campo feliz y cielo de armonía.

ODA A LA CENIZA (Fragmento)

…Tú, mi compañero,

triste de acontecer,

tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y tienes

lo que acaso no sabes,

dame la mano en la desolación,

dame la mano en la incredulidad y en el viento,

dame la mano en el arruinado sollozo, en el lóbrego

cántico.

Dame la mano para creer, puesto que tú no sabes,

dame la mano para existir puesto que sombra

eres y ceniza,

dame la mano hacia arriba, hacia el vertical puerto,

hacia la cresta súbita.

Ayúdame a subir, puesto que no es posible la

llegada,

el arribo, el encuentro.

Ayúdame a subir puesto que caes, puesto que

acaso

todo es posible en la imposibilidad,

puesto que tal vez falta muy poco para alcanzar

la sed,

muy poco para coronar el abismo,

el talud hacia el trueno,

la pared vertical de la duda,

el terraplén del miedo.

Oh, dame

la mano porque falta muy poco

para saltar al regocijo,

muy poco para el absoluto reír y el descanso,

muy poco para la amistad sempiterna.

Dame la mano

Tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y

tienes lo que acaso no sabes,

dame la mano hacia la inmensa flor que gira en

la felicidad,

dame la mano hacia la felicidad olorosa

que embriaga,

dame la mano y no me dejes caer

como tú mismo,

como yo mismo,

en el hueco atroz de las sombras.

ODAS CELESTES

No cantaré, no, la tristeza.

No puedo, no. No he de cantarla,

sino alegría que me sube

en una ola dulce y casta.

Me desarraigo de la tierra.

Voy como un sueño sin mañana.

Vivo en el aire, transparente.

Rozo en los vientos las montañas.

¿Quién puede verme sin delirio

como la suave luz del alba,

tocando leve el ancho cielo,

su ancha tersura delicada?

Vedme animar los bosques puros

y susurrar entre las cañas.

Sonido soy tan sólo, dicha

para las verdes, frescas ramas.

PALABRAS DICHAS EN VOZ BAJA

I

No es vino exactamente lo que tú y yo apuramos

con tanta lentitud en esta hora

pulcra de la verdad. No es vino, es el amor.

No se trata, por tanto, de una celebración

esperada, una fiesta

ruidosa, alzada en oros.

No es montañoso cántico.

Es sólo silbo, flor, menos que eso:

susurro, levedad.

II

Y esto empezó hace mucho. Unimos nuestras manos

muy apretadamente para quedarnos solos,

juntos y solos por la senda infinita

interminablemente.

Y así avanzamos juntos por la senda

tenaz. La misma senda, el mismo instante de oro,

y sin embargo, tú marchabas sin duda

siempre muy lejos, atrás, perdida en la distancia

luminosa, diminuta y queriéndome

en otra estación más florida,

en otro tiempo y otro espacio puro.

Y desde el retirado calvero, desde la indignidad arenosa

del madurado atardecer, en que yo contemplaba

tu tempranero afán,

te veía despacio, una vez y otra vez,

sin levantar cabeza en tu jardín remoto,

atareada y obstinada-

mente

¡y tan injustamente!

coger con alegría

las rosas para mí.

PALABRAS EN LA NOCHE

Cecilia, dulce amiga. Hoy yo quisiera hablarte

con la verdad que nace de un corazón pequeño.

Decirte cómo un día yo quise condenarte.

A ti que fuiste sólo la luz para mi sueño.

A ti que fuiste siempre la luz para mi vida,

la luz parada en medio de mi existencia vana,

la luz suave y callada, la luz dulce, esparcida,

valiente en la tristeza, luciente en la mañana.

A ti, blanca presencia del día silencioso,

escala de ternura, licor que yo he bebido.

a ti, prado o colina que esparce su reposo.

A ti a quien tantas veces mi amor ha entristecido.

Decirte, suavizarte, hablarte del rocío,

hablarte de la noche que baja lenta a verte,

cual baja ya tu vida, más dulce al pecho mío,

que quiso un día amarte y vino a deshacerte…

PERO CÓMO DECÍRTELO

Pero cómo decírtelo si eres

tan leve y silenciosa

como una flor. Cómo te lo diré

cuando eres agua,

cuando eres fuente, manantial, sonrisa,

espiga, viento,

cuando eres aire, amor.

Cómo te lo diré,

a ti, joven relámpago,

temprana luz, aurora,

que has de morirte un día

como quien no es así.

Tu forma eterna,

como la luz y el mar, exige acaso

la majestad durable

de la materia. Hermosa

como la permanencia del océano

frente al atardecer, es más efímera

tu carne que una flor. Pero si eres

comparable a la luz, eres la luz,

la luz que hablase,

que dijese “te quiero”,

que durmiese en mis brazos,

y que tuviese sed, ojos, cansancio

y una infinita gana

de llorar, cuando miras

en el jardín las rosas

nacer, una vez más.

REFLEXIONES ÚLTIMAS

Mar en calma. Con energía

desafiante asume el reto

de entender la sabiduría

inmortal de quedarse quieto.

Más allá de pena y de goce,

¡infinitud en que te enrolas!,

el corazón, al fin, conoce

la ciencia de no tener olas.

La ciencia en que no vuela un ave

ni se escucha un sonido leve.

(Luego, sin nadie, el sueño grave.

Sin nadie, la estepa, la nieve.)

RELOJ DE ARENA

A Emilio Lorenzo

Un diálogo consigo mismo es lo que consigue el hombre

al atardecer,

contemplando el reloj de la arena que cae.

Un monólogo, una susurrante confidencia,

un murmullo apenas inteligible donde se desmorona el

pasado

continuamente, perezosamente deleznable, con lentitud

cruel, con perversa demora.

Cae la arena despacio por el diminuto agujero,

el esplendor de la vasta mañana.

La luz del sol, indolente, infinita, cae.

Cae el amor, desolado, indirecto.

La atroz verdad convertida en sí misma,

la enormidad de una pequeña causa,

por el conducto mínimo,

inverosímilmente.

El horizonte interminable, la playa desierta.

Sobre mí que medito en la sombra

va cayendo muy leve, pausada

lluvia imperceptible:

una lluvia lenta de polvo exquisito

que con tacto y sutil cortesía

pone extraño, enigmático el mundo.

Polvo gris donde había otra cosa,

tan pequeña, y aún la sigues pidiendo.

Donde había una mano, una rosa.

REMEMORACIÓN DE INCIDENTES

En una cueva de la memoria, en su larga llanura oxidada,

en su estéril cardenillo verdoso, en su desolado atardecer,

lento y un poco oscurecido como si fuese ya tarde,

como si nacer no hubiera sido posible

aquel remoto día, perdido en el confín;

e imposible fuese asimismo

el otro amargo día, no puedo decirte su nombre,

algo ladeado y ya en las afueras de súbito,

en el suburbio y el terrible descampado de súbito,

lívidamente azul de pronto;

con tazas desportilladas, abanicos devorados por la ansiedad,

relicarios de madera envejecida, espejos,

miserables espejos de azogue saltado, horrendos maniquíes

sin cabeza, emisarios inmóviles de más allá del río

solitario, emisarios sin brazos y sin cabeza, inmóviles,

y por eso no pueden sonreír;

y todo subía como una marea feroz por la memoria cárdena,

y todo subía amargamente cárdeno por el recuerdo de una noche,

trepaba por la penosa rememoración, por el jadeante ascender y acordarse

de una noche, saliendo de la sombra, un momento tan solo;

reconstruir aquella adoración

hecha de pétalos, de palabras y polen de palabras, de

cansancios o incrustaciones lamentables, quejidos,

de quemaduras y desolaciones

junto a un andén que no llegaba nunca como si fuese un tren,

un tren de súbito como si fuese aquella adoración.

Y todo en la memoria se retorcía agitado por el vendaval,

como un gran bosque movido por la ira de un huracanado renacer.

El parto terrible de la memoria era el viento,

la noche terrible de la memoria se llamaba aquilón.

Todo vibraba y era movido por una propagación llameante

que fulguraba en medio de la tempestad y se extendía y encrespaba en la música,

vibraba entre los acordes de una multitud de guitarras,

sonando en el estruendo de un día terso y limpio, destrozado

tan secamente como un espejo en una habitación.

Ay, en la oscuridad, atenazados por el deseo

dos cuerpos se buscaban a tientas como si fuese posible vivir,

como si la verdad existiese en la tiniebla oscura

y hubiese que buscarla apretando una carne duramente,

y hubiese que buscarla atravesando duramente la interminable oscuridad

de una carne, toda una noche larga, y más allá quebrase ya una luz:

el alba hermosa y pura donde todos

existen otra vez,

salvados y otra vez, vivos, salvados…

…Y he aquí que nosotros, aún no salvados, vivos,

golpeamos la sombra, en medio de la noche…

SALMO DESESPERADO

Como el león llama a su hembra, y cálido

al aire da su ardiente dentellada,

yo te llamo, Señor. Ven a mis dientes

como una dura fruta amarga.

Mírame aquí sin paz y sin consuelo.

Ven a mi boca seca y apagada.

He devorado el árbol de la tierra

con estos labios que te aman.

Venga tu boca como luz hambrienta,

como una sima donde un sol estalla.

Venga tu boca de dureza y dientes

contra esta boca que me abrasa.

Tengo amargura, brillo como fiera

de amor espesa y de desesperanza.

Soy animal sin luz y sin camino

y voy llamándola y buscándola.

Voy oliendo las piedras y las hierbas,

voy oliendo los troncos y las ramas.

Voy ebrio, mi Señor, buscando el agrio

olor que dejas donde pasas.

Dime la cueva donde te alojaste,

donde tu olor silvestre allí dejaras.

Queriendo olerte, Dios, desesperado

voy por los valles y montañas.

SALVACIÓN DE LA VIDA

Ven para acá. Qué puedes decir. Reconoces

tácitamente a la aurora.

El aire se ensancha en irradiaciones o en círculos

y todo queda listo para una eternidad que no llega.

Yo y tú y todos los otros sumados,

enumerados, descomponemos el atardecer,

mas la fuerza de nuestro anhelo es una victoria levísima.

Somos los herederos de una memoria sin fin.

Se nos ha entregado un legado de sueño

que nos llega a las manos desde otras manos y otras

que se sucedieron con prisa.

Llevemos

sin parsimonia nuestra comisión delicada.

Pongamos

más allá de nosotros, a salvo de la corrupción de la vida,

nuestro lenguaje, nuestros usos, nuestros vestidos,

la corneta del niño, el delicado juego sonoro,

la muñeca, el trompo, la casa.

SALVACIÓN EN LA PALABRA

A Jorge Guillén

1

Dejad que la palabra haga su presa lóbrega,

se encarnice en la horrenda miseria

primaveral, hoce del destino, cual negra teología corrupta.

Súbitas, algunas formas mortales,

dentro del soplo de aire

permanente e invicto.

La palabra del hombre, honradamente

pronunciada, es hermosa, aunque oscura,

es clara, aunque aprisione

el terror venidero.

Hagamos entre todos la palabra

grácil y fugitiva que salve el desconsuelo.

…Como burbuja leve la palabra

se alza en la noche, y permanece

cual una estrella fija entre las sombras

2

Y así fue la palabra

ligero soplo de aire

detenido en el viento,

en el espanto,

entre la movediza realidad y el río

de las sombras. Ahí está detenida

la palabra vivaz, salvado este momento único

entre las dos historias.

…De pronto el caminar fue duradero

y el hombre inmortal fue,

y las bocas que juntas estuvieron

juntas están por siempre.

Y el árbol se detuvo en su verdor

extraño, y la queja

ardió en una zarza

misteriosa.

3

Allí estamos nosotros.

Allí dentro del hálito.

Tú que me lees estás allí

con un libro en la mano.

Y yo también estoy.

Tú de niño, cual hombre, como anciano,

estás allí.

Tu corazón está con su amargura,

ennoblecido y muerto.

Y vivo estás.

Y hermoso estás.

Y lúcido.

4

Todo se mueve alrededor de ti.

Cruje el armario de nogal, salpica

el surtidor del jardín.

Un niño corre tras una mariposa.

Adolescente, das tu primer beso

a una muchacha que huye.

Y huyendo así, huye nada,

quieto en el soplo tenue.

5

Y así fue la palabra entre los hombres

silenciosa, en el ruido

miserable

y la pena,

arca donde está el viento detenido

y suelto,

acorde suspendido y desatado,

leve son que se escucha

como más que silencio, en el reposo

de la luz, de la sombra.

Así fue la palabra,

así fue y así sea

donde el hombre respira,

porque respire el hombre.

SOSTÉNME TÚ

Sosténme tú… Sosténme en esta espuma,

en tan dudosa espuma, en tan extraño

vivir; en este sueño, en este engaño,

en esta incertidumbre, en esta bruma…

Pero me voy. Callada, cierta, suma,

me espera la deidad del rostro huraño,

y lentamente del vivir me extraño.

Hacia otra ley mi cuerpo que se esfuma.

Y tú, campo de amor… Y tú, levanta

tus ojos ciegos. Mírame de frente.

Yo no soy yo. Mi cuerpo ya me espanta.

Mírame bien. No soy aquél. Enfrente

está ya el mar. No soy, no soy… no canta

nada. No soy… Amor, escucha, tente…

SUBIDA DEL AMOR

Mira los aires, alma solitaria,

alma triste que sola vas gimiendo.

Asciende, sube. Amor te espera.

Dios te espera en la cima de tu vuelo.

Aleteante, temblorosa y blanca

te veo subir entera entre los vientos.

Te vas dorando. Solar eres.

Clara y solar sobre los cielos.

Alma sola de Dios junto a su rostro,

rostro de luz que cubre el firmamento.

Inmensa estás tocada en luz naciente.

Inmensa estás la luz de Dios bebiendo.

Cara con cara junto a Dios, contemplas.

Cara con cara yo te veo.

Vida con vida, luz con luz,

cielo con cielo.

Luz de amor, luz de vida

lenta en los aires bajar siento.

Fundida luz de Dios con luz del alma.

¡Oh claridad en el silencio!

TÚ Y YO

Tú y yo, los dos, bajo la luz del día,

bajo la luz que dura en lo inocente,

¡Oh, sí, los dos, bajo la luz riente

queremos ser! Queremos… Yo querría.

Contra la sombra o la melancolía,

contra las injusticias del presente,

quién te tuviera siempre, siempre… ¡Tente

amor pequeño, campo de alegría!

Y aquí los dos mirándonos. sin vernos.

Aquí los dos hablando. Sin oírnos.

Buscándonos a tientas. Sin tenernos.

Y el tiempo ya empujándonos a un irnos

inacabable. No podemos sernos

jamás. Entrando siempre en el morirnos.

VALE LA PENA

Vale la pena, vale la condena

contemplar en la tarde que se inclina

a poniente la paz de esta colina,

dulce en la hora de la luz serena.

Vale la pena contemplar tu pena,

aunque me duele como aguda espina,

vale la pena noche que avecina

su rostro duro y su tenaz cadena.

Vale la pena el alentar, la vida,

vale la pena el río con tu llanto,

vale la pena la amistad mentida,

la luz mentida, el verdadero espanto,

la noche negra de la atroz partida,

y tu amargura que me importa tanto…

VEN HACIA MÍ…

Algo en mi sangre espera todavía.

Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.

Pero no. Inútilmente yo te llamo.

Aquella voz que te llamaba es ésta.

Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen

donde los tuyos la mañana aquella.

Ven hacia mí. La tierra toda oscila,

se mueve, cruje. Vístete. Despierta.

Oh, qué encendida el alma

en su secreto puro, si vinieras.

Sin esperanza, entre la luz del día,

mi voz te llama.

El eco. La respuesta.

VERDAD, MENTIRA

Con tu verdad, con tu mentira a solas,

con tu increíble realidad vivida,

tu inventada razón, tu consumida

fe inagotable, en luz que tú enarbolas;

con la tristeza en que tal vez te enrolas

hacia una rada nunca apetecida,

con la enorme esperanza destruida,

reconstruida como el mar sus olas;

con tu sueño de amor que nunca se hace

tan verdadero como el mar suspira,

con tu cargado corazón que nace,

muere y renace, asciende y muere, mira

la realidad, inmensa, porque ahí yace

la verdad toda y toda tu mentira.

Y TU AMARGURA QUE ME IMPORTA TANTO…

Y tu amargura que me importa tanto

vale la pena. Vale el mundo todo:

vale la piedra oscura, el sucio lodo,

y la pureza con su turbio manto.

Aquí estamos los dos. Vale el quebranto

en el que tantas veces yo me acodo;

vale la pena el ir codo con codo

en el huir de un carcelero espanto.

Vale la pena negra desbandada

por la llanura que no tiene ocaso.

Vale la pena, vale la jornada.

Vale la pena ese final, acaso,

de una noche infinita, abandonada

en el hondón de un sideral fracaso.

Y TÚ QUE TANTO AMAS…

Y tú que tanto amas, tanto ríes,

tanto adivinas y conoces tanto,

¿dónde el escudo para que te fíes,

dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?

¿Dónde el camino que no veo ahora?

Dímelo o llora y el mirar suprime.

¿Es ya la noche que no tiene aurora?

Dímelo, dime.

Y sin embargo tu vivir empaña

mi vivir con un vaho que es ternura,

que es caliente rumor que me acompaña

la noche oscura.

Y sin embargo con tu mano guías

y a tientas toco lo que apenas veo

y digo acaso para que sonrías

lo que no creo.

Y toco apenas y tu bulto aprendo

y torpe sigo lo que tú me indicas.

Lo que no miro, lo que no comprendo,

tú multiplicas.

Tú multiplicas, o quizás es tu invento

porque lo vea aunque quizá no exista.

Entre la noche de mi pensamiento

dulce es tu vista.

Dulce es tu vista, tu mirar risueño

que mira un llano donde estaba un monte

y que a mi alma de temblor pequeño

llamó horizonte.

Dulce es tu vista que miró aquel lago

y lo llamaba alegre mar bravío.

Tu generoso corazón es mago.

¡Lo fuese el mío!

Y YO TE QUISE MÁS…

Yo iba contigo. Tú, con tristes ojos

parecías la tarde en la mañana.

Mi amor, al verte triste, atardecía.

Atardecía, pero alboreaba.

Pues yo te quise más. Para alegrarte,

la luz del mundo celebré más ancha.

Y mi alma entonces exhaló el perfume

agreste y fresco que madruga y canta.

Como el jilguero su garganta oprime

en donde suena una experiencia humana,

se escuchaban arrullos, liras, voces,

y tambores, venturas, violas, arpas.

Y el mundo era el sonido no vivido

que en mi interior vivía y resonaba.

Boscán, Juan

Juan Boscán (España, 1490 – 1542)

A LA TRISTEZA

Tristeza, pues yo soy tuyo,
tú no dejes de ser mía;
mira bien que me destruyo,
sólo en ver que el alegría
presume de hacerme suyo.
¡Oh tristeza!
que apartarme de contigo
es la más alta crueza
que puedes usar conmigo.

No huyas ni seas tal
que me apartes de tu pena;
soy tu tierra natural,
no me dejes por la ajena
do quizá te querrán mal.
Pero di,
ya que estó en tu compañía:
¿Cómo gozaré de ti,
que no goce de alegría?

Que el placer de verte en mí
no hay remedio para echallo.
¿Quién jamás estuvo así?
Que de ver que en ti me hallo
me hallo que estoy sin ti.
¡Oh ventura!
¡Oh amor, que tú heciste
que el placer de mi tristura
me quitase de ser triste!

Pues me das por mi dolor
el placer que en ti no tienes,
porque te sienta mayor,
no vengas, que si no vienes,
entonces vernás mejor.
pues me places,
vete ya, que en tu ausencia
sentiré yo lo que haces
mucho más que en tu presencia.

CAPÍTULO

…Era este tu cuerpo, el cual yo viendo,
tan grande era mi miedo y mi deseo
que moría entre yelo y fuego ardiendo.

Pues ya de tu alma si escribir deseo,
tanto he de andar por lo alto rodeando
que habrá de ser perderme en el rodeo.

Andaré pues, así como trazando
las  figuras por sí, sin las colores
la obra por mis fuerzas conformando.

No basta amor, ni bastan los amores,
a levantar tan alto mi sentido
que muy bajos no queden mis loores.

El saber de tu alma es infinido:
¿cómo podré de vista no perdelle,
con este mi entender que es tan finido?

harto será de lejos sólo velle;
y aun este ver será en mí tan confuso
que su bulto veré sin conocelle.

El cielo acá en el mundo te dispuso
con obra tal que, al tiempo que te hizo,
el bien que en él pusieron en ti puso…

COMO AQUEL QUE EN SOÑAR GUSTO RECIBE

Como aquel que en soñar gusto recibe,
su gusto procediendo de locura,
así el imaginar con su figura
vanamente su gozo en mí concibe.

Otro bien en mí, triste, no se escribe,
si no es aquel que en mi pensar procura;
de cuanto ha sido hecho en mi ventura
lo sólo imaginado es lo que vive.

Teme mi corazón de ir adelante,
viendo estar su dolor puesto en celada;
y así revuelve atrás en un instante

a contemplar su gloria ya pasada.
¡Oh sombra de remedio inconstante,
ser en mí lo mejor lo que no es nada!

DULCE SOÑAR

Dulce soñar y dulce congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba,
si un poco más durara el engañarme.

Dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.

¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras, si vinieras tan pesado,
que asentaras en mí con más reposo!

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.

EL RUISEÑOR QUE PIERDE SUS HIJUELOS

Cual suele el ruiseñor entre las sombras
de las ahojas del olmo o de la haya
la pérdida llorar de sus hijuelos,
a los cuales sin plumas aleando
el duro labrador tomó del nido;
llora la triste pajarilla entonces
la noche entera sin descanso alguno,
y desde allí, do está puesta en su ramo,
renovando su llanto dolorido,
de sus querellas hincha todo el campo.

EN LA HUERTA NASCE LA ROSA…

En la huerta nasce la rosa:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.

Por las riberas del río
limones coge la virgo:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.

Limones cogía la virgo
para dar al su amigo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.

Para dar al su amigo
en un sombrero de sirgo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.

GARCILASO, QUE AL BIEN SIEMPRE ASPIRASTE…

GarciIaso, que al bien siempre aspiraste,
y siempre con tal fuerza le seguiste,
que a pocos pasos que tras él corriste,
en todo enteramente le alcanzaste;

dime: ¿Por qué tras ti no me llevaste,
cuando desta mortal tierra partiste?
¿Por qué al subir a lo alto que subiste,
acá en esta bajeza me dejaste?

Bien pienso yo que si poder tuvieras
de mudar algo lo que está ordenado,
en tal caso de mí no te olvidaras.

Que, o quisieras honrarme con tu lado,
o, a lo menos, de mí te despidieras,
o si esto no, después por mí tornaras.

GRAN TIEMPO FUI DE MALES TAN DAÑADO…

Gran tiempo fui de males tan dañado,
por el dañado amor que en mí reinaba,
que a sanos y a dolientes espantaba
la vista de un doliente tan llagado.

Conveníame andar siempre apartado,
según de mí la gente se apartaba,
y aquello en que más yo me reposaba
era hartarme de ser desdichado.

Vime sano después en un momento,
y vueltos en placer los males míos;
miraban todos esta salud mía

con un maravillado sentimiento,
como al ciego miraron los judíos
espantados de velle como vía.

LA AUSENCIA

Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.

Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.

No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas.

Que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló,
no por eso serán mejor curadas.

MUY GRACIOSA LA DONCELLA…

Muy graciosa es la doncella,
¡cómo es bella y hermosa!

Digas tú, el marinero
que en las naves vivías,
si la nave o la vela o la estrella
es tan bella.

Digas tú, el caballero
que las armas vestías,
si el caballo o las armas o la guerra
es tan bella.

Digas tú, el pastorcico
que el ganadico guardas,
si el ganado o los valles o la sierra
es tan bella.

NUNCA DE AMOR ESTUVE TAN CONTENTO…

Nunca de amor estuve tan contento,
que en su loor mis versos ocupase:
ni a nadie aconsejé que se engañase
buscando en el amor contentamiento.

Esto siempre juzgó mi entendimiento,
que deste mal todo hombre se guardase;
y así porque esta ley se conservase,
holgué de ser a todos escarmiento.

¡Oh! vosotros que andáis tras mis escritos,
gustando de leer tormentos tristes,
según que por amar son infinitos;

mis versos son deciros: «¡Oh! benditos
los que de Dios tan gran merced hubistes,
que del poder de amor fuésedes quitos».

QUÉ HARÉ QUE POR QUEREROS…

¿Qué haré, que por quereros
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros?

Yo no sé con vuestra ausencia
un punto vivir ausente,
ni puedo sufrir presente,
señora, tan gran presencia.

De suerte que, por quereros,
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros.

SI EL CORAZÓN DE UN VERDADERO AMANTE…

Si el corazón de un verdadero amante,
y un continuo morir por contentaros,
y un extender mi alma en desearos,
y un encogerme, si os estoy delante;

y si un penar con un sufrir constante,
satisfecho y contento con miraros,
y un derramar mis pasos por buscaros,
preguntando por vos a cada instante;

y si un tener mi razonar compuesto,
en hablándoos, sin más, luego turbarme,
con un grande embarazo y desvarío,

los accidentes son que han de llevarme
con público pregón a morir presto,
la culpa es vuestra y el dolor es mío.

Benítez Reyes, Felipe

Poeta, novelista, traductor y ensayista español nacido en Rota, Cádiz, en 1960.
Autor de una vasta obra que abarca todos los campos de la literatura, está considerado como una de las voces más influyentes del panorama literario español. Ha sido incluido en las más importantes antologías, gracias a su excelente dominio del lenguaje, que abarca desde  el neosimbolismo de su primera época  hasta la gran versatilidad de sus trabajos poéticos posteriores.
Ha obtenido entre otros, los premios Luis Cernuda, Ojo Crítico, Fundación Loewe, Premio de la Crítica, Premio Nacional de Literatura y Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 1994 por «Vidas improbables».
Parte de su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones:
«Paraíso manuscrito» en 1982, «Los vanos mundos» en 1985, «La mala compañía» en 1989, «Poesía» en 1992, «Sombras particulares» en 1992,
«Paraísos y mundos» en 1996, «El equipaje abierto» en 1996 y «Escaparate de venenos» en el año 2000. Continue reading

Bengoechea, Javier de

Poeta español nacido en Bilbao en 1919.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto, ha dedicado gran parte de su vida a la literatura destacándose como crítico de arte y de teatro en la prensa y revistas destacadas de su país.
Obtuvo inicialmente el accésit del Premio Adonais en 1950 y luego el mismo premio en el año de 1955.
De su obra poética se destacan: «Habitada claridad» en 1951, «Hombre en forma de Elegía» en 1956 y «Fiesta nacional» en 1959. Continue reading

Bécquer, Gustavo Adolfo

Poeta español nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en 1870.
Es uno de los grandes poetas románticos del siglo XIX. Sus rimas suponen el punto de partida de la poesía moderna española. Se inició en el arte pintando al lado de su padre y hermano, pero la abandonó en 1854 cuando se dedicó por completo  a la literatura.
Autor también de «Historia de los templos de España» y «Cartas literarias a una mujer».

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Barral, Carlos

Poeta, prosista y editor español nacido en 1928 en la ciudad de Barcelona.
Después de licenciarse en Derecho en 1950, se dedicó a impulsar la empresa editorial fundada por su familia, convirtiéndola en una de las más importantes del continente europeo.
Perteneció al grupo de los años cincuenta junto a Gil de Biedma, Joan Reventós y Alberto Oliart, dedicados a fomentar la poesía social.
En 1952 publicó su primer libro de poemas «Las aguas reiteradas», al que siguieron, «Metropolitano» en 1957, «19 Figuras de mi historia civil» en 1961 y «Usuras y figuraciones» en 1973.
En 1988 obtuvo el Premio Comillas de Tusquets Editores en la categoría Memorias por su obra «Cuando las horas veloces».
Fue además senador por Tarragona en 1982 y  parlamentario  por el Partido Socialista Español.
Murió en Barcelona en 1989. Continue reading