Category Archives: España

Cano, José Luis

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Algeciras en 1912.

Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, se radicó en Madrid donde dirigió por más de veinte años la colección «Adonais» . Fue secretario y crítico de la revista Ínsula, autor de diversas antologías y biógrafo de García Lorca y Antonio Machado.

Ensayista y autor de varios libros de crítica literaria, dedicó mucha parte de su tiempo a defender la calidad de la poesía del 27, convirtiéndose además en un gran impulsor de la lírica andaluza.

Fue traductor de poesía francesa e inglesa, conferenciante en universidades europeas y colaborador habitual de revistas hispanoamericanas. Como poeta dejó una obra llena de delicadeza y profundidad.

Sus libros significativos son «Sonetos de la bahía» en 1942, «Voz de la muerte» en 1945, «Las alas perseguidas» en 1946, «Otoño en Málaga y otros poemas» en 1955, «Luz de tiempo» en 1962 y «Poesía» en 1964.

Falleció en 1999.

A MI HIJA TERESA

Aún no sabes hablar, mas ya tu vida

para mi alma canta un hondo son:

Diariamente se empapa el corazón

de tu palabra torpe, tan querida.

Se llena el alma de tu beso, erguida

para alzarte y tenerte. Una pasión

diariamente la enciende, una canción

que nace de la vena más herida.

Y un dulce frenesí. Tu carne siento

trémula arder, rosada, tierna, pura,

mientras la mía sueña enajenada.

Oh tierra, oh desamparo, oh ciego viento

que va perdido por la noche oscura

y encuentra al fin la luz, la paz, la nada.

AL MAR, SOLO

Si tu amor busco a solas, entregado

a un éxtasis errante y sin conciencia,

no sé qué resplandor de adolescencia

unge mi piel, ya siempre a tu cuidado.

Mi boca acerco a tu rumor nevado,

purísimo sabor de tu presencia,

espuma dulce para mi dolencia

de soledad, al sol de tu costado.

No sé a qué paraíso de indolentes

me llevas o nos llevan así unidos,

tu desnudo y mi sombra a la deriva.

Sólo sé que tus labios transparentes

hoy se entreabren dulces y vencidos

al paso de mi sangre fugitiva.

ATARDECER

Deja que el amoroso pensamiento

dé a tu frente un temblor de agua invadida,

y deja que mi sombra, en la avenida,

acaricie tu seno soñoliento.

La tarde eres tú y yo, sin otro aliento

ni otro paisaje que la mar dormida.

La vida es tu silencio, la vencida

caricia de tu flor sin movimiento.

Duermen las aves su clamor. El cielo

boga su luz por tu mirada ausente.

Sueñan tus ojos a la sombra mía.

Sueña el aire en su orilla, y siento el vuelo

cálido de mi sangre. Dulcemente

va naciendo el amor, muriendo el día.

BESARTE ES SOÑAR

Sí, besarte es soñar. Y acariciarte,

rozar, sorber el cielo más hermoso.

Pero si el tiempo puede, al arrancarte

tu belleza, tornar en doloroso

recuerdo aquel mirar enajenado,

aquel beso ardentísimo, aquel fuego,

volcán de amor, y aquel dulce sosiego

que sigue al jadear ebrio y callado,

¿Cómo sentir ligera, alada, pura

la dicha del amor, si está ya herida

por el mal que vendrá, nube de muerte,

tiempo ya gris que empaña la hermosura

cuando empieza a dar fruto, y más erguida

arde su luz, y duele más perderte?

DESNUDO

Lame, arena, su cuello, y ciñe fría

su adormecido seno en ti yacente,

que luego iré a besar esa serpiente

de tu lengua, que el viento desvaría.

Hiere mansa esa flor de la bahía

que asume su mejilla húmedamente,

y ciega esa callada boca ardiente

que no quiere besar la boca mía.

Roza luego su vientre, y la dorada

piel besa de su cálida cintura,

y allí en su centro queda enamorada.

Que ya te templará la calentura

otra flor de mi huerto bien rociada,

si tu lengua se quema en su espesura.

DULCE TUMBA

Junto a la orilla de este mar quisiera

a la sombra morir de su hermosura,

entreabiertos los labios, y esta dura

melancolía hiriendo el sol de fuera.

Como otro pino más de la ribera

quisiera allí soñar. Allí mi impura

sangre desnudará su rama oscura

y allí la tendrá el aire prisionera.

A flor de arena el cuerpo amortecido,

allí el vívido azul de la bahía

hermoseará su nombre y su latido.

Y el eco oiré, cual una melodía,

de unos pies al pasar, ya en dulce olvido

de tu hermosura, oh playa triste y mía.

ESA ALONDRA DE NIEBLA…

Esa alondra de niebla que sostienes

sobre el hálito malva de tu cima,

esa guirnalda matinal que arrima

un levante purísimo a tus sienes.

Pálida el alma y desmayada tienes,

mas tu sangre de roca no la anima

a saltarse las trombas de tu clima

durísimo de vientos y vaivenes.

¿Qué sueño la persigue y la desmaya,

qué rumor triste a su llamada sueñas

por el mundo pelado de tu playa?

Mirando estoy tus sombras y cadenas,

oh roca sin amor, y en mi atalaya

tocando estoy tus alas y tus penas.

ESPUMAS

Este cuerpo de amor no necesita

quemar su luz en otra ardiente rama.

La lava en que se quema y que derrama,

por su propio volcán se precipita.

Tu hermosura sin voz sólo me incita,

no un corazón ni el vuelo de una llama.

Mi alimento es mi amor, y lo que ama

mi sangre, es esa piel, que un astro imita.

¿Qué esconde esa belleza? Sólo espumas,

Oh hermosa nada que a mi amor convoca,

raudo cielo sin Dios, mar sin secreto.

Pero besar todas sus dulces plumas

es ya el único sino de esta boca,

la única gloria ya de este esqueleto.

ESTÍO

Una dura raigambre de alto helecho

he elegido por tumba prematura

en esta soledad de arena oscura

donde gime la sangre de mi pecho.

Lejos está el amor. Aquí cosecho

un bronco sol para mi sepultura.

Aquí crece mejor la quemadura

que quiero para el fondo de mi pecho.

Todo ese inmenso mar no bastaría

para volver la vida y la mirada

a esta osamenta gris, a este esqueleto.

Hace tiempo que amó. Ya no sabría

dar su ofrenda al amor, su calcinada

sangre, su corazón lejano y quieto.

LA TARDE

Cada día toco con mis manos la dicha

la beso con mis labios

la dejo que se duerma dulcemente en mi pecho

que se despierte luego estremecida como un hermoso sueño.

Enfrente el cielo, los pájaros y tu boca entreabierta

sobre la calle con acacias y niños

delicada y trémula como una sonata.

Y desde mi terraza, íntima como una caricia

ávido sorbo la tarde y su hermosura

contemplo el avión rasgar sereno el aire puro

y casi toco

acaricio con mis dedos la luna inmensa

posada con ternura sobre un árbol cercano.

Poca cosa es lo que hace falta a veces para sentir la dicha

una luz, una flor, una brisa, una mano en la nuestra

o esta tarde que parece de carne

de suavísimo nácar

tarde entregada para un mirar lentísimo

para entrarla despacio

como un sueño en el alma

para besarla pura, inmaterial y celeste.

LUZ DEL TIEMPO

La luz, la luz más pura está en el tiempo,

es su zumo dorado que nos moja

el alma diariamente y la desnuda.

Como la luz, como el amor a veces,

el tiempo es tuyo, y él te tiene, míralo

morando ya en tu carne lentamente

posando en ella su ceniza triste,

sus minutos que brillan amarillos

y tus labios golpean tercamente.

y pues no puedes detenerlo, ahora

que escapa más de prisa, ya vencidas

tu juventud y tu esperanza, escucha

cada latido suyo, cada ola

de su invisible, silenciosa música,

y acecha el don, su luz de cada día.

Dale tú, en cambio, paz al tiempo, honda

paz si es que alguna guardas en tu alma.

Da tu hora al amor, al beso, al ocio,

pues no es dinero -time is money- el tiempo,

y da a tu soledad el tiempo oscuro

que ella te pida, y tu minuto abierto

a ese niño que ríe, y a ese perro

vagabundo que pide pan y dueño,

y al poema que espera, y a ese pájaro

que vuela ebrio por el vasto cielo.

NOTICIA DEL BESO

Nace el beso en la sangre y su fuego madura

como el fruto de un árbol a la luz de la tarde.

Ebrias alas secretas van naciendo a su paso

y dorando los labios que esperan entreabiertos.

Gime la flor del beso antes de abrir su rosa,

y sus pétalos arden melancólicamente

mientras sube un rumor por la delgada sangre

y se detiene al borde de la boca hechizada.

Ya los ojos no ven. Mientras escapa el mundo

sólo el fruto del beso hunde su quemadura

en el dorado éxtasis, y el nácar de unos labios

dulcemente crepita en su abrasada llama.

Un brillo nuevo nace de la boca entreabierta,

mientras redonda estalla la granada del beso,

y el dulce labio herido, ardiente ola ceñida,

su lentísima espuma destila prisionero.

No tiene edad el beso, pero su fruto muere

cuando su llama de oro se deshace en los labios,

cuando despierta el párpado de su ebriedad callada

y el corazón se oculta para sorber su dicha.

Mas no muere su luz, su ardentísimo pozo

puro como la nieve, hondo como el silencio.

No muere lo que llega al fondo de la sangre

donde el beso dejó un reguero de cielo.

RAPTO DE AMOR

Mira el mundo sin flor. Este haz de rocas

sólo sombra da al oro que declina.

Muerto parece el mar. Aquí culmina

el mineral silencio de dos bocas.

Soledad, piedra, amor. La arena yerta

desolada pasión siente en su seno.

No hiere su piel muda este sereno

amor, esta extinguida luz desierta.

Mira esa roca, oh prisma de ternura.

Pon tu mano en sus filos dulcemente.

¿No sientes en tu palma la silente

vida que allí se esconde, ahogada, oscura?

Y el duro corazón que en ella late,

nuestro crispado amor va serenando

de un pálpito inmortal, y va arrancando

luces y sueños de tu seno mate.

roca es también tu cuerpo, roca o muerte

tu pálida belleza y tu mirada,

tu frente, luna ya petrificada

por este sideral silencio inerte.

No mires hacia el mar. En esta arena

clava ya tus dos labios diamantinos.

Incendia con tu lengua estos caminos

de calcáreo pesar y extinta vena.

Muerto está el mundo si tus labios miro.

La tierra vuelta ya a un perenne ocaso.

Sólo vuelvo a vivir cuando repaso

tus brazos, pleamar en donde expiro.

Este nocturno viento, esta bandera

de soledad, ondeando por la orilla,

cómo asola implacable tu mejilla,

rígida ya en su hálito de cera.

Muere a solas la tarde, y una broza

tierna muerdes, de amor languideciendo.

Todo tu peso núbil voy cediendo

a esa arena mortal que el labio roza.

Pero duro, bramante, el mar ya invoca

nuestro amor, nuestras bocas rutilantes.

Reclama esta inmortal gloria de amantes,

pétreo fuego de amor que un astro evoca.

Clama ya su pasión. ¿No oyes su pecho

resonar por la inmensa, abierta herida?

alza pujante que alza una ofrecida,

cálida espuma en jadeante lecho.

En ti grabo mis labios y en ti hundo

mi soledad, mis pulsos invocantes.

Átate a mí. seremos dos amantes

en busca del olvido en lo profundo.

Ciégate en mi clamor. Tras esa bruma,

¿no ves el halo de otro paraíso?

Este viento vibrátil que ya piso,

aéreamente nos alza y a él nos suma.

Tromba de amor me arrastra y me desata

de tus brazos, me arranca de tu frente,

ya precipita al mar la débil puente

de mi pecho y tu muerte me arrebata.

Lejano va tu cuerpo entre la espuma,

tus miembros ya rendidos a otro amante,

y te va blanqueando a cada errante

ola, la blanda sal que el mar rezuma.

Mientras yo voy profundo, hacia ignoradas

regiones de un amor más poderoso,

y un gran mar de metal, ligero, hermoso,

me tiende sus espumas invioladas.

Qué lejos está el mundo. Ya la arena

olvidó mi inquietud bajo otro viento.

¿He nacido otra vez? Ya sólo siento

un cuerpo hermoso, azul, que me encadena.

Y un oscuro clamor. De nuevo a solas,

late mi corazón en lo profundo

de este mar que me asume, y en él hundo

una sangre de amor bajo las olas.

SOBRE UNOS LABIOS MUERTOS

Ciega, impasible muerte de tu boca.

Está callada, está rota y oscura

aquella su rosada arquitectura

fiel a mis labios cálidos de roca.

La gloria de tu aliento ya no evoca

calientes rosas de esta tierra dura,

sino la sombra y soledad futura

de tus labios de mar. ¡Oh sol, invoca

tu luz más viva, y quema entre esos dientes,

de nieve ya, su lengua, amarantina,

clavel de su garganta delicada!

¡Fulgura en su humedad, y en los ardientes

arenales, de tu onda sibilina

un último sabor a su granada!

SUEÑO DE AMOR

Huí de mi lecho a solas por encontrarte, el vino

de la fiebre en los labios, incendiando mis huesos,

y una niebla cegándome los ojos, y un sino

de soledad quemándome y abrasando mis besos.

¿Dónde encontrarte? ¿Estabas junto a mí, bajo el cielo

indiferente al hombre, como un mar que olvidase

su clamor, o soñando bajo un dorado suelo

sin que yo, en mi ceguera, los trigos te apartase?

Era dulce la tarde de inmortal primavera,

y era dulce su sombra, piel de melancolía,

que avanza como un labio de amor que no quisiera

precipitar los besos por vivir más de un día.

¿Dónde estaba tu boca? Tu mirada escapaba

a mis labios, y era cual un aéreo celaje

que empapase su vuelo en la luz que besaba

a través de tus alas mi abatido ramaje.

Te busqué en ese mar sobre el que ahora sollozo,

sus espumas clavándome todas sus blancas flechas,

y te busqué en el cálido corazón de ese pozo

desde donde la vida ocultamente acechas.

Nadie me vio. Solía acariciar las casas

con mi mano agrietada por un dolor oscuro,

porque acaso ese aliento con que mi sangre abrasas

arde ignoradamente tras el rosado muro.

Nadie me vio salir de la ciudad. La tarde

plegaba ya su aroma a su indolente peso,

y esa estrella primera que en el azul ya arde

desunió mis dos labios con su secreto beso.

TENGO TUS LABIOS

Quizá perdí mi juventud, quizá

perdí Lloridas increíbles.

Quizá perdí otras cosas, pero tengo

la sal ardiente de tus labios.

Una infancia perdí, quizá un deseo

de una luz entre pinos y el mar puro.

Perdí el cielo del sur, pero ahora tengo

la sal y el fuego de tus labios.

Perdí aquel mar, y aquel afán eterno

de en él perderme y olvidarme.

Perdí más: a mi madre, pero tengo

la rosa oscura de tus labios.

Perdí hace tiempo aquel ocio andaluz,

puro y tranquilo como el aire.

Perdí la paz, pero ahora tengo

la gracia honda de tus labios.

De aquella primavera, de aquel ocio

sólo el recuerdo y el perfume quedan.

Estoy solo y herido, y sólo tengo

una luz que besar: la de tus labios.

Sí, perdí mi bahía, donde el tiempo

no parecía existir sino soñando.

Unos sueños perdí, pero te tengo

y contigo a tus labios

¿Perdí a Dios? Una noche sentí oscura

la soledad, la muerte entre los brazos.

Y helado el corazón. Mas luego tuve

la honda caricia de tus labios.

Ya no estaré más solo. Quiera el mundo

herir con frío o con puñal mi alma,

ya no estaré más solo porque tengo

la compañía de tus labios.

TIEMPO DE TERNURA

Como la playa en soledad, más pura

luce su desnudez, y como el pájaro

más melodioso vuela si más solo,

así este paraíso de ternura

no pide verso para ser cantado.

Su alentar, en su mundo de penumbra

-tibio interior en soledad amante-

deja su llama, y extasiado sueña

su luz, su vuelo entre caricias quietas.

Aquí halla el alma su razón de vida,

su lentísimo éxtasis la carne,

y el incorpóreo tacto besa mudo

la rosa inmóvil de la piel tranquila.

Ignorada ternura. A los amantes

hace más puros, casi transparentes.

¿Son el sueño de un Dios? Son melodía

callada del amor. Son quieta lumbre.

TIEMPO DEL AMOR

En el amor el tiempo es como un pájaro

aleteante, estremecido, trágico.

Parece detenerse en nuestros brazos,

jadear dulcemente en nuestros labios.

Y fluye tierno como el valle verde

por un secreto afán de vida breve.

Su vuelo cesa bajo el beso largo,

tensas las alas, dulce y hechizado.

Y cuando el beso acaba hay en su luz

un brillo de asombrada juventud.

Ahora acecha cautivo de los labios

el lento desunirse, desmayados.

Ahora yace, quemadas ya las alas,

mientras ávidamente se desangre.

En el amor el tiempo es como un pájaro

aleteante, estremecido, trágico.

VIERNES DE LAS DELICIAS

Cuando salgo a la luz de este viernes dorado

estrena la mañana sus pájaros primeros.

Es un viernes de barrio, humilde pero hermoso,

viernes de Las Delicias, viernes arrabalero.

Da gusto ver su piel, fresca como la aurora,

herida tiernamente por la luz del otoño,

esta luz increíble que mi corazón bebe

sorbiendo la mañana como una fruta de oro.

Es una luz tan tierna, tan acariciadora,

que a las cosas propaga una humana ternura,

y da alegria al árbol, al viajero que llega,

al perro en libertad ávido de aventuras.

Y el dulce viejecillo que vende caramelos,

el obrero que pasa, la chiquilla que ríe,

la sal para el pescado derramada en la acera,

brillan con alegria bajo esta luz del viernes.

Van las alas del viernes dorando la mañana

y tornándola pura como una melodía,

mientras yo voy alegre escuchando sus sones,

su concierto de pájaros y cristalinas brisas.

Mientras yo voy alegre, porque el corazón sabe

que atrás queda, soñando, la materia que ama,

la materia de un alma que beso cada noche

en los labios que ahora soñarán con el alba.

Canelo, Pureza

Reseña biográfica

Poeta española nacida en Moraleja, Cáceres, en 1946.

Pasó su infancia y adolescencia en el ambiente rural de su pueblo nativo. Hizo estudios de Magisterio en Madrid. Ha ocupado importantes cargos culturales, tales como, Jefe de la Oficina de Actividades Culturales de la

Universidad Autónoma de Madrid, miembro del jurado del Premio Adonais desde 1990, y Directora de la Fundación Gerardo Diego.

Entre las distinciones y premios recibidos, cuenta con el Premio Adonais en 1970 por «Lugar común», el Juan Ramón Jiménez del Instituto Nacional del Libro Español en 1980, el Premio Ciudad de Salamanca 1999 por «No escribir» y la beca de creación literaria Juan March en 1975, entre otros.

De su obra poética merecen destacarse: «Celda verde» en 1971, «El barco de agua» en 1974, «Pasión inédita» en 1990 y «Moraleja» en 1995.

COMO OCTUBRE DISPONGA

No más refugio

que la faz de mis brazos

si nos entra el otoño

desgajando

lo que al viento apetece

en su alfombra de bosque

y cuerpo a tIerra.

Mírame.

Otoño aún no somos en años

pero cuando él se nos acerca

hay que extender la batalla real

de los buenos amantes

en el recuento las hojas

de infinitos sabores ocres.

Mírame, y

hagamos la abundancia

a ras de nuestro suelo.

La variedad de un amor

es sepultar la inteligencia

entre los cuerpos.

No conozco otro refugio

ni mejor temperatura.

Sólo que estoy adivinando

cómo será el Otoño

nuestras vidas

de verdad calzadas en su estación

y otra vez

el nacimiento de amarse

la pasión inédita

que alumbrará mis versos.

Debo callar.

Ahora vamonos

a lo único

que del lento mudar

es ocre, ocres

como la alfombra disponga

tú y yo

obligando a trabajar

un viento revelación

lo más humano

para empujar las lumbres

bien cernida la noche.

De “Pasión inédita”

DE AGUA DULCE

Nunca hubiera adivinado que un amor

fuera la corriente más subterránea

sin escaparse

que va del tibio heno a un pozo

y de ahí empedrada a los huertos

sin dividirse

pero yo sí ante tu acecho

y este poema

que no acierta a explicarse mejor.

Corriente de agua dulce

en las tardes de agosto

no vayas por el agua

al pozo…

Se escribe así en el viento

una cultura detrás del amor

nacida en los campanarios

empujando suertes, ventanas

de la aldea interior

que es una mirada a la boca

trenzados frente a frente.

En el pozo andamos.

Mi saya tirando a selva

Tu camisa a juego oscura

Mi pie todavía calzado

Tu cuello abierto de mil troncos

Esta mano qué sorpresa sin anillo.

Las tuyas ayudando a sacar agua.

Del pozo me quiero ir

sin escaparme.

El busto atardecer

desconocía si esto era amor

o dulce trampa

que tira su moneda

sin dividirme

al fondo de las aguas.

Ay, la saya nueva

y camisa a rayas

flotan abrazando

el cielo, el limo puro

que del heno a un pozo

ya no saben regresar

a casa.

Y Dios arriba, abajo

empapado también

en dulce trampa

hace de una mujer aldea

este poema

que no acierta a explicartse mejor.

De “Pasión inédita”

EL POZO, EL POZO

La enramada más honda es esa verja

donde te subes para mirar

que ando descalza que ordenando voy

algunos pensamientos a flor de piel,

que sólo llevo puesto ojos ausentes

y la ropa tirada junto a un pozo

donde antes tú me has amado

y antes de haberme amado

yo sabía que lo harías

de tu pecho expuesto al mío.

¿Cuántas algas vuelven

a convertirse en roce arenas

si los orígenes del mundo

quedan atrapados en tus ojos

y es verdad la sal de la tierra

como también es lo de la miel

hilándome la boca?

Toda joya con engarce es un nido

ardiendo pero que asilvestrado

conoce el marino punto

donde aparecen olas para sofocar

el instante cuando los espejos

chocan en pleno vuelo chocan

sin romperse pero sí el aire

que ha perdido esencia ante

nuestro único cuerpo.

Debes acordarte siempre

de enramada, pozo, espejo

algas, brocal de haberte amado

y yo olvidar sabiduría, poema,

que no valen para nada

si me has rodeado de tu fuerza

igual que decides mi cuerpo

más esbelto a pesar de los años

que no sólo pasea la mujer por dentro

sino la mujer de luna

bien entrada en lugar creciente.

De “Pasión inédita”

EN EL LUGAR QUE MÁS NACÍ

Caída de la tarde

de dos almas

en la revuelta

de nuestro camino

izándose la noche.

Pasado mañana luna llena

y la acequia rodeando

la parra techo hermano

de la penumbra creciente.

¿Qué haces tú en esta tierra

ofrecida a zarzales, moscas

cubos de zinc, higueras

planicie de fuego

donde yo sé moverme

y tú abres los ojos

de tanto ruido y pan

en las cocinas?

¿Qué puedo hacer contigo

y comprendas de una vez

en el lugar que más nací

a pesar de la bandera

de ciudad que me viste

donde nos envolvemos

para abrazarnos?

¿Qué hacer contigo

y con tu alma

al caer la tarde

y oscuros ojos

escudriñan

lo que no viviste

en los años

de tu infancia?

Vamos, vamos

a ver el reloj cansado

de la plaza

y después al río

allí está la barandilla

y todavía su forja

que ahora puede

hablar por mí

una vez recogida

la simiente de mi cuerpo y cenit

milagrosamente retorno

de ¿Qué vas a hacer

en este lugar conmigo?

Mira que conozco

todos los ruidos

hasta el alba.

Aquellos carburos lejos

no son barcazas de tu mar

aunque busquen entrañas

de la noche.

Al norte

aquella masa es Jálama

donde nace este río

que abrazando

sostienes.

Ah, y tú que has venido

desde muy lejos a verme

ten prudencia, amor,

y regrésame a casa

como doncella

que vamos a pasar

por la calle

donde nació mi madre

y todavía en el balcón

asoma su trenza

lo que hoy te ofrece

conocer este lugar

planicie de fuego

regalo de otro mundo.

De “Pasión inédita”

ESCRIBO Y APARECES SIEMPRE

Este amor ¿canta o atestigua?

¿Confesión o hilos invisibles

sueño o verdad

la luz que visita

para hacerse vestido

tantos como mundos

que en este hermoso oficio

yo procuro?

Espiando tú mi pensamiento

aventuras:

canto y testimonio

no pueden separar

ave sobre velero

en el dominio mar y

siempre pagarás ser dueña

pues de agua llamaste un barco

que obedece.

No estoy conforme. Mira el ancho

de los versos:

Te amo bajo los astros

(testimonio sería)

o

Estamos abrazando al mundo

(canto parece).

Y te acercas a la mesa

para decirme

no pierdas más tiempo

de tus manos que escriben

cosa mejor conmigo

ni busques más amparo

que el de tu voz nunca indecisa

ni temerosa al lado de tu amor

que sabe el movimiento puro

del zarpazo cuando habitas

un rostro de escribiente

que me parece abismo

si acerco tu cintura

clavada en esta sala.

Ven, tu poema mejor

es el mío, lo mío, la esfera.

La presa en tus brazos

¿será este libro

puntada de la sangre

fisura del pensamiento

camino de sencillez

amor crecido las estrellas

pegadas a mi cuerpo

egoísmo salvación

condena manzana dulce?

De “Pasión inédita”

ESTANQUE DE ABRIL

¿Eres tú

o soy yo

Narciso?

Dejemos de beber en esa fuente

y vamos al regazo, amor mío

destapando la esencia

cuerpo a cuerpo no borroso

del tiempo sin fisura

ni compasión por los mortales

ajenos a la enorme

conversación de cuando se ama

en la vecindad de sus casas

cruzándonos la selva

de la tierra magnífica.

¿Eres tú

o soy yo

la maravilla

al fondo?

Si te duermes abandonarás

la poesía de mi estanque

la poesía del recuento

la poesía nido en alto

la poesía del rayo abril

la del tesoro cuando

se desgranan las horas

de tu boca

en mi ser como castigo.

Si tu cuerpo

oprime mi pensamiento

escribo lo mismo

de la travesía

y dudo si es amanecer

o si es noche, mediodía

crepúsculo pero sí hace

sabe a amor.

De “Pasión inédita”

HOJAS, HOJAS

En la almena dorada del atardecer

donde relata mi cuello punzada

comprime ahí la vena su aroma

y la oración en silencio mece

Tú eres capitán de los pájaros

llegando interminables a la hiedra

que durante el día estuvo en vilo.

Alguna rama se me adelanta al rostro

y con la mano aparto el verde oscuro

buscándote donde enloquecen las aves

al entrar en sus casas.

Gritadoras vienen de los álamos

cada día más hondos de estatura

copa, ser que en lo alto vive.

Crepúsculo y es la desbandada

el adiós a la luz hermosa

hermana temperatura en sangre

pulso que vas a beber si antojas.

Por eso los pájaros se creen

-mía es toda la casa de hiedra-

tu fuerza de capitán abriendo

con el pecho semillas entre la cal

atravesando hojas, hojas

que en próximo minuto cogerán

el color de incendio.

Arriba de la almena, picos mirad

se están amando hiedra y mar

ballesta y cielo

jefe y alondra

todos los picos, mirad

mis alas batiéndose en vuestro oeste

tan cerquita de Portugal.

De “Pasión inédita”

JUEGO A DOS

Como gota que resbalara

y no acabando la línea

de su cabeza

prende contra la luz

también hermosa, y abrasas.

Ya tengo doble la muerte

sin conseguir rehacerme

de tu perfil que avanza.

Un nudo de miel concentras

está cayendo

de la sien a mis labios

y de ahí al juego de tus manos.

Detenida estoy. Enamorada

con aire libertad en bosque.

El error es no mirarte de frente

apresar el ave

que se mece en la rama y suspiro

y se espanta.

Acaba con el juego, amor mío

que la niña se duele de comba

paciente su cadencia avaricias

no estrellando tu cuerpo

a favor de la reina.

Juego a dos es duelo

haciendo parteluz

hoguera en el bosque

y la rama te pide

benevolencia.

Entonces yo soy

quien el relevo toma

y nos vamos de una vez

de esta leña a más incendio.

Juego a dos porque

se siente la muerte.

De “Pasión inédita”

LA CARTA, EL BESO

Llega una carta y rompe abre

la mañana en mis verdes ojos.

Ha llegado después

del cántaro de leche

de la cesta con higos

y otra sombra que cruzó

con oveja merendera y juncos

recién cortados

el portal de mi casa todavía

en la frescura del valle.

Deseando que buscara el sol

la ventana, el beso dice:

Te imagino quieta

es tan hermoso el existir

ofreciendo tempranura al mundo

espesada en el lecho

porque no estoy ahí

Mira que sin estarlo

sé cómo andas de transparencia

y fruta,

cómo endulzas ya tu amanecida

en la boca

y sé que en tu costura va este poema

escrito en el instante

que relees mi carta, tan firme como

mueves el brazo que yo amo

el café que sorbes pero te equivocas

que estoy bebiéndome aquí

insistencia de tu mirada

contra la distancia quiébrala

y sigue.

Ah, la distancia y su isla

es el lugar más oculto

que el amante ofrece cautivo

con su cuerpo y beso en tierra.

La distancia es una charca

cercada de pasto amarillo y antiguo

que ahora mismo se la regalo al mundo

con la belleza primera de los siglos.

La distancia es no morir de sed

sino de bebiéndola vivirte

si madruga el amor en el verde cristal

los abiertos brazos

que se han puesto a trabajar deprisa

con el rayo de sol, la carta, aquí el beso

y ya te alcanz0.

Sabes que te alcanzo miwntras tenga

silencio de amarte, no en papel

en sábana bordada con una estrella

y su número pegado a los otoños

Mañana es siempre

planeando sobre mi casa todavía

en la frescura del valle.

De “Pasión inédita”

MIRA SI ES VERDAD MI HOMBRO

La soledad es, como siempre,

quien más me hace recordar tu nombre.

Pero cuidado, también el mediodía, y el gazpacho,

y la zapatilla mal atada en el segundo botón,

y las gotas de agua bajo la ducha,

y la fiebre que no invento en la siesta

y las ganas de no dormir para leer

y el beso que te doy a las siete de la tarde,

y el volcán en Italia que no vuelve a sonar,

y las cabras que pasan ahora por mi casa

como novios buenos y otra vez la lucha de ángeles,

y la noche otra vez,

y la mañana idéntica por su triunfo,

y el salto del langosto ahora mismo,

y la hierba mal regada bajo mi bañador,

yel higo trasnochado en la nevera,

y el perro lamiéndome los pies cuando salgo del río

y yo le huelo más que él a mí,

y el amor, y tu nombre,

y el vestido que me pongo,

y mi cuerpo interior como yo misma,

y el recuento de tu voz,

y otra vez el río,

y la cerveza y el panchito que te dejo,

y el verde tristón de este verano que es rojo,

y éste y único para tu nombre,

para decir que tengo tu frasco de ahora mismo,

y tu sentido, y tu olfato,

y el garabato que sale de tu lengua.

Yo soy todo lo que tú eres en este julio del demonio,

frita como los pájaros al mediodía

y cansada como un perro a las cuatro de la tarde

Escribirte esta carta es escribirla,

y así lo hago;

letras que me salen de esta forma aparatosa y santa

y sólo para tu armario donde me guardas el surco.

El balcón se ha abierto para mí, estoy en mi casa.

Me entra la luz, lo que dura la tarde,

lo que quiero atar de corazón y simiente

si no vacío mi rincón y la sal.

Un periódico se ha hecho amigo del aire

y viaja, y viene, sin descanso.

¿Dónde está la cigüeña de que me hablaban?

¿Quién comunica el calor al rostro?

Ceras al lado del altar,

bellotas en la encina para la tarde,

viaja todo, no baja el avión,

mi blusa abierta como una ventana,

rezo por el olvido, por el olvido no rezo,

una nube en vez de ese trozo azul,

mi vestido, mi recuerdo,

esta compasión para seguir mi calle.

Qué bien, ya el carro que regresa por Moraleja,

el ovillo de los hilos está guardando porque rodó;

la vocación de cubrir, de adorar lo que se escapa,

Moraleja abierta, dormida en su sal poco astuta,

porque ella no se ve, no monta tanto,

el tiempo está en una hora más que su alianza.

Así va julio.

Nombre de hombre cerca de mi ternura tuya, no me estoy equivocando.

Cabecea la campana a las ocho,

oración para cuatro, para mí y somos cinco;

la caja rodando,

mi balcón abierto, mi blusa, mi ventana;

cuando me toque ir a dormir lo haré

abriéndome de nuevo nuestro rostro que comparto;

los lazos, yo no tengo lazos,

y bebo el agua desde mi puente,

arriba un quiosco nuevo, legiones de cerezas perdidas,

mi lágrima que no se pierde.

Rezo por el olvido,

por el olvido no rezo,

la higuera es de verdad, verde, hojas desde abajo

para dorar las fuentes,

abuelo de su casa a la mia

y se recogen los besos

en cualquier mirada.

Tu nombre, me he olvidado de tu nombre,

te sigo escribiendo, perdona el lapsus,

sigo en tu baúl, amor escondido aquí

y en la otra tierra donde tú vives.

Y tu nombre

no lo digo.

De “Lugar común”

NOVIEMBRE

Antes de que llegaras

abriendo el cielo de mi vida

la poetisa hacía cosas extrañas.

Era la soledad, era el decoro, era

la inteligencia sobre asno de plata.

Un asno hermoso, cristal tapiado

que iba empujando su estatura

para la caverna del poema

y sólo él.

Atrevimiento, apareciste

un día cargado de noviembre.

Llegué a la cita como en los tiempos

mejores de mi infancia, ajena

chorreando el pelo y la cartera

hasta el sillón color azul

donde aguardabas.

Sorpresa:

esta mujer además de insobornable

esquiva -dicen que dicen dicen-

viene impresentable al salón, mojada.

Corría la tarde por nuestros vasos y

extraño que atendiera a palabras

de creación mundo que no fueran

las de mi bien atesorado asno.

De pronto en tal anchura

supongo que inocente

sin darme tiempo a ver paisaje

que hoy ya es nuestro

entré en tus grandes ojos

que iban tragándose los míos

en el comienzo de dos asaltos

vertiginosos de otra

nueva inteligencia.

Ni un roce de las manos hubo

ni billar ni baratarias

que tan deprisa empujan a los cuerpos

a contagiarse en nada.

Solamente nacían bajo las nubes

torrenciales de noviembre puro

dos rostros desesperados de perderse

echando por tierra sus antiguos

dominios

para un asno de plata atar

ya un bronce tu cabeza.

Ya fuera del lugar

me daba vueltas el mundo

daba placer cruzar la esquina

de otra soledad, otro decoro, otra

boca a recibir el agua

del cielo como agua del barro

de la noche entera.

En casa, perdida, como jamás estuve

no pude ordenar mi ropa

ni dar cuerda al reloj

ni adelantar la taza para mañana

ni ofrecer liturgia en el espejo.

Directamente me abracé

a la blancura de un bordado

que decía P.C.G.

De “Pasión inédita”

PASE LA LUNA Y ESCRIBA

Vas a hacer un libro

Como tu cuerpo enjaulado -dices.

¿Dónde dejas el alma?

En tu cuerpo -repites.

¿Dónde alma y cuerpo que mueves

saben apoderarse de un verso?

Acabo de apagar la luz de la respuesta.

Aparece mi celda. Está dentro la luna.

El pinar se extiende en tu pecho

y voy cortando alguna rama, piña.

Viene tu perfil en el mío que tiembla.

No me hables de pecado a oscuras,

no existe, no se da en la tierra

no aparece libro que lo invente

ni Dios que lo repugne,

es más, l0 comparte, mira

que acaba de enviarnos su océano

nocturno y la luna.

En la asfixia… enciendes.

Yo el pinar oscuro

Tú mi jaula clara.

En el centro Dios

aprende el fuego de la tierra.

Vas a hacer un libro

cargado de árboles frutales -dices.

Imposible.

Vuelve a la cita de Lope

que lo abre.

El látigo en el templo

no es de Dios

sino mío por una pérdida

de antigua voz y boca.

No lo creo.

Tú no vives de hacer escritura.

Es de vivir de quien escribes.

Sí, imantada.

Pase la luna

y escriba.

Pase la luna

y cuente

lo que ha visto en una

celda de amor.

En el centro Dios

se acerca al riesgo de la tierra.

De “Pasión inédita”

PLENITUD

1

Mediodía y te ausentas…

Mediodía y te ausentas

por no conocer mis pensamientos.

Es que de pronto, dices,

se me pone una lámina en el rostro

y aparece un abismo entre los dos.

Será cierto

pero donde la soledad

me habita

ahí tu eres el centro.

2

Salgo del agua, de bañarme al sol…

Salgo del agua, de bañarme al sol

mientras duermes tu cansancio mío.

Es el momento de abandonarte

y sola recorrer el mundo.

Pero alguien moriría de ausencia

alguien incendiaría, no Roma,

el Mundo.

3

Este temblor reconocible…

Este temblor reconocible

en noche de agosto

con la ventana abierta

en altamar madrugador

es el deseo de anillarme la vida

a tu costado

y me tiende una mano

sesgada para rozarla yo

haya o no fiebre en la seda.

Digo es temblor reconocible

donde no se ha inventado poema

para dibujarlo.

4

Temblor son todas las horas…

Temblor son todas las horas

de un día

en labios tibios de la inteligencia

precisamente torneada de su sangre

o esta plenitud caballo en marcha.

De “Pasión inédita”

POEMA ANTES DE CERRAR LOS OJOS

¿Quién me rondará esta noche,

si vivo como siempre he vivido

en este pueblo de ventanas y puertas

que se abren al perro, a los haces cortados,

y al rostro interior que lleva el hombre?

Nadie. Yo soy menos, mucho menos

que lo acontecido en la calle

cuando desde mi balcón admiro

las posibilidades hondas de las sombras

como si el reloj de la torre

fuera el espacio mejor movido de lo humano.

Nadie ronda mi casa ni tira la luz

de la linterna a por los pájaros que duermen

en mi hiedra.

Nadie, pero yo sí rondo y caigo

en la palabra silbando el insomnio de los versos pobres,

de los versos malos si no hay dique

que contenga el hermano sentir

en este trozo de la Extremadura presente,

con categoría de flotación sobre los demás mundos.

Me levanto y ando hasta el dormitorio

de nuevas sombras. Entro a por descanso,

ya seguir esta ronda ondulada

en la cercanía del abismo antes de cerrar los ojos.

Así espero morir un día, con esta música sin aire,

bajo el esplendor agotado de la tierra mirando

el firmamento de la mejor huída.

De “El habitable” (Primera poética) 1979

QUE NO SE ESTUDIE A UN ESPÍRITU VIVO

¿Qué lana, qué madeja suave

entre dedos quieres?

¿Qué lana, qué madeja,

qué rincón de sal,

qué hilo, qué hoyo de mí a tu ser

se parezca tanto a lo presente?

Y estoy llenando espacios

gota a gota de agua en la cuchara,

y fijo mis oídos atravesándote

sin cambiar dos telas,

la pieza de costal con el marfil:

madeja y lana despacísimo.

Brazos fuertes, amor,

que se repite la palabra, amor,

que yo he sentido la era de tu madre,

y la cama cerebral del mundo;

que mi humanidad lo es con el cartón

ese poquito mejor de alma ciega,

que yo aguanto tu castillo cerrado

si estás dentro,

que no estudies a un espíritu vivo,

que seas conmigo y te lo lleves, que llueve,

que esta lengua no vale para crear,

que creas

y sólo la vida ahí tendrá su alivio

para su envidia.

De “El barco de agua” 1974

REGRÉSAME

No sabrás con certeza

tu caminar conmigo

en este verano de temblor

frente a los álamos.

Debo decirte

nunca conocerás

cómo te he amado

hasta dónde el sol

me ha entrado en la boca

el hueso en la garganta

toda la soledad

dorándome

lo que tú has amado.

La orfandad es esto.

Abrazar la noche

buscar su cuello

matar la oscuridad

pero sin fuego

y al amanecer tirar la ropa

con bordados azúcar P.C.G.

saliendo en busca de los perros

que sí se han amado

entre huerto y más huerto

donde la huella está.

Créeme.

He sido como Agustín

y su hoyo de arena

frente a todo.

Aquí el pasto

vencido a mediodía

mi espalda

entreteniendo a hormigas

sola entre higueras

con el fruto a punto

de enamorarme

y la boca mejor no estaba.

El amor es así.

Quiero decir, el mío,

sobrevivencia

en el desnudo

mujer o tierra

abrasadas del astro

pero la vida

huida a veces

pero la vida

pero, amor,

regrésame.

De “Pasión inédita”

TIEMPO DE MI CORAZÓN JUGANDO A LA GUERRA…

Tiempo de mi corazón jugando a la guerra

y la guerra era un llanto en todas las paredes

y yo vivía allí.

Palabras absurdas que oía a la sombra

y quería ser perro para matarlas

y decir que la mentira más grande

se vestía de blanco y negro.

Castigo que no podía inventarlos ni un loco,

ni un suicida,

ni hachís ni las flores tan bellas del altar.

Años en que sólo las moscas eran mis amigas,

la torpeza de mi corazón cansado de rebelarse

mientras yo sabía y miraba mis senos de madrugada.

Fui mala oveja en esos años,

esto me contenta ahora,

mala conductora del calor por donde querían remediarme,

cosía mis medias

y no pensaba nunca en el infierno.

Era ese mi triunfo cuando jugaba sin truco

y sin desesperación.

No puedo recordar nombres,

cuando lo intento me duele la espalda y la cabeza,

se me hace un nudo en los hombros,

me atraganto de pan y fruta que me daban

si ese favor resistiera las ganas de morir que tenía.

Malo, malo, malo,

historia triste y grandísima de mí

porque no alborotaron nunca mi árbol,

excepto para verme ahora valiente

y maldecir las tristes figuras

en blanco y negro.

Tu presencia encima de todo, lo que hablo,

debajo de una roca donde no estoy,

tú en el triunfo extraño que es amor,

y el cuerpo se resiente

y es látigo de verdad

árboles donde puedo acercarme.

No vienes de parte alguna.

Te encuentro parecido con todo.

Hablas tu lenguaje de corbata normal, de existencia,

o de seno como yo, de pez que corre,

esa luz de fondo inacabable.

Y tú eres quien triunfa sin que sea recuerdo,

sin que vaya a ser,

una ceja es suficiente para atarme, Luz,

la hoja caída la pisamos a medias,

y la tierra pisada sigue intacta lejísimos.

No te diré que te irás.

Vuelco el vuelco diario detrás del sol.

y corres tanto

como te amo.

VENCIDA

Dónde el anillo

Dónde la yerba, saboreo

y él perdido en ella?

Las flores apretadas

Como besos y palmas

La luz abriendo

caricias

en la cima de la tierra.

Es la calma

del amor vencido.

Del amor, vencida.

Dónde el anillo

Dónde la cita

claridad del poema?

Cruzándose el cielo

aves con ansia suben

hasta hacer de la dicha

un punto de cruz

que se borda en la tarde.

Atrapada

una rosa

está en el suelo.

Es la duna

del amor

vencido

vencida

oración

tan honda.

De “Pasión inédita”

VEO, VEO

-¿Qué ves?

Tu mar

El mar tendido como un libro de versos

-¿Color?

Elegir es barcaza lentísima de amante

-Pero dime ¿color?

El tiempo que ahora mismo sale de tu boca

El calor dulce que nos ata en la tarde

Eolo escuchando detrás de la puerta

-¿Y la palabra?

Amor

-Otra más

Mío

-Demasiado deprisa, empecemos

¿Qué ves?

El mástil de los siglos que es luchar

con tus ojos y el poso de todas las

simientes habidas en el pecho que mueves.

Veo también la noche aquella que hicimos

brillante, de brillo amor, porque navegábamos

sin perder de vista la desesperanza

de otros en el descampado de arena

lamiendo su dolor mientras restallaban

los besos de dos siglos amantes

que al cuerpo ajustábamos provocadoramente.

Acuérdate qué travesía de noche del alba

porque estando oscuro nosotros vemos y

de día cerramos la puerta hasta la luna

-Yo veo más

Amor clavado en la abundancia

que egoísmo llaman porque de gozo humano

seguimos cruzando el mar bajo los astros

voluntad de vivir que no llega

a los que solitarios siguen con el alma

de las sombras en el descampado de arena

donde tú y yo reforzamos el nido, la pasión

de azafranada luz y

juntos a recibir el sol, amar en su diente

-¿Está viniendo ya?

Previa luciérnaga mezclada de noche

paraíso y noche de día, tan despacio

como procura el deseo de morirnos

-¿Qué ves?

Tu mar

El mar tendido como un libro de versos

Las aguas que están besando el suelo

mecido en siglos que recogen tus ojos

La serpiente decididamente yerba y

amor mío

que puede silbar

y silba.

De: Pasión inédita

YA PUEDO MORIRME SI ME DEJO

Palabras, oficio que no lo es.

Hojas que caen al suelo

y no me da tiempo a detenerlas.

Figuraciones mías, y amor, otra vez,

al compás, verso grande,

para la vida. El mío me quiere.

Anillo puesto a mi dedo

en un año cualquiera; sin nombre,

sin novio, sin recorte de lágrima;

vence, me vence el rostro,

la inquietud de mi ceguera es así,

y el monedero en el bolso, mi verso.

Amor en mi casa lo hay,

lo suplo con hablar, con anotar las deudas oscuras

en una noche; sola, solísima, yo me acompaño.

Y miro hacia atrás, y miro.

Qué olvido tan grande tengo a todas horas

que no me hace morir ni de repente;

grande hasta mi cuello el tiempo

y mi cintura pequeña.

Pido una separación definitiva

con el mundo;

para más vida,

para tronchar la higuera

que ya no se contempla sólo; se mira,

se ríe, tiene dos frutos salientes, mujer, yo,

amor flojo o fuerte en la nuca del corazón.

He avanzado por la tierra,

ya puedo ver el mar, toda la ternura de dos;

ya tengo el verso,

ya puedo morirme.

Ahora mismo, como un compás

que algo me valdrá en su cero.

De “Lugar común” 1971

ZARPAMOS AL AMANECER

1

¿Recuerdas aquellos días de mar…

¿Recuerdas aquellos días de mar

que olita a olaza

unía los cuerpos

bata oscura con rosas en mi pecho

hasta cualquier hora de luna

porque si no estabas

era mi ser o las gaviotas

el jardín humano del perfume

en todos los instantes oleaje?

Recuerdas lo que traía el mar

invitado a nuestro asombro

por lo creado en vivo

dentro de una casa

y donde se tomaba la luz era la luz

colaborando a extensión del amanecer

desde lo más breve enamorando?

2

Iba llegando la transparencia…

Iba llegando la transparencia

sobre hombros desnudos

lo mismo que en todos los lugares

a paso de amanecida

nuestros labios.

Recuerda

han sido tantos días

que de la conjunción zarpamos

en nuestras vidas al amanecer

y embarcó el cielo en su mar

yendo y viniendo

como tú a mi playa.

“Pasión inédita”

Cansinos Assens, Rafael

Reseña biográfica

Poeta, novelista, traductor y crítico español nacido en Sevilla, en 1882.

Desde 1898 se trasladó a Madrid donde inició su carrera literaria, marcada desde la juventud

por su adscripción al judaísmo. Cautivado por el modernismo, colaboró en varias revistas y frecuentó las tertulias literarias animando los movimientos ultraístas y vanguardistas.

A su primera obra, “El candelabro de los siete brazos”en 1914, le siguieron importantes traducciones de autores como Turgeniev, Tolstoi y Gorki. Publicó también importantes ensayos críticos como “Poetas y prosistas del novecientos” en 1919, “Los temas literarios y su interpretación” en 1924 y “La nueva literatura” de 1917 a 1927.

Después de la Guerra Civil española, presionado por el régimen franquista, inició un largo aislamiento, dedicándose por completo a trabajar con la Editorial Aguilar en el campo de la traducción. Es autor de las primeras versiones completas en español de “Las mil y una noches” y el “Korán”.

Falleció en Madrid en el año de 1964.

De “El candelabro de los siete brazos”

Ofrenda

A Antonio Biosca, artista e inventor

cual Leonardo da Vinci

Alef

Cuando pienso lo que he querido ser y lo que soy, el llanto hincha las venas

de mi garganta, y mil sueños malogrados gritan como víctimas dentro de mí.

¡Oh, el corazón de un hombre que ha pasado de la juventud es semejante al de

un asesino!

Con la conciencia turbada, recuerdo los años que pasaron; los sueños malogrados

claman dentro de mí como víctimas amordazadas, y la juventud pura y

resplandeciente, se alza ante mis ojos como una virgen abandonada, silenciosa y

patética.

¡Oh, el corazón del hombre que ha pasado de la juventud, es semejante al de un

malhechor!

* * * * *

Alef

Cuando te veo, ¡oh corazón!, en medio de la gente, entre mujeres desfloradas y

amigos maduros, siento una lacrimosa ternura.

¡Oh corazón! Tú eres también entre ellos como una mujer desflorada y tú también

has perdido la blancura de tus mejillas y la pureza de tu juventud.

Tú también tienes hoy una cara borrosa y un cuerpo fatigado; y entre los hombres

maduros reposas, ávido de paz.

* * * * *

Dalet

A través de la vida, ¡oh hombres!, he abordado la región desolada en que el tiempo

es como una vasta estepa; en que el tiempo es como una gran laguna desecada.

La región desolada, en que los recuerdos doblan su cuello con la gracia de las colinas

y la vida es como una gran llanura, lisa e infinita.

He abordado, ¡oh hombres!, la región desolada, en que los hombres ya formados, terriblemente completos, deben reposar extáticos ya, como pirámides.

* * * * *

Guimel

Con los pies torpes aún del sueño, con el alma aún velada por las tinieblas que en el sueño

se acumulan, he intentado alargar mi paseo por las calles con aire juvenil. Y he marchado

tras las muchachas jóvenes, para alegrar mi corazón.

Pero tras de sus pasos ligeros me he sentido tan cansado y me he sentido tan extraño a ellas, con mi corazón amargo de experiencia, que bien pronto las he dejado perderse entre la multitud y he seguido yo solo mi camino.

Y he vagado, sin rumbo y sin objeto, ante los reverberos, viendo pasar ante mí la vida,

la vida lejana y esquiva, la vida que se aleja para siempre del hombre que ya perdió su juventud

y duerme en pleno día.

* * * * *

He

También a ti la vida te ha cogido entre sus fuertes brazos, y entre sus fuertes brazos

te ha estrujado.

También a ti la vida te ha seducido con sus grandes senos, y sobre sus grandes senos

te ha doblado tu cuello y ha hecho desflorarse tus labios.

También a ti la vida, ¡oh corazón!, como a cualquier otro, te ha puesto sobre su falda

y te ha reblandecido con sus besos y te ha dislocado en el torno de sus caderas.

* * * * *

Tet

¡Mis labios se han cansado de contar y todavía sigue girando el huso! Aún no se

han acabado los días y ya se ha acabado mi deseo y antes que el sol, se ha puesto la

alegría en mi corazón.

Semejante al corcel que se fatiga antes de dar una vuelta completa en el estadio;

semejante al que se embriaga aun antes de vaciar su copa; como el uno y el otro,

así es mi corazón.

Yo amaba el sol y el alba, y entre todas las cosas, amaba mis dos ojos: yo amaba

la vida más que todo. ¡Oh, cómo ha sido esto! ¡Yo amo la noche y el sueño, y más que

todo, amo a la Muerte!

Los psalmos de la noche

A Juan Ramón Jiménez,

que ha llenado la noche como una luna

Bet

Para esta hora, dulce y pura, en que la ciudad es semejante a un buque que ha

descargado toda su mercancía y reposa; para esta hora, leve y clara como un

turbante nuevo.

En que las calles no tienen escollos para el caminante y están exhaustos los senos

de los vicios: en que el vicio nocturno y el deseo que ha estado gimiendo todo el día,

rinden su cabeza como un niño cansado de llorar.

Para esta última hora, dulce como una tregua, en que los leones del deseo se

arrodillan, dóciles como bueyes, ante el próximo día; en que, no hay vino para los

borrachos ni carne para los lascivos y una pureza de Ramadán se introduce en el

corazón de los viciosos.

* * * * *

Dalet

Y, como los perfumes vertidos en la noche; como el amor encendido en la noche;

semejante a la antorcha que se ha de apagar en el alba, pasaremos fugaces e ignorados,

mientras tú brillas en medio de los cielos serena e impasible, cual una concubina con

tu regazo abierto como una red dorada.

* * * * *

Guimel

Como un sueño es la noche y como una embriaguez; también como una locura.

Como el pino destila la resina, así el corazón de la noche destila la locura, porque

la noche es la buena hermana de todos los brebajes que trastornan y exaltan y en

sus opacas galerías se escancian los licores preciosos que dan a los hombres efímeros

reinados.

Ella marca la hora en que las drogas venenosas, frías y pesadas como ofidios, salen

del fondo de sus estuches y en que otras drogas, no menos venenosas, la lascivia y el

crimen, se remueven en el corazón de los hombres.

Y ella misma, la noche, tiene una droga formidable: la luna; la luna, amarillenta como

el cáñamo del hachís; la luna, seductora y hechicera, que dora las fuentes y hace cantar

a los sapos como ruiseñores y hermosea a todas las mujeres.

* * * * *

Lamed

Del amor que en la noche se muestra libre y sin caretas y sonríe ingenuamente como

un perdonado; del amor que en la noche no necesita esconderse como durante el día.

Del amor que en la noche halla las vías francas y está perdonado y redimido de todas

las angustias del día.

Del amor que en la noche es infantil e ingenuo como en la antigüedad y cambia abrazos

tan puros como los de los niños fajados.

Del amor que en la noche es humilde y contentadizo y tiene los ojos optimistas y las

manos ligeras, prontas a enlazarse.

Del amor, que en la noche implora con dulces inflexiones y se dobla fácilmente sobre

sus rodillas.

Del amor, que en la noche es pródigo y generoso y florece como la albahaca, leve y

fresca, en el corazón de los hombres fatigados.

* * * * *

Vav

La noche tiene espejos profundos y opacos, en los cuales se refleja la verdad como

en un pozo.

Espejos diáfanos, claros y opacos, a la manera de los valles, en los cuales el más pequeño detalle resalta ante los ojos y que tienen la inexorable serenidad de la conciencia.

Espejos claros y tranquilos, semejantes a las lunas que descubren los guijarros del sendero;

y ante los cuales el hombre libertino puede contar todas sus arrugas y la mujer impura todas

sus manchas.

Espejos lúcidos y diáfanos, en cuyo fondo cárdeno se reflejan frentes pálidas, mejillas descarnadas y ojos verticales como abismos.

Espejos de reproches y de remordimientos, cuyos cristales se empañan de suspiros y que

son como lunas veladas, bajo el hálito frío de los infortunados.

La casa del placer

A José Iribarne

que ha gustado conmigo

el vino insípido y la carne áspera

Alef

Como cualquier hijo del hombre, también he entrado un día en la Casa del Placer.

La Casa del Placer es amplia y hospitalaria: en ella hay grandes toneles para los

bebedores y lechos para los indolentes, En su interior se está a maravilla.

Pero en la Casa del Placer hay una extraña costumbre, que no vi en parte alguna.

El que consume el vino, debe apurar también las heces; el que come el racimo,

debe comer también el escobajo, y el que ama a una mujer hasta devorar su carne,

debe cargar después toda la vida ya con su esqueleto.

* * * * *

Bet

La Casa del Placer es una casa donde reina la mejor armonía y donde los

desconocidos viven más unidos que los hermanos.

Las más duras tareas se realizan allí sin rebeldía, y se consumen con placer los más

insípidos manjares.

Nunca resuenan voces irritadas ni restallan los látigos, y sin guardianes se mantiene

un orden más perfecto que el de las cárceles y los camposantos.

En la Casa del Placer cada uno cumple con gusto su tarea, y los más díscolos caracteres

se convierten en modelos de mansedumbre.

Los que en las casas de los padres rehusaron los platos sazonados, aquí roen alegremente

los huesos más duros, y los que esquivan el contacto de las castas esposas, aquí besan con

gusto los labios más hediondos; las espaldas más rígidas se curvan aquí llenas de gracia.

* * * * *

Guimel

Durante mucho tiempo, yo he ido al mercado de las cortesanas y he aceptado el trato

inicuo que hombres y mujeres hacen sobre su carne.

Y he saboreado, sin repugnancia, el placer que se me ofrecía y como un hombre que

elige esclavas, así he sido entre las mujeres que se ofrecen.

Y he amado alegremente y sin temor a las mujeres desconocidas, y anónimas, todas semejantes como sus sexos emboscados en una misma encrucijada.

* * * * *

Lamed

¡Oh amigos! El amor de las cortesanas es triste y peligroso; y deja nuestras almas más hambrientas que antes.

Para nosotros, ¡oh amigos!, ellas tienen sus cuerpos manifiestos como grandes moles;

pero la puertecita de su ternura está cerrada para nosotros.

Nuestros brazos pueden ceñir del todo sus cinturas; pero nunca llegarán al hueco

pequeñito en que se esconde su corazón y de sus grandes senos no brotará jamás para

nosotros una gota tan sólo de dulzura.

En las noches de amor, calladamente, yo las he visto, ¡oh, hombres!, torcer sus ojos

bajo mis besos y espiar astutamente el instante de nuestro desmayo.

* * * * *

Vav

Como se cansa uno de revolver los naipes, así yo me he cansado de desnudar cuerpos

de cortesanas.

Cuerpos de bronce o de mármol, sobre los cuales nuestros labios estaban siempre en la superficie y sobre los que éramos como los que golpean murallas fortificadas.

Al fin, ¡oh amigos!, me he cansado de abrazar simulacros y de levantar pesos inertes.

Las hogueras del mirto

A Carlos Cerrillo Escobar, a quien

más de una vez he oído suspirar

tras de las mujeres fugitivas

Alef

Como el que se sustrae a la atracción del vaso lleno y a la fascinación de la última

carta y, aun andando hacia adelante, tuerce su cuello hacia detrás, así en la hora del

crepúsculo, me sustraigo al hechizo maligno de las calles.

Como el que arrastra un fardo inerte, así reuniendo toda mi voluntad, cargo con mi

cuerpo rendido y lo traigo hasta la casa; y bajo la lámpara, en el sitio más cómodo, le

obligo a sentarse, y a gustar la calma del crepúsculo.

Pero en la calma del crepúsculo y en el silencio de la estancia, mi corazón inquieto

como el de un jugador, trepida sordamente, y un anhelo inextinguible como la sed del

borracho se eleva de él hasta vosotras, ¡oh mujeres desconocidas!

* * * * *

Dalet

La mujer es un sueño, es nuestro sueño, ¡oh hombres! Y ha nacido de nuestra ternura

y de nuestra plenitud en la soledad.

La mujer ha nacido de la profundidad masculina, como las nieblas se elevan del vasto

sueño de la mar; y somos nosotros los que la hemos creado con todos sus atributos.

Todo en ella es obra nuestra; y hemos creado sus senos manifiestos y su sexo enigmático.

La mujer es nuestro sueño, ¡oh hombres!, y ha nacido de nuestro sueño como las diosas y como las sirenas; y ha tomado de nuestro sueño toda la ambigüedad.

Todo es en ella vago e impreciso; y nada hay en su cuerpo que tenga la medida, cierta y

eficaz, de nuestro puño cerrado, lleno de fuerza y plenitud.

La mujer es un sueño ante nuestros ojos profundos, y por eso se asemeja a tantas cosas su cuerpo desplegado; por eso es comparable a las serpientes y a las grandes aves y a las ánforas

y a las liras; y por eso, cuando destrenza su cabellera, nos parece un prodigio.

Por eso es variable y distinta como un sueño; como un sueño de mediodía y de medianoche,

y también como un sueño matutino que roza ligero las sienes del durmiente; como un sueño

de adolescente distinto del que ciñe la frente de los hombres maduros con la gracia de un poniente sobre un páramo.

Por eso, ¡oh hombres!, cambia constantemente ante nuestros ojos y nuestro corazón; y por

eso su desnudez nos embriaga tan locamente como un sueño.

* * * * *

Guimel

En el silencio del crepúsculo canta así la sirena, la sirena terrible que ruge como un

tigre, y al eco de su canto, mi corazón se agita como un encarcelado.

Y como en un buque que va a zarpar, así quisiera embarcarse de nuevo en su inquietud

para surcar las calles de la inmensa ciudad.

En busca del amor de cada día, ¡nuevo y distinto, y prodigioso como un tesoro hallado!

* * * * *

Guimel

En busca de la dicha ignorada, que se persigue a través de las calles como se persigue

la fortuna sobre el tablero de un ajedrez; en busca de la dicha ignorada, que hace

describir, a través de las calles, círculos más extraños que los de un beodo.

Mi alma aguarda de nuevo el nuevo día, para consumirse de ardor y de impaciencia;

para seguir tras de los bell0s pies y echar sus redes sobre los corazones.

Para buscar de nuevo la huella perdida y girar de nuevo en la rueda de los tahúres y

las cortesanas; para arrojar de nuevo, en la tabla de la suerte, el dado de mi corazón.

* * * * *

He

Como un aventurero tras de la fortuna, tras del amor de este día que aún no me ha sido revelado y que acaso todavía me aguarda.

Tras la mujer desconocida, cuyas caricias serían mías esta noche y colmarían esta noche

mi nostalgia.

Y en cuyos brazos reposaría tranquilo un momento, mientras cantaban las codornices

en la madrugada.

Cantos a mi corazón

A Catalina de Burgos

Alef

Veo a los amigos que un día hicieron conmigo el prodigioso viaje de la juventud

y los hallo cambiados y desconocidos; la sombra de un cuidado se extiende sobre sus

frentes y, con la vista baja, parecen avergonzados de haber sido jóvenes un día.

En aquel tiempo, ya lejano, parecían tener alas y exhalaban un hálito de fuego por

sus ávidas bocas; sus frentes resplandecían como altas tiaras.

Pero hoy son semejantes a viudas que se envuelven entre velos; y con sus frías miradas parecen advertir que han muerto ya para el amor.

* * * * *

Bet

Ciertamente, alma mía, que otro que yo, no podría comprenderte: porque eres enorme

como una gran ciudad.

Y eres como una nave para los marinos, y como un arado para los trabajadores de la

tierra; y como un velo para las mujeres. También como un vaso para el bebedor.

Semejante al mercader astuto, que a cada uno muestra lo que ha de agradarle, así sabes

hacer: y así te exhibes, abrumada de dones.

Pero luego, cuando la turba se dispersa, sabes ser, ¡oh alma!, mi alma, verdaderamente mía.

* * * * *

Dalet

Los que no me conocen, se admiran de mi audacia y se duelen de verme hacer lo que

ellos no osarían con su alma pequeña; pero los que saben, no comparten sus temores.

Como se ve a un atleta soportar grandes pesos con complacencia y a un juglar caminar

sobre el fuego, así me ven agitarme entre la multitud; sus ojos han visto en mis labios una

sonrisa astuta.

Y al ver que me abandono a los demás, seguro y diestro como el que se lanza a un abismo, suspendido por la cintura, dicen admirados: «¡Oh qué alma verdaderamente maravillosa!».

* * * * *

Guimel

Como la abeja ama los jardines, así amo yo la multitud: ¿acaso podría hacerse un panal

con una sola flor?

Como abeja industriosa, así amo yo la multitud y clavo mi aguijón en los corazones;

y de la locura del loco y la necedad del necio, sé hacer un panal maravilloso.

Y hasta el hombre opaco, que es como un guijarro ennegrecido, sirve a mi alma como

sirve una hoja verde para adornar un fruto.

Como abeja industriosa, así revuelo entre la multitud; pero, luego, cuando la turba

se retira, este panal prodigioso, sólo a ti te lo ofrezco, ¡oh alma mía maravillosa!

Cáncer, Manu

Reseña biográfica

Poeta español contemporáneo nacido en Bilbao donde vivió su infancia y su primera juventud.

Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Deusto, carrera que nunca ha ejercido. Después de recorrer varias ciudades españolas, se estableció en Madrid donde actualmente reside.

Su primera obra poética «Grita», fue publicada en 1980 y luego ha seguido trabajando con diversos estudios poéticos entre los que sobresale «Blues de todos los jueves».

BALADA DE LA NOTA BORROSA

Si por causalidad

encuentras

esta nota borrosa,

que alguien

te lea lo que dice.

Hoy

sólo soy un hombre

vencido por la noche,

hoy

sólo soy un hombre

o algo así,

caminando borracho por la carretera.

Soy un extraño para cualquier extraño y eso es todo,

pero, si por casualidad encuentras

esta nota,

quiero que sepas

lo que dice:

no

he sabido

olvidarte.

CANCIÓN PARA C

Sólo por tu pasión

yo daría mi vida,

yo daría mis ojos devaluados

yo daría mi luz y las cosas que veo,

yo daría mi boca por la tuya,

yo daría los trozos que han quedado en mí,

yo daría mi fuerza introducida,

yo daría mi caja de sentidos,

la sombra de mis pánicos

o mis parques desiertos,

pero por tu pasión

yo viajaría buscando las claves más precisas del futuro,

por tu pasión me vendería a plazos a mí mismo,

derrocharía los relojes que habitan el dinero,

despreciaría el alfabeto pagano de los tristes.

Yo puedo ser un hombre, un grito, un clown,

pero por tu pasión

yo daría mi vida.

DOLOR EN PRIMAVERA

Tú me miraste

cuando yo era

un mendigo,

tú me miraste así,

cuando estaba sin nadie.

Cuando pensé morir

me miraste,

y eso fue

para mí

volver a casa:

aquella noche

tú me invitaste a entrar

y entonces me miraste.

EL BLUES DE LA ESTRELLA DEL SUR

La caracola azul

de la mañana

y el despertar violento de la rosa

volverán a latir

debajo de tu piel.

Las puertas de cristal del sentimiento

se abrirán con un blues:

con el blues

de la estrella del sur.

Es hora ya de que despierten los colores.

Es el blues de la estrella del sur.

El adiós, la aventura

están en los bolsillos de tu ropa.

Es el blues de la estrella del sur.

Brilla la luna

encima de las piedras.

Es hora ya, despierta.

Es el blues de la estrella del sur.

FLOR DE BARRANCO

Las flores de barranco

nacen sin más, cada mañana,

como esa flor,

tan terca y silenciosa,

sé que nace

mi amor

por ti

cada mañana.

LA CANCIÓN ALMORÁVIDE

Quise buscar la oración almorávide

para llorar exactamente a la hora del desierto.

Quiero decirte ahora

que sigo amándote y que el avión se fue.

Tengo una carta

para ti:

te he querido y he muerto.

La oración de los viernes y el llanto de los viernes

se parecen a verte

y recordarte.

LA CANCIÓN DE TODOS LOS DÍAS

Yo vengo de un almendro y he venido

a despeinar

a esa muchacha.

A viajar

por los mapas de lluvia

y driblar a la muerte.

Llegaba

de un olivo y he venido

para desocupar la nada,

para vender palabras

con olor a tomillo;

yo vengo a resbalar

entre tus pechos con olor dulce a Oriente.

Vengo desde la vid y por suerte soy feo,

feo como la tierra:

mi corazón tiene una puerta

donde anidan

las lágrimas y cantan los jilgueros.

Sobre tu piel

llena de estrechos y llanuras

he venido. Vengo

desde un naranjo viejo

y camino el camino

de tus sobacos salados por el sol,

y de tu vientre

salto a tu paladar.

Soy como un saltamontes

en la temperatura de tu piel,

me siento como un pez

en el agua lentísima de las mareas de tu cuerpo.

Soy un gorrión que vuela

de los pesebres tiernos de tu boca

con dirección al libro de tus muslos.

Llegaba de un almendro

y ahora

resulta

que he venido.

LA CANCIÓN DEL PRESAGIO

Es profeta

hasta el junco

hasta el agua y la noche:

que me estoy muriendo.

Oh, amor, aguja de reloj

congelada en mi fuego,

sólo

soy

un sonido de luna,

y te llamo y te escucho

en el eco

del llanto.

que me estoy muriendo.

LA CANCIÓN DEL VIAJERO

Baila conmigo en esta noche,

salta,

grita,

y abraza,

sé latido

de vida y amor lento, muy lento,

vívelo

casi todo

en esta noche.

LLORAR A MI MANERA

Que me dejen llorar

con lágrimas igual a lapiceros,

con lágrimas iguales a los pájaros,

sólo quiero

que me dejen llorar

a mi manera.

Que me dejen llorar

como lloran los radios en la madrugada,

como los exiliados,

que me dejen

llorar a mi manera.

MOJA MIS QUEMADURAS

Amor, amor, amor,

moja mis quemaduras

con una sola frase de esperanza sencilla,

una sola caricia

azul

de madrugada,

con una sola noche más.

Amor, amor, amor,

hazme vivir,

hazme resurrección callada,

amor, dame luz a beber, dame luz, dame luz,

dame coraje apasionado, háblame,

moja mis quemaduras

con una sola sílaba de esperanza,

una sola caricia

azul de madrugada.

POEMA DE VIENTO

Cuando te vas, todo es de viento,

sólo viento.

Las rosas no son rosas,

no hay sonidos de luna,

ya no quedan milagros.

Cuando te vas,

quiero no perdonar,

quiero cerrar mi puerta de ternura,

quiero coger mi patria y marcharme

con ella,

quiero arrancarme el agua de la vida.

Quiero dormir tranquilo

para perder locura y despertar distinto.

QUIERO VOLVER DEL VIENTO

Quiero volver del viento,

escrutar las palabras

y hablarte,

hablarte con mis manos llenas de cicatrices y regueros.

Quiero morir con los olivos,

silbar dentro de un grillo,

quiero morir

con los olivos.

Con el otoño intenso

me marcharé también,

seguramente caminando

por la desolación de grandes avenidas llenas de hojas,

con manos de naranjos encogidos.

Sé que voy a llorar,

llorar como hace tiempo,

llorar con los oídos, llorar con mis diez dedos,

sé que voy a llorar

hasta que me enronquezca el corazón,

hasta que yo -yo mismo-

sea otro.

SABERLO TODO

La noche

se hizo para mirarte

mientras duermes

y admirar tu quietud, con ternura,

decirte cosas al oído,

saber que estás en paz.

Saber que amarte

es saber todo.

TU NOMBRE Y LA SONRISA

Si últimamente he sido soñador

fue por sentirte,

por hablarte,

por despertar

junto

a tu boca.

Con eso me bastaba.

Por si cambio de nombre en esta noche,

créeme,

esto es todo

lo que puedo escribir

para ti.

Tu nombre (y tu sonrisa)

significan mi elipse

remendada:

créeme,

aquí están

todas las viejas lágrimas, las bromas

y también

las preguntas.

VINO DE LA MAÑANA, DILE QUE LA HE QUERIDO…

Vino de la mañana, dile que la he querido,

que la he querido con corazón de niño, de fe, de vagabundo,

dile que la he querido y mándale mis labios.

Ábrete paso

por entre sus cabellos,

resbala por su espalda,

hazlo como un susurro, vino de la mañana.

Canales, Alfonso

Reseña biográfica

Poeta y crítico literario nacido en Málaga en 1923.

En la Universidad de Granada inició estudios de Filosofía y Letras y Derecho, licenciándose sólo en esta última facultad.

Inició con Muñoz Rojas la revista «Papel Azul» y la colección poética «A quien conmigo va» y formó parte del grupo editor de la «Caracola», importante revista de esa época.

Es presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y miembro correspondiente por Andalucía de la Real Academia Española de la Lengua y de la Real Academia de la Historia. Su biblioteca de casi 20.000 volúmenes es una de las más importantes de Málaga.

De su obra poética se destacan : «Sonetos para pocos» en 1950, «El candado» en 1956, «Port Royal en 1956, «Cuenta y razón» en 1962 y «Tres oraciones fúnebres» en 1983.

Ha sido Premio Nacional de Literatura en 1965 y Premio de la Crítica en 1973.

CASA DE PIEL

Igual que en esas series

de cajas chinas, donde va el espacio

acotándose más y más, ciñéndose

a una cuadrada almendra de vacío

en la que todo es íntimo y sensible

a la añorada percepción, el cielo

y el suelo, la ciudad, el edificio,

la planta, el cuarto, el lecho, son tabiques,

progresivos contornos de una carne,

última estancia del saber.

No estamos

juntos, sino trabados, como maclas

de pirita (sistema irregular)

que sueñan con que vientres

y labios se acomoden,

hasta formar el más perfecto sitio

de una desesperada situación.

¿Nunca logran

los amantes, los diestros

en el más hondo menester, su dicha

completa? Siglos llevan pretendiéndola,

y ahora estoy seguro

de que podré, comendador de mármol,

traspasar tu pared, ya trabajada

por dientes y por uñas.

El aguardo

se torna situación: axila, muslo,

senos, vientre, confluyen

en la encantada grieta donde el tiempo se hace

eternidad. Y sigo

ahondando en ti, buscando en ti la cifra

de todo. Y me arrodillo,

y me alzo. Gesticulo

como un torpe feliz que encuentra oro

y lo admira lucir de gloria, y quiere

regarlo con su sangre,

para que luzca más prohibido.

¿Es ésta

la habitación del hombre? En ella gasto

mis años de verdor. El ostensible

vacío luz se hace. Nace el mundo

de nuevo. Ya probado

el fruto está: seremos como dioses.

CASILLA DE BLAS

Entrada ya la noche,

empapado el desmonte por la lluvia reciente,

trepábamos por él, y el mismo ramo

vencido de mimosas nos despeinaba. Luego,

siempre, en silencio, hacíamos

en el repecho un alto, y te miraba,

enamorada cómplice, mientras tomaba aliento

(¿necesitaba aliento entonces yo?) y fingía

actitudes seguras. Revelaban las cosas,

desasidos los ojos de la luz, los detalles

precisos, y la puerta de pino marchitado

gritaba levemente. Entrábamos. El suelo

era terrizo y sin mullir, y nunca

era adoptado de improviso para

aquello que veníamos

a hacer. Se demoraba nuestra entrega a su duro

(¿pero había dureza en algún sitio entonces?)

regazo. Nos amábamos,

nos abrazábamos de pie, ajustaban

con frenesí los cuerpos las esperas

vencidas, como si de muy distantes

extremos nos hubiéramos lanzado

al encuentro. Encendíamos un fósforo

más tarde, y nos hacíamos los nuevos

en la reconstruida situación.

Las paredes

de tablas ripias siempre nos mostraban

las mismas vetas grises, los idénticos

nudos vaciados, las usuales lágrimas

de orín: cuerpo de BIas. ¿Quién había sido

aquel BIas que entregaba sus despojos,

su piel de ofidio puesto

a la moda de estío, a unos amantes

secretos? Ya murió. Pero vivíamos

por él ahora en su barraca hecha

a fuerza de morir. Y había gemidos

de goznes oxidados, saltos súbitos

de su leña secándose, palabras

de su antiguo contorno que asentían

a nuestro susurrado

decir.

BIas era un guarda

(¿a quién guardaba BIas?) de noche (¿de qué

noche?) a quien un mal día

se le acabó el trabajo. No pensemos

más en BIas.

Sobre el suelo de los pasos

de BIas pusimos telas y papeles,

caricias y manjares raros. Edificamos

sobre el suelo de BIas la retorcida

torre que somos hoy. Sobre la muerte

de BIas se han levantado nuestros hijos

de hoy: y cuando no se nos parecen,

cuando se ausentan de nosotros, bullen

en otras casas que improvisan, pienso

que tal vez sean los hijos

de aquel buen BIas que nos dejó la suya.

EL AMOR

Es preciso que cuente la historia de Juanico,

aquél a quien sedujo mi niñera, una tarde

de verano. ( Se ha dicho que fue bajo los pinos.)

Era delgado, alto, melancólico. Un negro

pañuelo le ceñía el largo cuello. Estaba

delicado del pecho. Cuando pasó la cosa

aún no había entrado en quintas.

Si mal no lo recuerdo,

todo ocurrió en agosto. Yo jugaba arrastrando

un gran bieldo blanquísimo por el llano. Juanico

daba portes con sacos vacíos, desde un carro

hasta el patio. Las horas se fundían despacio

sobre el jardín, caían sobre los eucaliptos

repletos de chicharras, que sonaban lo mismo

que cuando las patatas se fríen en aceite

muy caliente. Juanico sudaba. Pero cuando

penetraba en la sombra del portón, una lengua

de aire fresco lamía su pecho, despegaba

el pañuelo empapado, le entraba por debajo

de los perniles, como una larga serpiente,

y le dejaba un pétalo de rosa entre las piernas.

Carmen tenía casi los treinta años. Ella

sabía que Juanico se abrazaba a la colcha

y miraba a la luna, como si allí estuvieran

las razones de todo. Por eso entró en la casa

para beber un vaso de agua: el caso era

ayudar a Juanico que casi no sabía

por qué cabos empiezan a trenzar los amores.

Yo estaba, ya lo he dicho, arrastrando mi bieldo,

llano arriba y abajo. Pero me daba cuenta

de que un pájaro grande cubría con sus alas

el jardín, los pinares, los olivos, la alberca,

la casa con Juanico, con Carmen, con los sacos.

Los dientes dibujaban cuatro líneas iguales,

que giraban, que iban y venían, lo mismo

que el vuelo de las aves.

Sin embargo, de pronto

me sentí solo: estaba el mundo solo, bajo

el ala inmensa. Piensen cual sería mi asombro

cuando vi que el gran pájaro ardía y que dejaba

caer en mi cabeza plumillas encendidas.

Entré corriendo al patio. Alguien había cerrado

todas las puertas: solo una estaba entornada.

Miré por la rendija y allí los vi en la sombra,

con un afán ardiente por mí desconocido,

así como empeñados en no morirse nunca.

EL LECHO

¡Oh soledad, mi soledad, aroma

de la muerte, naufragio

del contiguo vivir, cuchillo, llama,

que corta, quema el mundo y manos, voces

que el mundo alza como alambres para

tender los Paños, las banderas limpias

de la amistad!

¡Oh soledad, presagio

de la tierra movida o de la cal y el canto

clausurados!

La rueca

sigue girando al otro lado de la

cretona distendida como una piel que he puesto

a secar. y los ramos en que abejas,

mariposas quizá, se depositan

ajenas a esta caja donde busco

en vano el sueño.

¿Soy el mismo? El ala

de un instante separa esto que digo

de lo que dije cuando dije soy.

Y no hablemos del día: encontré piedras

sobre las que el silencio reposaba,

hojas secas, mojadas por el riego

de las nubes, vibrantes hojas verdes,

instrumentos ajados, entusiasmos

dormidos, humos, lenguas.

¡Oh soledad, mi soledad, la noche

no te abandona, el sueño se derrama

sobre el clamor atenazado! Vuelco

mi tristeza en las sábanas, abrigo

mi deseo de Dios entre los párpados,

y sigo tiritando de estar solo.

“Port-Royal” 1968

EL POETA SE LAMENTA DE LA FUGACIDAD DEL QUERER HUMANO

¿Adónde va el amor, por más que duela

el corazón a cada estrecho paso;

con qué peso se hunde, en qué fracaso

el beso se anonada y se cancela?

Abrígalo si puedes: va que vuela

su precario calor, al cielo raso.

Mira que con frecuencia se da el caso

de que a la vuelta el velo se desvela.

¿Adónde vamos a parar con tanta

ráfaga que se va por un postigo,

si el cisne se nos muere cuando canta?

¿Qué puede alimentarnos este trigo

que siempre se nos queda en la garganta?

¿Adónde vamos a parar, amigo?

LA CITA

Amor, amor, amor, la savia suelta,

el potro desbocado, amor, al campo,

la calle, el cielo, las ventanas libres,

las puertas libres, los océanos hondos

y los escaparates que ofrecen cuando hay

que ofrecer al deseo de los vivos.

De los vivos, amor, de los que olvidan

que un día no habrá puertas ni ventanas,

ni potro ni raudales de la hermosura

para estos, estos ojos, estos ojos

donde habrá que engastar unas monedas

-y otra bajo la lengua-, por si acaso

al barquero le sirven o al que busque

sueños de ayer, de hoy, bajo la tierra.

Bajo la tierra, amor, trufas, estatuas,

oro, cántaros, dioses

apagados, amor, tesoros, premios

de la ansiedad.

Amor, dame la mano,

no te conozco, amor, no importa, dame

la mano, amor, no la conozco, nunca

importa demasiado conocerse.

Abre los ojos, no, no puedo, abre

la boca, ¿dónde está tu risa, dónde

se duerme tu palabra? Amor, no tengo

más risa, más palabra: Amor.

Te doy a cambio lo que esperas.

¿Tú lo sabes, tú sabes lo que espero?

Amor, ¿tú tienes lo que espero?

Es amor, amor y el mundo

como está, como es, con estas vías

abiertas con las cosas

que con amor se hacen, con la gracia

de hacer las cosas con amor, con tiempo

para formarlas con amor, con fuerzas,

aguas de amor para apagar el miedo.

NAVEGACIÓN DE LA TRISTEZA

Acediae impugnationem non declinando

fugiendam.

Casiano

Cuando en el río de soledad que, a veces, nos recorre,

un álveo seco, piedras

con huella de lavados imposibles,

verano interminable de guija al sol, de insecto al sol,

de raíz sin esperanza,

notamos una barca por la greda,

que aventa el polvo con los remos podridos de carcoma,

sola bogando, hincando

el astillado palo entre costillas

de calcinadas reses,

es él quien anda.

Y ara

acompasadamente en nuestro espanto,

contra todos los peces,

frente a todos los panes

que son objeto de milagro para las extasiadas muchedumbres.

Él, es él quien navega

entre lo innavegable,

forzado del hastío, entre esturiones de granito y lava.

Él, él, quien contusiona

la brizna

pajiza de la caña, la hoja

terriza de los álamos,

desesperada del ayer que puso

su palma al cielo.

Entonces no hay que huir, hay que sentarse

a ver pasar las malas horas,

la simiente libada por arañas,

por escorpiones y por buitres

que intentan la corola del esparto,

en un invierno sin nieve,

para una miel de cieno que en lentas olas cunde.

Entonces detened la fluxión de la arena,

orad, decid detente,

armaos de los prestigios

que aporta la memoria de las flores;

desanudad las sogas de los cuellos,

que somos para algo,

y evaporad la imagen del Maldito

evocando al Señor, tres veces puro.

OH AQUELLOS DÍAS CLAROS…

Oh aquellos días claros de mi niñez, aquellos

días entre jardines, entre libros y sueños,

a qué poco han quedado reducidos: las piedras

brillantes al sol alto del dulce mediodía

-¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!-,

las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras

polvorientas, suaves, bajo los almecinos,

aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;

el jazmín del estío- ¡qué fue de aquella nieveI-,

que daba olor de fiesta a la tranquila noche,

aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;

y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,

en mi interior florece cuando llueve el silencio.

Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado

reducidos los días lejanos y felices.

A veces el sonido de una piedra, cayendo

en una verde alberca, me hace creer que nunca

debió formarse un hombre sobre aquel que gozaba

sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe

si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,

también piensan que nunca debieron de ser ríos.

PÁJARO HERIDO

Vuelo inútil : la luna ya ha perdido tu espíritu

y tu canto ya tiene por estela el silencio.

Pronto, estrella llovida, recipiente de nada,

nublarás unas flores o el brillo de una piedra.

Ni un rumor, ni una lágrima multiplican tu muerte,

ni un suspiro da eco tristemente a tu pico:

nadie siente que pierdas tu lugar en el aire

y que, al igual que duermen peces entre las olas

y hombres entre la tierra, no tengas tu descanso

en los azules vientos que acarician tus alas.

Y las nubes ya saben que es tu último,

y que, pronto tu boca la canción de tu vida

cantará silenciosa: pero guardan su llanto,

pero guardan su llanto para los olivares.

PLANTA TUYA

Tierra mía, florido campo en el que

sepulto mi raíz, los ojos quedan

en la copa, mirándote, y aún viven

la ocasión más que el resto de la carne

vegetal, o se inclinan con la espiga

que el viento del amor amaga, y besan

vibrátiles el muro de las sombras

desde las que me surto de divina

majestad. Tierra mía, acariciada

tierra mía, gritante tierra húmeda,

avariciosa de simiente, canta

tu júbilo, derrama tus olores

íntimos, al contacto con mi agudo

aspirar, toda labios, toda grieta

manante, pues adviertes que progresa

mi condición hasta animal hombría,

y sabes que te sé, campo de urgente

roturación, llorando por mi savia

de hoy. Enredaderas son los tallos

ya, gestos concentrados, brazos, muslos

que atenazan o rozan levemente

con unción, esperando el cataclismo

que nos habrá de sepultar en una

profundísima falla. Suenan músicas,

mas no se oyen. Se alzan las paredes

del mundo, y no se ven. Se prueban todos

los caminos, se afinan los violines

recónditos, e irrumpe la añorada

melodía infinita.

QUÉ INDEFINIBLE TRISTEZA

Qué indefinible tristeza, cuando uno escucha

las palabras casi sin sentido

que surten de miles de labios

y que se van, sin orden, amontonando en el aire,

las palabras como insectos que liban

en miles de orejas ambulantes, las palabras

que se disuelven, como olas, sobre la playa de la tarde,

adelgazando, trocándose en espuma,

en humedad, en nada. Y qué tristeza finísima,

qué sombra, qué aire de tristeza,

cuando uno piensa que es imposible comparar

a estos seres que se agitan con las nubes

que circulan por las calles del cielo,

o con el ir y venir del viento

entre las hojas de los árboles.

Y sobre todo, qué inmenso desconsuelo

cuando uno se da cuenta

de que estas tristes reflexiones en torno

a estas criaturas que giran en la tarde

lo han convertido a uno en alguien

infinitamente abandonando, en alguien que,

desde el otro lado del tiempo, escucha,

lleno de soledad, el fragor

de éste monótono rebaño de corazones.

RAZÓN DE AMOR

Todo buen poema de amor es prosa.

T.S. Eliot

Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-,

pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en

un cauce.

No sé cómo poner música a la música,

como dar olor al jazmín,

color al sol que se hunde por la tarde,

como quien dice: esto se ha acabado,

no esperen ustedes que salga mañana por la mañana.

Yo no sé si me explico,

pero es que hay cosas que no son para cantadas,

sino para dichas llanamente, después de tomar una

cerveza.

-Está lloviendo-, apunta uno:

y en dos palabras se encierra un terrible suceso,

algo que hiere los tejados.

y deja caer sobre los charcos más lágrimas

de las que pudieran derramar los humanos ojos,

incluso poniéndose en lo peor de las cosas.

-Es de día-: y con ello

entra el sol en el alma, como una aguja caliente,

y nos sentimos seguros de que, por el momento,

Dios no nos olvida.

Y así con el amor

uno vive, viviendo.

Uno olvida que, cada día, Dios nos pone tierra

bajo los pies,

aire sobre la boca y azul en las pupilas.

Uno olvida que el corazón se apoya, cada día,

como un blando sillar,

en otro corazón.

Y cuando se cae en la cuenta de todo

-esto no sucede a menudo-,

resulta imposible medir un verso con los dedos

Un gran tajo circunda a los amantes,

y lo demás puede decirse en dos palabras.

SONETO

En el que el poeta toma prestadas las palabras

de John Donne para desabrigar infundados temores…

¿Qué haremos en invierno -me preguntas-,

sin un mal cobertor que nos defienda

del frío? ¿ Qué participada prenda

abrigará las desnudeces juntas ?

No te sé contestar. Y descoyuntas,

pura, abierta, entregada a la contienda

del amor, ese cuerpo, a suelta rienda.

y se me escapa el alma por las puntas.

Aún es verano, y la calor es tanta

que no comprendo la frialdad. Y sudo

cuanta humedad rehuye la garganta.

¿Pero existe el invierno? ¿Y es tan crudo

su rigor? Si es así, ¿qué mejor manta

para tu desnudez, que, yo, desnudo?

Campoamor, Ramón de

Ramón de Campoamor (España, 1817 – 1901)

CANCIÓN

A la gloriosa memoria de las víctimas del Dos de Mayo de 1808.

El sol sus alas replegó luciente,

y la noche callada el manto oscuro

en luengo cerco derramó sombría.

Vierten los astros su fulgor doliente,

y entre las sombras se destaca puro,

remedo incierto de la luz del día.

¡Tal de la suerte mía

la luz brilla insegura

entre la niebla oscura!

Ahora, pues, bajo el nocturno manto

muestras daré de mi desdicha extrema;

y cual presagio del famoso canto

que a alzar me impele inspiración suprema,

¡rompa el acerbo llanto

que mis entrañas reprimido quema!

Auras, volad, y de fragancia henchidas

templad el fuego que mi frente abrasa,

mansa flotando en invisible giro.

Entre las nubes, con fragor hendidas,

su virgen luz, cual transparente gasa,

mece la luna que extasiado admiro.

Me parece que miro

a sus tibios reflejos

vagar allá a lo lejos

cual húmedo vapor de hedionda tumba,

de Napoleón la sombra venerada;

y cuando ronco el aquilón retumba

la vaga esfera de la luz turbada,

¡me parece que zumba

en torrente de sangre desatada!

¡Sombra execrable! Maldecida sombra

que levantó para asentar su trono

de humanos cuerpos funeral montaña!

El manto azul del cielo por alfombra

creyó tender en su rabioso encono,

y ahogó rugiendo su impotente saña.

Soldados, dijo, España

nuestra esclava se vea,

un muro en ella sea

de insepultos cadáveres alzado

que llene de terror a las naciones.

Luego a rumor del atambor doblado

se alzó el muro, rodaron tus pendones,

y en él viste apilado

el magnífico tren de tus legiones.

Al ver su oprobio aterrador el Sena

turbio en las rocas con sonoro estruendo

bate furioso la revuelta frente,

cual herida serpiente que la arena

escarba airada, y con silbar horrendo

en vano aguza el venenoso diente.

¡Tirano, muge hirviente,

cuán cara fue a la Francia

tu funesta arrogancia!

Y al repetir este rumor, tonante

la última esfera de los cielos toca,

y embravecido, hinchado, ondisonante,

con cuanto encuentra sin concierto choca

y se arrastra bramante

con brusco murmurar de roca en roca.

¡Ay! Del cañón al fúnebre estampido

que el bronco trueno imita, cuando alado,

asorda el aire en revoltoso vuelo;

y al revolar del humo esparcido

que en las alas del aura reclinado

viste de luto el encendido cielo;

aferradas al suelo

las víctimas gloriosas,

que ha poco victoriosas

Independencia y libertad gritaron,

se vieron sin defensas maniatadas.

Y al ¡ay! de muerte que después lanzaron,

sus cadenas, de púrpura manchadas,

a la faz arrojaron

del sangriento Murat pulverizadas.

Contra vuestro poder la tiranía

en vano desató su furia brava,

que al sentir vuestro esfuerzo soberano,

la vil corona, que adornó algún día

con una flor cada nación esclava,

se marchitó en las sienes del tirano.

Todo el linaje humano

su carroza triunfante

iba a hollar rechinante,

cuando opusisteis a su fiera saña

vuestro ardor cabe el lento Manzanares,

a sus huestes gritando: ¡Gente extraña,

dad un adiós a vuestros patrios lares;

sólo saldréis de España

surgiendo el fondo de sangrientos mares!

¡Salve, cenizas! ¡Salve, oh ricas prendas!

que humedezca dejad, restos sagrados,

con lloro estéril vuestras frías losas.

Jamás os faltarán verdes ofrendas,

o no tendrán en sus floridos prados

ni laureles abril ni el mayo rosas.

¡Perdón, sombras gloriosas

si mi lira naciente

no os canta dignamente!

Con el llanto sus cuerdas empapadas

sordas vibran confusa melodía.

¡Si no fuisteis por mí, sombras amadas,

loadas con dulcísima armonía,

al menos sí cantadas

con toda la efusión del alma mía!

CONTRADICCIONES

Se halla con su amante Rosa

a solas en un jardín,

y ya a su empresa amorosa

iba tocando a su fin,

cuando ella entre la arboleda

trasluce el grupo encantado

en que, en cisne transformado,

ama Júpiter a Leda;

y encendida de rubor,

viendo el grupo repugnante,

se alza, rechaza al amante,

y exclama huyendo: ¡Qué horror!

Corrida del mal ejemplo,

entra a rezar en un templo;

mas al ver Rosa el ardor

con que el altar mayor

una Virgen de Murillo

besa a un niño encantador,

volvió en su pecho sencillo

la llama a arder del amor.

¿Será una ley natural,

como afirma no sé quién,

que por contraste fatal

lleva un mal ejemplo al bien

y un ejemplo bueno al mal?

DOLORAS

Amor y gloria

¡Sobre arena y sobre viento

lo ha fundado el cielo todo!

Lo mismo el mundo de el lodo

que el mundo del sentimiento.

De amor y gloria el cimiento

sólo aire y arena son.

¡Torres con que la ilusión

mundo y corazones llena;

las del mundo sois arena,

y aire las del corazón!

EL AMAR Y EL QUERER

A la infiel más infiel de las hermosas

un hombre la quería y yo la amaba;

y ella a un tiempo a los dos nos encantaba

con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,

queriéndola, su aliento empozoñaba,

yo de ella ante los pies, que idolatraba,

acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecia;

mintió a los dos, y sufrirá el castigo

que uno le da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo

él, que sólo la quiso, la desprecia;

yo, que tanto la amaba, la maldigo.

EL OJO DE LA LLAVE

No te ocupes de cosas ajenas ni

te entremetas en las cosas de los

mayores

Kempis, lib. XI.I

I. A los quince años

Dos hablan dentro muy quedo;

Rosa, que a espiar comienza,

oye lo que le da miedo,

ve lo que le da vergüenza.

Pues ¿qué hará, que así la espanta,

su amiga, a quien cree una santa?

No sé qué le da sonrojo,

mas… debe ser algo grave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

El corazón se le salta

cuando oye hablar, y después

mira…, mira… y casi falta

la tierra bajo sus pies.

¡Ay! Si ya a vuestra inocencia

no desfloró la experiencia,

no miréis por el anteojo

del rayo de luz que cabe

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Desde que a mirar empieza,

de un volcán la ebullición

sube a encender su cabeza,

va a inflamar su corazón.

Claro, el ser que piensa y siente

siempre, cual ella, en la frente

tendrá del pudor el rojo

cuando de mirar acabe

por el ojo,

por el ojo de la llave.

De aquel anteojo a merced

mira más…, y más… y más…

y luego siente esa sed

que no se apaga jamás.

Mas ¿qué ve tras de la puerta

que tanto su sed despierta?

¿Qué? Que, a pesar del cerrojo,

ve de la vida la clave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Haciendo al peligro cara,

ve caer su ingenuidad

la barrera que separa

la ilusión de la verdad.

Pero ¿qué ha visto, señor?

Yo sólo diré al lector

que no hallará más que enojo

todo el que la vista clave

por el ojo,

por el ojo de la llave.

Siguen sus ojos mirando

que habla un hombre a una mujer,

y van su cuerpo inundando

oleadas de placer.

Su amiga, de gracia llena,

¿no es muy buena? ¡Ah!, ¡sí, muy buena!…

Pero ¿hay alguien cuyo arrojo

de ser mirado se alabe

por el ojo,

por el ojo de la llave?

II. A los treinta años

Mas, quince años después, Rosa ya sabe

con ciencia harto precoz

que el mirar por el ojo de la llave

es un crimen atroz.

Una noche de abril, a un hombre espera:

la humedad y el calor

siempre son en la ardiente primavera

cómplices del amor.

Húmeda noche tras caliente día…

Rosa aguarda febril.

¡Cuánta virtud sobre la tierra habría

si no fuera el abril!

Y como ella ya sabe lo que sabe,

después que el hombre entró,

de hacia el frente del ojo de la llave

cual de un espectro huyó.

y cuando al lado de él, junto a él sentada,

en mudo frenesí

se hablan ambos de amor sin decir nada,

Rosa prorrumpe así:

«¿El ojo de la llave está cerrado?

¡Ay, hija de mi amor!

Si ella mirase, como yo he mirado…

Voy a cerrar mejor.»

EL TREN EXPRESO

Al ingeniero de caminos el célebre escritor

don José de Echegaray, su admirador y amigo.

CANTO PRIMERO: LA NOCHE

I

Habiéndome robado el albedrío

un amor tan infausto como mío,

ya recobrados la quietud y el seso,

volvía de Paris en tren expreso;

y cuando estaba ajeno de cuidado,

como un pobre viajero fatigado,

para pasar bien cómodo la noche

muellemente acostado,

al arrancar el tren subió a mi coche,

seguida de una anciana,

una joven hermosa,

alta, rubia, delgada y muy graciosa,

digna de ser morena y sevillana.

II

Luego, a una voz de mando

por algún héroe de las artes dada,

empezó el tren a trepidar, andando

con un trajín de fiera encadenada.

Al dejar la estación, lanzó un gemido

la máquina, que libre se veía,

y corriendo al principio solapada

cual la sierpe que sale de su nido,

ya al claro resplandor de las estrellas,

por los campos, rugiendo, parecía

un león con melena de centellas.

III

Cuando miraba atento

aquel tren que corría como el viento,

con sonrisa impregnada de amargura

me preguntó la joven con dulzura:

«¿Sois español?». Y su armonioso acento,

tan armonioso y puro, que aun ahora

el recordarlo sólo me embelesa,

«Soy español» la dije; «¿y vos, señora?».

«Yo», dijo, «soy francesa.»

«Podéis», la repliqué con arrogancia,

«la hermosura alabar de vuestro suelo,

pues creo, como hay Dios, que es vuestra Francia

un país tan hermoso como el cielo.»

«Verdad que es el país de mis amores,

el país del ingenio y de la guerra;

pero en cambio», me dijo, «es vuestra tierra

la patria del honor y de las flores:

no os podéis figurar cuánto me extraña

que, al ver sus resplandores,

el sol de vuestra España

no tenga, como el de Asia, adoradores.»

Y después de halagarnos obsequiosos

del patrio amor el puro sentimiento,

entrambos nos quedamos silenciosos

como heridos de un mismo pensamiento.

IV

Caminar entre sombras es lo mismo

que dar vueltas por sendas mal seguras

en el fondo sin fondo de un abismo.

Juntando a la verdad mil conjeturas,

veía allá a lo lejos, desde el coche,

agitarse sin fin cosas oscuras,

y en torno, cien especies de negruras

tomadas de cien partes de la noche.

¡Calor de fragua a un lado, al otro frío!…

¡Lamentos de la máquina espantosos

que agregan el terror y el desvarío

a todos estos limbos misteriosos!…

¡Las rocas, que parecen esqueletos!…

¡Las nubes con extrañas abrasadas!…

¡Luces tristes! ¡Tinieblas alumbradas!…

¡El horror que hace grandes los objetos!…

¡Claridad espectral de la neblina!

¡Juegos de llama y humo indescriptibles!…

¡Unos grupos de bruma blanquecina

esparcidos por dedos invisibles!

¡Masas informes…, límites inciertos!…

¡Montes que se hunden! ¡Árboles que crecen!…

¡Horizontes lejanos que parecen

vagas costas del reino de los muertos

¡Sombra, humareda, confusión y nieblas!…

¡Acá lo turbio…, allá lo indiscernible…,

y entre el humo del tren y las tinieblas,

aquí una cosa negra, allí otra horrible!

V

¡Cosa rara! Entretanto,

al lado de mujer tan seductora

no podía dormir, siendo yo un santo

que duerme, cuando no ama, a cualquier hora.

Mil veces intenté quedar dormido,

mas fue inútil empeño:

admiraba a la joven, y es sabido

que a mí la admiración me quita el sueño.

Yo estaba inquieto, y ella,

sin echar sobre mí mirada alguna,

abrió la ventanilla de su lado

y, como un ser prendado de la luna,

miró al cielo azulado;

preguntó, por hablar, qué hora sería,

y al ver correr cada fugaz estrella,

«Ved un alma que pasa», me decía.

VI

«¿Vais muy lejos?», con voz ya conmovida

le pregunté a mi joven compañera.

«Muy lejos», contestó; «¡voy decidida

a morir a un lugar de la frontera!»

Y se quedó pensando en lo futuro,

su mirada en el aire distraída

cual se mira en la noche un sitio oscuro

donde fue una visión desvanecida.

«¿No os habrás divertido»,

la repliqué galante,

«la ciudad seductora

en donde todo amante

deja recuerdos y se trae olvido?»

«¿Lo traéis vos?», me dijo con tristeza.

«Todo en Paris lo hace olvidar, señora»,

le contesté, «la moda y la riqueza.

Yo me vine a Paris desesperado,

por no ver en Madrid a cierta ingrata.»

«Pues yo vine», exclamó, «y hallé casado

a un hombre ingrato a quién amé soltero.»

«Tengo un rencor», le dije, «que me mata.»

«Yo una pena», me dijo, «que me muero.»

Y al recuerdo infeliz de aquel ingrato,

siendo su mente espejo de mi mente,

quedándose en silencio un grande rato

pasó una larga historia por su frente.

VII

Como el tren no corría, que volaba,

era tan vivo el viento, era tan frío,

que el aire parecía que cortaba:

así el lector no extrañará que, tierno,

cuidase de su bien más que del mío,

pues hacía un gran frío, tan gran frío,

que echó al lobo del bosque aquel invierno.

Y cuando ella, doliente,

con el cuerpo aterido,

«Tengo frío», me dijo dulcemente

con voz que, más que voz, era un balido,

me acerqué a contemplar su hermosa frente,

y os juro, por el cielo,

que, a aquel reflejo de la luz escaso,

la joven parecía hecha de raso,

de nácar, de jazmín y terciopelo;

y creyendo invadidos por el hielo

aquellos pies tan lindos,

desdoblando mi manta zamorana,

que tenía más borlas, verde y grana

que todos los cerezos y los guindos

que en Zamora se crían,

cual si fuese una madre cuidadosa,

con la cabeza ya vertiginosa,

la tapé aquellos pies, que bien podrían

ocultarse en el cáliz de la rosa.

VIII

¡De la sombra y el fuego al claroscuro

brotaban perspectivas espantosas,

y me hacía el efecto de un conjuro

al reverberar en cada muro

de las sombras las danzas misteriosas!…

¡La joven que acostada traslucía

con su aspecto ideal, su aire sencillo,

y que, más que mujer, me parecía

un ángel de Rafael o de Murillo!

¡Sus manos por las venas serpenteadas

que la fiebre abultaba y encendía,

hermosas manos, que a tener cruzadas

por la oración habitual tendía…

¡sus ojos, siempre abiertos, aunque a oscuras,

mirando al mundo de las cosas puras!

¡su blanca faz de palidez cubierta!

¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas

la celestial fijeza de una muerta!…

Las fajas tenebrosas

del techo, que irradiaba tristemente

aquella luz de cueva submarina;

y esa continua sucesión de cosas

que así en el corazón como en la mente

acaban por formar una neblina!…

¡Del tren expreso la infernal balumba!…

¡La claridad de cueva que salía

del techo de aquel coche, que tenía

la forma de la tapa de una tumba!…

¡La visión triste y bella

de sublime concierto

de todo aquel horrible desconcierto,

me hacía traslucir en torno de ella

algo vivo rondando un algo muerto!

IX

De pronto, atronadora,

entre un humo que surcan llamaradas,

despide la feroz locomotora

un torrente de notas aflautadas,

para anunciar, al despertar la aurora,

una estación que en feria convertía

el vulgo con su eterna gritería,

la cual, susurradora y esplendente,

con las luces del gas brillaba enfrente;

y al llegar, un gemido

lanzando prolongado y lastimero,

el tren en la estación entró seguido

cual si entrase un reptil a su agujero.

CANTO SEGUNDO: EL DÍA

I

Y continuando la infeliz historia,

que aún vaga como un sueño en mi memoria,

veo al fin, a la luz de la alborada,

que el rubio de oro de su pelo brilla

cual la paja de trigo calcinada

por agosto en los campos de Castilla.

Y con semblante cariñoso y serio,

y una expresión del todo religiosa,

como llevando a cabo algún misterio,

después de un «¡Ay, Dios mío!»

me dijo, señalando un cementerio:

«¡Los que duermen allí no tienen frío!»

II

El humo, en ondulante movimiento,

dividiéndose a un lado y a otro lado,

se tiende por el viento

cual la crin de un caballo desbocado.

ayer era otra fauna, hoy otra flora;

verdura y aridez, calor y frío;

andar tantos kilómetros por hora

causa al alma el mareo del vacío;

pues salvando el abismo, el llano, el monte.

con un ciego correr que al rayo excede,

en loco desvarío

sucede un horizonte a otro horizonte

y una estación a otra estación sucede.

III

Más ciego cada vez por su hermosura

de la mujer aquella,

al fin la hablé con la mayor ternura,

a pesar de mis muchos desengaños;

porque al viajar en tren con una bella

va, aunque un poco al azar y a la ventura,

muy deprisa el amor a los treinta años.

Y «¿Adónde vais ahora?»,

pregunté a la viajera.

«Marcho, olvidada por mi amor primero»,

me respondió sincera,

«a esperar el olvido un año entero.»

«Pero, ¿y después?», le pregunté, «señora?»

«Después», me contestó, «¡lo que Dios quiera!»

IV

Y porque así sus penas distraía,

las mías le conté con alegría

y un cuento amontoné sobre otro cuento,

mientras ella, abstrayéndose, veía

las gradaciones de color que hacía

la luz descomponiéndose en el viento.

Y haciendo yo castillos en el aire,

o, como dicen ellos, en España,

la referí, no sé si con donaire,

cuentos de Homero y de Maricastaña.

En mis cuadros risueños,

pintando mucho amor y mucha pena,

como el que tiene la cabeza llena

de heroínas francesas y de ensueños,

había cada llama

capaz de poner fuego al mundo entero;

y no faltaba nunca un caballero

que, por gustar solícito a su dama,

la sirviese, siendo héroe, de escudero.

Y ya de un nuevo amor en los umbrales,

cual si fuese el aliento nuestro idioma,

más bien que con la voz, con las señales,

esta verdad tan grande como un templo

la convertí en axioma:

que para dos que se aman tiernamente,

ella y yo, por ejemplo,

es cosa ya olvidada por sabida

que un árbol, una piedra y una fuente

pueden ser el edén de nuestra vida.

V

Como en amor es credo,

o artículo de fe que yo proclamo,

que en este mundo de pasión y olvido,

o se oye conjugar el verbo te amo,

o la vida mejor no importa un bledo;

aunque entonces, como hombre arrepentido,

al ver una mujer me daba miedo,

más bien desesperado que atrevido,

«Y ¿un nuevo amor», le pregunté amoroso,

«no os haría olvidar viejos amores?»

Mas ella, sin dar tregua a sus dolores,

contestó con acento cariñoso:

«La tierra está cansada de dar flores;

necesito algún año de reposo.»

VI

Marcha el tren tan seguido, tan seguido,

como aquel que patina por el hielo,

y en confusión extraña,

parecen, confundidos tierra y cielo,

monte la nube, y nube la montaña,

pues cruza de horizonte en horizonte

por la cumbre y el llano,

ya la cresta granítica de un monte,

ya la elástica turba del pantano;

ya entrando por el hueco

de algún túnel que horada las montañas,

a cada horrible grito

que lanzando va el tren, responde el eco,

y hace vibrar los muros de granito,

estremeciendo al mundo en sus entrañas;

y dejando aquí un pozo, allí una sierra,

nubes arriba, movimiento abajo,

en laberinto tal, cuesta trabajo

creer en la existencia de la tierra.

VII

Las cosas que miramos

se vuelven hacia atrás en el instante

que nosotros pasamos;

y, conforme va el tren hacia adelante,

parece que desandan lo que andamos;

y a sus puestos volviéndose, huyen y huyen

en raudo movimiento

los postes del telégrafo, clavados

en fila a los costados del camino,

y, como gota a gota, fluyen, fluyen,

uno, dos, tres y cuatro, veinte y ciento,

y formando confuso y ceniciento

el humo con luz un remolino,

no distinguen los ojos deslumbrados

si aquello es sueño, tromba o torbellino.

VIII

¡Oh mil veces bendita

la inmensa fuerza de la mente humana

que así el ramblizo como el monte allana,

y al mundo echando su nivel, lo mismo

los picos de las rocas decapita

que levanta la tierra,

formando un terraplén sobre un abismo

que llena con pedazos de una sierra!

¡Dignas son, vive dios, estas hazañas,

no conocidas antes,

del poderoso anhelo

de los grandes gigantes

que, en su ambición, para escalar el cielo

un tiempo amontonaron las montañas!

IX

Corría en tanto el tren con tal premura

que el monte abandonó por la ladera,

la colina dejó por la llanura,

y la llanura, en fin, por la ribera;

y al descender a un llano,

sitio infeliz de la estación postrera,

le dije con amor: «¿Sería en vano

que amaros pretendiera?

¿Sería como un niño que quisiera

alcanzar a la luna con la mano?»

Y contestó con lívido semblante:

«No sé lo que seré más adelante,

cuando ya soy vuestra mejor amiga.

Yo me llamo Constancia y soy constante;

¿qué más queréis», me preguntó, «que os diga?».

Y, bajando el andén, de angustia llena,

con prudencia fingió que distraía

su inconsolable pena

con la gente que entraba y que salía,

pues la estación del pueblo parecía

la loca dispersión de una colmena.

X

Y con dolor profundo,

mirándome a la faz, desencajada

cual mira a su doctor un moribundo,

siguió: «Yo os juro, cual mujer honrada,

que el hombre que me dio con tanto celo

un poco de valor contra el engaño,

o aquí me encontrará dentro de un año,

o allí…», me dijo, señalando el cielo.

Y enjugando después con el pañuelo

algo de espuma de color de rosa

que asomaba a sus labios amarillos,

el tren (cual la serpiente que, escamosa,

queriendo hacer que marcha, y no marchando,

ni marcha ni reposa)

mueve y remueve, ondeando y más ondeando,

de su cuerpo flexible los anillos;

y al tiempo en que ella y yo, la mano alzando,

volvimos, saludando, la cabeza,

la máquina un incendio vomitando,

grande en su horror y horrible en su belleza,

el tren llevó hacia sí pieza por pieza,

vibró con furia y lo arrastró silbando.

CANTO TERCERO: EL CREPÚSCULO

I

Cuando un año después, hora por hora,

hacia Francia volvía

echando alegre sobre el cuerpo mío

mi manta de alamares de Zamora,

porque a un tiempo sentía,

como el año anterior, día por día,

mucho amor, mucho viento y mucho frío,

al minuto final del año entero

a la cita acudí cual caballero

que va alumbrando por su buena estrella;

mas al llegar a la estación aquella

que no quiero nombrar, porque no quiero,

una tos de ataúd sonó a mi lado,

que salía del pecho de una anciana

con cara de dolor y negro traje.

Me vio, gimió, lloró, corrió a mi lado,

y echándome un papel por la ventana:

«Tomad», me dijo, «y continuad el viaje».

y cual si fuese una hechicera vana

que después de un conjuro, en la alta noche

quedase entre la sombra confundida,

la mujer, más que vieja, envejecida,

de mi presencia huyó con ligereza

cual niebla entre la luz desvanecida,

al punto en que, llegando con presteza

echó por la ventana de mi coche

esta carta tan llena de tristeza,

que he leído más veces en mi vida

que cabellos contiene mi cabeza.

II

«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,

cuenta os dará de la memoria mía.

Aquel fantasma soy que, por gustaros,

juró estar viva a vuestro lado un día.

»Cuando lleve esta carta a vuestro oído

el eco de mi amor y mis dolores,

el cuerpo en que mi espíritu ha vivido

ya durmiendo estará bajo las flores.

»Por no dar fin a la ventura mía,

la escribo larga… casi interminable…

¡Mi agonía es la bárbara agonía

del que quiere evitar lo inevitable!

»Hundiéndose al morir sobre mi frente

el palacio ideal de mi quimera,

de todo mi pasado, solamente

esta pena que os doy borrar quisiera.

»Me rebelo a morir, pero es preciso…

¡El triste vive y el dichoso muere!…

¡Cuando quise morir, dios no lo quiso;

hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!

»¡Os amo, sí! Dejadme que habladora

me repita esta voz tan repetida;

que las cosas más íntimas ahora

se escapan de mis labios con mi vida.

»Hasta furiosa, a mí que ya no existo,

la idea de los celos me importuna;

¡juradme que esos ojos que me han visto

nunca el rostro verán de otra ninguna!

»Y si aquella mujer de aquella historia

vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,

aunque os ame, gemid en mi memoria;

¡yo os hubiera también amado tanto!…

»Mas tal vez allá arriba nos veremos,

después de esta existencia pasajera,

cuando los dos, como en le tren, lleguemos

de vuestra vida a la estación postrera.

»¡Ya me siento morir!… El cielo os guarde.

Cuidad, siempre que nazca o muera el día,

de mirar al lucero de la tarde,

esa estrella que siempre ha sido mía.

»Pues yo desde ella os estaré mirando;

y como el bien con la virtud se labra,

para verme mejor, yo haré, rezando,

que Dios de par en par el cielo os abra.

»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante

que os cita, cuando os deja, para el cielo!

¡Si es verdad que me amásteis un instante,

llorad, porque eso sirve de consuelo!…

»¡Oh Padre de las almas pecadoras!

¡Conceded el perdón al alma mía!

¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;

mas sufrí por más tiempo todavía!

»¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,

no sé decir lo que deciros quiero.

Yo sólo sé de mí que estoy llorando,

que sufro, que os amaba y que me muero.»

III

Al ver de esta manera

trocado el curso de mi vida entera

en un sueño tan breve,

de pronto se quedó, de negro que era,

mi cabello más blanco que la nieve.

De dolor traspasado

por la más grande herida

que a un corazón jamás ha destrozado

en la inmensa batalla de la vida,

ahogado de tristeza,

a la anciana busqué desesperado;

mas fue esperanza vana,

pues, lo mismo que un ciego, deslumbrado,

ni pude ver la anciana,

ni respirar del aire la pureza,

por más que abrí cien veces la ventana

decidido a tirarme de cabeza.

Cuando, por fin, sintiéndome agobiado

de mi desdicha al peso

y encerrado en el coche maldecía

como si fuese en el infierno preso,

al año de venir, día por día,

con mi grande inquietud y poco seso,

sin alma y como inútil mercancía,

me volvió hasta Paris el tren expreso.

HUMORADA

Háblame más… y más…, que tus acentos

me saquen de este abismo;

el día en que no salga de mí mismo,

se me van a comer los pensamientos.

INSPIRACIÓN NOCTURNA

Por el éter resbala melancólica

la luna, y en mi frente se refleja;

a su brillo argentado se asemeja

el color de mi faz.

De la brisa nocturna el ala rápida

sutil bate mi rubia cabellera,

como las hojas de gentil palmera,

balancea fugaz.

Oscuridad, silencio, aspecto tétrico

muestra la noche tácita al ser mío,

sólo me afecta de un lejano río

el parlero rumor;

Que, llevado en las alas de aire trémulo,

se parece, en su plácido murmullo,

al compasado y pavoroso arrullo

del eterno sopor.

Cual volubles vapores, sombras fáciles

antepuestos al sol ocasionaran,

e invisibles, aéreos, se espaciaran

entre la claridad;

Así veo cruzar seres fantásticos

de la luna a los pálidos reflejos,

y vagando se pierden allá lejos

entre la oscuridad.

De vibrátil campana al son profético

exánime ha zumbado en mis oídos

y débiles temblaron mis sentidos

a su fúnebre son.

¡Y pocos mostrarán sus ojos húmedos

a ese sonido que en el viento espira

pues su divina voz no les inspira

Santa meditación!

Todos duermen, menos yo,

todo en el mundo reposa,

la campana enmudeció

el aura sobre la rosa

tranquila se adormeció.

Sordo el río susurrando

me acompaña solamente,

y con su murmullo blando

me hace acordar inocente

que el tiempo se va pasando.

Pero vano mi pensar

se pierde allá con su ruido

los dos iremos a dar

yo al seno del eterno olvido

y él al seno de la mar.

Pues, con sonoros despeños,

va rodando su cristal

por entre prados risueños,

cual la vida del mortal

que se desliza entre sueños.

Están plácidos olores

el viento aromatizando,

los condensados vapores

se posan, perlas formando,

en el cáliz de las flores.

El claro río que abruma,

con sus aguas transparentes,

la yerba que le perfuma,

la matiza con bullentes

globos de nevada espuma.

Y como ancho se dilata,

todo el estrellado coro

en su cristal se retrata…

parecen lágrimas de oro

embutidas sobre plata.

Mas ya la aurora cercana

asoma su frente hermosa

entre celajes de grana,

y traza sendas de rosa

del sol a la luz temprana.

Despiértase el aura leve

al brillar sus lumbres rojas,

y a su movimiento breve

tiemblan las húmedas hojas

del árbol que ondeante mueve.

La flor su botón rompió,

y al sol que nuevo amanece

y que la vivificó,

en holocausto le ofrece

las perlas que recogió.

Todo vuelve a florecer,

todo al ver el sol se aviva,

mas la noche ha de volver…

y en aquesta alternativa

todo camina al no ser.

LA OPINIÓN

¡Pobre Carolina mía,

nunca la podré olvidar!

Ved lo que el mundo decía

viendo el féretro pasar:

Un clérigo: ¡Empiece el canto!

El doctor: ¡Cesó de sufrir!

El padre: ¡Me ahoga el llanto!

La madre: ¡Quiero morir!

Un muchacho: ¡Qué adornada!

Un joven: ¡Era muy bella!

Una moza: ¡Desgraciada!

Una vieja: ¡Feliz ella!

¡Duerme en paz! -dicen los buenos-.

Un filósofo: ¡Uno menos!

Un poeta: ¡Un ángel más!

LA VIRTUD DEL EGOÍSMO

Si anoche no estuve, Flora,

a adorar tu talle hermoso,

es porque soy virtuoso

y me da sueño a deshora.

¡Pecadora!

Ya le contaré a tu madre

que, porque amo mi quietud

y salud,

dijiste hoy a mi compadre:

«¡Qué egoísta es la virtud!»

¿Cómo he de ir con fe no escasa

a ver tus ojos serenos,

si hay cien pasos por lo menos

desde mi casa a tu casa?

Y, ¿qué pasa

al hallarnos frente a frente?…

¿Qué?…tú mientes sin guarismo;

yo lo mismo.

El no ir, por consiguiente,

¿es virtud o egoísmo?

Verbi gratia, el otro día,

al verte de mi amor harta,

puse un bostezo de a cuarta

entre un «paloma» y un «mía» .

Es falsía

la de bostezar amando;

mas si hoy, con más pulcritud

y quietud,

no he ido a amar bostezando,

¿fue egoísmo o fue virtud?

Desde hoy no vuelvo a tu edén

a tomar, Flora, el sereno:

si es por egoísmo, bueno;

y si es por virtud también.

Sí, mi bien:

esto haré por mi salud,

aunque diga tu cinismo

que es lo mismo

la gloria de la virtud

que el triunfo del egoísmo.

LOS DOS MIEDOS

I

Al comenzar la noche de aquel día,

ella, lejos de mí,

«¿Por qué te acercas tanto? – me decía -,

¡Tengo miedo de ti!»

II

Y, después que la noche hubo pasado,

dijo, cerca de mí:

«¿Por qué te alejas tanto de mi lado?

¡Tengo miedo sin ti!»

LOS PROGRESOS DEL AMOR

Así un esposo le escribió a su esposa:

«O vienes o me voy. ¡Te amo de modo

que es imposible que yo viva, hermosa,

un mes lejos de ti!

¡Mi amor es tan profundo, tan profundo,

que te prefiero a todo, a todo!…»

Y ella exclamó: «¡No hay nada en este mundo

que él quiera como a mí!»

Mas pasan unos meses, y la escribe:

«¡Qué hermoso debe estar nuestro hijo amado!

¡Sólo él, él sólo en mis entrañas vive!

Piensa en él más que en ti,

su cuna se pondrá junto a mi cama.

No hay cielo para mí más que a su lado.»

Y ella prorrumpe: «¡Es que, el ingrato, ya ama

al hijo más que a mí!»

Después de algunos años le escribía:

«Espérame. Ya sabes lo que quiero:

mucho orden, mucha paz y economía.

¿Estás? Yo soy así.

Cierra el coche: me espanta el reumatismo;

avísale que voy al cocinero.»

Y ella pensó: «¡Se quiere ya a sí mismo

más que al hijo y a mí!»

MÁS CERCA DE MÍ TE SIENTO

¡Ay! ¡Ay!

Más cerca de mí te siento

cuando más huyo de ti,

pues tu imagen es en mí,

es en mí,

sombra de mi pensamiento,

sombra de mi pensamiento.

¡Ay! Vuélvemelo a decir,

vuélvemelo a decir

pues embelesado ayer

te escuchaba sin oír

y te miraba sin ver,

y te miraba sin ver. ¡Ay!

PARA TU BOCA

Para formar tan hermosa

esa boca angelical,

hubo competencia igual

entre el clavel y la rosa,

la púrpura y el coral.

Mintiendo sombras del bien,

en ella el mal se divisa,

por lo que juntos se ven

ya la apacible sonrisa,

ya el enojoso desdén.

Y en los senos abrasados

engendra con doble holganza,

o con tormentos doblados,

cada risa una esperanza,

cada desdén mil cuidados.

Cual las conchas orientales

en tu boca, y por vencerlas

muestra en riquezas iguales,

cuando desdeña, corales,

y cuando sonríe, perlas.

Y si con sombras de bien

tal vez el mal se divisa,

es porque en ella se ven

guardar la miel de su risa

las flechas de su desdén.

Si a mí su rigor alcanza,

al ver su hermosura, siente

el corazón doble holganza;

y aunque un desdén me atormente,

déme una risa esperanza.

¡Bien haya la dulce boca,

que sólo sus frescos labios

el aura pasando toca;

que haciendo el ámbar agravios,

su miel a gustar provoca!

¡Oh, bien haya cuando ufana

dando enojos a la rosa,

muestra su cerco de grana,

fresca como la mañana,

como el azahar olorosa!

Y si acaso dulcemente

suelta plácida congojas,

ya es el rumor del ambiente,

ya el susurro de las hojas,

ya el murmurar de la fuente.

Si alegres sones respira,

las aves del prado encanta;

y si a vencerlas aspira,

con las que gimen, suspira;

con las que gorjean, canta.

Tu miel, aroma y colores,

rinde en amante oblación,

flor, ante cuyos primores,

mustias é inútiles flores

las flores del valle son.

El néctar más regalado

deja que de amores loco

beba en tu labio abrasado;

para una abeja es sobrado

lo que para muchas poco.

¡Mas ah!, que vertiendo quejas,

me esquivas tu dulce miel;

en vano de una te alejas

si ves que miles de abejas

poblando van el vergel.

¡Ay de la rosa encarnada,

que en su seno de carmín

niega a una abeja la entrada!

Tantas la acosan al fin,

que queda sin miel, y ajada.

¡Ay de las cándidas flores,

si alzan su capullo tierno

del estío a los ardores!

¡Ay del panal si el invierno

lo hiela con sus rigores!

Dame los gustos sin tasa,

pues ves que el sol estival

las tiernas flores abrasa;

mira que amarga el panal

cuando de sazón se pasa.

Ríndete a mí placentera:

no te rinda con agravios

de abejas la turba fiera:

que herir esos dulces labios

herirme en el alma fuera.

De ese tesoro las llaves

dame, y sus dones ardientes

libaré en besos suaves,

sin que lo canten las aves,

ni lo murmuren las fuentes.

PORVENIR DE LAS ALMAS

Para A. R., en la muerte de su hija

Si de vuestra hija fue estrella

dar tan niña el alma a Dios,

¡ay, feliz mil veces vos!

¡dichosa mil veces ella!

Pues ya huella

las celestiales alturas,

no halle en vos nunca lugar

el pesar,

porque para almas tan puras

«morir es resucitar».

¿Para qué lloráis perdida

esa prenda de amor tierno,

si por un lugar «eterno»

dejó un lugar de «partida»?

Si es la vida

caos de dudas y penas,

¿quién la muerte, al que bien quiere,

no prefiere,

si el que vive, vive apenas,

«y resucita el que muere»?

Siempre, llena de consuelo,

viendo a un ser puro sin vida,

la multitud, de fe henchida,

prorrumpe:- ¡Ángeles al cielo!-

Ni ¿a qué duelo

es mostrar, cuando la carga

de la existencia maldita

Dios nos quita,

si tras de una vida amarga,

«muriendo se resucita»?

No dé a vuestra alma afligida

la más leve pesadumbre

esa negra incertidumbre

del «más allá» de la vida.

Si es mentida

la fe de ulterior solaz,

al menos, los que viviendo

van gimiendo,

en otro mundo de paz

«resucitarán muriendo».

Ya habita, aunque el desconsuelo

os haga implacable guerra,

un «triste» menos la tierra,

y un «dichoso» más el cielo.

De su vuelo

iréis vos, muriendo, en pos,

si a Dios dais en implorar

sin cesar,

pues para justos cual vos

«morir es resucitar».

QUIEN SUPIERAS ESCRIBIR…

«Escribidme una carta, señor cura.»

-Ya sé para quien es.

«¿Sabéis quién es, porque una noche oscura

nos visteis juntos?»

-Pues…

Perdonad; mas… . No extraño ese tropiezo.

La noche… la ocasión…

Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo:

Mi querido Ramón :

«¿Querido…? Pero, en fin, ya lo habéis puesto…»

-Si no queréis…

«¡Sí, sí!»

-¡Qué triste estoy! ¿No es eso?

«Por supuesto.»

¡Qué triste estoy sin ti!»

-Una congoja al empezar me viene …

«¿Cómo sabéis mi mal?…»

-Para un viejo, una niña siempre tiene

el pecho de cristal.

-¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.

¿Y contigo? Un edén.

«Haced la letra clara, señor cura;

que lo entienda eso bien.»

-El beso aquel que de marchar al punto

te di… «¿Cómo sabéis?…»

-Cuando se va y se viene y se está junto

siempre … no os afrentéis.

Y si volver tu afecto no procura,

tanto me harás sufrir…

«¿Sufrir y nada más? No, señor cura.

¡Que me voy a morir!»

-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo…?

«Pues sí, señor, ¡morir!»

-Yo no pongo morir. «¡Qué hombre de hielo!

¡Quién supiera escribir!

¡Señor rector, señor rector! En vano

me queréis complacer,

si no encarnan los signos de la mano

todo el ser de mi ser.

Escribidle, por Dios, que el alma mía

ya en mí no quiere estar;

que la pena no me ahoga cada día…

porque puedo llorar.

Que mis labios, las rosas de su aliento,

no se saben abrir;

que olvidan de la risa el movimiento,

a fuerza de sentir.

Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,

cargados con mi afán,

como no tienen quién se mire en ellos,

cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,

la ausencia el más atroz;

que es un perpetuo sueño de mi oído

el eco de su voz…

Que siendo por su causa, el alma mía

¡goza tanto en sufrir…!

Dios mío, ¡cuántas cosas le diría

si supiera escribir!»

EPÍLOGO

-Pues, señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:

A don Ramón … en fin,

que es inútil saber para esto arguyo

ni el griego ni el latín.

SONETO

De amor tentado un penitente un día

con nieve un busto de mujer formaba,

y el cuerpo al busto con furor juntaba,

templando el fuego que en su pecho ardía.

Cuanto más con el busto el cuerpo unía,

más la nieve con fuego se mezclaba,

y de aquel santo el corazón se helaba,

y el busto de mujer se deshacía.

En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!

siempre se une el invierno y el estío,

y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.

Así te pasa a ti, corazón mío,

que uniendo ella su nieve con tu fuego,

por matar de calor, mueres de frío.

VELAS DE AMOR

Velas de amor en golfos de ternura

vuela mi pobre corazón al viento

y encuentra, en lo que alcanza, su tormento,

y espera, en lo que no halla, su ventura,

viviendo en esta humana sepultura

engañar el pesar es mi contento,

y este cilicio atroz del pensamiento

no halla un linde entre el genio y la locura.

¡Ay!, en la vida ruin que al loco embarga,

y que al cuerdo infeliz de horror consterna,

dulce en el nombre, en realidad amarga,

sólo el dolor con el dolor alterna,

y si al contarla a días es muy larga,

midiéndola por horas es eterna.

Cadalso y Vásquez, José

José Cadalso y Vasquez (España, 1741 – 1782)

A LA MUERTE DE FILIS

En lúgubres cipreses

he visto convertidos

los pámpanos de Baco

y de Venus los mirtos;

cual ronca voz del cuervo

hiere mi triste oído

el siempre dulce tono

del tiempo jilguerillo;

ni murmura el arroyo

con delicioso trino;

resuena cual peñasco

con olas combatido.

En vez de los corderos

de los montes vecinos

rebaños de leones

bajar con furia he visto;

del sol y de la luna

los carros fugitivos

esparcen negras sombras

mientras dura su giro;

las pastoriles flautas,

que tañen mis amigos,

resuenan como truenos

del que reina en Olimpo.

Pues Baco, Venus, aves,

arroyos, pastorcillos,

sol, luna, todos juntos

mirad me compasivos,

ya la ninfa que amaba

al infeliz Narciso,

mandad que diga al orbe

la pena de Dalmiro.

A LA PELIGROSA ENFERMEDAD DE FILIS

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

AL PINTOR QUE ME HA DE RETRATAR…

Discípulo de Apeles,

si tu pincel hermoso

empleas por capricho

en este feo rostro,

no me pongas ceñudo,

con iracundos ojos,

en la diestra el estoque

de Toledo famoso,

y en la siniestra el freno

de algún bélico monstruo,

ardiente como el rayo,

ligero como el soplo;

ni en el pecho la insignia

que en los siglos gloriosos

alentaba a los nuestros,

aterraba a los moros;

ni cubras este cuerpo

con militar adorno,

metal de nuestras Indias,

color azul y rojo;

ni tampoco me pongas,

con vanidad de docto,

entre libros y planos,

entre mapas y globos.

Reserva esta pintura

para los nobles locos,

que honores solicitan

en los siglos remotos;

a mí, que sólo aspiro

a vivir con reposo

de nuestra frágil vida

estos instantes cortos

la quietud de mi pecho

representa en mi rostro,

la alegría en la frente,

en mis labios el gozo.

Cíñeme la cabeza

con tomillo oloroso,

con amoroso mirto,

con pámpano beodo;

el cabello esparcido,

cubriéndome los hombros,

y descubierto al aire

el pecho bondadoso;

en esta diestra un vaso

muy grande, y lleno todo

de jerezano néctar

o de manchego mosto;

en la siniestra un tirso,

que es bacanal adorno

y en postura de baile

el cuerpo chico y gordo,

o bien junto a mi Filis,

con semblante amoroso,

y en cadenas floridas

prisionero dichoso.

Retrátame, te pido,

de este sencillo modo,

y no de otra manera,

si tu pincel hermoso

empleas, por capricho,

en este feo rostro.

ANACREÓNTICA

¿Quién es aquél que baja

por aquella colina,

la botella en la mano,

en el rostro la risa,

de pámpanos y hiedra

la cabeza ceñida,

cercado de zagales,

rodeado de ninfas,

que al son de los panderos

dan voces de alegría,

celebran sus hazañas,

aplauden su venida?

Sin duda será Baco,

el padre de las viñas.

Pues no, que es el poeta

autor de esta letrilla.

EPÍSTOLA DEDICADA A ORTELIO

Desde el centro de aquestas soledades,

gratas al que conoce las verdades,

gratas al que conoce los engaños

del mundo, y aprovecha desengaños,

te envío, amado Ortelio, fino amigo,

mil pruebas del descanso que consigo.

Ovidio en tristes metros se quejaba

de que la suerte no le toleraba

que al Tíber con sus obras se acercase,

sino que al Ponto cruel le destinase;

mas lo que de poeta me ha faltado

para llegar de Ovidio a lo elevado,

me sobra de filósofo, y pretendo

tomar las cosas como van viniendo.

Oh, ¡cómo extrañarás, cuando esto veas,

y sólo bagatelas aquí leas,

que yo criado en facultades serias,

me aplique a tan ridículas materias!

Ya arqueas, ya levantas esas cejas,

ya el manuscrito de la mano dejas,

¿por qué dejas los puntos importantes?

y dices: «Por juguetes semejantes,

¡No sé por qué capricho tú te olvidas

materias tan sublimes y escogidas!

¿Por qué no te dedicas, como es justo,

a materias de más valor que gusto?

Del público derecho, que estudiastes

cuando tan sabias cortes visitastes;

de la ciencia de Estado y los arcanos

del interés de varios soberanos;

en la ciencia moral, que al hombre enseña

lo que en su obsequio la virtud empeña;

de las guerreras artes que aprendistes

cuando a campaña voluntario fuistes;

de la ciencia de Euclides demostrable,

de la física nueva deleitable,

¿no fuera más del caso que pensaras

en escribir aquello que notaras?

¿Pero coplillas, y de amor? ¡Ay triste!

Perdiste el poco seso que tuviste».

¿Has dicho, Ortelio, ya cuanto, enfadado,

quisiste a este pobre desterrado?

Pues mira, ya con fresca y quieta flema

te digo que prosigo con mi tema.

De todas esas ciencias que refieres

(y añade algunas otras si quisieres),

yo no he sacado más que lo siguiente:

escúchame, por Dios, atentamente;

mas no, que más parece lo que digo

relación, que no carta de un amigo.

de todas las antiguas más hermosa,

el primero dirá con claridades

por qué dejé las altas facultades,

y sólo al pasatiempo me dedico;

que los leas despacio te suplico,

y si conoces que razón me sobra,

calla, y no juzgues que es tan necia mi obra.

Pero si acaso omites este asunto,

y la crítica pasas a otro punto,

cual es el que contiene la obra mía

faltas contra la buena poesía,

Conozco tu razón, mas oye atento;

con Ovidio respondo a tu argumento:

Siqua meis fuerint, ut erunt, vitiosa libellis,

Excusata suo tempore, lector, habe.

Exul eram; requiesque mihi non fama petita est;

Mens intenta suis ne foret usque malis.

Significa (y perdona la osadía

de interpretar de Ovidio la armonía,

porque en la traducción es consiguiente

que pierda la dulzura competente,

como sucede a todos los autores

en manos de mejores traductores):

El tiempo en que esta obra yo compuse,

las faltas que hallarás, lector, excuse.

Quietud busqué, no fama, desterrado,

por distraer a mi alma del cuidado.

Adiós.

LETRILLA SATÍRICA

Que dé la viuda un gemido

por la muerte del marido,

ya lo veo;

pero que ella no se ría

si otro se ofrece en el día,

no lo creo.

Que Cloris me diga a mí:

«Sólo he de quererte a ti»,

ya lo veo;

pero que siquiera a ciento

no haga el mismo cumplimiento,

no lo creo.

Que los maridos celosos,

sean más guardias que esposos,

ya lo veo;

pero que estén las malvadas,

por más guardias, más guardadas,

no lo creo.

Que al ver de la boda el traje,

la doncella el rostro baje,

ya lo veo;

pero que al mismo momento

no levante el pensamiento,

no lo creo.

Que Celia tome el marido

por sus padres escogido,

ya lo veo;

pero que en el mismo instante

ella no escoja el amante,

no lo creo.

Que se ponga con primor

Flora en el pecho una flor,

ya lo veo;

pero que astucia no sea

para que otra flor se vea,

no lo creo.

Que en el templo de Cupido

el incienso es permitido,

ya lo veo;

pero que el incienso baste,

sin que algún oro se gaste,

no lo creo.

Que el marido a su mujer

permita todo placer,

ya lo veo;

pero que tan ciego sea,

que lo que vemos no vea,

no lo creo.

Que al marido de su madre

todo niño llame padre,

ya lo veo;

pero que él, por más cariño,

pueda llamar hijo al niño,

no lo creo.

Que Quevedo criticó

con más sátira que yo,

ya lo veo;

pero que mi musa calle

porque más materia no halle,

no lo creo.

MIENTRAS VIVIÓ LA DULCE PRENDA MÍA…

Mientras vivió la dulce prenda mía,

Amor, sonoros versos me inspiraste;

obedecí la ley que me dictaste

y sus fuerzas me dio la poesía.

Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día

que me privó del bien que tú admiraste,

al punto sin imperio en mí te hallaste

y hallé falta de ardor a mi Talía.

Pues no borra su ley la Parca dura

-a quien el mismo Jove no resiste-

olvido el Pindo y dejo la hermosura.

Y tú también de tu ambición desiste

y junto a Filis tengan sepultura

tu flecha inútil y mi lira triste.

NO BASTA QUE EN SU CUEVA SE ENCADENE…

No basta que en su cueva se encadene

el uno y otro proceloso viento,

ni que Neptuno mande a su elemento

con el tridente azul que se serene,

ni que Amaltea el fértil campo llene

de fruta y flor, ni que con nuevo aliento

al eco den las aves dulce acento,

ni que el arroyo desatado suene.

En vano anuncias, verde primavera,

tu vuelta de los hombres deseada,

triunfante del invierno triste y frío.

Muerta Filis, el orbe nada espera,

sino niebla espantosa, noche helada,

sombras y sustos como el pecho mío.

SI EL CIELO ESTÁ SIN LUCES…

Si el cielo está sin luces,

el campo está sin flores,

los pájaros no cantan,

los arroyos no corren,

no saltan los corderos,

no bailan los pastores,

los troncos no dan frutos,

los ecos no responden…

es que enfermó mi Filis

y está suspenso el orbe.

TODO LO MUDA EL TIEMPO, FILIS MÍA…

Todo lo muda el tiempo, Filis mía,

todo cede al rigor de sus guadañas;

ya transforma los valles en montañas,

y apone un campo donde un mar había.

Él muda en noche opaca el claro día,

en fábulas pueriles las hazañas,

alcázares soberbios las cabañas,

y el juvenil ardor en vejez fría.

Doma el tiempo al caballo desbocado,

detiene al mar y viento enfurecido,

postra al lén y rinde al bravo toro.

Solo una cosa al tiempo denodado

ni cederá, ni cede, ni ha cedido,

y es el constante amor con que te adoro.

Cabrera, Antonio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Medina Sidonia, Cádiz, en 1958.

Reside actualmente en La Vall d´Uixó, provincia de Castellón, donde ejerce como profesor

de Filosofía.

Aunque sus primeros poemas aparecieron en los cuadernos “Autorretrato” en 1987, “Ante el invierno” en 1996 y “La mano que escribe” en 1998, fue con “En la estación perpetua” cuando saltó a la fama, obteniendo el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe del año 2000 y el Premio Nacional de la Crítica del año 2001. “Con el aire” obra ganadora del Premio Ciudad de Melilla en el año 2004 y Premio de la Crítica Valenciana 2005, consolidó su posición entre los poetas destacados del panorama literario español.

Es autor de una bella colección de Haikus de tema ornitológico y responsable de las versiones castellanas de los volúmenes Poesía y ontología, de Gianni Vattimo y Los pájaros amigos, de Josep Maria de Sagarra.

Colabora periódicamente con El País, Clarín y en la edición valenciana del diario ABC.

AMOR FATI

El crepitar

de unas ramas de olivo

que se queman sin prisa tras la poda,

el ímpetu del pájaro en el cielo,

su timidez en el arbusto, el áspero

zarzal y la humareda

me están pidiendo

una confirmación, su debido registro

entre lo que sucede.

Necesitan

el sí callado que he de darles

para poder hacer en su existencia

un hueco a mi existencia muda.

Comprendo que se trata

-como en el lazo entre la flor y el día-

de un destino recíproco,

de un mutuo ser en lo que es, sin más.

(Ninguna plenitud,

tampoco, aún, ninguna pérdida.)

Acepto estar aquí, y estar mirando

estas cosas sin cifra.

Acepto, juzgo, doy

al aire

el mismo aire

que me sustenta a mí.

De “Con el aire” 2004

ESTA PAZ ANODINA

A menudo me observo

y aprecio en mí tu falta,

un vacío que borra mi relieve,

que pacta con los días esta paz anodina.

Entonces, nada pienso, nada sé.

Te llamo alma, con un cuidado extremo.

y escojo esta palabra para hacerte presente,

para magnificar tu ausencia entre las cosas

que han brillado en el centro de otras cosas menores

y me ofrecen ahora su palidez, la cera

derrotada de lo que tuvo vida.

Son las horas sin luz,

los días sin asombro ni memoria,

tiempo impávido, cuando

las únicas noticias de mí son estos pobres

mensajes de mi cuerpo,

el que todo lo ignora,

ese tibio volumen que avanza y parpadea

cargado con la necia metafísica

de su respiración.

De “En la estación perpetua” 2000

IDEA

He anotado esta idea: El silencio no existe.

La he descubierto en mí mientras miraba

unas fotografías

que alguien tomó en un paisaje nórdico.

Podía ver en ellas la rara condición

de una llanura en soledad,

y en soledad también un poste ensimismado

y un asfalto remoto.

Bajo la luz raptada, parecía

que estuvieran presentes en su abandono estricto,

en el légamo claro de cuando nadie mira.

El silencio no existe.

¿Cómo podría haberlo

si todo tiene vibración y luce

y restalla por dentro más allá

de su apariencia muda?

En donde estemos ¿no escuchamos siempre

su murmullo o su pálpito?

El silencio no existe.

(Noto cómo la idea extrae de mí

las líneas de un sentido,

y busca su espesor, y al mismo tiempo

apunta al blanco en sombra

donde está su verdad.)

Quizá silencio es sólo un nombre,

un nombre acostumbrado aunque inexacto,

una palabra errónea que habla, en realidad,

del sonido terrestre

que está perdido

en un espacio ajeno y despoblado

donde nadie lo escucha.

El silencio no existe.

(La idea

ya es un dardo que está cruzando el aire.

Su vuelo es pensamiento.

Mis palabras lo empujan y lo frenan.)

De “Con el aire” 2004

LA DISTANCIA

Yo decía palabras y escuchaba

las que a mí me decían.

Mientras,

inadvertidamente,

se iba alimentando la mañana

con el néctar de luz de los almendros

hasta forjar

una callada majestad: el día.

Yo hablaba y los demás hablaban,

y las palabras nuestras

fueron un manto tenue

que hacía resbalar

aquella limpia miel, aquella albura,

hacia los bordes

de la conversaci6n,

y en borrada existencia la perdían.

Puedo saber que la perdían

porque la escena

llega completa en lo evocado,

y veo en mi memoria

cómo se erigen firmes a nuestro alrededor

aquellas llamas blancas de febrero.

Se erigen

extrañamente firmes.

¿Dónde estaban entonces,

si no estaban ocultas?

¿En dónde respirábamos nosotros?

Yo paseaba atento a cuanto me decían

pero expulsado

a confines sin luz que ahora, al verme

en el recuerdo, sé que no existieron.

¿Qué había en las palabras

y qué fuera de ellas?

La insistencia del mundo.

Aquella vez

estuvo sostenida

sobre rotundas flores invernales.

En la diafanidad resplandecían.

De las sílabas ciegas que dijimos

fueron eco inaudible, un sí y un no libados,

la distancia.

De “Con el aire” 2004

LA ESTACIÓN PERPETUA

El invierno se fue. ¿Qué habré perdido?

¿Qué desapareció, con él, de mi conciencia?

(Esta preocupación -seguramente absurda-

por conocer aquello que nos huye,

me obliga a convertir el aire frío

en pensado cristal sobre mi piel pensada,

y a convertir la gloria entristecida

de los húmedos días invernales

en la imposible luz que su concepto irradia;

esta preocupación, en fin, tiene la culpa

-y qué confuso y dulce me parece-

de que duerman en mí los árboles dormidos.)

El invierno se fue, pero nada se lleva.

Me queda siempre la estación perpetua:

mi mente repetida y sola.

De “En la estación perpetua” 2000

LA INTIMIDAD

Vine hasta aquí para escuchar la voz,

la voz que según dicen nos habla desde dentro

y endulza la verdad si la verdad

merece una degustación serena,

o la hace más amarga si es amarga,

con sólo pronunciar la negra hiel

que ha reposado intacta entre sus sílabas.

Vine hasta aquí para escuchar la voz

que no sabe, ni quiere, ni podría engañarnos.

Elegí este lugar de belleza imprevista.

(Llegué hasta él casualmente un día de abril

por el que navegaban nubes grandes,

manchas oscuras sobre el suelo, pruebas

acaso necesarias de que la luz habita

entre nosotros: esa transparencia

que olvidamos y que es, al mismo tiempo,

difícil y evidente.)

Diré por qué es tan bello este lugar:

forma un valle cerrado entre montes boscosos,

un circo escueto que circundan peñas

rojizas, donde el viento es un cuervo

delicado aunque fúnebre;

los hombres han arado su parte más profunda,

y allí crece el olivo y unos pocos almendros

y un ciprés y una acacia; las sombras del pinar

asedian desde entonces las lindes de estos campos,

su yerba luminosa, y el pedregal resiste

como un altar al sol; todo tiene una pátina

de realidad, un ansia, un prestigio remoto.

Porque creí que este silencio era

igual al de una estancia solitaria,

vine a escuchar la voz que desde dentro

nos habla de nosotros mismos. Pero

pasa el tiempo y escucho solamente

la prisa del lagarto que escapa de mi lado

y el vuelo siseante de la abeja,

no mi voz interior.

Todo es externo.

Y las palabras vienen

a mí y en mí se dicen ellas solas:

la ladera encendida bajo la nube exacta,

el bronce del lentisco,

una roca que el liquen acaricia…

Lo íntimo es el mundo. Con su callado oxígeno

sofoca sin remedio la voz que quiere hablar,

la disuelve, la absorbe.

He venido hasta aquí para escucharme

y todo lo que alienta o es presente

me ha hecho enmudecer para decirse.

De “En la estación perpetua” 2000

LUGAR DE RUISEÑORES

Está junto a una fuente. No es secreto.

Un barranco con zarzas, con aliagas,

con rosales silvestres, con adelfas.

Es un espacio donde el tiempo esculpe

un bronce vegetal exacto y limpio.

A ese lugar retornan por abril

los ruiseñores, y abren de inmediato

en la floresta su diálogo nocturno

sobre intactas verdades misteriosas,

en un idioma lleno de razones

que son un raro compromiso y son

al mismo tiempo hipnosis y soberbia.

No he vuelto a ese lugar. Lo guardé un día

en el firme paisaje de mi mente

donde el cielo pensado está cubriendo

la misma luz difícil, el prodigio

de la fidelidad que lo impalpable

a veces establece con lo grávido,

con lo real, con lo que el aire mueve.

Allí también puedo escuchar el canto,

la conjetura ardiente que medito.

De “Con el aire” 2004

MEDITACIÓN DEL CRISTAL

Tras el cristal que lo protege

hay un gesto afligido.

Los músculos de un torso

–su latir dibujado–

gimen

en la tensa postura

que los mantiene entre la rigidez

y la elegancia quebradiza:

una mano en el pecho; un brazo alzado

que se dobla hacia atrás

y acompaña obediente la inclinación del rostro;

el perfil, entrevisto; la mirada,

vuelta hacia un fondo de grafito ciego.

Fijado en ese fondo, su sombra lo repite,

lo difumina

sobre ese envés impuro.

En todo reina el gris,

turbia plata en la luz que tras el vidrio

es dolor y es hermética codicia.

Extrañamente,

junto a ese silencio dibujado

con rumor y gemido,

el cuadro pone,

en el cristal,

otra versión de lo que ahora existe:

yo me reflejo en él si lo contemplo;

detrás de mí, las cosas se reflejan.

Mi rostro, en primer plano, abisma su mirada

en mi mirada idéntica. Tras él,

las cosas que a mi espalda son reales,

en el cristal, detrás de mí,

vacilan y se hunden:

veo la puerta en su destierro súbito,

pintada con barniz de brillo falso,

y un trozo de pared incomprensible, frágil,

y en el fondo, aturdidas,

unas últimas cosas casi ausentes

flotando en ahogada semejanza.

Al ocultarte

al otro lado de esta opacidad tan clara,

inútil torso, gris perdido,

¿en qué limbo te borras un instante?

¿Qué es este vértigo

de rostros sobre rostros y sombras sobre sombras?

¿Qué son estas miradas

que van al esplendor y en luz se enturbian?

Contemplo la belleza y soy un velo.

Imprevisto cristal, vidrio inmutable,

¿quién conoce, quién ve, quién no confunde?

De “Con el aire” 2004

NARCISOS

(Narcissus poeticus)

Me indicó alguien

que aquellas flores blancas crecidas entre juncos

eran narcisos.

En pleno mes de enero, florecían

bajo el cielo nublado y la inclemencia.

Así pues, el narciso es la aterida flor

que el invierno regala,

pensé entonces, vencido por la literatura.

De vuelta a casa, con cuidado ritual

–tal vez exagerando una fragilidad leída–

formé un pequeño ramo y lo dispuse

en un jarrón ingenuamente griego.

Su perfume imponía una emoción sin forma,

una reminiscencia débil

de palabras de un poema

donde ellos significan,

inevitablemente, el yo,

la incógnita

en su nívea hermosura.

Pero esta mañana,

al contemplar el ramo tras haberlo olvidado,

no he visto flores literarias, fingidas,

sino breves narcisos

silvestres,

y no he pensado nada,

y me ha abrumado

su inaudita delicia incontestable

puesta sobre la mesa.

De “Con el aire” 2004

PÁRAMOS ALTOS

Altos son estos páramos que cruzo,

país de la intemperie. Las sabinas,

con un pétreo porqué,

han tejido sus ramas geológicas

en conos de esmeralda que el aire ensucia y seca.

La calima me roba el horizonte,

encierra el llano abierto en la interrogación.

¿Son así, retraídos, estos árboles?

¿Es polvoriento el cardo? ¿No es de un lila inocente?

¿Es tan moroso el vuelo de las águilas? ¿No concluye?

¿Se ha apagado el charol de las cornejas?

Siempre hay calima. Siempre estamos

en la proximidad más engañosa.

Estamos lejos aunque cerca estemos.

Qué pobre mineral, qué poso tan estéril

hay en lo comprendido.

Existe un sitio adonde escapa todo.

De “Con el aire” 2004

POESÍA Y VERDAD

A Carlos Marzal

En la naturaleza no hay nada melancólico,

aseguraba Coleridge.

He salido a mirar

entre las nubes mansas

una luz semejante a la luz triste

que escriben los poetas.

El resplandor solemne y repetido

del ocaso cubriendo el naranjal

es todo lo que había. Se ocultaba

el sol que tantas veces han descrito

los poemas que niegan lo que sostuvo Coleridge,

pero cuya silueta inofensiva y noble

he podido observar, y no era un apagado

cristal de pesadumbre.

Luego he puesto mis ojos

en algunas presencias más sencillas,

por si estuviera en ellas el hálito extinguido

que ensombrece las cosas esenciales

de la naturaleza, que les otorga un don

oscuro, una verdad umbrosa, ya cantada:

ni en la vegetación humilde, ni en los brazos

inmóviles del árbol,

ni en las piedras –que son el tiempo puro–,

ni en la casa ruinosa donde anidan los pájaros,

he visto en su dominio

a la melancolía.

Así que he regresado adonde estaba,

persuadido, sereno, y a la vez

envuelto enteramente en la nueva ignorancia

que esta certeza teje, porque he visto

que nada es melancólico en la naturaleza

mientras no la pensamos.

Quien la contempla tiene,

acaso como Coleridge,

el sólo afán de ser testigo mudo

de su mudo fragor,

pero al considerarla,

al detener su luz,

se abre allí, sin remedio, en la conciencia,

la exhausta flor mental de la melancolía.

De “En la estación perpetua” 2000

UN SEGUNDO

Tengo las manos frías.

He salido a la calle,

he resuelto el asunto banal correspondiente

y he regresado a casa para ocupar de nuevo

mi sitio en esta mesa.

He descubierto entonces

la frialdad de mis manos,

signo

que me perturba acaso sin justificación,

porque es muy poca cosa tener las manos frías.

Este frío noviembre

está en mis manos, nada más.

Soy yo:

veo el jarrón ingenuamente griego

y la tarde de siempre rodeándome.

Pero en mí es muy raro tener las manos frías.

En un fugaz segundo, mi pensamiento ha visto

la niebla tan probable, la hoja gris escrita

donde el nombre que tengo estaría tachado

con la tinta de escarcha del final.

De “Con el aire” 2004

VESTIGIO

“pues dejas de ser luz

para llamarte tiempo”

F.B.

A Francisco Brines

Una luz enredada entre objetos y libros

–una luz que es la huella que ha dejado la luz–

ahora me descubre la presencia del tiempo,

su transcurso y su instante.

A mi lado, el vestigio

de la mañana ida; delante de mis ojos,

la fórmula presente de lo que ya se fue.

Hay en todo un destello, una pátina apenas;

es un barniz remoto: está diciendo algo

que ya no puede oírse.

Los muebles se resignan

(saben obedecer a lo sutil

como asienten al tacto)

y despliegan su astucia,

y bendicen la atmósfera y el orden

que así se perfeccionan.

Yo estoy formando parte

de este cuadro secreto, de estas puras pavesas,

de esta mañana ida y demorada y frágil.

Mi presencia interroga pero se hunde en el tiempo,

la arena que lo es todo y no puede escuchar.

De “Con el aire” 2004

Cabañero, Eladio

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Tomelloso, provincia de Ciudad Real, en 1930.

Autodidacta íntegro, le dio a la lírica española toda la riqueza del vocabulario y la vitalidad de La Mancha, en cuyas llanuras trabajó como aprendiz de albañil y luego como oficial.

En 1956 se trasladó a Madrid y publicó su primer libro «Desde el sol y la anchura», con ayuda del ayuntamiento de Tomelloso. En 1958, obtuvo el accésit al premio Adonais con su libro «Una señal de amor».

En 1963 recibió el Premio Nacional de Literatura por «Marisa Sabia», y en 1971 el Premio de la Crítica por la recopilación de su obra Poética.

Obtuvo además el premio Juventud por su poema «El pan» en 1959, Albacete le otorgó el premio Gran Hotel, y en 1959 obtuvo la Flor Natural en los I Juegos Florales del Trabajo celebrados en Barcelona.

Es uno de los más importantes poetas de la generación del cincuenta.

Fue colaborador de diarios, revistas y emisoras de radio, y jurado en importantes premios literarios.

La Fundación March le concedió una pensión literaria por la publicación de «Mancha al sol».

BIEN SABES TÚ

Bien sabes tú que hay alguien que se encarga

de empozar ríos y amargar los mares,

alguien que punza y mezcla en los cantares

el brillo horrible, el ¡ay! de una descarga.

Así nos van las cosas… A la larga

el amor se retira a los lugares

donde el tiempo a la nada erige altares

y la vida a la tuera más amarga.

Sólo los vencedores del olvido,

los que no besan nunca, los que callan

entre puertas del llanto y de la muerte

ellos tan sólo aguantan encendido

su corazón, mientras que a mí me estallan

las venas en relámpagos, sin verte.

Marisa Sabia y otros poemas, 1963

CARTA

A ti, allá en nuestro pueblo

Por el aire los pájaros tan sólo

van,

por el día las nubes siguen

remando cielo, lentas, como brazos abriéndose,

pero una carta vive en las cenizas

y en el escombro liso de los ojos.

Pienso en papeles blancos, dóciles,

busco claras palabras que decirte

en los oídos

ahora que un viento breve se enredará en tus manos,

manos que se reposan en las cosas

que tocas como el golpe de la nieve,

los manejables nombres:

carta de amor, manzana,

vaso de agua cerca de los labios, cosas

que amas y bendices

sus más felices formas allá lejos.

Llega un cometa tuyo y familiar

mientras escribo,

reluce rápido, toca mis rodillas

y tiemblo

como un parque al cumplir un nuevo otoño.

Mientras escribo ensancho la memoria,

me voy allá hasta el pueblo por el campo

con casas pequeñísimas y barbechos en fondo,

con arados allá a vista de pájaro,

-arados escribiendo a Dios derecho-

me entro por las viñas vareadas,

por patios blancos, limpios,

cubiertos con la parra y las bardillas,

entre mujeres, niños y gallinas,

carreteras que están quietas y llegan,

nubes que se despintan, sol que muere

igual que las bombillas de los pobres.

«Estoy aquí en Madrid con el otoño

y hasta que estén los ciervos de regreso

te espero;

no me atrevo a abrir puertas,

por si estás más hermosa temo verte.

¿Estás allí contándote milagros,

creyendo ver o viendo a Dios de súbito?

¿Sigues rezando

porque se estén las piedras quietas,

por la metralla nula y los cohetes

de las ferias pacíficas del pueblo,

pidiendo pan,

dando tu Padrenuestro a cada pobre

que aprendió a ser ateo y pasar hambre?

Tú estarás siempre por la luz del pueblo

mirando hacia el destino alto del humo,

al lento repetirse del aire en los tejados.

Yo estoy aquí sin ruido y sin quejarme,

sin este hermoso octubre en tus aceras

ni el horizonte aquel o de un analfabeto;

aquí estoy

viendo el viento que arrastra los papeles

humildes por las calles,

a punto de estar solo para siempre.»

Bendito sea el camino

por donde van los pájaros tan sólo,

alabada seas tú

porque sabes vivir a pecho abierto,

porque sabes estar con las espigas

con lo difícil que es mirar el trigo.

Alabada seas siempre,

lucientemente hermosa,

andando por tu casa de tareas

cantando con las manos ocupadas,

que bien estás soñándote

primera predilecta de la Virgen,

puesta en medio de muchos resplandores.

Qué hueco más profundo es la esperanza,

qué cubicado modo de quererte

estar aquí pensando:

«tengo que reunir unas palabras

para escribir lo poco que le escribo».

Termino ya, mi amiga, temo hablarte

de tantas cosas tuyas;

desde aquí

siento cómo el cartero del silencio

deja un ídolo humilde entre tus manos

hecho de la madera de algún chopo.

“Una señal de amor” 1958

COMPAÑERA

(Tan conocida y tan extraña)

Amanecí una vez cerca del río;

venia un ciervo tuyo

con la bella cabeza hecha un desorden,

miré y colmabas

los recipientes del sol.

Espadas del otoño

y el sereno limón de tu ventana,

retaron mi corazón fiado en su ternura.

Tapia que gana el empujón del viento,

fui vencido. Quedé solo en la noche,

quedé mirando el mar a tientas

de mi alma.

Apenas sé tu nombre, si estás lejos,

apenas si te escribo, si te refiero

y amo.

Te quiero siempre esposa reducida

para decir «mi compañera,

con tus lastres más íntimos me hundes,

la señal de la siembra hacen tus manos

cuando toco tu cuerpo;

frente a la vida estamos;

difícil alpinismo es esta historia».

Qué levantada gracia estar contigo,

compañera,

de ti depende que la luz sea clara.

Por un subir de montes a diario

voy

ajeno a los romeros para verte.

Bien sé lo que te quiero:

ciego condecorado en los dos ojos,

más humano que un pájaro con frío,

a la vida me eché para quererte,

a la vida me eché como quien roba

oro para la imagen más querida.

Hay que tener más rabia que un bandido,

más horror que un suicida

y más furia que el mar,

ser

más frío y más pacífico que el hielo

para tenerte cerca y no apurarte

como un sorbo de agua.

Se conmemora en piedras el olvido,

es demasiado el tiempo para el que ama.

Cuando un amante se retira o muere

y alguien quema unas cartas

que se pusieron amarillas pronto,

a la cuarta pregunta nos quedamos

un poco más que polvo para el viento.

A la desesperada

luchan la muerte y los enfermos pobres.

Aquí avizoro,

el descampado aguanto

como el frutal debajo del pedrisco:

Tú allá cruzas el pueblo

morena clara y rápida,

dejándote vivir y siendo hermosa

para que el agua de mi fiebre suba,

para que se me aumente el corazón,

quizá para que muera.

(Una señal de amor, 1958.)

EL CIELO AQUEL PINTADO CON TIZAS DE COLORES…

El cielo aquel pintado con tizas de colores;

el sol que se empozaba tantos jueves

para los largos temporales

“Cuando se empoza el sol en jueves,

antes del domingo llueve…”

Aquellas calles largas con carros y viñeros;

el pregonero del Ayuntamiento

y el tío del “rabiche”; el carro

del “alhigue” cuando los carnavales;

las barberías con aquellos frascos

llenos de sanguijuelas coleantes;

el miedo de las noches del invierno

desiertas por el cierzo y los fantasmas;

las uvas, las espigas, la Glorieta,

la feria, el corralazo de los títeres…

¿Era aquél Tomelloso?

¿Era yo aquél, aquel de por entonces?

No me recuerdo bien. No tengo pruebas.

Era antes de la guerra. Mucha gente

no viviría bien, seguro, pero

el tiempo de los niños es hermoso,

y aunque la vida va a su mejoría

-según dicen- y hay tantos nuevos sueños:

viajar a la luna y los planetas;

inventar pan para que no haya pobres,

nueva fe en nuevos pechos,

aquel tiempo consuela a los que fuimos

niñez y luego muerte en nuestra infancia.

Antes que lo perdiéramos,

aquel niño de todos y de nadie

jugó por todo el pueblo, entre bidones

y cubas y trujales, en las fábricas,

en las destilerías de alcohol,

donde el vino zurría y se quemaba,

mientras nosotros -aúpa- nos saltábamos

montoneras de orujo, eras de lías.

Y el campo, ¿cómo era

antes de que aquel cielo, aquellos hombres,

se fueran a la guerra para no volver nunca?

Vendimiadores tiempos,

una vez en las viñas, vendimiando, una noche

-quiero acordarme, pero ha tanto tiempo-

en la pequeña casa, acabada la cena,

todos bien avenidos se embromaron,

se tiznaron jugando al “San Alejo”,

con la sartén tocaron seguidillas

y jotas a la luz de los candiles;

y luego se acostaron en-parva por el suelo,

que ya no se cabía

sino en las alambores y en la cuadra.

Eran caras alegres como nunca haya visto.

Era antes de la guerra y yo tenía

de cuatro a cinco años.

Muchos ya no volvieron para echar hato los lunes

para irse de semana, de vendimia.

El cielo no volvió ni fue ya claro.

La gente se hizo dura,

y a los niños dejaron de querernos.

Y nosotros, mis primos, mis amigos,

no volvimos tampoco de la guerra:

de repente crecimos, fuimos otros,

nos perdimos igual que se perdieron

de vista, hacia el Oeste, tantas cosas.

EL ENCUENTRO

A cántaros se han hecho los mares para un niño;

con los besos no dados, el amor verdadero.

Hoy sé que por ti he sido capaz, Marisa Sabia,

de levantar a pulso, espuerta a espuerta,

un cerro o una torre,

un chorro de silencio incontenible

hasta subir al infinito y verte.

Te he visto hacia el amor, la fe y la dicha.

Y encontrarte, Marisa, el sólo verte,

ha sido el pan y el premio que ya no me esperaba

después de tantos años de amor falso,

sueño a crédito y ruina.

En la vivida feria tengo visto

brazos, piernas, caderas, pechos y ojos

más chicos y mayores que los tuyos. ¿Qué importa?

Acaso tan difíciles, otros más cariñosos.

Algunos -¿cuáles de ellos?- he logrado tenerlos,

muy fácil: por dinero o por dolor.

Tú me has costado más que todo junto,

que hasta ti he consumido los días de mi vida,

mi obrero corazón, las dioptrías restantes.

Cuento en versos las horas desde que te conozco,

y hoy, al pensar en ti, pregunto: ¿cómo eres?

Hablo sin hacer ruido: ¿dónde estabas?

O estás un poco enferma,

o tienes un examen, o te callas, o fumas

viendo tendida el río del tiempo consumirse.

Yo sigo todo un curso de fe. Tú miras, piensas;

te marchas a tu pueblo; vuelves, dices

con tu voz que se escucha venir convaleciente,

con tu raza y tu línea de judía castellana,

igual que los frutales apuntando,

las estatuas más bellas

y el color sefardí de tu garganta hermosa.

Para poder quererte y no morirme

creí en sueños, atrás, hacia adelante,

tomé oficios hermosos. ¿Cuánto hace

que aré por ti y segué, corté racimos de uva,

teché tu cuarto entonces, abrí balconerías

directamente dando a la luz de tus ojos?

Desde que el mundo fue corazonándome,

filmé a oscuras los versos que esta noche te escribo;

para poder quererte como ahora,

tomé trenes en marcha cada día;

viví por ti, gané el jornal exacto

para el café y los libros… Vuelvo a entonces:

según qué horaje hiciera, percanzaba

lumbre, lluvia o sandías,

luz candeal y agua para estar contigo.

No te extrañe esta historia:

otros que en nuestra sombra se han amado

y que quizás murieron por nosotros,

saben que esto es verdad.

Marisa, escucha, dime:

después de conocernos esta tarde,

¿no es hermoso y terrible que la muerte

alcance a destruirnos

y trasladarnos puros y borrarnos?

Mientras tanto, Marisa Castellana,

sóplame entre los ojos,

que te puedan ver más. Haz que te mire,

alcance a ver tu corazón, recuerde

y sea todo distinto.

Guizca fuerte en mi alma

y deja que te bese los labios y me muera

al tener que dejarte, ir al trabajo,

a las calles, al Metro, a las tabernas,

a las tertulias del café…, a la vida

Que me espera después de conocerte.

Marisa Sabia y otros poemas, 1963

EL PAN

A Salvador Jiménez, con el ofrecimiento

de mi amistad y mi poesía…

(Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice.)

Poned el pan sobre la mesa,

contened el aliento y quedaos mirándolo.

Para tocar el pan hay que apurar

nuestro poco de amor y de esperanza.

Mirad que el pan, entre el mantel,

más blanco que el mantel de hilo blanquísimo,

tiene, como señales de su hornada,

el último calor que no da el sol al trigo.

Mientras que nos invita,

mientras que da su premio conmoviendo

de dichosos temblores nuestras manos,

podemos merecer el pan de hoy.

Poned el pan sobre la mesa,

al lado de los vasos de agua sensitiva,

por donde el sol se posa mansamente

cribando luminosos los pequeños insectos

que encuentra en esa anchura que la da la ventana.

Ved que el pan es muy amigo de los niños y de los pájaros,

con sus blancas miguitas que se esparcen pequeñas,

en donde se atarean los pobres gorriones

y las palomas zurean y aletean

en la tranquilidad de las plazas y de las fuentes,

las mañanas limpias y soleadas,

cuando están los relojes diligentes, atentos,

porque las campanadas suenan muy dulcemente.

Ved que el pan es rugoso y recogido

y tiene los colores más humildes,

y puede compararse a todas las virtudes

y hasta a los cabellos blancos y piadosos de un anciano.

Poned el pan sobre la mesa,

junto al vaso de agua…

en esos momentos los que amamos pueden llegar,

pueden llegar empujando las puertas y quedarse maravillados,

porque el pan es el mejor recibimiento

cuando los que queremos llegan a nuestra casa.

Para pensar en la mujer que amamos,

estando a solas reencendiendo su recuerdo,

el pan purifica el sobresalto y el remordimiento,

y podemos pensar en nuestros hijos

y elegirles los mejores, los más bellos juguetes,

y el pedazo de pan con la sonrisa torpe

del padre que quiere besar y abrazar mucho a su hijo

y no sabe de qué modo tocarlo.

Ay, también, los mendigos

con las manos extendidas a nuestra caridad,

que es lo mejor de ellos y de nosotros.

Mujeres

que tienen muchos pobres hijos pobres,

que los ojos les brillan mucho y los pómulos les escuecen,

que los cabellos se les enredan de bajar y subir hijos

del suelo.

Y porque los criminales y los renegados

aman el pan y a sus madres,

y porque los suicidas nunca cruzan los trigos,

y porque casi nadie lo mira sin llorar

a la hora de tener que confesar las culpas.

Poned el pan sobre la mesa,

junto al vaso de agua;

ponedlo con solemne esmero sobre la mesa

por ese sitio donde el sol dora el mantel, hilo a hilo,

y decid a los vuestros que se sienten

a rezar el Padrenuestro

de la comida en paz.

LA DESPEDIDA

«Adiós, hijo, ya no nos volveremos a ver.»

(«De una carta de mi padre».)

Como el olvido es malo, nunca olvido;

han pasado estos años… Ahora veo

que es necesario hablar de despedirnos,

de un documento extraño que se firma

para dejar de ver a los que amamos.

A solas pienso: «esto tan ancho sé que no es el mundo,

ni esta sed, este silencio;

la gran apuesta, la esperanza .

de la victoria entre pared y pared tampoco».

A todo esto, padre,

verás cómo no puedo despedirme.

La vida es la noticia que no se puede olvidar

más fácilmente;

verás cómo no puedo decir nada.

Vivir, seguir

esta perdida apuesta es lo que importa

aunque estemos en medio de la calle

sin nada que vender ni que ponernos.

(Entre las cosas viejas de la casa

tu tapabocas roto, tu boina,

ropas tuyas

tan cargadas de tiempo; y aquella carta

que pareciera cursi si no fuera

porque es tan de verdad.) A todo esto…

«Hay que ser generosos,

los demás están solos, necesitan

que alguien se ocupe de ellos

porque el amor más mínimo les falta;

amamos poco al hombre», tú me dices.

Leo tu carta pensando

que siempre he sido un torpe y que no he visto

cómo eras tú hasta ahora que me faltas.

Aquellos ojos en mis ojos, música

entre los dos, y aquellas manos,

no los pude apreciar porque hasta entonces

vivíamos sin un luto.

Bien recuerdo las cosas:

si íbamos a comer, estaba madre

atareada y fuerte entre nosotros;

bien lo estoy recordando…

nos iba así la vida y yo era un niño

en libertad en las calles de su pueblo

que mirando a su abuelo pensó en Dios.

No amamos bien al hombre.

Recordando aquel pan y aquella cárcel,

viéndote emocionado,

fiado en la verdad, claro, indefenso,

he vuelto a deshacer la despedida

para que ser tu hijo sea decirte

que no estás sin amor .

No me despido.

La temblorosa rúbrica de irse

hoy la recojo de tus manos, padre;

que no te olvido en la desgracia, no.

Sosténme,

sepa tu corazón, si ahora me escuchas,

que eres más bueno cada vez y que amo

la pequeña limosna de mi vida

antes de despedirnos para siempre.

LA DIOSA

Cuando filmo en mi frente tu figura

y reúno las tardes y tu cara

en un fanal bellísimo, ya en sueños,

como en un cine mágico con niños,

todo forma un mural maravilloso:

la belleza me da, de parte tuya,

todos sus golpes en el corazón,

y entonces me parece propiamente

que amarte es convivir con una diosa.

Cuando digo tu rostro sin un ruido

en un mundo de amor. mundo del mundo,

veo, Marisa, aquel racimo virgen

-tus dos uvas solares- al apego

de su viña, latiendo palpitante

en mis manos que anidan la cosecha.

Siento tus labios que fermentan cerca

de los míos, tanteando entre las sombras

de aquel tiempo invencible, escucho luego

el dolorido corte, el ruido que hace

el cuerpo de una diosa que se entrega.

Ahora vivo contigo de memoria;

proyecto tu recuerdo, cine dulce,

que morirá conmigo, si es que mueren

las imágenes puras en su reino.

“Marisa sabia y otros poemas” 1963

LA MANCHA AL SOL

La Mancha: surco en cruz, ámbito, ejido,

parador del verano, en cuya anchura

un ave humana vuela a media altura,

ya tantos años viento azul perdido.

Hacia el otoño, surco en el olvido,

uva yacente, el campo en su largura

recuenta soles, siglos, y madura

el paisaje en el tiempo repartido.

Recuerda sus molinos, al rasero

mural del horizonte todavía,

espejismos de lanza en astillero.

La Mancha frente al sol: una sandía

de corazón quemante y duradero

frente a un circo de cal y lejanía.

OCASO

El hombre hacia el Ocaso es una hoguera

que el viento -el tiempo en crines extendidas-

arrastra a galopar lejos, sin bridas,

como un caballo oscuro, a la carrera.

Como una oculta nave timonera

repta sus aguas. No sabe qué heridas

le duelen más, qué muertes ni qué vidas,

sólo como una piedra de cantera.

Lleva un trozo de amor deshilachado

en los bolsillos, sueña el ciego anhelo

de encomendar a un hijo esta aventura.

A veces es un perro apaleado

que arrastra su dolor, pegado al suelo,

oliendo ya su propia sepultura.

POEMA PARA UNA AMIGA MUY BELLA

Bella te digo porque así se llaman

esas mujeres que han nacido

para la vida siempre: dulce y ácida.

Tú eres la colorada piel, la fruta,

la pierna, el pecho soberano que alzas,

pequeña porque así son los naranjos,

blanca y morena, 0 sea, cálida.

Amiga, ¿es la amistad la que nos manda

o acaso es el amor? Las dos preguntas

tienen en sí respuesta dada.

Si la verdad llegara a verse un día,

si nuestra fe se confirmara…,

pero no, amiga mía misteriosa,

que las palabras siempre engañan.

Que las palabras no sonríen nunca,

que eres tú la que ríes, dices, andas,

pones luego los ojos apartados,

muy expresivamente callas.

En estos tiempos sabe todo el mundo

guardar la ropa cuando está mojada,

hurtarse, dar olvido, fingir burla

del sentimiento porque es lágrima.

Por eso siempre estamos tan contentos,

tan campantes, tan fuertes -¡tiene gracia!-;

por dentro va la procesión, lo dicen

los gestos bruscos, las miradas.

Cuerpo de uva garnacha,

hembra de vino fuerte y alegría,

bella mujer de amor y madrugada.

Haces, querida amiga, maravillas

para evitar heridas, para

que no te vea tan hermosa, ¿sabes?

tan femeninamente en cuerpo y alma.

Y así está el pueblo de suspiros, sueños,

besos dados al rostro de la nada,

así estoy yo y así los que no quieren

confesarse que te aman.

Da miedo ver tan cerca la hermosura

cuando está viva y quema duele tanta

pasión, que así se llama, contenida

a penas duras, tiempo y trampas.

Muy bellamente estabas

cuando mis ojos una vez. Ahora

en el recuerdo vives clara.

Si se leyeran las cenizas luego,

que dicen, arden más que muchas brasas,

si alguien pusiera en claro nuestras vidas

fondo común de la desgracia.

Pero la muerte mete tanta prisa,

somos tan poca cosa, tan lejana

queda nuestra ciudad, sin nombre apenas

nosotros y los nuestros, nuestra casa…

Tus pies, tus manos y tu cara.

La tela del vestido, oh, dulces olas,

redondas islas cubre con sus aguas.

Seas amiga si la tarde, el tiempo,

corre a su puesta como el sol; hermana

si desvalidamente sufres; novia

si me recuerdas en la distancia.

Eres muy lista, mi pequeña,

eres la niña cariñosa y mala

que descubre de pronto a los mayores

todo lo que les pasa.

Temo que te sospeches cuánto he puesto

mis brazos hacia ti, cómo esperaba

volver a estar contigo, sin que nunca

me vieras cuando te miraba.

Los secretos no sé por qué se guardan;

y este secreto no interesa a nadie,

la vida es sólo cotidiana.

Pero yo escribo para ti estos versos

aunque no tengan importancia.

Mi bella amiga, ¡muchas gracias!

TIEMPO ARRIBA

¿Cómo podrás estar, querida Sabia,

sufriendo con tus ojos todo el día

tanto torvo mural, volada reja,

-comiendo como un pájaro en la nieve-

sonriendo y haciendo que no has visto

tanta pared gritando: «prohibida

la vida», sí, la gran envenenada?

¿Cómo sucede así, querida mía,

sin que quiebren las cosas más hermosas,

sin que el mar caiga al punto en la ruina,

el pan no sea ya el pan, la luz se seque,

y yo no muera o de repente tome

un camino y no sepas de mí nunca ?

Marisa Sabia y otros poemas, 1963.

TÚ Y YO EN EL PUEBLO…

Es todo bien sencillo. Nuestro pueblo

con sus tejados, sus barbechos surtos

en la orilla del campo, el sol colgante,

la torre de la iglesia, nuestras casas,

ya estaban desde siempre por lo visto.

Todos estaban antes, ¡qué sencillo!

Nuestros padres, los suyos, los parientes,

aquí estaban; las viñas daban fruto

al cobijo del llano, hacia septiembre;

explotaban de rojas las sandías

y los membrillos lo aromaban todo

mientras el vino nuevo ardía en las cuevas,

en las tinajas roncas y en los cántaros,

y no habíamos nacido, compañera.

Nunca se tuvo la fe suficiente

para entender a un niño. Por entonces

la vida estaba azul para nosotros.

Oh niña dulce en Tomelloso aquella,

qué tiernecito corazón el tuyo

mientras la guerra… Huelo aquellos años

como el mejor perfume. Ángel nacido

que fuiste tú, y yo el muchacho serio

que, sin saberlo, yendo por las calles

pasa frente a tu puerta y te conoce.

Ah tiempo recordable, sombra izada

como un mal sueño en nuestra juventud,

¿todo ha sido verdad? Qué gran sospecha

nuestra vida pasada allá en el pueblo:

sus fiestas de guardar, sus romerías;

las ferias de septiembre (cuando llevan

los viñeros, los pobres, a sus hijos

Con los zapatos nuevos, que no pueden

andar, ilusionados…); los inviernos

con nieve y con amigos que regresan ;

el pueblo con gramberros por las calles,

gamberros como hermanos, cariñosos,

bromistas del petardo y de los dichos

gordos y hasta poéticos a veces.

Puestos a recordar, hemos venido

de visita a este mundo insatisfecho.

En las tardes del pueblo, sueño que urde

la lejanía en soledad del mundo,

hemos amado tanto en otros seres,

en años, quizá siglos, tantas veces

te miré ensimismado, emocionado,

que hoy ya no es necesario, compañera,

amor mal recobrado, que te diga

cuánto te quise en nuestro pueblo, a solas.

Recordatorio, 1961

ÚLTIMO POEMA DE AMOR

Ayer fue amor. (Ayer, amor, ¿qué ha sido

de la emoción aquella?). A la mañana

amaneció en mi frente un sol venido

desde muy lejos, desde tu ventana.

Hoy te hablo, amiga, en nombre de estas manos

y estos ojos perdidos de hombre ausente

que en ti soñó sus sueños más cercanos

y comprendió la vida de repente.

Amada lluvia fresca en los caminos,

tú ayer estabas en el mar, venías

a hacer los aires tuyos femeninos

desde aquel reino donde tú vivías.

Hoy pareces estar -oh, sueños vanos

de ser y estar aliado de la gente-,

hoy pareces estar convaleciente,

parapetada en mundos sobrehumanos.

Uva de piel radiante, los racimos

hacia tus labios van dando un viraje

desde la tarde aquella que estuvimos

mirando juntos hacia aquel paisaje.

¡Oh, verdades hermosas escondidas!

Tu cabeza inclinada, tu cabeza

vencida por la luz por sorprendidas

palomas y alas dulces de belleza.

Has ilustrado tantos claros días,

has paseado tanto amor… Quién sabe

si ahora te vuelves a esas lejanías

y amas tu corazón aquel, quién sabe.

Hoy quiero amar al tiempo que has tenido

alrededor cuando eras niña apenas;

fuiste entonces tanto, tanto he sido

y ahora somos pasado a manos llenas.

Hoy quiero amar la vida en tu memoria.

Deja tú que la vida represente

sus diminutos dramas y haga historia

de cosas que no son eternamente.

Deja pasar los años… No se evade

la fe con la ceniza pasajera.

No fíes de este mundo, Que traslade

la muerte nuestra sombra verdadera.

Seremos fondo y forma de energía,

cosas de tierra en sí cristalizada.

Al final todos juntos giraremos

al aire y al silencio de la nada.

Caballero Bonald, Jose Manuel

Reseña biográfica

Poeta, novelista y ensayista español nacido en Jerez de la Frontera, Cádiz, en el año 1926.

Estudió Astronomía en Cádiz y más tarde Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Militante anti-franquista, pertenece al grupo poético de los 50 junto a José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma, entre otros.

Vivió fuera de España por varios años y a su regreso trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española.

Obtuvo el premio Boscán y de la Crítica de Poesía en 1959, el Biblioteca Breve en 1961, el de la Crítica de Novela en 1975, el de la Crítica de Poesía en 1978, el Plaza y Janés en 1988, el premio Andalucía de las Letras en 1994, el XIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía en 2004,el Premio Nacional de Letras en 2005 y el Premio Nacional de Poesía 2008.

En 1996 fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía.

De su obra poética se destacan: «Las adivinaciones» en 1952, «Memorias de poco tiempo» en 1954, «Pliegos de cordel» en 1963, «Vivir para contarlo» en 1969, «La costumbre de vivir» en 1975, «Toda la noche oyeron pasar pájaros» en 1981, «Tiempo de guerras perdidas» en 1995, «Diario de Argónida» en 1997, «Copias del natural» en 1999, y «Manual de infractores» 2005.

A BATALLAS DE AMOR, CAMPO DE PLUMAS

Ningún vestigio tan inconsolable

como el que deja un cuerpo

entre las sábanas

y más

cuando la lasitud de la memoria

ocupa un espacio mayor

del que razonablemente le corresponde.

Linda el amanecer con la almohada

y algo jadea cerca, acaso un último

estertor adherido

a la carne, la otra vez adversaria

emanación del tedio estacionándose

entre los utensilios de la noche.

Despierta, ya es de día, mira

los restos del naufragio

bruscamente esparcidos

en la vidriosa linde del insomnio.

Sólo es un pacto a veces, una tregua

ungida de sudor, la extenuante

reconstrucción del sitio

donde estuvo asediado el taciturno

material del deseo.

Rastros

hostiles reptan entre un cúmulo

de trofeos y escorias, amortiguan

la inerme acometida de los cuerpos.

A batallas de amor campo de plumas.

ANTERIOR A TU CUERPO ES ESTA HISTORIA…

Anterior a tu cuerpo es esta historia

que hemos vivido juntos

en la noche inconsciente.

Tercas simulaciones desocupan

el espacio en que a tientas nos

buscamos,

dejan en las proximidades

de la luz un barrunto

de sombras de preguntas nunca

hechas.

En vano recorremos

la distancia que queda entre las últimas

sospechas de estar solos,

ya convictos acaso de esa interina

realidad que avala siempre

el trámite del sueño.

APÓCRIFO DE LA ANTOLOGÍA PALATINA

Súbita boca que hasta mí llegó

en el lento transcurso de la noche,

dócil de pronto y de improviso

rezumante de furia,

¿quién

activó su olímpica

ansiedad, esparciendo

un delicado zumo de estupor

entre las ingles de los semidioses?

Oh derredor opaco

del recuerdo que suple lo vivido,

cuando quien esto escribe

amaba impunemente no en el templo

de Afrodita en Corinto

sino en la clandestina alcoba bética

donde oficiaba de suprema hetaira

la gran madre de héroes, fugitiva

del Hades y ayer mismo

vendida como esclava

en el impío puerto de Algeciras.

BARRANQUILLA LA NUIT

Cuerpo inclemente, circundado

por un vaho de frutas, desguazándose

en la tórrida herrumbre

portuaria,

¿no eran

los labios como orquídeas

mojadas de guarapo, no tenían

los ojos mandamientos de cocuyos

y allí se enmarañaban

la excitación y la indolencia?

Mórbida efigie de esmeralda

y musgo, entrechocan sus pechos

entre la mayestática cochambre

de la noche.

Desnuda

antes que alerta y disponible,

desnuda nada más, desmemoriada

sobre un cuero de res, el vientre

húmedo de salitre y en el cuello

el amuleto pendular de un dado

cuyo rigor jamás aboliría

los tercos mestizajes del azar.

Rauda la carne y prieta

como un sesgo de iguana, surca

los fosos coloniales, deposita

en las inmediaciones del marasmo

una aromática cadencia

a maraca y sudor y marigüana,

mientras cumple el amor su ciclo

de putrefacta lozanía

en el nocturno ritual del trópico.

Carnal fuego amoroso

Amor, primera forma de vivir, escucha:

¿eres tú la tristeza que enciende mi destino,

o acaso sólo existes desde un ser que sonríe

mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?

Yo no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar,

no sé siquiera si alguna vez

tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos

tejieron en mi piel su táctil alegría.

Un día -lo recuerdo lo mismo

que si ahora en mi pecho me llegara el instante-,

creyó mi corazón que tú lo restañabas,

que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo,

doblándome la carne, derrotándola en dichas,

contra la humana tierra de un país hermosísimo.

Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso,

escúchame no quieto, no tendido a mis plantas,

sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas,

¿ eras tú quien entonces refulgía en mi boca

desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo?

Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme,

porque aquello que el hombre más quisiera saber

responde siempre mudo dentro de su belleza.

Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes;

sé que eres un pájaro que entre nubes desciende

hasta el lumbror premioso de los trinos,

o tal vez esta rosa familiar, llameante,

que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias.

Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil,

bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen,

en los vientos que marchan y regresan un día

trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres.

Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra,

también es tu presencia la que late,

también es tu ternura, tu flagrante dominio,

el que enflora de vida los pechos que te ignoran.

Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña

al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan,

que, temblando, se aman bajo copiosos árboles

en cuya fronda un trino se extasía,

s0bre la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses.

Oh amor, carnal fuego armoni0so, escucha:

escúchame la voz que por ti besa,

remózame las manos que acarician teniéndote ceñido,

abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes,

dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada,

esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza

por hundir en lo eterno la identidad humana.

CASA JUNTO AL MAR

Azulada por el nocturno oleaje,

entre el ocio lunar y la arena indolente,

la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,

hecha clamor de memorables días dichosos

o palabra más bien, que ahora escribo en la sombra,

apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos.

La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo

ardoroso, registro de certeza embriagada,

donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino,

resonante de alegres impaciencias

o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban.

Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre,

porque son todas ellas como bocas que acunan,

como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,

aberturas que el mar vuelve sonoras

y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,

palabras semejantes a manos que se juntan

o acaso esa tristeza que hay detrás del amor.

Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable,

la verídica cal en cuyas lindes

se estaba congregando toda la luz de aquella casa,

sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos,

sin poder ser distinta a un cristal desnudado,

a un renglón transparente de tiempo sin edad.

Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos,

su razonada disposición de alegría,

la distribución de sus sueños con afán perdurable.

Todo allí se contagia de una idéntica vida,

y es para siempre su estación humana,

los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,

de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes:

las dudas con que erige sus muros la verdad,

los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,

el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia,

lo que está sin remedio convirtiéndose

en una misma forma de aprender a volver,

el miedo al desamor por donde sangra el mundo.

Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,

la habita mi memoria; sé que está restaurándose

como la abdicación del mar en las orillas,

como las germinales herencias del verano,

y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer,

no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces,

porque sus habitantes son lo mismo que llamas

sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue,

y ellos están haciendo que las paredes vivan,

que los peldaños latan como olas,

que cada habitación respire y reproduzca

los irrepetibles y anónimos hechos de cada día.

Casa sin tiempo junto al mar, cumbre

sonora entre los astros, libre razón con muros,

criatura en donde acaban mis- fronteras,

soy menos si me faltas,

tu paz rige mi vida y la hace humilde,

55 justifica mi espera tu paciencia,

bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche,

acaso ya recibas el nombre de José.

“Las adivinaciones” 1952

CENIZA SON MIS LABIOS

En su oscuro principio, desde

su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios,

alguien, el hombre, espera.

Turbador sueño yergue

su noticia opresora ante la nada

original de la que el ser es hecho, ante

su herencia de combate, dando vida

a secretos cegados,

a recónditos signos que aún callaban

y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo

para emerger hacia canciones,

puro dolor atónito de un labio, el elegido

que en cenizas transforma

la interior llama viva del humano.

Quizá solo para luchar acecha,

permanece dormido o silencioso

llorando, besando el terso párpado rosa,

el pecho triste de la muchacha amada;

quizá solo aguarda combatir

contra esa mansa lágrima que es letra del amor,

contra

aquella luz aniquiladora

que dentro de él ya duele con su nombre: belleza…

CUARTO CRECIENTE

Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de Chauen,

todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez

deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía

las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria

como la de una virgen en la inminencia del degüello. Cerca de allí

se abrían las tiendas de los nómadas y una enfermiza música se iba dignificando

entre las hojalatas y los vellocinos. La habitación olía a almoraduj

y a papeles de Armenia, mientras un vaho de animales nacidos en cautividad

salía del mullido sopor de las almohadas. Y así hasta que el tiempo se detuvo

en un friso taraceado de estrellas de albayalde, entre cuyos emblemas

discurría una luz acrobática parecida al letargo. Pero ella,

la regidora del cuarto creciente, era una flor lasciva instalada en la noche.

Era la araña que copula sin dejar de bailar entre una algarabía de ajorcas y sonajas.

El esmaltado vientre vibraba en el diván como un espasmo de pandero

y un mundo de sacrales lujurias sincopaba de pronto la rítmica hegemonía de los pezones. Canon de la hermosura, su único error había consistido en rasurarse el pubis

cuando medio entendió que descendía por línea colateral de los Abencerrajes.

DEFECTUOSA FORMACIÓN DEL PLURAL

Disfraz, persona unitiva

Lezama Lima

Cuántos días baldíos

haciéndome pasar por lo que soy.

Máscara sin memoria, líbrame

de parecerme a aquel que me suplanta.

Uno solo será mi semejante

DESDE DONDE ME CIEGO DE VIVIR

Era una blanda emanación, casi

una terca oquedad de ternura,

un tibio vaho humedecido

con no sé qué tentáculos.

Abrí

los ojos, vi de cerca el peligro.

¡No, no te acerques, adorable

inmundicia, no podría vivir!

Pero se apresuraba hacia mi infancia,

me tendía su furia entre los lienzos

de la noche enemiga. Y escuché

la señal, cegué mi vida junta,

anduve a tientas hasta el cuerpo

temible y deseado.

Madre

mía, ¿me oyes, me has oído

caer, has visto mi triunfante

rendición, tú me perdonas?

La mano

balbucía allí dentro, rebuscaba

entre las telas jadeantes, iba

desprendiendo el delirio, calcinando

la desnuda razón.

Agrio desván

limítrofe, gimientes muebles

lapidarios bajo el candor malévolo

del miedo, ¿qué hacer si la memoria

se saciaba allí mismo, si no había

otra locura más para vivir?

Dulce

naufragio, dulce naufragio,

nupcial ponzoña pura del amor,

crédulo azar maldito, ¿dónde

me hundo, dónde

me salvo desde aquella noche?

DESENCUENTRO

Esquiva como la noche,

como la mano que te entorpecía,

como la trémula succión

insuficiente de la carne;

esquiva y veloz como la hoja

ensangrentada de un cuchillo,

como los filos de la nieve, como el esperma

que decora el embozo de las sábanas,

como la congoja de un niño

que se esconde para llorar.

Tratas de no saber y sabes

que ya está todo maniatado,

allí

donde pernocta el irascible

lastre del desamor, sombra

partida por olvidos, desdenes,

llave que ya no abre ningún sueño:

La ausencia se aproxima

en sentido contrario al de la espera.

DIOSA DEL PONTO EUXINO

Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio

lacustre, sólo se ven sus piernas

asomando entre espumas

repulsivas, se parece a una estatua

cubierta de criptógamas y a un animal

exangüe se parece también.

Las rémoras del frío, los dientes

del salitre penetran entre sus gangrenados

senos, y ya emerge, adopta como Telethusa

actitudes lascivas mientras roen

su memoria las parcas y se quiebran

los bizantinos vidrios de sus ojos.

Olvidada de Ovidio, aguarda absorta

el dictamen del tiempo, se inocula de gérmenes

olímpicos, incita a los que acuden

para verla vivir.

Todos hurgaron

ávidamente en las marmóreas grietas

que iban surcando las estribaciones

más vulnerables de su cuerpo. Pero

nadie la pudo profanar sin antes

haber vendido su alma al Taumaturgo.

DOMINGO

La veis un día domingo.

Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado

(no la podéis mirar),

un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,

pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes

hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,

de ir gastando mañanas, hombres de cada día,

en las estribaciones de un pan dominical.

La veis venir acaso de un azar con ternuras,

de una piedad con fábulas; la veis

venir y no sabéis que está llamándose

lo mismo que la vida,

lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido,

hecho carne de engaño y servicial,

cortado a la medida de mensuales lágrimas,

de quebrantos tejidos con la última

hebra de la intemperie, con las briznas

de ese telar de amor donde aprendemos

la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie.

Sucede que es un día más bien canción que número,

más bien como una lluvia de inclemente mirada,

de humilde mano abierta

que volverá a vestir de desnudez la vida.

Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces,

ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo

que se nos va quedando alquilado en la piel,

que se nos gasta hasta dejarnos

un mísero rastro de caricia vacía,

llegar a confundirnos en un domingo anónimo,

en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima.

Y entonces, ese día, el domingo,

viene llegando, corre, se nos acerca

(todos la conocemos),

nos mira igual que un charco

de amor recién secado, nos contagia

de todo cuanto es puro en su día siguiente,

porque está consolándose con un jornal caduco,

está desviviéndose

en una pobre sucesión de acopios para amar,

de ir contando los años por tránsitos de trajes,

por memorias zurcidas, por sueños arrancados

del retal de un domingo cegador e ilusorio.

EL HILO DE ARIADNA

Posiblemente es tarde, pero ¿cómo

poder asegurarlo

mientras Hortensia canta y no se oye

más que su grito de musgosa

lascivia y alguien

habla con alguien de la conveniencia

de acostarse borracho?

De repente

se desató la cinta, vuelto

hacia el espanto de la lámpara,

el acezante cuerpo,

y en lo tenso del vientre vi

la cicatriz, no producida

sino por el rencor contra ella misma

con algún instrumento

preferentemente cortante.

Vaho

de alcohol y de tabaco te esmalta

el rostro bruno, Hortensia, dime,

¿hacemos algo aquí que nos impida

quedarnos juntos

hasta que ya no sea tarde?

En vano hubiese preferido

no mirar. Movible cuerpo y sin embargo

exangüe, desplazaba

sus ya finales contorsiones

en medio de la pista. En vano

hubiese sido huir y no

por reencontrarnos. Pechos

como luciérnagas, tenues, punzantes

por las crestas no lácteas, ¿ quién

iba a atreverse a interrumpir

su equidistante brevedad, desnudos

como estarían luego en el amanecer

del trópico ?

Hortensia, amor mío, nadie

te va a arrastrar si tú no quieres

desesperadamente que lo haga.

Playa de Naxos, la mayor

de las Cícladas, ya a lo lejos

reverberando entre los barracones

del batey y el bullicioso verde

del manglar, confundida ahora

con otros libres turnos litorales

donde ni tú ni yo nos conocíamos.

Abandonada por Teseo, ¿ibas

a despeñarte tú, rebelde por instinto

como tu padre negro apaleado

en Key West (Florida) ?

Si pudiera

reconstruir un solo

rincón de aquella playa

sin salida posible, si pudiera

volver al sitio aquel, reconocer

la cerrazón de la cabaña, andar

a tientas hasta el último

recodo del silencio, ¿oiría

algo distinto a la fricción

de unas piernas con otras, al barrunto

de alguien aproximándose

en lo oscuro? ¿Vería

aún desde allí, ya en el terrado

de Sanlúcar, asiéndome

al parteluz de la ventana, el bulto

azul de los faluchos y, más cerca,

la agitación de las fogatas

que encendían los sigilosos

areneros?

Imágenes sin ojos

pasan con más tenacidad que el giro

extenuante del recuerdo. Hortensia,

hija de Minos, no

es tarde todavía, ven, veloces

son las noches que hemos vivido ya:

aún estamos a tiempo

de no querer salir del laberinto.

ENTRA LA NOCHE COMO UN TRUENO…

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozas,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

ESPERA

Y tú me dices

que tienes los pechos vencidos de esperarme,

que te duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo,

que has perdido hasta el tacto de tus manos

de palpar esta ausencia por el aire,

que olvidas el tamaño caliente de mi boca.

Y tú me lo dices que sabes

que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,

de golpear mis labios con la sed de tenerte,

de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,

una nueva manera de rescatarte en besos

desde la ausencia en la que tú me gritas

que me estás esperando.

Y tú me lo dices que estás tan hecha

a este deshabitado ocio de mi carne

que apenas sí tu sombra se delata,

que apenas sí eres cierta

en esta oscuridad que la distancia pone

entre tu cuerpo y el mío.

FÁBULA

Nunca serás ya el mismo que una vez

convivió con los dioses.

Tiempo

de benévolas puertas entornadas,

de hospitalarios cuerpos, de excitantes

travesías fluviales y de fabulaciones.

Tiempo magnánimo

compartido también con semidioses

errabundos y hombres de mar que alardeaban

del decoro taimado de los héroes.

Qué ha quedado, oh Ulises, de esta vida.

La historia es indulgente, merecidas las dádivas.

Los dioses son ya pocos y penúltimos.

Justos y pecadores intercambian sus sueños.

LA BOTELLA VACÍA SE PARECE A MI ALMA

Solícito el silencio se desliza

por la mesa nocturna,

rebasa el irrisorio contenido del vaso.

No beberé ya más hasta tan tarde.

Otra vez soy el tiempo que me queda.

Detrás de la penumbra

yace un cuerpo desnudo

y hay un chorro de música insidiosa

disgregando las burbujas del vidrio.

Tan distante como mi juventud ,

pernocta entre los muebles el amorfo,

el tenaz y oxidado material del deseo.

Qué aviso más penúltimo

amagando en las puertas,

los grifos, las cortinas.

Qué terror de repente de los timbres.

La botella vacía se parece a mi alma.

Por las ventanas, por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

LA VUELTA

Por el camino se me van cayendo

frutas podridas de la mano

y voy dejando manchas de tristeza en el polvo

donde quiera que piso;

un pájaro amanece ante mis ojos

y en seguida anochece entre sus alas;

la asamblea de hormigas se disuelve

cuando en mí la tormenta se aproxima;

el sol calienta al mar en unas lágrimas

que en el camino enciende mi presencia;

la desnudez del campo va vistiéndose

según van mis miradas acosándole

y el viento hace estallar

una guerra civil entre las hierbas.

Noticia triste de mi cuerpo dictan

las verdes amapolas en capullo,

la codorniz se espanta

y asusta al macho con historias mías.

Vengo desnudo de la hermosa clámide

que solía vestirme cuando entonces:

clámide con las voces de los pájaros,

el graznido del cuervo, la carrera veloz de la raposa

–a la que llaman zorra mis parientes–,

del arroyo que un día se llevaba mis pasos

y de olores de jara y de romero

hace tanto tejida.

Días de mi ascensión, cuando el lagarto

solía conocer mis intenciones,

cuando solía la retama

pedirme venia para echar raíces,

cuando algún cazador me confundió

con una piedra viva entre las piedras.

Pero yo te conozco, campo mío,

yo recuerdo haber puesto entre tus brazos

aquel cuerpo caliente que tenía,

haber dejado sangre entre los surcos

que abrían los caballos de mi padre.

Yo te conozco y noto que tus senos

empiezan a ascender hacia mis labios.

MI PROPIA PROFECÍA ES MI MEMORIA

Vuelvo a la habitación donde estoy solo

cada noche, almacén de los días

caídos ya en su espejo naufragable.

Allí, entre testimonios maniatados,

yace inmóvil mi vida: sus papeles

de tornadizo sueño. La madera,

el temblor de la lámpara, el cristal

visionario, los frágiles

oficios de los muebles, guardan

bajo sus apariencias el continuo

regresar de mis años, la espesura

tenaz de mi memoria, toda

la confluencia simultánea

de torrenciales cifras que me inundan.

Mundo recuperable, lo vivido

se congrega impregnando las paredes

donde de nuevo nace lo caduco.

Reconstruidas ráfagas de historia

juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n

a oscuras, súbitamente diáfana

bajo el fanal del tiempo repetible.

Suenan rastros de luz allá en la noche.

Estoy solo y mis manos

ya denegadas, ya ofrecidas,

tocan papeles (este amor, aquel

sueño), olvidadas siluetas, vaticinios

perdidos. Allí mi vida a golpes

la memoria me orada cada día.

Imagen ya de mi exterminio,

se realiza de nuevo cuanto ha muerto.

Mi propia profecía es mi memoria:

mi esperanza de ser lo que ya he sido.

“Memorias de poco tiempo” 1954

MIEDO

Mil veces he intentado

decirte que te quiero,

mas la ardorosa confesión, mi vida,

se ha vuelto de los labios a mi pecho

¿Por qué, niña? Lo ignoro,

¿Por qué? Yo no lo entiendo,

Son blandas tu sonrisa y tu mirada,

dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo.

Ni al verte estoy tranquilo,

ni al hablarte sereno,

busco frases de amor y nos la hallo.

No sé si he de ofenderte y tengo miedo.

Callando, pues, me vivo

y amándote en silencio,

sin que jamás en tus dormidos ojos

sorprenda de pasión algún destello.

Dime si me comprendes,

si amarte no merezco.

Di si una imagen en el alma llevas…

Mas no… no me lo digas…¡tengo miedo!

Pero si el labio calla,

con frases de los cielos

deja, mi vida, que tus ojos digan

a mis húmedos ojos… ya os entiendo

deja escapar el alma

los rítmicos acentos

de esa vaga armonía, cuyas notas

tiene tan sólo el corazón por eco.

Deja al que va cruzando

por áspero sendero,

que si no halla la luz en la ventana,

tenga la luz de la esperanza al menos.

Callemos en buena hora

pues que al hablarte tiemblo,

mas deja que las almas, uno a uno,

se cuenten con los ojos sus secretos…

Dejemos que se digan

en ráfagas de fuego

confidencias que escuche el infinito

frases mudas de encanto y de misterio.

Dejemos, si lo quieren,

que sientas lo que siento,

beso puro que engendren las miradas

y que tan bello porvenir es nuestro.

Dime así que me entiendes,

que estallen en un beso,

que es el porvenir de luz y flores

y suba sin rumor hasta los cielos.

Di que verme a tus plantas

es de tu vida el sueño,

dime así cuanto quieras…. cuanto quieras.

De que me hables así… no tengo miedo.

MIMETISMO DE LA EXPERIENCIA

Cuando leía porfiadamente y no

sin desazón a Henry Miller, iba

acordándome a trechos

de muchas horas canceladas, rostros

desdibujados en algún rincón, lugares

de inquietante vivir. Era penosa

la experiencia y más

que nada turbadora

por simple: asistía

como mi propio espectador

al paso de emociones, cuerpos, actos

sexuales que yo mismo veía ejecutados

por otro en mi memoria y que se restauraban

con un nuevo contexto

en el presente.

La práctica

de ciertos mimetismos del recuerdo

puede llegar a subvertir el orden

de esa usura de amor que el tiempo

salda. Y Henry Miller, transgresor

de leyes, irritante

por próximo, furiosamente

obseso de su intimidad,

no suponía para mí

más que un tenaz motivo de recuento

de situaciones olvidadas: cuartos

de hotel, burdeles, laberintos

de citas donde un cuerpo

siempre se hacía vagamente

clandestino, imágenes

ajadas como evanescentes

fotografías, hábitos

de una noche. Pero un hostil

y subrepticiamente enajenado

reencuentro conmigo, sostenía

el agobiante afán de cotejar

datos que sólo en parte me importaban.

Equívoca constancia de unos hechos

reconstruidos con retazos

de otros: no en el amor

sino en su deterioro se reagrupan

los fragmentos vividos.

Como ciertas

alucinantes fábulas de Lawrence Durrel

o de Sade (las que coinciden tal vez

en descifrar los infortunios de Justine),

la intervención de Miller agotaba

en mi memoria toda posibilidad

de ir acotando la experiencia

sin conjurar su lastre: nombres

aletargados, episodios

de efímero futuro, leves

fraudes de amor

que el aluvión del tiempo confundía

con las suplantaciones del orgasmo.

Espejo de violencia

de tanto azar de juventud, híbrida

educación, solitario o múltiple

terraplén de erotismo, no podía

atestiguarme sino con mi propia

represión inicial, abierta luego

a otras coherentes formas del amor.

MÚSICA DE FONDO

Llega el momento de decir la palabra

y se la deja fluir, se la ayuda

a resbalar entre los labios,

anclada ya en sus límites de tiempo.

La palabra se funda a ella misma, suena

allá en el corazón del que la habla

y trepa poco a poco hasta nacer

y antes es nada y sólo una verdad

la hace constancia de algo irrepetible.

Súbitamente esa palabra aumenta

el hallazgo caudal de la memoria,

boga sobre los hombres que la escuchan,

gira anhelante entre vislumbres

y se alza más y más y se perfila, pule

sus bordes balbucidos, se nivela entre sueños.

Después inicia su holocausto.

Función de amor o de vileza,

la palabra se gasta en los oídos,

puebla sus márgenes de brozas,

se torna vana, amago de un aliento,

oscuridad final y sin sentido.

Está cayendo ya hecha pedazos.

Rescoldos sumergidos, restos

de rescates sin fondo, flota y flota

sobre las intenciones proferidas,

entre el silencio de las conjeturas.

Es nada la palabra que se dijo

(no importa que se escriba para

querer salvarla), es nada y lo fue todo:

la música del mundo y su apariencia.

“Memorias de poco tiempo” 1954

NO TENGO NADA QUE PERDER

Aquel nocturno yerbazal, al borde

del declive de acebos, ciegamente

buscado entre el vislumbre

del amor, bajo el troquel efímero

de la naciente luna ciñe

con sus trémulos odres toda

la historia de mi vida, el privilegio

de mi junta y profética memoria,

y allí estará mi vocación gestándose,

cómplice cuerpo transitorio

fronterizo del mío para nunca.

La tierra genital, los estandartes

fugitivos del sueño, la prohibida

palabra, permanecen

junto al amor que escribo, tachan

con su verdad los nombres

de mi boca.

Compartida codicia,

¿qué haré con este cuerpo

sin el tuyo?

Subí desde la sombra

hasta la luz, puse mi mano

en el aire vacío. Aquí

me entrego, dije,

no tengo nada que perder.

Cuántos

turbadores resquicios fraudulentos

se desvelaron para mí, mientras anduve

tropezando.

En la pared aquella,

cerca de la hondonada parpadeante,

bajo el metal marítimo fundido

entre los dos, fui desnudado

del lastre primerizo de mi alma

y levanté los ojos hacia el cuerpo

aterido. Aquí me entrego, dije,

preso estoy .en mi propia libertad.

SOLÍCITO EL SILENCIO SE DESLIZA POR LA MESA NOCTURNA…

Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio

contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma.

De “Laberinto de fortuna” 1984

SUPLANTACIONES

Unas palabras son inútiles y otras

acabarán por serlo mientras

elijo para amarte más metódicamente

aquellas zonas de tu cuerpo aisladas

por algún obstinado depósito

de abulia, los recodos

quizá donde mejor se expande

ese rastro de tedio

que circula de pronto por tu vientre,

y allí pongo mi boca y hasta

la intempestiva cama acuden

las sombras venideras, se interponen

entre nosotros, dejan

un barrunto de fiebre y como un vaho

de exudación de sueño

y otras cavernas vespertinas,

y ya en lo ambiguo de la noche escucho

la predicción de la memoria:

dentro de ti me aferro

igual que recordándote, subsisto

como la espuma al borde de la espuma

mientras se activa entre los cuerpos

la carcoma voraz de estar a solas.

UN CUERPO ESTÁ ESPERANDO

Detrás de la cortina un cuerpo espera.

Nada es verdad si no es su encarnizada

inminencia, esa insaciable culpa

que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome.

Nada es verdad. Un cuerpo está esperando

tras el mudo estertor de la cortina.

En la oquedad propicia del instante

que mientras más deseo más maldigo,

quiero amar este cuerpo, que él no muera

hasta que su orfandad esté cumplida.

Paredes resignadas, tinto el suelo

de mercenaria obstinación, allí

nos conducimos mutuamente

al voraz simulacro de la vida.

(La amarra del amor nos hace libres.)

Sólo yo estoy suspenso del engaño:

movible fuego oscuro,

mi memoria consume sus fronteras

entre las turbias órdenes del tiempo.

De todo cuanto amé, nada logró

sobrevivir a las abdicaciones.

(La noche se agazapa entre las telas

que un falaz movimiento hace carnales.)

Una mentira sólo está esperando

detrás de la cortina. Soy

mi enemigo: consisto en mi deseo,

busco a ciegas la luz, me reconozco

después de extraviarme, despedazo

ese espejo de muerte en que el placer

se asoma, expío

con mi turno de amor mi propia vida.

De un hilo funeral pendiente el cuerpo,

ya no es posible reducir su lastre.

VERSÍCULO DE GÉNESIS

Por las ventanas , por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozos,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

VIVO ALLÍ DONDE ESTUVE

Desde un lugar que aprendo

a recorrer cada mañana, vuelvo

sobre mis pasos y te espero

allí donde estoy solo.

Matinal

ofertorio del sueño, escribo el nombre

de tu vida, te vas desentrañando

entre las hoscas hojas traicionadas

en la noche. Eres la reclusión

donde me sacio, el acuciante

azar en que te tengo

cada día, amor propiciatorio que reúne

lo perdido.

Vivo allí donde estuve,

junto al mar delirante, libre

velocidad inmóvil orillada

de fuego, bosque lustral

de la alegría.

¿Qué me queda

de aquel itinerario, habitaciones

clandestinas, bautismales refugios

de única verdad, qué me queda

detrás del sortilegio? Ser

feliz un instante y perderte, mientras

vuelvo sobre mis pasos cada día.