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Comendador, Luis Felipe

Amante fiel

Si fueras el pecado y su tragedia,

quien aplica tortura

o simplemente firma los papeles,

si te fueras con otro

o compartieras cama

conmigo y otros hombres,

si fueras de una secta,

monjita de clausura o esclava del Diablo,

si huyeras de mis ojos

y arropases los tuyos

con una causa injusta,

si asesinases a tus padres

o incluso a nuestros hijos,

si mintieses en todo

o fueses tan sincera

que tu palabra hiriese

como daga o venablo.

Si levantases cada minuto

un falso testimonio

sobre mí…

te seguiría amando.

Ce monde est bien plat – Qué vulgar es este mundo

¿Y de la vanidad…

qué me dices de la vanidad?

Tiembla la mano como tañida por un ángel terrible

y la vejez oculta la belleza aquella

que fue deseo de otros

y los rostros de pétalos caídos

sólo saben en los ojos que ya no hay esquinas

que doblar,

tan sólo el alarido,

el pulso de un final tan ordinario

como otros.

No hay nada particular en la vejez,

¿por que no morir, entonces,

cuando la savia no precisa el decorado,

cuando el flou es una resta,

cuando apenas puede imaginarse

otro luto que no sea el que recogen los ojos?

Desnúdate para mí,

quítate los afeites

y que sean tus axilas

las que llenen mis manos.

Quede la vanidad para otras pieles

y déjame abrazar tu cuerpo último

herido por el tiempo

hasta expirarlo.

Fuimos… que ya es bastante.

Ce soir, J’ai le coeur mal – Esta tarde tengo el corazón mal

Hace tiempo que sólo hablo en pasado,

que apenas soy capaz de atisbar un ahora

triste,

tristísimo…

y, solo, me refugio en los recuerdos

como queriendo encontrarme

en un calor de antes

que ya es frío.

Lloro a veces

y no sé por qué lloro,

quizás para intentar

buscarme en la humedad de mis mejillas.

La soledad es dura compañera

en tardes como ésta,

tardes en que la muerte

sería el mejor láudano.

Siento latir mi piel

de cartón piedra.

Défaire et refaire ses tresses – Deshacer y rehacer sus trenzas

Existo en tu cabello

y me deshago en él como incendiado.

Tiene entonces sentido la batalla,

tiene sentido el vivo azul Chagall

que cruza el ojo,

las doce en el reloj,

la música, el ocaso…

¡El ocaso!

Quiero hablarte de todo el tiempo,

de las horas anudado a tu nuca

con las manos trenzadas,

del terror que los días

supuraban en mis ojos de espejo.

Quiero hablarte del vello

que erizabas mirándolo,

de los hijos perdidos

ahogados en las sábanas

que no sabían nadar.

Quiero hablarte del raro sinsentido

que es amarte hasta desamarte.

También te odié,

y eso es amor.

La sonde t’entre par le nez – Que la sonda te entre por la nariz

Ahora que ya no sientes

la furia del ridículo encendiéndote

y me miras llorando,

suplicando mi mano para salir

de donde yo jamás podré sacarte…

Ahora que la certeza del final

se te ha clavado justo en las pupilas

y la vida penetra regalada

por esta sonda fría,

umbilical…

Ahora entiendes mi prisa,

mis ganas de tenerte

antes del dormitorio,

mi insaciable ansiedad

encarnada de piel y de saliva…

Ahora que te penetra el plástico

y no quieres mirarte en el espejo…

Ahora me pides, leve,

sin palabras,

que recupere el tiempo con mis manos.

Y yo tan sólo sé

seguir amándote.

Los alemanes iban vestidos de gris, tú ibas vestida de azul

Vivo mirando tus fotografías,

las del último agosto, cuando estabas

en una proa ajena y no pensabas

más que en tu soledad de ramas frías.

Presiento en tu figura otro paisaje,

otros amores rojos y paganos,

y siento que te rozan otras manos

como un puñal de fiebre, y un coraje

de celo y desazón me ahoga y vuelven

a morderme por dentro las entrañas.

Engáñame y no digas que me engañas,

di que me amas igual que se revuelven

las playas en sus olas. ¡Miénteme!

Di que no hay otro él. ¡Engáñame!

On n’aime qu’une fois – Sólo se ama una vez

Si yo supiera hablar

con las justas palabras,

si pudiera poner los nombres a las cosas

y hacer que así existieran,

si consiguiera hablarte

con la palabra exacta…

sabrías que ni antes

ni después de saberte

puede haber sentimiento

más intenso.

Si tu savais! – ¡Si supieras!

Hoy me he sorprendido

escribiendo de ti en pasado…

Era tan delicadamente cándida,

tan blanca era su piel

y tan suave,

tan hermosa su voz

y su mirada…

Luego he llorado

para hacerte presente

hasta que he comprendido

que te he querido tanto

que no te reconozco así,

desmadejada.

Soigne-toi Je t’en conjure! – ¡Cuídate, te lo ruego!

Siento cómo te vas,

cómo se apaga tu voz

mientras me preguntas

que qué he comido,

que si he hecho la cama,

que y los niños, cómo están.

Te pido con mi mano que calles,

que me mires y calles

mientras me dices todo con los ojos.

De vuelta a casa

me siento como un banco mojado

que no quiere la gente

y susurro tu nombre despacito

¡Cuídate, te lo ruego!…

Ya sin ti yo soy nada.

Sogneur – Soñador

Siempre me gustó todo lo que no tuve,

por eso me gustas más ahora

que ya no eres mía.

Y quisiera comerte

desde el vientre a la boca

en el centro del parque

para que nos llamaran indecentes.

Sublime – Sublime

Porque debe olvidarse el amor

para que exista

me deshago el camino

y abandono las lágrimas

en la oscura escalera

mientras un corazón de napa

me crece entre los dientes.

Nacimos para morir,

y sin embargo…

Tout est frais – Todo es nuevo

Mujer,

hoy,

decaída,

me lloras en el hombro

y son tus ojos achinados

bellas postales

después de la tormenta.

Reseña biográfica

Poeta y editor español nacido en Béjar, Salamanca en 1957.

Autor polifacético, ha publicado además, novelas, aforismos y ensayos.

Parte de su amplia obra está contenida en “Versos giróvagos” 1992, “Notario de las horas” 1994, “Sentado en un bar” 1995, “Paraísos del suicida” 2001, “Vuelta a la nada” 2002, “El amante discreto de Lauren Bacall” 2003, “Con la muerte en los talones” 2004, “El gato sólo quería a Harry” 2006 y “Esa intensa luz que no se ve” 2007.

Entre los importantes galardones que ha obtenido se destacan el Premio Gabriel Celaya por “Sesión continua” 1996, finalista del Premio Nacional del Ministerio de Cultura y PremioRafael Morales por “Travelling” 2003, Premio Ciudad de Mérida 2005 por “El gato que sólo quería a Harry” y el Premio Internacional Tardor por “Paraísos del suicida” 2001. Continue reading

Comadira, Narcís

Narcías Comadira (España 1942)

Reseña biográfica

Poeta y pintor español nacido en Girona en 1942.

Estudió en el Seminario de Girona, en el Monasterio de Montserrat y en las facultades de Arquitectura y Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona, donde se licenció en Historia del Arte.

Dueño de una vasta cultura, ha incursionado con éxito en la dramaturgia, el periodismo, la crítica literaria y la traducción.

Fue lector en la Universidad de Londres entre 1971 y 1973.

De sus libros de poesía se destacan “La libertad y el terror” en 1981, “Enigma” en 1985 y “En cuarentena” en 1990.

Como traductor ha publicado la antología de poesía italiana “Francesco d’Assisi a Giacomo Leopardi” en 1985 y “Poesia italiana contemporània” en 1990.

Ha sido galardonado con importantes premios entre los que se destacan: Literatura Catalana de la Generalitat de Catalunya, Ciutat de Barcelona, Crítica de Cataluña y Lletra d´Or. Continue reading

Colinas, Antonio

Reseña biográfica

Poeta, novelista, biógrafo, ensayista, traductor y periodista español, nacido en La Bañeza, León, en 1946.

En la universidad de Madrid hizo estudios Técnicos y de Historia. Durante varios años fue lector de español en las universidades italianas de Milán y Bérgamo, donde realizó excelentes traducciones de autores italianos, entre los que cabe destacar la obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo.

Es una de las figuras más sobresalientes de la literatura española de las últimas décadas. Tras el éxito de su primera publicación, «Preludios a una noche total», han sido editados: «Truenos y flautas en un templo» en 1972, «Sepulcro en Tarquinia» en 1975, «Astrolabio» en 1979, «En lo oscuro» en 1981, «Noche más allá de la noche» en 1983, «La viña salvaje» en 1985, «Jardín de Orfeo» en 1988, «Los silencios de fuego» en 1992, y posteriormente el «Libro de la mansedumbre» en 1997.

Su obra ha sido reconocida con el Premio de la Crítica en 1975, el Premio Nacional de Literatura en 1982, la Mención Especial del Premio Internacional Jovellanos de Ensayo en 1996, el premio de Las Letras de Castilla y León en 1998, el Premio Internacional Carlo Betocchi en 1999 y el Premio de la Academia de Poesía de Castilla y León en 2001. Continue reading

Cirlot, Juan Eduardo

Poeta español nacido en Barcelona en 1916.

Es uno de los más brillantes poetas de la postguerra española, cuya obra ha sido apreciada tardíamente en toda su valía.

Interrumpidos sus estudios de música por la guerra civil, entró en contacto con el surrealismo y simbolismo a partir de 1940. Trabó amistad con André Breton y formó parte del grupo

“Deu al Set” creado por Joan Brossa en 1948.

Su sólida educación musical lo convirtió en crítico de música para La vanguardia, donde también escribió artículos de cine.

Su actividad poética más intensa tuvo lugar entre 1960 y 1972.

Es autor de una obra muy extensa en el campo artístico: «Diccionario de ismos» en 1949, «Introducción al surrealismo» 1953, «Cubismo y figuración» 1957, «El informalismo» 1959 y su importante «Diccionario de los símbolos» 1974.

De su obra poética se destacan: «En la llama» 1945, «Cordero del abismo» 1946, «Ochenta años» 1951, «El palacio de plata» 1955, «Lilith» 1949, «44 sonetos de amor» 1971 y «Bronwyn» 1966-1971.

Falleció en 1973. Continue reading

Cobos Wilkins, Juan

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Riotinto, Huelva, en 1957.

Se trasladó a Madrid en 1995 para estudiar periodismo, profesión que nunca ejerció para dedicarse de lleno a la literatura.

Ha escrito teatro, prosa y guiones cinematográficos, pero su mayor producción ha sido fundamentalmente poética. Dirige además, la Colección de Poesía Juan Ramón Jiménez y la prestigiosa revista de creación “Con dados de niebla”.

He aquí algunos de sus títulos: El jardín mojado en 1981, Espejo de príncipes rebeldes en 1988, La imaginación pervertida en 1989, Diario de un poeta Tartesso en 1990, Llama de clausura en 1997, Escritura o paraíso en 1998 y A un dios desconocido en 1999.

Su obra ha sido traducida a varios idiomas, y ha sido incluida en numerosas antologías y estudios de literatura española contemporánea. Continue reading

Champourcín, Ernestina de

Reseña biográfica

Poeta española nacida en Vitoria, Alava, en 1905.

Su infancia transcurrió en Madrid donde además de cursar sus estudios se inició en la poesía y contrajo matrimonio con Juan José Domenchina, poeta también y secretario durante la guerra del presidente Manuel Azaña.

Fue discípula de Juan Ramón Jiménez y estuvo unida por estilo y amistad a los poetas de la Generación del 27.

De su obra hacen parte: «En silencio» 1926, «Ahora» 1928, «La voz en el tiempo» 1931 y «Cántico inútil» 1936. En 1939 partió a México donde publicó posteriormente, «Poemas del ser y del estar» 1972, «Huyeron todas las islas» 1988, y tras algunas antologías, un libro al filo de sus 90 años, «Del vacío y sus dones» en 1993 y «Presencia del Pasado» en 1996.

Sólo a partir de 1989 se inició el reconocimiento de su obra, con galardones tan importantes como el premio Euskadi de Poesía, el Premio Mujer Progresista y la nominación al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992, y la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid en 1997.

Murió en Madrid en marzo de 1999. Continue reading

Cetina, Gutierre de

Gutierre de Cetina (España, 1520 – 1557)

Amor mueve mis alas, y tan alto …

Amor mueve mis alas, y tan alto

las lleva el amoroso pensamiento,

que de hora en hora así subiendo siento

quedar mi padescer más corto y falto.

Temo tal vez mientra mi vuelo exalto,

mas llega luego a mí el conoscimiento

y pruébase que es poco en tal tormento

por inmortal honor un mortal salto.

Que si otro puso al mar perpetuo nombre

do el soberbio valor le dio la muerte,

presumiendo de sí más que podía,

de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre

que si al cielo llegar negó su suerte,

la vida le faltó, no la osadía.»

Como garza real, alta en el cielo…

Como garza real, alta en el cielo,

entre halcones puesta y rodeada,

que siendo de los unos remontada,

de los otros seguirse deja el vuelo,

viendo su muerte acá bajo en el suelo

por oculta virtud manifestada,

no tan presto será de él aquejada

que a voces mostrará su desconsuelo,

las pasadas locuras, los ardores

que por otras sentí, fueron, señora,

para me levantar remontadores;

pero viéndoos a vos, mi matadora,

el alma dio señal en sus temores

de la muerte que paso a cada hora.

Cubrir los bellos ojos…

Cubrir los bellos ojos

con la mano que ya me tiene muerto,

cautela fué por cierto,

que así doblar pensastes mis enojos.

Pero de tal cautela

harto mayor ha sido el bien que el daño;

que el resplandor extraño

del sol se puede ver mientras se cela.

Así que, aunque pensastes

cubrir vuestra beldad, única, inmensa,

yo os perdono la ofensa,

pues, cubiertos, mejor verlos dejastes.

Dichoso desear, dichosa pena…

¡Dichoso desear, dichosa pena,

dichosa fe, dichoso pensamiento,

dichosa tal pasión y tal tormento,

dichosa sujeción de tal cadena;

dichosa fantasía, en gloria llena,

dichoso aquel que siente lo que siento,

dichoso el obstinado sufrimiento,

dichoso mal que tanto bien ordena;

dichoso el tiempo que de vos escribo,

dichoso aquel dolor que de vos viene,

dichosa aquella fe que a vos me tira;

dichoso quien por vos vive cual vivo,

dichoso quien por vos tal ansia tiene,

felice el alma quien por vos suspira!

¿En cuál región, en cuál parte del suelo?

¿En cuál región, en cuál parte del suelo,

en cuál bosque, en cuál monte, en cuál poblado,

en cuál lugar remoto y apartado,

puede ya mi dolor hallar consuelo?

Cuanto se puede ver debajo el cielo,

todo lo tengo visto y rodeado;

y un medio que a mi mal había hallado,

hace en parte mayor mi desconsuelo.

Para curar el daño de la ausencia

píntoos cual siempre os vi, dura y proterva;

mas Amor os me muestra de otra suerte.

No queráis a mi mal más experiencia,

sino que ya, como herida cierva,

do quier que voy, conmigo va mi muerte.

Esta guirnalda de silvestres flores…

Sobre la cubierta de un libro donde iban escritas

algunas cosas pastoriles…

Esta guirnalda de silvestres flores,

de simple mano rústica compuesta

en los bosques de Arcadia, aquí fue puesta

en honra del cantar de los pastores,

a los cuales, si Amor en sus amores

quiera jamás negar demanda honesta,

ruego, si bien el don tan bajo cuesta,

pueda este olmo gozar de mis sudores.

Que si algún tiempo con más docta mano

las acierto a tejer como maestro,

guardando a los pasados el decoro,

espero, y mi esperar no será en vano,

que el nombre pastoral del siglo nuestro

será tal cual fue ya en la Edad del Oro.

Horas alegres que pasáis volando…

Horas alegres que pasáis volando

porque a vueltas del bien mayor mal sienta;

sabrosa noche que en tan dulce afrenta

el triste despedir me vas mostrando;

importuno reloj que, apresurando

tu curso, mi dolor me representa;

estrellas con quien nunca tuve cuenta,

que mi partida vais acelerando;

gallo que mi pesar has denunciado,

lucero que mi luz va oscureciendo,

y tú, mal sosegada y moza Aurora,

si en voz cabe dolor de mi cuidado,

id poco a poco el paso deteniendo,

si no puede ser más, siquiera una hora.

Ojos claros, serenos…

Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,

¿por qué si me miráis miráis airados?

Si cuanto más piadosos,

más bellos parecéis a aquel que os mira,

no me miréis con ira,

porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay, tormentos rabiosos!

Ojos claros, serenos,

ya que así me miráis, miradme al menos.

Qué aprovecha, Señor, andar buscando…

¿Qué aprovecha, Señor, andar buscando

hora el puerco montés cerdoso y fiero?,

¿qué aprovecha seguir ciervo ligero

ni con hierba crüel andar tirando?;

¿qué aprovecha, señor, ir remontando

la garza con halcón muy altanero?,

¿qué aprovecha, señor, tirar certero

allí una liebre, aquí un faisán matando?;

si va siempre tras vos vuestro cuidado,

si en el alma lleváis el pensamiento,

si estáis asido dél cuando más suelto,

si traéis el pensar tan regalado

que donde estáis más libre y más contento

a las presas andáis con él envuelto.

Soneto

Para ver si sus ojos eran cuales

la fama entre pastores extendía,

en una fuente los miraba un día

Dórida, y dice así, viéndolos tales:

“Ojos, cuya beldad entre mortales

hace inmortal la hermosura mía,

¿cuáles bienes el mundo perdería

que a los males que dais fuesen iguales?

Tenía, antes de os ver, por atrevidos,

por locos temerarios los pastores

que se osaban llamar vuestros vencidos;

mas hora viendo en vos tantos primores,

por más locos los tengo y perdidos

los que os vieron si no mueren de amores.”

Soneto II

Vos sois todo mi bien, vois lo habéis sido;

si he dicho alguna vez, señora mía,

que habéis sido mi mal, no lo entendía:

hablaba con pasión o sin sentido.

Yo soy todo mi mal, yo lo he querido;

de mí viene, en mí nace, en mí se cría;

tan satisfecha de él mi fantasía,

que el mal no piensa haber bien merecido.

Vos fuisteis, vos seréis mi buena suerte;

si el mal desvarïar me hace al cuanto,

esta es mi voluntad libre y postrera.

Pues si, con verme al punto de la muerte,

por ser por vos el mal lo tengo en tanto,

¡ved que hiciera el bien si lo tuviera!

Soneto III

Entre armas, guerra, fuego, ira y furores

que al soberbio francés tienen opreso,

cuando el aire es más turbio y más espeso,

allí me aprieta el fiero ardor de amores.

Miro al cielo, los árboles, las flores,

y en ellos hallo mi dolor expreso;

que en el tiempo más frío y más avieso

nacen y reverdecen mis temores.

Digo llorando: “¡Oh dulce primavera!

¿Cuándo será que a mi esperanza vea,

verde, prestar al alma algún sosiego?”

Mas temo que mi fin mi suerte fiera

tan lejos de mi bien quiere que sea

entre guerra y furor, ira, armas, fuego.

Yo diría de vos tan altamente…

A doña María de Mendoza

Yo diría de vos tan altamente

que el mundo viese en vos lo que yo veo,

si tal fuese el decir cual el deseo.

Mas si fuera del más hermoso cielo,

acá en la mortal gente,

entre las bellas y preciadas cosas,

no hallo alguna que os semeje un pelo,

sin culpa queda aquel que no os atreve.

El blanco, el cristal, el oro y rosas,

los rubís, y las perlas, y la nieve,

delante vuestro gesto comparadas,

son ante cosas vivas, las pintadas.

Ante vos las estrellas,

como delante el sol, son menos bellas.

El sol es más lustroso,

mas a mi parescer no es tan hermoso.

¡Qué puedo, pues, decir, si cuanto veo,

todo ante vos es feo!

Mudaos el nombre, pues, señora mía:

vos os llamad beldad, beldad María.

Cervantes Saavedra, Miguel de

Miguel de Cervantes Saavedra (España, 1547 – 1616)

A DULCINEA DEL TOBOSO

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,

por más comodidad y más reposo,

a Miraflores puesto en el Toboso,

y trocara sus Londres con tu aldea!

¡Oh, quién de tus deseos y librea

alma y cuerpo adornara, y del famoso

caballero que hiciste venturoso

mirara alguna desigual pelea!

¡Oh, quién tan castamente se escapara

del señor Amadís como tú hiciste

del comedido hidalgo don Quijote!

Que así envidiada fuera, y no envidiara,

y fuera alegre el tiempo que fue triste,

y gozara los gustos sin escotes.

A FRAY PEDRO DE PADILLA

Cual vemos que renueva

el águila real la vieja y parda

pluma y con otra nueva

la detenida y tarda

pereza arroja y con subido vuelo

rompe las nubes y se llega al cielo:

tal, famoso Padilla,

has sacudido tus humanas plumas,

porque con maravilla

intentes y presumas

llegar con nuevo vuelo al alto asiento

donde aspiran las alas de tu intento.

Del sol el rayo ardiente

alza del duro rostro de la tierra,

con virtud excelente,

la humidad que en sí encierra,

la cual después, en lluvia convertida,

alegra al suelo y da a los hombres vida:

y d’esta mesma suerte

el sol divino te regala y toca

y en tal humor convierte

que, con tu pluma, apoca

la sequedad de la ignorancia nuestra

y a sciencia santa y santa vida adiestra.

¡Qué sancto trueco y cambio:

por las humanas, las divinas musas!

¡Qué interés y recambio!

¡Qué nuevos modos usas

de adquirir en el suelo una memoria

que dé fama a tu nombre, al alma gloria!;

que, pues es tu Parnaso

el monte del Calvario y son tus fuentes

de Aganipe y Pegaso

las sagradas corrientes

de las benditas llagas del Cordero,

eterno nombre de tu nombre espero.

A LA REINA DOÑA ISABEL

Serenísima reina, en quien se halla

lo que Dios pudo dar a un ser humano;

amparo universal del ser cristiano,

de quien la santa fama nunca calla;

arma feliz, de cuya fina malla

se viste el gran Felipe soberano,

ínclito rey del ancho suelo hispano

a quien Fortuna y Mundo se avasalla:

¿cuál ingenio podría aventurarse

a pregonar el bien que estás mostrando,

si ya en divino viese convertirse?

Que, en ser mortal, habrá de acobardarse,

y así, le va mejor sentir callando

aquello que es difícil de decirse.

A LOS ÉXTASIS DE TERESA DE JESÚS

Virgen fecunda, madre venturosa,

cuyos hijos, criados a tus pechos,

sobre sus fuerzas la virtud alzando,

pisan ahora los dorados techos

de la dulce región maravillosa

que está la gloria de su Dios mostrando:

tú, que ganaste obrando

un nombre en todo el mundo

y un grado sin segundo,

ahora estés ante tu Dios postrada,

en rogar por tus hijos ocupada,

o en cosas dignas de tu intento santo,

oye mi voz cansada

y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.

Luego que de la cuna y las mantillas

sacó Dios tu niñez, diste señales

que Dios para ser suya te guardaba,

mostrando los impulsos celestiales

en ti, con ordinarias maravillas,

que a tu edad tu deseo aventajaba;

y si se descuidaba

de lo que hacer debía,

tal vez luego volvía

mejorado, mostrando codicioso

que el haber parecido perezoso

era un volver atrás para dar salto,

con curso más brïoso,

desde la tierra al cielo, que es más alto.

Creciste, y fue creciendo en ti la gana

de obrar en proporción de los favores

con que te regaló la mano eterna,

tales que, al parecer, se alzó a mayores

contigo alegre Dios en la mañana

de tu florida edad humilde y tierna;

y así tu ser gobierna

que poco a poco subes

sobre las densas nubes

de la suerte mortal, y así levantas

tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,

que ligero tras sí el alma le lleva

a las regiones santas

con nueva suspensión, con virtud nueva.

Allí su humildad te muestra santa;

acullá se desposa Dios contigo,

aquí misterios altos te revela.

Tierno amante se muestra, dulce amigo,

y, siendo tu maestro, te levanta

al cielo, que señala por tu escuela;

parece se desvela

en hacerte mercedes;

rompe rejas y redes

para buscarte el Mágico divino,

tan tu llegado siempre y tan contino

que, si algún afligido a Dios buscara,

acortando camino

en tu pecho o en tu celda le hallara.

Aunque naciste en Ávila, se puede

decir que Alba fue donde naciste,

pues allí nace donde muere el justo;

desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:

alba pura, hermosa, a quien sucede

el claro día del inmenso gusto.

Que le goces es justo

en éxtasis divinos

por todos los caminos

por donde Dios llevar a un alma sabe,

para darle de sí cuanto ella cabe,

y aun la ensancha, dilata y engrandece

y, con amor süave,

a sí y de sí la junta y enriquece.

Como las circunstancias convenibles

que acreditan los éxtasis, que suelen

indicios ser de santidad notoria,

en los tuyos se hallaron, nos impelen

a creer la verdad de los visibles

que nos describe tu discreta historia;

y el quedar con victoria,

honroso triunfo y palma

del infierno, y tu alma

más humilde, más sabia y obediente

al fin de tus arrobos, fue evidente

señal que todos fueron admirables

y sobrehumanamente

nuevos, continuos, sacros, inefables.

Ahora, pues, que al cielo te retiras,

menospreciando la mortal riqueza

en la inmortalidad que siempre dura,

y el visorrey de Dios nos da certeza

que sin enigma y sin espejo miras

de Dios la incomparable hermosura,

colma nuestra ventura:

oye, devota y pía,

los balidos que envía

el rebaño infinito que crïaste

cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,

que no porque dejaste nuestra vida

la caridad dejaste,

que en los cielos está más extendida.

Canción, de ser humilde has de preciarte

cuando quieras al cielo levantarte,

que tiene la humildad naturaleza

de ser el todo y parte

de alzar al cielo la mortal bajeza.

A QUIÉN IRÁ MI DOLOROSO CANTO

Al Ilustrísimo y Reverendísimo Cardenal don Diego de Espinosa

¿A quién irá mi doloroso canto,

o en cúya oreja sonará su acento,

que no deshaga el corazón en llanto?

A ti, gran cardenal, yo le presento,

pues vemos te ha cabido tanta parte

del hado secutivo vïolento.

Aquí verás qu’el bien no tiene parte:

todo es dolor, tristeza y desconsuelo

lo que en mi triste canto se reparte.

¿Quién dijera, señor, que un solo vuelo

de una ánima beata al alta cumbre

pusiera en confusión al bajo suelo?

Mas, ¡ay!, que yace muerta nuestra lumbre:

el alma goza de perpetua gloria,

y el cuerpo de terrena pesadumbre.

No se pase, señor, de tu memoria

cómo en un punto la invincible muerte

lleva de nuestras vidas la victoria.

Al tiempo que esperaba nuestra suerte

poderse mejorar, la sancta mano

mostró por nuestro mal su furia fuerte.

Entristeció a la tierra su verano,

secó su paraíso fresco y tierno,

el ornato añubló del ser cristiano.

Volvió la primavera en frío invierno,

trocó en pesar su gusto y alegría,

tornó de arriba abajo su gobierno.

Pasóse ya aquel ser que ser solía

a nuestra obscuridad claro lucero,

sosiego del antigua tiranía.

A más andar el término postrero

llegó, que dividió con furia insana

del alma sancta el corazón sincero.

Cuanto ya nos venía la temprana

dulce fruta del árbol deseado,

vino sobre él la frígida mañana.

Quien detuvo el poder de Marte airado

que no pasase más el alto monte,

con prisiones de nieve aherrojado,

no pisará ya más nuestro horizonte,

que a los campos Elíseos es llevada

sin ver la obscura barca de Caronte.

A ti, fiel pastor de la manada

seguntina, es justo y te conviene

aligerarnos carga tan pesada.

Mira el dolor que el gran Filipo tiene:

allí tu discreción muestre el alteza

que en tu divino ingenio se contiene.

Bien sé que le dirás que a la bajeza

de nuestra humanidad es cosa cierta

no tener solo un punto de firmeza,

y que, si yace su esperanza muerta

y el dolor vida y alma le lastima,

que a do la cierra, Dios abre otra puerta.

Mas, ¿qué consuelo habrá, señor, que oprima

algún tanto sus lágrimas cansadas

si una prenda perdió de tanta estima?

Y más si considera las amadas

prendas que le dejó en la dulce vida

y con su amarga muerte lastimadas.

Alma bella, del cielo merescida,

mira cuál queda el miserable suelo

sin la luz de tu vista esclarescida:

verás que en árbor verde no hace vuelo

el ave más alegre, antes ofresce

en su amoroso canto triste duelo.

Contino en grave llanto se anochece

el triste día que te imaginamos

con aquella virtud que no perece;

mas deste imaginar nos consolamos

en ver que merescieron tus deseos

que goces ya del bien que deseamos.

Acá nos quedarán por tus trofeos

tu cristiandad, valor y gracia estraña,

de alma sancta sanctísimos arreos.

De hoy más, la sola y afligida España,

cuando más sus clamores levantare

al summo Hacedor y alta compaña,

cuando más por salud le importunare

al término postrero que perezca

y en el último trance se hallare,

sólo podrá pedirle que le ofrezca

otra paz, otro amparo, otra ventura

qu’en obras y virtudes le parezca.

El vano confiar y la hermosura,

¿de qué nos sirve si en pequeño instante

damos en manos de la sepultura?

Aquel firme esperar sancto y constante,

que concede a la fe su cierto asiento

y a la querida hermana ir adelante,

adonde mora Dios en su aposento

nos puede dar lugar dulce y sabroso,

libre de tempestad y humano viento.

Aquí, señor, el último reposo

no puede perturbarse, ni la vida

temer más otro trance doloroso;

aquí con nuevo ser es conducida

entre las almas del inmenso coro

nuestra Isabela, reina esclarescida;

con tal sinceridad guardó el decoro,

do al precepto divino más se aspira,

que meresce gozar de tal tesoro.

¡Ay muerte!, ¿contra quién tu amarga ira

quesiste ejecutar para templarme

con profundo dolor mi triste lira?

Si nos cansáis, señor, ya descucharme,

anudaré de nuevo el roto hilo,

que la ocasión es tal que ha d’esforzarme;

lágrimas pediré al corriente Nilo,

un nuevo corazón al alto cielo,

y a las más tristes musas triste estilo.

Diré que al duro mal, al grave duelo

que a España en brazos de la muerte tiene,

no quiso Dios dejarle sin consuelo:

dejóle al gran Filipo, que sostiene,

cual firme basa al alto firmamento,

el bien o desventura que le viene.

De aquesto, vos lleváis el vencimiento,

pues deja en vuestros hombros él la carga

del cielo y de la tierra, y pensamiento.

La vida que en la vuestra ansí se encarga

muy bien puede vivir leda y segura,

pues de tanto cuidado se descarga;

gozando, como goza, tal ventura

el gran señor del ancho suelo hispano,

su mal es menos y nuestra desventura.

Si el ánimo real, si el soberano

tesoro le robó en un solo día

la muerte airada con esquiva mano,

regalos son qu’el summo Dios envía

a aquél que ya le tiene aparejado

sublime asiento en l’alta jerarquía.

Quien goza quïetud siempre en su estado,

y el efecto le acude a la esperanza

y a lo que quiere nada le es trocado,

argúyese que poca confianza

se puede tener d’él que goce y vea

con claros ojos bienaventuranza.

Cuando más favorable el mundo sea,

cuando nos ría el bien todo delante

y venga al corazón lo que desea,

tiénese de esperar que en un instante

dará con ello la Fortuna en tierra,

que no fue ni será jamás constante.

Y aquel que no ha gustado de la guerra,

a do se aflige el cuerpo y la memoria,

paresce Dios del cielo le destierra,

porque no se coronan en la gloria

si no es los capitanes valerosos

que llevan de sí mesmos la victoria.

Los amargos sospiros dolorosos,

las lágrimas sin cuento que ha vertido

quien nos puede su vista hacer dichosos,

el perder a su hijo tan querido,

aquel mirarse y verse cuál se halla

de todo su placer desposeído,

¿qué se puede decir sino batalla

adonde l’hemos visto siempre armado

con la paciencia, qu’es muy fina malla?

Del alto cielo ha sido consolado

[con] concederle acá vuestra persona,

que mira por su honra y por su estado.

De aquí saldrá a gozar de una corona

más rica, más preciosa y muy más clara

que la que ciñe al hijo de Latona.

Con él vuestra virtud, al mundo rara,

se tiene de estender de gente en gente,

sin poderlo estorbar Fortuna avara;

resonará el valor tan excelente

que os ciñe, cubre, ampara y os rodea,

de donde sale el sol hasta occidente,

y allá en el alto alcázar do pasea

en mil contentos nuestra reina amada,

si puede desear, sólo desea

que sea por mil siglos levantada

vuestra grandeza, pues que se engrandece

el valor de su prenda deseada,

que [en] vuestro poderío se paresce

del católico rey la summa alteza,

que desde un polo al otro resplandesce.

De hoy más, deje del llanto la fiereza

el afligida España, levantando

con verde lauro ornada la cabeza,

que, mientra fuere el cielo mejorando

del soberano rey la larga vida,

no es bien que se consuma lamentando;

y, en tanto que arribare a la subida

de la inmortalidad vuestra alma pura,

no se entregue al dolor tan de corrida;

y más, qu’el grave rostro de hermosura,

por cuya ausencia vive sin consuelo,

goza de Dios en la celeste altura.

¡Oh trueco glorïoso, oh sancto celo,

pues con gozar la tierra has merecido

tender tus pasos por el alto cielo!

Con esto cese el canto dolorido,

magnánimo señor, que, por mal diestro,

queda tan temeroso y tan corrido

cuanto yo quedo, gran señor, por vuestro.

AL TÚMULO DEL REY QUE SE HIZO EN SEVILLA…

«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza

y que diera un doblón por describilla!;

porque, ¿a quién no suspende y maravilla

esta máquina insigne, esta braveza?

¡Por Jesucristo vivo, cada pieza

vale más que un millón, y que es mancilla

que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,

Roma triunfante en ánimo y riqueza!

¡Apostaré que la ánima del muerto,

por gozar este sitio, hoy ha dejado

el cielo, de que goza eternamente!»

Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto

lo que dice voacé, seor soldado,

y quien dijere lo contrario miente!»

Y luego encontinente

caló el chapeo, requirió la espada,

miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

BATE, FAMA VELOZ, LAS PRESTAS ALAS…

Bate, Fama veloz, las prestas alas,

rompe del norte las cerradas nieblas,

aligera los pies, llega y destruye

el confuso rumor de nuevas malas

y con tu luz desparce las tinieblas

del crédito español, que de ti huye;

esta preñez concluye

en un parto dichoso que nos muestre

un fin alegre de la ilustre empresa,

cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,

ya en contienda naval, ya en la terrestre,

hasta que, con tus ojos y tus lenguas,

diciendo ajenas menguas,

de los hijos de España el valor cantes,

con que admires al cielo, al suelo espantes.

Di con firme verdad, firme y sigura:

¿hizo el que pudo la victoria vuestra?

¿Sentenciado ha su causa el Padre eterno?

¿Bañada queda en roja sangre y pura

la católica espada y fuerte diestra?

En fin, de aquel que asiste a su gobierno,

¿poblado ha el hondo infierno

de nuevas almas, y de cuerpos lleno

el mar, que a los despojos y banderas

de las naciones pertinaces, fieras,

apenas dio lugar su inmenso seno,

del pirata mayor del occidente

ya inclinada la frente,

y puesto al cuello altivo y indomable

del vencimiento el yugo miserable?

Di (que al fin lo dirás): «allí volaron

por el aire los cuerpos, impelidos

de las fogosas máquinas de guerra;

aquí las aguas su color cambiaron,

y la sangre de pechos atrevidos

humedecieron la contraria tierra»;

cómo huye, o si afierra,

este y aquel navío; en cuántos modos

se aparecen las sombras de la muerte;

cómo juega Fortuna con la suerte,

no mostrándose igual ni firme a todos,

hasta que, por mil varios embarazos,

los españoles brazos,

rompiendo por el aire, tierra y fuego,

declararon por suyo el mortal juego.

Píntanos ya un diluvio con razones,

causado de un conflicto temeroso

y que le pinta la contraria parte:

mil cuerpos sobreaguados y en montones

confusos, otros naden cobdiciosos

d’entretener la vida en cualquier parte;

al descuido, y con arte,

pinta rotas entenas, jarcias rotas,

quillas sentidas, tablas desclavadas,

y, de impaciencia y de rigor armadas,

las dos (y no en valor) iguales flotas.

Exprime los gemidos excesivos

de aquellos semivivos

que, ardiendo, al agua fría se arrojaban

y, en la muerte del fuego, muerte hallaban.

Después d’esto dirás: «en espaciosas,

concertadas hileras va marchando

nuestro cristiano ejército invencible,

las cruzadas banderas victoriosas

al aire con donaire tremolando,

haciendo vista fiera y apacible.

Forma aquel son horrible

que el cóncavo metal despide y forma,

y aquel del atambor que engendra y cría

en el cobarde pecho valentía

y el temor natural trueca y reforma»;

haz los reflejos y vislumbres bellas

que, cual claras estrellas,

en las lucidas armas el sol hace

cuando mirar este escuadrón le place.

Esto dicho, revuelve presurosa

y en los oídos de los dos prudentes

famosos generales luego envía

una voz que les diga la gloriosa

estirpe de sus claros ascendientes,

cifra de más que humana valentía:

al que las naves guía

muéstrale sobre un muro un caballero,

más que de yerro, de valor armado,

y entre la turba mora un niño atado,

cual entre hambrientos lobos un cordero,

y al segundo Abrahán que dé la daga

con que el bárbaro haga

el sacrificio horrendo que en el suelo

le dio fama y imortal gloria en el cielo;

dirás al otro, que en sus venas tiene

la sangre de Austria, que con esto sólo

le dirás cien mil hechos señalados

que, en cuanto el ancho mar cerca y contiene,

y en lo que mira el uno y otro polo,

fueron por sus mayores acabados.

Éstos ansí informados,

entra en el escuadrón de nuestra gente

y allá verás, mirando a todas partes,

mil Cides, mil Roldanes y mil Martes,

valiente aquél, aquéste más valiente;

a estos solos les dirás que miren

para que luego aspiren

a concluir la más dudosa hazaña:

«Hijos, mirad que es vuestra madre España!,

la cual, desde que al viento y mar os distes,

cual viuda llora vuestra ausencia larga,

contrita, humilde, tierna, mansa y justa,

los ojos bajos, húmidos y tristes,

cubierto el cuerpo de una tosca sarga,

que de sus galas poco o nada gusta

hasta ver en la injusta

cerviz inglesa puesto el suave yugo

y sus puertas abrir, de herror cargadas,

con las romanas llaves dedicadas

[a] abrir el cielo como al cielo plugo.

Justa es la empresa, y vuestro brazo fuerte;

aun de la misma muerte

quitara la vitoria de la mano,

cuanto más del vicioso luterano».

Muéstrales, si es posible, un verdadero

retrato del católico monarca,

y verán de David la voz y el pecho,

las rodillas por el suelo y un cor[dero]

mirando, a quien encierra y guarda un arca,

mejor que aquélla quisier[a haber hecho],

puestos de trecho a trecho

doce descalzos ángeles mortales

en quien tanta virtud el cielo encierra

que con humilde voz desde la tierra

pasan del mismo cielo los umbrales.

Con tal cordero, tal monarca y luego

de tales doce el ruego,

diles que está siguro el triunfo y gloria,

y que ya España canta la victoria.

Canción, si vas despacio do te envío,

en todo el cielo fío

que has de cambiar por nuevas de alegría

el nombre de canción y profecía.

BIEN DONADO SALE EL MUNDO…

Bien donado sale al mundo

este libro, do se encierra

la paz de amor y la guerra,

y aquel fruto sin segundo

de la castellana tierra;

que, aunque le da Maldonado,

va tan rico y bien donado

de sciencia y de discreción,

que me afirmo en la razón

de decir que es bien donado.

El sentimiento amoroso

del pecho más encendido

en fuego de amor, y herido

de su dardo ponzoñoso

y en la red suya cogido,

el temor y la esperanza

con que el bien y el mal se alcanza

en las empresas de amor:

aquí muestra su valor,

su buena o su mala andanza.

Sin flores, sin praderías

y sin los faunos silvanos,

sin ninfas, sin dioses vanos,

sin yerbas, sin aguas frías

y sin apacibles llanos,

en agradables conceptos

profundos, altos, discretos,

con verdad llana y distinta,

aquí el sabio autor nos pinta

del ciego dios los efetos.

Con declararnos la mengua

y el bien de su ardiente llama,

ha dado a su nombre fama

y enriquecido su lengua,

que ya la mejor se llama,

y hanos mostrado que es solo

favorecido de Apolo

con dones tan infinitos,

que su fama en sus escritos

irá d’éste al otro polo.

CUAL VEMOS DEL ROSADO Y RICO ORIENTE…

Cual vemos del rosado y rico oriente

la blanca y dura piedra señalarse

y en todo, aunque pequeña, aventajarse

a la mayor del Cáucaso eminente,

tal este (humilde al parecer) presente

puede y debe mirarse y admirarse,

no por la cantidad, mas por mostrarse

ser en su calidad tan excelente.

El que navega por el golfo insano

del mar de pretensiones verá al punto

del cortesano laberinto el hilo.

¡Felice ingenio y venturosa mano

qu’el deleite y provecho puso junto

en juego alegre, en dulce y claro estilo!

CUANDO PRECIOSA EL PANDERETE TOCA…

Cuando Preciosa el panderete toca

y hiere el dulce son los aires vanos,

perlas son que derrama con las manos;

flores son que despide de la boca.

Suspensa el alma, y la cordura loca,

queda a los dulces actos sobrehumanos,

que, de limpios, de honestos y de sanos,

su fama al cielo levantado toca.

Colgadas del menor de sus cabellos

mil almas lleva, y a sus plantas tiene

Amor rendidas una y otra flecha.

Ciega y alumbra con sus soles bellos,

su imperio Amor por ellos le mantiene,

y aún más grandezas de su ser sospecha.

CUATRO REDONDILLAS CASTELLANAS

A la muerte de Su Majestad

Cuando un estado dichoso

esperaba nuestra suerte,

bien como ladrón famoso

vino la invencible muerte

a robar nuestro reposo;

y metió tanto la mano

aqueste fiero tirano,

por orden del alto cielo,

que nos llevó deste suelo

el valor del ser humano.

¡Cuán amarga es tu memoria,

oh dura y terrible faz!

Pero en aquesta victoria,

si llevaste nuestra paz,

fue para dalle más gloria;

y, aunqu’el dolor nos desvela,

una cosa nos consuela:

ver que al reino soberano

ha dado un vuelo temprano

nuestra muy cara Isabela.

Una alma tan limpia y bella,

tan enemiga de engaños,

¿qué pudo merecer ella,

para que en tan tiernos años

dejase el mundo de vella?

Dirás, Muerte, en quien se encierra

la causa de nuestra guerra,

para nuestro desconsuelo,

que cosas que son del cielo

no las merece la tierra.

Tanto de punto subiste

en el amor que mostraste,

que, ya que al cielo te fuiste,

en la tierra nos dejaste

las prendas que más quesiste.

¡Oh Isabela Eugenia Clara,

Catalina, a todos cara,

claros luceros las dos,

no quiera y permita Dios

se os muestre Fortuna avara!

DE LA VIRGEN SIN PAR, SANTA Y BENDITA…

De la Virgen sin par, santa y bendita

(digo, de sus loores), justamente

haces el rico, sin igual presente

a la sin par cristiana Margarita.

Dándole, quedas rico, y queda escrita

tu fama en hojas de metal luciente,

que, a despecho y pesar del diligente

tiempo, será en sus fines infinita:

¡felice en el sujeto que escogiste,

dichoso en la ocasión que te dio el cielo

de dar a Virgen el virgíneo canto;

venturoso también porque heciste

que den las musas del hispano suelo

admiración al griego, al tusco espanto.

DE TURIA EL CISNE MÁS FAMOSO CANTA…

De Turia el cisne más famoso hoy canta,

y no para acabar la dulce vida,

que en sus divinas obras escondida

a los tiempos y edades se adelanta:

queda por él canonizada y santa

Teruel, vivos Marcilla y su homicida;

su pluma, por heroica conocida,

en quien se admira el cielo, el suelo espanta.

Su dotrina, su voz, su estilo raro,

que por tuyos, ¡oh Apolo!, reconoces,

según el vuelo de sus bellas alas,

grabadas por la Fama en mármol paro

y en láminas de bronce, harán que goces

siglo de eternidad, Yagüe de Salas.

EL CASTO ARDOR DE UNA AMOROSA LLAMA…

El casto ardor de una amorosa llama,

un sabio pecho a su rigor sujeto,

un desdén sacudido y un afecto

blando, que al alma en dulce fuego inflama,

el bien y el mal a que convida y llama

de amor la fuerza y poderoso efecto,

eternamente, en son claro y perfecto,

con estas rimas cantará la fama,

llevando el nombre único y famoso

vuestro, felice López Maldonado,

del moreno etíope al cita blanco,

y hará que en balde de laurel honroso

espere alguno verse coronado

si no os imita y tiene por su blanco.

EL QUE SUBIÓ POR SENDAS NUNCA USADAS…

«Este soneto hice a la muerte de Fernando de Herrera; y, para entender el primer cuarteto, advierto que él celebraba en sus versos a una señora debajo deste nombre de Luz. Creo que es de los buenos que he hecho en mi vida»

El que subió por sendas nunca usadas

del sacro monte a la más alta cumbre;

el que a una Luz se hizo todo lumbre

y lágrimas, en dulce voz cantadas;

el que con culta vena las sagradas

de Helicón y Pirene en muchedumbre

(libre de toda humana pesadumbre)

bebió y dejó en divinas transformadas;

aquél a quien invidia tuvo Apolo

porque, a par de su Luz, tiene su fama

de donde nace a donde muere el día:

el agradable al cielo, al suelo solo,

vuelto en ceniza de su ardiente llama,

yace debajo desta losa fría.

EN LA MEMORIA VIVA DE LAS GENTES

A don Diego de Mendoza y a su fama

En la memoria vive de las gentes,

varón famoso, siglos infinitos,

premio que le merecen tus escritos

por graves, puros, castos y excelentes.

Las ansias en honesta llama ardientes,

los Etnas, los Estigios, los Cocitos

que en ellos suavemente van descritos,

mira si es bien, ¡oh Fama!, que los cuentes,

y aun que los lleves en ligero vuelo

por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,

y en láminas de bronce los esculpas;

que así el suelo sabrá que sabe el cielo

que el renombre inmortal que se desea

tal vez le alcanzan amorosas culpas.

EN VUESTRA SIN IGUAL, DULCE ARMONÍA…

A la señora doña Alfonsa González, monja profesa en el monasterio de Nuestra Señora de Constantinopla, en la dirección deste libro de la Sacra Minerva

En vuestra sin igual, dulce armonía,

hermosísima Alfonsa, nos reserva

la nueva, la sin par sacra Minerva

cuanto de bueno y santo el cielo cría.

Llega el felice punto, llega el día

en que, si os oye la infernal caterva,

huye gimiendo al centro y, de la acerva

región, suspiros a la tierra envía.

En fin, vos convertís el suelo en cielo

con la voz celestial, con la hermosura

que os hacen parecer ángel divino;

y así, conviene que tal vez el velo

alcéis, y descubráis esa luz pura

que nos pone del cielo en el camino.

EPITAFIO

Aquí el valor de la española tierra,

aquí la flor de la francesa gente,

aquí quien concordó lo diferente,

de oliva coronando aquella guerra;

aquí en pequeño espacio veis se encierra

nuestro claro lucero de occidente;

aquí yace enterrada la excelente

causa que nuestro bien todo destierra.

Mirad quién es el mundo y su pujanza,

y cómo, de la más alegre vida,

la muerte lleva siempre la victoria;

también mirad la bienaventuranza

que goza nuestra reina esclarescida

en el eterno reino de la gloria.

GALATEA

Tanto cuanto el amor convida y llama

al alma con sus gustos de apariencia,

tanto más huye su mortal dolencia

quien sabe el nombre que le da la fama.

Y el pecho opuesto a su amorosa llama,

armado de una honesta resistencia,

poco puede empecerle su inclemencia,

poco su fuego y su rigor le inflama.

Segura está, quien nunca fue querida

ni supo querer bien, de aquella lengua

que en su deshonra se adelgaza y lima;

mas si el querer y el no querer da mengua,

¿en qué ejercicios pasará la vida

la que más que al vivir la honra estima?

JAMÁS EN EL JARDÍN DE FALERINA…

A don Diego Rosel y Fuenllana, inventor de nuevos artes

Jamás en el jardín de Falerina

ni en la Parnasa, excesible cuesta,

se vio Rosel ni rosa cual es ésta,

por quien gimió la maga Dragontina;

atrás deja la flor que se recrina

en la del Tronto archiducal floresta,

dejando olor por vía manifesta

que a la región del cielo la avecina.

Crece, ¡oh muy felice planta!, crece,

y ocupen tus pimpollos todo el orbe,

retumbando, crujiendo y espantando;

el Betis calle, pues el Po enmudece,

y la muerte, que a todo humano sorbe,

sola esta rosa vaya eternizando.

MADRE DE LOS VALIENTES DE LA GUERRA…

Madre de los valientes de la guerra,

archivo de católicos soldados,

crisol donde el amor de Dios se apura,

tierra donde se ve que el cielo entierra

los que han de ser al cielo trasladados

por defensores de la fe más pura:

no te parezca acaso desventura,

¡Oh España, madre nuestra!,

ver que tus hijos vuelven a tu seno

dejando el mar de sus desgracias lleno,

pues no los vuelve la contraria diestra:

vuélvelos la borrasca incontrastable

del viento, mar, y el cielo que consiente

que se alce un poco la enemiga frente,

odiosa al cielo, al suelo detestable,

porque entonces es cierta la caída

cuando es soberbia y vana la subida.

Abre tus brazos y recoge en ellos

los que vuelven confusos, no rendidos,

pues no se escusa lo que el cielo ordena,

ni puede en ningún tiempo los cabellos

tener alguno con la mano asidos

de la calva ocasión en suerte buena,

ni es de acero o diamante la cadena

con que se enlaza y tiene

el buen suceso en los marciales casos,

y los más fuertes bríos quedan lasos

del que a los brazos con el viento viene,

y esta vuelta que ves desordenada

sin duda entiendo que ha de ser la vuelta

del toro para dar mortal revuelta

a la gente con cuerpos desalmada,

que el cielo, aunque se tarda, no es amigo

de dejar las maldades sin castigo.

A tu león pisado le han la cola;

las vedijas sacude, y arrevuelve

a la justa venganza de su ofensa,

no sólo suya, que si fuera sola,

quizá la perdonara: sólo vuelve

por la de Dios, y en restaurarla piensa.

Único es su valor, su fuerza imensa,

claro su entendimiento,

indignado con causa, y tal que a un pecho

cristiano, aunque de mármol fuese hecho,

moviera a justo y vengativo intento.

Y más, que el galo, el tusco, el moro mira,

con vista aguda y ánimos perplejos,

cuáles son los comienzos y los dejos,

y dónde pone este león la mira,

porque entonces su suerte está lozana

en cuanto tiene este león cuartana.

Ea pues, ¡oh Felipe, señor nuestro,

Segundo en nombre y hombre sin segundo,

coluna de la fe segura y fuerte!,

vuelve en suceso más felice y diestro

este designio que fabrica el mundo,

que piensa manso y sin coraje verte,

como si no bastasen a moverte

tus puertos salteados

en las remotas Indias apartadas,

y en tus casas tus naves abrasadas,

y en la ajena los templos profanados;

tus mares llenos de piratas fieros,

por ellos tus armadas encogidas,

y en ellos mil haciendas y mil vidas

sujetos a mil bárbaros aceros,

cosas que cada cual por sí es posible

a hacer que se intente aun lo imposible.

Pide, toma, señor, que todo aquello

que tus vasallos tienen se te ofrece

con liberal y valerosa mano

a trueque que al inglés pérfido cuello

pongas el justo yugo que merece

su injusto pecho y proceder insano;

no sólo el oro que se adora en vano,

sino sus hijos caros

te darán, cual el suyo dio don Diego,

que, en propia sangre y en ajeno fuego,

acrisoló los hechos siempre raros

de la casa de Córdoba, que ha dado

catorce mayorazgos a las lanzas

moriscas, y, con firmes confianzas,

sus obras y su nombre han dilatado

por la espaciosa redondez del suelo,

que el que así muere vive y gana el cielo.

En tanto que los brazos levantares,

gran capitán de Dios, espera, espera

ver vencedor tu pueblo, y no vencido;

pero si de cansado los bajares,

los suyos alzará la gente fiera,

que para el mal el malo es atrevido;

y en tu perseverancia está inclüido

un felice suceso

de la empresa justísima que tomas,

y no con ella un solo reino domas,

que a muchos pones de temor el peso;

aseguras los tuyos, fortaleces

lo que la buena fama de ti canta,

que eres un justo horror que al malo espanta

y mano que a los justos favoreces;

alza los brazos, pues, Moisés cristiano,

y pondrálos por tierra el luterano.

Vosotros que, llevados de un deseo

justo y honroso, al mar os entregastes

y el ocio blando y el regalo huistes,

puesto que os imagino ahora y veo

entre el viento y el mar que contrastastes

y los mortales daños que sufristes,

d’entre Scila y Caribdis no tan tristes

salís que no se vea

en vuestro bravo, varonil semblante

que romperéis por montes de diamante

hasta igualar la desigual pelea;

que los bríos y brazos españoles

quilatan su valor, su fuerza y brío

con la hambre, sed, calor y frío

cual se quilata el oro en los crisoles,

y, apurados así, son cual la planta

que al cielo con la carga se levanta.

El diestro esgrimidor, cuando le toca

quien sabe menos que él, se enciende en ira

y con facilidad se desagravia;

y en la orilla del mar la fuerte roca,

mientras su furia a deshacerla aspira,

muy poco o nada su rigor la agravia;

y es común opinión de gente sabia

que cuanto más ofende

el malo al bueno, tanto más aumenta

el temor del alcance de la cuenta,

que siempre es malo del que mal espende.

Triunfe el pirata, pues, agora y haga

júbilo y fiestas, porque el mar y el viento

han respondido al justo de su intento

sin acordarse si el que debe paga,

que, al sumar de la cuenta, en el remate

se hará un alcance que le alcance y mate.

¡Oh España, oh rey, oh mílites famosos!,

ofrece, manda, obedeced, que el cielo

en fin ha de ayudar al justo celo,

puesto que los principios sean dudosos,

y en la justa ocasión y en la porfía

encierra la vitoria su alegría.

MUESTRA SU INGENIO EL QUE ES PINTOR CURIOSO…

Muestra su ingenio el que es pintor curioso

cuando pinta al desnudo una figura,

donde la traza, el arte y compostura

ningún velo la cubra artificioso:

vos, seráfico padre, y vos, hermoso

retrato de Jesús, sois la pintura

al desnudo pintada, en tal hechura

que Dios nos muestra ser pintor famoso.

Las sombras de ser mártir descubristes,

los lejos, en que estáis allá en el cielo

en soberana silla colocado;

las colores, las llagas que tuvistes

tanto las suben que se admira el suelo,

y el pintor en la obra se ha pagado.

NO HA MENESTER EL QUE TUS HECHOS CANTA…

No ha menester el que tus hechos canta,

¡oh gran marqués!, el artificio humano,

que a la más sutil pluma y docta mano

ellos le ofrecen al que al orbe espanta;

y éste que sobre el cielo se levanta,

llevado de tu nombre soberano,

a par del griego y escritor toscano,

sus sienes ciñe con la verde planta;

y fue muy justa prevención del cielo

que a un tiempo ejercitases tú la espada

y él su prudente y verdadera pluma,

porque, rompiendo de la invidia el velo,

tu fama, en sus escritos dilatada,

ni olvido o tiempo o muerte la consuma.

¡OH CUÁN CLARAS SEÑALES HEBÉIS DADO…

¡Oh cuán claras señales habéis dado,

alto Bartholomeo de Ruffino,

que de Parnaso y Ménalo el camino

habéis dichosamente paseado!

Del siempre verde lauro coronado

seréis, si yo no soy mal adivino,

si ya vuestra fortuna y cruel destino

os saca de tan triste y bajo estado,

pues, libre de cadenas vuestra mano,

reposando el ingenio, al alta cumbre

os podéis levantar seguramente,

oscureciendo al gran Livio romano,

dando de vuestras obras tanta lumbre

que bien merezca el lauro vuestra frente.

¡OH VENTUROSA, LEVANTADA PLUMA…

¡Oh venturosa, levantada pluma

que en la empresa más alta te ocupaste

que el mundo pudo, y al fin mostraste

al recibo y al gasto igual la suma!,

calle de hoy más el escriptor de Numa,

que nadie llegará donde llegaste,

pues en tan raros versos celebraste

tan raro capitán, virtud tan summa.

¡Dichoso el celebrado, y quien celebra,

y no menos dichoso todo el suelo,

que tanto bien goza en esta historia,

en quien envidia o tiempo no harán quiebra;

antes hará con justo celo el cielo

eterna más que el tiempo su memoria!

ORACIÓN

A Ti me vuelvo, gran Señor, que alzaste,

a costa de tu sangre y de tu vida,

la mísera de Adán primer caída

y adonde él nos perdió, Tú nos cobraste.

A Ti, Pastor bendito, que buscaste

de las cien ovejuelas, la perdida

y hallándola del lobo perseguida,

sobre tus hombros santos te la echaste.

A Ti me vuelvo en mi aflicción amarga

y a Ti toca, Señor, el darme ayuda,

que soy cordera de tu aprisco ausente

y temo que a carrera corta o larga,

cuando a mi daño tu favor no acuda

me ha de alcanzar esta infernal serpiente.

OVILLEJOS

¿Quién menoscaba mis bienes?

¡Desdenes!

¿Y quién aumenta mis duelos?

¡Los celos!

¿Y quién prueba mi paciencia?

¡Ausencia!

De ese modo en mi dolencia

ningún remedio me alcanza,

pues me matan las esperanzas,

desdenes, celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?

¡Amor!

¿Y quién mi gloria repugna?

¡Fortuna!

¿Y quién consiente mi duelo?

¡El cielo!

De ese modo yo recelo

morir deste mal extraño,

pues se aúnan en mi daño

amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?

¡La muerte!

Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?

¡Mudanza!

Y sus males, ¿quién los cura?

¡Locura!

De ese modo no es cordura

querer curar la pasión,

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura.

POR UN SEVILLANO RUFO A LO VALÓN…

Por un sevillano rufo a lo valón,

tengo socarrado todo el corazón.

Por un morenico de color verde,

¿cuál es la fogosa que no se pierde?

Riñen dos amantes; hácese la paz;

si el enojo es grande, es el gusto más.

Deténte, enojado, no me azotes más;

que si bien lo miras, a tus carnes das.

REDONDILLAS AL HÁBITO DE FRAY PEDRO DE PADILLA

Hoy el famoso Padilla

con las muestras de su celo

causa contento en el cielo

y en la tierra maravilla,

porque, llevado del cebo

de amor, temor y consejo,

se despoja el hombre viejo

para vestirse de nuevo.

Cual prudente sierpe ha sido,

pues, con nuevo corazón,

en la piedra de Simón

se deja el viejo vestido,

y esta mudanza que hace

lleva tan cierto compás

que en ella asiste lo más

de cuanto a Dios satisface.

Con las obras y la fe

hoy para el cielo se embarca

en mejor jarciada barca

que la que libró a Noé;

y, para hacer tal pasaje,

ha muchos años que ha hecho,

con sano y cristiano pecho,

cristiano matalotaje,

y no teme el mal tempero

ni anegarse en el profundo

porque en el mar d’este mundo

es plático marinero,

y ansí, mirando el aguja

divina, cual se requiere,

si el demonio a orza diere,

él dará al instante a puja.

Y llevando este concierto

con las ondas d’este mar,

a la fin vendrá a parar

a seguro y dulce puerto,

donde, sin áncoras ya,

estará la nave en calma

con la eternidad del alma,

que nunca se acabará.

En una verdad me fundo,

y mi ingenio aquí no yerra,

qu’en siendo sal de la tierra,

habéis de ser luz del mundo:

luz de gracia rodeada

que alumbre nuestro horizonte,

y sobre el Carmelo monte

fuerte ciudad levantada.

Para alcanzar el trofeo

d’estas santas profecías,

tendréis el carro de Elías

con el manto de Eliseo,

y, ardiendo en amor divino,

donde nuestro bien se fragua,

apartando el manto al agua,

por el fuego haréis camino;

porqu’el voto de humildad

promete segura alteza

y castidad y pobreza,

bienes de divinidad,

y ansí los cielos serenos

verán, cuando acabarás,

un cortesano allá más

y en la tierra un sabio menos.

REDONDILLA CASTELLANA

Cuando dejaba la guerra

libre nuestro hispano suelo,

con un repentino vuelo

la mejor flor de la tierra

fue trasplantada en el cielo;

y, al cortarla de su rama,

el mortífero accidente

fue tan oculto a la gente

como el que no ve la llama

hasta que quemar se siente.

ROMANCE

Yace donde el sol se pone,

entre dos tajadas peñas,

una entrada de un abismo,

quiero decir, una cueva

profunda, lóbrega, escura,

aquí mojada, allí seca,

propio albergue de la noche,

del horror y las tinieblas.

Por la boca sale un aire

que al alma encendida yela,

y un fuego, de cuando en cuando,

que el pecho de yelo quema.

Óyese dentro un rüido

como crujir de cadenas

y unos ayes luengos, tristes,

envueltos en tristes quejas.

Por las funestas paredes,

por los resquicios y quiebras

mil víboras se descubren

y ponzoñosas culebras.

A la entrada tiene puesto[s],

en una amarilla piedra,

huesos de muerto encajados

de modo que forman letras,

las cuales, vistas del fuego

que arroja de sí la cueva,

dicen: «Ésta es la morada

de los celos y sospechas».

Y un pastor contaba a Lauso

esta maravilla cierta

de la cueva, fuego y yelo,

aullidos, sierpes y piedra,

el cual, oyendo, le dijo:

«Pastor, para que te crea,

no has menester juramentos

ni hacer la vista esperiencia.

Un vivo traslado es ése

de lo que mi pecho encierra,

el cual, como en cueva escura,

no tiene luz, ni la espera.

Seco le tienen desdenes

bañado en lágrimas tiernas;

aire, fuego y los suspiros

le abrasan contino y yelan.

Los lamentables aullidos,

son mis continuas querellas,

víboras mis pensamientos

que en mis entrañas se ceban.

La piedra escrita, amarilla,

es mi sin igual firmeza,

que mis huesos en la muerte

mostrarán que son de piedra.

Los celos son los que habitan

en esta morada estrecha,

que engendraron los descuidos

de mi querida Silena».

En pronunciando este nombre,

cayó como muerto en tierra,

que de memorias de celos

aquestos fines se esperan.

Otra versión:

Hacia donde el sol se pone,

entre dos partidas peñas,

una entrada de un abismo,

quiero decir, una cueva

oscura, lóbrega y triste,

aquí mojada, allí seca,

propio albergue de la noche,

del terror y de tinieblas.

Por su boca sale un aire

que al alma encendida yela,

y un fuego, de cuando en cuando,

que al pecho de nieve quema.

Óyese dentro un rüido

con crujir de cadenas

y unos ayes luengos, tristes,

envueltos en tristes quejas;

y en las funestas paredes,

por los resquicios y quiebras

mil víboras se descubren

y ponzoñosas culebras.

A la boca tiene puestos,

en una amarilla piedra,

güesos de muerto encajados

de modo que forman letras,

las cuales, vistas al fuego

que sale de la caverna,

dicen: «Ésta es la morada

de los celos y sospechas».

Un pastor contaba a Lauso

esta maravilla cierta

de la cueva, fuego y yelo,

aullidos, sierpes y piedras,

el cual, viéndole, le dijo:

«Pastor, para que te crean,

no has menester jurallo

ni hacer della esperiencia.

El mismo traslado es ése

de lo que mi pecho encierra,

el cual, como en cueva oscura,

ni siente luz, ni la espera.

Seco, le tienen desdenes

bañando lágrimas tiernas;

aire y fuego en los suspiros

arrójase, abrasa y yela.

Los lamentables aullidos,

son mis continuas endechas,

víboras mis pensamientos

que en mis entrañas se ceban.

La piedra escrita, amarilla,

es mis sin igual firmezas,

que los fuegos en mi muerte

dirán cómo fui de piedra.

Los celos son los que avisan

en esta morada estrecha,

que causaron los descuidos

cuidados de Silena».

En pronunciando este mal,

cayó como muerto en tierra,

que de memorias de celos

tales sucesos se esperan.

El cielo a la iglesia ofrece

hoy una piedra tan fina

que en la corona divina

del mismo Dios resplandece.

SI, ANSÍ COMO DE NUESTRO MAL SE CANTA…

Si, ansí como de nuestro mal se canta

en esta verdadera, clara historia,

se oyera de cristianos la victoria,

¡cuál fuera el fruto d’esta rica planta!

Ansí cual es, al cielo se levanta

y es digna de inmortal, larga memoria,

pues, libre de algún vicio y baja escoria,

al alto ingenio admira, al bajo espanta.

Verdad, orden, estilo claro y llano

cual a perfecto historiador conviene,

en esta breve summa está cifrado.

¡Felice ingenio, venturosa mano,

que, entre pesados yerros apretado,

tal arte y tal virtud en sí contiene!

SI EL BAJO SON DE LA ZAMPOÑA MÍA…

A M. Vázquez, mi señor

Si el bajo son de la zampoña mía,

señor, a vuestro oído no ha llegado

en tiempo que sonar mejor debía,

no ha sido por la falta de cuidado

sino por sobra del que me ha traído

por estraños caminos desvïado.

También, por no adquirirme de atrevido

el nombre odioso, la cansada mano

ha encubierto las faltas del sentido.

Mas ya que el valor vuestro sobrehumano,

de quien tiene noticia todo el suelo,

la graciosa altivez, el trato llano

aniquilan el miedo y el recelo

que ha tenido hasta aquí mi humilde pluma

de no quereros descubrir su vuelo,

de vuestra alta bondad y virtud summa

diré lo menos, que lo más no siento

quién de cerrarlo en verso se presuma.

Aquél que os mira en el subido asiento

do el humano favor puede encumbrarse,

y que no cesa el favorable viento,

y él se ve entre las ondas anegarse

del mar de la privanza, do procura,

o por fas o por nefas, levantarse,

¿quién duda que no dice: «La ventura

ha dado en levantar este mancebo

hasta ponerle en la más alta altura:

ayer le vimos inesperto y nuevo

en las cosas que agora mide y trata

tan bien que tengo envidia y las apruebo»?

D’esta manera se congoja y mata

el envidioso, que la gloria ajena

le destruye, marchita y desbarata.

Pero aquél que con mente más serena

contempla vuestro trato y vida honrosa

y del alma dentro, de virtudes llena,

no la inconstante rueda presurosa

de la falsa fortuna, suerte o hado,

signo, ventura, estrella ni otra cosa

dice qu’es causa que en el buen estado

que agora poseéis os haya puesto,

con esperanza de más alto grado,

mas solo el modo del vivir honesto,

la virtud escogida que se muestra

en vuestras obras y apacible gesto,

ésta dice, señor, que os da su diestra

y os tiene asido con sus fuertes lazos

y a más y a más subir siempre os adiestra.

¡Oh sanctos, oh agradables dulces brazos

de la sancta virtud, alma y divina,

y sancto quien recibe sus abrazos!

Quien con tal guía, como vos, camina,

¿de qué se admira el ciego vulgo bajo

si a la silla más alta se avecina?

Y, puesto que no hay cosa sin trabajo,

quien va sin la virtud va por rodeo,

y el que la lleva va por el atajo.

Si no me engaña la experiencia, creo

que se ve mucha gente fatigada

de un solo pensamiento y un deseo:

pretenden más de dos llave dorada,

muchos un mesmo cargo, y quien aspira

a la fidelidad de una embajada.

Cada cual por sí mesmo al blanco tira

donde asestan otros mil, y sólo es uno

cuya saeta dio do fue la mira;

y éste quizá, qu’a nadie fue importuno

ni a la soberbia puerta del privado

se halló, después de vísperas, ayuno,

ni dio ni tuvo a quien pedir prestado:

sólo con la virtud se entretenía

y en Dios y en ella estaba confiado.

Vos sois, señor, por quien decir podría

(y lo digo y diré sin estar mudo)

que sola la virtud fue vuestra guía,

y que ella sola fue bastante y pudo

levantaros al bien do estáis agora,

privado humilde, de ambición desnudo.

¡Dichosa y felicísima la hora,

donde tuvo el real conoscimiento

noticia del valor que anida y mora

en vuestro reposado entendimiento,

cuya fidelidad, cuyo secreto

es de vuestras virtudes el cimiento!

Por la senda y camino más perfecto

van vuestros pies, que es la que el medio

tiene y la que alaba el seso más discreto;

quien por ella camina, vemos viene

a aquel dulce, süave paradero

que la felicidad en sí contiene.

Yo, que el camino más bajo y grosero

he caminado en fría noche escura,

he dado en manos del atolladero,

y en la esquiva prisión, amarga y dura,

adonde agora quedo, estoy llorando

mi corta, infelicísima ventura,

con quejas tierra y cielo importunando,

con suspiros el aire escuresciendo,

con lágrimas el mar acrescentando.

Vida es ésta, señor, do estoy muriendo,

entre bárbara gente descreída

la mal lograda juventud perdiendo.

No fue la causa aquí de mi venida

andar vagando por el mundo acaso

con la vergüenza y la razón perdida:

diez años ha que tiendo y mudo el paso

en servicio del gran Filipo nuestro,

ya con descanso, ya cansado y laso;

y, en el dichoso día que siniestro

tanto fue el hado a la enemiga armada

cuanto a la nuestra favorable y diestro,

de temor y de esfuerzo acompañada,

presente estuvo mi persona al hecho,

más d’esperanza que de hierro armada.

Vi el formado escuadrón roto y deshecho,

y de bárbara gente y de cristiana

rojo en mil partes de Neptuno el lecho;

la muerte airada con su furia insana

aquí y allí con priesa discurriendo,

mostrándose a quién tarda, a quién temprana;

el son confuso, el espantable estruendo,

los gestos de los tristes miserables

que entre el fuego y agua iban muriendo;

los profundos sospiros lamentables

que los heridos pechos despedían,

maldiciendo sus hados detestables.

Helóseles la sangre que tenían

cuando, en el son de la trompeta nuestra,

su daño y nuestra gloria conoscían;

con alta voz, de vencedora muestra,

rompiendo el aire claro, el son mostraba

ser vencedora la cristiana diestra.

A esta dulce sazón yo, triste, estaba

con la una mano de la espada asida,

y sangre de la otra derramaba;

el pecho mío de profunda herida

sentía llagado, y la siniestra mano

estaba por mil partes ya rompida.

Pero el contento fue tan soberano

qu’a mi alma llegó, viendo vencido

el crudo pueblo infiel por el cristiano,

que no echaba de ver si estaba herido,

aunque era tan mortal mi sentimiento,

que a veces me quitó todo el sentido.

Y en mi propia cabeza el escarmiento

no me pudo estorbar que el segundo año

no me pusiese a discreción del viento,

y al bárbaro, medroso pueblo estraño

vi recogido, triste, amedrentado

y con causa temiendo de su daño,

y al reino tan antiguo y celebrado,

a do la hermosa Dido fue rendida

al querer del troyano desterrado,

también, vertiendo sangre aún la herida

mayor, con otras dos, quise hallarme

por ver ir la morisma de vencida.

¡Dios sabe si quisiera allí quedarme

con los que allí quedaron esforzados

y perderme con ellos, o ganarme!

Pero mis cortos, implacables hados,

en tan honrosa empresa no quisieron

que acabase la vida y los cuidados,

y al fin por los cabellos me trujeron

a ser vencido por la valentía

de aquellos que después no la tuvieron.

En la galera Sol, que escurescía

mi ventura su luz, a pesar mío,

fue la pérdida de otros y la mía.

Valor mostramos al principio y brío,

pero después, con la esperiencia amarga,

conoscimos ser todo desvarío.

Sentí de ajeno yugo la gran carga,

y en las manos sacrílegas malditas

dos años ha que mi dolor se alarga.

Bien sé que mis maldades infinitas

y la poca atrición qu’en mí se encierra

me tiene entre estos falsos ismaelitas.

Cuando llegué vencido y vi la tierra

tan nombrada en el mundo, qu’en su seno

tantos piratas cubre, acoge y cierra,

no pude al llanto detener el freno,

que a mi despecho, sin saber lo que era,

me vi el marchito rostro de agua lleno.

Ofrescióse a mis ojos la ribera

y el monte donde el grande Carlo tuvo

levantada en el aire su bandera,

y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo,

pues, movido de envidia de su gloria,

airado entonces más que nunca estuvo.

Estas cosas, volviendo en mi memoria,

las lágrimas trujeron a los ojos,

movidas de desgracia tan notoria.

Pero si el alto cielo en darme enojos

no está con mi ventura conjurado,

y aquí no lleva muerte mis despojos,

cuando me vea en más alegre estado,

si vuestra intercesión, señor, me ayuda

a verme ante Filipo arrodillado,

mi lengua balbuciente y cuasi muda

pienso mover en la real presencia,

de adulación y de mentir desnuda,

diciendo: «Alto señor, cuya potencia

sujetas trae mil bárbaras naciones

al desabrido yugo de obediencia,

a quien los negros indios con sus dones

reconoscen honesto vasallaje,

trayendo el oro acá de sus rincones:

despierte en tu real pecho el gran coraje,

la gran soberbia con que una bicoca

aspira de contino a hacerte ultraje.

La gente es mucha, mas su fuerza es poca,

desnuda, mal armada, que no tiene

en su defensa fuerte, muro o roca;

cada uno mira si tu armada viene

para dar a sus pies el cargo y cura

de conservar la vida que sostiene.

Del amarga prisión triste y escura,

adonde mueren veinte mil cristianos,

tienes la llave de su cerradura.

Todos, cual yo, de allá, puestas las manos,

las rodillas por tierra, sollozando,

cercados de tormentos inhumanos,

valeroso señor, te están rogando

vuelvas los ojos de misericordia

a los suyos, que están siempre llorando;

y, pues te deja agora la discordia,

que hasta aquí te ha oprimido y fatigado,

y gozas de pacífica concordia,

haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado

lo que con tanta audacia y valor tanto

fue por tu amado padre comenzado.

Sólo el pensar que vas pondrá un espanto

en la enemiga gente, que adevino

ya desde aquí su pérdida y quebranto».

¿Quién dubda que el real pecho begnino

no se muestre, escuchando la tristeza

en que están estos míseros contino?

Bien paresce que muestro la flaqueza

de mi tan torpe ingenio, que pretende

hablar tan bajo ante tan alta alteza,

pero el justo deseo la defiende.

Mas a todo silencio poner quiero,

que temo que mi pluma ya os ofende,

y al trabajo me llaman donde muero.

SI EL LAZO, EL FUEGO, EL DARDO, EL PURO YELO…

Al señor Antonio Veneziani

Si el lazo, el fuego, el dardo, el puro yelo

que os tiene, abrasa, hiere y pone fría

vuestra alma, trae su origen desde el cielo,

ya que os aprieta, enciende, mata, enfría,

¿qué nudo, llama, llaga, nieve o celo

ciñe, arde, traspasa o yela hoy día,

con tan alta ocasión como aquí muestro,

un tierno pecho, Antonio, como el vuestro?

El cielo, que el ingenio vuestro mira,

en cosas que son d’él quiso emplearos

y, según lo que hacéis, vemos que aspira

por Celia al cielo empíreo levantaros;

ponéis en tal objecto vuestra mira,

que dais materia al mundo de envidiaros:

¡dichoso el desdichado a quien se tiene

envidia de las ansias que sostiene!

En los conceptos que la pluma

de la alma en el papel ha trasladado

nos dais no sólo indicio pero muestra

de que estáis en el cielo sepultado,

y allí os tiene de amor la fuerte diestra

vivo en la muerte, a vida reservado,

que no puede morir quien no es del suelo,

teniendo el alma en Celia, que es un cielo.

Sólo me admira el ver que aquel divino

cielo de Celia encierre un vivo infierno

y que la fuerza de su fuerza y sino

os tenga en pena y llanto sempiterno;

al cielo encamináis vuestro camino,

mas, según vuestra suerte, yo dicierno

que al cielo sube el alma y se apresura,

y en el suelo se queda la ventura.

Si con benino y favorable aspecto

a alguno mira el cielo acá en la tierra,

obra ascondidamente un bien perfeto

en el que cualquier mal de sí destierra;

mas si los ojos pone en el objeto

airados, le consume en llanto y guerra

ansí como a vos hace vuestro cielo:

ya os da guerra, ya paz, y[a] fuego y yelo.

No se ve el cielo en claridad serena

de tantas luces claro y alumbrado

cuantas con rica habéis y fértil vena

el vuestro de virtudes adornado;

ni hay tantos granos de menuda arena

en el desierto líbico apartado

cuantos loores creo que merece

el cielo que os abaja y engrandece.

En Scitia ardéis, sentís en Libia frío,

contraria operación y nunca vista;

flaqueza al bien mostráis, al daño brío;

más que un lince miráis, sin tener vista;

mostráis con discreción un desvarío,

que el alma prende, a la razón conquista,

y esta contrariedad nace de aquella

que es vuestro cielo, vuestro sol y estrella.

Si fuera un caos, una materia unida

sin forma vuestro cielo, no espantara

de que del alma vuestra entristecida

las continuas querellas no escuchara;

pero, estando ya en partes esparcida

que un fondo forman de virtud tan rara,

es maravilla tenga los oídos

sordos a vuestros tristes alaridos.

Si es lícito rogar por el amigo

que en estado se halla peligroso,

yo, como vuestro, desde aquí me obligo

de no mostrarme en esto perezoso;

mas si me he de oponer a lo que digo

y conducirlo a término dichoso,

no me deis la ventura, que es muy poca,

mas las palabras sí de vuestra boca.

Diré: «Celia gentil, en cuya mano

está la muerte y vida y pena y gloria

de un mísero captivo que, temprano

ni aun tarde, no saldrás de su memoria:

vuelve el hermoso rostro blando, humano,

a mirar de quien llevas la victoria;

verás el cuerpo en dura cárcel triste

del alma que primero tú rendiste.

Y, pues un pecho en la virtud constante

se mueve en casos de honra y muestra airado,

muévale al tuyo el ver que de delante

te han un firme amador arrebatado;

y si quiere pasar más adelante

y hacer un hecho heroico y estremado,

rescata allá su alma con querella,

que el cuerpo, que está acá, se irá tras ella.

El cuerpo acá y el alma allá captiva

tiene el mísero amante que padece

por ti, Celia hermosa, en quien se aviva

la luz que al cielo alumbra y esclarece;

mira que el ser ingrata, cruda, esquiva

mal con tanta beldad se compadece:

muéstrate agradecida y amorosa

al que te tiene por su cielo y diosa».

SONETO DE GELASIA EN LA GALATEA

¿Quién dejará, del verde prado umbroso,

las frescas yerbas y las frescas fuentes?

¿Quién de seguir con pasos diligentes

la suelta liebre o jabalí cerdoso?

¿Quién, con el son amigo y sonoroso,

no detendrá las aves inocentes?

¿Quién, en las horas de la siesta, ardientes,

no buscará en las selvas el reposo,

por seguir los incendios, los temores,

los celos, iras, rabias, muertes, penas

del falso amor que tanto aflige al mundo?

Del campo son y han sido mis amores,

rosas son y jazmines mis cadenas,

libre nací, y en libertad me fundo.

TAL SECRETO FORMÁIS…

Al secretario Gabriel Pérez del Barrio Angulo

Tal secretario formáis,

Gabriel, en vuestros escritos,

que por siglos infinitos

en él os eternizáis;

de la ignorancia sacáis

la pluma, y en presto vuelo

de lo más bajo del suelo

al cielo la levantáis.

Desde hoy más, la discreción

quedará puesta en su punto,

y el hablar y escribir junto

en su mayor perfección,

que en esta nueva ocasión

nos muestra, en breve distancia,

Demóstenes su elegancia

y su estilo Cicerón.

España os está obligada,

y con ella el mundo todo,

por la subtileza y modo

de pluma tan bien cortada;

la adulación defraudada

queda, y la lisonja en ella;

la mentira se atropella,

y es la verdad levantada.

Vuestro libro nos informa

que sólo vos habéis dado

a la materia de estado

hermosa y cristiana forma;

con la razón se conforma

de tal suerte que en él veo

que, contentando al deseo,

al que es más libre reforma.

TRAS LOS DONES PRIMITIVOS

Tras los dones primitivos

que, en el fervor de su celo,

ofreció la iglesia al cielo,

a sus edificios vivos

dio nuevas piedras el suelo;

estos dones agradece

a su esposa y la ennoblece,

pues, de parte del esposo,

un Hiacinto, el más precioso,

el cielo a la iglesia ofrece.

Porque el hombre de su gracia

tantas veces se retira,

y el Jacinto, al que le mira,

es tan grande su eficacia

que le sosiega la ira,

su misma piedad lo inclina

a darlo por medicina,

que, en su jüicio profundo,

ve que ha menester el mundo,

hoy una piedra tan fina.

Obró tanto esta virtud,

viviendo Jacinto en él,

que, a los vivos rayos d’él,

en una y otra salud

se restituyó por él.

Crezca gloriosa la mina

que de su luz jacintina

tiene el cielo y tierra llenos,

pues no mereció estar menos

que en la corona divina.

Allá luce ante los ojos

del mismo autor de su gloria,

y acá en gloriosa memoria

de los triunfos y despojos

que sacó de la vitoria,

pues si otra luz desfallece

cuando el sol la suya ofrece,

¿qué tan viva y rutilante

será aquésta si delante

del mismo Dios resplandece?

TÚ, QUE CON NUEVO Y SIN IGUAL DECORO…

Al dotor Francisco Díaz

Tú, que con nuevo y sin igual decoro

tantos remedios para un mal ordenas,

bien puedes esperar d’estas arenas,

del sacro Tajo, las que son de oro,

y el lauro que se debe al que un tesoro

halla de ciencia, con tan ricas venas

de raro advertimiento y salud llenas,

contento y risa del enfermo lloro;

que por tu industria una deshecha piedra

mil mármoles, mil bronces a tu fama

dará sin invidiosas competencias;

daráte el cielo palma, el suelo yedra,

pues que el uno y el otro ya te llama

espíritu de Apolo en ambas ciencias.

VIMOS EN JULIO OTRA SEMANA SANTA…

Vimos en julio otra Semana Santa

atestada de ciertas cofradías,

que los soldados llaman compañías,

de quien el vulgo, no el inglés, se espanta.

Hubo de plumas muchedumbre tanta,

que en menos de catorce o quince días

volaron sus pigmeos y Golías,

y cayó su edificio por la planta.

Bramó el becerro, y púsoles en sarta;

tronó la tierra, oscurecióse el cielo,

amenazando una total ruina;

y al cabo, en Cádiz, con mesura harta,

ido ya el conde sin ningún recelo,

triunfando entró el gran duque de Medina.

VIRGEN FECUNDA, MADRE VENTUROSA…

A los éxtasis de nuestra beata madre Teresa de Jesús

Virgen fecunda, madre venturosa,

cuyos hijos, criados a tus pechos,

sobre sus fuerzas la virtud alzando,

pisan ahora los dorados techos

de la dulce región maravillosa

que está la gloria de su Dios mostrando:

tú, que ganaste obrando

un nombre en todo el mundo

y un grado sin segundo,

ahora estés ante tu Dios prostrada,

en rogar por tus hijos ocupada,

o en cosas dignas de tu intento santo,

oye mi voz cansada

y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.

Luego que de la cuna y las mantillas

sacó Dios tu niñez, diste señales

que Dios para ser suya te guardaba,

mostrando los impulsos celestiales

en ti, con ordinarias maravillas,

que a tu edad tu deseo aventajaba;

y si se descuidaba

de lo que hacer debía,

tal vez luego volvía

mejorado, mostrando codicioso

que el haber parecido perezoso

era un volver atrás para dar salto,

con curso más brïoso,

desde la tierra al cielo, que es más alto.

Creciste, y fue creciendo en ti la gana

de obrar en proporción de los favores

con que te regaló la mano eterna,

tales que, al parecer, se alzó a mayores

contigo alegre Dios en la mañana

de tu florida edad humilde y tierna;

y así tu ser gobierna

que poco a poco subes

sobre las densas nubes

de la suerte mortal, y así levantas

tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,

que ligero tras sí el alma le lleva

a las regiones santas

con nueva suspensión, con virtud nueva.

Allí su humildad te muestra santa;

acullá se desposa Dios contigo,

aquí misterios altos te revela.

Tierno amante se muestra, dulce amigo,

y, siendo tu maestro, te levanta

al cielo, que señala por tu escuela;

parece se desvela

en hacerte mercedes;

rompe rejas y redes

para buscarte el Mágico divino,

tan tu llegado siempre y tan contino

que, si algún afligido a Dios buscara,

acortando camino

en tu pecho o en tu celda le hallara.

Aunque naciste en Ávila, se puede

decir que en Alba fue donde naciste,

pues allí nace donde muere el justo;

desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:

alba pura, hermosa, a quien sucede

el claro día del inmenso gusto.

Que le goces es justo

en éxtasis divinos

por todos los caminos

por donde Dios llevar a un alma sabe,

para darle de sí cuanto ella cabe,

y aun la ensancha, dilata y engrandece

y, con amor süave,

a sí y de sí la junta y enriquece.

Como las circunstancias convenibles

que acreditan los éxtasis, que suelen

indicios ser de santidad notoria,

en los tuyos se hallaron, nos impelen

a creer la verdad de los visibles

que nos describe tu discreta historia;

y el quedar con vitoria,

honroso triunfo y palma

del infierno, y tu alma

más humilde, más sabia y obediente

al fin de tus arrobos, fue evidente

señal que todos fueron admirables

y sobrehumanamente

nuevos, continuos, sacros, inefables.

Ahora, pues, que al cielo te retiras,

menospreciando la mortal riqueza

en la inmortalidad que siempre dura,

y el visorrey de Dios nos da certeza

que sin enigma y sin espejo miras

de Dios la incomparable hermosura,

colma nuestra ventura:

oye, devota y pía,

los balidos que envía

el rebaño infinito que crïaste

cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,

que no porque dejaste nuestra vida

la caridad dejaste,

que en los cielos está más estendida.

Canción, de ser humilde has de preciarte

cuando quieras al cielo levantarte,

que tiene la humildad naturaleza

de ser el todo y parte

de alzar al cielo la mortal bajeza.

VOTO A DIOS

Voto a Dios que me espanta esta grandeza

y que diera un doblón por describilla,

porque, ¿a quién no sorprende y maravilla

esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza

vale más de un millón, y que es mancilla

que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,

Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto

por gozar este sitio hoy ha dejado

la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: «Es cierto

cuanto dice voacé, señor soldado.

Y el que dijere lo contrario, miente.»

YA QUE DEL CIEGO DIOS HABÉIS CANTADO

Ya que del ciego dios habéis cantado

el bien y el mal, la dulce fuerza y arte,

en la primera y la segunda parte,

donde está de amor el todo señalado,

ahora, con aliento descansado

y con nueva virtud que en vos reparte

el cielo, nos cantáis del duro Marte

las fieras armas y el valor sobrado.

Nuevos ricos mineros se descubren

de vuestro ingenio en la famosa mina

que al más alto deseo satisfacen;

y, con dar menos de lo más que encubren,

a este menos lo que es más se inclina

del bien que Apolo y que Minerva hacen.

YA QUE SE HA LLEGADO EL DÍA…

Ya que se ha llegado el día,

gran rey, de tus alabanzas,

de la humilde musa mía

escucha, entre las que alcanzas,

las llorosas que te envía;

que, puesto que ya caminas

pisando las perlas finas

de las aulas soberanas,

tal vez palabras humanas

oyen orejas divinas.

¿Por dónde comenzaré

a exagerar tus blasones,

después que te llamaré

padre de las religiones

y defensor de la fe?

Sin duda habré de llamarte

nuevo y pacífico Marte,

pues en sosiego venciste

lo más en cuanto quisiste,

y es mucha la menor parte.

Tembló el cita en el oriente,

el bárbaro al mediodía,

el luterano al poniente,

y en la tierra siempre fría

temió la indómita gente;

Arauco vio tus banderas

vencedoras, y las fieras

ondas del sangriento Egeo

te dieron como en trofeo

las otomanas banderas.

Las virtudes en su punto

en tu pecho se hallaron,

y el poder y el saber junto,

y jamás no te dejaron,

aun casi el cuerpo difunto;

y lo que más tu valor

sube al extremo mayor

es que fuiste, cual se advierte,

bueno en vida, bueno en muerte

y bueno en tu sucesor.

Esta memoria nos dejas,

que es la que el bueno cudicia,

que, amigables y sin quejas,

misericordia y justicia

corrieron en ti parejas,

como la llana humildad

al par de la majestad,

tan sin discrepar un tilde

que fuiste el rey más humilde

y de mayor gravedad.

Quedar las arcas vacías,

donde se encerraba el oro

que dicen que recogías,

nos muestra que tu tesoro

en el cielo lo escondías;

desde ahora en los serenos

Elíseos campos amenos

para siempre gozarás,

sin poder desear más

ni contentarte con menos.

YACE EN LA PARTE QUE ES MEJOR QUE ESPAÑA

Yace en la parte que es mejor de España

una apacible y siempre verde Vega

a quien Apolo su favor no niega,

pues con las aguas de Helicón la baña;

Júpiter, labrador por grande hazaña,

su ciencia toda en cultivarla entrega;

Cilenio, alegre, en ella se sosiega,

Minerva eternamente la acompaña;

las Musas su Parnaso en ella han hecho;

Venus, honesta, en ella aumenta y cría

la santa multitud de los amores.

Y así, con gusto y general provecho,

nuevos frutos ofrece cada día

de ángeles, de armas, santos y pastores.

Cernuda, Luis

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Sevilla en 1902.

Perteneció a una familia acomodada donde respiró una atmósfera de estricta disciplina y desafecto reflejada en su carácter tímido, introvertido y amante

de la soledad.

Estudió Derecho y Literatura Española. Lírico exquisito, fue encasillado entre los representantes de la «Poesía pura». En 1925 comenzó a frecuentar el ambiente literario, haciendo amistad con los más destacados poetas de su generación: Alberti, Aleixandre, Prados, y García Lorca, entre otros.

Exiliado después de la guerra civil, fue profesor de Literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Estados Unidos y México, donde falleció en 1963.

Adolescente fui en días idénticos a nubes…

Adolescente fui en días idénticos a nubes,

cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,

y extraño es, si ese recuerdo busco,

que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste

como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;

aquel fui, aquel fui, aquel he sido…

era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño

prisionero entre muros cambiantes;

historias como cuerpos, cristales como cielos,

sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera

una verdad quitar de entre mis manos,

las hallará vacías, como en la adolescencia,

ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

Amando en el tiempo

El tiempo, insinuándose en tu cuerpo,

tal la nube de polvo en fuente pura,

aquella gracia antigua desordena

y clava en mí una pena silenciosa.

Otros antes que yo vieron un’ día,

y otros luego verán, cómo decir

la amada forma esbelta, recordando

de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.

Pero la vida sólo la aprendemos,

y placer y dolor se ofrecen siempre

tal mundo virgen para cada hombre.

Así mi pena inculta es nueva ahora.

Nueva como lo fuese al primer hombre,

que cayó con su amor del paraíso

cuando viera, tal cielo ya vencido

por sombra, envejecer el cuerpo amado.

Cómo llenarte, soledad…

Cómo llenarte, soledad,

sino contigo misma…

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,

quieto en ángulo oscuro,

buscaba en ti, encendida guirnalda,

mis auroras futuras y furtivos nocturnos,

y en ti los vislumbraba,

naturales y exactos, también libres y fieles,

a semejanza mía,

a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta

como quien busca amigos o ignorados amantes;

diverso con el mundo,

fui luz serena y anhelo desbocado,

y en la lluvia sombría o en el sol evidente

quería una verdad que a ti te traicionase,

olvidando en mi afán

cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos

con nubes sobre nubes de otoño desbordado

la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,

te negué por bien poco;

por menudos amores ni ciertos ni fingidos,

por quietas amistades de sillón y de gesto,

por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,

por los viejos placeres prohibidos

como los permitidos nauseabundos,

útiles solamente para el elegante salón susurrado,

en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona

que yo fui,

que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;

por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,

limpios de otro deseo,

el sol, mi dios, la noche rumorosa,

la lluvia, intimidad de siempre,

el bosque y su alentar pagano,

el mar, el mar como su nombre hermoso;

y sobre todo ellos,

cuerpo oscuro y esbelto,

te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,

y tú me das fuerza y debilidad

como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,

oigo sus oscuras imprecaciones,

contemplo sus blancas caricias;

y erguido desde cuna vigilante

soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,

por quienes vivo, aún cuando no los vea;

y así, lejos de ellos,

ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,

roncas y violentas como el mar, mi morada,

puras ante la espera de una revolución ardiente

o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo

cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,

transparente pasión, mi soledad de siempre,

eres inmenso abrazo;

el sol, el mar,

la oscuridad, la estepa,

el hombre y su deseo,

la airada muchedumbre,

¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;

en ti, mi soledad, los amo ahora.

Contigo

¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?

Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte

para mi están adonde

no estés tú.

¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿qué es, si no eres tú?

Dans ma péniche

Quiero vivir cuando el amor muere;

muere, muere pronto, amor mío.

Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,

aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño,

aunque grite:

Vivir así es cosa de muerte.

Pobres amantes,

clamáis a fuerza de ser jóvenes;

sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida,

caiga su frente cansadamente entre las manos

junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro

pero en vosotros aún va fresco y fragante

el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.

Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.

Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.

Ante vuestros ojos, amantes,

cuando el amor muere,

vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente;

el amor, cuna adorable para los deseos exaltados,

los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo

el rasguear de una guitarra en el ocio marino

y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;

vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares

todo queda afanoso y callado.

Así suele quedar el pecho de los hombres

cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada,

y tras su delicia interrumpida

un afán insistente puebla el nuevo silencio.

Pobres amantes,

¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,

cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?

Los atardeceres de manos furtivas,

el trémulo palpitar, los labios que suspiran,

la adoración rendida a un leve sexo vanidoso,

los ay mi vida y los ay muerte mía,

todo, todo,

amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh, amantes,

encadenados entre los manzanos del edén,

cuando el amor muere,

vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa,

y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,

vuestro pecho queda como roca sin ave,

y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,

fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,

dejando allí caer, ignorantes como niños,

la libertad, la perla de los días.

Pero tú y yo sabemos,

río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,

que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros

por las encantadoras mallas del amor,

cuando el deseo es como una cálida azucena

que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado,

cuánto vale una noche como ésta, indecisa

entre la primavera última y el estío primero,

este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque

nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia

de los otros,

solo yo con mi vida,

con mi parte en el mundo.

Jóvenes sátiros

que vivís en la selva, labios risueños

ante el exangüe Dios cristiano,

a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía

pies de jóvenes sátiros,

danzad más presto cuando el amante llora,

mientras lanza su tierna endecha

de: Ah, cuando el amor muere.

Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;

vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla,

y el deseo girará locamente en pos de los hermosos

cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre,

del álamo amarillo alguna hoja,

como una estrella rota,

girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente,

Señor de las estrellas y las hojas,

fuese, encendida sombra,

de la vida a la muerte.

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos…

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,

como nace un deseo sobre torres de espanto,

amenazadores barrotes, hiel descolorida,

noche petrificada a fuerza de puños,

ante todos, incluso el más rebelde,

apto solamente en la vida sin muros.

Corazas infranqueables, lanzas o puñales,

todo es bueno si deforma un cuerpo;

tu deseo es beber esas hojas lascivas

o dormir en ese agua acariciadora.

No importa;

Ya declaran tu espíritu impuro.

No importa la pureza, los dones que un destino

levantó hacia las aves con manos imperecederas;

no importa la juventud, sueño más que hombre,

la sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad

de un régimen caído.

Placeres prohibidos, planetas terrenales,

miembros de mármol con sabor de estío,

jugo de esponjas abandonadas por el mar,

flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.

Soledades altivas, coronas derribadas,

libertades memorables, manto de juventudes;

quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,

es vil como un rey, como sombra de rey

arrastrándose a los pies de la tierra

para conseguir un trozo de vida.

No sabía los límites impuestos,

límites de metal o papel,

ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,

adonde no llegan realidades vacías,

leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

Extender entonces la mano

es hallar una montaña que prohíbe,

un bosque impenetrable que niega,

un mar que traga adolescentes rebeldes.

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,

ávidos dientes sin carne todavía,

amenazan abriendo sus torrentes,

de otro lado vosotros, placeres prohibidos,

bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,

tendéis en una mano el misterio.

Sabor que ninguna amargura corrompe,

cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.

Abajo estatuas anónimas,

sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;

una chispa de aquellos placeres

brilla en la hora vengativa.

su fulgor puede destruir vuestro mundo.

Donde habite el olvido…

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

El viento y el alma

Con tal vehemencia el viento

viene del mar, que sus sones

elementales contagian

el silencio de la noche.

Solo en tu cama le escuchas

insistente en los cristales

tocar, llorando y llamando

como perdido sin nadie.

Mas no es él quien en desvelo

te tiene, sino otra fuerza

de que tu cuerpo es hoy cárcel,

fue viento libre, y recuerda.

Eras, instante, tan claro…

Eras, instante, tan claro.

Perdidamente te alejas,

dejando erguido al deseo

con sus vagas ansias tercas.

Siento huir bajo el otoño

pálidas aguas sin fuerza,

mientras se olvidan los árboles

de las hojas que desertan.

La llama tuerce su hastío,

sola su viva presencia,

y la lámpara ya duerme

sobre mis ojos en vela.

Cuán lejano todo. Muertas

las rosas que ayer abrieran,

aunque aliente su secreto

por las verdes alamedas.

Bajo tormentas la playa

será soledad de arena

donde el amor yazca en sueños.

La tierra y el mar lo esperan.

La sombra

Al despertar de un sueño, buscas

Tu juventud, como si fuera el cuerpo

Del camarada que durmiese

A tu lado y que al alba no encuentras.

Ausencia conocida, nueva siempre,

Con la cual no te hallas. Y aunque acaso

Hoy tú seas más de lo que era

El mozo ido, todavía

Sin voz le llamas, cuántas veces;

Olvidado que de su mocedad se alimentaba

Aquella pena aguda, la conciencia

De tu vivir de ayer. Ahora,

Ida también, es sólo

Un vago malestar, una inconsciencia

Acallando el pasado, dejando indiferente

Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.

Las islas

Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía,

y dejando el navío y el muelle, por callejas

(entre el polvo mezclados pétalos y escamas),

llegué a la plaza, donde estaban los bazares.

Era grande el calor, la sombra poca.

Con el pecho desnudo iba, distraído

como si familiares fuesen la villa y sus costumbres,

y miré en un portal al mercader de sedas

que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos,

sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza.

Ante un ciego cantor estuve largo espacio,

único espectador, y parecía cantar para mí solo.

Compré luego a una niña un ramo de jazmines

amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio

la dejadez extraña que empezaba a aquejarme.

Desanudada la faja en la cintura,

unos muchachos que pasaban, reían,

volviendo la cabeza. Acaso me creyeron

Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran

como la noche, profundos y estrellados.

La humedad de la piel pronto se disipaba

por el aire ardoroso, a cuyo influjo

mi pereza crecía. Me detuve indeciso,

acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza

lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno.

Seguí, por parajes nunca vistos,

mas presentidos, igual a quien camina

hacia cita amistosa. Deponía la tarde

su fuerza, cuando al fin quise

buscar reposo ante un umbral cerrado.

Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban

(acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo

ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente.

Una presencia ajena pareció despertarme,

porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía.

Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta

ante demanda informulada, me miraba, insegura;

aunque yo nada dije, con gesto silencioso,

invitándome adentro, me tomó de la mano.

La seguí, con recelo más débil que el deseo.

La sala estaba oscura (ya caía la tarde).

Sobre la estera había almohadas, un cestillo

anidando manojos de magnolias mojadas,

de excesiva fragancia. filtró la celosía

unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto».

Las pensé referidas a un camarada,

quizá presagio de mi sino. Pero ella,

atrayéndome a sí, sobre la alfombra

el ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina,

fría, dura, flexible, escurridiza.

Mis manos en sus pechos, su cintura

quebrarse pareció al extenderme sobre ella,

y en el silencio circundante, al ritmo

de los cuerpos, oí su brazalete,

queja del ave fabulosa que escapaba.

La oscuridad llenó la sala toda

cuando saciado y satisfecho quise irme.

En la puerta (ella como mi sombra me seguía),

al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos

quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo.

Mucho tiempo ha pasado. No aceptara

revivir otra vez esta existencia.

Mas no sé qué daría por sólo aquel instante

revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente

al destino, ni el destino tentarse dejaría.

Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas

(¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?).

Es que a él, como a mí, la vejez vence;

y acaso ya no tengo lo único que tuve:

Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.

Los espinos

Verdor nuevo los espinos

tienen ya por la colina,

toda de púrpura y nieve

en el aire estremecida.

Cuántos cielos florecidos

les has visto; aunque a la cita

ellos serán siempre fieles,

tú no lo serás un día.

Antes que la sombra caiga,

aprende cómo es la dicha

ante los espinos blancos

y rojos en flor. Vé. Mira.

Los fantasmas del deseo

Yo no te conocía, tierra;

con los ojos inertes, la mano aleteante,

lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,

aunque, alentar juvenil, sintiera a veces

un tumulto sediento de postrarse,

como huracán henchido aquí en el pecho;

ignorándote, tierra mía,

ignorando tu alentar, huracán o tumulto,

idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy

a quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir.

Bien sé ahora que tú eres

quien me dicta esta forma y este ansia;

sé al fin que el mar esbelto,

la enamorada luz, los niños sonrientes,

no son sino tú misma;

que los vivos, los muertos,

el placer y la pena,

la soledad, la amistad,

la miseria, el poderoso estúpido,

el hombre enamorado, el canalla,

son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy;

mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles,

para llevar tu afán que nada satisface.

El amor no tiene esta o aquella forma,

no puede detenerse en criatura alguna;

todas son por igual viles y soñadoras.

Placer que nunca muere

beso que nunca muere,

sólo en ti misma encuentro, tierra mía.

Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos,

rizosos o lánguidos como una primavera,

sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos

que tanto he amado inútilmente,

no es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra,

en la tierra que aguarda, aguarda siempre

con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.

Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes

este mundo divino que ahora es mío,

mío como lo soy yo mismo,

como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos,

como la arena, que al besarla los labios

finge otros labios, dúctiles al deseo,

hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos.

Como la arena, tierra,

como la arena misma,

la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.

Tú sola quedas con el deseo,

con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío,

sino el deseo de todos,

malvados, inocentes,

enamorados o canallas.

Tierra, tierra y deseo.

Una forma perdida.

Los marineros son las alas del amor…

Los marineros son las alas del amor,

son los espejos del amor,

el mar les acompaña,

y sus ojos son rubios lo mismo que el amor

rubio es también, igual que son sus ojos.

La alegría vivaz que vierten en las venas

rubia es también,

idéntica a la piel que asoman;

no les dejéis marchar porque sonríen

como la libertad sonríe,

luz cegadora erguida sobre el mar.

Si un marinero es mar,

rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,

no quiero la ciudad hecha de sueños grises;

quiero sólo ir al mar donde me anegue,

barca sin norte,

cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

No decía palabras…

No decía palabras,

acercaba tan sólo un cuerpo interrogante

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

ávido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,

porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

No es el amor quien muere…

No es el amor quien muere,

somos nosotros mismos.

Inocencia primera

Abolida en deseo,

Olvido de sí mismo en otro olvido,

Ramas entrelazadas,

¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira

Siempre ante sí los ojos de su aurora,

Sólo vive quien besa

Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,

A lo lejos, los otros,

Los que ese amor perdieron,

Como un recuerdo en sueños,

Recorriendo las tumbas

Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,

Muertos en pie, vidas tras de la piedra,

Golpeando la impotencia,

Arañando la sombra

Con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.

No intentemos el amor nunca

Aquella noche el mar no tuvo sueño.

Cansado de contar, siempre contar a tantas olas,

quiso vivir hacia lo lejos,

donde supiera alguien de su color amargo.

Con una voz insomne decía cosas vagas,

barcos entrelazados dulcemente

en un fondo de noche,

o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido

viajando hacia nada.

Cantaba tempestades, estruendos desbocados

bajo cielos con sombra,

como la sombra misma,

como la sombra siempre

rencorosa de pájaros estrellas.

Su voz atravesando luces, lluvia, frío,

alcanzaba ciudades elevadas a nubes,

cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno,

todas puras de nieve o de astros caídos

en sus manos de tierra.

Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.

Allí su amor tan sólo era un pretexto vago

con sonrisa de antaño,

ignorado de todos.

Y con sueño de nuevo se volvió lentamente

adonde nadie

sabe de nadie.

Adonde acaba el mundo.

No quiero, triste espíritu, volver…

No quiero, triste espíritu, volver

por los lugares que cruzó mi llanto,

latir secreto entre los cuerpos vivos

como yo también fui.

No quiero recordar

un instante feliz entre tormentos;

goce o pena es igual,

todo es triste al volver.

Aún va conmigo como una luz ajena

aquel destino niño,

aquellos dulces ojos juveniles,

aquella antigua herida.

No, no quisiera volver,

sino morir aún más,

arrancar una sombra,

olvidar un olvido.

Orillas del amor

Como una vela sobre el mar

resume ese azulado afán que se levanta

hasta las estrellas futuras,

hecho escala de olas

por donde pies divinos descienden al abismo,

también tu forma misma,

ángel, demonio, sueño de un amor soñado,

resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba

hasta las nubes sus olas melancólicas.

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,

yo, el más enamorado,

en las orillas del amor,

sin que una luz me vea

definitivamente muerto o vivo,

contemplo sus olas y quisiera anegarme,

deseando perdidamente

descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma,

hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

Oscuridad completa

No sé por qué, si la luz entra,

Los hombres andan bien dormidos,

Recogiendo la vida su apariencia

Joven de nuevo, bella entre sonrisas,

No sé por qué he de cantar

o verter de mis labios vagamente palabras;

Palabras de mis ojos,

Palabras de mis sueños perdidos en la nieve.

De mis sueños copiando los colores de nubes,

De mis sueños copiando nubes sobre la pampa.

País

Tus ojos son de donde

la nieve no ha manchado

la luz, y entre las palmas

el aire

invisible es de claro.

Tu deseo es de donde

a los cuerpos se alía

lo animal con la gracia

secreta

de mirada y sonrisa.

Tu existir es de donde

percibe el pensamiento,

por la arena de mares

amigos,

la eternidad en tiempo.

Peregrino

¿Volver? Vuelva el que tenga,

tras largos años, tras un largo viaje,

cansancio del camino y la codicia

de su tierra, su casa, sus amigos,

del amor que al regreso fiel le espere.

Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,

sino seguir libre adelante,

disponible por siempre, mozo o viejo,

sin hijo que te busque, como a Ulises,

sin Itaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses,

fiel hasta el fin del camino y tu vida,

no eches de menos un destino más fácil,

tus pies sobre la tierra antes no hollada,

tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman…

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,

parece como el viento que se mece en otoño

sobre adolescentes mutilados,

mientras las manos llueven,

manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,

cataratas de manos que fueron un día

flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,

y su leve ruido es amable al oído

cuando ríen, cuando aman, cuando besan,

cuando besan el fondo

de un hombre joven y cansado

porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,

ni tampoco las manos llueven como dicen;

así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,

invoca los bolsillos que abandonan arena,

arena de las flores,

para que un día decoren su semblante de muerto.

Quiero, con afán soñoliento…

Quiero, con afán soñoliento,

Gozar de la muerte más leve

Entre bosques y mares de escarcha,

Hecho aire que pasa y no sabe.

Quiero la muerte entre mis manos,

Fruto tan ceniciento y rápido,

Igual al cuerno frágil

De la luz cuando nace en el invierno.

Quiero beber al fin su lejana amargura;

Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa

Mientras siento las venas que se enfrían,

Porque la frialdad tan sólo me consuela.

Voy a morir de un deseo,

Si un deseo sutil vale la muerte;

A vivir sin mí mismo de un deseo,

Sin despertar, sin acordarme,

Allá en la luna perdido entre su frío.

Quisiera estar solo en el sur

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur

de ligeros paisajes dormidos en el aire,

con cuerpos a la sombra de ramas como flores

o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta.

Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;

hacia el mar encamina sus deseos amargos,

abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.

La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;

su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.

Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.

Quisiera saber por qué esta muerte…

Quisiera saber por qué esta muerte

al verte, adolescente rumoroso,

mar dormido bajo los astros ciegos,

aún constelado por escamas de sirenas,

o seda que despliegan

cambiante de fuegos nocturnos

y acordes palpitantes,

rubio igual que la lluvia,

sombrío igual que la vida es a veces.

Aunque sin verme desfiles a mi lado,

huracán ignorante,

estrella que roza mi mano abandonada su eternidad,

sabes bien, recuerdo de siglos,

cómo el amor es lucha

donde se muerden dos cuerpos iguales.

Yo no te había visto;

miraba los animalillos gozando bajo el sol verdeante,

despreocupado de los árboles iracundos,

cuando sentí una herida que abrió la luz en mí;

el dolor enseñaba

cómo una forma opaca, copiando luz ajena,

parece luminosa.

Tan luminosa,

que mis horas perdidas, yo mismo,

quedamos redimidos de la sombra,

para no ser ya más

que memoria de luz;

de luz que vi cruzarme,

seda, agua o árbol, un momento.

Razón de lágrimas

La noche por ser triste carece de fronteras.

Su sombra en rebelión como la espuma,

rompe los muros débiles

avergonzados de blancura;

noche que no puede ser otra cosa sino noche.

Acaso los amantes acuchillan estrellas,

acaso la aventura apague una tristeza.

Mas tú, noche, impulsada por deseos

hasta la palidez del agua,

aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.

Más allá se estremecen los abismos

poblados de serpientes entre pluma,

cabecera de enfermos

no mirando otra cosa que la noche

mientras cierran el aire entre los labios.

La noche, la noche deslumbrante,

que junto a las esquinas retuerce sus caderas,

aguardando, quién sabe,

como yo, como todos.

Remordimiento en traje de noche

Un hombre gris avanza por la calle de niebla;

No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;

Vacío como pampa, como mar, como viento,

Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.

Es el tiempo pasado, y sus alas ahora

Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;

Es el remordimiento, que de noche, dudando;

En secreto aproxima su sombra descuidada.

No estrechéis esa mano. La yedra altivamente

Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.

Invisible en la calma el hombre gris camina.

¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.

Si el hombre pudiera decir lo que ama…

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo,

dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Sombras blancas

Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa,

dormidas en su amor, en su flor de universo,

el ardiente color de la vida ignorando

sobre un lecho de arena y de azar abolido.

Libremente los besos desde sus labios caen

en el mar indomable como perlas inútiles;

perlas grises o acaso cenicientas estrellas

ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.

Bajo la noche el mundo silencioso naufraga;

bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.

Sólo esas sombras blancas, oh blancas, sí, tan blancas.

La luz también da sombras, pero sombras azules.

Te quiero…

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento

jugueteando tal un animalillo en la arena

o iracundo como órgano tempestuoso;

te lo he dicho con el sol,

que dora desnudos cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes;

te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,

leves caricias transparentes

que se cubren de rubor repentino;

te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta;

más allá de la vida

quiero decírtelo con la muerte,

más allá del amor

quiero decírtelo con el olvido.

Todo esto por amor

Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente,

derriban los instintos como flores,

deseos como estrellas

para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.

Que derriben también imperios de una noche,

monarquías de un beso,

no significa nada;

que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas vacías.

Mas este amor cerrado por ver sólo su forma,

su forma entre las brumas escarlata,

quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas

hacia el último cielo,

donde estrellas

sus labios dan otras estrellas,

donde mis ojos, estos ojos,

se despiertan en otro.

Tres misterios gozosos

El cantar de los pájaros, al alba,

cuando el tiempo es más tibio,

alegres de vivir, ya se desliza

entre el sueño, y de gozo

contagia a quien despierta al nuevo día.

Alegre sonriendo a su juguete

pobre y roto, en la puerta

de la casa juega solo el niñito

consigo, y en dichosa

ignorancia, goza de hallarse vivo.

El poeta, sobre el papel soñando

su poema inconcluso,

hermoso le parece, goza y piensa

con razón y locura

que nada importa: existe su poema.

Tristeza del recuerdo

Por las esquinas vagas de los sueños,

alta la madrugada, fue conmigo

tu imagen bien amada, como un día

en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

Agua ha pasado por el río abajo,

hojas verdes perdidas llevó el viento

desde que nuestras sombras vieron quedas

su afán borrarse con el sol traspuesto.

Hermosa era aquella llama, breve

como todo lo hermoso: luz y ocaso.

Vino la noche honda, y sus cenizas

guardaron el desvelo de los astros.

Tal jugador febril ante una carta,

un alma solitaria fue la apuesta

arriesgada y perdida en nuestro encuentro;

el cuerpo entre los hombres quedó en pena.

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.

Mira a través de esta pared de hielo

ir esa sombra hacia la lejanía

sin el nimbo radiante del deseo.

Todo tiene su precio. Yo he pagado

el mío por aquella antigua gracia,

y así despierto; hallando tras mi sueño

un lecho solo, afuera yerta el alba.

Un muchacho andaluz

Te hubiera dado el mundo,

muchacho que surgiste

al caer de la luz por tu Conquero,

tras la colina ocre,

entre pinos antiguos de perenne alegría.

Eras emanación del mar cercano?

Eras el mar aún más

que las aguas henchidas con su aliento,

encauzadas en río sobre tu tierra abierta,

bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de

rotos resplandores.

Eras el mar aún más

tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;

eras forma primera,

eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

Y tus labios, de bisel tan terso,

eran la vida misma,

como una ardiente flor

nutrida con la savia

de aquella piel oscura

que infiltraba nocturno escalofrío.

Si el amor fuera un ala.

La incierta hora con nubes desgarradas,

el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,

la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,

te enviaban a mí, a mi afán ya caído,

como verdad tangible.

Expresión amorosa de aquel mismo paraje,

entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo,

eras tú una verdad,

sola verdad que busco,

mas que verdad de amor, verdad de vida;

y olvidando que sombra y pena acechan de continuo

esa cúspide virgen de la luz y la dicha,

quise por un momento fijar tu curso ineluctable.

Creí en ti, muchachillo.

Cuando el amor evidente,

con el irrefutable sol del mediodía,

suspendía mi cuerpo

en esa abdicación del hombre ante su dios,

un resto de memoria

levantaba tu imagen como recuerdo único.

Y entonces,

con sus luces el violento Atlántico,

tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,

estaban en mí mismo dichos en tu figura,

divina ya para mi afán con ellos,

porque nunca he querido dioses crucificados,

tristes dioses que insultan

esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.

Unos cuerpos son como flores…

Unos cuerpos son como flores,

otros como puñales,

otros como cintas de agua;

pero todos, temprano o tarde,

serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,

convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones,

sueña con libertades, compite con el viento,

hasta que un día la quemadura se borra,

volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino

que cruzan al pasar los pies desnudos,

muero de amor por todos ellos;

les doy mi cuerpo para que lo pisen,

aunque les lleve a una ambición o a una nube,

sin que ninguno comprenda

que ambiciones o nubes

no valen un amor que se entrega.

Ventana huérfana con cabellos habituales…

Ventana huérfana con cabellos habituales,

Gritos del viento,

Atroz paisaje entre cristal de roca,

Prostituyendo los espejos vivos,

Flores clamando a gritos

Su inocencia anterior a obesidades.

Esas cuevas de luces venenosas

Destrozan los deseos, los durmientes;

Luces como lenguas hendidas

Penetrando en los huesos hasta hallar la carne,

Sin saber que en el fondo no hay fondo,

No hay nada, sino un grito,

Un grito, otro deseo

Sobre una trampa de adormideras crueles.

En un mundo de alambre

Donde el olvido vuela por debajo del suelo,

En un mundo de angustia,

Alcohol amarillento,

Plumas de fiebre,

Ira subiendo a un cielo de vergüenza,

Algún día nuevamente surgirá la flecha

Que abandona el azar

Cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra.

Yo fui…

Yo fui.

Columna ardiente, luna de primavera.

Mar dorado, ojos grandes.

Busqué lo que pensaba;

pensé, como al amanecer en sueño lánguido,

lo que pinta el deseo en días adolescentes.

Canté, subí,

fui luz un día

arrastrado en la llama.

Como un golpe de viento

que deshace la sombra,

caí en lo negro,

en el mundo insaciable.

He sido.

Celaya, Gabriel

Reseña biográfica

Rafael Múgica, nombre real del poeta español, nació en Hernani, Guipúzcoa

en 1911.

Presionado por su padre, se radicó en Madrid donde inició sus estudios de Ingeniería y trabajó por un tiempo en la empresa familiar. Conoció allí a los poetas del 27 y a otros intelectuales que lo inclinaron hacia el campo de la literatura, dedicándose desde entonces por entero a la poesía.

En 1947 fundó en San Sebastián, con su inseparable Amparo Gastón, la colección de poesía «Norte». Obtuvo en 1956 el Premio de la Crítica por su libro «De claro en claro», al que siguieron entre otros, «Plural» 1935, «Cantos Íberos» 1955, «Casi en prosa» 1972, «Buenos días, buenas noches» 1976 y «Penúltimos poemas» en 1982.

En 1986 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.

Falleció en 1991.

A BLAS DE OTERO

Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,

y porque el mundo existe, y yo también existo,

porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,

gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,

quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo

de este dolor que insiste en todo lo que existe.

Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:

El semillero hirviente de un corazón podrido,

los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,

los días cualesquiera que nos comen por dentro,

la carga de miseria, la experiencia —un residuo—,

las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados,

y también por el quinto de un Dios que no entendemos.

Los metales furiosos, los mohos del cansancio,

los ácidos borrachos de amarguras antiguas,

las corrupciones vivas, las penas materiales…

todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.

La llama que nos duele quería ser un ala.

Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.

Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,

sabes también por dentro de una angustia rampante,

de poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:

ese mugido triste del mar abandonado,

ese temblor insomne de un follaje indistinto,

las montañas convulsas, el éter luminoso,

un ave que se ha vuelto invisible en el viento,

viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,

el alma transparente y el yo opaco en su centro,

soy el agua sin forma que cambiando se irisa,

la inercia de la tierra sin memoria que pesa,

el aire estupefacto que en sí mismo se pierde,

el corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.

Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.

He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,

la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,

Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente

la materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.

Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,

soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,

soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,

soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante

que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!

¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere

sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!

Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros

y es una vieja historia lo que aquí desemboca.

Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos

que salen de sí mismos buscándose más altos.

Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,

los hombres trabajados que duramente aguantan

y día a día ganan su pan, mas piden vino.

Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,

la justicia exclusiva y el orden calculado,

las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,

la condición finita del hombre que en sí acaba,

la consecuencia estricta, los daños absolutos.

Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,

con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,

con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,

con ese mal tremendo que no te explica nadie.

Irónicos zumbidos de aviones que pasan

y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada,

ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.

Lo real me resulta increíble y remoto.

Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.

Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,

desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,

idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.

Detrás de cada hombre un espejo repite

los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.

Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,

quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos

en el frío, en el miedo, en la noche de enero

rasa con sus estrellas declaradas lucientes,

y era raro sentirnos diferentes, andando.

Si tu codo rozaba por azar mi costado,

un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»

Hablábamos distantes, inútiles, correctos,

distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,

distintos en un tiempo y un lugar personales,

en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,

en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana»,

en esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,

desfilar ante casas quizá nunca habitadas,

saber que una escalera por sí misma no acaba,

traspasar una puerta -lo que es siempre asombroso-,

saludar a otro amigo también raro y humano,

esperar que dijeras -era un milagro-: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.

Las iras eran santas; el amor, atrevido;

los árboles, los rayos, la materia, las olas,

salían en el hombre de un penar sin conciencia,

de un seguir por milenios, sin historia, perdidos.

Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando.

Y vi que el mismo abismo de miseria medía

como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.

Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,

sentí que era posible salvar el mundo entero,

salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;

te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;

pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,

con este yo enconado que no quiero que exista,

con eso que en ti canta, con eso en que me extingo

y digo derramado: amigo Blas de Otero.

A VECES ME FIGURO QUE ESTOY ENAMORADO…

A veces me figuro que estoy enamorado,

y es dulce, y es extraño,

aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.

Las canciones de moda me parecen bonitas,

y me siento tan solo

que por las noches bebo más que de costumbre.

Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta,

y, alternativamente, Susanita y Carmen,

y, alternativamente, soy feliz y lloro.

No soy muy inteligente, como se comprende,

pero me complace saberme uno de tantos

y en ser vulgarcillo hallo cierto descanso.

AMOR

Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.

Esta tarde -mar, pinares, azul-,

suspendido entre los brazos ligerísimos del aire

y entre los tuyos, dulce, dulce mía,

un ritmo palpitante me cantaba:

es fácil y, a veces, casi alegre.

La brisa unía en un mismo latido

nuestros cuerpos, los árboles, las olas,

y nosotros no éramos distintos

de las nubes, los pájaros, los pinos,

de las plantas azules de agua y aire,

plantas, al fin, nosotros, de callada y dulce carne.

La tierra se extasiaba; ya casi era divina

en las nubes redondas, en la espuma,

en este blanco amor que, radiante, se eleva

al suave empuje de dos cuerpos que se unen

en la hierba.

¿Recuerdas, dulce mía, cuando el aire

se llenaba de palomas invisibles,

de una música o brisa que tu aliento

repetía apresurado de secretos?

Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.

Contigo entre los brazos estoy viendo

caballos que me escapan por un aire lejano,

y estoy, y estamos, tocando con los labios

esas flores azules que nacen de la nada.

Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.

Al hablar, confundimos; al andar, tropezamos;

al besarnos no existe un solo error posible:

resucitan los cuerpos cantando, y parece

que vamos a cubrirnos de flores diminutas,

de flores blancas, lo mismo que un manzano.

Dulce, dulce mía, ciérrame los ojos,

deja que este aire inunde nuestros cuerpos;

seamos solamente dos árboles temblando

con lo mismo que en ellos ha temblado esta tarde.

Vivir es más que fácil: es alegre.

Por caminos difíciles hoy llego

a la simple verdad de que tú vives.

Sólo quiero el amor, el árbol verde

que se mueve en el aire levemente

mientras nubes blanquísimas escapan

por un cielo que es rosa, que es azul, que es

gris y malva,

que es siempre lo infinito y no comprendo,

ni quiero comprender porque esto basta:

¡amor, amor! , tus brazos y mis brazos

y los brazos ligerísimos del aire que nos lleva,

y una música que flota por encima,

que oímos y no oímos,

que consuela y exalta:

¡amor también volando a lo divino!

AMOR DE HOMBRE

Mi estricta voluntad, mi punta seca

que está domando en ella

oceánicas pasiones y rumores antiguos. El cauterio que aplico

a esa llaga amorosa que, sin forma, palpita.

Si hiero, mato, engendro.

(Su exánime sonrisa me conmueve y me excita.)

Si la acaricio, mido,

sujeto sus equívocos y todas

las suavidades sumas que a la nada convidan.

Hasta que al fin, en sangre,

en su sólo sí misma,

en mi ir traspasando mis propios sentimientos,

la obtengo, mato, muero.

AMPARO-EZBÁ

Indecisa y cambiante, ¿eres amor o muerte?

¡Ay, ven, Amparo-Ezbá, que te estoy esperando!

Es la palpitación de origen quien podría

acogerte, y besarte, y ofrecerte un refugio

caliente de jazz-hot y trances convulsivos

como, cuando bailando, se pierde la conciencia.

Ven tú, amorosa, ven como la noche crece,

deseo sin objeto, tú que eres el no-objeto

y el placer imposible que en el límite busca

infinitudes ciegas. ¡Ay, no-tú, Ezbá, no-sí,

sí, ven, Ezbá, indecisa, transparente, inasible,

temblorosa de luces, soñadora, engañosa,

tú, tejido del iris, centelleo, sonrisa

hasta mi dulce llanto y a esos gritos salvajes

que no son el amor, o sí son, o al no ser

te llaman desde el centro del tornasol nocturno,

tiránica, traviesa, fascinante, escapada,

y niña, y absorbente como un vórtice suave,

y riendo, riendo, mortal como un pecado

que no existe mas haces con tu burla que exista,

tan cruel, encantadora, pasajera, incitante,

que líquida, impalpable, movimiento sin móvil,

descubres, deshuesada, la santa realidad!

Entonces flota el mundo casi feliz, dudoso,

y el recuerdo anochece lentísimo en la brisa.

Y tú, nunca creída, y tú, siempre sabida,

te ofreces para nada, te niegas para más,

como un antiguo ensalmo y un susurro al oído,

cuando ya todo duerme, y tú casi nos hablas,

o nos cantas, nos rezas, entonteces con nanas.

¡Oh tú, dime quién eres! ¡Oh Ezba, dime si existes!

APASIONADAMENTE

¡Y tanto, y tanto te amo

que mis palabras mueren

en un rumor de besos sin descanso!

¡Y tanto todavía que mis manos

no te hallan al tocarte!

¡Tanto y tan sin descanso,

que fluyo, y fluyo, y fluyo,

y es solamente llanto!

AQUÍ ESTÁN TODAS LAS ROSAS ENCARNADAS DEL DESEO…

¡Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo!

Allí la luna, callada,

blanca y estéril, mirando,

espejo vuelto a sí mismo,

su perfección de narciso:

soledad en aguas blancas

de lo blanco quieto y frío.

Dura o sin sangre, tranquila,

de está mirando a sí misma,

mientras rosas encarnadas,

pulpa y amor, carne viva,

bajo una brisa caliente

se desmayan de delicia.

Con los ojos en la luna,

bajo los pies, rosas rojas,

estoy esperando, quieto,

que tú, que yo mismo venga

sigiloso por la espalda,

con la sorpresa de un beso

blanco y verde de silencio,

que tú, que yo mismo venga

con un beso

muerto de puro perfecto.

CERCA Y LEJOS

Más allá del pecado,

indecible, te adoro,

y al buscar mis palabras

sólo encuentro unos besos.

En el pecho, en la nuca,

te quiero.

En el cáliz secreto,

te quiero.

donde tu vientre es combo,

fugitiva tu espalda,

oloroso tu cuerpo,

te quiero.

CUÉNTAME COMO VIVES, CÓMO VAS MURIENDO

Cuéntame cómo vives;

dime sencillamente cómo pasan tus días,

tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres

y las confusas olas que te llevan perdido

en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.

Cuéntame cómo vives;

ven a mí, cara a cara;

dime tus mentiras (las mías son peores),

tus resentimientos (yo también los padezco),

y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).

Cuéntame cómo mueres;

nada tuyo es secreto:

la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);

la locura imprevista de algún instante vivo;

la esperanza que ahonda tercamente el vacío.

Cuéntame cómo mueres;

cómo renuncias -sabio-,

cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo,

cómo acabas en nada

y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.

De “Tranquilamente hablando, 1945

DE NOCHE

Y la noche se eleva como música en ciernes,

y las estrellas brillan temblando de extinguirse,

y el frío, el claro frío,

el gran frío del mundo,

la poca realidad de cuanto veo y toco,

el poco amor que encuentro,

me mueven a buscarte,

mujer, en cierto bosque de latidos calientes.

Sólo tú, dulce mía,

dulce en los olores de savia espesa y fuerte,

sin palabras, muy cerca, palpitando conmigo,

sólo tú eres real en un mundo fingido;

y te toco, y te creo,

y eres cálida y suave matriz de realidades,

amante, amparo, madre,

o peso de la tierra que sólo en ti acaricio,

o presencia que aún dura cuando cierro los ojos,

fuera de mí, tan bella.

DEDICATORIA FINAL

Pero tú existes ahí. A mi lado. ¡Tan cerca!

Muerdes una manzana. Y la manzana existe.

Te enfadas. Te ríes. Estás existiendo.

Y abres tanto los ojos que matas en mí el miedo,

y me das la manzana mordida que muerdo.

¡Tan real es lo que vivo, tan falso lo que pienso

que -¡basta!- te beso!

¡Y al diablo los versos,

y Don Uno, San Equis, y el Ene más Cero!

Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor,

y aunque sea un disparate todo existe porque existes,

y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio,

ni lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo,

y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño.

DESCANSO

Con ternura, con paz, con inocencia,

con una blanda tristeza o el cansancio

que viene a ser un perro fiel que acariciamos,

estoy sentado en mi sillón y soy feliz,

y soy feliz

porque no siento la necesidad de pensar algo preciso.

Con una fatiga que no es un desengaño,

con un gozo que no alienta esperanzas,

estoy en mi sillón, y estoy

en algo que quizás sólo es amor.

Sé que floto

y nada me parece sin embargo indiferente;

sé que nada me alegra ni me duele

y que sin embargo todo me enternece;

sé que eso es el amor,

o que quizá solamente es un dulce cansancio;

sé que soy feliz

porque no siento la necesidad de pensar algo preciso.

DESDE LO INFORME

Un dulce llanto espeso,

una delicia informe,

materia que me envuelve y sofoca magnolias,

suave silencio oscuro,

aliento largo y blando.

Las caricias se espesan

(me derramo por ellas),

y, voy por el jardín secreto murmurando,

y, al tocarte, me asombro de que tengas un cuerpo,

y al lazar la cabeza,

las estrellas me asustan con su dura fijeza.

DESEADA

Deseada, ¡tan suave!,

confín donde resbalo.

¡Oh siempre un poco ausente,

suspendida en la nada!

¿Son tus ojos dulces?

No, que está turbado

tu mirar brillante

de anhelos contrarios.

Yo te amo, te amo, te amo,

todo lleno de alas tempestuosas,

y de garras, de furias,

de dolor, por abrirme.

¡Oh, tenme en tu sonrisa,

en tu sombra, en lo leve

de tu mano impalpable!

¡Tenme en tu caricia!

¿A qué llamas cambiando?

¿Qué me pides furtiva?

¡Oh tú, siempre ignorada,

tú siempre antigua y nueva!

Ven más cerca. No temas.

Tu mano tibia tiembla,

tu cintura se atreve

con sobresaltos, mía. ¡Mía, deseada!

Y aún sonríes con ojos

inocentes y raros.

¡Oh, dime! ¿Qué sugieren

tus ojos arcaicos?

Cabelleras, torrentes,

músicas perdidas,

corazón: esa ave

que, cogida, tiembla.

Y tú, esquiva, flotando

desnuda, lenta y suave.

Tú, chiquita, huida

en un cielo sin nadie.

¡Oh dime, deseada,

cómo hay que abrazarte

mientras tu boca expira

en la mía, sin habla!

Di si tu remota

belleza en tu cuerpo

puedo yo apresarla.

Puedo así matarte.

Deseada, ya basta.

Deseada, no puedo.

Deseada, tú quieres

que yo muera contigo.

DESPEDIDA

Quizás, cuando me muera,

dirán: Era un poeta.

Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.

Quizás tú no recuerdes

quién fui, mas en ti suenen

los anónimos versos que un día puse en ciernes.

Quizás no quede nada

de mí, ni una palabra,

ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.

Pero visto o no visto,

pero dicho o no dicho,

yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!

Yo seguiré siguiendo,

yo seguiré muriendo,

seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.

ÉGLOGA

Rubio, fuerte, manso,

triste sin melancolía

como el mediodía,

lento como la tierra,

toscas las manos que parten

el pan y abarcan el seno

maternal de Ceres,

Menalcas apacienta sus grandes vacas rojas

frente al mar: estupor

de luz en la inmensidad.

¡Oh mar, oh campo, oh bestias!

¡Oh siesta, pesadumbre

del cuerpo poderoso que, ahora, inerte,

se cubre como de una enfermedad de cantos

monótonos y vagos,

mientras la tierra sueña,

muge lenta

como una vaca triste que esperara

la fecunda inquietud de las estrellas,

la sagrada

palpitación escondida,

el amante

nocturno que no dice su nombre!

EL TOQUE DELICADO

Si toco en mi dolor, todo lo siento

mío, mío, perdido vagamente.

Si toco en el dolor mas de repente

me vuelvo a las estrellas y a lo bello,

yo siento el corazón que aquí me quema

como un mero detalle en el sistema.

EN EL FONDO DE LA NOCHE TIEMBLAN LAS AGUAS DE PLATA…

En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.

La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.

Con su nimbo de silencio

pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,

pasan como quien suspira,

pasan entre los hielos transparentes y verdes.

Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero

sobre los cuerpos blanquísimos del frío.

En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;

los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna.

Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,

el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,

el momento en que por fin todo parece posible.

En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.

Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta.

La quietud de esta hora es un silencio que escucha,

el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.

Decidme lo que habéis visto.

En el fondo de la noche

hay un escalofrío de cuerpos ateridos.

EN TI TERMINO

Este objeto de amor no es un objeto puro;

es un objeto bello, y creo que eso basta.

Bellos son sus brazos, sus hombros, sus senos;

bellos son sus ojos (¡y qué bien me mienten!)

Deseable, me engaña, o furtiva, resbala

suave, suavemente, con física dulzura,

o gravita hacia un centro más secreto que el alma;

o duele con un fuego más real que el cariño.

Si la beso, no hablo; si la toco, no creo;

y me quedo callado mirándola muy cerca,

o me duermo en sus brazos, o me muero en su espasmo,

y en aniquilarme hallo cierto descanso.

FECUNDACIÓN

Y si yo te toco, tú eres lo que eres;

y si no te toco,

tú, tranquila, duermes.

Tú, conmigo, todo;

tú, sin mi, perdida;

tú, mujer conmigo,

nada si no nombro.

Y si yo te toco,

palmera que crece,

sonrisas abiertas

que, meciendo, envuelven.

Y si no te toco,

dulzura que pesa,

caes en tu silencio

densamente lenta.

HASTA LA MUERTE

En el paisaje oscuro

oigo tu voz, tu voz,

tu larga voz de espesas

caricias resbaladas,

mojadas y olorosas.

La noche me suspende

en un vuelo pausado

e, inmóvil, pone en vilo

lo que el hombre no entiende:

tu voz, tu voz querida

hundiéndome en lo ausente.

Uno cierra los ojos

(¡me da miedo mirarte!);

uno tiende las manos

-aves heridas y leves-,

y en sus raíces siente

que tú eres y no eres.

LA NOCHE VIENE DESNUDA…

La noche viene desnuda:

senos de luna,

guantes morados.

Con los brazos en alto

ya la estoy esperando.

¡Qué cerca de mi oído

enmudecen sus labios!

¡Amor, amor!

La muerte

me está besando.

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmado,

como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

MOMENTOS FELICES

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo

tirando todo al fuego: poemas incompletos,

pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,

fotografías, besos guardados en un libro,

renuncio al peso muerto de mi terco pasado,

soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,

y así atizo las llamas, y salto la fogata,

y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,

¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente

–el pitillo en los labios, el alma disponible–

y les hablo a los niños o me voy con las nubes,

mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,

las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos

desnudos y morenos, sus ojos asombrados,

y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,

salpican de alegría que así tiembla reciente,

¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,

pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,

aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,

y yo asisto al milagro –sé que todo es fiado–,

y no quiero pensar si podremos pagarlo;

y cuando sin medida bebemos y charlamos,

y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,

y lo somos quizá burlando así a la muerte,

¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido

con el balcón abierto. Y amanece: las aves

trinan su algarabía pagana lindamente:

y debo levantarme, pero no me levanto;

y veo, boca arriba, reflejada en el techo

la ondulación del mar y el iris de su nácar,

y sigo allí tendido, y nada importa nada,

¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?

¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores

y, apretando los dientes, las redondas cerezas,

los higos rezumantes, las ciruelas caídas

del árbol de la vida, con pecado sin duda

pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,

regateo, consigo por fin una rebaja,

mas terminado el juego, pago el doble y es poco,

y abre la vendedora sus ojos asombrados,

¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.

Y con el día digo su trajín, su comercio,

la busca del dinero, la lucha de los muertos.

Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,

me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,

y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,

y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,

sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,

¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,

me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:

“Estaba justamente pensando en ir a verte.”

Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,

pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,

sino de cómo van las cosas en Jordania,

de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,

y al marcharme me siento consolado y tranquilo,

¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;

pasar por un camino que huele a madreselvas;

beber con un amigo; charlar o bien callarse;

sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;

mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,

¿no es esto ser feliz pese a la muerte?

Vencido y traicionado, ver casi con cinismo

que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,

¿no es la felicidad que no se vende?

MORIR

¡Ay tú, siempre lejana!

(Tu cuerpo poseído

me parece aún intacto.)

¡Ay, tu sonrisa esquiva!

¡Ay, tus palabras vagas!

Todo tan sin sentido

(adorable, imposible!)

que no eres tú, no es nada,

es la nada lo que amo

revestida de luces

que en suave piel resbalan.

Desnúdate, ¿qué importa?

Ya sólo sé morirme

y no mirarte. Canto

cierto nácar cambiante,

deseo con mil nombres

que aquí brilla variando,

ternura, o llanto, o dicha,

o -querida, querida, querida-

no saber qué se dice,

morir tu misma muerte,

rozarte así imposible.

MUJER

Esas nubes amadas se hacen al fin estatua.

Si acaricio, doy forma

y, en el azul, desnuda como una diosa antigua,

estás tú, sólo bella.

Mas si viene la noche,

si una brisa te envuelve dulcemente asfixiante,

vuelves al mar confuso donde tomaste origen,

ola fresca y sonora que rompe alegremente,

toda alzada, y luego

ancha y derramada

como una madre llega ya al fin de las palabras,

sonríe piadosa.

NI MÁS NI MENOS

Son tus pechos pequeños,

son tus ojos confusos,

lo que no tiene nombre

y no comprendo, adoro.

Son tus muslos largos

y es tu cabello corto;

lo que siempre me escapa

y no comprendo, adoro.

Tu cintura, tu risa,

tus equívocos locos,

tu mirada que burla

y no comprendo, adoro.

¡Tú que estás tan cerca!

¡Tú que estás tan lejos!

Lo que beso, y no tengo,

y no comprendo, adoro.

NINFA

Se detiene en el borde del abismo y escucha,

viniendo desde el fondo, rampante, dulce, densa,

una serpiente alada, una música vaga.

Escapa por la suave pereza de su carne

que en el fondo era fango,

era ya tibia, y lenta, y latente, y sin forma;

era como el dios de gran barba dormido

junto al río en la siesta,

junto a ella en la noche

carnal y sofocada de junio con olores.

Y escucha temblorosa,

apaga una tras otra penúltimas preguntas,

y duerme, se hunde, duerme

en brazos de un gran dios de pelo duro y rojo,

divino Pan: un dios

hecho bestia que huele.

PENÚLTIMAS PALABRAS

Mientras las estrellas brillan temblorosas,

te diré una palabra sencilla y antigua,

palabra siempre dicha, pero nunca entendida,

palabra que tan sólo de tú a tú comprendemos:

Te amo.

La noche vasta ensancha tu dulce presencia.

Secretamente te hablo retorciendo mi angustia.

Secretamente sufro por algo prohibido

y es sencillo y terrible como tú si me miras:

Te amo.

La muerte sólo brilla con tranquilas estrellas.

Sus párpados son lentos; su silencio es antiguo;

sus manos que no tocan me adivinan en sombra;

su gloria es un secreto.

Regia amante nocturna de senos glaciales,

cielo de la hermosura más allá de mi dicha

y mi amor, y mi canto, y mi vuelo más loco,

¡también yo he de callarme!

PERDIDO DE AMOR

La fatiga, la inmensa

fatiga de los días repetidos.

(Toda alegría supone

algo de heroísmo.)

Admirable enemiga,

de ti nazco sufriendo.

(Arder: Así me miento

un alma iluminada.)

Y vivo de la muerte

que me das sonriendo,

y muero en la dulzura

de tu vago silencio.

Amada, amada mía,

alta llama en el tiempo,

tú creas melodías

con pausas y secretos.

Y el hastío se alarga

de pronto en formas dulces,

y los días se nombran

según un sentimiento.

PORQUE SÍ

Pececito esquivo,

caballito que monto,

delicia que no nombro,

y quiero, quiero, quiero.

Cuando te beso, acierto;

cuando te toco, creo;

si te acaricio mido

mi infinito deseo.

Mas te prolongas lejos;

eres más, eres lo otro,

lo que nunca apreso

aunque te toco y beso.

siempre un poco esquiva,

siempre resbalada,

tú, que nunca entiendo,

y quiero, quiero, quiero.

¿QUIÉN ERES?

Con cambiarte de traje, te cambio también de alma.

( No adivinas mi angustia. No sé casi quién eres. )

Si te revuelvo el pelo tú ríes locamente

mientras a mí me duele sentirte tan informe.

Tanto puedo variarte que no sé ya que quiero.

Tú puedes serlo todo. Tú eres la misma nada.

Y te ríes, y acaso, si tus labios me buscan

son solo una medusa de silencio anhelante.

SALPICADA DE ESPUMA…

Salpicada de espuma, de salitre,

desnuda, desde el mar,

viene gritando:

La vida, sí, la vida misma:

¡Un delirio por los prados!

Desde mi ventana blanca,

con los brazos extendidos,

la estoy llamando con voces

de un ardor desmelenado.

Salpicada de espuma, de salitre,

desnuda, por los campos,

va gritando.

¡La vida, sí, la vida misma!

Pálido y alto, callado,

la mira pasar llorando.

TAU-l

La bonita mentira de cada día

no engaña a nadie, pero ayuda a vivir, y exalta.

No pido más.

Amanece inundando.

Los pájaros cantores

cierran los circuitos eléctricos del día.

¡Es la belleza, es la vida!

La cabeza se enciende como una bombilla

a unos doscientos voltios de normal poesía.

¿Es la belleza? No sé.

Es el mundo habitual de la pereza

donde mis números sirven,

mis distancias miden,

mis ideas cuentan,

no se funde el aparato que en mí versifica.

¿Es la vida?

Sé que hay otra

más real, más escondida, menos mía,

pero ésta es mi alegría, mi mentira,

y los átomos me dejan de momento

que viva en mi fantasía,

es decir, en lo vulgar

del día que es tan sólo un cada día

sin más, normal,

fabulosamente real.

TÚ QUE SÓLO ERES TÚ

Mi vicio, mi locura, mi alegría,

¡todavía muchacha!

Mi nunca suficientemente amada,

cámbiame los ojos si así quieres,

pónmelos de ira.

Es lo mismo. Me das vida.

TUS GRITOS Y MIS GRITOS EN EL ALBA

Tus gritos y mis gritos en el alba.

Nuestros blancos caballos corriendo

con un polvo de luz sobre la playa.

Tus labios y mis labios de salitre.

Nuestras rubias cabezas desmayadas.

Tus ojos y mis ojos,

tus manos y mis manos.

Nuestros cuerpos

escurridizos de algas.

¡Oh amor, amor!

Playas del alba.

UN DÍA ENTRE NOSOTROS

Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos,

estamos juntos. Somos

terriblemente dichosos,

como el cielo siempre azul, como el espanto,

como la luz que es la luz,

como el espacio.

Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento,

diría: «Porque soy.»

Y al decirme sería un poco menos.

Si tratara de explicarme surgirían como sierpes

desenvueltas y en combate mis ambiguos sentimientos.

Pero soy solo. Sí. Soy. Te creo.

Estas aquí, en mí mismo.

Ni te veo, ni te pienso, ni te beso, ni te sueño.

Sólo estás. Estoy contigo. Yo, a tu lado, Tú conmigo.

Estamos uno en otro, tan reales

que con ser poco, ese poco es ya bastante.

Estamos en lo que somos, de puro simples, totales.

Estamos donde siempre, callados. No hay motivo

razonable para ser tan ferozmente dichosos.

Pero sacan el porrón de vino, las chuletas,

la ensalada, el Cacciotta ricamente podrido,

el jugo de naranja, los cafés, la ginebra.

Estamos juntos y todo nos sabe por eso a fiesta.

Soy feliz, ¡tan feliz!

Si ahora me levantara saldría por el techo.

Estoy, como se dice vulgarmente, contento.

Vivo, vivo, y contigo

comprendo que vivir es algo muy sencillo.

El corazón ha abierto su mano y yo deliro.

Me dejo estar. Te quiero. Todo es bello.

Irradio una certeza fulminante.

Soy el alguien tremendo que en ti se basta a sí mismo.

Soy mi absoluta presencia (¿qué pasa?)

que está aquí (¡perdón, nada!).

Soy contigo y tú conmigo, el imán de los prodigios.

¿Quién creería si nos viera que cada día, obtusa,

la desgracia del mundo de fuera nos arrastra?

¡Amor besa mi muerte! ¡Dolor, sé voluptuoso!

¡Oh tú, Necesidad, pon la burla en mis ojos

y en pecho ese ritmo de la paz y la guerra

que son a una el latido fatal de la belleza!

¡Ahora, mi ahora mismo,

sé límpido y valiente, la alegría ganada

a los monstruos informes, y a lo triste sin alma!

¡Oh tú, mi yo más bello, mi más que yo, mi amada,

manténme con tus ojos suspenso, nunca grave,

y sea siempre magia la vida cotidiana!

VENUS

En la alcoba sombría,

entre fríos basaltos,

el vientre monumental y luminoso

de una estatua de mármol.

La lluvia adormecía los secretos

y pulsaba tensas cuerdas

en el arpa del silencio,

mientras un ángel, envuelto

en un nimbo deslumbrante de misterio,

acariciaba con un gesto indiferente

los senos de las diosas.

A los pies de una Venus

caían estranguladas las palomas.

El amor desnudo y frío

dormía sobre los filos enlunados

de diez brillantes cuchillos.