Author Archives: Javierpah

Brossa, Joan

Joan Brossa. España. Catalunya 1919-1998

Reseña biográfica

Poeta, dramaturgo y artista plástico español nacido en Barcelona el 19 de enero de 1919.

A los diecisiete años, cuando se encontraba en el ejército, inició la producción poética con la obra “Tercera Divisió”.

Su obra creativa, además de la poesía, abarcó otras facetas del arte como el cine, el teatro y la música.

Fue uno de los fundadores de la revista Dau al Set en 1948 y uno de los principales introductores de la poesía visual en la literatura catalana.

Su obra fue reconocida con importantes galardones: Premio Nacional de Artes Plásticas en 1992, Premio Nacional de Teatro 1998 y la Medalla Picasso de la UNESCO. Fue Miembro i Socio de Honor de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana.

Falleció en Barcelona el 4 de octubre de 1998.

A B C D

A Si quieres conocer a un hombre,

dale poder.

B Si me quieres bien, tus obras

me lo dirán.

C Tampoco existe el amor,

sólo puedes dar pruebas de él.

D Gritar es digno.

Versión de Carlos Vitale

A todos

Me empolvo la cara con la borla. Con

lápiz oscuro indico el fondo de las arrugas y con lápiz

blanco la parte que sale más. Me pinto las cejas muy

negras y los labios rojos. Me doy unos toques de almáciga

y me engancho los bigotes.

Me arranco los bigotes de crepé. Me borro el negro de las

cejas, el rojo de los labios y las rayas que marcan

las arrugas. Me unto la cara con vaselina hasta dejarla bien limpia.

Sobre la mesa, la peluca y las patillas junto

con un montón de libros.

Octubre de 1950

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Amor…

Amor,

en este poema

no existe el tiempo:

todo el curso del Universo

se da en él a la vez.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Antoni Tàpies

Tàpies: He recibido tu carta. Muy,

muy agradecido por las postales de Miró.

Ahora ya no me falta ninguna. Creo firmemente

en la sinceridad de tu carta y estoy

muy contento de tu paso. Por fin te has dado cuenta

de hasta qué punto va llena de veneno la serpiente

que aún colea. Tàpies: no aplastarán la tierra

los déspotas. Debemos cambiar -me ha

escrito Cabral-, debemos tener la certeza

de que hay que cambiar. Éste es el primer paso.

Veo que tú, sin embargo, has alcanzado la palanca

del arroyo. Has hecho de un árbol

otro árbol. Los árboles

se enlazan unos a los otros.

Que nada de eso se convierta en letra

muerta, fosforescencia de espíritu libresco.

Sí, Tàpies, aquí abajo todavía

el silencio comanda. La flor

y nata del buen vivir se ha vuelto

un montón de oscuridad cercada con cañas.

Dau al Set continúa siendo la oscura revistilla

representativa tan sólo de nuestras minucias.

Ponç, Puig y yo no queremos respirar más

en estas estrecheces y, ante las respuestas

secas del director, hemos dejado de colaborar. Ya verás,

ya verás los números que salen y los próximos que saldrán.

¡Están llenos de muerte, los desventurados!

Siempre el mismo canto triste acompasado

con el sonido de cascabeles podridos. Sin embargo,

al final, han caído, mortecinos y oscuros, las doce,

y nosotros, como te he dicho, hemos encendido la luz

y hemos ganado la explanada.

Envíame fotografías de los cuadros que pintes.

Creo que trabajas mucho. ¿Sale muy

rabiosa tu pintura? No me lo parece.

París y tú ya debéis ser como hiedra

y tronco. Lo malo es que ya se te va

marchitando la rosa de la beca. Cuando

llegues a Barcelona te parecerá que

te hundes en un pozo profundo, sí,

muy profundo. Aquí los ricos se dan besos

en los guantes mientras los pobres arrastran

el culo risco abajo. El jardín de la gaya

ciencia va lleno de adulacristos. Todo

rumorea de silencio. Todos protestan de ello.

Hoy, uno de mayo, los policías van de cuatro

en cuatro.

En fin,

Tpies, no quisiera que se me amodorrase el alma

teniendo que llamar con estas frases. Baja, amigo,

y todo nos cogerá brillo en las manos

porque, como ya sabes, el tiempo nos da la razón

a nosotros, que tenemos el mejor vino hirviendo

muy cerca del rescoldo.

1 de mayo de 1951

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Bailarina al norte

I

Fondo negro. Pas seul de unas piernas que se destacan en blanco.

II

Cortina azul.

III

Fondo negro. Gran hoguera en mitad del escenario.

Telón

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Cosmogonía

Adelantaba ligeramente el muslo

y lo ponía entre las piernas,

y su pierna izquierda la

ponía encima, por fuera

de mi muslo izquierdo.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Eco

A Maria-Lluïsa Palau

-¿Podrías decirme qué es el sol? -El sol.

-¿Y la luna, podrías? -Es la luna.

-¿Y por qué llora Pedro inconsolable?

-Porque en su vida no ha tenido suerte.

-¿Y qué son las montañas, las estrellas?

-Son solamente estrellas y montañas.

-¿Y estas raíces qué? ¿Y qué estas cañas?

-Pues no son más que cañas y raíces.

-¿Qué es esta mecedora? ¿Y esta mesa?

¿Y estas manos que forman sombras chinas?

Dime: ¿y el mundo, el hombre?

-Ved aquí

la faz final de la sabiduría:

Mírate a fondo, afirma siempre el ser

y aprende: nada más puedes hacer.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

El gran triunfo

Siento el latido inmenso en la llanura

y lo canto en la altura de la cumbre.

En plena libertad, libres procura

Todas las Cosas. Jamás servidumbre

En la fuente del gozo, en tu hermosura

He hallado. ¿Ves?, amor, en muchedumbre

Cruzo el dédalo; mas contigo, pura

Naranja que ha crecido de la lumbre,

¡Cuánta luz salta con la sombra mía!

En plenitud de paz en ti me inclino,

Más allá del amor nada nos guía:

Sendas y objetos vuelcan el destino

En la hoguera del alba. Noche y día,

La tuya, amor, al tiempo desafía.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

El jardín de la reina

¡Eh, no piséis al escarabajo!

Johannes Brahms

Éste es el jardín de la Reina.

Ésta es la llave del jardín de la Reina.

Ésta es la cinta que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éste es el pez que ha mordido la cinta que sostiene

la llave del jardín de la Reina.

Éstos son los ojos que brillan como el pez que ha

mordido la cinta que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éstas son las manos que han hecho sombra a los ojos que

brillan como el pez que ha mordido la cinta que

sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éste es el cabello que han peinado las manos que han

hecho sombra a los ojos que brillan como el pez que ha

mordido la cinta que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Ésta es la fuente que ha mojado el cabello que han

peinado las manos que han hecho sombra a los ojos que

brillan como el pez que ha mordido la cinta que

sostiene la llave del jardín de la Reina.

Éste es el camino que bordea la fuente que ha mojado

el cabello que han peinado las manos que han hecho sombra

a los ojos que brillan como el pez que ha mordido la cinta

que sostiene la llave del jardín de la Reina.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

El nacimiento de Venus

Cortina azul. Entra la stripteasera por la mitad de la cortina. Tiene ojos muy expresivos. Va en traje de calle oscuro. Al quitarse la chaqueta se empiezan a escuchar, lentas, las campanadas de un reloj: las doce. Cuando suena la última, la chica aún no ha acabado de desnudarse; actúa seria y vive íntimamente su número.

Cuando ha acabado dice:

«Me cachondeo de todos los dioses».

(Recoge la ropa y sale por la derecha).

TELÓN

Versión de Carlos Vitale

El tiempo

Este verso es el presente.

El verso que habéis leído es ya el pasado

-ha quedado atrás después de la lectura-.

El resto del poema es el futuro,

que existe fuera de vuestra

percepción.

Las palabras

están aquí, tanto si las leéis

como si no. Y ningún poder terrestre

lo puede modificar.

Versión de Carlos Vitale

El último hombre

A pesar de las apariencias y las teorías, dice

que tiene miedo de la soledad; se siente distanciado

de los objetos; tiene miedo de no ser más que una

cosa entre las cosas, entre objetos sin nombre:

tiene conciencia de no estar aquí.

Versión de Carlos Vitale

España

No existe la censura:

lo que existe es un Servicio de Información Bibliográfica

para evitar posibles perjuicios económicos a los editores.

No hay gente que se muere de hambre:

hay personas que sufren insuficiencias tróficas

debidas a insuficiencias alimentarias.

No hay lucha de clases:

hay tensiones sociales polarizadas en torno a desiguales

repartos de la Renta Nacional.

No hay oposición episcopal:

no se trata de quitar al obispo sino de modificar

las estructuras jerárquicas que no son conscientes

del compromiso con las líneas posconciliares.

No hay partidos políticos:

hay articulación de contrastes de opiniones.

No hay subida de precios:

hay revisión de tarifas.

No hay derecho de huelga:

hay una manera de exteriorizar el conflicto directo.

No hay epidemia de cólera:

hay brotes de diarreas estivales.

No se habla de amnistía,

sino de condena de sanciones.

Etcétera.

Versión de Carlos Vitale

Fin del ciclo

Las hojas caídas obstruyen el camino.

Imagino que soy el que no soy.

Aquí me estoy muy quieto.

Procuro no moverme

y ocupar el mínimo espacio.

Como si ya no estuviese allí.

El silencio es el original,

las palabras son la copia.

Versión de Carlos Vitale

La guerra

Cruza un burgués vestido de cura.

Cruza un bombero vestido de albañil.

Yo palpo una tierra muy humana.

Cruza un cerrajero vestido de barbero.

Me como un trozo de pan

y me tomo un buche de agua.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Noche

Más allá del espacio que percibimos brilla una multitud innumerable

de mundos semejantes al nuestro.

Todos giran y se mueven.

Treinta y siete millones de tierras. Nueve millones quinientas mil lunas.

Pienso con espanto en distancias incalculables

y en millones de globos muertos

alrededor de soles ya apagados.

Medito sobre el orgullo.

¿Qué ocurre más allá de los astros?

El suelo está regado.

Una mujer da un beso a una niña.

Hoy la cena ha sido espléndida.

Se oye tocar un manubrio.

Hay un espejo colgado en la pared.

Entrad, entrad, la puerta está abierta.

Afuera pasan un pastor y un trapero.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Nocturnalia

A Pepa

Pura contra la noche está mi mano,

Riqueza y fuerza me echaré a la espalda;

Busco la calma en lo que pensar pueda,

Donde empieza la queja trazo raya.

Suelen bastarme el hombre y su misterio,

El azufre que hiero no me daña;

Pero la suma escapa al juicio humano,

y me sacude el trueno y raya el rayo.

Pero no digo que mi error lamente:

-¡Echa raíces, olvidada tierra!

En torno de tu amor dialogando,

Cuanto retengo piérdolo con ansia:

Ni siento horror de morir como pienso

Ni pensar como muero me entristece.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Paisaje

Una línea avanza del monte

de Júpiter y se dirige horizon-

talmente hasta la parte más alta

del muñón, bajo el monte de

Mercurio; pasa por debajo de los montes

de Saturno y de Apolo y corta

en su trayecto las líneas de

Saturno, de Apolo y de Mercurio.

Ahora apago la luz, y todo queda

a oscuras.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Pasa un obrero con el paquete del almuerzo…

Pasa un obrero con el paquete del almuerzo.

Hay un pobre sentado en el suelo.

Dos industriales toman café

y reflexionan sobre el comercio.

El Estado es una gran palabra.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Pim-pam-pum

I

Desde la oscuridad absoluta, el escenario se ilumina. Fondo azul.

Hacia la derecha, una mesilla de noche. En el centro del escenario,

un personaje alto, envarado, de frac, con sombrero de copa

y guantes en la mano. Pausa. Entra por la derecha, envarada, una

señora en vestido de noche oscuro; saca del cajón de la mesilla

una banda roja y se la coloca al gran dignatario con toda solemnidad.

La gran dignataria, igualmente envarada, sale. El personaje continúa inmóvil.

La luz va adquiriendo un tono rojizo hasta el color rojo intenso; después

se va apagando gradualmente hasta quedar todo a oscuras.

II

El escenario se ilumina. Fondo amarillo. Inmóvil en medio del escenario,

un clérigo con sombrero de canal y manteo. De pronto se desnuda lentamente.

Es una mujer, una stripteaser que ejecuta su número de una forma rutinaria,

más bien vulgar, ondulando los lados. Debajo de la sotana lleva ropa interior

femenina de color violeta, con las medias negras. Cuando se ha desnudado

completamente, permanece inmóvil y se apagan las luces.

III

El escenario se ilumina. Fondo rosado. En el centro, un militar inmóvil

con el pecho lleno de cruces y medallas y la mano izquierda apoyada en el sable.

Pausa. De súbito, las condecoraciones se le van cayendo una a una.

Al caer la última, baja el

Telón

Versión de Juan Manuel Gisbert

Poema

Yo me desnudo

y vosotros os vestís.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Poema (2)

Un silencio

Un grito

Un toque de gong.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Sensatez y cabellera

Nadie es el autor

de este Poema mío.

Vladimir Mayakovski

Nacer, morir, vejez y juventud,

roca, esperanza, confianza, nostalgia,

boca callada, espíritu sonoro,

hileras de franqueza y falsedad.

Hacer que en la tristeza caigan copos,

así la vastedad del amor mío

contra el vacío inmenso del furor

del mar bramando, al sol sal encendida.

El paso errado se burla del recto,

y el alborozo y el dolor de ser

el confundir sus ráfagas no excluyen.

El buey que llora y labra y el buey de oro,

el pozo primordial, lo revelado,

todo es fulgor del nacer al morir.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

Streap-tease

Fondo naranja. A intervalos de diez segundos caen del techo todas

las prendas con que se viste una mujer. Finalmente caerá un

zapato y , al esperar que caiga el otro, baja el telón.

Versión de Juan Manuel Gisbert

Streap-tease (2)

Hoja tras hoja desnudo los árboles.

Piedra tras piedra desnudo el terreno.

Después el cielo desaparece.

Y la tierra también se va.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Si fueras una ola, serías mi juego favorito.

Si me quisieras siempre, serías la plenitud.

Si fueras una manera de hablar, serías el diálogo.

Si lloraras inquieta, te buscaría y no te encontraría.

Si fueras una puesta de sol, serías la más bella de todas.

Si fueras un árbol, serías un cedro.

Si ostentases colores, serías blanca y roja.

Si fueras la nieve, pasarías más allá.

Si fueras una sustancia, serías el bálsamo.

Si fueras sustituida, serías la madera de una columna.

Si yo fuera un barco, te llevaría delante mismo de la proa.

Si no fueras una muchacha, serías una rosa silvestre.

Si fueras una estrella invisible, serías el mutuo amor.

Si me rodeases suavemente y te disolvieses, serías el rocío de la

noche que moja los árboles.

Si desfallecieras, serías un escudo roto.

Si fueras una flor, nunca te apagarías.

Si relampaguearas, serías talmente una piedra engastada del color

del flujo del mar.

Si te viese en cualquier lugar, te señalaría a ti.

Si fueras indiferente, serías el crepúsculo.

Si me mirases distraídamente, serías mi esperanza.

Tu presencia me parece la forma más placentera de la armonía

misma.

Si la música se llenara de ti, brotaría un acorde grave y lastimero.

Si fueras un trébol, serías la llave de la aurora.

Si fueses la suavidad, serías el peso del agua.

Si fueras la tristeza, serías los días y el tiempo.

Si fueras un deseo, serías pasión desplomada.

Si fueras la luna, serías un ala.

Si fueras un reloj, serías un círculo profundo.

Si fueras el espacio, serías su mitad y su centro.

Si no fueras una estrella favorable, serías una roca que defiende

un territorio.

Si te escondieras de mí para siempre, serías la noche circundante.

Si fueras un camino, serías la orilla del mar.

Si fueras un jardín, serías un astro de flores.

Si fueras un paisaje, serías un bosque que respira.

Si fueras un anillo, serías eternamente irrompible.

Si fueras sombra densa, serías un camino entre los astros diáfanos.

Si fueras una tarde, serías un día.

Si fueras un año, serías un siglo.

Si fueras un ruido, serías el ruido de unos pasos que resuenan

oídos en secreto.

Si fueras un pedestal, serías una isla azulada.

Si el mundo fuese roto en pedazos, serías su silencio.

Si inclinaras más la frente, el corazón tintinearía claro.

Si suspiras, el tiempo que pasa se vuelve dulce.

Si te encaramas por el cielo, en la meditación te encuentro.

Si fueras una bolita, serías una sola gota de agua.

Vives en el sentido de la llama, no en el de la ceniza.

Si fueras un número, serías una cantidad inacabable.

Si mudaras de forma, serías una montaña oscura y agradable.

Si fueras el viento terral, dormirías sobre una cola de colores.

Si te conociera la lluvia, caería en el lugar que tú indicaras.

Si intentaras salvar a alguien, lo llenarías de espigas.

Si fueras una pared, te escudarían los árboles.

Si cayera la luz, serías la copa de cada día.

Cubrirías la juventud, si fueras la madrugada.

Si pasara el otoño, tú serías la primavera inminente.

Si fueras un color, serías la alegría del sol en un bancal de hierba.

Si fueras una voz, tendrías el color de un perfume.

Si fueras un perfume, tendrías la voz del color que te llevara.

Si fueras un cristal, apagarías los suspiros.

Si fueras un desierto, ondearías sin ningún límite.

Si eres una palabra, serías amarse

Si fueras un ídolo yo prepararía tu adoración en los santuarios.

Si fueras tibia claridad, te rodearías de rebaños.

Si fueras una gota de sangre, iluminarías.

Si el mundo de vida fuera todo soledad y caos, ya estarías destinada a

manifestarte.

Si el mundo fuera una brumosa caverna, en ti convergerían infinitudes.

Tu eres el más bello reflejo de la Imagen primordial

Que allende los tiempos se multiplica inexpresable.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

Un espía ronda por las calles de Washington

Un hombre lleva abrigo y botines grises.

Pasa una mujer, muy guapa, enlutada.

Un muchacho, con gafas de miope, explica con profusión de detalles

cómo es el que le ha sustituido en el cargo.

Un hombre, con una cicatriz en la mano, sale apresuradamente

de un edificio

con una cartera bajo el brazo.

Un transeúnte se queja de que es indigno cómo atropellan a la

gente por la calle.

Pasa un muchacho con un viejo encorvado.

Un militar, huraño, sube a un coche, que arranca.

Una mujer entra en una óptica.

Un hombre se mete en una cabina telefónica.

Pasan grupos de jóvenes.

Un hombre, que lleva bigotes, se quita las gafas.

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Un hombre estornuda…

Un hombre estornuda.

Pasa un coche.

Un tendero baja la persiana metálica.

Pasa una mujer con una garrafa llena de agua.

Me voy a dormir.

Eso es todo

Versión de Andrés Sánchez Robayna

Vida mía

Cuando hablo, el amor llevo en la saliva.

Me exalta donde yo no soy tu vida;

Te exalta donde tú no eres mi vida:

Fuego en el prisma

Tal fuerza oscura nace del instinto;

Mas veo el fuego y siento en vena viva.

Ya el intercambio de cabello y hierba

Me hinche de frutos.

¿Y qué húmedo teatro en el rocío

Acerca a la honda sombra tu figura,

Que de la más remota lejanía,

Mezclo los hitos?

Tumba las tristes voces, hembra azul;

Veo quemando el fuego toscos prismas,

En rústica manzana oigo ebrias voces;

Vivo cuando hablan.

Con ambas manos al rayar el alba,

Balbuceo por vías obstruidas

Mientras abro entre fuego inmensas puertas,

Reflejo de otras.

Tu mirada perfuma a quien te mira,

De amor impregno tu única imagen,

Y la palabra, viva a flor de labios,

Es primitiva.

Pierdo el límite, cal iluminada;

y provoco naufragios entre plantas.

Nada de lo que miro es con mis ojos:

Fuerza ni esfuerzo.

Hablas, y el cielo es un lugar salvaje,

Desde el nacer del sol hasta la puesta.

Nieblas y nieblas. Tus ojos no miran

Al mirar, nada.

Mas la ola estalla y el ojo se encanta

Del barco que es el cuerpo en las personas

Y, entre las peñas de una playa oculta,

Brilla el crepúsculo.

Versión de Alfonso Alegre y Victoria Padilla

Brodsky, Joseph

Joseph Brodshy (Rusia – EE.UU. 1940-1996)

Reseña biográfica

Poeta ruso nacido en San Petersburgo en 1940.

De formación autodidacta, reconoció la influencia que en él ejercieron los poetas clásicos, los metafísicos ingleses y los poetas polacos modernos, además de Proust, W. H. Auden y Herman Melville.

Acusado de “parasitismo social”, fue encarcelado durante dieciocho meses a la edad de veinticuatro años.

En 1972 emprendió el camino al exilio, obteniendo la nacionalidad estadounidense en 1977.

Sus “Poemas selectos”, que reúnen una importante colección de su poesía, se publicaron en versión inglesa en 1973, seguidos de “Partes de la oración” en 1980 e Historia del siglo XX en 1986.

En 1981 obtuvo una beca de la Fundación MacArthur, y en 1987 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Su producción literaria se extendió hasta el día de su muerte, ocurrida en Nueva York el 28 de enero de 1996.

A Eugenio

En cualquier elemento el hombre

es tirano, prisionero o traidor…

A. Pushkin

Yo estuve en México, escalé las pirámides

impecables moles geométricas

desparramadas por el istmo de Tehuantepec.

Quiero creer que las hicieron visitantes del cosmos

pues estas obras suelen edificarlas los esclavos

y el istm0 está cubierto de hongos pétreos.

Los ídolos de arcilla son tan fáciles

de falsificar que propician rumores.

Bajorrelieves varios, con cuerpos de serpientes

y el alfabeto indescifrable de una lengua

que ignoró siempre la conjunción o.

¿Qué contarían si empezaran a hablar?

Nada. En el mejor de los casos, las victorias

sobre tribus vecinas y cabezas partidas.

Que la sangre del hombre vertida en el altar

del Dios del Sol le fortalece un músculo.

Que el sacrificio nocturno de ocho jóvenes fuertes

garantiza el alba con mayor seguridad que un despertador.

De cualquier modo es preferible la sífilis o las fauces

mortíferas de aquellos unicornios de Cortés, al sacrificio.

Si te toca en suerte alimentar con tus ojos a los cuervos

es preferible que el asesino sea asesino y no un astrónomo.

En general, sin esos españoles es muy poco probable

que hubiesen llegado a tener la certeza

de que alguna cosa les había pasado.

Es aburrido vivir, querido Eugenio. Dondequiera que vas

la estupidez y la crueldad te siguen.

Me da pereza encerrar eso en versos.

Como dijo el poeta: «En cualquier elemento…».

¡Qué lejos vio desde sus marismas natales!

Yo agregaría: en cualquier latitud.

1975

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Amicum-philosophum de melancholia, mania et plica polonica

(«Al amigo-filósofo, de la manía, de la melancolía y de la plica

polaca»: título de un tratado del siglo XVIII que se conserva en la

biblioteca de la Universidad de Vilnius. [Nota del autor.])

Insomnio. Un trozo de mujer. Un vidrio

repleto de reptiles que se abalanzan hacia afuera.

La locura del día se desliza del cerebelo

al cogote donde ha formado un charco.

En cuanto te meneas, el interior percibe

como en este lodo helado alguien

sumerge una pluma fina

y lentamente traza «maldición»

con letra que se tuerce en cada curva.

El trozo de mujer con crema

suelta al oído palabras largas

como una mano en mugrientas greñas.

Y tú en las sombras estás solo, sobre la sábana

denudo, como un signo zodiacal.

1971

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Canción de amor

Si te estuvieras ahogando, acudiría a salvarte,

a taparte con mi manta y a ofrecerte té caliente.

Si yo fuera comisario, te arrestaría y te

encerraría en una celda con la llave echada.

Si fueras un pájaro, grabaría un disco

y escucharía toda la noche tu trino agudo.

Si yo fuera sargento, tú serías mi recluta

y, chico, te aseguro que te encantaría la instrucción.

Si fueras china, aprendería tu idioma, quemaría

mucho incienso, llevaría tu ropa rara.

Si fueras un espejo, asaltaría el baño de las señoras,

te daría mi lápiz rojo de labios y te soplaría la nariz.

Si te gustaran los volcanes, yo sería lava

en constante erupción desde mi oculto origen.

Y si fueras mi esposa, yo sería tu amante,

porque la Iglesia está firmemente en contra del divorcio.

Versión de Alejandro Valero

Carta a un amigo romano

(De Marcial)

Sopla el viento hoy, las olas se encaraman.

Se acerca el otoño y trocará toda la vista.

Y, Póstumo, este mudar de tonos te llega más al alma

que ver cómo se cambia de vestido la amiga.

De una doncella gozas hasta un punto cierro,

que no supera el codo, la rodilla.

Cuánta más dicha en la belleza ajena al cuerpo:

a salvo del abrazo, la perfidia.

*

Te mando Póstumo, estos escritos.

¿Y en la capital? ¿La cama te hacen blanda, o te resulta dura?

¿Qué es del César? ¿Sigue aún con sus intrigas?

Con ellas sigue, imagino, y con su gula.

Me encuentro en mi jardín, arde una tea.

Sin una amiga, sin siervos, sin afectos.

Y en lugar de los pequeños y grandes de la tierra,

suena en concierto un zumbar de insectos.

*

Aquí yace un mercader de Asia. El mercader valía;

era hábil, aunque fuera discreto.

Murió deprisa: de unas fiebres. A hacer negocio había venido

y no, ciertamente, a acabar en esto.

Junto a él yace un legionario bajo un cuarzo grueso.

Dio gloria al Imperio en la batalla.

¡Pudo caer tantas veces! Pero murió de viejo.

Tampoco aquí, mi Póstumo, hay norma que valga.

*

Tal vez una gallina, en verdad, no llegue a ave,

mas hasta con su seso te lloverán los palos.

Si por fortuna en tierras del Imperio naces,

mejor que vivas junto al mar, en un rincón lejano.

Lejos del César, de fieros nubarrones,

de la adulación, el miedo, la premura.

¿Que todos sus gobernadores, dices, son ladrones?

Mejor quien roba que el que tortura.

*

Acepto esperar contigo que pase el aguacero,

hetera, pero sin regateos de mercado:

cobrar de quien te está cubriendo el cuerpo

es como reclamar las tejas a un tejado.

¿Tengo goteras, dices? Mas ¿y la prueba del delito?

No he dejado charco alguno en mi vida.

Verás, el día en que encuentres un marido,

como te dejará las sábanas perdidas.

*

Ya ves, ya hemos recorrido media vida.

Como me dijo un viejo esclavo en la taberna:

«Mirando alrededor tan sólo vemos ruinas».

Dura opinión, lo reconozco, pero cierta.

Estuve en las montañas. Un ramo aderezo con las flores.

Un jarro he de hallar, llenarlo de agua fresca…

¿Por Libia cómo va, mi Póstumo, o dónde te encuentres?

¿Será posible que aún siga la guerra?

*

¿Recuerdas, Póstumo, la hermana que el gobernador tenía?

Aquella delgadita, pero de gruesas ancas.

Llegaste a dormir con ella… Ahora es sacerdotisa.

Sacerdotisa, Póstumo, y con los dioses habla.

Ven, tomaremos vino, de pan acompañado.

O con ciruelas. Me contarás las nuevas.

Te pondré el lecho en el jardín, bajo el cielo despejado

y te diré cómo se llaman las estrellas.

*

Mi Póstumo, pronto tu amigo, amante de las sumas,

su vieja deuda pagará a tanta resta.

Encontrarás dinero bajo el cojín de plumas;

para el entierro al menos basta, me parece.

Ve en tu yegua negra donde las heteras viven,

allá, donde la villa alcanza la muralla.

Y págales lo mismo que por su arte piden,

para que por suma igual lloren mi marcha.

*

El verde del laurel que el temblor alcanza.

De par en par la puerta y polvo en la rejilla.

La silla, abandonada, vacía la estancia.

Y una tela que bebe el sol del mediodía.

El Ponto ronca sordo tras los pinos negros.

Combate con el viento un buque junto al cabo.

En un reseco banco se sienta Plinio el Viejo.

Murmura quedo un mirlo en un ciprés crespado.

Marzo de 1972

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Divertimento mexicano

A Octavio Paz

Cuernavaca

En el jardín donde M., un protegé francés

mantuvo a una beldad de espesa sangre indígena

hoy canta un hombre venido de muy lejos.

En el jardín tupido como un trazo cirílico

un mirlo nos recuerda al ceño cejijunto.

El aire de la noche suena como cristal.

El cristal ya está roto, notémoslo de paso.

Aquí Maximiliano fue emperador tres años.

Introdujo el cristal, la champaña, los bailes

y todas esas cosas que adornan la existencia.

Pero la infantería de los republicanos

lo fusiló después. Dolorosos graznidos

llegan del denso azul.

Los campesinos sacuden sus perales.

Tres patos blancos nadan en el estanque.

El oído percibe en la hojarasca

la jerga de las almas que conversan

en un infierno densamente poblado.

*

Omitamos las palmas. Destaquemos el sauce.

Imaginemos que M. deja a un lado la pluma,

se despoja, sereno, de su bata de seda

y se pregunta lo que hará su hermano

Francisco José (también emperador),

mientras silba, quejoso, Mi marmota.

«Saludos desde México. Mi esposa

enloqueció en París. En las afueras

de palacio oigo tiros, crepitan las llamas.

La capital, querido hermano, está rodeada

y mi marmota, fiel, permanece conmigo.

El revólver, de moda, ha vencido al arado.

Qué otra cosa decirte, la caliza terciaria

es famosa por ser un suelo hostil.

Agreguémosle a esto el calor tropical

donde los disparos son la ventilación.

Se resienten mis pobres pulmones y riñones,

sudo tanto estos días que se me cae la piel.

Como si fuera poco, se me antoja largarme,

extraño demasiado nuestros tugurios patrios.

Envíame almanaques y libros de poemas.

Todo parece indicar que ya di con la tumba

en donde una marmota será mi compañía.

Mi mestiza te manda los debidos saludos.»

*

Julio llega a su fin y se oculta en la lluvia

como un conversador entre sus pensamientos,

lo cual, por supuesto, nada afecta a un país

con mucho más pasado que futuro.

Una guitarra gime. Las calles tienen lodo.

Un paseante se hunde en un velo amarillo.

Incluido el estanque, todo se ha enyerbado.

Alrededor pululan culebras y lagartos.

En las ramas hay pájaros con nidos y sin ellos.

Todas las dinastías declinan por la cifra

tan grande de herederos y la falta de tronos.

El bosque nos invade como las elecciones.

M. no reconocería el lugar. No hay bustos

en los nichos, los pórticos están desvencijados,

los muros desdentados muerden la ladera.

Puedes saciar la vista, mas no los pensamientos.

El parque y el jardín se convierten en selva.

De los labios se escapa una palabra: “Cáncer».

1975

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El busto de Tiberio

Yo te saludo, pasados dos mil años.

También tú fuiste marido de una puta.

Es algo que tenemos en común. Por lo demás,

en torno a ti está tu urbe. Estruendo, coches,

chusma con jeringas en húmedos portales,

ruinas. Yo, un viajero del montón,

saludo ahora tu busto polvoriento

en la desierta galería. Ah, Tiberio,

aquí no alcanzas ni los treinta. Del rostro

mana la confianza de quien domina el músculo

más que el futuro de su suma. Y la cabeza,

que el escultor cortara en vida,

muestra en esencia el augurio del poder.

Todo lo que queda bajo el mentón es Roma:

provincias, cohortes y también rentistas,

más un sinfín de infantes que besan tu aguijón

-placer en clave de la loba

que alimenta a los críos Remo

y Rómulo-.(¡Los mismos labios!,

musitando, dulces, inconexos

entre los pliegues de la toga. ) A fin de cuentas:

un busto en señal de independencia entre cuerpo y cerebro.

De hecho, incluido el del Imperio.

De dibujar tú mismo tu retrato,

sería todo él circunvoluciones.

Aquí no alcanzas ni los treinta. Nada

en ti detiene la mirada.

Ni, a su vez, tu firme observar

está dispuesto a detenerse en algo:

ni en rostro alguno ni en un

paisaje clásico. ¡Ah, Tiberio!

¡Qué más te da lo que rezonguen

Tácito o Suetonio en busca de las causas

que te hicieron cruel! No hay causas en el mundo,

tan sólo efectos. Los hombres son sus víctimas.

Y sobre todo en las mazmorras donde todos confiesan;

no en vano confesar bajo tortura,

como las confidencias del niño,

se torna monocorde. Lo mejor es

no tener nada que ver con la verdad.

Por lo demás, ésta no eleva. A nadie.

Menos aún al César. Al menos,

tú apareces más capaz de ahogarte

en tu baño que por una gran idea.

Y en general, ¿ser cruel no es acaso

precipitar tan sólo el común destino

de toda cosa, o la caída libre

de un cuerpo simple en el vacío? En él

siempre acabas en el momento de caer.

No vendrá el diluvio tras nosotros

Enero. Un aluvión de nubes

sobre la invernal ciudad a modo de mármol sobrante.

El Tíber, que huye de la realidad.

Las fuentes, que echan agua hacia el lugar

de donde nadie mira, ni cómo quien no ve,

ni entornando la mirada. ¡Es otro tiempo!

Y no hay modo de atrapar al lobo

enloquecido. ¡Ah, Tiberio!

¿Quiénes somos nosotros para ser tus jueces?

Has sido un monstruo, mas fiera impasible.

Pues la naturaleza, cuando crea sus monstruos

-las víctimas jamás-, los plasma, no obstante,

a semejanza suya. Más nos vale mil veces

-si escoger nos es dado-

que venga a destruirnos un engendro del infierno

antes que un neurasténico. Con treinta sin cumplir,

el rostro hecho en piedra, cara rocosa,

creada para dos milenios,

te asemejas a un instrumento natural

de exterminio, y en nada a un esclavo

de pasión humana alguna, o a un forjador de ideas

y demás. Y defenderte de las invenciones

es como proteger al árbol de sus hojas,

con su complejo de que ellas son, entre susurros

inconexos pero claros, mayoría.

En la desierta galería. En mediodía gris.

El ventanal tiznado con las luces del invierno.

El ruido de la calle. Ajeno por completo

a la textura del espacio, el busto…

¡No puede ser que no me oigas!

Pues yo también huí, sin mirar hacia atrás,

de todo lo que me había sucedido; me convertí en isla

con sus ruinas, sus cigüeñas. También me esculpí

el rostro por medio de un candil.

A mano. Y lo que llegase a decir,

lo que haya dicho, a nadie le interesa,

y no en su momento, sino hoy mismo.

¿No es esto también un modo de acelerar

la historia? ¿No es un intento -logrado por desdicha-

de colocarse el efecto delante de la causa?

Y además, también en el total vacío,

lo cual no garantiza un gran aplauso.

¿Arrepentirse? ¿Rehacer tu suerte?

¿Jugar, como se dice, con otra baraja?

Pero, ¿vale la pena acaso? La lluvia radiactiva

nos cubrirá no mucho peor que tu historiador.

¿Y quién vendrá a maldecirnos? ¿Una estrella?

¿La luna? ¿Una termita enloquecida por

las incontables mutaciones, de tronco fofo, eterna?

Todo es posible. Pero, cuando, como un objeto duro,

se tope con nosotros, ella también, tal vez,

algo turbada, detendrá la excavación.

«Un busto -exclamará en el lenguaje de las ruinas,

del músculo abreviado-, un busto, un busto.»

1985

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El explorador polar

Todos los perros devorados. En el diario

no queda una hoja en blanco. La foto de la esposa

se cubre de palabras a modo de rosario,

clavado en su mejilla el lunar de una fecha dudosa.

Le sigue la foto de la hermana. Tampoco la respeta:

¡se trata de la latitud alcanzada! Y, cada vez

más negra, por la cadera trepa la gangrena

como la media de una corista de varietés.

22 de julio de 1978

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El fuego, oyes, se empieza a apagar…

El fuego, oyes, se empieza a apagar.

En los ángulos las sombras se agitan.

Y ya no hay modo de poderlas señalar,

gritarles que se queden quietas.

Cerrando filas, se han puesto a formar.

No, esta hueste no atiende a palabras.

Silenciosa avanza de cualquier rincón

y yo de pronto he ocupado el centro.

Más altas cada vez, signos de exclamación,

las explosiones de tinieblas se elevan.

La noche arruga el papel hasta el mentón

de lo alto, cada vez más densa.

Se han esfumado las agujas del reloj.

Y éste no se ve, ni se oye siquiera.

Y aquí no ha quedado más que el brillo ocular,

inmóvil, detenido. Detenido.

El fuego se apagó. Lo oyes: se apagó.

El humo ardiente vuela por el techo.

Mas no huye de la vista este fulgor.

O, mejor dicho, no deja las tinieblas.

1962

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

El nuevo Jules Verne

3. Conversación en el salón de pasajeros

«¿El archiduque? ¡Un monstruo, sin duda! Aunque, si bien lo

miras,

es imposible negarle al hombre cierta virtud…»

«Los esclavos critican al señor. Y los señores, la esclavitud.»

«¡Qué círculo vicioso!» «¡No, más bien un salvavidas!»

«¡Espléndido jerez!» «Toda la noche sin poder dormir.

Qué sol más horroroso. Me ha quemado los hombros, el bandido.»

«¿… y si se ha abierto una vía de agua? Como he leído, puede ocurrir.

¡Figúrese que se ha abierto una vía y empezamos a hundirnos!»

«¿Ha naufragado alguna vez, teniente?» «Nunca. Pero me mordió

un tiburón.»

«¿Sí? Qué curioso… Pero, imagínese que empieza a entrar

agua… Y figúrese que…»

«Quién sabe, tal vez el trance obligue a asomarse a la cubierta

a la del I 2-B.»

«¿Quién es?» «Viaja en el barco a Curaçao, es hija del gobernador.»

* * *

4. Conversaciones sobre cubierta

« Yo, profesor, también de joven tenía el ideal

de descubrir alguna isla, no sé, algún bacilo, una fiera…»

«¿Y qué se lo impidió?» «Es que la ciencia me supera.

Y luego además, esto, lo otro.» «¿Perdón?» «¡Aaah… el vil metal.»

«Porque, ¡¿qué es el hombre?! ¡No más que un mosquito, la verdad!»

«Y dígame, monsieur, ¿en Rusia qué, resulta que hasta tienen goma?»

«¡Voldemar, estése quieto! ¡Me ha mordido, Voldemar!

No olvide que si yo…» «Cousine, ¿verdad que me perdona?»

«Oye, chaval.» «¿Qué hay?» «¿Qué será eso, lejos? ¿Ves?»

«¿Dónde?» «Allí, a la derecha.» «No veo.» «Ah, diría…

Parece una ballena. ¿No tiene nada para envolver?» «No, sólo

el diario del día…

¡Pero si crece! ¡Mira!… Es inmens…»

1976

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

En la región de los lagos

En aquel tiempo, en el país de los dentistas,

-sus hijas mandaban a Londres los pedidos,

sus tenazas izaban bien sujeta en bandera

una muela del juicio que no tenía dueño-,

yo, ocultas en la boca unas ruinas

más limpias que lo estaba el Partenón,

espía, bandolero, quintacolumnista

de una podrida civilización -de hecho

profesor de bellas letras-, vivía

en un college junto al principal

de los Grandes Lagos, adonde

me habían llamado a emplear el potro

con los adolescentes del lugar.

Todo lo que escribía en aquella época,

se reducía sin remedio a puntos suspensivos.

Aterrizaba en la cama con lo puesto.

Y si me daba por examinar el techo,

de noche, en busca de una estrella,

ella caía, acorde con la ley del fuego,

por la cara a la almohada sin dar tiempo

a que yo formulara siquiera un deseo.

1972

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Me han culpado de todo, salvo del tiempo…

Me han culpado de todo, salvo del tiempo,

yo mismo me he solido amenazar con un duro rescate.

Mas pronto me arrancaré, como se dice, los galones,

y me convertiré en una simple estrella.

Y brillaré en el adiós como un teniente de los cielos,

cuando oiga el trueno, me ocultaré entre la nube

sin ver cómo la tropa, bajo el empuje de los saldos,

huye bajo el acoso de la pluma.

Cuando alrededor ya no hay lo que una vez estuvo

no importa si es un blitz o si os cogen prisionero.

Así el escolar, al ver en sueños el tintero,

mejor dispuesto está a multiplicar que tabla alguna.

Y si, por la velocidad con que va la luz, no esperas premio,

al menos el blindaje del común no ser

valore tal vez los intentos de mudarlo en cedazo

y por la brecha que abrí me dé las gracias.

1994

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Mi verso mudo, mi callado verso…

Mi verso mudo, mi callado verso

pero aciago -mal le pesen las riendas-,

¿a dónde de este yugo iremos a quejamos

y a quién decir la vida que llevamos?

Por mucho que, pasadas ya las doce, buscando

detrás de la cortina, con cerillas, el ojo de la luna,

expulses de los restos de tu mueca opaca

con la mano, en la mesa, de la locura el polvo.

Por mucho que embadurnes este engrudo escrito

más denso que la miel, ¿con quién quebrar

en la rodilla, o en el codo al menos,

una vez más, el trozo ya cortado, mi callado verso?

De “Parte de la oración” 1975 – 1976

Versión de Ricardo San Vicente

Música sueca

K.J.

Cuando la nieve cubre el mar y el crujir del pino

deja en el aire más honda huella que el trineo,

¿a qué azul pueden llegar los ojos?, ¿a qué silencio

puede caer la voz desamparada?

Perdido de vista, ignorado, el mundo exterior

ajusta cuentas con la cara, como con un rehén de Mameluco.

…así en el fondo del océano fosforescea el calamar,

así el silencio se embebe de la entera rapidez del sonido,

así ya basta una cerilla para poner el fogón al rojo,

así, tras el latir del corazón, el reloj de pared,

al detenerse en éste, seguirá andando en el otro

extremo de la mar.

1978

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

No hay sólo andar, también silencio, en tu reloj…

No hay sólo andar, también silencio, en tu reloj,

que además ignora el caminar en círculo.

Así en su caja hay gato y hay ratón,

nacidos, se diría, el uno para el otro.

Tiemblan, escarban, yerran en qué día están,

mas sus roer, enredos y trajín constantes

apenas se aprecian en un hogar del campo,

que suele cobijar cientos de seres vivos.

Allí en la razón cada hora se borra

y los rostros etéreos de los años perdidos

se escapan -más aún si se acerca el invierno,

que llena el zaguán de cabras, gallinas, carneros.

1963

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Parte de la oración

Desde ningún lugar, con amor, tal día de martubre,

querido, muy señor, cariño -quién seas

tanto da, si no es posible ya

recordar los rasgos-; la verdad

este ni suyo ni de nadie fiel amigo, le saluda

desde uno de los cinco continentes, fundado por cowboys;

te he querido más que a un ángel, que al mismísimo,

y hoy por eso estoy de ti aún más lejos;

entrada ya la noche, en lo más hondo de un dormido valle,

en un villorrio con nieve hasta el pomo del portal,

y retorciéndome en la sábana de noche

-como en adelante al menos no se indica más-,

con un mugido «tu», ahueco la almohada,

sin límite ni fin, y más allá del mar,

tratando en las tinieblas y con el cuerpo todo,

de repetir tus rasgos como un espejo loco.

* * *

El norte pudre el metal, mas del cristal se apiada.

Enseña a la garganta a decir: «¡Déjame entrar!».

El frío me educó, me puso la pluma entre los dedos

para una vez cerrados poderlos calentar.

Mientras me hielo, más allá del mar

veo el sol ponerse, y nadie alrededor.

La suela resbala en el hielo, o es la tierra misma

la que se va abreviando bajo el tacón.

Y en mi garganta, donde se pone la risa,

o la palabra o el té caliente,

cada vez la nieve resuena más precisa,

y como tu explorador, negrea un «adiós».

* * *

Reconozco este viento que embiste la hierba,

inclinada a su paso como bajo el mongol.

Reconozco esta hoja que cae en el barro

como príncipe ruso en rojo estertor.

En tierra extraña desbordado en ancha saeta,

por el pómulo torcido de un caserón,

como al ganso por su vuelo, el otoño distingue,

abajo, en el vidrio, una lágrima en el rostro.

Y alzando al techo los ojos en blanco,

yo no canto a las tropas, olvidé cuántas son,

mas de noche la lengua en la boca agita el nombre estepario

como el sello que entrega el rey oriental.

* * *

Es una serie de observaciones. En el rincón hace calor.

Y la mirada deja huella en las cosas.

El agua representa el cristal.

Da más pavor el hombre que sus huesos.

Noche de invierno con vino, en ningún lugar.

Veranda al embate de un salcedo.

El cuerpo descansa en el codo

como morena fuera del glaciar.

Al cabo de mil años, de entre cortinas de moluscos,

desde unos flecos, asomados, extraerán,

con el mohín de «buenas noches» unos labios

sin nadie a quien poderlas desear.

* * *

Porque el tacón deja su huella es invierno.

Con abrigos de madera, helados en el campo,

las casas se conocen por quién pasa por ellas.

Qué decir del futuro al caer de la tarde,

cuando en noche silente aparece el recuerdo

de tus «espacio en blanco», mientras duermes,

lanzado por el cuerpo del alma a la pared

como en la pared la vela nocturna

proyecta una sombra de silla,

y bajo el mantel del cielo caído sobre bosque,

sobre la torre del granero que alas de grajo tiñen

no blanquearás el aire con la nieve punzante.

* * *

Un Laocoonte de madera, tras apear por un momento

un monte de sus hombros, sostiene una gran nube.

Del cabo llegan ráfagas de viento duro. La voz intenta

retener las frases, chillando sin salirse del sentido.

Se precipita el aguacero como espaldas en el baño:

maromas retorcidas azotan los lomos de los altos.

El mar medinvernal se agita tras columnatas mondas,

a modo de salada lengua tras los dientes quebrados.

El corazón asilvestrado no ha dejado de batir por dos.

El cazador no ignora dónde el faisán se esconde: en charco agazapado.

Se alza inmóvil el mañana tras el día de hoy,

como tras el sujeto el predicado.

* * *

He nacido y crecido en las ciénagas bálticas, al amor

de las olas de zinc, que siempre revientan a pares,

y es de aquí que provienen las rimas, y de aquí, la voz apagada

que se trenza entre ellas como el pelo mojado

si es que aquélla se llega a trenzar. Apoyado en el codo,

no distingue el oído el fragor de la roca,

sino el choque de telas, postigos y palmas, anota

teteras que hierven, a lo sumo el gritar de gaviotas.

El alma, en tan llana región, se salva de falsos manejos

por no haber un rincón que te oculte y se ve aún más lejos.

Solamente al sonido el espacio es opaco,

pues el ojo no ha de llorar por la falta de eco.

* * *

En cuanto a las estrellas, siempre están ahí.

Es decir, si hay una, siempre viene otra.

Y sólo así es dado mirar de allá hacia aquí;

de noche, tras las ocho, refulgiendo.

Mejor aspecto tiene el cielo sin luceros.

Mas qué certeza habría de conquistar el cosmos

si no fuera por ellas. Siempre que ni por un instante

te alces del sillón, en la terraza.

Pues, como dijo, en vuelo, el piloto a una estrella

media cara escondida en la sombra:

en parte alguna parece que haya vida,

y en ninguna de ellas se fija la vista.

* * *

…Y ante la voz de porvenir, de la lengua rusa

salen corriendo ratones, que en enjambre

se ponen a roer un trozo suculento de memoria

que es tu queso horadado.

Tras tantos inviernos ya no importa

qué o quién está en la ventana tras la cortina,

y en el cerebro retumba ya no un do no terrenal,

sino su susurro. La vida, a la que,

como algo regalado, no le miran la boca,

en cada encuentro muestra desnudos los dientes.

De todo hombre siempre os queda una parte de oración.

De hecho una parte. Parte de la oración.

* * *

No es que me esté volviendo loco, es el verano que me agota.

Buscas en el cajón una camisa, y el día entero echado por la borda.

Que llegue cuanto antes el invierno y cubra todo con su manto:

ciudades, hombres, pero primero el verde de las hojas.

Me echaré a dormir sin desnudarme, o leeré si quiero

un libro ajeno, y entretanto los retales del año,

como un perro que ha huido de su ciego,

atraviesan la calle por el paso indicado.

La libertad es

no recordar entero el nombre del tirano,

y que sea la saliva más dulce que el almíbar,

y, aunque estrujen tu cerebro cual cuerno de carnero,

no mane nada ya del ojo azul.

1975 – 1976

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Post aetatem nostram

A A. Ya. Serguéyev

I. «Imperio -país para idiotas.»

Llega el Emperador y el tráfico está cortado.

Se apretuja el gentío

contra los legionarios: canciones y gritos;

pero el palanquín marcha cerrado. El objeto del amor

no quiere ser objeto de curiosos.

Tras el palacio, en un café vacío,

un griego vagabundo jugando al dominó

con un barbudo inválido. En los manteles

descienden los despojos de la luz exterior,

y el eco de los vivas mueve suavemente

las cortinas. El griego, que ha perdido,

cuenta los dracmas; encarga el vencedor

un huevo crudo y una pizca de sal.

En la espaciosa alcoba, un viejo rentista

cuenta a una joven hetera

que vio al Emperador.

La hetera no lo cree y de él se carcajea.

Así son sus preludios al juego del amor.

1970

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Ulises a Telémaco

Querido Telémaco,

la Guerra de Troya

ha terminado. No recuerdo quién venció.

Los griegos, debe ser: los griegos, quién si no,

puede dejar en tierra extraña tantos muertos…

De todos modos, el camino que me lleva al hogar

resulta que se alarga demasiado.

Como si Poseidón, mientras perdíamos el tiempo,

hubiera dilatado el espacio.

Ignoro dónde estoy y lo que veo ante mí.

Al parecer, una isla, sucia, arbustos,

casas, gruñir de cerdos, un jardín

abandonado, cierta reina, hierba y pedruscos…

Telémaco, querido, en verdad

todas las islas se parecen una a otra

cuando es tan largo el viaje: el cerebro ya

va perdiendo la cuenta de las olas,

el ojo, tiznado de tanto horizonte, echa a llorar,

la carne de las aguas obtura el oído.

No recuerdo ya cómo acabó la guerra,

ni cuántos años tienes hoy recuerdo.

Hazte hombre, Telémaco, y crece.

Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos.

Tampoco ahora ya no eres el chiquillo

ante el cual detuve aquellos toros.

Hoy, de no ser por Palamedes, estaría a tu lado.

Pero tal vez sea mejor así: pues sin mí

te has librado de los males de Edipo,

y en tus sueños, Telémaco, ignoras el pecado.

1972

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Y no importa que un vacío empiece a abrirse…

Y no importa que un vacío empiece a abrirse

de entre tus sentires, que tras la gris tristeza

crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.

Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca,

podremos sólo salvar los muros del hogar,

los corazones, fundiéndolos con fuerza igual

y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar.

Y temblarás al escuchar decir: «Querido».

Noviembre – diciembre de 1964

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Yo no era más que aquello que tú…

A.M.B.

Yo no era más que aquello que tú

con la mano acariciabas,

allí donde en noche de pavor,

cerrada, la frente reclinabas.

Yo no era más que aquello que tú

distinguías allá, abajo:

primero, solamente imagen vaga,

mucho después, también los rasgos.

Tú fuiste quien, ardiendo,

creaste en un susurro

las conchas de mi oído,

el diestro y el siniestro.

Tú quien, meciendo la cortina

en el mojado cuenco de la boca,

me plantaste la voz

que te llamaba a gritos.

Yo estaba ciego, simplemente.

Y tú, escondida, brotando,

me obsequiabas el don de ver.

Así es como se deja rastro.

Así es como se engendran mundos.

Así, a menudo, tras crearlos,

los dejan dando vueltas

los dones dilapidando.

Así, ora al fuego lanzado,

ora al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,

perdido en la creación del mundo,

el globo va girando.

1981

De “No vendrá el diluvio tras nosotros” (Antología 1960-1996)

Versión de Ricardo San Vicente

Brines, Francisco

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Oliva, Valencia en 1932.

Estudió Derecho en Deusto, Valencia y Salamanca y cursó estudios de Filosofía y Letras

en Madrid.

Es uno de los poetas actuales de más hondo acento elegíaco. Pertenece a la segunda generación de la post-guerra, y junto a Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, entre otros, conformó el «Grupo de los años 50».

Fue lector de Literatura Española en la Universidad de Cambridge y profesor de español en la Universidad de Oxford. En el año de 2001 fue nombrado miembro de la Real Academia Española, para reemplazar la silla vacante tras el fallecimiento del dramaturgo Antonio Buero.

Se destacan entre sus obras: «Las brasas» en 1959, «Palabras a la oscuridad» en 1967, «El otoño de las rosas» en 1987, y «La última costa» en 1998.

Entre los premios recibidos, aparecen: Adonais de poesía en 1959, Premio Nacional de la Crítica en 1967, Premio de las Letras Valencianas en 1967, Premio Nacional de Literatura en 1987, Premio Fastenrath 1998 y Premio Nacional de las Letras Españolas en 1999.

A PUNTO DE UN VIAJE EN COCHE

Las ventanas reflejan

el fuego de poniente

y flota una luz gris

que ha venido del mar.

En mí quiere quedarse

el día, que se muere,

como si yo, al mirarle,

lo pudiera salvar.

Y quién hay que me mire

y que pueda salvarme.

La luz se ha vuelto negra

y se ha borrado el mar.

ACEPTACIÓN

Saliste a la terraza

pensando que la brisa de la noche

podría devolverte al que eres siempre.

Mas la tibieza que en tu cuarto había

era un ámbito ,allí, bajo la calma

de alejadas estrellas.

Olvidar pretendías unas horas

todavía recientes, la penumbra

que acercaba el latido de los dos,

y tus palabras qué serenas eran

como si a nadie las dijeses. Viste

la emoción de su rostro, su contorno

quemarse de belleza;

y esas mismas palabras te llenaban

de dolor y de sombra.

De nada te sirvió, cuando quedaste

solo, cegar la luz,

hacer brotar desde un rincón la música,

fortalecer tu fe con su joven pureza.

Sobre tu frente se rompían olas

gigantes: el calor

detenido del día,

el naufragio de un hombre que entregaba

la pasión de su vida en el espectro

doliente de la música (aún

como si la esperanza le alentase),

y te ardía el espíritu

porque sentías declinar tu vida.

Para ser el que fuiste

sales a la terraza, para ver

si un frío súbito derriba pronto

la plenitud del corazón. Tocas

el aire oscuro con los labios, oyes

los gritos fatigados de la calle,

la luminosa altura te estremece.

El tiempo va pasando, no retorna

nada de lo vivido;

el dolor, la alegría, se confunden

con la débil memoria,

después en el olvido son cegados.

y al dolor agradeces

que se desborde de tu frágil pecho

la firme aceptación de la existencia.

ALOCUCIÓN PAGANA

¿Es que, acaso, estimáis que por creer

en la inmortalidad,

os tendrá que ser dada?

Es obra de la fe, del egoísmo

o la desolación.

Y si existe, no importa no haber creído en ella:

respuestas ignorantes son todas las humanas

si a la muerte interroga.

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,

o grandes monumentos funerarios,

las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.

O aceptad el vacío que vendrá,

en donde ni siquiera soplará un viento estéril.

Lo que habrá de venir será de todos,

pues no hay merecimiento en el nacer

y nada justifica nuestra muerte.

“Aún no” 1971

AMOR EN AGRIGENTO

(Empedócles en Akragas)

Es la hora del regreso de las cosas,

cuando el campo y el mar se cubren de una sombra lenta

y los templos se desvanecen, foscos, en el espacio;

tiemblan mis pasos en esta isla misteriosa.

Yo te recuerdo, con más hermosura tú

que las divinidades que aquí fueron adoradas;

con más espíritu tú, pues que vives.

Hay una angustia en el corazón

porque te ama,

y estas viejas columnas nada explican:

Unos ardientes ojos, cierta vez, miraron esta tierra

y descubrieron orígenes diversos en las cosas,

y advirtieron que espíritus opuestos los enlazaban

para que hubiese cambio, y así explicar la vida.

Esta tarde, con los ojos profundos, he descubierto la intimidad

del mundo:

Con sólo aquel principio, el que albergaba el pecho,

extendí la mirada sobre el valle;

mas pide el universo para existir el odio y el dolor,

pues al mirar el movimiento creado de las cosas

las vi que, en un momento, se extinguían,

y en las cosas el hombre.

La ciudad, elevada, se ha encendido,

y oyen los vivos largos ladridos por el campo:

éste es el tránsito de la muerte, confundiéndose con la vida.

Estas piedras más nobles, que sólo el tiempo las tocara,

no han alcanzado aún el esplendor de tu cabello

y ellas, más lentas, sufren también el paso inexorable.

Yo sé por ti que vivo en desmesura,

y este fuerte dolor de la existencia

humilla al pensamiento.

Hoy repugna al espíritu

tanta belleza misteriosa, tanto reposo dulce, tanto engaño.

Esta ciudad será un bello lugar para esperar la nada

si el corazón alienta ya con frío,

contemplar la caída de los días,

desvanecer la carne.

Mas hoy, junto a los templos de los dioses,

miro caer en tierra el negro cielo

y siento que es mi vida quien aturde a la muerte.

AQUEL VERANO DE MI JUVENTUD

Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano

en las costas de Grecia?

¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?

Si pudiera elegir de todo lo vivido

algún lugar, y el tiempo que lo ata,

su milagrosa compañía me arrastra allí,

en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;

no queda ya el recuerdo de días sucesivos

en esta sucesión mediocre de los años.

Hoy vivo esta carencia,

y apuro del engaño algún rescate

que me permita aún mirar el mundo

con amor necesario;

y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,

saqueo avaramente

siempre una misma imagen:

sus cabellos movidos por el aire,

y la mirada fija dentro del mar.

Tan sólo ese momento indiferente.

Sellada en él, la vida.

ARDIMOS EN EL BOSQUE

¿Pero cómo saber, sin la mirada,

la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

El bosque estaba tras de mí; lo conocían

mis oídos: el rumor de sus hojas,

la confusión del canto de sus pájaros.

Sonidos que venían de un remoto lugar.

Y el mar del otro lado, golpeando

la frente, sin rozarla,

cubriéndola de gotas. Era mi piel

quien descubría su frescura,

mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho

su duro olor.

¿Pero cómo saber, sin la mirada,

la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

Porque no había más, en el lugar del pecho,

que una extendida sombra.

(¿Mas qué frío candente mis párpados abrasa,

qué luz me desvanece, qué prolongado beso

llega hasta el mismo centro de la sombra?)

Joven el rostro era,

sus labios sonreían,

y el retenido fuego de su cuerpo

era quemada luz.

Entramos en el mar, rompíamos

el cielo con la frente,

y envueltos en las aguas contemplamos

las orillas del bosque,

su extensa fosquedad.

Miré, tendidos en la playa, el rostro:

contemplaba las nubes;

y el retenido fuego de su cuerpo

era un sombrío resplandor.

Penetramos el bosque, y en las lindes

detuvimos los pasos;

perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar

oscurecía.

Tenía triste el rostro,

y antes que para siempre envejeciera

puse mis labios en los suyos.

CAUSA DEL AMOR

Cuando me han preguntado la causa de mi amor

yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza.

(Y aún es posible que existan rostros más hermosos.)

Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu

que siempre me mostraba en sus costumbres,

o en la disposición para el silencio o la sonrisa

según lo demandara mi secreto.

Eran cosas del alma, y nada dije de ella.

(Y aún debiera añadir que he conocido almas superiores.)

La verdad de mi amor ahora la sé:

vencía su presencia la imperfección del hombre,

pues es atroz pensar

que no se corresponden en nosotros los cuerpos con las almas,

y así ciegan los cuerpos la gracia del espíritu,

su claridad, la dolorida flor de la experiencia,

la bondad misma.

Importantes sucesos que nunca descubrimos,

o descubrimos tarde.

Mienten los cuerpos, otras veces, un airoso calor,

movida luz, honda frescura;

y el daño nos descubre su seca falsedad.

La verdad de mi amor sabedla ahora:

la materia y el soplo se unieron en su vida

como la luz que posa en el espejo

(era pequeña luz, espejo diminuto);

era azarosa creación perfecta.

Un ser en orden crecía junto a mí,

y mi desorden serenaba.

Amé su limitada perfección.

CON LOS OJOS SERENOS

En esta hora lívida de la primavera, al caer la tarde,

después de una reciente lluvia, las flores

brotan en el jardín

claras y misteriosas,

y oigo carreras en la calle, después silencio, siento la

soledad herirme,

y ahora pasos y voces. Cesan. Canta un muchacho,

y adivino en sus ojos la despedida de esta luz cansada,

de este día terrible

para tantos, mientras su voz se aleja por la noche.

Ahora que no hay felicidad, quiero encontrar un rostro

que refleje su luz, mirar caer la noche

sobre el campo dormido, oír cantar un pájaro

con dulzura inocente.

Y ahora que de ella nada queda en mí,

yo quiero contemplarla

en lo que existe y la retiene,

y con ojos serenos me asomo a la ventana para ver

un hombre con un perro, conversando unos niños, un

balcón encendido.

Hay un sordo dolor ante este frío oscuro que se agolpa

más allá de las horas de la vida,

y busco un rostro que refleje luz,

alguien que, como yo, teniendo muerte sólo,

tenga también, como tuviera yo,

venciéndola, la vida.

Los niños se dispersan, el balcón se ha apagado, se

hunde en la noche el hombre con su perro.

CON QUIÉN HARÉ EL AMOR

En este vaso de ginebra bebo

los tapiados minutos de la noche,

la aridez de la música, y el ácido

deseo de la carne. Sólo existe,

donde el hielo se ausenta, cristalino

licor y miedo de la soledad.

Esta noche no habrá la mercenaria

compañía, ni gestos de aparente

calor en un tibio deseo. Lejos

está mi casa hoy, llegaré a ella

en la desierta luz de madrugada,

desnudaré mi cuerpo, y en las sombras

he de yacer con el estéril tiempo.

Vuelve la hora feliz. Y es que no hay nada

sino la luz que cae en la ciudad

antes de irse la tarde,

el silencio en la casa y, sin pasado

ni tampoco futuro, yo.

Mi carne, que ha vivido en el tiempo

y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún

hasta la consunción de la propia ceniza,

y estoy en paz con todo lo que olvido

y agradezco olvidar.

En paz también con todo lo que amé

y que quiero olvidado.

Volvió la hora feliz.

Que arribe al menos

al puerto iluminado de la noche.

CONVERSACIÓN CON UN AMIGO

Se me ha quemado el pecho, como un horno

Por el dolor de tus palabras

Y también de las mías.

Hablamos del mundo, y desde el cielo

Descendía su paz a nuestros ojos.

Hay momentos del hombre en que le duele

Amar, pensar, mirar, sentirse vivo,

Y se sabe en la tierra por azar

Solo, inútilmente en ella.

Como si se tratase de algo ajeno

Hablamos de nosotros

Y nos vimos inciertos, unas sombras.

Con poca fe, con las creencias rotas

Con un madero en la marea,

Con toda la esperanza naufragando

Porque no es la que llega a nuestra barca,

Sólo la caridad nos redimía

Del mal nuestro de ser.

Mirábamos la calle, rodeados

De luz, de tiempo, de palabras, de hombres.

De Palabras a la oscuridad, 1966

CUANDO YO AÚN SOY LA VIDA

La vida me rodea, como en aquellos años

ya perdidos, con el mismo esplendor

de un mundo eterno. La rosa cuchillada

de la mar, las derribadas luces

de los huertos, fragor de las palomas

en el aire, la vida en torno a mí,

cuando yo aún soy la vida.

Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,

y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;

y amar, mientras se agota el corazón,

un mundo fiel, aunque perecedero.

Amar el sueño roto de la vida

y, aunque no pudo ser, no maldecir

aquel antiguo engaño de lo eterno.

Y el pecho se consuela, porque sabe

que el mundo pudo ser una bella verdad.

DESPEDIDA AL PIE DE UN ROSAL

Si no hay conocimientos en las cenizas

dejémoslas caer en la belleza frágil

de este rosal que tiembla en el otoño.

¿Amar, qué significa, si nada significa?

Huésped del tiempo esquivo, desnudo ya de mí,

retener el raído esplendor de la existencia

que una vez creí mía,

antes que, apresurado,

me ciegue en el reverso de esta luz.

Y aguardar esta espera sin alguna esperanza,

sentir la fe de nada, pues soplé en las cenizas

y nada hay fuera de ellas:

tan sólo amar, sin pensamiento alguno,

el declinar pausado del Engaño.

Arde extraña la vida, como si contemplase

en mi extinción la ajena,

y no puedo apartar los ojos de su fuego.

Canta en el aire un pájaro,

el pájaro invisible de mi infancia,

el que entonces cantaba ya sin vida.

Arde una brasa aún al pie de este rosal

y no quema mi mano.

Cuánto olor en el aire, y el aire se lo lleva.

EPITAFIO ROMANO

«No fui nada, y ahora nada soy.

Pero tú, que aún existes, bebe, goza

de la vida…, y luego ven.»

Eres un buen amigo.

Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra

la dictaste con vida: no es tuyo el privilegio,

ni de nadie,

poder decir si es bueno o malo

llegar ahí.

Quien lea, debe saber que el tuyo

también es mi epitafio. Valgan tópicas frases

por tópicas cenizas.

EL ÁNGEL DEL POEMA

A César Simón

Dentro de la mortaja de esta casa

en esta noche yerma con tanta soledad,

mirando sin nostalgia lo que en mi vida es ido,

lo que no pudo ser,

esta ruina extensa del pasado,

también sin esperanza

en lo que ha de venir aún a flagelarme,

sólo es posible un bien: la aparición del ángel,

sus ojos vivos, no sé de qué color, pero de fuego,

la paralización ante el rostro hermosísimo.

Después oír, saliendo del silencio y en tanta soledad,

su voz sin traducción, que es sólo un fiel entendimiento sin palabras.

Y el ángel hace, cerrándose en mis párpados y cobijado en ellos, su

aparición postrera:

con su espada de fuego expulsa el mundo hostil, que gira afuera,

a oscuras.

Y no hay Dios para él, ni para mí.

“La última costa” 1995

EL CURSO DE LA LUZ

Trajo el aire la luz,

y nadie vigilaba, pues la robó en el sueño,

se originó en las sombras,

la luz que rodó negra debajo de los astros.

Casa desnuda, seno de la muerte,

rincón y vastedad, árida herencia,

vertedero sombrío, fértil hueco.

Tú estás donde las cosas lo parecen,

donde el hombre se finge,

ese que, a tus engaños, da en nombrarte

respiración, fidelidad.

Llegas hasta sus ojos,

y en ellos reconoces el nido en que nacieras,

piedra negra que está ignorando el mundo,

y ahondas tu furor, con belleza de rosas

o valle de palomos

o dormidos naranjos en la siesta del mar,

y agujeros callados se los tornas.

Débil es el sepulcro que así eliges,

no dura allí tu noche,

y vuelves a tu oficio, criatura inocente,

y esos que te aman lloran,

pues dejas de ser luz para llamarte tiempo.

nos tejiste con esa luz sombría

de tu origen, y en la carne que alienta

dejas el sordo soplo del olvido;

no es tu reino la humana oscuridad,

y en desventura existes.

Llega a ti el desconsuelo, la desdicha,

resignación del fuerte, y aun rencor,

y así nos acabamos:

extraño es el deseo de esa luz.

Extingue tu suplicio, ciega pronto;

si recobras la paz, no nos perturbes.

EL DOLOR

La niña,

con los ojos dichosos,

iba -rodeada

de luz, su sombra por las viñas-

a la mar.

Le cantaban los labios,

su corazón pequeño le batía.

Los aires de las olas

volaban su cabello.

Un hombre, tras las dunas,

sentado estaba,

al acecho del mar.

Reconocía la miseria humana

en el gemido de las olas,

la condición reclusa de los vivos

aullando de dolor,

de soledad, ante un destino ciego.

Absorto las veía

llegar del horizonte, eran

el profundo cansancio del tiempo.

Oyó, sobre la arena,

el rumor de unos pies

detenidos.

Ladeó la cabeza, pesadamente

volvió los ojos:

la sombría visión que imaginara

viró con él, todavía prendida,

con esfuerzo.

y el joven vio que el rostro

de la niña

envejecía misteriosamente.

Con ojos abrasados

miró hacia el mar: las aguas

eran fragor, ruina.

Y humillado vio un cielo

que, sin aves, estallaba de luz.

Dentro le dolía una sombra

muy vasta y fría.

Sintió en la frente un fuego:

con tristeza se supo

de un linaje de esclavos.

EL MÁS HERMOSO TERRITORIO

El ciego deseoso recorre con los dedos

las líneas venturosas que hacen feliz su tacto,

y nada le apresura. El roce se hace lento

en el vigor curvado de unos muslos

que encuentran su unidad en un breve sotillo perfumado.

Allí en la luz oscura de los mirtos

se enreda, palpitante, el ala de un gorrión,

el feliz cuerpo vivo.

O intimidad de un tallo, y una rosa, en el seto,

en el posar cansado de un ocaso apagado.

Del estrecho lugar de la cintura,

reino de siesta y sueño,

o reducido prado

de labios delicados y de dedos ardientes,

por igual, separadas, se desperezan líneas

que ahondan. muy gentiles, el vigor mas dichoso de la edad,

y un pecho dejan alto, simétrico y oscuro.

Son dos sombras rosadas esas tetillas breves

en vasto campo liso,

aguas para beber, o estremecerlas.

y un canalillo cruza, para la sed amiga de la lengua,

este dormido campo, y llega a un breve pozo,

que es infantil sonrisa,

breve dedal del aire.

En esa rectitud de unos hombros potentes y sensibles

se yergue el cuello altivo que serena,

o el recogido cuello que ablanda las caricias,

el tronco del que brota un vivo fuego negro,

la cabeza: y en aire, y perfumada,

una enredada zarza de jazmines sonríe,

y el mundo se hace noche porque habitan aquélla

astros crecidos y anchos, felices y benéficos.

Y brillan, y nos miran, y queremos morir

ebrios de adolescencia.

Hay una brisa negra que aroma los cabellos.

He bajado esta espalda,

que es el más descansado de todos los descensos,

y siendo larga y dura, es de ligera marcha,

pues nos lleva al lugar de las delicias.

En la más suave y fresca de las sedas

se recrea la mano,

este espacio indecible, que se alza tan diáfano,

la hermosa calumniada, el sitio envilecido

por el soez lenguaje.

Inacabable lecho en donde reparamos

la sed de la belleza de la forma,

que es sólo sed de un dios que nos sosiegue.

Rozo con mis mejillas la misma piel del aire,

la dureza del agua, que es frescura,

la solidez del mundo que me tienta.

Y, muy secretas, las laderas llevan

al lugar encendido de la dicha.

Allí el profundo goce que repara el vivir,

la maga realidad que vence al sueño,

experiencia tan ebria

que un sabio dios la condena al olvido.

Conocemos entonces que sólo tiene muerte

la quemada hermosura de la vida.

Y porque estás ausente, eres hoy el deseo

de la tierra que falta al desterrado,

de la vida que el olvidado pierde,

y sólo por engaño la vida está en mi cuerpo,

pues yo sé que mi vida la sepulté en el tuyo.

“El otoño de las rosas” 1990

EL PORQUÉ DE LAS PALABRAS

No tuve amor a las palabras;

si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,

fue por necesidad de no perder la vida,

y envejecer con algo de memoria

y alguna claridad.

Así uní las palabras para quemar la noche,

hacer un falso día hermoso,

y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.

Y sólo atesoré miseria,

suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,

besé en todos los labios posada la ceniza,

y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna

del hombre.

Hay en mi tosca taza un divino licor

que apuro y que renuevo;

desasosiega, y es

remordimiento;

tengo por concubina a la virtud.

No tuve amor a las palabras,

¿cómo tener amor a vagos signos

cuyo desvelamiento era tan sólo

despertar la piedad del hombre para consigo mismo?

En el aprendizaje del oficio se logran resultados:

llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de

lenta reflexión y el gratuito,

y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,

pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.

Debí amar las palabras;

por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:

el mar, el firmamento,

un goce o un dolor que al instante morían;

y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.

Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:

ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,

pues todo lo contiene su deseo.

Las palabras separan de las cosas

la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,

y recogen los velos de la sombra

en la noche y los huecos;

mas no supieron separar la lágrima y la risa,

pues eran una sola verdad,

y valieron igual sonrisa, indiferencia.

Todo son gestos, muertes, son residuos.

Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,

repta en la noche fosca,

abre su boca seca, y está mudo.

EN EL CANSANCIO DE LA NOCHE…

En el cansancio de la noche,

penetrando la más oscura música,

he recobrado tras mis ojos ciegos

el frágil testimonio de una escena remota.

Olía el mar, y el alba era ladrona

de los cielos; tornaba fantasmales

las luces de la casa.

Los comensales eran jóvenes, y ahítos

y sin sed, en el naufragio del banquete,

buscaban la ebriedad

y el pintado cortejo de alegría. El vino

desbordaba las copas, sonrosaba

la acalorada piel, enrojecía el suelo.

En generoso amor sus pechos desataron

a la furiosa luz, la carne, la palabra,

y no les importaba después no recordar.

Algún puñal fallido buscaba un corazón.

Yo alcé también mi copa, la más leve,

hasta los bordes llena de cenizas:

huesos conjuntos de halcón y ballestero,

y allí bebí, sin sed, dos experiencias muertas.

Mi corazón se serenó, y un inocente niño

me cubrió la cabeza con gorro de demente.

Fijé mis ojos lúcidos

en quien supo escoger con tino más certero:

aquel que en un rincón, dando a todo la espalda,

llevó a sus frescos labios

una taza de barro con veneno.

Y brindando a la nada

se apresuró en las sombras.

ESPLENDOR NEGRO

Sólo una vez pudiste conocer aquel Esplendor negro

e intermitentemente recuerdas la experiencia con vaguedad,

aproximaciones difusas, inminencias,

y así, desde tu juventud, arrastras frío,

un invisible manto de ceniza escarlata.

Y no fue necesario cegar los ojos,

pues de las luces claras de los astros

llegó el delirio aquel, la posibilidad más exacta y sencilla:

en vez de Dios o el mundo

aquel negro Esplendor,

que ni siquiera es punto, pues no hay en él espacio,

ni se puede nombrar, porque no se dilata.

Valen igual Serenidad y Vértigo,

pues las palabras están dichas desde la noche de la tierra,

y las palabras son tan sólo expresión de un engaño.

Volver al centro aquel es ir por las afueras de la vida,

sin conocer la vida, un inmundo imposible,

pues sólo el no nacer te pudiera acercar a esa experiencia.

Crear la inexistencia, y su totalidad,

no te hizo poderoso,

ni derramó tu llanto, y nada redimiste.

La misma incomprensión que contemplar el mundo

te produjo el terror de aquel Esplendor negro,

y aquel desvalimiento al cubrirte las sábanas.

Insistencias en Luzbel

ESTÁ EN PENUMBRA EL CUARTO

Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido

la inclinación del sol, las luces rojas

que en el cristal cambian el huerto, y alguien

que es un bulto de sombra está sentado.

Sobre la mesa los cartones muestran

retratos de ciudad, mojados bosques

de helechos, infinitas playas, rotas

columnas: cuántas cosas, como un muelle,

le estremecieron de muchacho. Antes

se tendía en la alfombra largo tiempo,

y conquistaba la aventura. Nada

queda de aquel fervor, y en el presente

no vive la esperanza. Va pasando

con lentitud las hojas. Este rito

de desmontar el tiempo cada día

le da sabia mirada, la costumbre

de señalar personas conocidas

para que le acompañen. y retornan

aquellas viejas vidas, los amigos

más jóvenes y amados, cierta muerta

mujer, y los parientes. No repite

los hechos como fueron, de otro modo

los piensa, más felices, y el paisaje

se puebla de una historia casi nueva

(y es doloroso ver que aún con engaño,

hay un mismo final de desaliento).

Recuerda una ciudad, de altas paredes,

donde millones de hombres viven juntos,

desconocidos, solitarios; sabe

que una mirada allí es como un beso.

Mas él ama una isla, la repasa

cada noche al dormir, y en ella sueña

mucho, sus fatigados miembros ceden

fuerte dolor cuando apaga los ojos.

Un día partirá del viejo pueblo

y en un extraño buque, sin pensar,

navegará. Sin emoción la casa

se abandona, ya los rincones húmedos

con la flor de verdín, mustias las vides,

los libros amarillos. Nunca nadie

sabrá cuándo murió, la cerradura

se irá cubriendo de un lejano polvo.

LA PIEDAD DEL TIEMPO

¿En qué oscuro rincón del tiempo que ya ha muerto

viven aún,

ardiendo, aquellos muslos?

Le dan luz todavía

a estos ojos tan viejos y engañados,

que ahora vuelven a ser el milagro que fueron:

deseo de una carne, y la alegría

de lo que no se niega.

La vida es el naufragio de una obstinada imagen

Que ya nunca sabremos si existió,

Pues sólo pertenece a un lugar extinguido.

“La última costa” 1995

LA ÚLTIMA COSTA

Había una barcaza, con personajes torvos,

en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,

sepultada.

Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,

en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,

un gentío enlutado.

Enfrente, aquella bruma

cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.

Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.

Un aire inmóvil, con flecos de humedad,

flotaba en el lugar.

Todo estaba dispuesto.

La niebla, aún más cerrada,

exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.

Dispusimos los remos desgastados

y como esclavos, mudos,

empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco

en el viaje aquel de todos a la niebla.

LADRIDOS JADEANTES EN EL CÉSPED…

Ladridos jadeantes en el césped

le hacen mirar, con el calor el día

va rodando a su fin y de las rosas

sube un olor, y una inquietud constante.

En el silencio rueda la alegría

súbita de los perros. Y él entiende

esa felicidad, el desvarío

que ellos muestran. Hermosa fue la vida

cuando el cuerpo era joven, y el deseo

la costumbre inicial de cada hora.

Un aire corto llega desde el mar

y ha alargado la sombra de los montes.

Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo

delante de otro cuerpo, y unos ojos

le buscan y él los busca.

En el amor era veloz el tiempo,

iba pronto a morir, y en vano el joven

pensaba detenerlo, se soñaba

vencido en la vejez y desamado.

Entonces su victoria

era querer aún más, con mayor fuerza.

Mira, desde su frente, con los ojos

fijos la línea de los montes, áspero

muro de plata que en el mar se hiela.

Ya no lucha la tarde y se hace rosa

la luz en su cabeza pensativa.

Llegan, desde el camino, frescas voces

llamándose. La casa, oscurecida,

se ha perdido en los árboles, y él oye

el dulce nacimiento del amor,

escucha su secreto. Ya de nuevo

vive su corazón, y el hombre tiembla,

siente cargado el pecho, y apresura

un llanto fervoroso.

LAMENTO EN ELCA

Estos momentos breves de la tarde,

con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,

o el súbito posarse en el laurel dichoso

para ver, desde allí, su mundo cotidiano,

en el que están los muros blancos de la casa,

un grupo espeso de naranjos,

el hombre extraño que ahora escribe.

Hay un canto acordado de pájaros

en esta hora que cae, clara y fría,

sobre el tejado alzado de la casa.

Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos,

la llevo a mis cabellos,

porque es ella la vida,

más suave que la muerte, es indecisa,

y me roza en los ojos,

como si acaso yo tuviera su existencia.

El mar es un misterio recogido,

lejos y azul,

y diminuto y mudo,

un bello compañero que te dio su alegría,

y no te dice adiós, pues no ha de recordarte.

Sólo los hombres aman, y aman siempre,

aun con dificultad.

¿Dónde mirar, en esta breve tarde,

y encontrar quien me mire

y reconozca?

Llega la noche a pasos, muy cansada,

arrastrando las sombras

desde el origen de la luz,

y así se apaga el mundo momentáneo,

se enciende mi conciencia.

Y miro el mundo, desde esta soledad,

le ofrezco fuego, amor,

y nada me refleja.

Nutridos de ese ardor nazcan los hombres,

y ante la indiferencia extraña

de cuanto les acoge,

mientan felicidad

y afirmen inocencia,

pues que en su amor

no hay culpa y no hay destino.

LAS ÚLTIMAS PREGUNTAS

En el acabamiento de la tarde,

cuando hacía el camino,

he llegado de pronto ¿a dónde?

La noche que ha caído,

tan repentina y negra, me impide ver,

y sólo sé que nadie me acompaña.

¿Qué ha sido este viaje?

Muy largo debió ser, por la fatiga,

o acaso fue muy breve, si existió:

De entre mis posesiones

sólo guardo un pañuelo que oscurece en mis manos:

¿Para secar las lagrimas que no puedo verter?

¿O para despedirme, desde la prescripción,

de las sombras que dejo?

Sin tiempo, me pregunto: ¿qué soy? ¿quién soy?

¿Y para qué partí?

¿Y qué sentido tiene haber llegado?

Y qué poco me importa lo que,

del lado del desuso, pueda pasar ahora,

si nada entiendo.

Dejo de ser mortal. Mas no soy inmortal.

Como si nada hubiera sido.

LOS ACTOS

Rubores, rostros, movimientos, cuerpos,

la línea transparente que desune

la piel y el aire; los sedientos humos

que aniquilan los labios, las mejillas,

y en donde el uso se consume en fuegos:

los negros resplandores, la mirada;

el tacto abrasador, de tan voraz

helado; la tramoya deshonesta,

feliz; y el bienestar de la ceniza.

Cuantas veces el acto se ha cumplido

hizo bello el vivir, y emocionante

saberlo en el olvido; porque es niebla

siempre lo que perdemos, sucesión

de fantasmas los seres y los días.

Mas sin carne, la luz no hubiera sido;

sin deseo, la vida fría noche.

MADRIGAL NOCTURNO

Tus nocturnos cabellos de oro, racimillos de uva,

vericuetos de la paciencia y asombros del espejo,

¿cómo usar de ellos, pues que sin pensamiento, aún vano,

existen?

Tentación de la mano, si no desenredara presas plumas

de siniestras aves: encanalladas risas

callejeras, gestos mohines, escándalos domésticos;

tentación de los ojos, para enjugar sus blandos hilos

el apócrifo llanto de un alba más cercana,

con más copas bebidas;

ardiente tentación de hacer caer en ellos

el tedio de las horas, la dormida ceniza del cigarro.

¿De qué podrá servir, en esta noche, tu artificiosa adolescencia?

MERE ROAD

Todos los días pasan,

y yo los reconozco. Cuando la tarde se hace oscura,

con su calzado y ropa deportivos,

yo ya conozco a cada uno de ellos, mientras suben en grupos

o aislados,

en el ligero esfuerzo de la bicicleta.

y yo los reconozco, detrás de los cristales de mi cuarto.

Y nunca han vuelto su mirada a mí,

y soy como algún hombre que viviera perdido en una casa de

una extraña ciudad,

una ciudad lejana que nunca han conocido,

o alguien que, de existir, ya hubiera muerto

o todavía ha de nacer;

quiero decir, alguien que en realidad no existe.

Y ellos llenan mis ojos con su fugacidad,

y un día y otro día cavan en mi memoria este recuerdo

de ver cómo ellos llegan con esfuerzos, voces, risas, o

pensamientos silenciosos,

o amor acaso.

Y los miro cruzar delante de la casa que ahora enfrente

construyen

y hacia allí miran ellos,

comprobando cómo los muros crecen,

y adivinan la forma, y alzan sus comentarios cada vez,

y se les llena la mirada, por un solo momento, de la fugacidad de

la madera y de la piedra.

Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus jóvenes edades,

podrá alguno volver a recordar, con emoción, este suceso mínimo

de pasar por la calle montado en bicicleta, con esfuerzo ligero

y fresca voz.

Y de nuevo la casa se estará construyendo, y esperará el jardín a

que se acaban estos muros

para poder ser flor, aroma, primavera,

(y es posible que sienta ese misterio del peso de mis ojos,

de un ser que no existió,

que le mira, con el cansancio ardiente de quien vive,

pasar hacia los muros del colegio),

y al recordar el cuerpo que ahora sube

solo bajo la tarde,

feliz porque la brisa le mueve los cabellos,

ha cerrado los ojos

para verse pasar, con el cansancio ardiente de quien sabe

que aquella juventud

fue vida suya.

Y ahora lo mira, ajeno, cómo sube

feliz, encendiendo la brisa,

y ha sentido tan fría soledad

que ha llevado la mano hasta su pecho,

hacia el hueco profundo de una sombra.

MIS DOS REALIDADES

Era un pequeño dios: nací inmortal.

Un emisario de oro

dejó eternas y vivas las aguas de la mar,

y quise recluir el cuerpo en su frescura;

pobló de un son de abejas los huertos de naranjos,

y en tomo a tantos frutos se volcaba el azahar.

Descendía, vasto y suave, el azul

a las ramas más altas de los pinos,

y el aire, no visible, las movía.

El silencio era luz.

Desde el centro más duro de mis ojos

rasgaba yo los velos de los vientos,

el vuelo sosegado de las noches,

y tras el rosa ardiente de una lágrima

acechaba el nacer de las estrellas.

El mundo era desnudo, y sólo yo miraba.

y todo lo creaba la inocencia.

El mundo aún permanece. Y existimos.

Miradme ahora mortal; sólo culpable.

MUROS DE AREZZO

Dentro de aquella descarnada iglesia

la nave era una sombra, cuyo aliento

era un vaho de siglos, y en la hondura

vimos la luz sesgando el alto muro.

Y el sueño humano allí, con los colores

del más ardiente engaño, las cenizas

del deseo de un hombre sepultadas

en árbol, en corcel, séquito o ángel.

No puso fantasía ni invención:

sobre la faz del hombre y de la tierra

dejó el orden debido; y admiramos

no la belleza física, la imagen

de nuestra carne serenada. Suma

de perfección es la cabeza humana,

sin fuego de alegría y sin tristeza;

ni altiva ni humillada bajo el arco

del aire azul, tan quieta la mirada

que deja a los caballos sin instinto,

sin crecimiento natural al árbol.

Se nos narra una historia de este mundo;

el pretexto remoto de unos seres

como nosotros mismos, mas sabemos

que el bien y el mal aquí no son pasiones.

La pintada pared nos muestra el sueño

que abolió nuestra escoria: son iguales

el moribundo y el que ama, reyes

y palafreneros, montes o lanzas,

la desnudez y el atavío, sol

o noche, los piadosos y el guerrero,

la sed y la coraza, quien vigila

y el dormido en la tienda, la señora

y sus damas, el estandarte rojo

y el sepulcro, el joven y el anciano,

la indiferencia y el dolor, el hombre

y Dios.

Enamorado alguna vez,

y haciendo realidad el viejo sueño

de una mejor naturaleza, quiso

la perfección. Recordando el amor,

la dicha mantenida, sus pinceles

conservaron los hábitos y gestos

terrenales, copió la vida toda,

y a semejanza de él, aunque visible,

un aire hermoso y denso allí respiran

logrando un orden nuevo que serena:

feliz; sin libertad, vive aquí el hombre.

“Palabras a la oscuridad” 1966

NO HAGAS COMO AQUEL

Divinizó a Antinoos.

y así, ayudado en la plegaria ajena,

lo pudo retener en el recuerdo,

mantuvo su dolor.

Al fin, sólo mendigo y hombre.

Sé más pagano tú, y advierte que la vida

tiene un destino cierto: sólo olvido,

y si piadosa obra: Sustitución.

Es el azar origen del amor,

y el camino azaroso, y un golpe del azar

lo acaba pronto. Si tan ruda

es la vida, tan incivil el sentimiento,

tan injusta la pena,

y en ello no hubo enmienda con los siglos,

no hagas tú como aquél,

no pretendas hacer digna la vida:

tan torpe tiranía

no merece sino tu natural indiferencia.

“Aún no” 1971

OSCURECIENDO EL BOSQUE

Toda esta hermosa tarde, de poca luz,

caída sobre los grises bosques de Inglaterra,

es tiempo.

Tiempo que está muriendo

dentro de mis tranquilos ojos,

mezclándose en el tiempo que se extingue.

Es en la vida todo

transcurrir natural hacia la muerte,

y el gratuito don que es ser, y respirar,

respira y es hacia la nada angosta.

Con sosegados ojos miro el bosque,

con tal gracia latiendo

que me parece un soplo de su espíritu

esa dicha invisible que a mi pecho ha venido.

Cual se cumple en el hombre

también se ha de cumplir la vida de la tierra;

la débil vecindad que es realidad ahora,

distancia tenebrosa será luego,

toda será negrura.

Miro, con estos ojos vivos, la oscuridad del bosque.

y una dicha más honda llega al pecho

cuando, a la soledad que me enfriaba,

vienen borrados rostros, vacilantes

contornos de unos seres

que con amor me miran, compañía demandan,

me ofrecen, calurosos, su ceniza.

Cercado de tinieblas, yo he tocado mi cuerpo

y era apenas rescoldo de calor,

también casi ceniza.

y sentido después que mi figura se borraba.

Mirad con cuánto gozo os digo

que es hermoso vivir.

OTOÑO INGLÉS

No para ver la luz que baja de los cielos,

incierta en estos campos,

sino por ver la luz que, del oscuro centro de la tierra,

a las hojas asciende y las abrasa.

Yo no he salido a ver la luz del cielo

sino la luz que nace de los árboles.

Hoy lo que ven mis ojos

no es un color que a cada instante muda su belleza,

y ahora es antorcha de oro,

voraz incendio, humareda de cobre,

ola apacible de ceniza.

Hoy lo que ven mis ojos

es el profundo cambio de la vida en la muerte.

Este esplendor tranquilo

es el acabamiento digno de una perfecta creación

más si se advierte,

la consunción penosa de los hombres

tan sólo semejantes en su honda soledad,

mas con dolor y sin belleza.

El hombre bien quisiera que su muerte

no careciese de alguna certidumbre,

y así reflejaría en su sonrisa,

como esta tarde el campo,

una tranquila espera.

(Belleza del durmiente

que agita imperceptible el mudo pecho

para alzarse después con mayor vida;

como en la primavera los árboles del campo.)

¿Cómo en la primavera…?

No es lo que veo, entonces, trastorno de la muerte

sino el soñar del árbol, que desnuda,

su frente de hojarasca,

y entra así cristalino en la honda noche

que ha de darle más vida.

Es ley fatal del mundo

que toda vida acabe en podredumbre,

y el árbol morirá, sin ningún esplendor,

ya el rayo, el hacha o la vejez

lo abatan para siempre.

En la fingida muerte que contemplo

todo es belleza:

el estertor cansado de las aves,

la algarabía de unos perros viejos, el agua

de este río que no corre,

mi corazón, más pobre ahora que nunca

pues más ama la vida.

Las rotas alas de la noche caen

sobre este vasto campo de ceniza:

huele a carroña humana.

La luz se ha vuelto negra, la tierra

sólo es polvo, llega un viento

muy frío.

Si fuese muerte verdadera la de este bosque de oro

sólo habría dolor

si un hombre contemplara la caída.

Y he llorado la pérdida del mundo

al sentir en mis hombros, y en las ramas

del bosque duradero,

el peso de una sola oscuridad.

PALABRAS PARA UNA DESPEDIDA

A Juan Gil-Albert

Está la luz despierta,

y se adentra en los ojos el contorno del monte,

y el grito de los pájaros desvanece el oído

al venir de los húmedos huertos.

Los blancos pueblos de la costa,

felices de lujuria y juventud,

alientan junto al mar, lejanos.

No estoy allí, mas lo que fui deseo:

la dicha viva, los sentidos borrados,

ahora que en el jardín el tiempo se arrincona

en las sombras,

y el olor de las rosas sube al aire.

Hay humos blancos y calladas palomas

en la altura, y voces que se alejan,

hay demasiada vida para una despedida.

Y un día habrá de ser,

sin que la grata luz, las voces de la casa,

los cultivos del huerto, los días recordados

de la remota y breve juventud,

ni tampoco el amor que me tenéis,

retrasen la obligada despedida.

Tendré que aposentarme en la aridez

y perdida la imagen de este mundo

y perdido yo mismo,

siento que aquel reposo será estéril,

que la vida no fue, que el fervor

de cualquier despedida es un engaño.

PALABRAS PARA UNA MIRADA

Miras, con ojos luminosos,

mientras hablo, mis ojos. Los cabellos

son fuego y seda,

y el rosa laberinto del oído

desvaría en la noche,

acepta las razones que doy sobre una vida

que ha perdido la dicha y su mejor edad.

¿Cómo me ven tus ojos? Yo sé, porque estás cerca,

que mis labios sonríen,

y hay en mí delirante juventud.

Inocente me miras, y no quiero saber

si soy el más dichoso hipócrita.

Sería pervertirte decir

que quien ha envejecido es traidor,

pues ha dado la vida

o dado el alma,

no sólo por placer, también por tedio,

o por tranquilidad;

muy pocas veces por amor.

He acercado mis labios a los tuyos,

en su fuego he dejado mi calor,

y emboscado en la noche

iba espiando en ti vejez y desengaño.

PROVOCACIÓN ILUSORIA DE UN ACCIDENTE MORTAL

He aquí el ciego, que sólo ve la vida en el recuerdo.

Era la playa estrecha e irregular, junto al mar sosegado

en el crepúsculo;

y el mundo va a morir, porque en la soledad y en la belleza

tendrá lugar el acto del amor dentro del agua.

Desnudos reposamos en la orilla

del sur del Adriático platino,

y aguardamos la noche en nuestros ojos.

Mas no vino la noche; sí el infortunio

(la vida sucedida desde entonces).

Y aquella brisa falsa, ya en el coche,

mientras los faros amarillos desunían la intimidad

de la fatiga y aquel país extraño.

Ahora acerco tu rostro hasta mi boca,

y quiero que mi vida y tu historia concluyan bruscamente.

Y así existe el poema, no fue escrito por nadie.

SOLO DE TROMPETA

Cuando ya las miradas de todos se conocían vagamente,

a través de las pupilas nubladas por el alcohol,

de aquella música confusa, de la penumbra de aquel humo,

del caos

vino un silencio imperceptible,

y una trompeta sola, de fuego, nos quemaba la vida.

O acaso era de hielo aquella música:

inertes los sonidos, para que cada uno de nosotros

los hiciese movibles, los llenase de espíritu.

Por cada uno de los hombres

la música cantaba diferente: con alegría estéril

en la mujer que me miraba, con cansada tristeza

en unos yertos labios, y en el muchacho solitario

con profunda nostalgia de vejez;

la música cantaba diferente, sin que nadie supiera

cómo sonaba junta, con qué intenso dolor.

En aquel cuarto oscuro

nada correspondía a la verdad del hombre:

la emoción estridente del músico era falsa,

torpe el engaño de los otros.

La verdad es humilde y es sencilla.

La soledad, al compartirla con otras soledades,

hace más viva la impotencia.

y empuja al hombre entonces a regiones heroicas

con sólo el sentimiento.

Después cae un cansancio sobre el alma

por esta lucha inútil, se resiente

tanta falsa virtud, la mentida pureza;

y cuando la trompeta, desmayada, se extingue en el silencio,

sólo quedan visibles, descubiertos al fin, los más ocultos,

los más tenaces vicios:

se reconocen las miradas, y puede haber piedad,

y hasta sentir alguno un tibio amor.

La trompeta de fuego,

muda sobre una mesa, la vemos amarilla,

y está vieja y rayada.

SOMBRÍO ARDOR

No como las estrellas, que dan luz,

mas también incontables cual los átomos

que habitan negros en las hondas cuevas,

los encuentros del cuerpo, sin amor,

sólo son actos de tinieblas. Nada

perdura en mí de aquellos miembros, dicha,

fuego, sonrisa. El sombrío ardor

desvaneció su huella en la memoria,

dejó solo un cansancio. Y ahora vuelvo

al encuentro del cuerpo en las tinieblas,

y en el sombrío ardor toco la vida,

espectro lujurioso. Rueda el tiempo

por las sordas paredes de este cuarto,

y siento que la vida se deshace.

Escucho el corazón, y su latido

oscuro nada dice, fuego implora,

mendiga eternidad para la carne.

Merecida la luz nos la destruyen,

¿en dónde está?; mirad con cuánta prisa

hemos llegado al hueco sofocante.

SUCESIÓN DE MÍ MISMO

Es ardiente el pasado, e imposible:

breve noche de amor conmigo mismo.

F. B.

Al aire del jardín

la cama está revuelta de sábanas y luna,

y en ellas está el cuerpo solitario y desnudo.

Velan los ojos, en las sombras del pino plateado, la hiedra de

las tapias,

y la vida furtiva de los astros.

Un bulto juvenil de la penumbra surge

y ha subido sin ropas a mi lecho,

y en la tarea del amor completa

la noche ahora tan breve.

Este mudo muchacho está encendido

de una pasión oscura y alejada,

y sus dientes furiosos y su lengua dulcísima

rescatan de mi carne la densidad del tiempo.

En el azar del mundo su vida ha retornado

con revueltos cabellos, y ahora mudo,

y ha cruzado después las puertas de la noche.

Desde el balcón le espío

llegar hasta la esquina de la casa,

y allí ha permanecido en la mejilla de la primera luz.

Con el sol y los pájaros el día se hace largo,

y en la esquina el muchacho ya es este mudo anciano que

vigila el balcón

allí donde él se mira con un cuerpo aún robusto y fatigado.

Borrada juventud, perdida vida, ¿en qué cueva de sombras

arrojar las palabras?

Breton, André

André Bretón (Francia 1896-1966)

Reseña biográfica

Poeta francés nacido en Tinchebray, Orne, en 1896.

Estudió medicina y trabajó en hospitales psiquiátricos durante la Iª Guerra mundial, aplicando sus profundos conocimientos de la teoría freudiana. Desde muy joven trabó amistad con importantes figuras intelectuales de Francia convirtiéndose en el gran impulsor del surrealismo y el dadaísmo.

En 1921 publicó su primera obra surrealista, “Los campos magnéticos”, en la que exploró las posibilidades de la hipnosis. Colaboró con Paul Éluard, Louis Aragon y Philippe Soupault en la fundación de la revista Littérature.

En 1922 rompió con el Dadaísmo, se dedicó al automatismo psíquico, publicó en 1924 y 1929 el 1° y 2° manifiestos surrealistas y militó en el partido comunista francés hasta 1935.

A raíz de la IIª Guerra mundial, se radicó en EE.UU. donde fundó en compañía de Marcel Duchamp, Marx Ernst, y David Hare, la revista “VVV”. En 1941 publicó el Tercer manifiesto surrealista. Regresó a Paris en 1946, dedicándose hasta su muerte, en 1966, a mantener vivo el movimiento surrealista.

Su obra poética más importante:

Claro de tierra 1923

La unión libre 1931

El aire del agua 1934

Estados generales 1943

Oda a Charles Fourier 1947

Constelaciones 1959

Poemas de André Breton:

A la mirada de las divinidades

«Un poco antes de medianoche cerca del desembarcadero.

«Si una mujer desmelenada te sigue no te preocupes.

«Es el azul. No tienes que temer nada del azul.

«Habrá un gran jarro claro en un árbol.

«El campanario del pueblo de los colores disipados

«Te servirá de punto de referencia. Tómate el tiempo,

«Recuérdalo. El oscuro geyser que lanza al cielo los brotes

de helecho

«Te saluda.»

La carta sellada de los tres ángulos de un pez

Pasaba ahora entre la luz de los suburbios

Como una enseña de domador.

Y al permanecer

La bella, la víctima, la que se llamaba

En el barrio la pequeña pirámide de reseda

Se descosía para ella sola una nube semejante

A un saquito de piedad.

Más tarde la blanca armadura

Que vacaba de los cuidados domésticos y demás

Tomando a sus anchas más fuerte que nunca

Al niño en la concha, el que debía ser…

Pero silencio.

Un brasero daba ya presa

En su seno a una encantadora novela de capa

Y espada.

En el puente, a la misma hora,

Así se entretenía el rocío con cabeza de gata.

Con la noche, se perderían las ilusiones.

He aquí a los blancos Padres que regresan de las vísperas

Con la inmensa llave por encima de ellos suspendida.

He aquí a los grises heraldos, por fin he aquí su carta

O su labio: mi corazón es un cuclillo para Dios.

Pero del tiempo que habla, no queda más que un muro

Golpeando en una tumba como un velo podrido.

La eternidad busca un reloj de pulsera

Un poco antes de medianoche cerca del desembarcadero.

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Amor apergaminado

Cuando las ventanas, lo mismo que la mirada del chacal y el deseo, taladran la aurora, unas cabrias de seda me levantan sobre las pasarelas del suburbio. Llamo entonces a una muchacha que sueña en la casita dorada; se une a mí sobre el montón de musgo negro y me ofrece sus labios, que son piedras al fondo de un río presuroso. Velados presentimientos descienden los escalones de los edificios. Lo mejor es huir de los grandes cilindros cuando los cazadores cojean en las tierras destempladas. Si se toma un baño en el muaré de las calles, la infancia regresa a la patria, galga gris. El hombre busca su presa por los aires y los frutos se secan entre las rejas de papel rosa, a la sombra de los nombres desmesurados por el olvido. Las alegrías y las penas se esparcen por la ciudad. El oro y el eucalipto, de igual aroma, atacan los sueños. Entre los frenos y los edelweis sombríos reposan formas subterráneas semejantes a corchos de perfumistas.

De “Claro de tierra”

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Cartero cheval

Nosotros los pájaros que encantas siempre desde lo alto de esos

belvederes

Y que cada noche no formamos más que una rama florecida de

tus hombros a los brazos de tu carretilla bienamada

Que nos desprendemos más vivos que centellas de tu muñeca

Somos los suspiros de la estatua de cristal que se incorpora

cuando el hombre duerme

Y brechas brillantes se abren en su lecho

Brechas por las que pueden percibirse ciervos de cuernos de

coral en un claro del bosque

Y mujeres desnudas en lo profundo de una mina

Recuerdas te levantabas entonces descendías del tren

Sin una mirada para la locomotora presa de inmensas raíces barométricas

Que se queja en la selva virgen con todas sus calderas doloridas

Sus chimeneas con humo de jacintos y movida por serpientes azules

Te precedíamos entonces nosotros las plantas sujetas a metamorfosis

Que cada noche hacíamos signos que el hombre puede sorprender

Mientras su casa se desploma y se sorprende ante los engranajes singulares

Que busca su lecho con el corredor y la escalera

La escalera se ramifica indefinidamente

Conduce a una puerta de haces de heno se abre de pronto sobre

una plaza pública

Hecha de dorsos de cisnes una ala abierta para el pasamano

Gira sobre sí misma como si fuera a morderse

Pero se contenta con abrir bajo nuestros pasos todos sus escalones

como gavetas

Gavetas de pan gavetas de vino gavetas de jabón gavetas de espejos

gavetas de escaleras

Gavetas de carne con empuñaduras de cabellos

A la hora precisa en que millares de patos de Vaucanson

se alisan las plumas

Sin volverte tomabas la llana con que se hacen los senos

Te sonreíamos nos enlazabas por el talle

Y tomábamos las actitudes según tu placer

Inmóviles para siempre bajo nuestros párpados tal como la mujer

gusta de ver al hombre

Después de haber hecho el amor.

De “Le revolver à cheveux blancs

Versión de César Moro

Dame joyas ahogadas

Dame joyas de ahogadas

Dos pesebres

Una cola de caballo y una manía de modista

Después perdóname

No tengo tiempo de respirar

Soy un destino

La construcción solar me ha retenido hasta ahora

Y ahora sólo tengo que dejarme morir

Pide el baremo

Al trote con el puño cerrado sobre mi cabeza que suena

Un fanal en donde se abre una mirada amarilla

También se abre el sentimiento

Pero las princesas se agarran al aire puro

Tengo necesidad de orgullo

Y de algunas gotas comunes

Para calentar la marmita de las flores enmohecidas

Al pie de la escalera

Divino pensamiento en el cristal estrellado del cielo azul

La expresión de las bañistas es la muerte del lobo

Tenme por amiga

La amiga de los hogueras y los hurones

Te mira en dos veces

Lee tus penas

Mi remo de palisandro hace cantar tus cabellos…

De “El aire del agua” 1934

Tus miembros van desplegando a tu alrededor unas sábanas verdes

Y el mundo exterior

Hecho de puntos

No funciona ya las praderas han desteñido los días los campanarios se reúnen

Y el Puzzle social

Entregó su última combinación

Todavía esta mañana esas sábanas fueron apartadas hicieron vela contigo de un lecho prismático

En el castillo revuelto del sauce de ojos de lama

Para el cual con la cabeza abajo

Partí en otro tiempo

Sábanas almendra de mi vida

Cuando te vas el cobre de Venus

Inerva la hoja resbaladiza y sin bordes

Tu gran ala líquida

Se agita entre el canto de las vidrieras

Versión de Manuel Álvarez Ortega

El águila sexual exulta una vez más…

El águila sexual exulta una vez más va a dorar la tierra

Su ala descendente

Su ala ascendente agita imperceptiblemente los mangos de

la menta picante

Y el adorable desnudarse del agua

Los días están contados tan claramente

Que el espejo ha hecho sitio a un entramado de frondas

No veo del cielo más que una estrella

Alrededor de nosotros sólo existe la leche describiendo su

elipse vertiginosa

De donde la blanda intuición de párpados de ágata ojerosa

Se levanta a veces para clavar la punta de su sombrilla en

el fango de la luz eléctrica

Entonces unas extensiones echan el ancla se despliegan por

el fondo de mi mirada cerrada

Icebergs que irradian los hábitos de los mundos venideros

Nacidos de una partícula de ti de una partícula desconocida

y helada que emprende el vuelo

Tu existencia es el ramo gigante que se escapa de mis brazos

Mal atado abre los muros despliega las escaleras de las casas

Se deshoja en los escaparates de las calles

Con las noticias me voy continuamente con las noticias

El diario es ahora de cristal y si las cartas no llegan ya

Es porque el tren ha sido comido

La gran incisión de la esmeralda que dio origen al follaje

Está cicatrizada para siempre los aserraderos de nieve

cegadora

Y las canteras de carne zumban solas con el primer destello

Invertido en este destello

Adquiero la huella de la vida y de la muerte

En el aire líquido

De “El aire del agua” 1934

Versión de Manuel Álvarez Ortega

El Marqués de Sade

El marqués de Sade ha vuelto a entrar en el volcán en erupción

De donde había salido

Con sus hermosas manos todavía ornadas de flecos

Sus ojos de doncella

Y ese permanente razonamiento de sálvese quien pueda

Tan exclusivamente suyo

Pero desde el salón fosforescente iluminado por lámparas de entrañas

Nunca ha cesado de lanzar las órdenes misteriosas

Que abren una brecha en la noche moral

Por esa brecha veo

Las grandes sombras crujientes la vieja corteza gastada

Que se desvanecen

Para permitirme amarte

Como el primer hombre amó a la primera mujer

Con toda libertad

Esa libertad

Por la cual el fuego mismo ha llegado a ser hombre

Por la cual el marqués de Sade desafió a los siglos con sus grandes árboles abstractos

Y acróbatas trágicos

Aferrados al hilo de la Virgen del deseo

De L’air de l’eau

Versión de Aldo Pellegrini

El penacho

Si solamente hiciera sol esta noche

Si en el fondo de la Ópera dos senos claros y resplandecientes

Compusieran para la palabra amor la más maravillosa capitular viviente

Si el pavimento de madera se abriera sobre la cima de las montañas

Si el armiño mirara con gesto suplicante

Al sacerdote de vendas rojas

Que regresa de la prisión contando los coches cerrados

Si el eco lujoso de los ríos que atormento

Sólo arrojara mi cuerpo en la hierba de París

Que no se hiela en el interior de las joyerías

Por lo menos la primavera ya no me causaría miedo

Si solamente fuera una raíz del árbol del cielo

Por fin el bien en la caña de azúcar del aire

Qué ves tú hermosa silenciosa

Bajo el arco de triunfo del Carrusel

Si el placer gobernara bajo el aspecto de una eterna transeúnte

Estando las Cámaras surcadas sólo por la mirada violeta de los paseos

Qué no daría yo porque un brazo del Sena Se deslizara bajo la Mañana

Que está de todas formas perdida

No me resigno no a las salas acariciantes

Donde suena el teléfono de las multas de la noche

Al partir he prendido fuego a una mecha de cabellos

que es la mecha de una bomba

Y la mecha de cabellos excava un túnel bajo París

Si solamente mi tren Penetrara Por ese túnel

Versión de Manuel Álvarez Ortega

En tu lugar desconfiaría del caballero de paja…

En tu lugar desconfiaría del caballero de paja

Esa especie de Roger que libera a Angélica

Leitmotiv aquí de las bocas del metropolitano

Dispuestas en hilera en tus cabellos

En una encantadora alucinación liliputiense

Pero el caballero de paja el caballero de paja

Te sienta en la grupa y os precipitáis por la elevada alameda

Cuyas primeras hojas perdidas ponen mantequilla en las rosas

rodajas de pan del aire

Adoro esas hojas al igual

Que todo ]0 supremamente independiente que hay en ti

Su pálida balanza

Para calcular violetas

Justamente l0 que se necesita para que se transparente en los más

tiernos pliegues de tu cuerpo

El mensaje indescifrable capital

De una botella que ha conservado mucho tiempo el mar

Y las adoro cuando se amontonan como un gallo blanco

Furioso en la escalinata del castillo de la violencia

En la luz desgarradora en la que ya no se trata de vivir

En el soto encantado

Donde el cazador apunta con un fusil de culata de faisán

Esas hojas que son la moneda de Danae

Cuando me es posible acercarme a ti hasta no verte más

Para abrazar en ti ese sitio amarillo devastado

El más resplandeciente de tu ojo

Donde los árboles vuelan

Donde los edificios comienzan a ser sacudidos por una alegría

de mala ley

Donde los juegos del circo continúan en la calle con lujo

desenfrenado

Sobrevivir

A gran distancia dos o tres siluetas se destacan

Sobre el apretado grupo flamea la bandera de parlamento.

De L’air de l’eau

Versión de Aldo Pellegrini

Girasol

A Pierre Reverdy

La viajera que atravesó les Halles a la caída del verano

Caminaba sobre la punta de los pies

La desesperación hacía girar en el cielo sus grandes yaros tan bellos

Y en el bolso de mano se hallaba mi sueño ese frasco de sales

Que únicamente aspiró la madrina de Dios

Los entorpecimientos se desplegaban como el vaho

En el Perro que fuma

Donde acababan de entrar el pro y el contra

La muchacha sólo podía ser vista por ellos mal y al sesgo

Tenía yo que vérmelas con la embajadora del salitre

O con la curva blanca sobre fondo negro que llamamos pensamiento

El baile de los inocentes estaba en su apogeo

Los farolillos se encendían lentamente entre los castaños

La dama sin sombra se arrodilló en el Pont au Change

Calle Gît-le-Coeur los timbres ya no eran los mismos

Las promesas de las noches por fin se cumplían

Las palomas mensajeras los besos de socorro

Se unían a los pechos de la bella desconocida

Lanzados bajo el crespón de las significaciones perfectas

Una granja prosperaba en medio de París

Y sus ventanas daban sobre la vía láctea

Pero nadie la habitaba aún a causa de los aparecidos

De los aparecidos que como se sabe son más devotos

que los desaparecidos

Algunos como esta mujer aparentan nadar

Y en el amor penetra un poco de su substancia

Ella los interioriza

Yo no soy el juguete de ninguna potencia sensorial

Y sin embargo el grillo que cantaba en los cabellos de ceniza

Una tarde cerca de la estatua de Etienne Marcel

Me hizo un guiño de entendimiento

André Breton me dijo pasa

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Hotel de las centellas

La mariposa filosófica

Se posa en la estrella rosa

Y forma así una ventana del infierno

El hombre enmascarado está siempre de pie ante la mujer desnuda

Cuyos cabellos resbalan lo mismo que de mañana la luz de un farol

que han olvidado apagar

Los sabios muebles preparan la pieza que hace juegos de manos

Con sus rosetones

Sus rayos de sol circulares

Sus moliendas de vidrio

En cuyo interior azulea un cielo con precisión

En memoria del pecho inimitable

Ahora la nube de un jardín pasa por encima de la cabeza del hombre

que acaba de sentarse

Parte por la mitad a la mujer de busto mágico y ojos de Parma

Es la hora en que el oso boreal con gesto de gran inteligencia

Se estira y da cuenta de un día

Al otro lado la lluvia se encabrita sobre los bulevares de una gran ciudad

La lluvia entre la niebla con regueros de sol sobre las flores rojas

La lluvia y el diávolo de los viejos tiempos

Las piernas bajo la nube frutal rodean el invernadero

Sólo se percibe el pulso de una mano muy blanca representado

por dos minúsculas alas

El balancín de la ausencia oscila entre las cuatro paredes

Hendiendo las cabezas

De donde se escapan bandadas de reyes que en seguida se hacen la guerra

Hasta que el eclipse oriental

Turquesa en el fondo de las tazas

Descubre el lecho equilateral de sábanas color de esas flores llamadas

bola de nieve

Los veladores deliciosos las cortinas rasgadas

Al alcance de un librito con estas palabras estampadas

No hay mañana

Cuyo autor lleva un nombre extraño

En la oscura señalización terrestre

Versión de Manuel Álvarez Ortega

La casa de Yves

La casa de Yves Tanguy

Donde se entra sólo de noche

Con la lámpara-tempestad

Afuera el país transparente

Un adivino en su elemento

Con la lámpara-tempestad

Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve

Y la tela estampada del cielo

-Vamos, lo sobrenatural al suelo

Con la lámpara-tempestad

Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve

Con todas las estrellas del infierno

Hecha de lazos y jambajes

Color de cangrejo en el oleaje

Con la lámpara-tempestad

Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve

Con todas las estrellas del infierno

Con los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cables

El espacio encadenado, el tiempo disminuido

Ariana en su aposento-cofrecillo

Con la lámpara-tempestad

Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve

Con todas las estrellas del infierno

Con los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cables

Con las crines sin fin del argonauta

El servicio está a cargo de falenas

Que se cubren los ojos con telas

Con la lámpara-tempestad

Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve

Con todas las estrellas del infierno

Con los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cables

Con las crines sin fin del argonauta

Con el moblaje fulgurante del desierto

Allí Se mata allí se cura

Y sin tapujos se conspira

Con la lámpara-tempestad

Con el aserradero tan laborioso que ya no se lo ve

Con todas las estrellas del infierno

Con los tranvías delirantes retenidos sólo por sus cables

Con las crines sin fin del argonauta

Con el moblaje fulgurante del desierto

Con las señales que intercambian los amantes desde lejos

Ésa es la casa de Yves Tanguy.

De “Poèmes”

Versión de Aldo Pellegrini

La muerte rosa

Los pulpos alados guiarán por última vez la barca cuyas

velas están hechas de ese solo día hora a hora

Es la velada única tras la cual sentirás subir por tus cabellos

el sol blanco y negro

De los calabozos rezumará un licor más fuerte que la muerte

Cuando se la contempla desde lo alto de un precipicio

Los cometas se posarán suavemente en los bosques antes

de fulminarlos

Y todo pasará dentro del amor indivisible

Si el motivo de los ríos nunca desaparece

Antes de que sea completamente de noche observarás

La gran pausa de la plata

Sobre un pescador en flor aparecerán las manos

Que escribieron estos versos y que serán husos de plata también

Y también golondrinas de plata sobre el oficio de la lluvia

Verás el horizonte abrirse y de pronto habrá acabado el

beso del espacio

Pero el miedo ya no existirá más y los cristales del cielo y del mar

Volarán por el viento con más fuerza que nosotros

Qué haré yo con el temblor de tu voz

Sonríe danzarina alrededor del único lustro que no caerá

Trampa del tiempo

Subiré los corazones de los hombres

Para una suprema lapidación

Mi hambre dará vueltas como un diamante demasiado tallado

Trenzará los cabellos de su hijo el fuego

Silencio y vida

Pero los nombres de los amantes se olvidarán

Como la adónica gota de sangre

En la luz enloquecida

Mañana engañarás a tu propia juventud

A tu gran juventud luciérnaga

Los ecos solos harán moldes de todos los lugares que existieron

Y en la infinita vegetación transparente

Te pasearás con la celeridad

Que se pide a los animales de los bosques

Acaso te desgranes entre mis despojos

Sin verlos lo mismo que uno se arroja sobre un arma fluctuante

Pero yo perteneceré al vacío semejante a los Peldaños

De una escalera cuyo movimiento se llama muy penoso

Para ti los perfumes desde entonces los perfumes prohibidos

Lo angélico

Bajo el musgo esponjoso y bajo tus pasos que no existen

Mis sueños serán vanos y formales como el rumor de los

párpados del agua en la sombra

Me introduciré en los tuyos para sondear la profundidad

de tus lágrimas

Mis llamadas te dejarán dulcemente vacilante

Y en el tren hecho de tortugas de hielo

No tendrás que tirar de la señal de alarma

Llegarás sola a esta playa perdida

Donde una estrella descenderá sobre tus equipajes de arena

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Los escritos vuelan

El satén de las páginas que se hojean en los libros modela

una mujer tan hermosa

Que cuando no se lee se contempla a esa mujer con tristeza

Sin atreverse a hablarle sin atreverse a decirle que es tan hermosa

Que lo que se va a saber no tiene precio

Esta mujer pasa imperceptiblemente entre un rumor de flores

A veces se vuelve en medio de las estaciones impresas

Para preguntar la hora o mejor aún simula contemplar unas

joyas bien de frente

Como no hacen las criaturas reales

Y el mundo se muere una ruptura se produce en los anillos de aire

Un desgarro en el lugar del corazón

Los diarios de la mañana traen cantantes cuya voz tiene el color de la

arena en las riberas tiernas y peligrosas

Y a veces los de la tarde dan paso a muchachas que conducen

animales encadenados

Pero lo más bello está en el intervalo de ciertas letras

Donde unas manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía

Saquean un nido de blancas golondrinas

Para que llueva siempre

Tan bajo tan bajo que las alas no puedan ya mezclarse

Unas manos por donde se sube hasta unos brazos tan leves

que el vapor de los prados en sus graciosas volutas por

encima de los estanques es su imperfecto espejo

Unos brazos que no se articulan más que con el peligro excepcional de un

cuerpo hecho para el amor

Cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de los matorrales

llenos de velos

Y que sólo tienen de terrestre la inmensa verdad helada de los trineos de

miradas sobre la extensión toda blanca

De lo que no volveré a ver más

A causa de una venda maravillosa

Que es la mía en el juego de la gallina ciega de las heridas

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Luna de miel

¿En qué se basan las recíprocas inclinaciones? Hay unos celos más conmovedores que otros. Me paseo con gusto entre esa oscuridad que supone la rivalidad de una mujer y un libro. El dedo en la sien no es el cañón de un revólver. Creo que nos oíamos pensar, pero el maquinal «En nada», que es la más audaz de nuestras negativas, no lo pronunciamos en todo el viaje de bodas. No hay nada que mirar fijamente menos alto que los astros. En cualquier tren es peligroso asomarse a la ventanilla. Las estaciones estaban claramente repartidas sobre un golfo. El mar, que para la mirada humana no es nunca tan bello como el cielo, no nos abandonaba. En el fondo de nuestros ojos se perdían bonitos cálculos orientados hacia el porvenir, como los de los muros de las prisiones.

De “Los campos magnéticos”

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Mundo en un beso…

Mundo en un beso

El músico con baquetas de avellano cosidas en las mangas

Apacigua a un enjambre de jóvenes monos-leones

Que descendieron con gran estrépito de la cornisa

Todo se vuelve opaco veo pasar la carroza de la noche

Arrastrada por los ajolotes de zapatos azules

Que penetra resplandeciente por la violencia que conduce a la tumba

Pavimentada de párpados con sus pestañas

La ley del talión utiliza un pueblo de estrellas

Y tú te matizas para mí de un negro rocío

Mientras los horribles bornes mentales

Se hienden en el sentido de la longitud

Dando paso a unos penachos

Que miran al lago próximo

Los barrotes del espectáculo están maravillosamente retorcidos

Un largo huso de aire atestigua sólo la huida del hombre

De madrugada entre la ilustre alfalfa

La hora

Sólo es lo que hacen sonar las piezas de oro de la bohemia

En las aspas de coriaria

Una amazona de pie sobre un caballo tordo anaranjado al galope

Desde lejos los brazos están siempre en extensi6n lateral

El rombo polvoriento del forro me recuerda

La tienda decorada de bisontes azules

Por los indios de la almohada

Afuera el aire se prueba los guantes de muérdago

Sobre un mostrador de agua pura

Mundo en un beso limpio

Para mí las escamas

Las escamas de la gran tortuga celeste con vientre de hidrófilo

Que se debate cada noche en el amor

Con la gran tortuga negra la gigantesca escolopendra de raíces

Versión de Manuel Álvarez Ortega

No ha lugar

Arte de los días arte de las noches

La balanza de las heridas que se llama Perdona

Balanza roja y sensible al peso de un vuelo de pájaro

Cuando las amazonas de cuello de nieve con las manos vacías

Empujan sus carros de vapor sobre los prados

Veo esa balanza sin cesar enloquecida

Veo el ibis de bellos modales

Que regresa del estanque atado en mi corazón

Las ruedas del sueño encantan a los espléndidos carriles

Que se elevan altísimos sobre las conchas de sus vestidos

Y el asombro salta de aquí para allá sobre el mar

Ve mi querida aurora no olvides nada de mi vida

Toma estas rosas que trepan en el pozo de los espejos

Toma los latidos de todas las pestañas

Toma hasta los hilos que sostienen los pasos de las marionetas

y de las gotas de agua

Arte de los días arte de las noches

Estoy en la ventana muy lejos de una ciudad llena de terror

Fuera unos hombres con sombrero de copa se persiguen a

intervalos regulares

Semejantes a las lluvias que amaba

Cuando hacía tan buen tiempo

«La ira de Dios» es el nombre de un cabaret al que entré ayer

Está escrito sobre la portada blanca con letras más pálidas

Pero las mujeres-marineros que se deslizan detrás de los cristales

Son demasiado hermosas para tener miedo

Aquí nunca el cuerpo siempre el asesinato sin pruebas

Nunca el cielo siempre el silencio

Nunca La libertad sino por la libertad

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Nudo de espejos

Las bellas ventanas abiertas y cerradas

Suspendidas de los labios del día

Las bellas ventanas en camisa

Las bellas ventanas de cabellos de fuego en la noche negra

Las bellas ventanas de gritos de alarma y de besos

Encima de mí debajo de mí detrás de mí están menos que en mí

En donde sólo forman un único cristal azul como los trigos

Un diamante divisible en tantos diamantes como se necesitarían para

bañar a todos los bengalíes

Y las estaciones que no son cuatro sino quince o dieciséis

En mí entre las cuales está aquella en donde el metal florece

Aquella cuya sonrisa es tenue como un encaje

Aquella cuyo rocío al atardecer une las mujeres y las piedras

Las estaciones luminosas como el interior de una manzana de la que se

hubiera desprendido un trozo

O como un barrio excéntrico habitado por seres que están en combinación con el viento

O como el viento del espíritu que de noche hierra de pájaros sin límites a

los caballos con ollares de álgebra

O como la fórmula

Tintura de pasionaria {aa 50 cent. cúbicos

Tintura de majuelo {aa 50 cent. cúbicos

Tintura de muérdago 5 cent. cúbicos

Tintura de escila 3 cent. cúbicos

que combate el ruido del galope

Las estaciones rehacen malla a malla su red que resplandece con el agua

viva de mis ojos

Y en esa red todo lo que he visto es la espiral de una fabulosa caracola

Que me recuerda la ejecución en recinto cerrado del emperador

Maximiliano

Y todo lo que he amado es la rama más alta del árbol de coral que será fulminado

Es la estilográfica del reloj de sol a las doce en punto de la noche

Lo que conozco bien lo que conozco tan poco que préstame tus garras

viejo delirio

Para alzarme con mi corazón a lo largo de la catarata

Los aeronautas hablan de la eflorescencia del aire en invierno

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Silueta de paja

A Max Ernst

Dame joyas de ahogadas

Dos pesebres

Una cola de caballo y una manía de modista

Después perdóname

No tengo tiempo de respirar

Soy un destino

La construcción solar me ha retenido hasta ahora

Y ahora sólo tengo que dejarme morir

Pide el baremo

Al trote con el puño cerrado sobre mi cabeza que suena

Un fanal en donde se abre una mirada amarilla

También se abre el sentimiento

Pero las princesas se agarran al aire puro

Tengo necesidad de orgullo

Y de algunas gotas comunes

Para calentar la marmita de las flores enmohecidas

Al pie de la escalera

Divino pensamiento en el cristal estrellado del cielo azul

La expresión de las bañistas es la muerte del lobo

Tenme por amiga

La amiga de los hogueras y los hurones

Te mira en dos veces

Lee tus penas

Mi remo de palisandro hace cantar tus cabellos

Un sonido palpable abandona la playa

Negra por la cólera de las sepias

Y roja junto a la banderola

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Sueño que te veo superpuesta indefinidamente a ti misma…

Sueño que te veo superpuesta indefinidamente a ti misma

Estás sentada sobre el alto taburete de coral

Delante de tu espejo siempre en su cuarto creciente

Dos dedos sobre el ala de agua del peine

Y al mismo tiempo

Regresas de un viaje te quedas la última en la gruta

Resumante de relámpagos

No me reconoces

Estás tendida en el lecho te despiertas o te duermes

Te despiertas donde te dormistes o en cualquier otra parte

Estás desnuda todavía rebota la bala de saúco

Mil balas de saúco murmuran sobre ti

Tan ligeras que en cada instante tú las ignoras

Tu aliento tu sangre salvados de la loca juglaría del aire

Atraviesas la calle los coches que sobre ti se lanzan no son

más que sombras

Y la misma

Niña

Presa en un fuelle de lentejuelas

Saltas a la comba

Bastante tiempo para que aparezca en lo alto de la escalera invisible

La única mariposa verde que frecuenta las cimas de Asia

Acaricio todo lo que fue tuyo

En todo lo que debe serlo aún

Oigo silbar melodiosamente

Tus brazos innumerables

Serpiente única en todos los árboles

Tus brazos en cuyo centro gira el cristal de la rosa de los vientos

Mi fuente viva de Sivas

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Todo el paraíso no está perdido

Los gallos de roca pasan dentro del cristal

Defienden el rocío a golpes de cresta

Entonces la divisa encantadora del relámpago

Desciende sobre la bandera de las ruinas

La arena no es más que un reloj fosforescente

Que da la medianoche

Por los brazos de una mujer olvidada

Sin refugio girando por el campo

Erguida en las aproximaciones y en los retrocesos celestes

Es aquí

Las sienes azules y duras de la quinta se bañan en la noche

que calca mis imágenes

Cabelleras cabelleras

El mal adquiere fuerzas muy cerca

Solamente se valdrá de nosotros

De “Claro de tierra” 1923

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Un hombre y una mujer absolutamente blancos

En el fondo de la sombrilla veo a las maravillosas prostitutas

Con su vestido un poco ajado junto al farol color de los bosques

Se pasean con un gran pedazo de papel mural

Como no se puede contemplar sin que se oprima el corazón

los viejos pisos de una casa en demolición

O una concha de mármol blanco desprendida de una chimenea

O una red de esas cadenas que detrás de ellas se enredan

El gran instinto de la combustión se apodera de las calles

donde ellas permanecen

Como flores asadas

Los ojos levantando a lo lejos un viento de piedra en los espejos

Mientras se abisman inmóviles en el centro del torbellino

Nada iguala para mí el sentido de su pensamiento desaplicado

La frescura del arroyo en el que sus botines mojan la sombra de su pico

La realidad de esos puñados de heno cortado en donde desaparecen

Veo sus senos que ponen una punta de sol en la noche profunda

Donde el tiempo de inclinarse y erguirse es la única medida

exacta de la vida

Veo sus senos que son estrellas sobre olas

Sus senos en los que llora para siempre la invisible leche azul

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Unión libre

Mi mujer de cabellera de llamas de leña

De pensamientos de relámpagos de calor

De talle de reloj de arena

Mi mujer de talle de nutria entre los dientes del tigre

Mi mujer de boca de escarapela y de ramo de estrellas

de última magnitud

De dientes de huellas de rata blanca sobre la tierra blanca

De lengua de ámbar y de cristal frotados

Mi mujer de lengua de hostia apuñalada

De lengua de muñeca que abre y cierra los ojos

De lengua de piedra increíble

Mi mujer de pestañas de palotes de escritura de niño

De cejas de borde de nido de golondrina

Mi mujer de sienes de pizarra de tejado de invernadero

y de vaho de cristales

Mi mujer de hombros de champán

Y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo

Mi mujer de muñecas de cerillas

Mi mujer de dedos de azar y de as de corazones

De dedos de heno cortado

Mi mujer de axilas de marta y de encinas

De noche de San Juan

De alheña y de nido de escalarias

De brazos de espuma de mar y de esclusa

Y de mezcla del trigo y del molino

Mi mujer de piernas de bobina

De movimientos de relojería y de desesperaci6n

Mi mujer de pantorrillas de médula de saúco

Mi mujer de pies de iniciales

De pies de manojos de llaves de pies de calafates que beben

Mi mujer de cuello de cebada imperlada

Mi mujer de garganta de Valle de oro

De cita en el lecho mismo del torrente

De senos de noche

Mi mujer de senos de pinera marina

Mi mujer de senos de crisol de rubíes

De senos de espectro de la rosa bajo el rocío

Mi mujer de vientre de apertura de abanico de los días

De vientre de zarpa gigante

Mi mujer de espalda de pájaro que huye vertical

De espalda de mercurio

De espalda de luz

De nuca de piedra rodada y de creta mojada

Y de caída de un vaso en el que se acaba de beber

Mi mujer de caderas de lancha

De caderas de lucerna y de plumas de flecha

Y de tallos de pluma de pavorreal blanco

De balanza insensible

Mi mujer de muslos de greda y de amianto

Mi mujer de muslos de lomo de cisne

Mi mujer de muslos de primavera

De sexo de gladiolo

Mi mujer de sexo de placer y de ornitorrinco

Mi mujer de sexo de alga y de bombones antiguos

Mi mujer de sexo de espejo

Mi mujer de ojos llenos de lágrimas

De ojos de panoplia violeta y de aguja inmantada

Mi mujer de ojos de llanura

Mi mujer de ojos de agua para beber en prisión

Mi mujer de ojos de leña siempre bajo el hacha

De ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Unión libre (otra versión)

Mi mujer con cabellera de llamaradas de leño

con pensamientos de centellas de calor

con talle de reloj de arena

mi mujer con talle de nutria entre los dientes de un tigre

mi mujer con boca de escarapela y de ramillete de estrellas

de última magnitud

con dientes de huella de ratón blanco sobre la tierra blanca

con lengua de ámbar y vidrio frotados

mi mujer con lengua de hostia apuñalada

con lengua de muñeca que abre y cierra los ojos

con lengua de piedra increíble

mi mujer con pestañas de palotes escritos por un niño

con cejas de borde de nido de golondrina

mi mujer con sienes de pizarra de techo de invernadero

y de cristales empañados

mi mujer con hombros de champaña

y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo

mi mujer con muñecas de cerillas

mi mujer con dedos de azar y de as de corazón

con dedos de heno segado

mi mujer con axilas de marta y de bellotas

de noche de San Juan

de ligustro y de nido de escalarias

con brazos de espuma de mar y de esclusa

y de combinación de trigo y molino

mi mujer con piernas de cohete

con movimientos de relojería y desesperación

mi mujer con pantorrillas de médula de saúco

mi mujer con pies de iniciales

con pies de manojos de llaves con pies de pájaros en el

momento de beber

mi mujer con cuello de cebada sin pulir

mi mujer con garganta de Valle de Oro

de cita en el lecho mismo del torrente

con senos nocturnos

mi mujer con senos de montículo marino

mi mujer con senos de crisol de rubíes

con senos de espectro de la rosa bajo el rocío

mi mujer con vientre de apertura de abanico de los días

con vientre de garra gigante

mi mujer con espalda de pájaro que huye en vuelo vertical

con espalda de azogue

con espalda de luz

con nuca de canto rodado y de tiza mojada

y de caída de un vaso en el que acaban de beber

mi mujer con caderas de barquilla

con caderas de lustro y de plumas de flecha

y de canutos de pluma de pavo real blanco

de balanza insensible

mi mujer con nalgas de greda y amianto

mi mujer con nalgas de lomo de cisne

mi mujer con nalgas de primavera

con sexo de gladiolo

mi mujer con sexo de yacimiento aurífero y de ornitorrinco

mi mujer con sexo de alga y de viejos bombones

mi mujer con sexo de espejo

mi mujer con ojos llenos de lágrimas

con ojos de panoplia violeta y de aguja imantada

mi mujer con ojos de pradera

mi mujer con ojos de agua para beber en prisión

mi mujer con ojos de bosque eternamente bajo el hacha

con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego

De “L ‘Union libre”

Versión de Aldo Pellegrini

Violeta Nozières

Todas las cortinas del mundo corridas sobre tus ojos

En vano

Delante de su cristal hasta el agotamiento

Estirarán el arco maldito de la ascendencia y la descendencia

Tú no te pareces a nadie vivo ni muerto

Mitológica hasta la punta de las uñas

Tu prisión es la boya a la que se intentan agarrar en su sueño

Todos vuelven ella los abrasa

Como se remonta al origen de un perfume en la calle

Dividen a escondidas tu itinerario

La bella alumna del liceo Fénelon que amaestraba murciélagos en su pupitre

La nevadilla de la pizarra

Alcanza la morada familiar donde se abre

Una ventana moral en la noche

Los padres una vez más se santiguan por su hija

Han puesto el cubierto sobre la mesa de operaciones

El buen hombre es negro para mayor verosimilitud

Mecánico se dice de trenes presidenciales

En un país de miseria donde el jefe supremo del Estado

Cuando no viaja a pie por miedo a las bicicletas

Sólo tiene prisa en tirar de la señal de alarma para ir a retozar en camisa sobre el talud

La excelente mujer ha leído a Corneille en el libro escolar de su hija

Mujer francesa lo ha comprendido

Lo mismo que su apartamento comprende un singular cuarto de desahogo

Donde brilla misteriosamente una prenda íntima

No es de las que se guardan riéndose veinte francos en la media

El billete de mil cosido en el dobladillo de su falda

Le asegura una rigidez precadavérica

Los vecinos están contentos

En todas las partes de la tierra

Contentos de ser vecinos

La historia dirá

Que el señor Nozières era un hombre previsor

No sólo porque había ahorrado ciento sesenta y cinco mil francos

Sino porque había elegido para su hija un nombre en cuya primera parte

se puede discernir psicoanalíticamente su programa

La biblioteca de cabecera quiero decir la mesilla de noche

No tiene después de eso más que un valor de ilustraci6n

Mi padre olvida algunas veces que soy su hija

El perdido

A la vez teme y sueña traicionarse

Palabras encubiertas como una agonía sobre el musgo

El que dice haberlas oído de tu boca desafía a todo lo que vale la pena

ser desafiado

Esta especie de ánimo es ahora lo único

Que nos compensa de un montón de rastrojo cerca de un

cenador de capuchinas

Que ya no existe

Cenador bello como un cráter

Pero qué auxilio

Otro hombre a quien tú dabas parte de tu angustia

En un lecho un hombre que te había pedido el favor

El don siempre incomparable de la juventud

Recibió tu confidencia entre tus caricias

Era necesario que fuera desconocido ese pasajero

Hacia ti sólo supo hacer volar una bofetada en medio de la blanca noche

Lo que abandonabas

Sólo podías perderlo en brazos del azar

Que hace tan fluctuantes los fines de siesta de París en torno a la mujeres

de ojos de cristal enloquecido

Entregadas al gran deseo anónimo

Al cual forma maravillosamente únicamente

Silenciosamente eco

Para nosotros el nombre que tu padre te dio y te arrebató

Resbalamos allí donde se posó tu alto tacón de azúcar

Es igual que tengan o no la apariencia de no estar conformes

Ante tu sexo alado como una flor de las Catacumbas

Viejos estudiantes periodistas podridos falsos revolucionarios curas jueces

Abogados vacilantes

Saben muy bien que toda jerarquía termina ahí

Sin embargo un muchacho te esperaba enigmáticamente en

una terraza de café

Ese muchacho que en el Barrio Latino vendía al parecer

entretanto La Acción francesa

Deja de ser mi enemigo puesto que tú le amabas

Hubiérais podido vivir juntos aunque sea tan difícil vivir con su amor

Te escribió al partir Malvada querida

Al menos es bonito

Hasta para el mejor informado el dinero infantil no es más que

la espuma de la ola

Mucho tiempo después de la caballería y de la caballería de los perros

Violeta

El encuentro no será poéticamente más que una mujer sola entre la

inhallable espesura del Champs-de-Mars

Sentada con las piernas en X sobre una silla amarilla

Versión de Manuel Álvarez Ortega

Brencht, Bertolt

Bertolt Brecht (Alemania 1898-1956)

Reseña biográfica

Poeta y dramaturgo alemán nacido en Augsburgo en 1898.

Aficionado desde niño a la literatura, escribió en 1918 su primera obra, “Baal”. Vivió en Bavaria hasta 1924 donde estudió medicina durante dos años, interrumpiendo los estudios para servir en un hospital de la Armada alemana durante la Iª Guerra mundial.

Su ideología marxista lo obligó a exiliarse sucesivamente en Dinamarca, Finlandia, Rusia, Estados Unidos y finalmente Suiza.

De esta época datan importantes producciones de corte social y político, con marcada tendencia anti-burguesa y en ocasiones satírica: “Tambores en la noche” 1922, “La ópera de cuatro cuartos” 1928, “Galileo” 1939,

“La buena persona de Sezuan”1940, “Madre Coraje” 1941 y “La inevitable ascensión de Arturo Ui” 1942, entre otras.

La gran dimensión de su obra dramática y poética sólo fue reconocida en

los últimos años de su vida y ha trascendido hasta la actual generación.

Falleció en agosto de 1956.

Poemas de Bertolt Brecht:

Balada del guardabosques y la condesa

En tierras de Suecia vivía una condesa

que era tan pálida y tan bella.

«¡Señor guarda, señor guarda, mi liga se soltó,

se soltó, se soltó!

¡Guarda, arrodíllate, pronto, y átamela!»

«Señora condesa, señora condesa, no me miréis así,

yo os sirvo por mi pan.

¡Vuestros pechos son blancos pero el hacha es fría,

es fría, es fría!

Dulce es el amor, pero amarga la muerte.»

El guarda escapó aquella misma noche.

Cabalgó monte abajo hasta que llegó al mar.

«¡Señor barquero, señor barquero, acógeme en tu barca,

en tu barca, en tu barca!

Barquero, tengo que ir hasta el fin del mar.»

Entre el gallo y la zorra brotó el amor.

«Oh, dorado, ¿me amas de verdad?»

y fina fue la noche, pero el alba llegó,

llegó, llegó:

todas sus plumas cuelgan del zarzal.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Canción de la mujer

1. De noche junto al río en el oscuro corazón de los arbustos

a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi

mujer, que murió.

2. Hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la

que antes lo fue todo, pero todo se marchita.

3. Y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de

Mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza.

4. Vivíamos en una cabaña negra junto al río, Los mosquitos

solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico

siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. O: no tienes corazón.

5. Pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la

cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir.

6. Y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío.

7. Y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y

riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano.

8. Como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba

desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico.

9. Desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó

el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que

ya estaba cerrada.

10. Ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de

papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en

el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella.

11. El viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin

fin pidiendo calma a Dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Canción de la prostituta

1

Señores míos, con diecisiete años

llegué al mercado del amor

y mucho he aprendido.

Malo hubo mucho,

pero ése era el juego.

Aunque hubo Cosas que sí me molestaron

(al fin y al cabo también yo soy persona).

Gracias a Dios todo pasa deprisa,

la pena incluso; también el amor.

¿Dónde están las lágrimas de anoche?

¿Dónde la nieve del año pasado?

2

Claro que con los años una va

más ligera al mercado del amor

y los abraza por rebaños.

Pero los sentimientos

se vuelven sorprendentemente fríos

si se escatiman tanto

(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).

Gracias a Dios todo pasa deprisa,

la pena incluso; también el amor.

¿Dónde están las lágrimas de anoche?

¿Dónde la nieve del año pasado?

3

Y aunque aprendas bien el trato

en la feria del amor,

transformar el placer en calderilla

nunca resulta fácil.

Pero, bien, se consigue.

Aunque también envejeces mientras tanto

(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete.)

Gracias a Dios todo pasa deprisa,

la pena incluso; también el amor.

¿Dónde están las lágrimas de anoche?

¿Dónde la nieve del año pasado?

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Canción de la viuda enamorada

Ay, ya sé, no deberla reconocer

que tiemblo cuando su mano me toca.

Ay, qué me ha sucedido

que rezo para que me seduzca.

¡Ay, ni cien caballos me arrastrarían al pecado!

¡Si al menos no me apeteciese tanto!

Si me resisto tanto al amor

sólo me he resistido realmente en el fondo

porque sé que si estuviera ante él en camisón

me dejaría hasta sin camisa.

¡Como que le van a importar a él mis reproches!

¡Si al menos no me apeteciese tanto!

Dudo que valga tanto como yo

y que para él sea amor de verdad.

Cuando todos mis ahorros se hayan gastado,

¿tirará el cacharro a la basura?

¡Ay, ya sé por qué le opuse tanta resistencia!

¡Si al menos no me apeteciese tanto!

Si tuviera dos dedos de sentido

nunca le habría concedido lo que por desgracia me pidió,

sino que le habría pegado una paliza

en cuanto se me acercó demasiado, como hizo.

¡Ay, ojalá se fuera al infierno!

(¡Si al menos no me apeteciese tanto!)

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Canción de una amada

1. Lo sé, amada: ahora se me cae el pelo por mi vida salvaje,

y me tumbo en las piedras. Me veis beber el aguardiente más

barato, y camino desnudo al viento.

2. Pero hubo un tiempo, amada, en que fui puro.

3. Tuve una mujer que era más fuerte que yo, como la hierba

es más fuerte que el toro: se vuelve a erguir.

4. Ella vio que yo era malo, y me amó.

5. No preguntó a dónde conducía el camino, que era su camino,

y quizás iba hacia abajo. Cuando me dio su cuerpo, dijo:

esto es todo. Y fue mi cuerpo.

6. Ahora ya no está en ningún lado, desapareció como una

nube cuando ha llovido, la abandoné y cayó, pues ése era su camino.

7. Pero de noche, a veces, cuando me veis beber, veo su cara,

pálida en el viento, fuerte y vuelta hacia mí, y me inclino ante

el viento.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Canción desde el acuario

Salmo 5

He apurado la copia hasta el fondo. Es decir, he sido seducido.

Era un niño, y me amaron.

El mundo se desesperaba, pues yo me mantenía puro. Ella

se revolcó por el suelo ante mí, con miembros tiernos

y atrayente trasero. Me mantuve firme.

Para calmarla, cuando se excitó demasiado, yací con ella

y me volví impuro.

El pecado me satisfizo. La filosofía me ayudaba al amanecer,

cuando velaba. Me convertí en lo que querían.

Miré largo tiempo hacia arriba y pensé que el cielo estaba

triste sobre mí. Pero veía que le era indiferente.

Él se amaba a sí mismo.

Ahora hace tiempo que me ahogué. Yazgo hinchado sobre

el fondo.

Los peces viven dentro de mí. El mar se está agotando.

Versión de Vicente Forés

Como era II

Tus penas eran mis penas,

las mías, tuyas.

Si no estabas tú contenta,

yo no lo estaba.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Cuatro canciones de amor

I

Cuando, más tarde, me alejé de ti

al hoy enorme

vi, cuando empecé a ver,

gente alegre y cabal.

Y desde aquella hora tardía,

tú sabes de cuál hablo,

tengo una boca más hermosa

y unas piernas más ágiles.

Más verde hay desde entonces

en árbol, ramo y prado

y es el agua más fresca

cuando me la echo encima.

II

Cuando me haces pasármelo

tan bien, a veces pienso:

si me muriera ahora

habría sido feliz

hasta el final.

Cuando tú seas vieja

y me recuerdes

piénsame como hoy

y tendrás un amor

que siga siendo joven.

III

Siete rosas tiene el ramo,

seis se lleva el viento,

una queda para que

me la encuentre yo.

Siete veces te llamé,

seis no respondiste,

a la séptima promete

que me dirás algo.

IV

Mi amada me dio una rama

con hojas amarillas.

Se está acabando el año

y comienza el amor.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Debilidades

No tenías ninguna,

yo sólo una,

que amaba.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Jamás, ma soeur, te he amado tanto…

Jamás, ma soeur, te he amado tanto

como cuando me fui de ti en aquel crepúsculo.

Me engulló el bosque, el bosque azul, ma soeur,

sobre el que los pálidos astros quedaban para siempre ya al oeste.

No me reí ni lo más mínimo, nada nada, ma soeur,

yo, que jugando me dirigía a mi oscuro destino-

mientras que ya los rostros tras de mí

lentos palidecían en el atardecer del bosque azul.

Todo fue hermoso en aquella tarde única, ma soeur,

y nunca más después; tampoco antes-

claro que sólo me quedaban ya los grandes pájaros

que al atardecer tienen hambre en el oscuro cielo.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

La canción del no y el sí

1

Hubo un tiempo en que creía, cuando aún era inocente,

y lo fui hace tiempo igual que tú:

quizás también me llegue uno a mí

y entonces tengo que saber qué hacer.

Y si tiene dinero

y si es amable

y su cuello está limpio también entre semana

y si sabe lo que le corresponde a una señora

entonces diré «No».

Hay que mantener la cabeza bien alta

y quedarse como si no pasara nada.

Seguro que la luna brilló toda la noche,

seguro que la barca se desató de la orilla,

pero nada más pudo suceder.

Sí, no puede una tumbarse simplemente,

sí, hay que ser fría y sin corazón.

Sí, tantas cosas podrían suceder,

ay, la única respuesta posible: No.

2

El primero que vino fue un hombre de Kent

que era como un hombre debe ser.

El segundo tenía tres barcos en el puerto

y el tercero estaba loco por mí.

Y al tener dinero

y al ser amables

y al llevar los cuellos limpios incluso entre semana

y al saber lo que le corresponde a una señora,

les dije a todos: «No».

Mantuve la cabeza bien alta

y me quedé como si no pasara nada.

Seguro que la luna brilló toda la noche,

seguro que la barca se desató de la orilla,

pero nada más pudo suceder.

Sí, no puede una tumbarse simplemente,

sí, hay que ser fría y sin corazón.

Sí, tantas cosas podrían suceder ,

ay, la única respuesta posible: No.

3

Sin embargo un buen día, y era un día azul,

llegó uno que no me rogó

y colgó su sombrero en un clavo en mi cuarto

y yo ya no sabía lo que hacía.

Y aunque no tenía dinero

y aunque no era amable

ni su cuello estaba limpio ni siquiera el domingo

ni sabía lo que le corresponde a una señora,

a él no le dije «No».

No mantuve la cabeza bien alta

y no me quedé como si no pasara nada.

Ay, la luna brilló toda la noche,

y la barca permaneció amarrada a la orilla,

¡y no pudo ser de otra forma!

Sí, no hay más que tumbarse simplemente,

sí, no puede una permanecer fría ni carecer de corazón.

Ay, tuvieron que pasar tantas cosas,

sí, no pudo haber ningún No.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

La cuerda cortada

La cuerda cortada puede volver a anudarse,

vuelve a aguantar, pero

está cortada.

Quizá volvamos a tropezar, pero allí

donde me abandonaste no

volverás a encontrarme.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

La infanticida Marie Farrar

1

Marie Farrar, nacida en abril,

menor, sin señas particulares, raquítica, huérfana,

hasta el presente no fichada, dice haber

asesinado a un niño de la siguiente manera:

Que ya en el segundo mes intentó

en lo de una mujer que vivía en un sótano

abortarlo con dos inyecciones, que declara

fueron dolorosas. Pero no quiso salir.

Y a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

2

A pesar de ello dice haber pagado en el acto

lo convenido y desde entonces haber usado faja,

también bebió kerosen con pimienta molida;

pero que todo eso no hizo sino provocarle diarrea.

Que su cuerpo se hinchó a ojos vistas y que tuvo

dolores agudos, mientras lavaba los platos, muchas veces.

Ella misma, dice, aún no había dejado de crecer.

Que le rezó a la virgen, con mucha esperanza.

En cuanto a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar,

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

3

Al parecer, las oraciones no dieron resultado.

También, era mucho pedir. Cuando se puso más gruesa

le daban mareos durante la misa. Sentía el cuerpo húmedo

de miedo, cuando se arrodillaba al pie del altar.

Sin embargo, mantuvo en secreto su estado,

hasta que finalmente la sorprendió el parto.

Pudo ocultarlo todo, seguramente porque nadie creía que ella

tan sin gracia, hubiera caído en la tentación.

Y a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Puesto toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

4

Que ese día, según ella, muy de madrugada

al lavar la escalera sintió que le clavaban

uñas en el vientre. El dolor la estremecía.

Y, sin embargo, logró disimularlo.

Todo el día. Mientras cuelga la ropa

la cabeza le estalla: de repente se da cuenta

que va a parir y siente un gran peso

sobre el corazón. Solo muy tarde sube al cuarto.

Pero a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

5

La llamaron de nuevo cuando ya se había acostado,

había nevado y tuvo que barrer.

Así hasta las once. Aquel fue un largo día.

Solo entrada la noche pudo parir en paz.

Y dio a luz, así declara, a un niño varón,

a un hijo que era igual a otros hijos,

pero ella no era igual que otras madres, eso

quiero aclararlo sin ironía y sin mayor motivo.

En cuanto a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

6

Dejémosla que siga relatando

lo que con ese hijo pasó

(dijo que no pensaba guardarse una palabra)

para que todos lo sepan y se ubiquen.

Dice que a poco de acostarse sintió intenso malestar,

sin saber qué podría ocurrir,

pues estaba sola, y que se forzó a no gritar.

Y yo a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

7

Con sus últimas fuerzas, dice que luego,

como su cuarto estaba helado, se arrastró

hasta el retrete y allí (no recuerda exactamente

en qué momento), sin más vueltas, parió

hacia el amanecer. Dice que entonces se sintió

muy confusa, y luego, ya medio congelada,

porque en el baño de servicio entra la nieve,

apenas tuvo fuerzas para alzar al niño.

En cuanto a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

8

Luego, entre el baño y la pieza -dice que hasta entonces

no había pasado nada-, la criatura

comenzó a gritar, eso la alteró de tal manera,

que la golpeó con ambos puños y con fuerza,

ciegamente, dice, hasta que se calló.

Luego de ello se llevó el cuerpito consigo

a la cama por el resto de la noche

y de mañana lo escondió en el lavadero.

Pero a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

9

Marie Farrar, nacida en abril,

muerta en la prisión de Meissen

madre soltera, sentenciada, quiere

mostrarles los sufrimientos de todas las criaturas.

Ustedes que dan a luz en limpias

camas de maternidad y llaman

“benditos” a sus vientres preñados quieran

no condenar a los débiles perdidos

pues sus pecados fueron duros y su dolor fue grande.

Por eso, les ruego, se abstengan de juzgar

Pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás.

Lección de amor

Pero chiquilla, te recomiendo

algo de seducción en los grititos:

carnal me gusta el alma

y con alma la carne.

La castidad no puede rebajar la lujuria;

si estuviese hambriento me gustaría saciarme.

Me apetece que la virtud tenga trasero

y que el trasero tenga sus virtudes.

Desde que el dios aquel cabalgó al cisne

a más de una chica le da miedo,

aunque también sufra con gusto

que él se aferre al canto del cisne.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Pero en la fría noche

Pero ya sólo el hielo, en la fría noche, agrupaba

los cuerpos blanquecinos en el bosque de alisos.

Semidespiertos, escuchaban de noche, no susurros de amor

sino, aislados y pálidos, el aullar de los perros helados.

Ella se apartó por la noche el pelo de la frente, y se esforzó

por sonreír,

él miró, respirando hondo, mudo, hacia el deslucido cielo.

Y por las noches miraban al suelo cuando sobre ellos

infinitos pájaros de gran tamaño en bandadas procedentes

del Sur se arremolinaban, excitado bullicio.

Sobre ellos cayó una lluvia negra.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Preguntas

¡Escríbeme qué llevas puesto! ¿Es cálido?

¡Escríbeme en qué duermes! ¿Es también blando?

¡Escríbeme qué aspecto tienes! ¿Sigue siendo el mismo?

¡Escríbeme qué echas de menos! ¿Mi brazo?

¡Escríbeme cómo te va! ¿Te respetan?

¡Escríbeme qué andan haciendo! ¿Tienes bastante valor?

¡Escríbeme qué haces tú! ¿Sigue siendo bueno?

¡Escríbeme en qué piensas! ¿En mí?

¡La verdad es que sólo tengo preguntas para ti!

¡Y espero con ansiedad la respuesta!

Cuando tú estás cansada, nada puedo llevarte.

Si pasas hambre, no puedo darte de comer.

Así que estoy como fuera del mundo,

perdido, como si te hubiese olvidado.

Quiero ir con aquel a quien amo…

Quiero ir con aquel a quien amo.

No quiero calcular lo que cuesta.

No quiero averiguar si es bueno.

No quiero saber si me ama.

Quiero ir con aquél a quien amo.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Recuerdo de Marie A.

1

En aquel día de luna azul de septiembre

en silencio bajo un joven ciruelo

estreché a mi pálido amor callado

entre mis brazos como un sueño bendito.

Y por encima de nosotros en el hermoso cielo estival

había una nube, que contemplé mucho tiempo;

era muy blanca y tremendamente alta

y cuando volví a mirar hacia arriba, ya no estaba.

2

Desde aquel día muchas, muchas lunas

se han zambullido en silencio y han pasado.

Los ciruelos habrán sido arrancados

y si me preguntas ¿qué fue de aquel amor?

entonces te contesto: no consigo acordarme,

pero aun así, es cierto, sé a qué te refieres.

Aunque su rostro, de verdad, no lo recuerdo,

ahora sé tan sólo que entonces la besé.

3

Y también el beso lo habría olvidado hace tiempo

de no haber estado allí aquella nube;

a ella sí la recuerdo y siempre la recordaré,

era muy blanca y venía de arriba.

Puede que los ciruelos todavía florezcan

y que aquella mujer tenga ya siete hijos,

pero aquella nube floreció sólo algunos minutos

y cuando miré a lo alto se estaba desvaneciendo en el viento.

Versión de Jesús Munárriz y Jenaro Talens

Bousoño, Carlos

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Boal, Asturias en 1923.

Su adolescencia transcurrió en Oviedo y posteriormente, en Madrid, se doctoró en Filología Romántica. Fue profesor en EE.UU. y conferencista en varias universidades hispanoamericanas. Es crítico, ensayista y autor de diversas obras de investigación literaria.

Fue premio «Fastenrath» y «Premio Nacional de Literatura» en 1977. Es miembro de la Real Academia Española desde 1980.

Autor de varios ensayos y una extensa obra poética en la que se destacan: «Subida del amor» 1945, «Primavera de la muerte» en 1946, «Hacia otra luz» en 1950, «Noche del sentido» en 1957 e «Invasión de la realidad» en 1962.

ALGO EN MI SANGRE ESPERA TODAVÍA…

Algo en mi sangre espera todavía.

Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.

Pero no. Inútilmente yo te llamo.

Aquella voz que te llamaba es ésta.

Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen

donde los tuyos la mañana aquella.

Ven hacia mí. La tierra toda oscila,

se mueve, cruje. Vístete. Despierta.

Oh, qué encendida el alma

en su secreto puro, si vinieras.

Sin esperanza, entre la luz del día,

mi voz te llama.

El eco. La respuesta.

De “Primavera de la muerte” 1946

ALMA SOLITARIA

Mira los aires, alma solitaria,

alma triste que sola vas gimiendo.

Asciende, sube. Amor te espera.

La cima es alta. Escaso, el aparejo.

Aleteante, temblorosa y blanca,

te veo subir con retenido esfuerzo.

Hoy llega el sol donde hasta ayer la luna.

Llega la luna donde ayer el cierzo.

Al fin la vida con la luz se aclara.

Al fin la muerte con la luz ya se muerto.

¡Cantan las cumbres y los valles! ¡Cantan

los siempre vivos a los nunca muertos!

Cara con cara junto a Dios, escuchas

vibrar los aires y vivir los sueños.

Vida con vida, luz con luz amada,

y cielo, humano, en el amor, con Cielo.

Bajar la luz de amor, la luz de vida

lenta en los aires minuciosos siento.

Fundida luz de Dios con luz del alma.

Qué claridad de pronto. Qué silencio.

AMOR

Íbamos de camino,

mi cariño en sus brisas te oreaba.

Tu cabello llevado entre los céfiros

era también como brisa del alma.

Eras también como brisa en la brisa.

¡Qué claridad rumorosa mis ansias!

¡Oh transparencia vital que encendía

toda mi vida, cual fuego en luz blanca!

De mi alma entonces salía silvestre

el aire fresco de la madrugada.

Allá dentro, por dentro, ¡qué pura

la caricia amorosa del alba!

¡Qué delicadas nubes se encendían

y qué irisadas aguas!

El mundo era el sonido

y en mi interior sonaba.

CAMINO

Aquí estás, camino de siempre,

hacia adelante, rota

la aspiración rosada, luna

que empalidece toda cosa.

Aquí estás y debes andar,

caminar como el agua absorta

por el torcido cauce, altos

los muros rojos, y a deshora.

Como el agua inmóvil transcurres

hacia un lejos, playa remota,

ya confusas historia y pena,

lejana la pena, la historia…

CANCIÓN PARA UN POETA VIEJO

A Vicente Aleixandre

Muy cerca de la vida. Así tu hablar.

Llegaste a viejo cual se llega al mar.

Azotado del viento y de los años

fuiste la vida, no sus desengaños.

Tu voz sonaba a viento y caracolas,

viejo de luz, hermano de las olas,

Conocimiento fue tu reposar.

Llegaste a viejo cual se llega al mar.

Llegaste a viejo cual se llega a ser

la luz delgada del amanecer.

La luz delgada del saber callar,

del saber conocer y callar.

Del saber esperar, callar, seguir

hasta las olas del saber vivir.

Hasta las olas del saber amar

profundamente y como es quieto el mar.

Y como es quieto el mar se pone en pie

la insurrección del nunca moriré.

Y así tu ser, escrito en agua y sal

y en viento fue, y en todo lo inmortal.

CORAZÓN PARTIDARIO

Mi corazón, lo sabes,

no está con el que triunfa o que lo espera,

con el juramento mercader

que acecha el buen provecho,

se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,

busca ganancia en el abrazo,

obtiene renta de las mariposas y pone rédito a la luz,

cobra recibo por los amaneceres milagrosos,

por cambiante gracia del color

de una invisible rosa apresurada,

dulce y apresurada

como si fuese un hombre o una llama

o una felicidad humana: sí.

Mi corazón no está con el hombre que sabe

de la verdad todo lo necesario

para olvidar el resto de ella,

satisfecho del viento, poderoso del humo,

canciller de la niebla,

rey acaso, pero nunca de sí.

DESDE LA SOLEDAD

Desde aquí, solitario, sin ti, te escribo ahora.

Estoy sin ti y tu vida de mi vivir se adueña.

Yo quisiera decirte que en mi pupila mora

tu figurita tan leve como la luz pequeña.

Nunca supe decirte cómo tu amor es mío,

cómo yo no he mirado la realidad por verte,

y cómo al contemplarte yo me sentí vacío,

y cuánto yo he querido ser para merecerte.

Y cuánto yo he querido ser alcanzar, porque fuese

tu mirada orgullosa de haberme amado un día;

de haberse detenido sobre mí, sobre ese

corazón tan menudo que nadie lo veía.

Corazón tan menudo que tanto has conocido

en su mínimo acento que tu presencia nombra,

y que es dentro del pecho como un leve quejido,

como una mano leve que arañase una sombra.

DESDE LEJOS

Pasa la juventud, pasa la vida,

pasa el amor, la muerte también pasa,

el viento, la amargura que traspasa

la patria densa, inmóvil y dormida.

Dormida, en sueño para siempre, olvida.

Muertos y vivos en la misma masa

duermen común destino y dicha escasa.

Patria, profundidad, piedra perdida.

Piedra perdida, hundida, vivos, muertos.

España entera duerme ya su historia.

Los campos tristes y los cielos yertos.

Sobre el papel escrita está su gloria:

querer edificar en los desiertos;

aspirar a la luz más ilusoria.

DIME QUE ERA VERDAD

Dime que era verdad aquel sendero

que se perdía entre la paz de un prado;

aquel otero puro que he mirado

yo tantas veces con candor primero.

Dime que era verdad aquel lucero

que se incendia casi a nuestro lado.

Di que es verdad que vale un mundo amado

y un cuerpo roto en un vivir sincero.

Di que es verdad que vale haber sufrido

y haber estado entre la mar sombría;

que vale haber luchado, haber perdido.

Haber vencido a la melancolía,

haber estado en el dolor, dormido,

sin despertar, cuando llegaba el día.

EL AMANTE VIEJO

¡Amabas tanto…! Acaso

con amargura, acaso con tristeza

lo dijiste. ¡Amabas tanto! En el espejo

viste tu faz que se iba haciendo vieja,

y tomaste a decir: «…amor…» Soñabas,

y en la alta noche silenciosa y queda,

lejos se oía lento el rumor manso

de un agua que pasaba mansa y lenta.

EL CICLÓN

Tú que me miras, mírame hasta el fondo.

Tú que me sabes, sábeme.

Porque falta muy poco, porque el tiempo

arrecia vendavales

que se llevan ventanas y gemidos,

besos, ruidos de calles,

este silbido agudo que ahora escuchas

en el vecino parque,

las nubes delicadas que se juntan

en los azules gráciles

y el corazón con que me miras hondo

queriendo acariciarme.

Nada puedes hacer. Nada podrías

hacer. Déjate suave.

Es más fácil así. Vayamos juntos,

llevados por el aire,

si envejeciendo en el ciclón horrible,

unidos, esenciales,

mirándonos al fondo de la vida

y viendo allí la imagen

de nuestros cuerpos paseando dulces

por huertos virginales….

Eras tan clara. Junto al aire tanto

te amé…. En la tristeza grave

tú me arrancabas la melancolía

como una espina aguda de la carne;

me acompañabas en las horas puras;

me rozabas tan suave

con tus dedos sutiles, con tu dulce

modo de acompañarme….

(…)Fuiste como una niebla, como un vaho

de amor, como un vapor imponderable

que me envolviese en cálidas vislumbres

las duras realidades,

y que después, pasadas las aristas

crudas, me rodease

y me dijese: -Existes en el mundo.

Ven ya hacia el mundo. Ámame.(…)

EL VIVIR DE LA AMADA

Yo sé que de tu pecho los latidos

están contados. Corazón, haz lento

tu misericordioso movimiento

y leves tus quejidos doloridos

por ese cuerpo, donde mis sentidos

ponen todo su amor, donde me siento

morir a cada golpe ceniciento

de tus redobles graves y oprimidos.

Y tú, ventana de mi amor, aldea

mía de paz, caricia que sestea,

umbral del mundo, amor de cada día.

Dame tu fe, tu claridad, mi estrella,

dime que existe lo que yo sabía

cuando era niño en la ciudad aquella…

ELEGÍA

Te he dicho que los hombres no contemplan

el puro río que pasa,

la dulce luz que invade las riberas

cuando fluye hacia el mar el agua casta.

Te he dicho ayer…Y yo veo ahora

fluyendo dulce hacia la mar lejana,

mientras los hombres ciegos, ciegamente

se embisten con furor de piedra helada.

Con desolada luz vas olvidado,

pero yo te contemplo, agua irisada,

silente amigo, y veo mi figura

triste, mirándose en tus aguas.

Amigo solitario:

esto te digo mientras pasas.

Repite luego mi voz triste

allá en las rocas desoladas.

Porque has de ver tierras estériles

y muertos sin remedio ni esperanza.

EN ESTE MUNDO FUGAZ

Pozo de realidad, nauseabunda

afirmación, nocturno

cerco de sombras. Todo

hasta la muerte. Somos

aciago resplandor insumiso, noche

florecida. Oh miseria

inmortal. Tú, mi alondra

súbita, mi pequeño colibrí delicado,

flor mecida en la brisa,

tú, dichosa, tú, visitada por la luz,

lavada en su jardín que desciende

despacio,

pequeñez tan querida.

Aquí estás resistiendo,

viva, lúcida,

sostenida

en el sacro relámpago,

alumbrada y dichosa

en el trueno.

tú, mi pequeña

rosa encendida siempre,

pétalo delicado,

húmeda nota,

tú, resistiendo aquí.

Tú, resistiendo,

como si fueses basa

columna, catedral,

como si fueses arco,

romana gradería, circo, templo,

como si fueses número,

incorruptible idea,

tú mi pequeña Yutca,

mi pasajera soledad, mi fugaz entusiasmo,

tú, brevedad, caricia.

Tú, con brazos

débiles como flores,

con cintura,

con quebradizo cuerpo,

con delgadez, con ojos,

con espanto, con risa,

con noche a tu mirada,

tú, mi pequeña Yutca,

tú, resistiendo aquí.

ERES FELIZ

Eres feliz. Saber no quieras

lo que brilla en los ojos humanos.

Sonríe tú como mañana fresca,

como tarde colmada en su ocaso.

Porque eres eso, sí: la tarde pura

en que a veces yo mojo mis manos,

en que a veces yo hundo mi rostro.

¡La tarde pura en su placer dorado!

La savia dulce de la primavera,

toda la luz de la tarde en un cántico,

sube entonces feliz y presurosa

desde tu corazón hasta mis labios.

INTRODUCCIÓN A LA NOCHE

1

Con la honda mirada

un día contemplaste

tu honda pasión de ser

en vida perdurable.

Hoy contemplas acaso

con mirada más grave

el parpadeo puro

de la noche sin márgenes;

el sollozo inoíble

de un arroyo aléjandose

en la sombra; la mole

de la noche indudable.

2

Y sin embargo, eres.

Y sin embargo naces

como las hierbas verdes

y los nudosos árboles.

Compruebas con delicia

que existen matorrales,

y tus manos apresan

piedras de aristas grandes.

Saltas sobre los ríos,

subes desde los valles,

cantas desde las cumbres,

vives, existes, ardes.

Contemplas la llanura

crepuscular; renaces

como los campos vivos

que en la aurora son arces,

cañadas y caminos,

prados, riberas, cauces

de amor, donde quisieras

vivirte yolvidarte.

3

Y aquí estás. Aquí pones

tus dos manos tenaces.

Te agarras a las cosas:

maderas, piedras, carnes,

Te aferras a la vida

como el río a su cauce,

cual la raíz de un hondo

vegetal insaciable.

INVASIÓN DE LA REALIDAD

I

Y aquí estás verdadero,

Oh déjame tocarte.

Tu piel en donde pones

un límite a los aires.

Tu don de serte vivo,

tu realidad, me baste.

Dejadme que compruebe

su ser. ¡Oh, sí, dejadme!

II

Dejadme. Yo no quiero

las nieblas pertinaces.

Tras el humo dibuja

su vago ser un valle.

Allá tras la cortina

incierta, hay verdes sauces,

un prado con sus flores

diminutas y suaves.

En la noche terrible

yo soñaba una imagen.

Hela aquí. Son colores:

blancos, verdes, granates.

III

Dejadme con las cosas

también. Son realidades

súbitas que se crean

duras a cada instante.

Emergen con firmeza

cruel. Se satisface

con su presencia misma

dicen: «¡Toma, regálate!»

IV

Regálate. Contempla

la piedra, el cielo, el aire.

Respira entre las luces.

Desciende hasta los cauces.

Toca la piedra. Mira.

Huele la rosa. Sáciate.

Gusta, mira, comprueba,

duele, solloza: sabe.

Ensánchate en el alba.

Al mediodía, ensánchate.

Sube a la tarde y mira

todo en ella ensanchándose.

IRÁS ACASO POR AQUEL CAMINO…

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer

de cigarras, cuando el calor inmóvil te impide, como un bloque, respirar.

E irás con la fatiga y el recuerdo de ti, un día y otro día,

subiendo a la montaña por el mismo sendero,

gastando los pesados zapatos contra las piedras del camino,

un día y otro día gastando contra las piedras la esperanza, el dolor,

gastando la desolación, día a día,

la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo, querer

(gastándola contra las piedras del camino), que te supo adorar,

gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido amor,

gastándolo

hasta que no quede nada,

hasta que ya no quede nada

de aquel delgado susurro, de aquel silbido,

de aquel insinuado lamento;

gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en el sueño,

el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un tallo

más allá de la vida,

hasta que ya no quede nada y se borre la pisada en la arena,

se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre en la arena,

el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el jadeo del amor,

el aullido en la noche

de su encendido amor y el tuyo

(en la noche cerrada

de su abrasado amor),

de su amor abrasado que incendiaba las sábanas, la alcoba, la bodega,

entre las llamas ibas abrasándote todo hacia el quemado atardecer,

flotabas entre llamas sin saberlo hacia el ocaso mismo de tu quemada vida.

Y ahora gastas los pies contra las piedras del camino

despacio, como si no te importara demasiado el sendero,

demasiado el arbusto, la encina, el jaramago,

la llanura infinita, la inmovilidad de la tarde

infinita, allá abajo, en el valle de piedra

que se extiende despacio, esperando despacio

que se gasten tus pies, día a día,

contra las piedras del camino.

LA MAÑANA

Errante por la luz, en primavera

recóndita y azul y de oro y grana,

mi corazón recoge esta mañana

todo el amor que llueve en lisonjera

tempestad de frescor. La noche afuera.

Afuera el cierzo y la ansiedad lejana.

Se pone en pie la claridad temprana,

alza sus brazos, yergue su bandera,

grita su luz, avanza arrolladora

por la pradera vencedora y mueve

el árbol todo del espacio ahora.

Todo en el aire, luminoso, llueve,

gira, delira entre la luz sonora,

y allí suspira entre el follaje leve.

LA TRISTEZA

Tal vez el mundo sea bello,

cuando el sol claro lo ilumina,

pero yo sé que hay hombres tristes

como la lluvia gris y fría.

Yo sé que hay hombres sobre cuyas almas

pasó de Dios quizá la sombra un día.

Pasó, y hoy queda sólo ausencia

en donde la tristeza brilla.

Hombres tristes en todos los caminos

con la tristeza pensativa.

Tal vez la aurora sea pura,

el aire delicado, claro el día.

Mas muchos hombres hay como la lluvia

oscura e infinita.

Escúchame, Señor. Mi voz hoy sólo

tiene palabras de melancolía.

Sobre la tarde inmensa cae la lluvia

monótona, fría.

LETANÍA DEL CIEGO

Soy como un ciego…

Rubén Darío

Y tú que tanto amas, tanto ríes,

tanto adivinas y conoces tanto,

¿dónde el escudo para que te fíes,

dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?

¿Dónde el camino que no veo ahora?

Dímelo o llora y el mirar suprime.

¿Es ya la noche que no tiene aurora?

Dímelo, dime.

Y sin embargo tu vivir empaña

mi vivir con un vaho que es ternura,

que es caliente rumor que me acompaña

la noche oscura.

Y sin embargo con tu mano guías

y a tientas toco lo que apenas veo

y digo acaso para que sonrías

lo que no creo.

Y toco apenas y tu bulto aprendo

y torpe sigo lo que tú me indicas.

Lo que no miro, lo que no comprendo,

tú multiplicas.

Tú multiplicas, o quizás es tu invento

porque lo vea aunque quizá no exista.

Entre la noche de mi pensamiento

dulce es tu vista.

Dulce es tu vista, tu mirar risueño

que mira un llano donde estaba un monte

y que a mi alma de temblor pequeño

llamó horizonte.

Dulce es tu vista que miró aquel lago

y lo llamaba alegre mar bravío.

Tu generoso corazón es mago.

¡Lo fuese el mío!

De “Noche del sentido” 1957

LETANÍA PARA DECIR CÓMO ME AMAS

Me amas como una boca, como un pie, como un río.

Como un ojo muy grande, en medio de una frente solitaria.

Me amas como el olfato, los sollozos,

las desazones, los inconvenientes,

con los gemidos del amanecer, en la alcoba los dos, al despertar;

con las manos atadas a la espalda

de los condenados frente al muro; con todo lo que ves,

el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el estar cansado,

echado sobre el campo, en el estío cálido,

la sutil lagartija entre las piedras rápidas;

con todo lo que aspiras,

el perfume del huerto y el aire y el hedor

que sale de un apútrida escalera;

con el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de sufrir;

con aquella mañana, con el atardecer

inmensamente quieto y retenido con las dos manos para que

no se vaya a despertar;

con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo el paso de

la luz,

tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade

la atmósfera justo un momento

antes de la tormenta;

con la tormenta, el aguacero, el relámpago,

la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de otoño,

las hojas y las horas y los días,

rápidos como pieles de conejo,

como pieles y pieles de conejo, que con afán corriesen incansables,

con prisa

hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día que no existe,

un día enorme que no existe nunca, vaciado y atroz

(vaciado y atroz como cuenca de ojo, saltado y estallado por una

mano vil);

con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando miras el techo

de la alcoba sin ver, sin comprender,

sin mirar, sin reír;

con la inquietud de la traición también, el miedo del amor y el

regocijo del estar aquí,

y la tranquilidad de respirar y ser.

Así me quieres, y te miro querer como se mira un largo río

que transparente y hondo pasa,

un río inmóvil,

un río bueno, noble, dulce,

un río que supiese acariciar.

MÁS ALLÁ DE ESTA ROSA

(Meditación de postrimerías)

1

Una rosa se yergue.

Tú meditas. Se hincha

la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.

Cuando miras, entierras. Oh pompa

fúnebre. Azucena: Relincho

espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía

de una rosa escuchaste, sangrienta

en el amanecer cual llamada

de una realidad diminuta,

miras tras ella el hondo

trajinar de otra vida, la esbelta

rapidez con que algo se mueve en la noche

con prisa, como si quisiera llegar a una meta

insaciable. Hay detrás de esta rosa, que yergue

suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,

un horrible jadeo,

una ansiedad frenética, un hediondo existir que se anuncia.

Una trompeta dispara

su luz, su entusiasmo sonoro

en el estiércol. ¿Qué dices,

qué susurras, qué silbas

entre la oscuridad, más allá de esta rosa,

realidad que te escondes? ¿Qué melodía

articulas y entiendes y desdices y ahogas,

qué rumor de unos pasos

deshaces, qué sonido

contradices y niegas? La cadencia está dicha,

realizado el suspiro.

El rumor es silencio,

la esperanza, la ruina. Todo silba y espera,

silencioso, engreído,

más allá de esta rosa.

2

Más allá de esta rosa, más allá de esta mano

que escribe y de esta frente

que medita, hay un mundo.

Hay un mundo espantoso, luminoso y contrario

a la luz, a la vida.

Más allá de esta rosa e impulsando su sueño,

paralelo, invertido

hay un mundo, y un hombre

que medita, como yo, a la ventana.

Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo,

mientras muevo mi mano,

alguien mueve su mano, con estrellas al fondo.

y escribe mis palabras

al revés, y las borra.

“Oda a la ceniza” 1967

MUCHACHA DULCE: NO ME AMAS

Muchacha dulce: no me amas.

Tú no conoces mi figura,

mi triste rostro que lejano vela

tu faz borrosa entre la lluvia.

Muchacha dulce: aquí en mis ojos

brilla un otoño que rezuma

oro de amor, de amor por ti que tienes

entre tus manos una aurora púrpura.

Soy como tú. Soy como tú. ¿Me oyes?

¡Soy como tú! ¡Oh, no me escuchas!

Mira, mira mi amor… ¡Cómo me brota

del corazón este alba rubia!

Tómala para ti. Yo no la quiero.

Es para ti. Tómala. Nunca.

Hacia el azul sube amorosa

y allí, tristísima, se alumbra.

MUCHO TE QUISE…

Mucho te quise y con dolor te miro

cuando aquí pasas con tu sueño a cuestas.

Mas para siempre, desde lejos, hondos

mis ojos te recuerdan.

Aquí en la tarde te contemplo

pasar hostil y sin clemencia.

Vas dura con tu sueño amargo y triste.

Ingrato sueño que el amor te veda.

MUJER AJENA

¡Oh realidad sin gozo y sin aurora!

Era la noche entera entre tus brazos.

Yo te tenía y sostenía. Abrazos

nos daba el sufrimiento a cada hora.

Viví contigo una verdad. No llora

quien tiene que vivir tan duros lazos.

Era vivir, abrirse paso a hachazos

en una selva de impasible flora.

Con brazos rotos y partido pecho,

abrirse paso a hachazos. Consumida

así tu vida, amor de mi derecho.

Abrirse paso y ver ya sucumbida

toda esperanza en el sendero estrecho;

cerrado trecho a la cerrada vida.

NOCHE DEL SENTIDO

El olfato no huele, ojo no mira.

Ni gusta lengua ni conoce el seso.

Eso sabemos, corazón que aspira.

Tan sólo eso.

Quién pudiera cual tú mirar tan leve

esta colina que una paz ya toma:

mirar el campo con amor, con nieve:

poder llamarlo fresca luz, paloma.

Quién pudiera cual tú tocar tu mano,

saber que es mano y conocer su sino,

saber tu hueso fatigado, humano,

pensar el viento que en la noche vino.

Saber qué es este ruido, esta nonada,

este grito que nace de un abismo,

de una tristeza tan desconsolada

como el amor que surge de ti mismo.

Saber la luz y conocerla hermosa,

mirar el cuerpo y conocer su brío,

mirar la noche que en la paz reposa,

fuente sellada al pensamiento mío…

Mirarte a ti, mirar a tu ternura

cuando contemplas mi dolor humano

y me suavizas en la noche pura

con la caricia de tu blanca mano…

Quién pudiera decirte amor, abrigo

de mi vivir, y en lenta letanía

llamarte luz, nombrarte viento amigo,

campo feliz y cielo de armonía.

ODA A LA CENIZA (Fragmento)

…Tú, mi compañero,

triste de acontecer,

tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y tienes

lo que acaso no sabes,

dame la mano en la desolación,

dame la mano en la incredulidad y en el viento,

dame la mano en el arruinado sollozo, en el lóbrego

cántico.

Dame la mano para creer, puesto que tú no sabes,

dame la mano para existir puesto que sombra

eres y ceniza,

dame la mano hacia arriba, hacia el vertical puerto,

hacia la cresta súbita.

Ayúdame a subir, puesto que no es posible la

llegada,

el arribo, el encuentro.

Ayúdame a subir puesto que caes, puesto que

acaso

todo es posible en la imposibilidad,

puesto que tal vez falta muy poco para alcanzar

la sed,

muy poco para coronar el abismo,

el talud hacia el trueno,

la pared vertical de la duda,

el terraplén del miedo.

Oh, dame

la mano porque falta muy poco

para saltar al regocijo,

muy poco para el absoluto reír y el descanso,

muy poco para la amistad sempiterna.

Dame la mano

Tú que como yo mismo ansías lo que ignoras y

tienes lo que acaso no sabes,

dame la mano hacia la inmensa flor que gira en

la felicidad,

dame la mano hacia la felicidad olorosa

que embriaga,

dame la mano y no me dejes caer

como tú mismo,

como yo mismo,

en el hueco atroz de las sombras.

ODAS CELESTES

No cantaré, no, la tristeza.

No puedo, no. No he de cantarla,

sino alegría que me sube

en una ola dulce y casta.

Me desarraigo de la tierra.

Voy como un sueño sin mañana.

Vivo en el aire, transparente.

Rozo en los vientos las montañas.

¿Quién puede verme sin delirio

como la suave luz del alba,

tocando leve el ancho cielo,

su ancha tersura delicada?

Vedme animar los bosques puros

y susurrar entre las cañas.

Sonido soy tan sólo, dicha

para las verdes, frescas ramas.

PALABRAS DICHAS EN VOZ BAJA

I

No es vino exactamente lo que tú y yo apuramos

con tanta lentitud en esta hora

pulcra de la verdad. No es vino, es el amor.

No se trata, por tanto, de una celebración

esperada, una fiesta

ruidosa, alzada en oros.

No es montañoso cántico.

Es sólo silbo, flor, menos que eso:

susurro, levedad.

II

Y esto empezó hace mucho. Unimos nuestras manos

muy apretadamente para quedarnos solos,

juntos y solos por la senda infinita

interminablemente.

Y así avanzamos juntos por la senda

tenaz. La misma senda, el mismo instante de oro,

y sin embargo, tú marchabas sin duda

siempre muy lejos, atrás, perdida en la distancia

luminosa, diminuta y queriéndome

en otra estación más florida,

en otro tiempo y otro espacio puro.

Y desde el retirado calvero, desde la indignidad arenosa

del madurado atardecer, en que yo contemplaba

tu tempranero afán,

te veía despacio, una vez y otra vez,

sin levantar cabeza en tu jardín remoto,

atareada y obstinada-

mente

¡y tan injustamente!

coger con alegría

las rosas para mí.

PALABRAS EN LA NOCHE

Cecilia, dulce amiga. Hoy yo quisiera hablarte

con la verdad que nace de un corazón pequeño.

Decirte cómo un día yo quise condenarte.

A ti que fuiste sólo la luz para mi sueño.

A ti que fuiste siempre la luz para mi vida,

la luz parada en medio de mi existencia vana,

la luz suave y callada, la luz dulce, esparcida,

valiente en la tristeza, luciente en la mañana.

A ti, blanca presencia del día silencioso,

escala de ternura, licor que yo he bebido.

a ti, prado o colina que esparce su reposo.

A ti a quien tantas veces mi amor ha entristecido.

Decirte, suavizarte, hablarte del rocío,

hablarte de la noche que baja lenta a verte,

cual baja ya tu vida, más dulce al pecho mío,

que quiso un día amarte y vino a deshacerte…

PERO CÓMO DECÍRTELO

Pero cómo decírtelo si eres

tan leve y silenciosa

como una flor. Cómo te lo diré

cuando eres agua,

cuando eres fuente, manantial, sonrisa,

espiga, viento,

cuando eres aire, amor.

Cómo te lo diré,

a ti, joven relámpago,

temprana luz, aurora,

que has de morirte un día

como quien no es así.

Tu forma eterna,

como la luz y el mar, exige acaso

la majestad durable

de la materia. Hermosa

como la permanencia del océano

frente al atardecer, es más efímera

tu carne que una flor. Pero si eres

comparable a la luz, eres la luz,

la luz que hablase,

que dijese “te quiero”,

que durmiese en mis brazos,

y que tuviese sed, ojos, cansancio

y una infinita gana

de llorar, cuando miras

en el jardín las rosas

nacer, una vez más.

REFLEXIONES ÚLTIMAS

Mar en calma. Con energía

desafiante asume el reto

de entender la sabiduría

inmortal de quedarse quieto.

Más allá de pena y de goce,

¡infinitud en que te enrolas!,

el corazón, al fin, conoce

la ciencia de no tener olas.

La ciencia en que no vuela un ave

ni se escucha un sonido leve.

(Luego, sin nadie, el sueño grave.

Sin nadie, la estepa, la nieve.)

RELOJ DE ARENA

A Emilio Lorenzo

Un diálogo consigo mismo es lo que consigue el hombre

al atardecer,

contemplando el reloj de la arena que cae.

Un monólogo, una susurrante confidencia,

un murmullo apenas inteligible donde se desmorona el

pasado

continuamente, perezosamente deleznable, con lentitud

cruel, con perversa demora.

Cae la arena despacio por el diminuto agujero,

el esplendor de la vasta mañana.

La luz del sol, indolente, infinita, cae.

Cae el amor, desolado, indirecto.

La atroz verdad convertida en sí misma,

la enormidad de una pequeña causa,

por el conducto mínimo,

inverosímilmente.

El horizonte interminable, la playa desierta.

Sobre mí que medito en la sombra

va cayendo muy leve, pausada

lluvia imperceptible:

una lluvia lenta de polvo exquisito

que con tacto y sutil cortesía

pone extraño, enigmático el mundo.

Polvo gris donde había otra cosa,

tan pequeña, y aún la sigues pidiendo.

Donde había una mano, una rosa.

REMEMORACIÓN DE INCIDENTES

En una cueva de la memoria, en su larga llanura oxidada,

en su estéril cardenillo verdoso, en su desolado atardecer,

lento y un poco oscurecido como si fuese ya tarde,

como si nacer no hubiera sido posible

aquel remoto día, perdido en el confín;

e imposible fuese asimismo

el otro amargo día, no puedo decirte su nombre,

algo ladeado y ya en las afueras de súbito,

en el suburbio y el terrible descampado de súbito,

lívidamente azul de pronto;

con tazas desportilladas, abanicos devorados por la ansiedad,

relicarios de madera envejecida, espejos,

miserables espejos de azogue saltado, horrendos maniquíes

sin cabeza, emisarios inmóviles de más allá del río

solitario, emisarios sin brazos y sin cabeza, inmóviles,

y por eso no pueden sonreír;

y todo subía como una marea feroz por la memoria cárdena,

y todo subía amargamente cárdeno por el recuerdo de una noche,

trepaba por la penosa rememoración, por el jadeante ascender y acordarse

de una noche, saliendo de la sombra, un momento tan solo;

reconstruir aquella adoración

hecha de pétalos, de palabras y polen de palabras, de

cansancios o incrustaciones lamentables, quejidos,

de quemaduras y desolaciones

junto a un andén que no llegaba nunca como si fuese un tren,

un tren de súbito como si fuese aquella adoración.

Y todo en la memoria se retorcía agitado por el vendaval,

como un gran bosque movido por la ira de un huracanado renacer.

El parto terrible de la memoria era el viento,

la noche terrible de la memoria se llamaba aquilón.

Todo vibraba y era movido por una propagación llameante

que fulguraba en medio de la tempestad y se extendía y encrespaba en la música,

vibraba entre los acordes de una multitud de guitarras,

sonando en el estruendo de un día terso y limpio, destrozado

tan secamente como un espejo en una habitación.

Ay, en la oscuridad, atenazados por el deseo

dos cuerpos se buscaban a tientas como si fuese posible vivir,

como si la verdad existiese en la tiniebla oscura

y hubiese que buscarla apretando una carne duramente,

y hubiese que buscarla atravesando duramente la interminable oscuridad

de una carne, toda una noche larga, y más allá quebrase ya una luz:

el alba hermosa y pura donde todos

existen otra vez,

salvados y otra vez, vivos, salvados…

…Y he aquí que nosotros, aún no salvados, vivos,

golpeamos la sombra, en medio de la noche…

SALMO DESESPERADO

Como el león llama a su hembra, y cálido

al aire da su ardiente dentellada,

yo te llamo, Señor. Ven a mis dientes

como una dura fruta amarga.

Mírame aquí sin paz y sin consuelo.

Ven a mi boca seca y apagada.

He devorado el árbol de la tierra

con estos labios que te aman.

Venga tu boca como luz hambrienta,

como una sima donde un sol estalla.

Venga tu boca de dureza y dientes

contra esta boca que me abrasa.

Tengo amargura, brillo como fiera

de amor espesa y de desesperanza.

Soy animal sin luz y sin camino

y voy llamándola y buscándola.

Voy oliendo las piedras y las hierbas,

voy oliendo los troncos y las ramas.

Voy ebrio, mi Señor, buscando el agrio

olor que dejas donde pasas.

Dime la cueva donde te alojaste,

donde tu olor silvestre allí dejaras.

Queriendo olerte, Dios, desesperado

voy por los valles y montañas.

SALVACIÓN DE LA VIDA

Ven para acá. Qué puedes decir. Reconoces

tácitamente a la aurora.

El aire se ensancha en irradiaciones o en círculos

y todo queda listo para una eternidad que no llega.

Yo y tú y todos los otros sumados,

enumerados, descomponemos el atardecer,

mas la fuerza de nuestro anhelo es una victoria levísima.

Somos los herederos de una memoria sin fin.

Se nos ha entregado un legado de sueño

que nos llega a las manos desde otras manos y otras

que se sucedieron con prisa.

Llevemos

sin parsimonia nuestra comisión delicada.

Pongamos

más allá de nosotros, a salvo de la corrupción de la vida,

nuestro lenguaje, nuestros usos, nuestros vestidos,

la corneta del niño, el delicado juego sonoro,

la muñeca, el trompo, la casa.

SALVACIÓN EN LA PALABRA

A Jorge Guillén

1

Dejad que la palabra haga su presa lóbrega,

se encarnice en la horrenda miseria

primaveral, hoce del destino, cual negra teología corrupta.

Súbitas, algunas formas mortales,

dentro del soplo de aire

permanente e invicto.

La palabra del hombre, honradamente

pronunciada, es hermosa, aunque oscura,

es clara, aunque aprisione

el terror venidero.

Hagamos entre todos la palabra

grácil y fugitiva que salve el desconsuelo.

…Como burbuja leve la palabra

se alza en la noche, y permanece

cual una estrella fija entre las sombras

2

Y así fue la palabra

ligero soplo de aire

detenido en el viento,

en el espanto,

entre la movediza realidad y el río

de las sombras. Ahí está detenida

la palabra vivaz, salvado este momento único

entre las dos historias.

…De pronto el caminar fue duradero

y el hombre inmortal fue,

y las bocas que juntas estuvieron

juntas están por siempre.

Y el árbol se detuvo en su verdor

extraño, y la queja

ardió en una zarza

misteriosa.

3

Allí estamos nosotros.

Allí dentro del hálito.

Tú que me lees estás allí

con un libro en la mano.

Y yo también estoy.

Tú de niño, cual hombre, como anciano,

estás allí.

Tu corazón está con su amargura,

ennoblecido y muerto.

Y vivo estás.

Y hermoso estás.

Y lúcido.

4

Todo se mueve alrededor de ti.

Cruje el armario de nogal, salpica

el surtidor del jardín.

Un niño corre tras una mariposa.

Adolescente, das tu primer beso

a una muchacha que huye.

Y huyendo así, huye nada,

quieto en el soplo tenue.

5

Y así fue la palabra entre los hombres

silenciosa, en el ruido

miserable

y la pena,

arca donde está el viento detenido

y suelto,

acorde suspendido y desatado,

leve son que se escucha

como más que silencio, en el reposo

de la luz, de la sombra.

Así fue la palabra,

así fue y así sea

donde el hombre respira,

porque respire el hombre.

SOSTÉNME TÚ

Sosténme tú… Sosténme en esta espuma,

en tan dudosa espuma, en tan extraño

vivir; en este sueño, en este engaño,

en esta incertidumbre, en esta bruma…

Pero me voy. Callada, cierta, suma,

me espera la deidad del rostro huraño,

y lentamente del vivir me extraño.

Hacia otra ley mi cuerpo que se esfuma.

Y tú, campo de amor… Y tú, levanta

tus ojos ciegos. Mírame de frente.

Yo no soy yo. Mi cuerpo ya me espanta.

Mírame bien. No soy aquél. Enfrente

está ya el mar. No soy, no soy… no canta

nada. No soy… Amor, escucha, tente…

SUBIDA DEL AMOR

Mira los aires, alma solitaria,

alma triste que sola vas gimiendo.

Asciende, sube. Amor te espera.

Dios te espera en la cima de tu vuelo.

Aleteante, temblorosa y blanca

te veo subir entera entre los vientos.

Te vas dorando. Solar eres.

Clara y solar sobre los cielos.

Alma sola de Dios junto a su rostro,

rostro de luz que cubre el firmamento.

Inmensa estás tocada en luz naciente.

Inmensa estás la luz de Dios bebiendo.

Cara con cara junto a Dios, contemplas.

Cara con cara yo te veo.

Vida con vida, luz con luz,

cielo con cielo.

Luz de amor, luz de vida

lenta en los aires bajar siento.

Fundida luz de Dios con luz del alma.

¡Oh claridad en el silencio!

TÚ Y YO

Tú y yo, los dos, bajo la luz del día,

bajo la luz que dura en lo inocente,

¡Oh, sí, los dos, bajo la luz riente

queremos ser! Queremos… Yo querría.

Contra la sombra o la melancolía,

contra las injusticias del presente,

quién te tuviera siempre, siempre… ¡Tente

amor pequeño, campo de alegría!

Y aquí los dos mirándonos. sin vernos.

Aquí los dos hablando. Sin oírnos.

Buscándonos a tientas. Sin tenernos.

Y el tiempo ya empujándonos a un irnos

inacabable. No podemos sernos

jamás. Entrando siempre en el morirnos.

VALE LA PENA

Vale la pena, vale la condena

contemplar en la tarde que se inclina

a poniente la paz de esta colina,

dulce en la hora de la luz serena.

Vale la pena contemplar tu pena,

aunque me duele como aguda espina,

vale la pena noche que avecina

su rostro duro y su tenaz cadena.

Vale la pena el alentar, la vida,

vale la pena el río con tu llanto,

vale la pena la amistad mentida,

la luz mentida, el verdadero espanto,

la noche negra de la atroz partida,

y tu amargura que me importa tanto…

VEN HACIA MÍ…

Algo en mi sangre espera todavía.

Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.

Pero no. Inútilmente yo te llamo.

Aquella voz que te llamaba es ésta.

Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen

donde los tuyos la mañana aquella.

Ven hacia mí. La tierra toda oscila,

se mueve, cruje. Vístete. Despierta.

Oh, qué encendida el alma

en su secreto puro, si vinieras.

Sin esperanza, entre la luz del día,

mi voz te llama.

El eco. La respuesta.

VERDAD, MENTIRA

Con tu verdad, con tu mentira a solas,

con tu increíble realidad vivida,

tu inventada razón, tu consumida

fe inagotable, en luz que tú enarbolas;

con la tristeza en que tal vez te enrolas

hacia una rada nunca apetecida,

con la enorme esperanza destruida,

reconstruida como el mar sus olas;

con tu sueño de amor que nunca se hace

tan verdadero como el mar suspira,

con tu cargado corazón que nace,

muere y renace, asciende y muere, mira

la realidad, inmensa, porque ahí yace

la verdad toda y toda tu mentira.

Y TU AMARGURA QUE ME IMPORTA TANTO…

Y tu amargura que me importa tanto

vale la pena. Vale el mundo todo:

vale la piedra oscura, el sucio lodo,

y la pureza con su turbio manto.

Aquí estamos los dos. Vale el quebranto

en el que tantas veces yo me acodo;

vale la pena el ir codo con codo

en el huir de un carcelero espanto.

Vale la pena negra desbandada

por la llanura que no tiene ocaso.

Vale la pena, vale la jornada.

Vale la pena ese final, acaso,

de una noche infinita, abandonada

en el hondón de un sideral fracaso.

Y TÚ QUE TANTO AMAS…

Y tú que tanto amas, tanto ríes,

tanto adivinas y conoces tanto,

¿dónde el escudo para que te fíes,

dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?

¿Dónde el camino que no veo ahora?

Dímelo o llora y el mirar suprime.

¿Es ya la noche que no tiene aurora?

Dímelo, dime.

Y sin embargo tu vivir empaña

mi vivir con un vaho que es ternura,

que es caliente rumor que me acompaña

la noche oscura.

Y sin embargo con tu mano guías

y a tientas toco lo que apenas veo

y digo acaso para que sonrías

lo que no creo.

Y toco apenas y tu bulto aprendo

y torpe sigo lo que tú me indicas.

Lo que no miro, lo que no comprendo,

tú multiplicas.

Tú multiplicas, o quizás es tu invento

porque lo vea aunque quizá no exista.

Entre la noche de mi pensamiento

dulce es tu vista.

Dulce es tu vista, tu mirar risueño

que mira un llano donde estaba un monte

y que a mi alma de temblor pequeño

llamó horizonte.

Dulce es tu vista que miró aquel lago

y lo llamaba alegre mar bravío.

Tu generoso corazón es mago.

¡Lo fuese el mío!

Y YO TE QUISE MÁS…

Yo iba contigo. Tú, con tristes ojos

parecías la tarde en la mañana.

Mi amor, al verte triste, atardecía.

Atardecía, pero alboreaba.

Pues yo te quise más. Para alegrarte,

la luz del mundo celebré más ancha.

Y mi alma entonces exhaló el perfume

agreste y fresco que madruga y canta.

Como el jilguero su garganta oprime

en donde suena una experiencia humana,

se escuchaban arrullos, liras, voces,

y tambores, venturas, violas, arpas.

Y el mundo era el sonido no vivido

que en mi interior vivía y resonaba.

Boullosa, Carmen

Reseña biográfica

Poeta, novelista, antóloga y dramaturga mexicana nacida en Ciudad de México en 1954.

Estudió Letras Hispánicas en las universidades Nacional Autónoma e Iberoamericana de México. En 1976 obtuvo la beca Salvador Novo de Bellas Artes, en 1980 la del Centro Mexicano de Escritores y en 1992 la de la Fundación Guggenheim.

Fue redactora del Diccionario del Español en México de El Colegio de México y fundadora en 1983 del Taller Editorial Tres Sirenas.

Obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia de novela 1989 por «Antes».

De su obra poética podemos resaltar «El hilo olvida» 1978, «La memoria vacía» 1978, «Ingobernable» 1979, «La voz y método completo de recreo sin acompañamiento» 1983, «La salvaja» 1989, «Todos los amores: Antología de poesía amorosa» 1997 y «La bebida» 2002.

ABIERTA

I- Filo de luz…

Filo de la luz

fruta abierta que a la noche

vuelves fuego

y que a la llama cambias en fresco sentido:

llego a buscar tu aliento:

más sedienta:

pozo de amor que me asombras,

cántaro de día.

* * * * *

II- Metal intacto…

Metal intacto en la noche sin sombras de la piedra,

tinta oscura vaciada en tierra,

sereno barro virgen…

Cosa tras cosa fuera del yerrro,

todo elemento intacto,

antes del sí, del no, de toda forma,

como un molde vacío

o como un río de plata del que nadie puede abrevar

y que no tiene donde escanciarse.

* * * * *

III- En ti el aire se hace noble…

En ti el aire se hace noble,

costa de arena fina la piel,

la carne el mar extenso

y el amor más dulce, la más armónica marea.

* * * * *

IV- Agua profunda…

Agua profunda,

corriente que, sin ver jamás el monte,

sin conocer la selva,

diriges a tierra el mar,

el ciego.

agua en que mil formas me encuentras

siempre más libre que la luz del sol.

* * * * *

V- Lago de dos superficies…

Lago de dos superficies,

mar suspenso:

todo en la palma de tu mano,

como grano de luz,

con una placidez incomprensible:

no hay tiempo, no hay premura alguna,

eres cuanto espacio es posible:

no hay distancia.

* * * * *

VI- Noches de velos ariscos, tus ojos…

Noches de velos ariscos, tus ojos:

mi carne, toda un lento eyacularse,

frente a ellos se muere,

se cierra más allá del tacto,

se niega toda puerta,

y como un misterio te encuentra,

dentro de sí,

oración milagrosa,

vedada alteración sin nombre

que me obliga a entregarme.

* * * * *

VII- Tu cuerpo pulsado por sí mismo…

Tu cuerpo pulsado por sí mismo

es en mis oídos viento claro y fresco,

sonido limpio del cobre y del aliento:

eres tus labios rezumantes de lima,

eres tus ojos recubiertos de bruma,

eres tu mano fina ciñéndose sierva:

porque en ti anida el mar, eres su guía,

y de ti la más torpe raíz bebe su espina:

porque tú eres el viento

y eres también la roca virgen

que muchos metros ocultan.

* * * * *

VIII- Luz de luz te dice tu tronco extenso…

Luz de luz te dice tu tronco extenso

y tu perfume, tu olor a cándida hierba, a lilas,

a tu boca fresca,

te llama esquivamente por tu nombre.

* * * * *

IX- Claro pétalo que a la flor te asomas…

Claro pétalo que a la flor te asomas,

costa que hacia la densa selva miras,

filo de acero que sobre el acero pesas,

fiel raíz que al tallo imitas, a la flor,

a los aromas,

sobre ti te vuelves.

Eso, pero también el pétalo terso, gozo de color

y de perfumes,

la costa abierta como ninguna boca,

el acero afilado y tenso,

la raíz sólida, llena de poder y de lumbre,

dadivosa:

así eres tú, amor,

así tú y yo, dos entregas amantes y amorosas.

* * * * *

X- Un guaje es tu boca fresca…

Un guaje es tu boca fresca,

odre de almíbar,

trozo de amor fresco que a tu contagio

vuelve carne y amor

a la muerte y al engaño.

* * * * *

XI- No eres la pluma…

No eres la pluma

que al aire se inclina,

ni el cuello tibio del ganso,

ni la piel del tímido durazno:

eres el injerto de toda esa ternura

en la fuerza del monte,

en el salto de un felino acorralado.

* * * * *

XII- Abrazo de la tierra…

Abrazo de la tierra,

certeza de lo que el monte dice,

secreto hecho voz,

es el silencio tu aliento cuneiforme,

caligrafía de los dioses son tu olor

y tu cuerpo de amor sedientos.

* * * * *

XIII- Durazno…

Durazno

miel de la uva,

fibra del pérsimon:

me ofreces un glosario de carnes

en cada beso.

* * * * *

XIV- Horquilla del viento…

Horquilla del viento:

metálica te acercas al cedro,

como rayo de luz,

al tiempo que dejas dócil en la flor

el beso de tu pasión fecunda.

* * * * *

XV- Cimarrona fruta del campo y del día…

Cimarrona fruta del campo y del día,

tu deseo es el aspa indomable

que un día cualquiera talló en ese sitio

lo que llevo yo por cuerpo.

AGUA OSCURA

Es hablar de la llanura que se quiebra en la noche,

interminablemente oscura,

que se desborda al horizonte, silenciosa y sin límite

El círculo roto, el murmullo que desatendido se multiplica,

se convierte en un ejército con mil frentes,

sonido inacabable, incomprensión inacabable

(es tu olor la firmeza única,

la única sobrevivencia del sabor del día)

Tengo abiertas las manos para tocar la caída de agua oscura

que en múltiples texturas se desenmaraña

He abierto conscientemente las manos: nada me detiene, nada detengo.

En esta limpia fluidez tumultuosa perdí el modo de jugar la ronda:

En este movimiento he dejado el último resquicio virgen al movimiento,

el último e infinito resguardo.

Ya nada me distingue del mundo.

-Sí, tú eres la firmeza única, el momento cierto que me espera

a un lado de la noche para abordarme, pero eres el único eco capaz

de nombrar lo que ejerce la oscuridad sobre la llanura-

Ya nada me distingue del mundo porque nada detengo.

Pero (sopla lento el viento) cada partícula de polvo, cada gota de agua

que viene en el viento, un instante antes de entrar en mí se detiene.

Nada me distingue del mundo, es cierto, pero nada me traspasa.

Todo, justo un instante antes de perforarme, me señala, me sostiene, me demarca.

BEBIDA

Bebo la oscuridad del incrédulo

del vaso de tu boca. Tomo por hueso

el beso, que es desnudo y es del muerto

el habla, y es del vivo adorno, es rulo,

verdad, afeite, máscara y desnudo.

Recibo del abrazo el rasgón. Sueño

de tu ojo la afección por mí, luego

el consuelo y el amor. Tiemblo. Dudo.

Quiero beber, tomar, recibir. ¡Dame,

golpea tu espada en mí, abre, hiéreme,

riega lo que ningún líquido lave!

Márcame, rásgame con el filo de tu sable.

Quita matando que cobarde teme

la temerosa de mi nombre. Te digo: ¡dame!

CARTA AL LOBO

Querido Lobo:

Llego aquí después de cruzar el mar abierto del bosque,

el mar vegetal que habitas,

el abierto de ira en la oscuridad y la luz que lo cruza

a hurtadillas,

en su densa, inhabitable noche de aullidos que impera

incluso de día o en el silencio

mar de resmas de hojas

que caen y caen y crecen y brotan, todo al mismo tiempo,

de yerbas entrelazadas,

de mareas de pájaros,

de oleadas de animales ocultos.

Llegue aquí cruzando el puente que une al mundo

temeroso con tu casa,

este lugar inhóspito,

inhóspito porque esta la mar de habitado,

habitado como el mar.

En todo hay traición porque todo esta vivo…

Por ejemplo, aquello, si desde aquí parece una sombra,

¿hacia donde caminara cuando despierte?

Como fiera atacara cuando pase junto a él,

cuando furioso conteste el sonido de mis pasos.

Así todo lo que veo.

En todo hay traición

…era el camino, lobo,

la ruta que me llevaba a ti…

Escucha mi delgada voz, tan cerca.

Ya estoy aquí.

Escoge de lo que traje lo que te plazca.

Casi no puedes mirarlo,

insignificante como es,

perdido en la espesura que habitas.

Estoy aquí para ofrecerte mi cuello,

mi frágil cuello de virgen,

un trozo pálido de carne con poco, muy poco que roerle,

tenlo, tenlo.

¡Apresura tu ataque!

¿Te deleitaras con el banquete?

(No puedo, no tengo hacia donde escapar

y no se si al clavarme los dientes

me miraras a los ojos).

Reconociéndome presa

y convencida de que no hay mayor grandeza que la del

cuello de virgen entregándose a ti,

ni mayor bondad que aquella inscrita en tu

doloroso,

lento

interminable

y cruel

amoroso ataque,

cierro esta carta.

Sinceramente tuya,

Carmen.

EL HILO OLVIDA

El hilo olvida,

pierde la memoria que le dicta la postura de sus hilazas y se descompone.

No sabe cómo curvarse para tener la forma del carrete.

El hilo se deshila y entra, indócil, como traspasando

el filo de un grueso cuchillo, en la sabana densa,

en las guías de las hojas del guayabo, en el tallo tranquilo

que se convierte en raíz sin subordinarse, silencioso

y tenaz hasta alcanzar la caña, hasta ser la húmeda tierra.

Pero no es de ti de quien debo hablar sino de la sorda persecución

que he proseguido hoy de mi oído a mi otro oído.

De oreja a oreja corro cuando llego más lejos.

La sorda persecución de la cólera.

Y tú duermes.

Descansas simulando agitar con tu respiración el viento.

De oreja a oreja corro;

nada puede detener mi marcha; nada la olvida.

Y no escucho la única palabra que podría detener este

silencio desflorado.

(Tú duermes.

Acaricias el borde de mi cuerpo,

simulando.)

De oreja a oreja.

Nada puede traspasar un silencio que de oreja a oreja

corre protegido por el pabellón vegetal de su sordera.

HIERBA

Allá va la hierba que creció sin tocar tierra.

Va la que no conoció el lodo ni el seco craquelar sin lluvia.

Pasa en flor,

sobre la ráfaga.

Pasa silbante.

Blandida o aventada como arma o herramienta.

No sabe pesar porque nunca ha pesado.

Al volar no duerme ni descansa.

Hierba sin nombre, hierba perra, hierba palabra del mono que en la noche grita

articulando sin gramática.

Hierba oliendo a carne,

nacida al roce de una piel insomne con otra que no sabía conciliar el sueño,

las de esos dos entrando donde rige la razón incuerda con los ojos abiertos,

ignorando el rito tajante del sueño que divide a lo real en dos trozos.

Un paso los traía o los llevaba a la locura, no los quemaba la frontera.

Perdían el piso sin saltar, distrayéndose volaban,

sus huesos desconocían el gravitar de la piedra.

Hierba que repudia al rocío, que no obedece al sol,

hierba sin rumbo,

nació crecida, arrancada; su flor lleva en trozos diminutos

el fúnebre color que en Cuaresma cubre el rostro y la llaga de Cristo, es luto destazado.

Va la hierba, como si no tuviera cuerpo, en el lomo del viento.

Tose.

Allá va, miente, nunca aprendió a pisar, firme firmeza,

desnuda, acostada, la siempremuerta.

No hubo semillas en su árbol genealógico.

Nació entre cuatro paredes, donde el hombre cubría su miembro

con vísceras de gato y usaba a los vientres hasta reventarlos,

sellando con incansable gozo su infertilidad.

Apenas mira el rostro que lo ama.

La hierba nació donde la sangre animal y la menstrual se vaciaban

en el mismo vaso, y el semen era desordenadas sílabas

gritando revueltas en la boca de la hembra.

Como el moho en el rincón inmundo,

así la nunca pegada ni adherida nació entre el vientre de él y el de ella, a golpes,

sin el rito que bendice el amor, hurtada al jadeo, robada al llanto, irreverente

humo sacrificial sin ofrenda, sacado con el carbón ardiente

y la ausencia de El Cordero o de El Hijo.

El cuchillo la encontró sin tocar la carne.

Es brote de puñal, vástago de la boca entreabierta por la que entra

o sale el suspirar agitado, rasposo y anómalo de la noche.

Atrás de ella sólo se escucha la bala,

de mosquete, la espuela raspar la losa.

Un grito pidiendo misericordia.

Ella es la ruidosa respiración de un cuerpo que se pierde en el laberinto a voluntad

para que lo devore el mitad animal, mitad ángel y hombre que ahí reina,

llamado con las letras del incrédulo,

que besa como si comiera y hablara a un tiempo,

en besos de verbo,

el encajando-encajado,

el ladrón-hurtado, –

el esclavo-tirano,

el perro amo,

el hacha, galletita, caramelo, guillotina, horca y abrazo,

el desconcierto,

el veneno adictivo,

el rayo de luz asesina,

el todo párpado (cierras, abres),

el lumbre,

el hielo,

el dolor.

“Sombra, iluminación, doble, inconfiable.

Ciego, visible, duda, negación, vista:

Entierras mil veces el cuerpo sobre el que insistes en acostarte,

lápida móvil que repites incansable el enterramiento, sepultas con tu forma,

revestido de lo que llamas con tres sonidos forasteros emulando al amor.

Manto de suave fibra.

Ráfaga, rayo,

descanso, vuelo.

Caes mientras te habla el ciervo que has cazado, vencedor vencido,

cazador apresado,

gángster de la metralla despojando al corazón del cálido pecho.

Pum-pum (hace él ahora, a solas, canto del gallo huérfano del amanecer,

colorado músculo, manco, si n0 sería tuerto: desearía ahorcarse

con sus leales venas).

¿No Podrías dejar la garra y la pezuña, acceder a la tentación del labio

que cuatro veces repetido en un solo cuerpo, más sus dobleces,

te habla, pide, te suplica, lo reconcilies con el término Amor?

¿Terminar la ceguera?

¿Traer al gozo la dicha, la paz, la risa?

¿Restaurar la gramática?

¿Arrebatarle la lengua al insensato mico que no comprende la selva?

¿Dar a la hierba un trecho de tierra que habitar junto al pozo?

¿Provocar la llegada de la lluvia?

Una frase más del beso hablante.

Desnudo vistes la manta sin la que hoy muero de frío, al Sur, en la tierra del calor.”

Allá va la hierba de que hablaba.

Apareció cerca de las sábanas que aceptaron la caligrafía de tinta sangre, dejando que la borrara para siempre el tonto jabón y el agua,

sin suspirar una de las cien merecidas veces por la pérdida del dibujo

del amor que trazaron con tanto empeño los torsos.

Ahí apareció, la hierba. El viento la adoptó viéndola sin dónde sostenerse, y yo la nombro,

leal a su paso.

Salió entre tu piel y la mía,

entre mi vagina y el esqueleto de acero del edificio donde habita el amor.

Nació robándome el alma. La encarna en clorofila y fibras,

alma sin cuerpo volando en la frágil ráfaga.

LA MEMORIA VACÍA

1. Trato de oscurecer con mi sombra la tierra del exilio, mi

tierra, ocultarme a la memoria vacía.

No tengo origen.

Formo con mis hermanas un muro inabordable.

Nos cegamos a la tierra que alarga el día de luminoso júbilo,

a sus ojos brillantes donde brotan ciruelas jugosas

y dulces, los animales cálidos y huidizos;

al día de paredes traslúcidas, de corrales abiertos y campos

poseídos por el secreto que han murmurado las semillas al abrirse

He llegado al término de mi sombra: el día tiene abiertos los

muslos y se entrega al gozo insaciable de los hombres.

2. En medio de este estruendo,

del golpeteo de las alas locas del viento sobre el llano,

del silbido deslumbrante con el que el río corteja a las plácidas nubes,

los hombres recuestan su cuerpo amoroso sobre el torso del día,

hacen de la mañana al ritmo de su cuerpo.

Y nosotras,

hechas de un material que se resiste al cortejo del tiempo,

templadas en el silencio firme,

tratamos de permanecer

aunque no tenemos casa,

aunque estamos desprovistas frente al cauce ajeno.

Nos trenzamos entre nosotras los labios con los labios:

ésta es la palabra de las tres: nuestra palabra.

(Oigo un crepitar en el fuego: los pechos de las mujeres se desprenden

del deseo como frutos maduros. Los pechos de las mujeres:

panes recién cocidos.)

SER EL ESCLAVO QUE PERDIÓ SU CUERPO

El fuego,

otra vez fuego,

el fuego junto a la lumbre,

en el piso,

subiendo por los sillones,

cruzando las ventanas,

y tras él el fuego,

solamente el fuego.

El fuego otra vez,

¿No lo ven?

¡No lo ven! Es el fuego.

Les parezco una mujer sentada.

Quiero vestirme.

La ropa interior que yo traía puesta, abrió sus tejidos,

los venció el calor,

la blusa abrió sus tejidos,

vencida también,

la falda cedió sus hilos,

ardiendo los dejó caer…

Quiero vestirme.

El fuego. No tengo más que el fuego:

Soy la desnuda, la que no tiene encantos.

Quiero vestirme.

Quemo mis vestidos.

Mil cabellos están vencidos también por el calor,

mis pestañas, mis ojos;

mi saliva, un día intacta,

también te espera rendida, vencida, humillada,

doblada, hincada,

herida como el vapor,

como el vapor aislada,

ahogada en tu espera.

Quiero vestirme.

No hay animal con el que pueda compararme,

desnuda estoy como el ganso o el lirio,

no hay planta con la que pueda compararme,

quemada estoy, quemándome,

impaciente,

interminablemente.

¡Que me ayuden los asnos!

¡Que acudan a mi ayuda

los cerdos o las garzas,

los ruiseñores o las cañas de azúcar!

¡Nada puede ayudarme!

¡Vencida estoy por ti,

por ti fui por mí abandonada!

TU CUERPO PULSADO POR SÍ MISMO…

Tu cuerpo pulsado por sí mismo

es en mis oídos viento claro y fresco,

sonido límpido del cobre y del aliento:

eres tus labios rezumantes de lima,

eres tus ojos recubiertos de bruma,

eres tu mano fina ciñéndose cierva:

porque en ti anida el mar, eres su guía,

y de ti la más torpe raíz bebe su espina:

porque tú eres el viento

y eres también la boca virgen

que muchos metros ocultan.

Bosquet, Alain

Alain Bosquet (Rusia-Francia 1919-1998)

Reseña biográfica

Poeta nacido en Odessa (Rusia) en 1919, y naturalizado francés en 1980.

Desde muy pequeño su familia emigró a Bélgica donde el poeta inició estudios de Filología en la Universidad de Bruselas en 1938.

Durante la guerra viajó a Estados Unidos, trabó amistad con importantes personajes literarios y se alistó en el ejército americano, prestando servicios en Texas, Maryland, California e Irlanda.

A partir de 1953 se radicó en Paris, terminó estudios en La Sorbona y desde entonces se dedicó al ejercicio literario, escribiendo novelas y poesía de corte surrealista.

Obtuvo importantes premios literarios entre los que se cuentan el

Prix Goncourt de la Poésie 1989, Grand prix de la Poésie de Paris 1991

y Prix de la langue de France 1992. Además fue Miembro de la Academia de Letras de Bélgica y presidente de la Academia Mallarmé.

Falleció en Paris en 1998.

Poemas de Alain Bosquet:

Ave

Como un deseo

Diálogo amoroso

Dice Dios:

Fechorías del verbo

Futuro

Interrogación

Los dioses desconfiados

¡Oh acuérdate de mí!

Retrato de un hombre inquieto

Tú que has gastado todo…

Vacilación

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Ave

No eres más que la coma

de una frase en el cielo.

¿No es en verdad ridículo

este mundo fingido:

la palmera con alas,

el desierto elocuente,

la cascada que bala,

el tigre hecho volcán?

¡La riqueza es penuria!

Las lunas regordetas

siempre están mal nutridas.

Tú vuelves a mis versos

donde naciste, coma

hecha águila demente

que da vueltas y vueltas

y cae sobre mi cuello.

De “Segundo testamento”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Como un deseo…

Como un deseo,

y nadie sabe si será de silencio

o de perfume.

Como un impulso,

y nadie sabe si lo proporcionan las hormigas,

las nubes de la noche, las yeguas locas.

Como un enigma,

y nadie sabe si le corresponde a Dios,

al hombre , al polvo,

resolverlo.

Como un prólogo,

y nadie sabe si le seguirán los frutos,

las palabras, los reproches disimulados.

Como una ciencia

y nadie sabe a quién corresponde,

útil o caprichosa

o mil veces contradictoria.

Como un asombro,

y nadie sabe si existe alguien

para asombrarse, para ser feliz,

para determinar las grandes desgracias.

Como una ley,

y nadie sabe si hay que proferirla,

callarla, escribirla de nuevo

o llevarle cada mañana máscaras nuevas.

Diálogo amoroso

Dije: «¿Su nombre?»

Y ella:

«Como más le guste.»

Dije: «¿Elegimos Carole?»

Y ella:

«Por el momento, acepto.»

Dije: «¿Está usted sola?»

Y ella:

«No, estoy con usted.»

Dije: «¿ Y si hacemos el amor?»

Y ella:

«Su deseo tiene todos los derechos.»

Dije: «¿Qué clase de hombres le gustan?»

Y ella:

«Croupiers, industriales, profesores de natación.»

Dije: «¿Sus preferencias?»

Y ella:

«Los hombres tristes, pero no demasiado.»

Dije: «¿Vamos a comer?»

Y ella:

«Las ostras son un buen preludio.»

Dije: «¿Lee usted libros?»

y ella:

«Sartre, Camus y Thomas Mann.»

Dije: «Tiene usted unos pechos muy bonitos.»

Y ella:

«Sí, a mí también me gustan.»

Dije: «Es usted prácticamente divina.»

Y ella:

«Tiene usted razón.»

Dije: «¿Qué le gusta que le regalen?»

Y ella:

«A lo mejor esto es gratis.»

Hicimos el amor

el lunes, el martes, el domingo

y el lunes siguiente.

Discutimos sobre Flaubert,

luego sobre Tolstói.

Dije:

«Tiene usted unas rodillas inolvidables.»

Y ella:

«¿Sólo las rodillas?»

Nos cansamos el uno del otro

el mismo día, a la misma hora,

lo cual es infrecuente y virtuoso.

De “Mañana sin mí”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Dice Dios:

Dice Dios:

«Era un asunto urgente; me pregunté

para qué servían mis criaturas

más extrañas:

el dragón, el ángel, el unicornio.

Convoqué a aquellos en los que creía,

reales, poderosos, incontestables;

el baobab, el caballo de labor, la montaña acodada en el mar.

Celebraron diez conferencias

sin ponerse de acuerdo.

así que he conservado

al dragón, al ángel y al unicornio;

pero para evitar algunos malentendidos

he creído conveniente volverlos invisibles.»

De “El tormento de Dios”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Fechorías del verbo

Tengo el recuerdo

de un recuerdo

donde todo era rostro de rocío

sol íntimo entre los dedos

río puesto de rodillas

para recibir una caricia

tengo el recuerdo

de un recuerdo

donde eras precisa y pura

y ahora es el poema

quien te invita al suicidio

porque según respiro

te invento y te invento y te invento

y nos pierdes a los dos

por reinventarte.

De “Cuatro testamentos y otros poemas”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Futuro

Serás puro:

tres vestidos,

una escudilla para recoger la limosna.

Serás bueno:

la mejilla,

luego la otra mejilla para que te abofeteen.

Serás fuerte:

tu vida,

luego la otra vida en la que te transformarás en dios.

Serás humilde como un guijarro,

como un pichón que sale del huevo.

Serás lo que debes ser

para alguna verdad,

para algún amor,

para algún orden invisible.

Y serás recompensado,

bestia de carga y de ensueños.

Y serás castigado,

animal cargado de piedras

y de nada.

Nunca serás tú mismo.

De “El libro de la duda y de la gracia”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Interrogación

¿Y con quién os pensáis que conversa una rosa?

¿Hacia quién creéis que va un perro solitario?

¿Habéis visto que alguno dé consuelo a una piedra

que llora? El cielo azul, asentado en sus vértigos,

¿os creéis que soporta un silencio tan frío?

No seáis inocentes: la silla siempre es viuda,

la ceniza se queja de ser sólo ceniza

ignorando de qué. Preguntad al cometa

si a pesar de su brillo halla más soportable

la vida que la muerte. Nosotros compartimos

nuestros afectos con las cosas desvalidas,

el polen trashumante, el lagarto espasmódico,

el pedernal dormido; ¿pensáis que ellos aceptan

tantas burlas y tantos falsos remordimientos?

De “Sonetos para un fin de siglo”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Los dioses desconfiados

«No, no», decían los dioses,

«si ha de haber un ojo,

que pertenezca a la montaña.»

«No, no», decían los dioses,

«si ha de haber una risa,

ofrezcámosela al océano para que se anime.

¡La palabra para el pavo,

para el cactus, para el arroyo!

Y el pensamiento,

que de él se adueñe la roca

para reconocerse mejor.»

«No, no», decían los dioses,

«ahorrémonos

el error humano.»

De “Cuatro testamentos y otros poemas”

Versión de Enrique Moreno Castillo

¡Oh acuérdate de ti!

¡Oh, acuérdate de ti!

En un jardín cogías algunas fábulas.

Unas personas muy justas

Hablaban del mundo y de su caída.

Tú te decías: «¿Tiene usted un sobrenombre?»,

Y te contestabas: «Me llamo

Joya ahogada, fruta que se niega a abrirse,

Infanta sin castillo».

Te cogías de tu mano para no estar sola

Entre las flores de aprendizaje.

La época era núbil.

Si esta tarde pasaras

Ante la adolescente que fuiste,

¿Te atreverías a reconocerte

Y a invitarte a tomar el suspiro?

No tienes que acordarte de ti.

Versión de Enrique Moreno Castillo

Retrato de un hombre inquieto

Se retira hacia el fondo de sí mismo a pensar

lo poca cosa que es. Tal vez se vuelve al árbol

que le sugiere un gesto. Al cabo de una hora,

es la arena más bien quien le influye. Indolente

recuerda un viejo amor. Se cree bien conservado

a pesar del olvido y la sangre agolpada

sobre su corazón. No estaría tan inerme

si tuviera un amigo: por ejemplo un guijarro,

un ave moribunda, una colina cálida.

Cierra primero un ojo, luego el otro, escrutándose

con furor. No descubre nada fundamental

en sus pulmones ni en sus almas, que se quita

una detrás de otra, igual que sus camisas.

Toda serenidad le parece una ofensa.

De “Sonetos para un fin de siglo”

Versión de Enrique Moreno Castillo

Tú que has gastado todo…

Tú que has gastado todo,

Tú que todo has destruido:

Es gloria ser el viento

Y dicha ser la piedra.

Ese árbol reverdece,

Ese caballo que condenaste a callar

Dice lo que piensa,

La cascada recobra su verdadero rostro

Y el cielo su tamaño.

Es gloria ser lodo; coronación

El olvido

De un escarabajo que se roe las patas.

Míralos, son mejores que tú:

Animales, crepúsculos,

Silex, nomeolvides:

Todos erigen

Un monumento al hombre,

Sin grabar una injuria.

Versión de Octavio Paz

Vacilación

Preséntame a la desconocida

que tú te vuelves al momento

en que el poema se insinúa

como un insecto entre tus dedos,

y, al repartirte con los lobos,

vuelve golondrinas tus senos.

¿Eres mía, mujer rebelde,

que transformada en piedra veo?

Mírame ahora, soy tu amo

y el infinito aquí te enseño:

a cada paso que avanzamos

hay que renacer ante el verbo

que une obediencia y aventura.

Reconstruyo tu brazo nuevo

y reconstruyo tu figura,

mas nos lleva este movimiento

hasta el fondo de nuestra sangre

-niños que acosa un blanco vértigo

y cuyo sueño vale apenas

la sílaba que está muriendo.

Versión de Andrés Holguín

Boscán, Juan

Juan Boscán (España, 1490 – 1542)

A LA TRISTEZA

Tristeza, pues yo soy tuyo,
tú no dejes de ser mía;
mira bien que me destruyo,
sólo en ver que el alegría
presume de hacerme suyo.
¡Oh tristeza!
que apartarme de contigo
es la más alta crueza
que puedes usar conmigo.

No huyas ni seas tal
que me apartes de tu pena;
soy tu tierra natural,
no me dejes por la ajena
do quizá te querrán mal.
Pero di,
ya que estó en tu compañía:
¿Cómo gozaré de ti,
que no goce de alegría?

Que el placer de verte en mí
no hay remedio para echallo.
¿Quién jamás estuvo así?
Que de ver que en ti me hallo
me hallo que estoy sin ti.
¡Oh ventura!
¡Oh amor, que tú heciste
que el placer de mi tristura
me quitase de ser triste!

Pues me das por mi dolor
el placer que en ti no tienes,
porque te sienta mayor,
no vengas, que si no vienes,
entonces vernás mejor.
pues me places,
vete ya, que en tu ausencia
sentiré yo lo que haces
mucho más que en tu presencia.

CAPÍTULO

…Era este tu cuerpo, el cual yo viendo,
tan grande era mi miedo y mi deseo
que moría entre yelo y fuego ardiendo.

Pues ya de tu alma si escribir deseo,
tanto he de andar por lo alto rodeando
que habrá de ser perderme en el rodeo.

Andaré pues, así como trazando
las  figuras por sí, sin las colores
la obra por mis fuerzas conformando.

No basta amor, ni bastan los amores,
a levantar tan alto mi sentido
que muy bajos no queden mis loores.

El saber de tu alma es infinido:
¿cómo podré de vista no perdelle,
con este mi entender que es tan finido?

harto será de lejos sólo velle;
y aun este ver será en mí tan confuso
que su bulto veré sin conocelle.

El cielo acá en el mundo te dispuso
con obra tal que, al tiempo que te hizo,
el bien que en él pusieron en ti puso…

COMO AQUEL QUE EN SOÑAR GUSTO RECIBE

Como aquel que en soñar gusto recibe,
su gusto procediendo de locura,
así el imaginar con su figura
vanamente su gozo en mí concibe.

Otro bien en mí, triste, no se escribe,
si no es aquel que en mi pensar procura;
de cuanto ha sido hecho en mi ventura
lo sólo imaginado es lo que vive.

Teme mi corazón de ir adelante,
viendo estar su dolor puesto en celada;
y así revuelve atrás en un instante

a contemplar su gloria ya pasada.
¡Oh sombra de remedio inconstante,
ser en mí lo mejor lo que no es nada!

DULCE SOÑAR

Dulce soñar y dulce congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba,
si un poco más durara el engañarme.

Dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.

¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras, si vinieras tan pesado,
que asentaras en mí con más reposo!

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.

EL RUISEÑOR QUE PIERDE SUS HIJUELOS

Cual suele el ruiseñor entre las sombras
de las ahojas del olmo o de la haya
la pérdida llorar de sus hijuelos,
a los cuales sin plumas aleando
el duro labrador tomó del nido;
llora la triste pajarilla entonces
la noche entera sin descanso alguno,
y desde allí, do está puesta en su ramo,
renovando su llanto dolorido,
de sus querellas hincha todo el campo.

EN LA HUERTA NASCE LA ROSA…

En la huerta nasce la rosa:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.

Por las riberas del río
limones coge la virgo:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.

Limones cogía la virgo
para dar al su amigo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.

Para dar al su amigo
en un sombrero de sirgo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.

GARCILASO, QUE AL BIEN SIEMPRE ASPIRASTE…

GarciIaso, que al bien siempre aspiraste,
y siempre con tal fuerza le seguiste,
que a pocos pasos que tras él corriste,
en todo enteramente le alcanzaste;

dime: ¿Por qué tras ti no me llevaste,
cuando desta mortal tierra partiste?
¿Por qué al subir a lo alto que subiste,
acá en esta bajeza me dejaste?

Bien pienso yo que si poder tuvieras
de mudar algo lo que está ordenado,
en tal caso de mí no te olvidaras.

Que, o quisieras honrarme con tu lado,
o, a lo menos, de mí te despidieras,
o si esto no, después por mí tornaras.

GRAN TIEMPO FUI DE MALES TAN DAÑADO…

Gran tiempo fui de males tan dañado,
por el dañado amor que en mí reinaba,
que a sanos y a dolientes espantaba
la vista de un doliente tan llagado.

Conveníame andar siempre apartado,
según de mí la gente se apartaba,
y aquello en que más yo me reposaba
era hartarme de ser desdichado.

Vime sano después en un momento,
y vueltos en placer los males míos;
miraban todos esta salud mía

con un maravillado sentimiento,
como al ciego miraron los judíos
espantados de velle como vía.

LA AUSENCIA

Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.

Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.

No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas.

Que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló,
no por eso serán mejor curadas.

MUY GRACIOSA LA DONCELLA…

Muy graciosa es la doncella,
¡cómo es bella y hermosa!

Digas tú, el marinero
que en las naves vivías,
si la nave o la vela o la estrella
es tan bella.

Digas tú, el caballero
que las armas vestías,
si el caballo o las armas o la guerra
es tan bella.

Digas tú, el pastorcico
que el ganadico guardas,
si el ganado o los valles o la sierra
es tan bella.

NUNCA DE AMOR ESTUVE TAN CONTENTO…

Nunca de amor estuve tan contento,
que en su loor mis versos ocupase:
ni a nadie aconsejé que se engañase
buscando en el amor contentamiento.

Esto siempre juzgó mi entendimiento,
que deste mal todo hombre se guardase;
y así porque esta ley se conservase,
holgué de ser a todos escarmiento.

¡Oh! vosotros que andáis tras mis escritos,
gustando de leer tormentos tristes,
según que por amar son infinitos;

mis versos son deciros: «¡Oh! benditos
los que de Dios tan gran merced hubistes,
que del poder de amor fuésedes quitos».

QUÉ HARÉ QUE POR QUEREROS…

¿Qué haré, que por quereros
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros?

Yo no sé con vuestra ausencia
un punto vivir ausente,
ni puedo sufrir presente,
señora, tan gran presencia.

De suerte que, por quereros,
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros.

SI EL CORAZÓN DE UN VERDADERO AMANTE…

Si el corazón de un verdadero amante,
y un continuo morir por contentaros,
y un extender mi alma en desearos,
y un encogerme, si os estoy delante;

y si un penar con un sufrir constante,
satisfecho y contento con miraros,
y un derramar mis pasos por buscaros,
preguntando por vos a cada instante;

y si un tener mi razonar compuesto,
en hablándoos, sin más, luego turbarme,
con un grande embarazo y desvarío,

los accidentes son que han de llevarme
con público pregón a morir presto,
la culpa es vuestra y el dolor es mío.

Borges, Jorge Luis

Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1899.
A los siete años escribió en inglés un resumen de la mitología griega; a los ocho, «La víscera fatal», inspirado en un episodio del Quijote, y a los nueve tradujo del inglés «El príncipe feliz» de Oscar Wilde.
Es una de las grandes voces de la poesía contemporánea, autor de numerosos ensayos, cuentos y poemas, entre los que se destacan «Ficciones», «Historia universal de la infamia» y «Los conjurados», traducidas a más de veinticinco idiomas.
El Premio Formentor otorgado por el Congreso Internacional de Editores en 1961,   compartido con Samuel Beckett, fue el punto de partida para lograr su reputación en todo el mundo occidental. Recibió luego el título de Commendatore por el gobierno italiano, el de Comandante de la Orden de las Letras y Artes por el gobierno francés, la insignia de Caballero de la Orden del Imperio Británico,  el Premio Cervantes, el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, y el Premio Nacional de Literatura en 1956.
Falleció en Ginebra, Suiza, en 1986.

1.964

I
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines: Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde ( repites vanamente )
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

A un gato

No son más silenciosos los espejos
Ni más furtiva el alba aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges y el poniente,
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano.
Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es olvido,
El amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás.
Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.

A un poeta sajón

Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo,
pesó como la nuestra sobre la tierra,
tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella,
tú que viniste no en el rígido ayer
sino en el incesante presente,
en el último punto y ápice vertiginoso del tiempo,
tú que en tu monasterio fuiste llamado
por la antigua voz de la épica,
tú que tejiste las palabras,
yú que cantaste la victoria de Brunanburh
y no la atribuiste al Señor
sino a la espada de tu rey,
tú que con júbilo feroz cantaste,
la humillación del viking,
el festín del cuervo y del águila,
tú que en la oda militar congregaste
las rituales metáforas de la estirpe,
tú que en un tiempo sin historia
viste en el ahora el ayer
y en el sudor y sangre de Brunanburh
un cristal de antiguas auroras,
tú que tanto querías a tu Inglaterra
y no la nombraste,
hoy no eres otra cosa que unas palabras
que los germanistas anotan.
Hoy no eres otra cosa que mi voz
cuando revive tus palabras de hierro.

Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.

Afterglow

Siempre es conmovedor el ocaso
por indigente o charro que sea,
pero más conmovedor todavía
es aquel brillo desesperado y final
que herrumbra la llanura
cuando el sol último se ha hundido.
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
esa alucinación que impone al espacio
el unánime miedo de la sombra
y que cesa de golpe
cuando notamos su falsía,
como cesan los sueños
cuando sabemos que soñamos.

Ajedrez

I
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías.

Al vino

En el bronce de Homero resplandece tu nombre,
negro vino que alegras el corazón del hombre.
Siglos de siglos hace que vas de mano en mano
desde el ritón del griego al cuerno del germano.

En la aurora ya estabas. A las generaciones
les diste en el camino tu fuego y tus leones.
Junto a aquel otro río de noches y de días
corre el tuyo que aclaman amigos y alegrías.

Vino que como un Eufrates patriarcal y profundo
vas fluyendo a lo largo de la historia del mundo.
En tu cristal que vive nuestros ojos han visto
una roja metáfora de la sangre de Cristo.

En las arrebatadas estrofas del sufí
eres la cimitarra, la rosa y el rubí.
Que otros en tu Leteo beban un triste olvido;
yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.

Sésamo con el cual antiguas noches abro
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro.
Vino del mutuo amor o la roja pelea,
alguna vez te llamaré. Que así sea.

Alhambra

Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo,
grato el jazmín.

Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna,
que la tarde que miras es la última.

Amanecer

En la honda noche universal
que apenas contradicen los faroles
una racha perdida
ha ofendido las calles taciturnas
como presentimiento tembloroso
del amanecer horrible que ronda
los arrabales desmantelados del mundo.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que el mundo
es una actividad de la mente,
un sueño de las almas,
sin base ni propósito ni volumen.
Y ya que las ideas
no son eternas como el mármol
sino inmortales como un bosque o un río,
la doctrina anterior
asumió otra forma en el alba
y la superstición de esa hora
cuando la luz como una enredadera
va a implicar las paredes de la sombra,
doblegó mi razón
y trazó el capricho siguiente:
Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochadores conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo Su obra!

Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
La luz discurre inventando sucios colores
y con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa,
atónita y glacial en la luz blanca,
mientras un pájaro detiene el silencio
y la noche gastada
se ha quedado en los ojos de los ciegos.

Amorosa anticipación

Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso
y tácito de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria
del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que
la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tu misma no tienes.
Arrojado a quietud,
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré, por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo,
sin el amor, sin mí.
Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche , que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor, y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.

Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron  nichos de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas;
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Curso de los recuerdos

Recuerdo mío del jardín de casa:
vida benigna de las plantas,
vida cortés de misteriosa
y lisonjeada por los hombres.

Palmera la más alta de aquel cielo
y conventillo de gorriones;
parra firmamental de uva negra,
los días del verano dormían a tu sombra.

Molino colorado:
remota rueda laboriosa en el viento,
honor de nuestra casa, porque a las otras
iba el río bajo la campanita del aguatero.

Sótano circular de la base
que hacías vertiginoso el jardín,
daba miedo entrever por una hendija
tu calabozo de agua sutil.

Jardín, frente a la verja cumplieron
sus caminos los sufridos carreros
y el charro carnaval aturdió
con insolentes murgas.

El almacén, padrino del malevo,
dominaba la esquina;
pero tenía cañaverales para hacer lanzas
y gorriones para la oración.

El sueño de tus árboles y el mío
todavía en la noche se confunden
y la devastación de la urraca
dejó un antiguo miedo en mi sangre.

Tus contadas varas de fondo
se nos volvieron geografía;
un alto era «la montaña de tierra»
y una temeridad su declive.

Jardín, yo cortaré mi oración
para seguir siempre acordándome:
voluntad o azar de dar sombra
fueron tus árboles.

Despedida

Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
¡Oh tardes merecidas por la pena!
Noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo….
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras tardes.

El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La
hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición el aprendizaje de las palabras que usó
el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad,
las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven
amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche
intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz
del ave, ya se han oscurecido los que miran por la ventana, pero la
sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con su pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos que cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

El cómplice

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
Soy el poeta.

El enamorado

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.

El instante

¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?

El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.

Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados

espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.

El Golem

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de la Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo:
Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?

En la hora de la angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

El ingenuo

Cada aurora -nos dicen- maquina maravillas
capaces de torcer la más terca fortuna;
hay pisadas humanas que han medido la luna
y el insomnio devasta los años y las millas.

En el azul acechan públicas pesadillas
que entenebran el día. No hay en el orbe una
cosa que no sea otra, o contraria, o ninguna.
A mí sólo me inquietan las sorpresas sencillas.

Me asombra que una llave pueda abrir una puerta,
me asombra que mi mano sea una cosa cierta,
me asombra que del griego la eleática saeta

instantánea no alcance la inalcanzable meta,
me asombra que la espada cruel pueda ser hermosa,
y que la rosa tenga el olor de la rosa.

El mar

Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?

Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas

tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.

De “El otro, el mismo”

El oro de los tigres

Hasta la hora del ocaso amarillo
cuántas veces habré mirado
al poderoso tigre de Bengala
ir y venir por el predestinado camino
detrás de los barrotes de hierro,
sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
el tigre de fuego de Blake;
después vendrían otros oros,
el metal amoroso que era Zeus,
el anillo que cada nueve noches *
engendra nueve anillos y éstos, nueve,
y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
los otros hermosos colores
y ahora sólo me quedan
la vaga luz, la inextricable sombra
y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
del mito y de la épica,
oh un oro más precioso, tu cabello
que ansían estas manos.

East Lansing, 1972

El reloj de arena

Está bien que se mida con la dura
Sombra que una columna en el estío
Arroja o con el agua de aquel río
En que Heráclito vio nuestra locura
El tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se parecen los dos: la imponderable
Sombra diurna y el curso irrevocable
Del agua que prosigue su camino.
Está bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra substancia halló, suave y pesada,
Que parece haber sido imaginada
Para medir el tiempo de los muertos.
Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo ceniciento
Del alfil desparejo, de la espada
Inerme, del borroso telescopio,
Del sándalo mordido por el opio
Del polvo, del azar y de la nada.
¿Quién no se ha demorado ante el severo
Y tétrico instrumento que acompaña
En la diestra del dios a la guadaña
Y cuyas líneas repitió Durero?
Por el ápice abierto el cono inverso
Deja caer la cautelosa arena,
Oro gradual que se desprende y llena
El cóncavo cristal de su universo.

El remordimiento

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

El sueño

Si el sueño fuera ( como dicen ) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?

Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Elvira de Alvear

Todas las cosas tuvo y lentamante
Todas la abandonaron, La hemos visto
Armada de belleza. La mañana
Y el arduo mediodía le mostraron,
Desde su cumbre, los hermosos reinos
De la tierra. La tarde fue borrándolos.
El favor de los astros (la infinita
Y ubicua red de causas) le había dado
La fortuna, que anula las distancias
Como el tapiz del árabe, y confunde
Deseo y posesión, y el don del verso,
Que transforma las penas verdaderas
En una música, un rumor y un símbolo,
Y el fervor, y en la sangre la batalla
De Ituzaingó y el peso de laureles,
Y el goce de perderse en el errante
Río del tiempo (río y laberinto)
Y en los lentos colores de las tardes.
Todas las cosas la dejaron, menos
Una. La generosa cortesía
La acompañó hasta el fin de su jornada,
Más allá del delirio y del eclipse,
De un modo casi angélico. De Elvira
Lo primero que vi, hace tantos años,
Fue la sonrisa y es también lo último.

Everness

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.

Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.

Final del año

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.

Haiku

1
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.

2
La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.

3
¿Es o no es
el sueño que olvidé
antes del alba?

4
Callan las cuerdas.
La música sabía
lo que yo siento.

5
Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo.

6
Oscuramente
libros, láminas, llaves
siguen mi suerte.

7
Desde aquel día
no he movido las piezas
en el tablero.

8
En el desierto
acontece la aurora.
Alguien lo sabe.

9
La ociosa espada
sueña con sus batallas.
Otro es mi sueño.

10
El hombre ha muerto.
La barba no lo sabe.
Crecen las uñas.

11
Ésta es la mano
que alguna vez tocaba
tu cabellera.

12
Bajo el alero
el espejo no copia
más que la luna.

13
Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola.

14
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

17
La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.

La luna

A María Kodama

Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.

La rosa

La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

Las cosas

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,

ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

Laberinto

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.

No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino

como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña

de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.

De “Elogio de la sombra”

Límites

De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifonte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias,
una que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.

Llaneza

A Haydée Lange

Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.

Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.

Lo nuestro

Amamos lo que no conocemos, lo ya perdido.
El barrio que fue las orillas.
Los antiguos, que ya no pueden defraudarnos, porque son mito y esplendor.
Los seis volúmenes de Schopenhauer, que no acabaremos de leer.
El recuerdo, no la lectura, de la segunda parte del Quijote.
El oriente, que sin duda no existe para el afghano, el persa o el tártaro.
Nuestros mayores, con los que no podríamos conversar durante un cuarto de hora.
Las cambiantes formas de la memoria, que está hecha de olvido.
Los idiomas que apenas desciframos.
Algún verso latino o sajón, que no es otra cosa que un hábito.
Los amigos que no pueden faltarnos, porque se han muerto.
El ilimitado nombre de Shakespeare.
La mujer que está a nuestro lado y que es tan distinta.
El ajedrez y el álgebra, que no sé.

Lo perdido

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo

y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido

de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,

según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.

Pooema conjetural

El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 23 de septiembre de 1829
por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:

Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.

Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me asecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí … Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

Los enigmas

Yo que soy el que ahora está cantando.
Seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.

Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.

¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura

la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.

Rosas

En la sala tranquila
cuyo reloj austero derrama
un tiempo ya sin aventuras ni asombro
sobre la decente blancura
que amortaja la pasión roja de la caoba,
alguien, como reproche cariñoso,
pronunció el nombre familiar y temido.
La imagen del tirano
abarrotó el instante,
no clara como un mármol en la tarde,
sino grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
y conjeturas y memorias
sucedieron a la mención eventual
como un eco insondable.
Famosamente infame
su nombre fue desolación en las casas,
idolátrico amor en el gauchaje
y horror del tajo en la garganta.
Hoy el olvido borra su censo de muertes,
porque son venales las muertes
si las pensamos como parte del Tiempo,
esa inmortalidad infatigable
que anonada con silenciosa culpa las razas
y en cuya herida siempre abierta
que el último dios habrá de restañar el último día,
cabe toda la sangre derramada.
No sé si Rosas
fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;
creo que fue como tú y yo
un hecho entre los hechos
que vivió en la zozobra cotidiana
y dirigió para exaltaciones y penas
la incertidumbre de otros.

Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria.
Ya toda vida, por humilde que sea,
puede pisar su nada y su noche.
Ya Dios lo habrá olvidado
y es menos una injuria que una piedad
demorar su infinita disolución
con limosnas de odio.

Sábados

Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
la tarde calla o canta.
Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
Siempre, la multitud de tu hermosura.

A despecho de tu desamor
tu hermosura
prodiga su milagro por el tiempo.
Está en ti la ventura
como la primavera en el hoja nueva.
Ya casi no soy nadie,
soy tan sólo ese anhelo
que se pierde en la tarde.
En ti está la delicia
como está la crueldad en las espadas.

Soy

Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.

Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.

Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,

del tiempo, que es de uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

Tankas

“He querido adaptar a nuestra prosodia la estrofa
japonesa que consta de un primer verso de cinco sílabas,
de uno de siete, de uno de cinco y de dos últimos de siete.
Quién sabe cómo sonarán estos ejercicios a oídos orientales.
La forma original prescinde asimismo de rimas”. Borges

1
Alto en la cumbre
todo el jardín es luna,
luna de oro.
Más precioso es el roce
de tu boca en la sombra.

2
La voz del ave
que la penumbra esconde
ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta.

3
La ajena copa,
la espada que fue espada
en otra mano,
la luna de la calle,
dime, acaso no bastan?

4
Bajo la luna
el tigre de oro y sombra
mira sus garras.
No sabe que en el alba
han destrozado un hombre.

5
Triste la lluvia
que sobre el mármol cae,
triste ser tierra.
Triste no ser los días
del hombre, el sueño, el alba.

6
No haber caído,
como otros de mi sangre,
en la batalla.
Ser en la vana noche
el que cuenta las sílabas.

Una despedida

Tarde que socavó nuestro adiós.
Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un
ángel oscuro.
Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda
intimidad de los besos.
El tiempo inevitable se desbordaba sobre el abrazo inútil.
Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros
sino para la soledad ya inmediata.
Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.
Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra
que ya el lucero alivia.
Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de
tu abrazo.
como quien vuelve de un país de espadas yo volví
de tus lágrimas.
Tarde que dura vívida como un sueño
entre las otras tardes.
Después yo fui alcanzando y rebasando
noches y singladuras.

Una rosa

De las generaciones de las rosas
que en el fondo del tiempo se han perdido
quiero que una se salve del olvido,
una sin marca o signo entre las cosas

que fueron. El destino me depara
este don de nombrar por vez primera
esa flor silenciosa, la postrera
rosa que Milton acercó a su cara,

sin verla. Oh tú bermeja o amarilla
o blanca rosa de un jardín borrado,
deja mágicamente tu pasado

inmemorial y en este verso brilla,
oro, sangre o marfil o tenebrosa
como en sus manos, invisible rosa.

Versos de catorce

A mi ciudad de patios cóncavos como cántaros
y de calles que surcan las leguas como un vuelo,
a mi ciudad de esquinas con aureola de ocaso
y arrabales azules, hechos de firmamento,

a mi ciudad que se abre clara como una pampa,
yo volví de las viejas tierras antiguas del Occidente
y recobré sus casas y la luz de sus casas
y la trasnochadora luz de los almacenes

y supe en las orillas, del querer, que es de todos
y a punta de poniente desangré el pecho en salmos
y canté la aceptada costumbre de estar solo
y el retazo de pampa colorada de un patio.

Dije las calesitas, noria de los domingos,
y el paredón que agrieta la sombra de un paraíso,
y el destino que acecha tácito, en el cuchillo,
y la noche olorosa como un mate curado.

Yo presentí la entraña de la voz las orillas,
palabra que en la tierra pone el azar del agua
y que da a las afueras su aventura infinita
y a los vagos campitos un sentido de playa.

Así voy devolviéndole a Dios unos centavos
del caudal infinito que me pone en las manos.