Frost, Robert

Robert Frost (Estados Unidos 1874-1965)

Reseña biográfica

Poeta norteamericano nacido en San Francisco en 1874.

Al terminar estudios básicos en Darthmouth College de New Hampshire, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard carrera que suspendió en 1899 debido a problemas de salud.

En 1912, buscando un mejor futuro, viajó con su familia a Inglaterra donde permaneció tres años en los cuales publicó su primera colección de poemas “La voluntad de un muchacho” en 1913. De regreso a Norteamérica apoyado por amigos poetas como Ezra Pound, adquirió gran fama y fue reconocido como uno de los grandes poetas de su país, con trabajos como “Intervalos en la montaña” en 1916, “New Hampshire” en 1923, “El arroyo que fluye al oeste” en 1928, “Una cordillera de más allá” en 1936, “Máscara de la razón” en 1945 y “En el calvero” en 1962.

Recibió el premio Pullitzer en cuatro ocasiones.

Falleció en Boston en 1963.

Abedules

Cuando veo abedules oscilar a derecha

y a izquierda, ante una hilera de árboles más oscuros,

me complace pensar que un muchacho los mece.

Pero no es un muchacho quien los deja curvados,

sino las tempestades. A menudo hemos visto

los árboles cargados de hielo, en claros días

invernales, después de un aguacero.

Cuando sopla la brisa se les oye crujir,

se vuelven irisados cuando se resquebraja

su esmaltada corteza. Pronto el sol les arranca

sus conchas cristalinas, que mezcla con la nieve…

Esas pilas de conchas esparcidas diríase

que son la rota cúpula interior de los cielos.

La carga los doblega hacia los mustios

matorrales cercanos, pero nunca se quiebran,

aunque jamás podrán enderezarse solos:

durante muchos años las ramas de sus troncos

curvadas barrerán con sus hojas el suelo,

igual que arrodilladas doncellas con los sueltos

cabellos hacia atrás y secándose al sol.

Mas cuando la Verdad se me interpuso

en la forma de un hecho como la tempestad,

iba a decir que quizás un muchacho,

yendo a buscar las vacas, inclinaba los árboles…

Un muchacho que por vivir lejos del pueblo

sólo sabe jugar, en invierno o en verano,

a juegos que ha inventado para jugar él solo.

Ha domado los árboles de su padre uno a uno

pasando por encima de ellos tan a menudo

que nada les dejó de su tiesura.

A todos doblegó; no dejó ni uno solo

sin conquistar. Aprendió la manera

de no saltar de un árbol sin haber conseguido

doblarlo contra el suelo. Conservó el equilibrio

hasta llegar arriba, trepando con cuidado,

con la misma destreza que uno emplea al llenar

la copa hasta el borde, y aun arriba del borde.

Entonces, de un envión, disparaba los pies

hacia afuera y saltaba del aire hasta la tierra.

Yo fui también, antaño, un columpiador de árboles;

muy a menudo sueño en que volveré a serlo,

cuando me hallo cansado de mis meditaciones,

y la vida parece un bosque sin caminos

donde, al vagar por él, sentirnos en la cara

ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,

y un ojo lagrimea a causa de una brizna,

y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,

para luego volver y empezar otra vez.

Que jamás el destino, comprendiéndome mal,

me otorgue la mitad de lo que anhelo

y me niegue el regreso. Nada hay, para el amor,

como la tierra; ignoro si existe mejor sitio.

Quisiera encaramarme a un abedul, trepar,

por las ramas oscuras del blanquecino tronco

y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,

doblándose vencido, me volviese a la tierra.

Subir y regresar sería muy hermoso.

Pues hay cosas peores en la vida que ser

un columpiador de árboles.

Versión de Agustí Bartra

Alto en el bosque en una noche de invierno

Me imagino de quién son estos bosques.

Pero en el pueblo su casa se encuentra;

no me verá parada en este sitio,

ante sus bosques cubiertos de nieve.

Mi pequeño caballo encuentra insólito

parar aquí, sin ninguna alquería

entre el helado lago y estos bosques,

en la noche más lóbrega del año.

Las campanillas del arnés sacude

Como si presintiera que ocurre algo…

Sólo se oye otro son: el sigiloso

paso del viento entre los copos blandos.

¡Qué bellos son los bosques, y sombríos!

Pero tengo promesas que cumplir,

y andar mucho camino sin dormir,

y andar mucho camino sin dormir.

Versión de Agustí Bartra

Arrobamiento

La lluvia le dijo al viento:

-Empuja tú que yo azoto-

y tánto hirieron el soto

que de las flores altivas,

doblegadas pero vivas,

yo sentía el sufrimiento.

Versión de Agustí Bartra

El camino no elegido

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,

Y apenado por no poder tomar los dos

Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie

Mirando uno de ellos tan lejos como pude,

Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente,

Y habiendo tenido quizás la elección acertada,

Pues era tupido y requería uso;

Aunque en cuanto a lo que vi allí

Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,

¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!

Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,

Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro

De aquí a la eternidad:

Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,

Yo tomé el menos transitado,

Y eso hizo toda la diferencia.

Alto en el bosque en una noche de invierno

Me imagino de quién son estos bosques.

Pero en el pueblo su casa se encuentra;

no me verá parada en este sitio,

ante sus bosques cubiertos de nieve.

Mi pequeño caballo encuentra insólito

parar aquí, sin ninguna alquería

entre el halado lago y estos bosques,

en la noche más lóbrega del año.

Las campanillas del arnés sacude

como si presintiera que ocurre algo…

Sólo se oye otro son: el sigiloso

paso del viento entre los copos blandos.

¡Qué bellos son los bosques, y sombríos!

Pero tengo promesas que cumplir,

y andar mucho camino sin dormir,

y andar mucho camino sin dormir.

Versión de Agustí Bartra

El pastizal

Voy a limpiar el arroyo, en los pastos…

Sólo rastrillaré las hojas secas.

(Y quizás me detenga hasta ver clara el agua.)

No, no tardaré mucho. -Ven también.

Voy a buscar el lindo ternerillo

que se apoya en su madre. Es tan pequeño

que cuando ella lo lame se menea.

No tardaré mucho. -Ven también.

Versión de Agustí Bartra

El peligro de la esperanza

Es justo allí

a mitad de camino entre

el huerto desnudo

y el huerto verde,

cuando las ramas están a punto

de estallar en flor,

en rosa y blanco,

que tememos lo peor.

Pues no hay región

que a cualquier precio

no elija ese tiempo

para una noche de escarcha.

Versión de Carlos López Narváez

El potro desbocado

Tiempo ha, cuando la nieve empezaba a caer,

nos detuvimos junto, a unos pastos… ¿De quién será

aquel potro?”, dijimos. El pequeño Morgan había

puesto una pata delantera sobre el muro de piedra

y la otra sobre el pecho, encogida. Agachando

la cabeza, nos contempló un instante y huyó.

Escuchamos el diminuto retumbo de su fuga,

y nos pareció verle, una sombra gris recortándose

contra el inmenso cortinaje de los copos de nieve.

“Ese pequeño está asustado de la nieve que cae.

No conoce el invierno. Para ese pequeñuelo

no es cosa baladí. Y huye trotando.

Ni su madre podría decirle: «¡Quieto! ¡Es sólo el tiempo!»

El pensaría que ella sólo habla por hablar.

¿Dónde estará su madre? ¿Por qué no va con él?”

El potro ya regresa con su pétreo repiqueteo,

salta de nuevo el muro con ojos blanquecinos

y erguida la cola sin pelo.

Hace temblar su piel como si sacudiera moscas.

“Quienquiera que deja ese potro afuera tan tarde,

cuando los demás animales están en el establo,

hay que avisarle para que salga y lo haga entrar.”

Versión de Agustí Bartra

El teléfono

“Cuando hoy me hallaba yo lejos de aquí,

paseando sola,

quieta y tranquila

era la tarde.

Sobre una flor incliné mi cabeza

y oí tu voz.

¡Oh, no digas que no, porque entendí…!

Me hablaste desde aquella flor que está en la ventana.

¿Has olvidado lo que me dijiste?”

Pero dime antes qué creiste oir.”

“Esquivando una abeja de la flor,

incliné mi cabeza

y, cogiéndola luego por el tallo,

escuché y oí, clara, la palabra…

¿Pronunciaste mi nombre? ¿O bien dijiste…?

Sí, alguien dijo: «¡Ven!», mientras yo me inclinaba.”

“Si acaso lo pensaba, no lo dije en voz alta.”

“Por eso regresé.”

Versión de Agustí Bartra

Fuego y hielo

El mundo acabará, dicen, presa del fuego;

otros afirman que vencerá el hielo.

Por lo que yo sé acerca del deseo,

doy la razón a los que hablan de fuego.

Mas si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,

pienso que sé bastante sobre el odio

para afirmar que la ruina sería

quizás tan grande,

y bastaría.

Versión de Agustí Bartra

Noche invernal de un anciano

Más allá de las puertas, a través de la helada

que cubre la ventana formando unas estrellas

dispersas-, en la sombra, el mundo esta mirando

su cara: está vacía la habitación. Y duerme.

La lámpara inclinada muy cerca de su rostro

le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada.

Y la vejez le impide recordar en qué tiempo

llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo.

Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido.

Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano:

lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta

otra vez a la noche (la noche de sonidos

familiares ). Los árboles aúllan allá afuera;

todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo

para su rostro, quieta, una luz en la noche.

A la Luna confía -en esa Luna rota

que por ahora vale más que el sol- el cuidado

de velar por la nieve que yace sobre el techo,

de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro.

Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa.

Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia

de lugar. Es la noche. Respira suavemente.

No puede un viejo solo llenar toda una casa,

un rincón de los campos, una granja. No puede.

Así un anciano guarda la casa solitaria,

en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.

Versión de Miguel Arteche

Siega

En la linde del bosque no había más sonido

que el leve cuchicheo de una larga guadaña

hablando con la tierra. No sé qué le diría.

Quizás le contaba algo sobre el calor del sol,

o quizás algo acerca de aquel vasto silencio,

y por esto su voz no era más que susurro.

No le hablaba de un sueño nacido de los ocios,

ni de oro regalado por algún hada o duende:

fuera de la verdad, todo parece frágil

para el ferviente amor que alineó gavillas,

no sin dejar algunas flores (blancas orquídeas) ,

y asustó a una serpiente de un verde coruscante.

El sueño más hermoso que el trabajo conoce

son los hechos. Mi larga guadaña susurró,

y 0lvidóse del heno.

Versión de Agustí Bartra

Un alto en el bosque mientras nieva (otra versión)

De quién es este bosque, saber creo

-en el poblado su morada veo-

no habrá de sorprenderme contemplando

cubrir su bosque el invernal blanqueo.

Mi caballito se dirá extrañado

que, sin granja cercana, hemos parado

de este año en la tarde más oscura,

entre el bosque y el lago congelado.

Sacudiéndose, agita su cencerro

preguntando quizá: -¿será algún yerro?

Sólo el cierzo y los copos rumorean

blandamente del bosque en el encierro.

Yo, el bosque hondo y fusco veo risueño…

Mas, en cumplir promesas tengo empeño,

y millas debo andar antes del sueño,

un largo andar para llegar al sueño.

Versión de Agustí Bartra

Una vez, junto al pacífico

Las aguas agitadas con gran fragor rompían.

Y las olas cimeras, al ver las que venían,

hacer algo querían a la costa cercana

que el mar jamás ha hecho a la tierra su hermana.

Bajas e hirsutas eran las nubes en el cielo,

como guedejas sobre unos ojos de anhelo.

Diríase, en verdad, sin poder dar razones,

que agradaba a la costa tener sus farallones,

y a éstos ser sostenidos por todo un continente.

Se acercaba una noche de tiniebla evidente,

y no sólo una noche, sino una época horrible.

Habría que aprestarse contra un furor posible,

pues vendría algo más que olas en algazara

cuando su último ¡Apáguese la luz! Dios decretara.

Versión de Agustí Bartra