Gutiérrez, Goya

Reseña biográfica

Poeta española nacida en Aragón en 1954.

De 1968 a 1999 vivió en Barcelona en cuya Universidad se licenció en Filología Hispánica.

Ha estado durante años dedicada profesionalmente a la enseñanza pública en el nivel de secundaria, impartiendo la asignatura de Lengua y Literatura castellana.

Actualmente reside en Castelldefels donde es coeditora y directora de la revista literaria Alga

en versión bilingüe -castellano-catalán-.

Formó parte del grupo de poetas editores de “Bauma Cuadernos de Poesía” y participa activamente en el grupo de poesía “Alga”.

Sus actividades culturales giran en torno a la literatura y más específicamente la poesía, tanto en el campo de la creación como en el de la crítica.

Su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones: “Regresar” en 1995, “De mares y espumas” en 2001, “La mirada y el viaje” en 2004, “El cantar de las amantes” en 2006 y

“Ánforas” Editorial Devenir, Madrid 2009.

Bajo el manto de estrellas…

Bajo el manto de estrellas

De Nevsehir,

Te transportó la nota dilatada

Del cantor de un alminar.

Y en esa noche que tú ya conocías

A oscuras y vestida de un silencio remoto

Te embarcaste, como en sueño hacia aquel fondo,

Donde se refugiaron Titanes

Que fueron desterrados del mar a las tinieblas.

Prisión de siglos, gestación de gigantes

Y nacimiento del que fuiste testigo.

Y en esa convulsión de fuego y fuerza

De la boca materna incandescente

Densa leche que fue manando por la tierra,

Formando así las rocas habitables:

Chimeneas del viento, subterráneos

Refugios indomables, nostalgias

De otros tiempos, caricias femeninas

De las dunas jugando alrededor

De erectas piedras, bajo el ardiente sol

De CAPADOCIA

Del libro “La mirada y el viaje” Barcelona 2004

Benarés

Aunque penetres lentamente,

Al principio no sabes

Si estás en un infierno,

Pero el olor a polvo

De ruedas, pies desnudos,

Pezuñas y pedales

Es terroso y terreno.

Y el flujo inagotable,

De embarrancado río

De gentes y animales

Sacrílego, en las calles

Del elegido puerto

Y Útero de la muerte.

Bajo nubes de incienso

Llama el fuego a los muertos

Engalanados y dispuestos

Hacia el altar, lugar de inicio

Que no cambia.

No hay luto en esta noche

Candente de sus carnes

Crepitando en el viento.

En la quietud del cielo

Desnudo que amanece,

Devolverá el aire

Al agua su principio.

Navegará,

Entre ceniza y lodo.

Alboreará,

El mundo liberado

Del perpetuo regreso

Del libro “La mirada y el viaje” Barcelona 2004

Ciudad de los amantes

entre las diagonales de su cuerpo

mis pasos indecisos te buscaban,

huyendo de esos túneles inmensos

que engullen el metal

de los atardeceres,

y traspasan como agujeros negros

la ciudad y sus sueños las espumas,

aleteaban crepúsculos del último verano

archipiélago en la arena

de sus brazos,

se presentaba octubre vestido

de promesas,

noviembre cobijaba el temblor

de caderas aún frescas

que ya diciembre helaba,

y sus noches violetas derramaban

esperas

paseábamos las horas de ida y vuelta

hacia aquellas afueras

de ciudad,

donde los arrabales

tiñen con su cemento

el humo engendrado de las fábricas,

y motores impúdicos violan

silencios

de jóvenes amándose en parcelas

sin dueño,

ya ascienden por los muros buganvillas,

colorean el aire presagian primaveras,

presencian las ágiles piernas decididas

de la mujer hacia una cita a ciegas,

¿y adónde estabas tú cuando el amor

empuja desde el mar como un útero?

allí, junto a la brasa de despierta

luna, el cálido remanso de tus ojos,

el agua de tus brazos

regresando

mi cuerpo hacia otros túneles

de océanos de mares y desiertos,

aquí, dentro de nuestros pechos

que agolpaban las noches y los días

destejiendo,

para al fin encontrar

la hebra de seda

que el amor escondía en sus dominios

Del libro “La mirada y el viaje” Barcelona 2004

Ciudad de los tranvías

A Antoni Gaudí

los azules y verdes se entibiaban

hacia malvas y púrpuras,

como hogar encendido crepitaba la tarde,

y Ariadna

en sus ojos de niña, silenciosa

apresaba

el vuelo de las hojas y el ondear de un hilo:

estrechos ríos férreos surcaban

la ciudad de luciérnagas,

hasta la estancia mirador

llegaban aquellas dulces voces

de los locutores

que ella creía, habitaban allí,

felices y encantados por un mago

en aquel pequeño laberinto de cables,

misterioso

detrás del balcón y sobre el balancín

Ariadna se quedó dormida,

y en su sueño el crepúsculo

la condujo a una cueva

de galerías infinitas y abiertas puertas,

y ventanas que penetraban

en habitaciones de árboles

que daban al fondo

de un batiente mar

de danza planetaria,

y allí estaba él: genio, vate, Dédalo,

inmerso en el arte

y juego sin fin,

recorriendo casi agónicamente

con sus manos

el insondable espacio,

pesarosos los ojos

de no poder darle alcance al tiempo,

inagotable búsqueda, en sus dedos

apareció el extremo de un hilo,

corriente que lo arrastró hacia fuera,

un antiguo clochard se confundía

entre la muchedumbre ajena

en su mano una moneda para regar

aquel jardín eterno, abandonado

en la ciudad ausente, dormida

entre sus pasos,

Ariadna despertó violentamente,

tras los cristales el rostro

enmarcado en una conocida elipse,

y en las dos ondas verticales

de aquel número

raigambre

de obra, vida y muerte

sobre aquellos dos hilos paralelos

y negros, un cuerpo

desvencijado, anónimo,

y el parpadeo tenue

de una vieja luciérnaga

Del libro “La mirada y el viaje” Barcelona 2004

Ciudad hospitalaria

entre lisa pared y pálido jazmín

suben hacia este monte

palomas, tulipanes, bellas gardenias,

con sus manos de verde laurel

abrirán lechos blancos a la noche insomne,

vaciarán de dolor las cuencas de los ojos,

verterán amarillos de fiebre en informes,

pulsarán con sus dedos asépticos tubos

por donde discurren los ríos aciagos,

los túneles de aire, los vientres sin fondo,

los cuerpos de niebla tendidos

esperando del sol la mañana,

que disipe los grises

y el olor a otoño de los crisantemos

los pasillos extienden sus largos

tentáculos a orillas del breve reposo,

dando asiento

a aquella fatiga de la media tarde,

cuando ya las visitas regresan al mundo,

y el cálido rostro de palabras firmes

del especialista y doctor, queda lejos

diluido en las tenues luces del atardecer,

de las frías estancias de urgencias

suben ecos de navajas rojas,

y rumor de deseos sin frenos,

y quejidos de metal y sombra,

el murmullo se adensa en los techos

y presiona bajo finas vendas

la cama de al lado con cuerpo

sin alma, que anoche

sostenía aún su duelo

la enfermera cambiará solícita

la habitual posición de brazos y caderas

sin rastro

de sudor o lágrimas,

por un nuevo sueño bien algodonado

un frescor a semillas y a heno

llega en la mañana,

y las rosas de un jarrón, cortadas

anuncian partida, y su límite,

y el olor conocido de pétalos

nos devuelve

a retazos de tiempos y a nombres

y a calles, y a pasos sabidos

para desandar, lejos, muy lejos

de ese tiempo helado

de los hospitales

Del libro “La mirada y el viaje” Barcelona 2004

Ciudad violentada

[…] sé, en la guerra

tú, mi compañera

Safo, Himno a Afrodita

no hacen falta batallas,

huestes, generalifes,

metralletas y láser

marcas ultramodernas,

ni carros de combate,

ni buques de contienda

puede oprimir un techo,

la baldía ventana

que ha incitado al silencio,

el miedo aposentado

en la alargada mano

dominando la puerta,

recordando su cerco

en la piel lacerada

del alma, o de un beso

que ya sabe a alambrada

un brazo poseído,

poseedor de sombra,

un castigo sin culpa,

una invasión, sin fruto

dorado que exprimir,

un diablo sin su infierno,

quizás la libertad,

la belleza, el amor

podrían con el tiempo

llegar a transformarlo,

pero el cretino ríe

ante la tecnocracia

sabia y amordazada ,

y se extiende veloz

como la vieja peste

herrumbre de muñones,

ángel de dos cabezas

atraviesa las nubes,

vuelven polvo y ceniza

a contagiar la tierra,

será herencia o presente,

o serán esas piedras

partidas, mal curadas,

una letal vivencia

en este nuevo siglo

mientras, la voz de un niño

entre las ruinas, canta

Del libro “La mirada y el viaje” Barcelona 2004

Presente

Me desboco

En las arterias de tu música,

En sus ojos de neón.

Abrazo claros de luna.

Hago equilibrios

En las aristas de la madrugada,

Destruyo los límites,

Altero el orden de los días y las noches.

Para curarme

De la ceguera de tu boca,

Vierto licores envenenados

Que adhieran tus paredes

A las mías.

Enhebro en tu lengua

El hilo de mis deseos.

Me anudo en tus labios.

Danzo en tus vértices

Agotando las horas.

Del libro “De mares y espumas” Barcelona 2001

Tiempo cero

a Mercè

Un pájaro metálico

Devora la distancia,

Pero sabes que estás lejos

Cuando miras las sonrisas

Blancas, sin ironía

De su noche.

Allí, donde la bruma

Desdibuja los perfiles,

Y la montaña se alza

Amamantando el cielo.

Allí, en la raíces inalterables

Del baobab

Reflejado en sus ojos

Encuentran su refugio:

Máscaras danzarinas

Que espantan

La carrera de otros tiempos.

Allí quizás regresas tú

Disfrazada de viajera,

De incansable consumidor

De instantes.

Del libro “De mares y espumas” Barcelona 2001

El cantar de los amantes:

Homenaje a la poeta y al

poeta suicidas.

“Y ahora soy

espuma de trigo, resplandor de mares”

Sylvia Plath

Espuma espuma

Tragarse el mar respirar agua azul

limpiar con su sal los pulmones enfermos

de ese alquitrán del tedio que atrapa a algunos

seres que se escriben y pactan con la muerte

y has de estar en el mismo saliente

de piedra en la misma grieta

del cristal para comprenderlo

pero dejan su estela enrojecida

sólo para los otros

para muchas de ellas de ellos no hay tragedia

sólo hay ese deseo de cortar la última

hebra

salir de la jaula del mundo

sólo el pulso final el instante febril

de desenmascararla de mirarle a los ojos

sólo querer ser un mar silente

las olas

cercenando las púas de la angustia

entregando la raíz de la voz

a la gruta de las palabras

sólo ser píldora enrocada del reposo

disolver la conciencia

inundar la memoria ser nada

espuma espuma

Del libro “El cantar de las amantes” Barcelona, 2006

La flor del hibisco

IV. Ahora que la luz permite reencontrar

Los silencios que en el grito hibernaban,

Ahora que la lluvia crece irreversible

Bajo el resplandor del trigo y sus espigas

No quiero

Que el tiempo en que dudé de mí

Y de tu existencia

Trace sus redes de telaraña inhóspita

* * * * *

V. Pero, sin el certificado de amar,

Sin bendición ni hipoteca que obligue,

He mezclado mi sangre con tu sangre.

Mi saliva a través de tus labios

Se entrega como espuma

De ola a las arenas. Tierra y carne

Preñadas del olor a magnolia

Y del color del ámbar. Las lenguas,

En aquel hechizarse, olvidan

Los recuerdos de sombras de aves negras

Que traspasan el aire y llegan

Hasta el rayo fatal,

Con cuya claridad abrasa

El espectro más ínfimo.

* * * * *

VIII. En la habitación contigua

Ella escucha a la muerte.

El sonido del agua que baja

Desde el cuarto de baño

Hacia la alcantarilla

Es su helado mensaje:

Disuélvete en la nada,

Acabará la lucha,

Ellos quieren que arranques

La baldosa que guarda tu secreto,

Y despeñada desde el acantilado

Te absorberán las olas.

Pero la vida que aún la estira

En buen agrimensor la ha convertido,

E inspecciona el terreno

Y no halla en sí la kulpa, ni el kastillo,

Y mide, con mano temblorosa

La frialdad del agua…

De pronto

El timbre alborotado del teléfono,

El trajinar cotidiano de unos pasos

Y aquella voz amada

Regalo diario: flor de hibisco,

Que le recuerda el nombre enrojecido

De ese medicamento

Y juntos

La reintegran al mundo de los vivos.

* * * * *

X. Como flor de heliotropo

Queriendo absorber toda la luz,

Me siento yo de ti avariciosa,

Y tengo a veces miedo

Si no de dividirnos,

Sí, de que un azar ingrato

O un accidente absurdo,

-Aquél a quien llaman el destino-

Imponga la tiranía ciega,

Y sus celdas oscuras

De aislamiento.

Por eso enciendo velas

En toda nuestra casa,

Acaricio el color de las maderas

Y viajo a través de nuestros cuadros

Esperando a que llegues,

Sentada en un viejo balancín,

Y lleno todos los huecos y rincones

De blanca sal marina.

* * * * *

XIII. No hay amor sin su sombra y su dolor…

Eros siempre es un niño

Que se nutre de amnesia.

No hay amor sin su sombra y su dolor

Lo sé.

Y también sé que el mar borra las huellas

De las horas clavándose en la arena

Y los ojos llenándose de azul,

Que a veces miran glaucos y poblados

De niebla

Las espumas, desde otoñales playas.

Por eso,

Cuando desvanecidas las estrellas

Que alumbraron estos primeros pasos

Del amor,

Quedemos solitarios una noche

De Octubre

Bajo débiles luces de neón….

Aun sabiendo

Que el tiempo seguirá con sus estragos

¡Cómo quisiera envejecer contigo

Y en los rescoldos del invierno amarnos!

* * * * *

XIV. Y cuando hagan acopio las cenizas

Y amanezcan los primeros fríos:

Juntos indagaremos otras fuentes,

Nuevas formas de amar y de ternura,

Juntos rescribiremos estos versos

Con la sabia mesura de quien llega

De ese viaje del tiempo y la memoria.

Juntos avivaremos con caricias

Los recuerdos

De aquellos días que en ciernes entramos

En la selva por explorar de nuestras

Vidas.

* * * * *

XV. Y cuando de los ojos de la memoria

Se aleje la flor de los almendros

Y las ramas colmadas de los cerezos:

Sin ninguna inocencia

Quisiera que la bondad triunfara,

Poder reconocerla en la mirada

De las fotografías que guardemos,

Y una pequeña sombra de misterio,

Como cuando la abuela me contaba

Historias

De endiabladas y hechiceras al calor

Del fuego,

En los tiempos que las flores sucumben

Tras el rocío, a las fuertes heladas

De un invierno.

Del libro “El cantar de las amantes” Barcelona, 2006

De “Ánforas” 2009 Editorial Devenir, Madrid 2009:

Dar vida cantar su muerte

Tú sabes que no es fácil

que vuelvan a brotar esos gladiolos

Decir que en otro orden la luna el mar existen

Que grullas cenicientas transporten en su pico

la tormenta que sus sílabas puedan

relampaguear en tu poema

No es fácil que no te tiemble el pulso

ante el recuerdo de tantos amasijos de hierro

enmudecidos o de quien rehaciéndolos

quiso darles su voz sobre los campos

de pétalos cruzados en tallos de agonía

Que después de la noche cavada

ya ninguna palabra pueda ser pronunciada

ni escrita con su traje indigente

Y el peso de su color raído

Ha minado las capas muchos de sus tejidos:

belleza vaciada

en un negro agujero de polilla

¿Pero acaso no es ésta

la artífice de esa perforación?

Las palabras son panes que se amasan de nuevo

con esa levadura del día

Para mostrar las cosas los seres sus carencias

de mí a tu otro tacto

Transformándolas al calor que las dore

Y las haga olvidar en su corteza formada

los rumores los gestos todas las manos

que tú sabes en su interior habitan

Para poder vivir:

Dar vida cantar su muerte

De “Ánforas” Editorial Devenir, Madrid 2009

De parada y destino imprevisible

Hay trenes como flechas traspasando mi ensueño

Oigo en la lejanía su aullido dilatado en el aire

en medio de la noche

Y todos sus vagones semejan componentes

de esa vieja manada de los antiguos lobos

Atravesando el furor de los hombres

Viajando así en su huida

hacia estepas que quieran albergarlos

Son trenes que no paran ni detienen su curso

en nuestras estaciones de paso cotidianas

Temen perder el rumbo y la velocidad

de su galope al ritmo de una brújula

dirigiendo sus pies fijando su destino

Veo el rumor de su despedida expandirse

Alejarse de la inmediatez de este silencio

de sonido vacío

como el foso que vela ésa tu otra existencia

Hay trenes alados que circundan mi calle

Aves de vuelo gris amaneciendo

que esperan arrancar como ayer

la noche de tus ojos

Su graznido ya no parece huir

Ves cómo se detiene y se aposenta

en raíles de un hierro

que si escuchas en él oirás aún las grietas

y el sabor residual de viajes oxidados

Sobre ellos ha crecido este ofidio

de nuestras cercanías

que pretende engullir tantas manos y pies

ovillados aún bajo su manta en sus asientos:

Hacia el aire expoliado de alas de la gran urbe

Hacia el nido gigante donde reina

un grito más duro y compacto que la roca:

cemento armado gris llenando la calvicie del día

al olvidar la oscuridad que acoge resonancias

De voces y de espacios

O raíles uniendo los fragmentos de túneles

que en mi insomnio estacionan

para que te alces al vagón de otro vuelo

De parada y destino imprevisibles

De “Ánforas” Editorial Devenir, Madrid 2009

En el regreso

XVII

Un día quisiera fondear mi nave

y acercarme a nado

como el ladrón que ha olvidado su oficio

Cuando los párpados apretados

retienen las imágenes de los ensueños

Cuando la noche abre sus oscuros brazos

de un silencio apacible

No desearía desviar

los hilos invisibles que el destino

pueda haber trazado sobre el aire

de mi región de origen

Un día quisiera pintar de destiempo

mi barca su obra muerta-viva

Llegar antes de amanecer para escalar

hasta la torre-mirador-buhardilla

Ahondar en las raíces que han crecido

detrás de tu mirada

hasta hacer brotar lo que hay oculto:

En el paisaje de yemas anuladas por las grúas

En la roja traición del tumor en cadena

En el hedor prensil que sirve de alimento

a los dedos que también nos señalan y expulsan

En los rostros carcomidos por el ácido

En la necia posesión que tiraniza

una belleza que hubiera sido

Como una gran compañía redonda

Como las uvas jugosas del tiempo

que aun vacías retienen su dulzura

Y qué daría yo por hallar ese prodigio

que apresar no se deja

Su lecho ilimitado de cristal

sin que nada de ella huya

No temer ya al viento desabrido del invierno

Y tendiéndome en la delicia de la hierba

o sobre las crestas alisadas de alta mar

reconocer lo permanente en esos ojos:

Su duda al elevarse

Como otra forma de saber otro orden

que es seda y es metal y vidrio opalescente

Configurados

por el múltiple rostro de las palabras:

Las mismas que te piensan y alimentan tu pulso

Las que atraviesan cada noche mis sueños

Las que interrogan a quien habita en ellos

Las que rescatan de zonas abisales fósiles

como perlas no ajenas al cuerpo que las forja

Las que dibujan bordados de la idea

de mi pensamiento

en hebras sobre la piel de tu poema

Las que me enseñan los secretos de sus metales

en tu mano junto al fuego en su fragua

Con ellas me he atrevido a jugar esta partida

Azarosa escalera de figuras

con poder de arcanos

Guardianas de una llave antiquísima

capaz de abrir el muro de todo lo certero

que lleva en sí la muerte

Sin ellas qué mineral qué ruinas qué arrecifes

En qué grietas de espejos confundirse

En qué bordes de mil acantilados

abismarse hacia qué esferas penetrar

Su música y cómo renunciar

a pronunciar sus nombres como espadas

de gladiolos de fuego floreciendo

del cristal de las aguas

La nada sin su canto sin su collar de perlas

sin su estela de piélago sin su sal en tu lengua

Llovedme de palabras inundad mis cabellos

Dejadla de alfarera junto a su vidrio hacer

de esta ambigua existencia de lo ebrio: ánforas

que prensen en su vientre los espacios

de otras páginas su respirar

de ojos y de labios

licuados en tu esencia como una creación

de lo que aún desconozco

Como un néctar un silencio nutrido

de rosas-calcinadas y de cenizas-bálsamo

Estremeciendo curando de la fiebre

que exhala su sudor en los espejos

vacíos del poema

Quiero palabras poliédricas de antídoto

inmunizando al alma

de esa vasta anorexia que crece en sus fisuras

Del exceso que se encostra en las máscaras

acumulando el tedio

Dejadla hacer palabras que transformen

en distintas verdades la mentira

Antes que la luz hiera mi incertidumbre

y vele su materia

Antes que emerja su inapelable imagen

y quede desvelada

Antes de regresar de este rincón opaco

de tu laboratorio

Antes que la fugacidad abra su puerta

Antes que nos invada su niebla inexorable

De “Ánforas” Editorial Devenir, Madrid 2009

Escribiendo lo que huye

Tengo un rostro lacerado por arrugas secas.

Margarite Duras

El amante de rasgos afilados

y manos de marfil

tiene una cueva en el pecho

atravesada por hielos milenarios

El amante de la China del Norte

sostiene siglos en los hombros

a cambio de un oro viejo

que hunde también sus manos

en lo obsceno

Semejante a la miseria

de los que nada poseen

Leo los brazos de los tilos abriéndose

Cubriendo el verdepálido

de la noche Indochina

Reconozco a la niña de piel blanca

resucitada de millares de muertes

Dolor de desterrada

más anciana que el tiempo

Sabia como el oído y el ojo

que hacia dentro atesoran

filtrando un elixir:

(latido universal)

Con que una mano pueda los metales fundidos

al calor desnombrar

Escribiendo lo que huye

De “Ánforas” Editorial Devenir, Madrid 2009