Gantotena, Alfredo

Reseña biográfica

Poeta ecuatoriano nacido en Quito en 1904.

Hijo de un rico terrateniente, a los dieciséis años fue enviado a Francia para completar su educación. Permaneció diez años en Paris, donde además de graduarse como Ingeniero de Minas para satisfacer los deseos de su padre, entró en contacto con Jules Supervielle, Max Jacob y Jean Cocteau, quienes propiciaron la publicación de sus primeros poemas en francés.

Su primera obra, “Origénie”, de inclinación netamente vanguardista, fue publicada en 1928. Gran amigo de Henri Michaux, viajó con él por los Andes y la Amazonía, experiencia que dio origen a su obra “Ecuador”, publicada en 1929.

“Absence” 1932, “Yocaste” y “Tempestad secreta”, escrita en español y publicada en 1940, representan la mayor parte de su obra.

A partir de su retorno, y salvo dos estancias en el extranjero, en París como agregado cultural, y en Valparaíso como cónsul, permaneció en Quito hasta su muerte, ocurrida en diciembre de 1944.

De “Primeros poemas” 1923 – 1927

El agua

Navegante,

¡Almendra del navío!

La mirada acorralada por tantos brillos,

Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.

El arco metálico arranca de las ramas astrales

El lino de las cataratas.

¡El hielo de las cabezas sobre la esfera

Que sonará una voz sin nombre!

¡Bah, la luna en su plenitud!

El asalto guerrero de las llamas

Que me libra de la sima de espuma

Y de las jaulas de plata.

La campana gotea, ¡ay! en la clepsidra:

En mí las sílabas del otro, virtuales y explosivas.

Presa total de las bocas de la hidra,

Rueda también mi hermano hacia el pantano del Atlante.

Con la sola resaca de la orilla liminar

¡Cuán lejana es la osadía del corsario!

La fauna brota cardinal y ampulosa:

¡La manada salvaje

del Maelstrom!

¡Yo me abrazo al mástil como un retoño!

Versión de Tolomeo Samaniego

Los amotinados

¡Ah, risa loca!

¿Henos aquí tus compañeros

Ilustres en la ciudad de los políperos?

¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!

Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.

¡La tierra para nosotros! ¡Y en nuestra angustia

Más bien el cieno de los cerdos

Que el hueso que flota

Como leño podrido del alud!

Escucha cómo, avarienta, la oreja ronca,

Encenegada, después de los calados.

Pero cuídate, sostén de nuestro amor:

Los perros que te rodean

Sabremos allanar los caos y los letargos.

¡Ya la uña se aguza en el viento de altamar!

El cinto y el carbúnculo en la muchedumbre,

¡El anillo constrictor para extenuarte!

Basta de palabras de embrujo

Y del filtro que extraemos de nosotros mismos.

¡Ah! ¡Qué bien se vacía el odre de la sierpe

En el artificio de tus canciones!

Versión de Tolomeo Samaniego

Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia…

A Gonzalo Zaldumbide

Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia:

Dama admirable, ceded a mi alma el esplendor de Vuestra Magnificencia.

Gritos velados de mis dientes, estertores salvajes del parto,

Dictad me la orden en los dédalos de mi canto.

Resortes y fuerzas martillados en los cráteres del sedimento;

Puertas omnímodas extraviadas en los palacios de diamante;

Y vosotros, senos del éter, donde se desmayan las fuentes del año,

Lactad, íntimos, las vías frugales que se derraman en mi pensamiento.

Bocas amasadas en el éxtasis y en la plenitud del sueño,

Anunciad al fiel para que escuche el follaje del espíritu.

El émulo del arquero, por la ruta alisia, apacigua las selvas:

Id a debatiros en la onda de sus plumas,

En el instante capital en el que evoco los encantos del mundo.

El acicate de su inmensa empresa y su gloria de doble filo

Que yo clame sin par, ¡Oh Legiones! la epopeya del Gran Navegante.

Versión de Tolomeo Samaniego

Pero Él

¡Amén, Silencio! El paso se inquieta en el suelo de las gamas.

Recojamos las melódicas flores de la pastoral

Para nuestras tiernas hermanas.

Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.

Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.

¡Que el mundo alterado inicie las rutas del relámpago!

Íntimamente intactos, oh cementerios, de mi fósforo,

Enrollad vuestro mar deslumbrante, vuestro océano sonoro.

Entre la inmovilidad de los tallos que el astro confunde

Están mis labios arrastrándose en esas lágrimas y áureas bebidas.

Las formas se lanzan a la conquista del viento.

Alojad a ese anciano, advientos, nitidez,

La espalda ya no soporta bajo tanta oscuridad.

¡Me bastas, cohorte, y me atormentas!

Maldición, ¿qué vigilancia me sujeta hacia atrás las huellas?

Ave de infortunio, tú serpenteas, ave

Implacable, en mi cerebro.

Brujas, silba el veneno de vuestros dedos;

¿No soy acaso digno de vuestras cábalas?

Un cargado aliento -floración más rara-

Injuria violentamente a los que viven en las charcas.

Fuerzas secretas, ¡para mí el magisterio de vuestros cenáculos

Si desfallezco!

Sin embargo, tal cálculo

Era fórmula cierta y hecho de milagro,

Solemne y bajo vuestras cúpulas protegido,

¡Oh lámpara de ceguera!

Versión de Tolomeo Samaniego

De “Orogenia” 1928

A mis:

Paul A. Bar

Max Jacob

Pierre Morhange

Jules Supervielle

Gonzalo Zaldumbide

* * * * *

Bebida turbia

A Henry Michaux

Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del sueño, en mi urbe.

La oda comienza: que muja en mí la imprenta.

¡Funde este orden, ácido rojo del estío!

Y que yo palpe las verdes ancas de la pradera.

La imagen del Espíritu Santo se inflama detrás de las vidrieras;

Sus bordadas alas de amor penden de las extremidades del dintel,

Y las umbelíferas sombras de miel se abrasan y me penetran,

Sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores: pentecostés de mis padres.

¡Rocas, como esos frutos

Madurad, rocas bajo la luna,

En las salivas del año!

Ah los paisajes de mi grandeza.

Y más blancas que todas las nieves,

Que el iris del moribundo,

En los hontanares del limpio cielo, mis sienes palpitan.

Sudor de las lacas, plenitud de los poros.

Estoy prendido a los muros del antro como las lágrimas de las madréporas.

Semejante al gallo en su demencia planetaria,

Estoy poseído por la sibilina diestra de yeso.

¡Oh palabra en el olvido,

Astro del desierto, alumbra mi desnudez!

Deja al agua celeste de tus ramas extenderse y fulgurar

Sobre el paisaje de un solitario.

El verde grito del sapo se torna líquido en mi alma.

Y como el topo

Que mira las bóvedas de la tierra,

La frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.

Ambulo ciego y busco los treinta y tres clavos sobre el piso;

El alfabeto del bosque me restituye las palabras sonoras, ya pronunciadas.

¡Os ruego!

Miembros de la aventura, modelad el limo de nuestro semblante.

Los párpados se ahuyentan, el cielo se construye.

Súbita virgen, ¿eres tú como el océano

Que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?

En tanto que se eternizan, en la encarnada espera de mi sangre,

El clamor, el estrépito y la velada voraz de las chinches,

¡Levantáos, espadas, en la plata de vuestra fuerza,

Y arrancadme de este horno!

¡Desgarradme, uñas, esta corteza y estas membranas tan pesadas de sueño!

Las aristas del sílex, la cal y el follaje de las rocas

Se enarbolan en mis ojos.

Bajo el peso y el sonido de tu presencia,

Los muros de mi guarida se yerguen en las raíces de la tormenta,

¡Fértil estrato de la noche!

Y mi sombra se regodea en la soledad de tus muros.

Se ciñen las llamas de las cortinas a las cañas de mis arterias;

¡No es el nimbo sino la huella del duro casco!

Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo, a mecerme, pájaros;

A fin de que mi corazón en gozo recuerde la frescura de las aguas.

Pero, oh Lázaro, ¿quién mojará mis labios en estos parajes?

¡Quién de este mundo podrá morder la maleza de mi exilio?

El infortunio toma en mí las formas del continente;

¡Y el alma siniestra de fango

Macula el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!

Versión de Gonzalo Escudero

El hombre de Trujillo

A Paul A. Bar

Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.

Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.

Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia

En la querencia de tu inocente claridad.

¡Salud, mar vegetal!

Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas argénteas de la aurora.

No obstante que murmuran en la espuma de su lino

Las velas desplegadas de las carabelas,

Escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.

¡Aclarad, astros del silencio,

la paz de las tumbas y la existencia de las flores!

Religiosamente entre las brisas y las aguas, vuestro eco se irradia al fondo de las simas.

Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,

el ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión,

Y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla en la tarde.

¡No!

Ni esta mural y plural presencia de mis padres,

Ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del cemento,

Me impedirán, mil ataduras, ausentarme,

¡Orinadas rejas!

Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.

¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.

El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta

En selva de seda

Y en cálida resonancia de la abeja semidormida.

Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:

Ahí renace el alba lustral y salina,

El alba de los pájaros.

¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas

Canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!

Más tarde,

Más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,

Todas las vasijas y los odres secos,

Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!

La sien sonora de mi pensamiento,

La oreja en la tempestad y los clarines de la arena.

El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo desolado.

Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,

Tiemblan mis dedos

Como la savia y como el año.

Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;

Palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que se adelanta,

Oh taciturno,

Y que desaparezca este harapo sumergido en la onda y las brumas de un suspiro,

Oh taciturno,

Como las piedras bajo el peso del futuro.

¡Yo profiero este grito tan alto,

pitanza de las águilas!

Setenta veces me enfango y me revuelvo

En los lagares de las landas y los pantanos.

¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de terciopelo

Y extraía su sombra con cuidado

De los plutónicos haberes de la noche.

Pero si yerra y se alarga,

Si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes del invierno,

Nadie sabe escucharlo

Sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su planicie helada.

Piedad, oh piedad, que nos podrirnos en la vitrina de las estaciones.

Después del gran viento líquido del firmamento,

Después de esta fontana de eternidad,

Se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.

Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad

Del alma en la grande e implacable violencia que me destruye para siempre!

¡Oh cruz!

Astro de geometría, mi palabra,

Insignia destellante,

Cruz oblicua de estos mundos nuevos,

¡Mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos cardinales!

Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la resistencia para el viaje.

Cohortes

Bajo mi soplo,

¿Hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?

Sobre la aorta pesa

Su leche nocturna.

Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.

¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,

Que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!

¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,

El edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!

Purificad lo que hay de permutable en mí,

Hermanos, amigos, iluminad las sabanas y los corredores,

Hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la muerte.

Versión de Gonzalo Escudero

El ladrón

A Jules Supervielle

Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,

En las profundas soledades del invierno,

Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.

Ya el lobo no escucha en su guarida

Sino el golpe siniestro de mis años.

Y cuidado con las llamas de un solsticio soñado:

En sus claros de bosque,

Las divinas y vigilantes miradas husmean entre las hojas marchitas.

Desollándome como Judas el infame

-El alma en la punta de la lengua helada-

Me agito en el más bajo fondo del bosque

Como las entrañas del famélico.

Mil formas solemnes se precisan en esta sombra oscura y temida,

Mil formas solemnes que se jactan ante mí del hipócrita contorno de sus encantos.

El limo de mi sombra aterciopelada

Me ofusca los sentidos y anuda mis pasos.

Como el árbol que dolorosamente reprime su cuita

En el blanco nadir de sus raíces,

El hombre maldice su destino.

En la basílica de los pinares,

El yermo corazón se lamenta:

«¡Despréndete aceleradamente, río, y sé

»La cuerda, la siniestra cuerda que me estrangulará!

»Que las ramas de hierro prendan los hervores de la tempestad.

»Aunque las frondas del relámpago estallen,

»No podréis jamás apagarla.

»Cielos, tristes y sombríos cielos,

»¡Jamás apagar esta llama de amor que canta dentro de mis ojos!»

«¡Sobre qué lienzo se imprime mi semblante?

»Sobre vosotros, charcas de absintio

»Y putrefactos brazos del río.»

«En el aire, en el agua mental del firmamento,

»¡Dónde, en qué onda embrujada, se abrevan mis ojos?

»¡En las cavernas de la tempestad o en la extrema

»Soledad del movimiento?»

«¡Hierbas, adiós!

»Me he fatigado y saciado con vuestra savia inmóvil.

»¡Adiós!

»Me lanzo sobre la punta de mis pies

»Hacia el meteoro de Belén.

»Sin hurtaros un día el Paraíso,

»Al revés de la gota adormecida,

»Escalo los torreones más altos,

»Señor,

»Señor, a fin de ofreceros muscíneas.»

Versión de Gonzalo Escudero

De “La tempestad secreta” 1926 – 1927

A.M.E.

Ausencia 1932

A la que fue todo amor,

embriagadora y cortejada,

Lucrecia Borgia,

mi ancestro bienamado.

Para vosotros, mis compañeros de exilio,

Henri Michaux, andré de Pardiac de Monlezun,

Aram D. Mourandian

Versión de Gonzalo Escudero

* * * * *

IV. Estás ahí en medio de la noche, Señora,

Aparecida en el instante, Señora, en medio del invierno de mi noche.

Me he dicho entonces: «Si bien recuerdo, Alejandro fue un gran capitán.

«Y el rey Salomón vivió solemnemente como un gran rey.»

Mas me tiene sin cuidado Alejandro y no soy el rey Salomón.

Y no tengo nada, nada que decir de la reina de Saba.

Pero a vos, alta y bella,

Señora, ¿tendré la memorable suerte de interrogaros?

Muchas gentes me rodean: amigos y parientes,

Yo lo admito,

Muchas gentes que me desafían.

Pero ciertamente ellas tienen razón, ciertamente.

Y esta malla interna de sangre, esta malla de sangre que me lacera los ojos,

Tienen razón porque esta malla de sangre bien lo prueba.

No obstante, tranquilizaos, que no siento por vos ni cólera ni tristeza,

Ningún deseo de morir,

¡No! Las atenciones tampoco me afectan.

Sois libre de hablar y regocijaros, en excelente compañía,

sobre estos mil pensamientos que permanecerán para

mí eternamente secretos.

Y todas estas gentes que os rodean y están ahí, gravitando en torno vuestro,

Señora, son libres también para comentar mi caída y mi despecho.

¿No lo había yo predicho desde hace largo tiempo?

Señora, entre ellos, parece que se encuentra alguien fuerte y rico en gracias,

Alguien bien acogido a quien yo le enveneno, le corroo y descompongo

en todas las digitales de mi rencor y de mi espíritu.

¡Así pues, que él desconfíe de mí!

¡Cuidado con él! De ningún modo mi venganza se privará de una presa tan bella y tentadora.

¡Y que silencie y, si le parece bien, se marche a cualquier parte!

¡Que silencie!

Yo le digo: mis brazos tiemblan extrañamente y mi voz se torna dura, sombría y solemne.

Yo le prevengo: los días, sí, los días de su espera, lo juro, no serán de gozo fácil.

¡Más bien de sangre, de sangre!

A menos, Señor, que las flores,

Que las flores dulces y lentas vengan a hablarme de un perfume

aún más penetrante que los soplos del olvido.

Días de vergüenza, días de angustia.

¿Cómo no le han hablado de ello los astros?

¿Dónde se oculta este hombre? , ¿qué hacía él de la luz de los sueños?

¿Se demora y se olvida el viento en su pensamiento?

El viento de la selva me trae obscuras palabras, obscuras amenazas.

Viento amigo, socórreme, que tu advertencia será el pesado lastre de mi venganza,

Hazlo de suerte que este ser de elocuencia lo sepa;

¡Que advierta mi poder y mi naturaleza de ángel o de condenado,

poco importa!

Que advierta, en tiempo oportuno, el terrible color de mis miradas.

¿Mas para qué?

Ciego, viviré en adelante las horas que he vivido.

Olvida, viento, mis desgarradas palabras,

Y perdona, te lo ruego,

A este ser altamente privilegiado,

A este hombre que aborrezco y envidio

Tanto y tanto… etc.

* * * * *

VII. Muchos insectos en torno de un solo pensamiento,

Pero el mío está ausente bajo un cielo de lluvia.

¡Y tú has venido un día, Pizarro, acicateado por una gran pasión!

Como tú, fantasma, enciendo mi alma cerca de la extraña floresta,

Donde tú amabas antes aspirar el tenaz aliento.

Pero cuántas de estas pupilas nauseabundas me envuelven asimismo,

Como en la hora de angustia, pesada y mala para tu espíritu,

Y se demoran en mirarme languidecer.

¡Morir! Lejos de aquí los ojos

Y el noble espíritu tan cerca de las cadenas que mi corazón han ceñido.

Me llama la sangre.

La sangre de los días de éxtasis, más acompasada que la mar.

La sangre que no olvida jamás y que me invade con su color terrible.

Que este inútil viaje de los ojos termine pronto!

Así el paciente corazón anhela volver a ver su sangre

Y gozar de una codiciada sombra, más dulce y más propicia en su temblor de quejumbre.

¡Mas que regrese pronto!

Porque ella me espera, mi Esposa, con la mirada al viento, allá lejos,

blanca y secreta como la nieve de una estrella nueva.

Ah Señor, si he recorrido una patria mala, tened piedad de aquél que os ofende,

pobre infante olvidado en las espinas de su calvario.

Os grito: «¡Señor, curadme de la mar inmensa, de mi tristeza grande y del astro

banal que ilumina la tierra de mi tormento!»

La noche se torna más grande y más densa,

buscando perdidamente sus sombras.

Grande es mi infortunio.

Abriré mi corazón a las bestias bravías que recorren el mundo como el fuego de las arenas.

¿En qué nuevo Espíritu buscaré alojamiento?

El opio desperdiga mis sombras, derramando sobre todo párpado su melancolía de ausencias.

Y añade el corazón desesperado:

«La ausencia!

«La ausencia sin límite.

«Oh cómo está lejano mi hogar de gloria.

«Oh labios amadores, las lágrimas no son tan profundas como para llorar tanto

vuestro alejamiento.»

¡El cielo endurecido no resuena!

Flores sin tallo que tienen el peso de la sangre.

Y la noche se vuelve más dulce, más próxima y más estrujadora:

»¡Abrete!

»Abre tu sueño a mis alientos,

»Porque soy la libertad de las brisas.

»Porque traigo con los siglos la convalecencia de tus pupilas.

»Está presto el camino, la forma del sueño busca su destino.

»Oh labios, el tiempo os apresura,

»Restituidme a mi cielo de inteligencia,

»Que el solo contacto de irreductible amor lo aseguro en este reino de vida.»

* * * * *

XIV. Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros

de arcilla somnolienta,

Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,

Y a su diálogo de polvo.

Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,

Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma

que los envejecerá sin tardanza.

El umbral se viste con la sombra alerta de mis manantiales y de mi espliego.

El umbral me llama y solicita.

¡Qué ternura en nuestros gestos!

¡Oh dulzura y transparencia de nuestras miradas!

Y el sol no es sino un encarnado soplo en la tarde.

La brisa, se derrama como un llanto solitario

A lo largo de las hojas adormecidas.

Todas las cosas por el mundo se juntan y se estrechan,

Todas las cosas se estrechan en la profundidad de sus rodillas.

Oh Tierra, tú gozas

En la cosecha y la savia de tus frutos.

Y aquél que se interna en los sueños

Y devora deleitado los panículos del maíz.

Pero si el enfermo contempla

A contraluz la membrana sanguinolenta en el intersticio de sus dedos,

Ah cómo se lamenta

Por este indefinible y perpetuo gemido,

Por el estridente clamor en los vidrios arenosos

Yen las harinas y la cascada del molino.

«¡Astros en mi espíritu, él dice, ni vosotros

»Ni el agua múltiple en la potencia de sus voces,

»Ni vosotros, palabras bienhechoras de un día,

»Podréis devolverme la sangre febril de mi amor!»

Aquí abajo, por lo contrario, la más verde de las moscas,

Rumorosa reina en el ojo ventoso de la cerradura,

Se deleita noctámbula en las cavernas umbrosas

Y en las grutas innumerables de un palacio fastuoso.

Que retumbe un gran sonido en los lechos sonoros del viento alisio:

El grillo,

Por las puertas malvas de su hierba

Restituye el asilo y la querencia de su morada.

Versión de Gonzalo Escudero

De “Yocasta” 1934

Á Marie Lalou

Versión de Margarita Guarderas

* * * * *

Y heme aquí la espera ardiente

nacida en la arena del desierto.

Voy de soslayo como lo hacen las tempestades,

toda mi sangre recogida en mí mismo.

Ansioso viajero, en las olas graves,

Voy hacia ese país, lejos de todo espíritu.

Viajando por el sendero, por fin reconozco tu voz en un suspiro.

¡Oh selva transparente, oh selva, tus vientos primordiales han hecho nacer

el alba en mi recinto!

Mil rumores llenan mis sienes

Ellos son suaves para mi rostro como los alientos del rocío

alrededor de tantos brotes quemados.

¡Adelante, oh alma mía, adelante en el cielo profundo!

Mientras tras tuyo surgen ya mil injurias y se hincha la maldición.

Adelante, mi sangre más rica brilla en las llamas elocuentes del espíritu.

En acecho camino en tus tormentos,

¡Oh príncipe de innumerables plantas!

Seis largos siglos han penetrado ya este licor de abejorros.

¡Salud! llego al fin, entre las altas nubes y los torrentes, entre tu séquito.

Escucha, oh príncipe mi lenguaje impaciente.

Miradme,

No habréis visto jamás una soledad y una cara más puras.

* * * * *

¡Mi destino en el centro de esta pasión! En las noches de mi violencia

crece, en rojo, una exuberante selva.

Aquí me cubro con las manos.

Y este horizonte ceniciento del desierto, a mi derecha, que he frecuentado en todo tiempo.

Sin embargo, cara al viento, partiré esta noche.

Cara al viento. Y la lluvia afuera como un pensamiento torrencial, afuera sobre la extensión.

Yo partiré.

Sin embargo el azul celeste de Mayo estalla en mi espacio de olvido.

Estos arenales, a mis pies, no han conocido las estaciones y mi palidez se intensifica

de una tristeza que ni mi misma sangre sabría borrar.

Yo partiré.

Mis miradas brillan en la sombra como el rocío tropical.

Ella acudirá. Ella acudirá, en el resplandor de sus axilas, para darme de beber

desde las primeras palabras de mi sed.

¡Oh dura selva en las raíces del viento!

Todos mis sufrimientos han fomentado en mí este silencio.

Me abriré yo entonces así, todo sangrante, a tu fecundidad sangrante,

A tu espíritu ya tu gracia, de pie en mi espera.

¡Yocasta!

¡O sexo, o virtud total

en mi locura de todo tu sexo

y en la intimidad carnal de mi locura!

Persisto a brillar en la savia nocturna de este sabor.

Mi carne recorrida por un aroma de luna se ofrece a las caricias que han sido prometidas.

¿Pero vendrás tú algún día?

Destruyo de golpe las alas de la casa; de los árboles, de los capullos.

¡Homogeneidad vaporosa de los astros apartados de mi dolor!

Escucho acercarse su venida.

Deslumbrado en mi carne,

en los latidos de mis entrañas,

me yergo, desnudo, a esperarle.

¡Yocasta!

En el gran viento de los lobos,

la gran luna tropical brilla sobre mi destino.

Amor mío, he aquí entonces mis manos en la blancura nocturna, mis manos líquidas

y transparentes de la leche filtrante de esta llamada.

En mis miradas ninguna imagen te interrumpe.

Amor mío, te espero en la totalidad pura de tu presencia.

Y la puerta se abrió de improviso.

Mi amor, desde entonces quiebras toda sujección, todo estado anterior.

Me riegas en el delirio y los perfumes,

mi temblor te busca por todas partes,

en la eternidad triunfal de tus brazos,

en la blancura sobre mí de toda tu carne sobre mí.

Aturdida, mi cabeza rueda en la suave sombra de tus manos,

en las columnas primordiales de tu sangre.

Amor mío, te llamo,

giro en el insostenible vértigo,

muero, esta noche, en la árida fraternidad de los arenales,

entre esta noche llena de astros y de jardines.

Y tú, lustral, y de tu desnudez nupcial, oh mi amor,

el deslumbrante sol jamás se apagará.

Quito, 1934

Versión de Margarita Guarderas

De “Crueldades” 1935

Á Marie Lalou

Versión de Cristina Burneo y Verónica Mosquera

* * * * *

Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta

medianoche que zozobra.

A decir verdad oigo golpear,

pasos insólitos golpear la pesantez de la sombra.

Temibles, inesperados, estos pasos

cuya gravedad sonora me estremece hasta en la

intimidad más guardada de mi espíritu.

Vestido de púrpura me suspendo perplejo en esta

medianoche que zozobra.

El cielo, en su fluidez mental, persiste en reconstruirme las

modulaciones de este llamado.

Mis ojos se empañan de lágrimas.

¡Es Ella, pero Ella! sin lugar a dudas.

¡Ella!

Y toda la luna,

desde lo alto de los viejos bosques,

desde lo alto de las noches, despliega su helada sobre mi

pensamiento.

El recuerdo endurece de negro las puertas,

Sin embargo, en esta invernal quietud, yo me ciño a

acechar y esperar -cuando todo alrededor, en la gran

noche de estrellas heladas,

todo alrededor desfallece la flora-

A acechar el sombrío espacio de noche -hasta que el

último lobo, con trote furtivo, recobra su cubil perdido.

Muchos pájaros, nacidos de muchas arcanas comarcas,

Los oigo golpear en la corriente endurecida del cristal

iluminado.

Y mi frente se despliega

en este deseo de las aguas que mecen la diafanidad visual de los sueños.

El viento del cielo me estremece en el más solemne párpado.

Y ningún Espíritu errante se mostraría esta noche, por nada del

mundo, en este lugar desierto en donde mi desastre lo llama.

Ningún Espíritu, en tanto que la noche se revela maldita y

pesada y llena de témpanos fúnebres:

la última estación del polo.

Yo yacía extendido allí, con todo mi cuerpo, allí en la

sombría soledad de mis pensamientos,

Cuando esos pasos, de golpe sentidos en lo invisible, de

golpe vinieron a definir mi cielo.

Con gran estrépito abrí entonces la puerta, y la abrí, de

repente: primera sobre esta comarca nueva que perturbo.

He aquí pues a la luz mis manos,

en la blancura nocturna de mi frente.

En sus alientos, mis manos: líquidas y transparentes de la

leche filtrante de este llamado.

Mi Amor, yo te espero en la totalidad pura de tu

presencia.

Y la puerta en la noche se abrió, de repente, de un solemne batiente,

que ella dejó, por esta velada lúgubre, en mi corazón

derramarse toda la sangre de tu belleza. .

¡Y tus senos sobre mí! y sus sedas lunares derramaron tal

extraña blancura sobre mí,

En el ala líquida de mi carne, sobre mí:

para encantar mi espíritu, el espacio y la duración,

¡oh lágrimas! a morir.

De este hecho, mi Amor, vences todo tropiezo, toda atadura,

todo estado anterior de ley,

Me respondes en el delirio y los perfumes,

Mis manos te envuelven en el llamado

y mi temblor te busca por todos lados en la eternidad

triunfal de tus brazos,

en la blancura sobre mi, de toda tu carne sobre mí.

Mi cabeza aturdida rueda a la sombra dulce de tus miradas.

Me has tomado en la fuerza tórrida de tu clima,

¡Oh Sin par! en la carne misma de tu presencia.

Tu boca me ha tomado,

Y caigo pesado y verdadero en las columnas primordiales

de tu sangre.

Mi Amor, te llamo,

y tu vientre ilimitado brilla con el más tierno resplandor

en la boca ávida de mis caricias.

Y de tu carne amada, vuelvo,

ciego vuelvo en el insostenible vértigo.

Tu carne en el centro abierto de mis entrañas.

¡Tu carne en el absoluto de mi exilio!

Te llamo, Mi Amor, ¡oh Tú!

Muero, esta noche, en la árida fraternidad de las arenas,

esta noche colmada de astros y de jardines.

Pero de tu cuerpo fiel, y de tu sangre en la memoria activa

de mis pensamientos, pero de Ti lustral, de ti y de tu

desnudez nupcial en mí,

Mi Amor, ¡el deslumbrante sol jamás se extinguirá!

Versión de Cristina Burneo y Verónica Mosquera

De “Noche” 1938

Pour mon cher Pierre-Louis Flouquet

Versión de Gonzalo Escudero

* * * * *

II. Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras…

A Hubert Dubois

Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras,

Mis manos esparcidas en el horror.

Todo en sombras, arisco, fluyente y transido

De los fríos sudores que he sangrado en mi noche.

Mis ojos asesinados transpiran su lodo contra los muros.

Mis fláccidas axilas de ningún modo me han sostenido.

¿Para qué frecuentar vuestras opulentas moradas?

Os dejo en gran duelo, nativos fantasmas.

Escuchadme: no puedo dejar de ajustarme

A la onda musical de vuestros sospechosos escarceos.

Pero pálido en su furor inminente,

Como el ala erguida bajo sus profundidades de huracán,

Enhiesto y bien plantado, Él solo me esperaba.

¿Y la vejez cercana en torno de mis lágrimas?

En la canícula de este adormecido vientre-

Incubo mis entrañas, mi suerte y mi dolor.

Impelido sobre la tormenta y el pulso de mis venas,

Respiro hacia adelante y mi destino me precede.

Con toda mi pesantez, en Él me he sumergido. .

Estrepitosamente, he gritado los gritos en mi boca:

¡Aquí abajo, el Inminente!

Detenidas por el rumor de su potencia,

Las heridas aguas vierten los juramentos a sus plantas.

Señor enhiesto sobre los rayos de su armadura,

Fulgente en el acero de su inmovilidad,

Para la batalla en dondequiera, Él solo me esperaba.

Voces como piedras gruñen bajo la luna.

Él no me detiene ni menos el ala rumorosa

Del astro de los muertos, suspendido sobre mi tienda.

¡Su ejército? ¿Acaso replegado y sordo en la espera?

¡Cómo! ¿Acaso pensaba hurtarlo y arrebatarlo por azar

A la gran águila de mis miradas?

¿Qué calor me asfixia en estos sudores?

Mis dientes se estremecen, rojos de carne de la posesión.

¿Se deshacen mis músculos bajo las rocas implacables?

La selva me grita: ¡cuidado!

Sacudiendo de despecho su milenario follaje

Sobre mi cuerpo jadeante.

¡Oh lágrimas, qué hundimiento

Y qué polos de oprobio alcanzados en esta ruina!

Él solo me esperaba.

Sus pájaros carnívoros recorren mi silencio.

¡Así sea! Si he sufrido la verde huella de sus ojos.

.Centella de tormenta, Él se precipita de súbito

En la ruta escabrosa de su blanco viaje.

Él partió con el gran viento de alas de la noche .

Y me he quedado inerme y desnudo en la desesperanza,

Toda de cal y de ceniza, mi carne, bajo el remolino

De su vuelo ensordecedor.

Mi corazón, de soslayo, en la hondura de la Medianoche.

¡Helo aquí yacente en la hez y en la vergüenza,

Sucio de excremento bajo la resina de mis ojos

Palpitantes, perdido en la tiniebla, la bilis,

El amarillo polvo y el desprecio!

Versión de Gonzalo Escudero

Poemas escritos en español:

Tempestad secreta

Para ti, profundamente.

Para David García Bacca,

esta «desvergüenza».

I

Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.

Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;

Las consabidas alas de este mirar,

La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,

Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.

Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de estos polos.

Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,

Allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de mi paso.

Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:

De ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.

Con el ceño adusto al trasluz de las sienes,

Toda inquieta en cima de voces,

De pronto me acusas a deudas, a más rehenes.

¡Habrá espacio de cabida

Junto al labio gota a gota de tus senos?

¡Mente, de flores tan vacía!

Afuera el grito, los deleites;

A darte encuentro, las brisas relucientes.

Me mantuve afuera, en suelo de leones:

Deseando el cumplimiento de tu sexo,

De cuanto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,

De cuanto crece en la pendiente.

Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.

En trances tales de denuedo como el párpado de los héroes,

Ya no asiento el calcañar.

¡Oh vientre, oh boca en la frontera!

Pecho absoluto de mis ansias,

Me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en derredor.

Y reparos, valladares y provincias

A cuanto supe desear.

¡Abridme! llevo el ala fatigada

De arrecios tantos, de espumas y de celos.

Estoy de pena y resonancias,

Más aún: de gala y esponsales.

Os diré ayes como un latido de aguas.

Abridme las urnas, al conjuro de estas lágrimas.

¡Oh vehemencias! mis venas agolpadas en su cúmulo.

¡Oh huésped mía de delicias:

De monte en valle, de noche en claro, de tienda en tienda,

Cabe el temblor seminal de las rodillas,

Como el ámbar del estío en la cepa de la vid,

¡Te acrecientas de presencia, -penetrante y temblorosa de substancias seculares!

Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me está vedado?

Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.

¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta tan deseada!

Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas de blancura!

¡Ay! decidme cuánta savia de mi lecho.

Más adentro la pupila, las moradas, cuánto lo escondido.

De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de mis entrañas.

Ya podrá Ella entonces desnuda luego palpitar.

¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las otras potestades?

En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?

Ni seda otra, ni tal soporte.

Me conoces, me presentas en campos desatados.

Oh primicias de este único menester!

Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna de salivas!

De moradas me regalan.

Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.

E! labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,

¡A la herida declarada de tus senos!

II

¡Abrid de juntas, de par en par las puertas,

Y las alas tiernas del encuentro, abridlas!

De llegada me sorprenden tu latido,

Las urgencias consabidas de la noche.

¡Oh mundo, cuán cargado está mi pecho!

¡Ay! tan corto voy de brazos,

¡Corto y lento en poquedad de mis primicias,

Poquedad de las miradas!

Ni lámparas en zaguanes,

Ni las flores en su asunto.

¡Qué ceñiglos, qué albañales!

Daos prisa de esponsales, dadme al punto

Acicalada de umbrales la morada,

Las delicias de encontrarla

Toda adentro de jardines y rumores.

No hay pregón de luz que la compare.

Ya se cumplen las edades.

En las huellas de su paso reverberan los leones;

Ya sus senos encendidos me circundan de inmanencia.

¡Heredad tan seca, oh tienda de desierto!

Acudid, vosotros todos los del soto, con palmeras y cristales,

Con la fiebre de los ojos y otras tantas claridades.

¡Oh ímpetu total de ansias

En los senos temblorosos de la espera!

Las manos agobiadas a expensas de este peso duro de los montes.

Vedme el pecho jadeante,

Y la boca en su premura.

Cerrado bosque, atiende unánime al sol de mi llamada,

Como un solo golpe de alas.

El velamen se acrecienta

Yalza vuelos en mi sangre.

A sien de muros el cortinaje oscuro de la estancia

Tal se empaña en los alientos

De un sudor sanguinolento.

Altas horas de este mundo,

Dadme aviso: ¿cuánto llega?

Vuestro péndulo mortal de movimiento

Únicamente late en la cavidad de mis latidos.

Con rojo mirar de sentimiento,

A poco, la veréis:

Bajo el indijado manto de sus párpados,

En la oculta transparencia de los muros.

Dadme esfuerzo.

¡Ya en la sed de los ijares

Un derrame tan profundo

De estos senos!

Y aquel rayo de los altos,

Desnudo y devorante como el tiempo, de parte en parte me atraviesa.

¡Perdí, en ascuas, cuánta imagen de la vista?

Y las puentes alabadas;

Grandes plazas y caminos, los cerrojos;

En gonces de alas, las puertas entornadas.

¡Oh quejido de mis ansias!

¡Qué profundidad de soplo!

Adentro, tan adentro, me sorprendes, me das caza.

El mundo está a la mira, la noche en vela,

Y el espíritu

Desatado en los arrecios, Adorada, de tu cuerpo.

¡Sobrada noche de cuita y menester!

iOh secretos esponsales de este sumo conocer!

Ni la sal de mis heridas,

Ni entrañas éstas como pulso de sangre de otras lágrimas,

Nada queda de poder si hoy aliño mis enojos:

¡Abridme a vida las puertas, los portales,

Cuantos lechos,

Los holanes!

¡Dadme aliento!

Es de cena la holganza:

Ya en mi cauce, a grandes vasos,

Se desborda, a plena fuente,

Tan adentro,

La inaudita, deseada,

Sangre viva de la Amada.

III

Soledad de luces, soledad de alientos.

¡Oh lágrimas me dais voces

De su presencia en solar de mis adentros

Más remoto!

Arrobado en tales ansias,

Ora a vuelta de desmayos,

Ora en tela de lamentos,

Pasaré la noche en prenda

De soledad,

con el alma ahita, a tientas,

Con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.

Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca.

En todo tu cuerpo te grité mis quejas

Porque a fuer de tus enojos ni siquiera supísteme escuchar.

Y no es de pan, ni es de vino el menester;

Ni sed, ni ganas de aquesta colación.

En el jugo, fuente y gota de tus senos:

¡Oh prueba sin consejos

del ansia viva!

¡Sequedales!

¡Cuánto padecer! ¡Cuánta cosa he roto,

Y cuántos golpes en busca del alivio!

Manos mías en el huerto,

Derramad las flores llenas,

Derramadlas

Y dad sustento

a esta sien que palpita en mi costado.

La pasión que me desangra:

Un tal querer enclavado en las entrañas.

Y los muslos entornados, derramando de ellos su cabal fortuna.

Desde el otero

acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.

Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis sentidos?

¿Dónde el pecho de mi boca?

En sus altas horas,

y en el gozo, en la cima de estambres y deleites,

Vino el Huésped.

Abrió cuentas,

Ya vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,

A todo ámbito,

la voz de su desmayo,

Que gritar:

¡desolación, desolación!

Este cavilar nocturno.

Esta llaga atroz de su presencia,

abierta en todo el rostro.

¡Soledad de luces, soledad de alientos!

Ni siquiera en sombra sus miradas me cubren ya.

Alimañas en mi senda.

¡Cuántos cuervos en la noche!

Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,

Pronto dormiré mis sueños, bajo el sediento párpado de este insomnio.

¡Oh moradas de cal viva!

Allá vuelo en desatino,

Con toda la mirada en trances de soslayo, arriba de estos grandes vuelos corporales.

Vino el Huésped,

Y desnudo me encontró:

Los oídos sin respuesta,

Tan reseco el albihar.

Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.

Vino el Huésped, en sazón

De esperanzas y clamores,

Y único en las praderas de su huella, no pudo menos que se exclamar,

-Los ojos encendidos en la prenda de sus ayes-,

A su vez que se exclamar:

¡desolación, desolación!

IV

Repitiendo, ora a cuántos muros,

Mis desmayos de lágrimas, de espesuras,

Con pupilas de mi sangre velaré

Tu noche, en prenda de soledades, en paso de tormentas.

Con el alma ahita,

A tientas,

Con voces en lo alto y la vendimia adentro,

Toda en el lagar.

Ni de siesta, ni de pan o adobada colación

Y menos aún de vino me cabe el menester.

Cuando las piernas tuyas entornadas, cuando el cuadril arriba en la cumbre desnudo se decide,

Derramando de él primicias contenidas:

A zaga, atónito, voy de tus enojos.

En el cuerpo te gritaré mis ansias,

Porque a fuer de tal caída ni siquiera entonces supísteme escuchar.

Desatado en la violencia y los arrojos

De este caudal que me desangra:

¡Cuánta cosa he roto!

¡Cuántos golpes en busca del alivio!

A fuente,

¡Oh vida!, corres en las aguas tiernas del encuentro.

Manos mías en el huerto, deshojad las tantas flores llenas,

Deshojadlas en sustento de esta creciente sien que palpita en mi costado.

¡Con el ímpetu de morir,

Romped el canto de la anchura!

¡Oh vida,

Me retienes en cuarteles de cal viva,

Cabe la morada que de pronto asedias, y luego fortaleces!

Las fieras cruentas de Diciembre

Huyen trasijadas.

Al trasluz de arteros vientos reverberan los senos míos de la espera,

De ellos tal, ya del vientre y la junciana, se arranca un grito tal,

¿Cuál, decidme? ¿ Y dónde están los senos que apetecen mis sentidos?

Abridme, ¡oh puertas!, al jugo que divierte,

Al goce, a zumos del ijar,

A la boca ésta de su cuerpo, henchida de salivas.

Tantas salas abultadas en los párpados,

Cuando el Huésped,

Con el ala turbulenta de los bosques,

Llegó airado en sumo enojo de las frutas.

Majado el puño de la fuerza,

Tal vertiendo su esplendor de capiteles,

Con el mando enhiesto de miradas, a solares acudió,

En praderas de su hacienda se extendió;

Y dando voces de amargura,

De heredades semejantes,

No pudo menos que se exclamar: ¡desolación, desolación!

Este cavilar

Nocturno.

¡Abridme el pecho! ¡Oh dolencias: su epidermis tan de cerca ataviada en mis contornos!

Con el párpado ensangrentado me devuelvo a los lamentos de cuantos mis deseos.

Desnudo, bajo el peso de tu inmanente corazón,

Desnudo, me devoran las fatídicas sombras de los astros.

El Huésped recibiendo, ¿qué vida lleva en telas de este mundo?

¿Qué fuerza le retrae en la alta ceja de su vuelo?

Los mares separados, sin dominio, sin respuesta;

La lluvia golpeando, a noche llena, los cerrojos;

El desmayo de este labio en las tablas de la muerte,

Y la espesura ardiente del que llega.

Sopla un hálito de lúgubres espejos.

Manos de mi golpe,

¡Oh manos desteñidas, como un flujo de la mente!

¡Oh tierra abierta a más desastres!

Amada mía. Los ojos tan de lleno dados a la vista,

Tal de huestes y celadas compelido,

Tal el Huésped no pudo menos, del Cenobio

Y de mi labio conseguido ya en otras cuencas escondidas,

Que se exclamar a todo ámbito: ¡desolación, desolación!

V

Llama adentro, a merced de cimas claras en tu vuelo,

Va mi sangre herida en busca de un ala de frescura.

Implacable Esposa, ceñida llegas de trofeos.

Con el pulso de la fiebre atraviesas cal y canto;

Anhelante como el fondo de los mares

Te acuestas en mi noche, en la humedad de mis entrañas.

Tan duro de reflejos, el peso corpulento de la luna.

A crecientes de Diciembre se desata el viento cargado de un ave de los polos.

Tu voz perenne en el pecho de las flores,

No la acarician ya las altas brisas de rocío,

Mas el flujo pertinaz de aquellas ondas de belladona y de espesura.

¿Qué vigilancia me detuvo:

La sombra inerte de las armas;

Acaso un golpe de llamada;

La densidad de mi garganta?

Ya los bosques de la tierra se mecen apartados.

¡Oh baja frente! sudores semejantes,

Ni la fiebre de estas sienes los desata,

Ni en mi talar de sangre la reverberación de las espinas.

De noche oscura en boca tuya

¡Oh peso adentro, sin cabida!

En el pecho y en la dicha, la pupila en los tendones:

Adorada, de tus piernas las sumas potestades, y la lengua recóndita en la vera:

de caída, de reparto y de saliva, en el grito de la entrada, en el jugo abierto de tu seno.

¡Oh espacios y venturas tantas de tu cuerpo para siempre en mis entrañas!

Me dejaste suspenso en ayes

De estas ansias, con los labios entornados.

¿Dónde habré de hallar contornos

Al propio pecho mío de tu presa, de tu vuelo?

¿Perdido en la transparencia de mi retirada desnudez,

En la ajena noche,

Harta de vigilias, de espesuras, cuánto más sobrada de banquetes?

Golpe, este golpe en las sienes, que la mente agrava,

A despecho de tus muros, ¿no lo escuchas,

De mi pupila dilatada?

Chorreando venas de lo alto, me ilumina Venus en el rostro mismo de tu sangre.

¡Oh pesada lejanía de los montes!

¡Oh labios tiernos de la cita!

¿Verá el suelo de estas lágrimas la presión

De tu inmarcesible cuerpo sobre el mío?

A tus recintos llegará, en potencias suyas de la selva, el Esposo trashumante.

¡Ay!, atada al grito de tu ardiente cabellera,

El alma atenta a mil sabores,

Donde te reclama su rojo espacio de él, irás.

¿Quién soy yo de este mundo entonces fuera de tu pecho?

Como el hambre, como el tiempo,

Los peldaños me conducen de caída.

Tan henchida de reflejos, de miradas;

Vuelos de brisa te sostienen;

¡Como la luna en holanes, tan creciente!

De inmanencia permaneces en el centro mío de todo lo creado.

¡Oh premura devorante de tu boca, de tu sexo, de los ares, de lo eterno!

¡Oh mundo concebido, la avenida en los adentros!

Adelante bien me guardas en celadas.

Tan cercana y no me tocas,

Y tu frente, de su altura, como el alba;

Y más primicias se estremecen en la acidez de tus entrañas.

Ventanas perdurables: chorreando venas, me confundo con la espesa arcilla de la noche.

¡Oh Esposa mía, de soledad en soledad repercutes en mis golpes!

Los senos tuyos, leche adentro, tan cargados de mis labios, de mi prenda:

Me arrancas y me devuelves a esta plaza;

Me deshaces en sudores, años, mares y otros continentes.

¡Oh muerte fiera, oh golpe de ángeles!

Las bestias gimen, perseguidas;

El lobo, bajo el cierzo de la luna, se desangra a vista de sus ojos.

al me implicas, Adorada, en la absoluta permanencia de la Nada.

VI

Ni la sed es cosa tanta.

Ni sudores de la mente me trasijan de manera semejante.

¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa, de este anhelante cuerpo mío

Que desnudas y ensombreces a la vez?

Apretada, oculta noche.

¡Oh vena, venas de mi sangre en la esfera absoluta de los astros!

Me despierto a toda voz, dando gritos de llamada;

En tu espacio me despierto, con los ojos agolpados.

Mi corazón de entrañas y lamentos, como un haz de ensangrentadas cabelleras.

Cuan clara es la pupila, llega el mundo, ¿dónde estoy?

Y los mares de esta fuente, llegarán.

Los cuervos persistentes;

Entre muros, mi espesura.

Y te desmandas a merced, como el fuego, de estas órbitas:

A despecho entonces te hablaré en tu vientre de agitado corazón,

Con la lengua de mi altura,

En tu sexo sorprendido,

A mayores firmamentos con mi voz de noche oscura.

Mas, a todo lo adelantas.

¡Oh Mía de mi celo, pusiste a prueba tanto empeño en el calor de mis sentidos!

¿Cuándo me abrirás presente las dulzuras tuyas llenas, de la tierra?

¿Cuándo el pecho?, ¡a deshora!, y me detienes con el ímpetu del océano

sobre el párpado de mi desolada desnudez.

El espacio de tu fuerza.

Mis ojos lentos brillarán del fragor de las ciudades.

Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de este mundo?

La boca densa, aún llena de la muerte.

En subidos aires salgo de mi aliento.

El jardín contiguo, en manos de las flores.

Y van pasos, desnudos pasos en mi alma;

Que te busque, toda mía, amén persiga con las ansias consiguientes del desierto.

Ni la sed es cosa tanta.

Afuera en claro sestean los leones, corre franca la pradera de los ciervos.

Poemas varios

A Alberto Coloma Silva

1. De lo remoto a lo escondido

Tanto soy y más la brizna de saturada espina

A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.

Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,

Como van las tempestades,

Hacia aquel país cerrado a toda mente,

País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,

Habré de hablarte,

Toda en escombros, ciudad de Balk.

No hay empero reparos de horizontes.

¿En dónde estoy, a dónde me conduce lo inaudito?

¡Oh Príncipe de innumerables plantas y llanuras,

A aquella fuerza de soledad me atengo

De tu nocturna condición!

Atrás dejé las puertas, las sabanas en aliño.

Los que sois de presa;

Magnates, caciques de la tierra, empolvados sobrestantes,

Velad el campo ausente.

Profesores y otras huestes,

vosotros los de la especie cotidiana, ya no vivo de vuestra

ciencia ensimismada.

Pronto me acusas,

Aire desnudo,

Doblegas mi ceño,

Me das el pánico de lobos aullando bajo la abrupta claridad lunar.

Al romper entonces la procesión oscura de esta sangre coagulada,

A más de la intrínseca solidez de mi sombra y de mis dientes,

¡Oh selva transparente,

Tus vientos primordiales se desprenden de intensa luz

En mis recintos!

¡Oh mía de mis años!

Las plazas comentadas, los caminos, las edades,

Cuánto he recorrido en virtudes de tu imagen trascendente.

Como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas,

Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu.

Mis gotas caen.

El ala irrumpe a través de tus tensos jardines soñolientos.

La premura aún

De este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.

Allá sin tregua

La extensión continua, el fragor de la conquista.

El espacio aquél, a brote de epidermis.

Tal recibe el eco, en vertientes albas de tu cuerpo,

Mandatos consabidos de luz oculta.

¡Oh cuerpo femenino a cuya entrada se extasían las tormentas,

Los ciclones!

Al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,

Aquí te imploro, en la concentración de mis entrañas,

En las caudalosas lunas de mi adviento.

Bajo este rotundo cielo atravesado de miradas y de clamores,

Más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad.

En la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,

Las dulzuras de tu empeño.

1944

* * * * *

2. Agonías de un Caribú

Bajo el paso incierto y vegetal de angustia,

Levanto el polvo de la nada.

Toda pupila emerge

en esta soledad suspensa,

Toda concentración oscura,

En violencia tal

De hacinamiento y llama pura entre las rocas.

La luna atenta y circundada

A su vez aclara

Aquel espacio de su prenda

Fluente y nemoroso.

Atormentados cascos van a mengua

Redoblando el eco

En mil contornos de la estéril claridad polar.

Único en sí repercute el gemido entre la fronda

De un balido incauto.

Ventajas cruentas de la selva:

Desvalidos pasos del garañón herido

Que ya en las turbias aguas del escajo su condición aplaca

Su pesar consume.

Yacentes ojos a su propia luz ocultos

Bajo el ámbito nocturno de este vuelo.

Ver adentro, el cazador también escucha

El retiro alado de tanta lejanía inclusa.

Y en murmullos que la brisa asume, cuanto más cercanos, se acrecienta el rocío de las fieras.

A aquellas cuencas vuelvo, al conjunto aquél,

Saturado y tenso,

De fragancia y brotes.

Los continuos árboles

De vertical sustento, de fiero embate,

Allí persisten

Como la postrera vibración del aire.

Tantas voces en el eco. ¡Oh luna te reflejas en mi mente!

Como el ave en las alturas de su vuelo contenida,

Tan solo aún, Noche mía, voy en ti, tan duro de distancias.

La pradera de tierno espacio en tanto me recibe,

Que en jugos desbordantes de los aires resplandece.

¿Mas, volverá el cedeño pasto

a brotar de luces?

De lo remoto el ciervo acude

A tal empeño de este clamor vedado.

* * * * *

3. Perenne luz

La noche de cerca, y tan desnudo golpe a expensas de mi corazón.

¡Dolorosa mano mía no aciertas a caer

suspensa en aquel trasluz

de movimiento

de tu imprescindible exclamación!

Ya los mares del Oeste como pecho se dilatan:

Tanto el vuelo de mis sienes, y el velamen de esta lámpara que levanto a firmamentos,

al paso de aguas, a más decir por la anchura de mis párpados.

¡Oh metal tan fresco

Bajo el calor del epidermis!

¡Oh clara huella de su tránsito

En el campo deseado,

en las congruentes potestades de tu sexo!

De clamores y destellos me consuma

Habiendo de sosegar su desnudez.

De sosegarla en la noche de la especie,

En brañas del oasis,

Con mi aliento cuando en vilo de miradas.

Todo que te arrima en resplandores

Que tu condición aplaca de mi ensangrentada consistencia

Todo aquello que no se ajusta de palenques y de fronteras familiares.

Soledad cumplida.

¡Oh silencio, me retraes

-como una implacable roca de durezas en el alma!

¡Menguada luz de escaso asilo!

Labios míos, dadme altura en el trance de estas ansias.

Mas al borde de riberas semejantes

Cuántas aves de este mundo se incorporan,

Como el rostro implícito en el fulgor de la visión,

Que atraviesan de soslayo la magnitud de las esferas…

Por cuanto asumo de mi cuartel de sangre,

La baja tierra de brisas se ilumina.

Mi cuerpo en tanto a vista se desprende de cenizas,

Gimiendo en hontanares de espeso llanto.

Premisas todas de la muerte.

Un ay seguido de tinieblas, de esta gota pertinaz del pensamiento.

¡Oh mi sueño entrante en humedad de flores!

El espíritu denodado

Se arranca de sus perennes paredes lastimosas.

Abultados cortinajes, como otras tantas cabelleras de lo oscuro,

Y la más ardua noche

De presión continua.

Entidad fortuita

Que no habré de hallar sino a merced de escombros,

En el fragor de la ruptura,

Cuando este golpe de mi total caída

Apura entradas en la nada.

¡Oh lamento de tu voz en mi espesura!

Y esa latente réplica, de néctares y de estambres, al placer que me convida.

¡Oh Tiempo, me defines de presencia y de universo!

Hoy cuán bien, ¡oh luz!, aciertas entre tejidos y asperezas, a descontarme espacios,

A circundarme de vecindades el corazón.

Vida sin prejuicios cuando de Ella al tanto de sus senos concatenando habré de recibir.

Me sostengo en vilo, sin huella entonces, a mayor premura de memorias.

En mi boca de ayes.

Mi labio amén de vez repercute golpeando lo indecible

Ésta acendrada concentración del alma,

¿En qué cúmulo no obstante de la esfera que me oculta?

Hoy mi sentencia, a toda prueba.

De un paso mío al consiguiente, ¿Qué distancia de resuelve?

Tu propia luz endurecida,

Como aquella, a expensas de la nada, claridad conjunta de los universos astros.

Todo vuelo se desprende de tus ansias;

Tanto así mi faz en los recónditos espejos que la nombran.

La reverberación así del sexo

En la extensión de su cabida,

Como el clamor de los metales

Bajo el lampo de tus cruentas auroras boreales.

Ni vectores, ni herramientas de otra fuerza.

Gota a gota la fría lámpara

Sobre mi sien persiste.

¡Tus miradas desgreñadas!, ya sus íntimos cristales de violencia me golpean

A merced de tu estatura.

Vertientes todas de mi lecho.

El deseado cuerpo a su poder de luz se entrega,

A sus mejores aguas.

Tal es mi consumo,

De transparencias tuyas y señales en el retiro incalculable de los astros.

Allá en demora, Amada mía,

Por cuentas y sabores de tu amor que concertar.

Y los terrestres años se deciden, en trances de mi prenda,

Hacia el extremo vértice de profundidad apetecido.