Ferrater, Gabriel

Gabriel Ferrater (España, Catalunya 1922-1972)

Reseña biográfica

Poeta, crítico y traductor español en lengua catalana nacido en Reus, Catalunya, el 20 de mayo de 1922.

Perteneciente a un familia acomodada y culta, recibió una tardía educación elemental y un gran apoyo en su sólida formación intelectual. Entre 1958 y 1968 vivió en Londres y posteriormente en Hamburgo donde trabajó como lector de la Rowohlt Verlag. De regreso a Cataluña en 1963, ocupó la dirección literaria de Seix Barral, se licenció en Filosofía y Letras en 1968, y trabajó como profesor de Lingüística y Crítica Literaria en la Universidad Autónoma de Barcelona. Esta época marcó su mayor desarrollo intelectual reflejado en el reconocimiento general de la crítica.

Es autor de una de las más relevantes obras poéticas de la literatura catalana de la posguerra, reunida luego en el volumen “Les dones i els dies” en 1968 (“Las mujeres y los días”).

El 27 de abril de 1972, pocos días antes de cumplir cincuenta años, se quitó la vida en su piso de San Cugat.

A media mañana

El sol, el viejo sabio, va disipando

minúsculas dudas de oscuridad, dejadas

hasta ahora por resolver. Le tiemblan

un poco las manos, y temblamos

los árboles y nosotros cuando oímos

que todo minuto que pasa ha de arrancar,

brusco, una venda de sombra, y ahora el justo

caso de la luz será bien recto, y ahora

chillará la delgada desazón de la flauta

de Iblis, y lo veremos todo, y repleto

de espacios de claridad, impenetrables

como el cristal. Manifestado todo, diremos:

tú lo has querido, te lo has buscado tú, de noche,

cuando dormías sólo para despertarte

y no querías creer que la vida

se te volvería más ignorada que el sueño.

Versión de M. Àngels Cabré

Amanecer

Noche que se me va, otra noche, y el ala

de un inmenso avión se ha interpuesto

entre el azul espeso y la ventana, y dudo

si es un verde tenuísimo o si es plata, fría

cual finura insistente del bisturí que rasga

el útero, o también la luz misma, cuando agrieta

la mano del chiquillo cansado de hacer fuerza

para irritar a sus hermanos, simulando que oculta

quién sabe qué tesoro, y va aflojando

la presa, y sé que nada ha de salir que ayer

no estuviera ya en mí desconsoladamente, y me da

frío mirarme un día más, chupado

hueso frutal, sin pulpa, a la intemperie.

Versión de José Agustín Goytisolo

Amistad del brazo

El metro iba muy lleno. Me agarraba

al lado de la puerta, de un barrote

niquelado. Tenía el brazo tenso

y toleraba aquella persistencia

de un peso tibio sobre el antebrazo.

Había poca gente cuando al fin me volví.

Era muy joven. Fea y pobre, descarnada

como una enjuta cabra mogrebina,

obstinada la frente, ojos cerrados,

abalanzada por toda carencia,

un brazo aún sin dueño, libre y promiscuo,

y no veía que alguien se movía

y se aislaba ante ella. Yo, también

muy joven, demasiado, aún no sabía

reconocerme, más que en la elección,

en aceptar. Así, abandoné el brazo,

como si ya no fuera mío, hasta

la estación, cuando se rompió de pronto

la última cuerda del violoncello.

Versión de Pere Gimferrer

Bosque

Recuerda. Cinco niveles.

Tierra y vida oscura.

Una hiedra profusa.

Y ella. Sobre ella

la araña oscilante,

la avispa estremecida

y tú. El espino

a tu lado, infecta

herrumbre. Cinco niveles

de un sedimento espeso

de instintos soñados.

Y todo en torno,

proyecto de luz

cansado o inexperto,

veíais alinearse

los troncos de los robles.

Nada confiaba en ello,

pero te diste vuelta

furtivo, ojos bebidos.

Un instante de observación

y, excitadas de pronto

como nervios, las ramas

rezumaron azufres

de sol invernal.

Versión de José María Valverde

Cifra

Amor, llevabas en el mundo

siete mil setecientos sesenta y cinco

días, al cerrarse la noche

en que me llamaste desde tu rincón,

voz que se había compadecido

y me recibías, cuerpo bondadoso.

Qué juego perdido, qué rodar

hasta romper un oscuro ramaje,

siete mil setecientos sesenta y cinco

días, antes de que encontrara

dónde te me habías acurrucado,

amor, para crecer lejos de mí.

Versión de José María Valverde

Como Fausto

¿Quién no lo habrá invocado? Una salida.

y aunque no era la única, sí era

la más rentable, la mejor salida.

Nos lo iba a vender todo, infinidad de cosas

pagando al por mayor, en este mundo

donde él nunca responde.

Mas, si un día

compareciese, ¿no sería el alma

más rica, negociable al por menor?

Versión de Pere Gimferrer

Dedos

Ligera, se iniciaba

la lluvia de una noche.

Ligeros, se confiaban

tus dedos entre mis dedos.

Instante breve de adiós.

Oh, sólo por dos días.

Me sonreías a través

de las lágrimas que llovían

sobre tu abrigo de cuero.

Temblor de los bruscos túneles

por donde te me vas: confuso el corazón,

desmenuzo esta noche

la maña de recuerdo

que tengo en los dedos. Vacíos dos días,

oprimieron la sombra del tacto

de tus dedos, cuando te me ibas.

Versión de José Agustín Goytisolo

El mutilado

Ya sé que no le quieres.

No lo digas a nadie

Los tres, si tú me ayudas,

guardamos el secreto.

Nadie más ha de ver

lo que tú y yo hemos visto.

Se esconderá de todas

las personas y cosas

que antes eran amigas.

Vendrán días de invierno,

muy lejos de las mesas

donde os servían antes

ostras y vino blanco.

En los días lluviosos

no mirará el asfalto

donde os habíais visto

cuando ibais a pie

porque no había taxis.

No abrirá más los libros

que le hablaron de ti:

ignorará qué dicen

cuando no hablan de ti.

Y sobre todo, puedes

estar segura, nunca

sabremos dónde está.

Él se irá confinando

en muy lejanas tierras.

Caminará por bosques

oscuros. No verá

la azagaya de luz

de la memoria súbita.

Y cuando esté tan lejos

que ya parezca muerto

podremos recordarle,

decir que no le amabas.

Ya no nos dolerá

ver que te necesita.

Será como un espectro

sin dolor y sin vida.

Tal la foto macabra

de una Gueule Cassie,

que orna un escaparate

y no nos sobresalta.

Pero ahora, silencio:

no alarmemos a nadie,

que no vean la herida

sangrante y purulenta.

Demos tiempo al olvido.

Callemos, y que nadie

-ni siquiera yo mismo-

recuerde que soy yo.

Versión de Pere Gimferrer

El secreto

Llegará el día más largo de algún larguísimo

verano. Muy de mañana, antes que el teléfono

llame a la playa o al bosque, nos iremos.

Entre el vaho de las calles recién regadas

atravesaremos la ciudad, hasta tomar

el tren más lento que salga. Bajaremos

en la tercera estación, en un pueblo

de tierra sin verdes. El disco rojo

de una taberna nos dará la señal.

Creeremos. Nos sentaremos, y todo el día,

sin mirar mientras nos miran, beberemos

la tibia cerveza del silencio.

Volveremos bien seguros de que ningún recuerdo

ha entrado en nosotros. Cuando encontremos

al primer amigo y, dentro de un bar encendido

de voces y manos, comprendamos que ese día

ha sido el del prodigio, que se han dicho

la palabra sencilla de los justos, y que los unos

han sabido creer a los otros cuando negaban

las horas de tantos años, y todos ríen,

reiremos también, y guardaremos el secreto.

Y más que nunca, cuando les llegue el tormento

del desgarrón del puro anochecer (cuando pisaran

caretas, y la piel al descubierto

les dijera todo el asco de cómo eran

antes: tal como habrán vuelto a ser)

y se hermanen todos dentro del odio mutuo,

callaremos. Que no sepa nadie

que no dijimos ni sentimos nada. Que puedan

odiarnos también, fraternalmente.

Versión de José María Valverde

Engaño

“Di, ¿por qué me hiciste

confiar en mí?”

¿Te he podido engañar,

corazón tan perplejo?

“Me has querido sobornar,

cauto, sin orgullo.”

Sin espera, con orgullo,

te me entregaste.

“¡Y era para hacerme daño

cuando viniera hoy!”

Oh, ¿cómo te me has creído

que me serías fiel?

Versión de José María Valverde

Estancia de otoño

La persiana, sin cerrar del todo, como

un sobresalto que se contiene para no caer al suelo,

no nos separa del aire. Mira, se abren

treinta y siete horizontes rectos y delgados,

pero el corazón los olvida. Sin nostalgia

se nos va muriendo la luz, que era de color

de miel, y que ahora es de color de olor a manzana.

Qué lento, el mundo; qué lento, el mundo; qué lenta,

la pena por las horas que se van

tan aprisa. Di, ¿recuerdas esta

estancia, verdad?

«Le tengo mucho cariño.

Esas voces de obreros -¿Quiénes son?»

Albañiles:

falta una casa en la manzana.

«Cantan,

y hoy no los oigo. Gritan, ríen,

y hoy, que callan, los echo a faltar.»

Qué lentas,

las hojas rojas de las voces, qué inciertas

cuando vienen a cubrirnos. Dormidas,

las hojas de mis besos van cubriendo

los refugios de tu cuerpo, y mientras olvidas

las hojas altas del verano, los días

abiertos y sin besos, el cuerpo,

en lo hondo, recuerda: todavía

tienes la piel hecha de sol y luna.

Versión de José Corredor-Matheos

Exeunt personae

Tú, hija clara del silencio, me dices

que si no sé callar, te puedo decir las cosas

que se han dicho siempre, y te escuchas

como la mano que sopesa el sol de invierno

y recibe la luz global y vaga, sin

reventarla en figuras y colores.

Tú, madre de los olvidos, no me solicitas

a soñar que podrás quererme

y a reunir trozos de mí para ponértelos

en el regazo, y ensalzarte la finura

del jarro que quizá tendremos entero

cuando me serenes el pulso que tiembla.

Tú, hermana indulgente, no ves en mí

cosas que te molesten para no verme,

y me tomas como una costumbre, abierto y vacío,

y vas por mí sin retirar nada,

con un instinto de mucho antes, sencillo

como lo es la sangre de los hombres y las mujeres.

Versión de José María Valverde

Fe

La tienes en tus brazos.

Duermes, y la sueñas,

y sabes que es un sueño

todo lo que ves de ella.

Y el corazón se te arranca,

tiembla de fe.

Solamente una cosa

que le propones

te da prenda

de que te querrá despierto.

Conoce que es un sueño

lo que le dices de ella,

pero que por debajo

del sueño, es ella

la que tienes en tus brazos.

Versión de José María Valverde

Helena

Cumples veinte años, Helena.

Vienes de donde no recuerdas,

miras adelante,

y quieres hacer una sola

limpia transparencia

de los millares de vidrios

(uno tras otro)

que son días tuyos

por donde mirarás

cómo se te abre el tiempo.

¡Tan fina, la curva

del cuervo que se aleja

al sesgo por el cielo,

y decanta los árboles

haciendo un orden nuevo

con el campo y la tarde!

Corta tú como él

azul y tiempo y mundo,

siguiéndolo con la vista

por muchos años, Helena,

muchacha de largo cuello,

tú que ríes alto

y siempre te decantas

un poco, a la derecha,

a la izquierda, y ahora

(tienes veinte años) dispones

para tu balance

las líneas del mundo

con todo lo que es viejo

(como quien dice yo).

Versión de José María Valverde

Ídolos

Entonces, cuando yacíamos

abrazados frente a la ventana

abierta al desmonte de olivos (do

semillas desnudas dentro de un fruto que el verano

ha abierto violento, y que se llena

de aire) no teníamos recuerdos. Éramos

el recuerdo que tenemos ahora. Éramos

esta imagen. Ídolos de nosotros

para la fe sumisa de después.

Versión de José Agustín Goytisolo

Juego

Puedes jugar con su cuerpo,

que es joven y ríe, y quiere

el juego, y no se ha saciado de él.

¿Crees todavía que en ti hay vicio?

Muestra tu vicio. Date

entero. Si lo amas,

no ahogues ese temblor:

la curiosidad del cuerpo, que tú

hace demasiado tiempo que llamas deseo.

Versión de José María Valverde

Kensington

La luz de estío nórdico es inmensa

-y aquellas tardes que no mueren nunca.

Tal la paz de después. Cuando ellas dicen

casi el viejo secreto que buscamos siempre

por sendas nuevas.

Y ella habla, y me cuenta

las imágenes que con ella recorren su camino:

su camino, tan lento, por donde la conduzco

hasta la cima.

“Siempre creo que me transformo.

Nunca sabrás las cosas que me haces creer,

cuerpo mío. Una vez yo fui Kensington,

esa extensión de calles tortuosas,

llenas de luz sin sol. Y hace un momento

te digo que me he vuelto una flor amarilla.”

Imágenes florales me son fáciles.

Du bist wie eine Blume, y en la mano

tengo aún el recuerdo de una flor carnívora,

la cosa que se abre hasta una flor

de húmeda carne, la corola abierta

vasta increíblemente, para que yo, insecto,

me entregue. Digo:

“Te conviertes en flor,

y hacia aquí todo el cuerpo te sube”.

Me equivoqué. Luz pura. Todos los dibujos

que sé calcar, no sirven. Y corrige:

“No, no cuenta esa flor. Era del todo

amarilla. Te me he vuelto una flor amarilla”.

Versión de José Agustín Goytisolo

Kore

Sonríe, cada vez

que otra cosa de ella

merece un amor tuyo.

Sonríe, al salir de ella,

que se te cierra intacta.

Sonríe con ternura,

que no os suplicará

(tú, con tu mundo ávido)

que la llaméis bondad,

y apenas adivinas

cómo se absorbe. Aún

ha de sumarse. Aún

va naciendo su cuerpo.

Versión de José Agustín Goytisolo

La confidencia

Todas las luces de la noche están dentro de los trozos

de hielo, que nos repartimos y no bebemos.

Nos lo hará saber. En todos los detalles

lo hemos de saber: cómo la violaron,

y el pasillo del colegio se volvía

un vado de piedras secas, y los buitres

explotaban en el aire como las gotas

de gasolina en los pistones. Hay quien

sabe sufrir más que los demás. Todos querríamos

sentirnos delgados y juntos, hacernos un haz

de juncos y abrigar las blancas médulas

con frescores de musgo. Hay uno

que sufre más, hasta que levanta el perrito

y se lo tira a la cara, y ella se derrama

por el suelo, blandamente. Un charco redondo

de baba y piedad de ella misma.

Y no podemos hacer nada. Debemos esperar

a que alguien proponga que nos marchemos.

Versión de M. Àngels Cabré

La playa

El sol se la ha tragado. Andaba sola,

descalza como el mar, vestida como

el mar, con blusa blanca y slacks verdes,

y luminosa y rubia como el aire,

como el león de la furia total.

Se la ha tragado. En jauría, furiosos,

Cortaremos el viento de hojalata

con la cizalla de los aullidos.

Arañemos la arena. Ladremos

al mar, al disfrazado.

Versión de Pere Gimferrer

Lorelei

Sé muy bien todo lo que quiere decir

que me encuentre tan contento.

Un instante de un pasado verano

no se me va del pensamiento.

Las piedras, tibias de luna,

y en la hierba se impacienta el viento de mar.

Por una escalera que se arruina

suben ella y un borracho.

La muchacha en blue-jeans se propone

ser buena con el hombre incierto.

No rehúye verse en el ojo de niebla

ni burla el paso que se pierde.

Ahora la lleva un sentido de ofrenda:

le han dicho siempre que lo ahogase.

Y eso, ella solita,

mi chica lo ha hecho.

Versión de José María Valverde

Los espejos

¿Y si una mujer es demasiado fina

como para escoger y escoger: pasar

de puesto en puesto, con un vigor

de verdulera, toquetear las peras

y ver engaño en la frescura de los huevos?

¿Empezar el día escogiendo?

Correr todo el mercado, a publicar

su pasión vestal, a echar el pregón

del tributo de buen orden y cualidades

que ella quiere obtener de cada día…

Mejor la que es leal y oculta.

Hace tiempo que escogió, y tiene confianza.

Las agencias suaves y discretas

por ahora no han fallado. Su puerta

va abriéndose, y todo acude puntualmente.

¿Y qué, si tiene horas de duda?

(Quizá va pagando mucho por lo que vale menos,

quizá las demás encuentran por la calle

cosas que saben apreciar, y no hablan de eso

cuando están con ella, dentro de sus cuartos.)

Que no la rodeen cosas turbias.

Que en todos nosotros, espejos donde se mira

cuando sopesa la prueba del acierto

con que ella ha escogido a los suyos para siempre,

vuelva a hallar, siempre nítida, una imagen.

Mostrémosle, nuestro y asumido,

lo que escogió: el alto honor de los suyos.

Versión de José María Valverde

Mudanzas

Va y vuelve, ágil,

de la ternura a la risa, del pudor

(la cara que, cuando vence

su desfallecimiento, se vuelve, fiera,

y huye a lo oscuro bajo tu pecho)

a la insolencia (la mano,

el pájaro agudo de burla y de pregunta:

cómo lo sientes en la espalda, y te mide

hasta dónde se haya estremecido tu madera

desesperada al erguirse).

Versión de José María Valverde

Neblina

Mucho antes de que te vuelvas vieja y gris,

la sombra de mi nube sobre la extensión

de naturaleza y cultivo: tu tierra,

como un copo leve de ceniza, imperceptible

para todos ellos, pero todavía no para ti,

cuando se la lleve un último viento pálido,

se rizará convulsionada por el adiós,

y te dejará el recuerdo de un frío caduco.

Sé cómo, después, se les abrirán los caminos

del sol, cuando, dentro de la múltiple sorpresa

de hojas nobles, les aguijonee el oído

la ágil flauta infernal de tu mediodía.

Lo sé yo, que ahora enneblino tu profundo

crepúsculo matinal. Todo desesperación

de levantarme, me hago jirones en espinos

y lleno de llanto caballones de incertidumbre.

Versión de José María Valverde

Nieve

Pesada sobre ti. La cara busca

un encaje en tu cuello, y va hablando.

Entra la luz de nieve, y recuerdas

qué frío teníais. Ella te va contando

cosas y cosas, y escuchas y olvidas,

como si te contase un sueño. Hasta que te dice

que el otro día te engañó. Tiemblas.

“¿Por qué te sorprende? Ya lo sabes, que a veces

alguno se me lleva.”

“Quizá no me ha sorprendido,

pero me da pena.”

Y ella se te endereza,

se aleja de la injuria en que quiere

endurecerse tu cuerpo, y con ojos encendidos:

“Más me da a mí. No sabes cómo es. No hay

nada más -horrible. Te encuentras encima

un hombre cualquiera…”

“Quizá no me ha sorprendido,

Y sales de ti.

Tiemblas. No hace mucho, por la calle,

ella tenía frío a tu lado.

Versión de José María Valverde

Ocio

Ella duerme. Es la hora en que los hombres

ya despertaron, y una escasa luz

entra todavía a herirlos.

Con muy poco nos basta. Solamente

el sentimiento de dos cosas:

la tierra gira y las mujeres duermen.

Reconciliados, nos apresuramos

hacia el fin del mundo. No nos es preciso

hacer nada para ayudarle.

Versión de José Agustín Goytisolo

Perdón

Amor, te he pedido perdón

demasiadas veces, hasta que has visto

la argucia del corazón tramposo:

de tu perdón, él hace permiso.

“Perdón de habértelo pedido.”

Otra chispa se te enciende

y zigzaguea por cien espejos

de suplicado consentimiento.

Una baja magia quiere

deslumbrarte, y ha levantado

(almagres y verdes) una barraca

de una feria suburbana.

Amor, no entres ahí. Infiel

ayudante del mal histrión,

el corazón, te entrego descubierto

su truco de implorar perdón.

Amor, perdón. Perdón por mí.

Un último perdón sin encanto,

no un proyecto de los vidrios viles,

el fraude que por ti montamos.

Y aún más. Perdón, perdón

por ahora, por este momento

en que el relampagueo desasosegador

me ha hecho temer que te engañara.

Yo que no sé dejar el servicio,

demasiado fácil, del corazón absurdo,

he olvidado (¿verdad que lo comprendes?)

qué real eres, cómo vives en ti.

Versión de José María Valverde

Reír

Tu beso dentro de mi beso,

ágil amor, como el viejo

de la mar que desespera

la llave confusa con que le aprietan

los brazos interrogantes.

Miel o tabaco, .ginebra o sal,

áspero limón limpio,

o la última fruta interna

de carne, dentro del jardín cerrado

donde se entra sin renombre

(empresa toda furtiva:

delicia no quiere proclamarse).

¿Cuál es el gusto de tu beso?

Y ahora, amor, este tu beso

(otra leyenda) se me muda

hasta la raíz de la naturaleza.

Tiembla, me olvida, el dulce

tacto se me escurre impaciente

y una risa, gozo inquieto,

brota profuso y rebrota.

y me echa ramas dentro de la boca:

fresco amargor de laurel,

verde rumor aéreo.

Déjame reír a mí, amor.

Cuento en toda partida

y me sé la ganancia, ¿y qué haría

de una juventud mía?

La tuya es la que me vale.

Compadecido de sí mismo,

hace de mal mudar mi beso.

Cambia, que ruedo contigo

y es mía toda tirada de tu dado.

Versión de José María Valverde

Signo

¿Qué pincel de Oriente

obedecéis, que os dibuja

un signo de caricia?

Líneas de un cuerpo y otro

no se separan. Dejad

que os avenga el abrazo

estupefacto. La mano

se te dobla lejos. U n pie

te oprime la cara.

¿Ves

que ella no lo leerá

como tú, el ideograma

del instante, el trazo impulsivo

que os aprieta este nudo?

Ella calca un fantasma.

Tú complicas recuerdos.

Ríe de haberlo osado.

Ríes de que quiera, flexible,

ir siguiéndolos contigo.

Versión de José María Valverde

Societas Pandari

“Tanto como ríen las chicas. En la duda,

ríen: no saben cómo les puede tocar

pagar la deuda que nunca han prometido,

pero conocen que esperamos cobrarla

de ellas sólo. ¿De ésta, tú? Si quieres

cobrarte la deuda que no cobré

y hacer trozos una culebrita de risa,

yo te dejaré la llave de mi estudio,

donde no habrá nadie. ”

“Diez años más joven

que yo. Diez años todavía no pasados

midiendo uno con otro los bastoncitos:

las decencias (suya y de las demás),

los afectos y los pactos. Yo te diré

cómo puedes persuadirla a que te acepte,

que comience a aceptar. Tú la harás

sufrir, y aprenderás mucho. Después, cuando sepas

cómo se vuelve una mujer hacia ser feliz,

un día que hablemos, quizá seré

yo quien te escuche. ”

“Aquí tienes dinero

para que pises bien fuerte, y te olvides

de que no has visto nada claro. Si en ella observas,

llanuras allá, cómo trota tu orgullo,

entra ahí, atraviesa, y ata el asno arisco.

Corta caminos por este cuerpo, y bebe,

fresca para ti, la súplica de los ojos.

Cuando vuelvas, entrarás en tu reino:

hombre hecho hombre, vendrás con los hombres.”

Isis de plata, ¿oyes lo que te pido?

La cara de León para los que han hablado.

Versión de José María Valverde

Tiempo atrás

Deja que vuelva atrás, hacia tu tiempo.

Otra vez nos citamos donde siempre.

Veo la negra pasarela -hierros

delgados-, cielo blanco, hierba humilde

en tierra de carbón, y oigo el silbido

del expreso. A nuestro lado -hemos de hablarnos

a gritos- pasa. Desistimos, y yo río

al ver que ríes tú y que no te oigo.

Tu blusa gris, color de cielo; azul

marino, cortas y anchas, son tus faldas,

y hay en tu cuello un amplio foulard rojo.

La bandera de tu país, te dije.

Todo como aquel día. Van volviendo

las palabras que nos dijimos. ¿Ves?

Vuelve aquel mal momento. Sin razón,

callamos. Tu mano sufre, y, como

entonces, tiene un vuelo vacilante,

y el abandono, y juega con el ruido

triste del timbre de la bicicleta.

Suerte que ahora, como entonces, llegan

aquellos pasos férreos, la excesiva

canción de hombres de verde, con sus cascos

de acero, nos rodea, y ahora un grito

se nos dirige, autoritario, como

oro maligno de una sierpe, y hemos

de ocultar la cabeza en el regazo

acogedor del miedo, hasta que al fin

se alejan. Ya nos hemos olvidado

de nosotros, y porque se alejan

somos felices otra vez. Nos lleva

a reencontarnos este movimiento

sin recuerdo, y por estar aquí

los dos somos felices, y no importa

que callemos. Podemos besarnos.

Somos jóvenes, y no sentimos

piedad por los silencios que han pasado;

tenemos miedos de otros, miedos que

podrían distraernos de los nuestros.

Bajamos la avenida. A cada árbol

sentimos frío, entre la sombra espesa.

Vamos de frío en frío, sin pensarlo.

Versión de Pere Gimferrer

Tro vos mi siatz renduda

Tantas paredes entre tú y yo. La nostalgia,

exhausta, no llega hasta ti. No ve cómo se te va haciendo

vida, en lugares y en momentos que son verdad aguda,

no deshechos como su desesperación. Perro

pródigo de desconcierto brutal, se lanza a revolcarse

por el polvo de un verano sin remedio.

Oh, para la sed demasiado confusa, un solo

hielo de agua, un solo recuerdo tuyo a cada instante,

hasta que me seas devuelta.

Versión de José María Valverde

Útero

Hace ya algunas horas que está aquí.

Partes de su cuerpo, no las más íntimas,

pero partes de su cuerpo, se han diseminado

y esparcido en las cuatro o veinte esquinas

de esta habitación: Y ahora yo vivo

metido dentro de la cosa que amo.

Un movimiento que hago, y que me estira

fuera de mi cubil, toca una media,

un zapato, una falda o un jersey:

los cotos de una tierra que es la mía.

Versión de José Agustín Goytisolo

Voces bajas

Una de aquellas voces que jamás quisiéramos

escuchar en nosotros, va diciendo

que gasté demasiado a causa de ella.

Es verdad, y por eso me da miedo

y la odio un poco. Soy injusto

y me pesa. Pero aún más interior,

me asegura otra voz que este gran yerro

sólo yo me lo acuso. Si ella lo conociera

nada le costaría perdonarme.

Versión de José Agustín Goytisolo