Durán, Renata

Reseña biográfica

Poeta y diplomática colombiana nacida en Bogotá en 1950.

Estudió Derecho en la Universidad de los Andes y Literatura Comparada en La Sorbona.

Trabajó en El Centro de Investigación Interdisciplinaria sobre América Latina en Paris y fue representante ante la Comunidad Europea en Bruselas. Ha colaborado habitualmente con diversas publicaciones literarias nacionales e internacionales.

De su obra poética se destacan los poemas sensuales incluidos en su obra «Muñeca rota» 1981, «Oculta ceremonia» 1985, «Sombras sonoras» 1986, «Poemas escogidos» 1993, y finalmente,

«El sol apagado» 1994.

Aquí en mi cuerpo…

Aquí en mi cuerpo

acabó de pasar el mediodía

y por mi piel respira un agua

atardecida.

Los labios están secos,

guardo en la lengua

los aromas.

Si acaso pusieras

tu mano

entre mis muslos,

sabrías que estás vivo.

Saborearías mi sal.

Haríamos un pozo

en el tiempo,

y dejaríamos que el sol

nos madurara.

Aquí pasa el silencio vagabundo…

Aquí pasa el silencio vagabundo.

Aquí cae la lluvia de la tarde,

y humedece los ojos de cristal.

Es la ciudad mi cárcel.

Y eres tú mi verdugo.

En tus brazos de fieltro

me someto al suplicio

de tus besos de hielo.

Repites los gestos conocidos

y penetras mi cuerpo somnoliento.

No tengo alma que vuele, cante

o gima.

Para el amor he muerto.

Aquí sentada así…

Aquí sentada así

compartiendo tu mesa.

Bebemos vino frío

y pelamos nuestras pieles

como frutas

aturdidas de sol.

Salgamos a la calle.

Digámosle a la gente

que tú y yo

habitamos el limpio

territorio del amor.

Cantemos esa suave

canción de la ternura

mientras enciendes

el motor de la rutina.

Creo que por fin te he despedido

Creo que por fin

te he despedido.

Porque logré

que dé lo mismo

que estés aquí

o allá.

De todos modos

estás lejos.

Después del amor…

Después del amor

vino el silencio

grité toda mi voz.

Morimos juntos

muchas noches.

Incendiamos

recuerdos – voces.

Arañamos las

caricias ajenas.

Nos desnudamos

de otros.

Quedamos

frente a frente

en silencio

para siempre.

Echo raíces en ti…

Echo raíces en ti,

vegetalmente hambrienta

de tu tierra húmeda

y negra.

Enredados los cuerpos…

Enredados los cuerpos

en el agua del amor

gimiendo sudorosos.

Latigazos de sangre

alucinados.

Me abres de par en par,

nos penetramos.

El deseo con sus brazos de sed

navega ahogando las fronteras,

rompiéndolas.

Más allá de nosotros el sol

amor, el sol

que es carne viva.

Estoy enferma de ti…

Estoy enferma de ti,

maltrecha adolorida.

Otros brazos me buscan

y no puedo abrazarlos.

Me besan y no puedo

responder con mis labios.

Ando desintegrada,

dispersa por el mundo.

Y solo hay un momento

en que me encuentro:

Cuando los dos

jugamos a ser uno.

Cuando te siento

indefenso

en mis brazos,

y pierdes la conciencia

de que nos separamos.

Fui luz, fui roca…

Fui luz, fui roca

ensangrentada

contra tus locas aguas.

Fui el aire

y las cosas cercanas.

De madera y de pan

para tus dedos insondables.

De aguda claridad

para tus ojos.

Fui todos los cuerpos

que besaste

a través de los siglos.

La piel de la memoria,

la estrella de tus sexos.

Fuimos los dos

la vida dividida

pero no separada.

Somos ahora

compañeros de viaje

y seguiremos siempre

en el polvo del tiempo.

Agua. Luna. Silencio.

Huella dejada…

Huella dejada

por el aire

en las arenas

de un planeta

que eché a rodar.

Trompo feliz.

Hoy se detuvo.

Me levanto del agua de la noche…

Me levanto del agua de la noche

deseosa de ti.

Despedazada.

Me ocupo inútilmente de mi vida…

Me ocupo inútilmente

de mi vida

mientras espero que

despiertes.

Estuviste a punto de

romper el cristal

que nos separa

y por fin encontrarnos.

Sólo viste tu imagen

reflejada.

No miraste al través.

Del otro lado estaba yo,

llamándote.

Llegaste a mí

sin darte cuenta.

Por una puerta entraste,

que no me conocía,

y te quedaste aquí,

sin saberlo.

Ahora te veo caminar

por la ciudad,

dueño de ti, sin anclas,

y me sonrío,

porque ese tú que anda

por ahí,

es el que está soñando.

Y aquí dentro de mí

te sueña el verdadero.

Mitad pez. Mitad viento…

“Hay hombres

mitad pez

mitad viento”…

Pablo Neruda

Mitad pez. Mitad viento

soy.

Agua vital,

que quiere ser bebida

sin agotarse nunca.

Agua que busca

humedecer las verdes

soledades ajenas.

Lava roja,

súbitamente gris

al contacto del aire

doloroso.

No es verdad…

No es verdad

que tú cuentas

conmigo,

ni con nadie.

Sólo cuentas

contigo

y tu mentira.

Entraste en el túnel

de ti mismo,

volcándote

en los otros.

Cuando te puse

enfrente del espejo

te encegueciste más,

y me dejaste

a la orilla de ti,

sin brazos para hallarte.

No podría obligarte…

No podría obligarte

a no seguir tu sino.

Eso sería negarte

todo lo que de carne eres

y que somos.

Vete ya a acariciar

largos cuerpos,

distintos a este mío,

desde el cual te diviso,

viviéndome de adentro.

Tú vives desde afuera.

Con sólo ser tocado

ya existes.

Yo necesito más.

Quiero manos de amor,

sabias manos que

atraviesen la piel

de que estoy hecha,

y conozcan

la pura consistencia

de mi barro.

No te gustó encontrarme…

No te gustó encontrarme

por la calle sonriente,

que tomara un café

sin nostalgia de ti,

al lado de tu mesa.

Que ya no te dijera

que hacías parte de mí.

No te gustó saber

que sigo viva,

que me río con ganas,

que disfruto las cosas

cotidianas

sin esperarte ni

desesperarme,

que construyo mi vida

libremente.

No te gustó saber

que no me tienes.

La vanidad ha sido tu enemiga,

ella tiene la culpa

de que no compartamos

ni siquiera

una charla.

No viniste de lejos

Viniste de tan hondo

que conozco tu nombre,

conozco tu dolor,

reconozco tu alma.

No viniste de lejos,

ni siquiera has llegado.

Estabas desde siempre,

como un lenguaje escrito

en el fondo de mí,

y te estoy descifrando.

Óyeme así, como al descuido…

Óyeme así, como al descuido.

No te des mucha cuenta.

Quiero contarte que te quiero,

sin decírtelo nunca.

Quiero besarte suavemente,

como te besa el agua

de la lluvia.

Así, muy quedamente,

sin que escuches siquiera

su gemido.

Quiero que me ames

a pesar de ti mismo.

Que me ames lentamente

y enciendas todo el fuego

que arde en mí para ti,

definitivo.

Por primera vez…

Por primera vez

he pintado mis labios.

Les quité su sabor y su forma.

Porque quiero que rían,

disfrazados de fiesta.

Que brillen por las calles,

y me lleven de paseo

a donde no conozco.

A donde no me atrevo

a besar

con mi boca desnuda.

Qué extraña manera de quererte…

Qué extraña manera de quererte.

Así de pronto me encuentro

amándote de adentro

como si alguna raíz,

la más profunda,

hubiera hecho contacto

con la más honda tuya

y se anudaran hundiéndose

más y más en la tierra,

buscando el agua profundísima

de un amor singular, que no

pregunta,

que sabe todo. Hasta lo que tú y yo

ignoramos.

Regreso a mi cuerpo…

Regreso a mi cuerpo

después de un largo

viaje a ti.

Te vi dormido

frente al mar,

fatigado de amor

sobre mi pecho.

Respirabas ahí,

abandonado,

como si en mí

hubieras anclado.

Quise dormir también

para soñar tu sueño

que casi lo veía

surgir de tu cabeza.

Cerré los ojos.

Fue en el tiempo

el momento

en que más te amé.

Después los sueños

propios me llevaron

muy lejos.

En uno de ellos,

te perdí.

Te esperaré del lado del silencio…

Te esperaré del lado del silencio.

Entre las sombras de las lentas horas.

Te esperaré en el fondo de mis sueños

allí donde comienzan nuestras cosas.

En ese después del tiempo

donde podemos ser nosotros.

Desnudos, al fin, para los besos

más profundos y locos. Para la piel.

Te esperaré en la espuma del mar

interminable. Tú tocarás el aire

con mi cuerpo. Siempre vas a cantar

sabiendo que te espero.

II

Voy a morir contigo cualquier tarde.

Después de ti no quiero a nadie.

Todo el deseo del mundo claudica

entre tus brazos. No hay más allá de ti,

es el amor que nunca se reparte.

Llegaste a ser mi pasión única.

No somos una ilusión cobarde,

si tú no luchas, no lucharé tampoco.

Aceptaré que el tiempo te arranque

de mi lado y moriré esta tarde.

Tela raída del amor…

Tela raída del amor.

Tú y yo la destejemos.

Tiras de un hilo:

Vas deshaciendo

la forma que le dimos.

Impasible, te asisto

en la tarea

de hacer de mí un recuerdo.

Todavía tu sombra llega…

Todavía tu sombra llega

y me invade la casa.

Conversa con las cosas.

Extrañamente tuya

esa presencia muda.

Como si tú quisieras

amarme sin saberlo.

Como si un otro tuyo

se saliera de ti

para buscarme.

Tu cuerpo

Cuando beso tu cuerpo

siento latir el corazón

profundo de la vida.

Te recorro despacio

reviviéndome.

Hay hallazgos sutiles,

hay derrotas.

El extenso placer,

la abierta lucidez,

la dicha de tenerte.

Tú eras el desierto…

Tú eras el desierto…

Anduve tus caminos,

sedienta, solitaria.

Casi que muero un día

buscando encontrar agua

en ti. Siquiera gotas.

No encontré sino sed.

Bebí arena seca.

Horas de sol y sal.

No quiero recordarlas.

Vincent Van Gogh bendice tu locura…

Vincent Van Gogh

bendice tu locura.

Derramaba pintura

y pasión con furor.

Tú dabas alaridos

azules y naranjas.

Emborrachaste

el aire provinciano.

Inyectaste en el trigo

movimientos

de color amarillo.

Llegaste a darle

a Dios

el cielo tuyo

agitado y oscuro,

y te quedaste

sentado en el taburete

del rincón

de tu cuarto,

iluminado.