Courtoisie, Rafael

Reseña biográfica

Poeta, narrador y ensayista uruguayo nacido en Montevideo en 1958.

Es uno de los escritores más destacados de su país en las últimas décadas. Inició la carrera literaria durante la dictadura militar de 1973. Fue profesor invitado en Florida State University, Birmingham University y Universidad de Uruguay. Ha formado parte y dirigido varias antologías de poesía y ha actuado como jurado en numerosos concursos. Es además de conferencista y periodista cultural, un brillante representante de la literatura latinoamericana.

Viajero incesante, ha recorrido lugares tan diversos como la selva amazónica y el desierto del Néguev. En los últimos años ha sido galardonado con premios destacados como el Premio de la Fundación Loewe, el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura Uruguayo, el Premio Fraternidad de Jerusalén, el Premio Morosoli auspiciado por la Cátedra Unesco, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, el Premio Plural de Poesía de México y el Premio Blas de Otero en España.

Parte de su obra está contenida en los siguientes volúmenes: “Contrabando de auroras” 1977, “Tiro de gracia” 1981, “Tarea” 1982, “Orden de cosas” 1986, “Trovar clus” 1987, “Cambio de estado” 1990, “Textura” 1994, “Estado sólido” 1996, “Umbría” 1999, “Fronteras de Umbría” y

“Música para sordos” en 2002, “Jaula abierta” y “Todo es poco” en 2004.

El amor de los locos

Un loco es alguien que está desnudo de la mente. Se ha despojado de sus

ropas invisibles, de esas que hacen que la realidad se vele y se desvíe.

Los locos tienen esa impudicia que deviene fragilidad y, en ocasiones, belleza.

Andan solos, como cualquier desnudo, y con frecuencia también hablan

solos («Quien habla solo espera hablar con Dios un día»).

Más difícil que abrigar un cuerpo desnudo es abrigar un pensamiento. Los locos

tienen pensamientos que tiritan, pensamientos óseos, duros como la piedra

en torno a la que dan vueltas, como si se mantuvieran atados a ella por una

cadena de hierro de ideas.

El cerebro de un pájaro no pesa más que algunos gramos, y la parte que modula

el canto es de un tamaño mucho menor que una cabeza de alfiler, un infinitésimo

trocillo de tejido, de materia biológica que, con cierto aburrimiento, los sabios

escrutan al microscopio para descifrar de qué manera, en tan exiguo retazo,

está escrita la partitura.

Pero desde mucho antes, y sin necesidad de microscopio ni de tinciones,

el loco sabe que el canto del pájaro es inmenso y pesado, plomo puro que taladra

huesos, que se mete en el sueño, que desfonda cualquier techo y no hay cemento ni

viga que pueda sostener su hartura, su tamaño posible. Por eso algunos locos

despiertan antes de que amanezca y se tapan los oídos con su propia voz, con voces

que sudan de adentro, de la cabeza.

Los pensamientos del loco son carne viva, carne sin piel. En el desierto del

pensamiento del loco el pájaro es un sol implacable. El canto cae como una luz y un

calor que le picara al loco en la carne misma de la desnudez.

Pero la desnudez del loco es íntima: de tanto exhibirla queda dentro. Es condición

interior, pasa desapercibida a las legiones de cuerdos cuya ánima está cubierta por

completo de tela basta, gruesa, trenzada por hilos de la costumbre.

El único instrumento posible para el loco, para defender su desnudez, es el amor.

El amor de los locos es una vestimenta transparente. Esos ojos vidriosos, ese hilo

ambarino que orinan por las noches, ese fragor y ese sentimiento copioso y múltiple

que no alteran las benzodiazepinas, que no disminuye el Valium, permanecen intactos

en el loco por arte del amor.

Es un martillo, y una cuchara, y un punzón. Es todo menos un vestido, no cubre

sino que atraviesa, no mitiga sino que exalta. El amor de los locos tiene una textura,

un porte y una sustancia.

La sustancia se parece al vidrio, pero es el vidrio de una botella rota.

De “Estado sólido” 1996

Premio de la Fundación Loewe

Estado sólido

La soledad, esa piedra masculina que reposa en una habitación sin horas

como un planeta hermoso y advertido.

Una fruta de hierro.

De “Estado sólido” 1996

Premio de la Fundación Loewe

Las piedras de amar

Los hijos de los Grises le arrebatan el gozo a las mujeres,

justo en el último momento, justo cuando están por acabar. Los hijos de los Grises,

en el último instante, se llevan esa gema invisible del sexo de las mujeres

y hacen un collar de maravilla.

En las noches cálidas, el collar hecho con los guijarros del gozo humedecido,

palpita en la penumbra inmóvil, sin que nadie se adueñe del temblor. Los Grises

ponen esos collares en las vitrinas de los museos, y quedan tontamente alegres

por haberles quitado el gozo a las mujeres.

Las perlas, algunas oscuras y otras claras, producen un latido inmóvil y concéntrico,

un espasmo translúcido que se pierde en el espacio silencioso. Pero las mujeres de los hijos

de los Grises van, cada vez que pueden, a la aldea vecina, donde los hombres saben

desprenderles del vientre esos cantos rodados, esas perlas opalinas y latientes,

y las dejan flotando en la entrepierna, húmedas y tibias todo el tiempo,

durante la eternidad que dura el acto.

De “Umbría” 1999

Los que no están

Para las almas los cuerpos valen oro. Pero es un oro carnal,

de ruido tibio, un oro en trazos y fibras, oscuro, más oscuro que la muerte

que lleva y devuelve las almas a su origen, la muerte como un mar que las devora.

Los cuerpos flotan.

Sin la muerte, un cuerpo es más grave que su sombra. La muerte los levanta,

los madura, hace de los cuerpos un sueño irrepetible en el que el deseo encuentra

materias claras para hacer la casa.

La casa se levanta y se derrumba, pero los trozos esparcidos son duras gotas

del agua del deseo, humedecen la vida que les falta.

De “Umbría” 1999

Mujeres

Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.

Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago

colean pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos.

El pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca

una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.

Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol,

brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir,

algunos pececillos adheridos.

De “Umbría” 1999

Q habla del Edén

«Un pez de hule envuelve la comida diaria. Las escamas de nylon

se deshacen pero no logran pudrirse en la boca del desierto:

bolsas, jirones y retazos de plástico, trozos de cármica y latas como joyas oxidadas.

Cada cosa es un tesoro y tiende a la aridez. Las raíces de los vegetales esperan

entre vidrios y coronas de caucho, los óxidos de plomo y el agua del cadmio

entre los dientes de un cero gordo, el mar envenenado de sulfito

en la gran concha del mar, en la raja del mar, en el coño del mar, en la vira del

mar con aguavivas.

Un temblor de hilo en las vocales: n-a-d-a.

Estos son los huesos de Dios. Las ramas despojadas por el viento enfurecido,

los ojos cubiertos por los labios de los ojos, la Mosca Reina con su séquito

en el sexo.

Chatarra, chatarra y más chatarra. Junk.

La savia retrocede en las palabras cuando voy a hablar del árbol.

Un sarcoma voraz seca la rama. El aire me respira y se envenena.

Lo que amo se vuelve arena.»

De “Umbría” 1999

Una mujer ha muerto

Antes de dormir, Z macera raíces y pasa los jugos

sobre los ojos de las piedras. Las estatuas brillan serenas,

con una humedad oscura y un derroche de luz y lava sólida.

Así apacigua la noche su custodia.

* * *

Una carta llega a destino antes de ser escrita.

* * *

Una mujer ha muerto en algún sitio. Q sale a cielo descubierto,

apoya el oído en tierra y escucha cómo las orugas

despedazan un castillo subterráneo.

De “Umbría” 1999

Voces

Un idioma de polvo se escucha en las calles.

Q transporta una vasija y las gentes se apartan.

Lleva una carraca para anunciar su paso y un niño se adelanta

moviendo los brazos, anunciando el peligro.

Alguien, desde una azotea, tira una piedra. La vasija se rompe

y deja ver el interior. Hay fuego maduro que comienza a derramarse.

Q corre despavorido y tira la carraca, que enmudece al caer. Umbría se aparta y,

en el centro de la columna de fuego, crece un hueco.

Una niña llega corriendo desde lejos, se acerca a mirar y se apaga en la ceniza.

Nadie alcanzó a advertir el peligro, nadie gritó a tiempo.

Comienza a lloviznar. Las bocas están llenas de polvo.

De “Umbría” 1999

Voces 2*

Un hijo de palabras, hecho de coágulos, hecho de fragmentos

de cosas que dije o que no dije. Es un minuto y una boca de vidrio picado,

es una sombra y a su costado crece el río de otra sombra que lo sigue

y que dice y que no dice.

De “Umbría” 1999

*La numeración es nuestra

Voces 3*

Una mano de tierra edifica ciudades y relámpagos oscuros.

En el cuerpo de un árbol, un nervio de humedad siente la brisa.

De “Umbría” 1999

*La numeración es nuestra

Voces 4*

Un hijo hecho de coágulos entre la maravilla de la música,

en los oboes, en las guitarras, en la palabra «piano» con sus dientes flojos,

y una luna de trapos enjuga los sonidos. Es la canción de la infección

con sus arpas tisulares, el agua del contagio llevada por la brisa. Música

de piedras y jugo de metales, agüitas virulentas acompañan la canción del mudo.

De “Umbría” 1999

*La numeración es nuestra

Y el fondo

Cuando la forma comienza a declinar aparece el fondo. Se adelgazan las paredes,

se afina la membrana, la noche extensa, sencilla o intrincada de la forma. El fondo

se opaca entonces, comparece.

Hay un instante de atraso, de desfasaje entre la forma y el fondo y es allí donde

se ve su orilla, su materia dispersa, su líquido sin continente. Espesura, densidad

opaca.

Un punto. El punto concentra el fondo, el fondo despojado.

La intemperie como una precipitación en el seno de un líquido, como un cuerpo

extraño. Pero el fondo siempre estuvo en la forma, la pulpa en la fruta, el agua en el

vaso, la carne con sus linfas en el cuerpo. El cuerpo dentro del mundo. El mundo

dentro del cuerpo.

Pues abandonada la forma queda una circularidad, una huella.

Cuando fa forma comienza a declinar, aparece el fondo.

De “Estado sólido” 1996

Premio de la Fundación Loewe