Cortazar, Julio

Reseña biográfica

Hijo de padres argentinos, nació en Bruselas en 1914 y residió en Buenos Aires desde los cuatro años.

Trabajó como maestro en varios pueblos argentinos y posteriormente se graduó en Letras.

Bajo el seudónimo de Julio Denis publicó su primer libro de poemas, «Presencia», en 1938. Gracias a una beca del gobierno francés, se instaló en Paris en 1951 donde además se dedicó a las traducciones para mejorar su situación económica. Posteriormente se vinculó a la Unesco trabajando allí hasta su jubilación.

Además de numerosas novelas y escritos, sobresale su poema dramático «Los Reyes» en 1949.

A la voz de Susana Rinaldi

No sé lo que hay detrás de tu voz.

Nunca te vi, vos sos los discos

Que pueblan por las noches este departamento de París.

Te busqué en Buenos Aires, pero sabés seguro

Cuántos espejos de mentira te hacen pifiar la esquina,

Como después de andar de bache en bache

Acabás con ginebra en un boliche

Murmurando la bronca del despiste.

No sé, ya ves, ni como sos,

Tengo las fotos de tus discos, gente

Que te conoce y te escribe,

Paredes de palabras con glicinas

Y vos detrás, inalcanzable siempre.

(Y esto que digo Susana

es también la Argentina donde todo

puede esconder la estafa si no sabemos ser

como el farol del barrio, o como aquí sus tangos,

vigías de la noche y la esperanza).

A una mujer

No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón,

no hay que estar triste

si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera lo inmóvil,

ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,

constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo

-pero por qué nombrar el polvo y la ceniza.

Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día

era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.

Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la tortuga,

esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos huecos,

y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía,

las torres del maíz, los ciegos montes.

Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo,

no nos movemos del terror y la delicia,

y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados

para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón,

cómo corren las nubes al futuro.

¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té.

No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel

que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de creer

que se nace o se muere,

cuando lo único real es el hueco que queda en el papel,

el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.

After such pleasures

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,

casi creyéndolo, porque así de ciego es este río

que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,

qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor

sabiendo que el placer es ese esclavo innoble

que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar

ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas

ni esperanza.

Solo en mi casa abierta sobre el puerto

otra vez empezar a quererte,

otra vez encontrarte en el café de la mañana

sin que tanta cosa irrenunciable

hubiera sucedido.

Y no tener que acordarme de este olvido que sube

para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos

y no dejarme más que una ventana sin estrellas.

Antes, después…

Como los juegos al llanto

como la sombra a la columna

el perfume dibuja el jazmín

el amante precede al amor

como la caricia a la mano

el amor sobrevive al amante

pero inevitablemente

aunque no haya huella ni presagio

aunque no haya huella ni presagio

como la caricia a la mano

el perfume dibuja el jazmín

el amante precede el amor

pero inevitablemente

el amor sobrevive al amante

como los juegos al llanto

como la sombra a la columna

como la caricia a la mano

aunque no haya huella ni presagio

el amante precede al amor

el perfume dibuja el jazmín

como los juegos al llanto

como la sombra a la columna

el amor sobrevive al amante

pero inevitablemente…

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana,

se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.

Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran,

me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse.

Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Bolero

Qué vanidad imaginar

que puedo darte todo, el amor y la dicha,

itinerarios, música, juguetes.

Es cierto que es así:

todo lo mío te lo doy, es cierto,

pero todo lo mío no te basta

como a mí no me basta que me des

todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca

la pareja perfecta, la tarjeta postal,

si no somos capaces de aceptar

que sólo en la aritmética

el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito

que solamente dice:

Siempre fuiste mi espejo,

quiero decir que para verme tenía que mirarte.

Canada dry

Sé que me acordaré de un cielo raso

donde las manchas de humedad eran un gato, un número, una mano cortada.

Sé que me acordaré del ruido

de un water en alguna habitación lejana del hotel,

su triste catarata de bolsillo, su inevitable recurrencia.

Chaçun ses madeleines, chaçun ses Albertines

Serás por siempre imán de imágenes,

las más turbias y vanas me traerás con el gesto

que en la caliente oscuridad del cuarto

era encender los cigarrillos del hartazgo,

ver asomar nuestros desnudos cuerpos flanco a flanco,

Las más pequeñas turbias cosas,

una uña lastimada que te dolía tanto, el triste

rito de ir a lavarte y regresar, las servidumbres.

Tan sólo compartimos los bares y las calles

antes de amarnos contra tres espejos:

¿qué más podría darme tu recuerdo?

Pero yo sé guardar y usar lo triste y lo barato

en el mismo bolsillo donde llevo esta vida

que ilustrará las biografías. Ve, pequeño fantasma,

el baño está ahí al lado,

yo fumaré esperándote

empezaremos otra vez. El cielo raso

dibuja un gato, un número, una mano cortada.

Ceremonia recurrente

El animal totémico con sus uñas de luz,

los objetos que junta la oscuridad debajo de la cama,

el ritmo misterioso de tu respiración, la sombra

que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminentemente.

Entonces me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño,

Vuelvo de un continente a medias ciego

donde también estabas tú pero eras otra,

y cuando te consulto con la boca y los dedos, recorro el horizonte de tus flancos

(dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto,

te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego

de piel y de azabache, las figuras del sueño)

el animal totémico a los pies de la hoguera

con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.

Y después despertamos y es domingo y febrero.

Cinco poemas para Cris

I

Ya mucho más allá del mezzo

«camin di nostra vita»

existe un territorio del amor

un laberinto más mental que mítico

donde es posible ser

lentamente dichoso

sin el hilo de Ariadna delirante

si espumas ni sábanas ni muslos.

Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo

tu pelo tu perfume tu saliva.

Y allí del otro lado te poseo

mientras tú juegas con tu amiga

los juegos de la noche.

II

En realidad poco me importa

que tus senos se duerman

en la azul simetría de otros senos.

Yo los hubiera hollado

con la cosquilla de mi roce

y te hubieras reído justamente

cuando lo necesario y esperable

era que sollozaras.

III

Sé muy bien lo que ganas

cuando te pierdes en el goce.

Porque es exactamente

lo que yo habría sentido.

IV

La justa errata

habernos encontrado al final del día

en un paseo púbico.

V

Me gustaría que creyeras

que esto es el irrisorio juego

de las compensaciones

con que consuelo esta distancia.

Sigue entonces danzando

en el espejo de otro cuerpo

después de haber sonreído

apenas

para mí.

Cinco últimos poemas para Cris

I

Ahora escribo pájaros.

No los veo venir, no los elijo,

de golpe están ahí, son esto,

una bandada de palabras

posándose

una

a

una

en los alambres de la página,

chirriando, picoteando, lluvia de alas

y yo sin pan que darles, solamente

dejándolos venir. Tal vez

sea eso un árbol

o tal vez

el amor.

II

Anoche te soñé

sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala.

Ella desnuda en pórfido,

tú tersa piel desnuda.

¿Qué ofrenda le tendías a la deidad salvaje

que miraba a través de tu mirada

un horizonte eterno e implacable?

La taza de tus manos contenía

la libación secreta, lágrimas

o tu sangre menstrual, o tu saliva.

En todo caso no era semen

y mi sueño sabía

que la ofrenda sería rechazada

con un lento rugido desdeñoso

tal como desde siempre lo habías esperado.

Después, quizá, ya no lo sé,

las garras en tus senos, colmándote.

III

Nunca sabré por qué tu lengua entró en mi boca

cuando nos despedimos en tu hotel

después de un amistoso recorrer la ciudad

y un ajuste preciso de distancias.

Creí por un momento que me dabas

una cita futura,

que abrías una tierra de nadie, un interregno

donde alcanzar tu minucioso musgo.

Circundada de amigas me besaste,

yo la excepción, el monstruo,

y tú la transgresora murmurante.

Vaya a saber a quién besabas,

de quién te despedías.

Fui el vicario feliz de un solo instante,

el que a veces encuentra en su saliva

un breve gusto a madreselva

bajo cielos australes.

IV

Quisiera ser Tiresias esta noche

y en una lenta espera boca abajo

recibirte y gemir bajo tus látigos

y tus tibias medusas.

Sabiendo que es la hora

de la metamorfosis recurrente,

y que al bajar al vórtice de espumas

te abrirías llorando,

dulcemente empalada.

Para volver después

a tu imperioso reino de falanges,

al cerco de tu piel, tus pulpos húmedos,

hasta arrastrarnos juntos y alcanzar abrazados

las arenas del sueño.

Pero no soy Tiresias,

tan sólo el unicornio

que busca el agua de tus manos

y encuentra entre los belfos

un puñado de sal.

V

No te voy a cansar con más poemas.

Digamos que te dije

nubes, tijeras, barriletes, lápices,

y acaso alguna vez

te sonreíste.

Démons et merveilles

De colinas y vientos

de cosas que se denominan para entrar

como árboles o nubes en el mundo

De enigmas revelándose en las lunas

rotas contra el aljibe o las arenas

yo he dicho y esperado

Creo que nada vale contra esta caricia

abrasadora que sube por la piel

Ni el silencio, ese desatador de sueños

Vivir

oh imagen para un ojo cortado

boca arriba perpetuo

Después de las fiestas

Y cuando todo el mundo se iba

y nos quedábamos los dos

entre vasos vacíos y ceniceros sucios,

qué hermoso era saber que estabas

ahí como un remanso,

sola conmigo al borde de la noche,

y que durabas, eras más que el tiempo,

eras la que no se iba

porque una misma almohada

y una misma tibieza

iba a llamarnos otra vez

a despertar al nuevo día,

juntos, riendo, despeinados.

El breve amor

Con qué tersa dulzura

me levanta del lecho en que soñaba

profundas plantaciones perfumadas,

me pasea los dedos por la piel y me dibuja

en el espacio, en vilo, hasta que el beso

se posa curvo y recurrente,

para que a fuego lento empiece

la danza cadenciosa de la hoguera

tejiéndose en ráfagas, en hélices,

ir y venir de un huracán de humo…

¿Por qué, después,

lo que queda de mí

es sólo un anegarse entre las cenizas

sin un adiós, sin nada más que el gesto

de liberar las manos?

El encubridor

Ese que sale de su país porque tiene miedo,

no sabe de qué, miedo del queso con ratón,

de la cuerda entre los locos, de la espuma en la sopa.

Entonces quiere cambiarse como una figurita,

el pelo que antes se alambraba con gomina y espejo

lo suelta en jopo, se abre la camisa, muda

de costumbres, de vinos y de idioma.

Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, y duerme

a pata ancha. Hasta de estilo cambia, y tiene amigos

que no saben su historia provinciana, ridícula y casera.

A ratos se pregunta cómo pudo escapar todo ese tiempo

para salirse del río sin orillas, de los cuellos garrote,

de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.

A fojas uno, sí, pero cuidado:

un mismo espejo es todos los espejos,

y el pasaporte dice que naciste y que eres

y cutis color blanco, nariz de dorso recto,

Buenos Aires, septiembre.

Aparte que no olvida, porque es arte de pocos,

lo que quiso, esa sopa de estrellas y de letras

que infatigable comerá

en numerosas mesas de variados hoteles,

la misma sopa, pobre tipo,

hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta.

El futuro

Y se muy bien que no estarás.

No estarás en la calle

en el murmullo que brota de la noche

de los postes de alumbrado,

ni en el gesto de elegir el menú,

ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes

ni en los libros prestados,

ni en el hasta mañana.

No estarás en mis sueños,

en el destino original de mis palabras,

ni en una cifra telefónica estarás,

o en el color de un par de guantes

o una blusa.

Me enojaré

amor mío

sin que sea por ti,

y compraré bombones

pero no para ti,

me pararé en la esquina

a la que no vendrás

y diré las cosas que sé decir

y comeré las cosas que sé comer

y soñaré los sueños que se sueñan.

Y se muy bien que no estarás

ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,

ni allí afuera

en ese río de calles y de puentes.

No estarás para nada,

no serás mi recuerdo

y cuando piense en ti

pensaré un pensamiento

que oscuramente trata de acordarse de ti.

El interrogador

No pregunto por las glorias ni las nieves,

quiero saber dónde se van juntando

las golondrinas muertas,

adónde van las cajas de fósforos usadas.

Por grande que sea el mundo

hay los recortes de uñas, las pelusas,

los sobres fatigados, las pestañas que caen.

¿Adonde van las nieblas, la borra del café,

los almanaques de otro tiempo?

Pregunto por la nada que nos mueve;

en esos cementerios conjeturo que crece

poco a poco el miedo,

y que allí empolla el Roc.

El niño bueno

No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies,

no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.

Acepto este destino de camisas planchadas,

llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.

El largo desarreglo de los sentidos me va mal, opto

por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.

Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente

para traerte un pescadito rojo

bajo la rabia de gendarmes y niñeras.

Encargo

No me des tregua, no me perdones nunca.

Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que

vuelves.

¡No me dejes dormir, no me des paz!

Entonces ganaré mi reino,

naceré lentamente.

No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni

guante;

tállame como un sílex, desespérame.

Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dálos.

Ven a mí con tu cólera seca de fósforos y escamas.

Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.

No me importa ignorarte en pleno día,

saber que juegas cara al sol y al hombre.

Compártelo.

Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,

lo que nadie te pide: las espinas

hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,

oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.

Esta ternura

Esta ternura y estas manos libres,

¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz

para la zorra, y en medio del llamado

la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.

Hicimos pan tan blanco

para bocas ya muertas que aceptaban

solamente una luna de colmillo, el té

frío de la vela la alba.

Tocamos instrumentos para la ciega cólera

de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos

con los presentes ordenados en una mesa inútil,

y fue preciso beber la sidra caliente

en la vergüenza de la medianoche.

Entonces, ¿nadie quiere esto,

nadie?

Hablen, tienen tres minutos…

Hablen, tiene tres minutos

De vuelta del paseo

donde junté una florecita para tenerte

entre mis dedos un momento,

y bebí una botellas de Beaujolais,

para bajar al pozo donde bailaba un oso luna,

en la penumbra dorada de la lámpara

cuelgo mi piel y sé que estaré solo en la ciudad

más poblada del mundo.

Excusarás este balance histérico,

entre fuga a la rata y queja de morfina,

teniendo en cuenta que hace frío,

llueve sobre mi taza de café,

y en cada medialuna

la humedad alisa sus patitas de esponja.

Máxime sabiendo que pienso en ti obstinadamente,

como una ciega máquina, como la cifra que repite

interminablemente el gongo de la fiebre

el loco que cobija su paloma en la mano,

acariciándola hora a hora

hasta mezclar los dedos y las plumas

en una sola miga de ternura.

Creo que sospecharás esto que ocurre,

como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,

volviendo del paseo donde quizá juntases

la misma florecita, un poco por botánica,

un poco porque aquí,

porque es preciso

que no estemos tan solos,

que nos demos un pétalo,

aunque sea un pasito, una pelusa.

Happy new year

Mira, no pido mucho,

solamente tu mano, tenerla

como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas

para entrar a tu mundo, ese trocito

de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestás tu mano en esta noche

de fìn de año de lechuzas roncas?

No puedes, por razones técnicas.

Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,

el durazno sedoso de la palma

y el dorso, ese país de azules árboles.

Así la tomo y la sostengo,

como si de ello dependiera

muchísimo del mundo,

la sucesión de las cuatro estaciones,

el canto de los gallos, el amor de los hombres.

Hic Et Nunc

La nobleza, las grandes palabras, que mal le van

a esta ternura sin mejillas que tocar,

a esta lengua sin labios que entender.

Envilece un amor así que rebota en las paredes del cuarto

o se va cayendo a pedazos de palabras, esto.

Es inútil la argucia y la esperanza,

somos la previsión,

los ojos y la boca orientados al viento. ¿Qué me vale

lo que fue, la suave crónica?

Siempre andaré buscándote en el hoy

de esta ciudad, de esta hora.

Si me doy vuelta, oh Lot, eres la sal

donde mi sed se hace pedazos.

Mira de qué sustancias vivo,

pero no me tengas lástima, yéndote así

todavía más.

La ceremonia

Te desnudé entre llantos y temblores

sobre una cama abierta a lo infinito,

y si no tuve lástima del grito

ni de las súplicas o los rubores,

fui en cambio el alfarero en los albores,

el fuego y el azar del lento rito,

sentí nacer bajo la arcilla el mito

del retorno a la fuente y a las flores.

En mis brazos tejiste la madeja

rumorosa del tiempo encadenado,

su eternidad de fuego recurrente;

no sé qué viste tú desde tu queja,

yo vi águilas y musgos, fui ese lado

del espejo en que canta la serpiente.

La lenta máquina del desamor…

La lenta máquina del desamor,

los engranajes del reflujo,

los cuerpos que abandonan las almohadas,

las sábanas, los besos,

y de pie ante el espejo interrogándose

cada uno a sí mismo,

ya no mirándose entre ellos,

ya no desnudos para el otro,

ya no te amo,

mi amor.

La patria

Esta tierra sobre los ojos,

este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,

esta noche continua, esta distancia.

Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,

pobre sombra de país, lleno de vientos,

de monumentos y espamentos,

de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,

escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,

repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando

de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.

Pobres negros.

Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,

dónde el que come los asados y te tira los huesos.

Malandras, cajetillas, señores y cafishos,

diputados, tilingas de apellido compuesto,

gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,

centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,

coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,

bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,

secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,

contraflor al resto. Y qué carajo,

si la casita era su sueño, si lo mataron en

pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,

te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña

envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,

mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate

con su verde consuelo, lotería del pobre,

y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos

para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.

Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,

pobres blancos que viven un carnaval de negros,

qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,

en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,

en los ranchos que paran la mugre de la pampa,

en las casas blanqueadas del silencio del norte,

en las chapas de zinc donde el frío se frota,

en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.

Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,

vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,

tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,

tango, coraje, puños, viveza y elegancia.

Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado

en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.

Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo

saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,

no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.

La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,

ser argentino es estar triste,

ser argentino es estar lejos.

Y no decir: mañana,

porque ya basta con ser flojo ahora.

Tapándome la cara

(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)

me acuerdo de una estrella en pleno campo,

me acuerdo de un amanecer de puna,

de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,

de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos

quemando un horizonte de bañados.

Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles

cubiertas de carteles peronistas, te quiero

sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,

nada más que de lejos y amargado y de noche.

Los amantes

¿Quién los ve andar por la ciudad

si todos están ciegos ?

Ellos se toman de la mano: algo habla

entre sus dedos, lenguas dulces

lamen la húmeda palma, corren por las falanges,

y arriba está la noche llena de ojos.

Son los amantes, su isla flota a la deriva

hacia muertes de césped, hacia puertos

que se abren entre sábanas.

Todo se desordena a través de ellos,

todo encuentra su cifra escamoteada;

pero ellos ni siquiera saben

que mientras ruedan en su amarga arena

hay una pausa en la obra de la nada,

el tigre es un jardín que juega.

Amanece en los carros de basura,

empiezan a salir los ciegos,

el ministerio abre sus puertas.

Los amantes rendidos se miran y se tocan

una vez más antes de oler el día.

Ya están vestidos, ya se van por la calle.

Y es sólo entonces

cuando están muertos, cuando están vestidos,

que la ciudad los recupera hipócrita

y les impone los deberes cotidianos.

No me des tregua, no me perdones nunca…

No me des tregua, no me perdones nunca.

Hostígame en la sangre,

que cada cosa cruel sea tú que vuelves.

¡No me dejes dormir, no me des paz!

Entonces ganaré mi reino,

naceré lentamente.

No me pierdas como una música fácil,

no seas caricia ni guante;

tálame como un sílex, desespérame.

Nocturno

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado

como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.

Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,

no sé si me querían, y si esperaban verme.

En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,

una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.

Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,

yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.

Mi mujer sube y baja una pequeña escalera

como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.

Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.

Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran

a la ventana que tengo a mi espalda.

Objetos perdidos

Por veredas de sueño y habitaciones sordas

tus rendidos veranos me acechan con sus cantos.

Una cifra vigilante y sigilosa

va por los arrabales llamándome y llamándome,

pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta

donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo,

si la cifra se mezcla con las letras del sueño,

si solamente estás donde ya no te busco.

Otros cinco poemas para Cris

I

Todo lo que precede es como los primeros momentos

de un encuentro después de mucho tiempo:

sonrisas, preguntas, lentos reajustes.

Es raro, me pareces menos morena que antes.

¿Se mejoró por fin tu tía abuela? No, no me gusta

la cerveza. Es verdad, me había olvidado.

Y por debajo, montacargas de sombra, asciende despacio otro

presente. En tu pelo empiezan a temblar las abejas, tu mano

roza la mía y pone en ella un dulce algodón de humo. Hueles

de nuevo a sur.

II

Tienes a ratos

la cara del exilio

ese que busca voz en tus poemas.

Mi exilio es menos duro,

le sobran las defensas,

pero cuando te llevo de la mano

por una callecita de París

quisiera tanto que el paseo se acabara

en una esquina de Montevideo

o en mi calle Corrientes

sin que nadie viniera

a pedir documentos.

III

A veces creo que podríamos

conciliar los contrarios

hallar la centritud inmóvil de la rueda

salir de lo binario

ser el vertiginoso espejo que concentra

en un vértice último

esta ceremoniosa danza que dedico

a tu presente ausencia.

Recuerdo a Saint-Exupéry: «El amor

no es mirar lo que se ama

sino mirar los dos en una misma dirección».

Pero él no sospechó que tantas veces

los dos mirábamos fascinados a una misma mujer

y que la espléndida, feliz definición

se viene al suelo como un gris pelele.

IV

Creo que no te quiero,

que solamente quiero la imposibilidad

tan obvia de quererte

como la mano izquierda

enamorada de ese guante

que vive en la derecha.

V

Ratoncito, pelusa, medialuna,

caleidoscopio, barco en la botella,

musgo, campana, diáspora,

palingenesia, helecho,

eso y el dulce de zapallo,

el bandoneón de Troilo y dos o tres

zonas de piel en donde

hace nido el alción,

son las palabras que contienen

tu cruel definición inalcanzable,

son las cosas que guardan las sustancias

de que estás hecha para que alguien

beba y posea y arda convencida

de conocerte entera,

de que sólo eres Cris.

Para leer en forma interrogativa

Has visto,

verdaderamente has visto

la nieve, los astros, los pasos afelpados de la brisa…

Has tocado,

de verdad has tocado

el plato, el pan, la cara de esa mujer que tanto amás…

Has vivido

como un golpe en la frente,

el instante, el jadeo, la caída, la fuga…

Has sabido

con cada poro de la piel, sabido

que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón,

había que tirarlos

había que llorarlos

había que inventarlos otra vez.

Poema

Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores

blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz,

te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz,

voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago

y cintas que dormían en la lluvia.

No quiero que tengas una forma, que seas

precisamente lo que viene detrás de tu mano,

porque el agua, considera el agua, y los leones

cuando se disuelven en el azúcar de la fábula,

y los gestos, esa arquitectura de la nada,

encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.

Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,

pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco

con ese pelo lacio, esa sonrisa.

Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino

es también la luna y el espejo,

busco esa línea que hace temblar a un hombre

en una galería de museo.

Además te quiero, y hace tiempo y frío.

Poema 2

Empapado de abejas

en el viento asediado de vacío

vivo como una rama,

y en medio de enemigos sonrientes

mis manos tejen la leyenda,

crean el mundo espléndido,

esa vela tendida.

Quizá la más querida

Me diste la intemperie,

la leve sombra de tu mano

pasando por mi cara.

Me diste el frío, la distancia,

el amargo café de medianoche

entre mesas vacías.

Romance de los vanos encuentros

No preguntes quién pone en este canto

un alma destinada al sufrimiento

y un pobre corazón que te ama tanto.

I

Bronces de las ocho y media

nos llaman cada mañana

-entre tu casa y mi casa-

de dos cornisas y un breve saludos de camaradas.

¡Estás tan bella, vestida

de crujiente espuma blanca

baje ese sol de las ocho

que te ciñe y que te alaba!

Sus amarillas saetas

bordan en tu pelo el aura

que me recuerda las leves

imágenes de las santas.

(Pienso que rezarte a ti

tal vez me salvará el alma…)

II

Las campanas matinales

ponen música en la senda

por donde a tu escuela vas,

por donde voy a mi escuela.

Tontamente, tontamente

me vuelve la vieja idea

cada vez que nos cruzamos

en nuestras rutas opuestas:

pienso en el ayer que ataba

con una risa dos sendas,

cuando jamás nos cruzábamos

tú y yo en camino a la escuela.

Con una misma campana,

con una misma existencia,

y por una misma calle

con sol de las ocho y media…

Para nosotros, entonces,

había una sola escuela.

III

La señorita maestra

pasa vestida de blanco ;

en su oscuro pelo duerme

la noche aún, perfumado,

y en lo hondo de sus pupilas

yacen dormidos los astros.

Buenos días señorita

del caminar apurado;

cuando su voz me sonríe

olvido todos los pájaros,

cuando sus ojos me cantan

se torna el día más claro,

y subo la escalinata

un poco como volando,

y a veces digo lecciones.

Save it, pretty mama

Sálvalo, mamita,

sálvame tantas noches de naufragio,

salva tu blusa azul (era en enero, en Roma)

sálvalo todo, o salva lo que puedas.

Esto se viene abajo, pretty mama,

sálvalo del olvido, no permitas

que se llueva la casa, que se borre

la trattoria de Giovanni,

corre por mí por ti, sálvalo ahora,

te estás yendo y los pájaros se mueren,

me voy de ti te vas de mí, no hay tiempo,

sálvalo pretty mama,

la voz de Satchmo y ese grito

que te sumía en lo más hondo del amor,

save it all for me,

save it all for you,

save it all for us.

Aunque no salves nada, sálvalo mamita.

Siempre empezó a llover…

Siempre empezó a llover

en la mitad de la película,

la flor que te llevé tenía

una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías

y que favoreciste la desgracia.

Siempre olvidé el paraguas

antes de ir a buscarte,

el restaurante estaba lleno

y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango

para tu indiferente melodía.

Tala

Llévese estos ojos, piedritas de colores,

esta nariz de tótem, estos labios que saben

todas la tablas de multiplicar

y las poesías más selectas.

Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo,

me quito las uñas y dientes y le completo el peso.

No sirve esa manera de sentir.

Qué ojos ni qué dedos.

Ni esa comida recalentada, la memoria,

ni la atención, como una cotorrita perniciosa.

Tome las inducciones y las perchas

donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.

Arree con la casa, fuera de todo,

déjeme como un hueco, o una estaca.

Tal vez entonces, cuando no me valga

la generosidad de Dios, eso boy scout,

y esté igual que la alfombra que ha aguantado

su lenta lluvia de zapatos ochenta años

y es urdimbre no más, claro esqueleto donde

se borraron los ricos pavorreales de plata,

puede ser que sin vos diga tu nombre cierto

puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.

Una carta de amor

Todo lo que de vos quisiera

es tan poco en el fondo

porque en el fondo es todo,

como un perro que pasa, una colina,

esas cosas de nada, cotidianas,

espiga y cabellera y dos terrones,

el olor de tu cuerpo,

lo que decís de cualquier cosa,

conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco,

yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,

que me ames con violenta prescindencia

del mañana, que el grito

de tu entrega se estrelle

en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos

sea otro signo de la libertad.