Cirlot, Juan Eduardo

Poeta español nacido en Barcelona en 1916.

Es uno de los más brillantes poetas de la postguerra española, cuya obra ha sido apreciada tardíamente en toda su valía.

Interrumpidos sus estudios de música por la guerra civil, entró en contacto con el surrealismo y simbolismo a partir de 1940. Trabó amistad con André Breton y formó parte del grupo

“Deu al Set” creado por Joan Brossa en 1948.

Su sólida educación musical lo convirtió en crítico de música para La vanguardia, donde también escribió artículos de cine.

Su actividad poética más intensa tuvo lugar entre 1960 y 1972.

Es autor de una obra muy extensa en el campo artístico: «Diccionario de ismos» en 1949, «Introducción al surrealismo» 1953, «Cubismo y figuración» 1957, «El informalismo» 1959 y su importante «Diccionario de los símbolos» 1974.

De su obra poética se destacan: «En la llama» 1945, «Cordero del abismo» 1946, «Ochenta años» 1951, «El palacio de plata» 1955, «Lilith» 1949, «44 sonetos de amor» 1971 y «Bronwyn» 1966-1971.

Falleció en 1973.

67 Versos en recuerdo de Dadá

El uno se arrodilla dulcemente

el dos tiene las trenzas de papel,

el tres llena de plata los triángulos,

el cuatro no solloza,

el cinco no devora el Firmamento,

el seis no dice nada a las serpientes,

el siete se recoge en las miradas,

el ocho tiene casas y ciudades,

el nueve canta a veces con voz triste,

el diez abre sus ojos en el mar,

el once sabe música,

el doce alienta lámparas,

el trece vive sólo en los desvanes,

el catorce suplica,

el quince llama y grita,

el dieciséis escucha,

el diecisiete busca,

el dieciocho quema,

el diecinueve sube,

el veinte vuela ardiendo por el aire,

el veintiuno cae,

el veintidós espera,

el veintitrés adora los vestidos,

el veinticuatro sabe matemáticas,

el veinticinco magia,

el veintiséis amor,

el veintisiete guerra,

el veintiocho estrellas,

el veintinueve luna,

el treinta tiene garras de cerezo,

el treinta y uno flota,

el treinta y dos destruye los anillos,

el treinta y tres anula los espacios,

el treinta y cuatro ruge,

el treinta y cinco vive lejos,

el treinta y seis conoce la amargura,

el treinta y siete fulge,

el treinta y ocho baja,

el treinta y nueve quiebra torres,

el cuarenta se expresa,

pero el cuarenta y uno tiene páginas,

donde el cuarenta y dos halla su espejo,

donde el cuarenta y tres se desmenuza,

en el cuarenta y cuatro anidan tigres,

en el cuarenta y cinco monumentos,

en el cuarenta y seis hay una espiga,

en el cuarenta y siete distracciones,

detrás vienen cuarenta y ocho pensamientos,

cuarenta y nueve signos,

cincuenta cruces,

cincuenta y una lágrimas,

cincuenta y dos mujeres,

cincuenta y tres desiertos,

cincuenta y cuatro pianos,

para cincuenta y cinco partituras,

para cincuenta y seis sonidos,

cincuenta y siete soles,

cincuenta y ocho perlas,

cincuenta y nueve bocas,

sesenta muertes,

sesenta y una llagas,

sesenta y dos pirámides,

sesenta y tres adioses,

sesenta y cuatro diccionarios,

sesenta y cinco sentimientos,

sesenta y seis recuerdos,

sesenta y siete flores.

A Gaudí

Relámpago de carne hecha de roca,

gesto de invocación incorporada;

anciano de cristal cuya mirada

parece un girasol de doble boca.

En tu oración la luz se ha vuelto loca

llena de mansedumbre exasperada;

y una tormenta azul, paralizada

se postra a ese alarido que convoca.

Tu arquitectura gime como un bosque

crucificado en furia que no mengua

bajo las destrucciones cenitales.

Yo pido a ese sarmiento que me enrosque

con brasas y zafiros esta lengua

de pecados y cantos capitales.

A la que renace de las aguas

Las huellas de tus dedos

no se ven en las torres.

Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto

al mar

los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,

por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla

pisada.

Dentro del corazón está la muerte

como una runa blanca de ceniza.

Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el

campo negro, pero ven.

Detente ante la tumba

donde los dos estamos.

* * *

Este sonido triste que solloza

es mi espada románica que piensa.

Mi corazón oscuro la acompaña.

* * *

Yo soy un ser humano a pesar mío.

El espacio plateado de mi espíritu

penetra en el espacio gris del mundo.

¿Hasta cuándo?

* * *

Las hierbas son tan rubias como tú

lejos de la ceniza que me aleja

para siempre sin hierro.

La muerte es el pantano de las cruces,

Bronwyn.

* * *

Alucinante luz en que la luna

une la encina blanca desde el cieno

al cielo donde el hielo respalndece

azul en un silencio alucinado.

Bronwyn,

enciende la llanura con tu voz.

* * *

Que las orquestas ciegas del martirio

acaben con los bosques, y los fuegos

de este incendio final, sacramentario.

Bronwyn,

si no puedo ser tú, si no podemos

ser ángel,

¿por qué la niebla es gris sobre el mar gris?

* * *

Piedras como rodillas tibias,

hierbas como cabellos rubios,

cielos como brazos de cielos.

Nace el amanecer como lo negro.

En las miradas siempre vuela el nunca.

* * *

Las ruinas de las runas en la roca

hablan de que yo estuve en este mundo,

donde el mar y la tierra de las nieblas

se funden y confunden.

La vida era una ausencia inagotable,

un laberinto de serpientes grises,

un pantano de rosas tenebrosas.

* * *

La cruz de las hogueras se ha deshecho,

las ruinas de las joyas se estremecen.

Se acerca el cementerio con los ojos

inundados de lágrimas.

* * *

Toma mi oscuro anillo inmemorial.

Mi armadura deshecha se deshace

y de sus mallas muertas salen fuegos

azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.

Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.

El mar que me acompaña por un mar

de sombra se deshace en el vacío.

Estoy cansado de estar muerto y ser.

* * *

Toma mi oscuro anillo inmemorial.

Mi armadura deshecha se deshace

y de sus mallas muertas salen fuegos

azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.

Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.

El mar que me acompaña por un mar

de sombra se deshace en el vacío.

Estoy cansado de estar muerto y ser.

* * *

Remolinos de cielos y de océanos

de incesantes distancias funerales.

El centro es lo lejano, y es allí

entre espirales grises y plateadas,

donde acaso la cruz es una cruz,

el cruce y el encuentro.

El centro es el lugar donde la imagen

habla desde su doble transparente.

* * *

Por el bosque del tiempo la noche del espacio,

el errar de mi busca, la boca de mi incendio.

En tus ojos, cayendo, un mar gris se levanta.

Lo espantoso es sencillo y está siempre muy cerca.

* * *

Bronwyn;

es un mar de ceniza, está subiendo.

Nuestras alas no existen por la noche.

La cabeza es de cera,

los ojos son espacio.

Te dejo entre los árboles del mundo

y este coro de gritos que persigna

mi estatura maldita.

* * *

Muerdo los sentimientos en el muérdago.

Mi espíritu está solo entre las hierbas.

Los demonios me buscan por los campos,

se disputan mi espada, mi armadura,

mis manos, mi cabeza, mis entrañas.

Mis hogueras de hierro se amontonan

y mis restos oscuros aún humean.

Me acaban de matar,

miro hacia donde vi tu aparición

hace mil años ya; pero la sangre

aún sale de mi boca.

* * *

Bajó el cielo a la tierra

y no era transparencia, era distancia.

Era un cristal de acero separando

lo unido.

Se perdieron las olas de los ojos

las flores de una cima donde un cuerpo

era sólo.

El cielo exterminó las claridades

humanas.

De su luz emanaba un absoluto

desasirse de todo lo tangible.

La pérdida nació como una piedra

negra.

* * *

Se acercan las doradas procesiones

que grabarán mi cuerpo en una losa.

Déjame contemplarte todavía,

mientras mis ojos cambian de función

convirtiéndose en música azulada.

Bronwyn, el horizonte es una casa:

(la imagen incendiada de una casa).

* * *

Nunca he tocado nada de lo que

tú eres.

Estás como una idea en un instante

puro.

Clara en tu firmamento de firmeza

blanca.

Desnuda Bronwyn, llámame, ya voy;

caigo.

* * *

Mi espada transparente te bencice

x galáctica en el lago, luz,

pradera de cristal inesperable:

Bronwyn inmaculada, incensario.

* * *

La tumba es de carbón azul, la tumba

es como un cuerpo sonrosado y vivo.

Hic jacet.

Una espada sin nombre está parada

ante la puerta blanca del invierno.

* * *

Mensajera del más allá, tú vienes

con forma de mujer, pero el abismo

se cierne junto a ti tan dulcemente.

Bronwyn,

constelaciones pálidas esperan

en medio de otros cielos con tu luz.

* * *

Bronwyn, mi corazón,

si nunca has existido eres posible

porque la realidad es muerte viva.

Bronwyn, mi corazón,

tócame con tu nada y con tu nunca.

* * *

No siendo estás aquí junto a mi centro

de hierros desatados,

de distancias dispersas como el humo.

No siendo eres tan mía como yo.

Más mía, pues tu luz sobre mi niebla

vive.

* * *

Es tu dorada luz, aire lejano

lo que viene a los verdes arrecifes.

Dame la mano, Bronwyn, alejémonos

del mar.

A Mitra

Dios con siete collares planetarios,

con mujeres de piedra y pensamiento,

con aullidos de cal en movimiento

con relieves y rojos santuarios.

Hasta las altas llamas son sudarios

ante tu desgarrado monumento

en el que sólo canta un elemento:

el amor que desfonda los sagrarios.

Bestia llena de flores y granates

halo de rosas roncas de rumores,

esposo repartido en el abismo…

Hablo de los pacíficos combates,

de los ciclos de música y colores.

Por las montañas hablo de mí mismo.

A Osiris

Repartido en pedazos y en lamentos,

repartido en países y en canciones,

repartido en lejanos corazones,

repartido en profundos monumentos.

Repartido en obscuros sentimientos,

repartido en distintas emociones,

repartido en palabras y oraciones,

repartido y perdido en los momentos.

Heredero del tiempo y del espacio,

víctima de transcursos y distancias,

ser en seres deshecho y repartido.

Yo busco tu hermosura y tu palacio,

tu boca de rubíes y fragancias

para reunirte solo en un gemido.

A Rene Magritte

Las mujeres con pechos de papel

alumbran la armonía de los prados.

A las ventanas vienen los venados

bajo un cielo de páginas de miel.

Detrás de esa cortina hay un doncel

con los ojos azules y vendados

pero en las blancas vendas hay pintados

tres ojos negros donde está Luzbel.

La pierna adolescente de la bella

abre sus abanicos de cristales

mientras un aerolito resplandece.

La carne es un espejo y una estrella.

El hombre la contempla con puñales

pero la rosa corre mientras crece.

Ángeles

Ángeles con coronas de yerba

Ángeles como inmensos paisajes.

Ángeles como rayos erguidos.

Ángeles con vestidos de llamas.

Ángeles en el muro del odio.

Ángeles como rosas azules.

Ángeles de los lagos profundos.

Ángeles con los pies encendidos.

Ángeles con cabellos de hielo.

Ángeles con rumor de manzano.

Ángeles en la flor de los días.

Ángeles golpeando las frentes.

Ángeles de cristal y de aire.

Ángeles como manos de plata.

Ángeles con los brazos de humo.

Ángeles, o sonrisas, o ausencias.

Ángeles como lámparas de oro.

Ángeles recogiendo las brisas,

Dulcemente.

Ángeles, llorando en mi ventana.

Ángeles violetas y desnudos.

Ángeles con pálidas heridas

Ángeles ardiendo como flores,

Ángeles surgidos de la sombra.

Ángeles del fondo de las piedras.

Ángeles de vidrio sonrosado.

Ángeles parados en el aire.

Ángeles cayendo hasta mis luchas.

Ángeles con hoces de diamantes.

Ángeles de pie sobre la lluvia.

Ángeles de hierro transparente.

Ángeles severos como águilas.

Ángeles altísimos y mudos.

Ángeles con alas de paloma.

Ángeles de las horas glaciales.

Ángeles o círculos radiantes.

Ángeles cantando entre mis labios,

Dulcemente.

Ángeles abiertos como cisnes.

Ángeles sobre un mar de ceniza.

Ángeles como nubes lejanas.

Ángeles, o miradas, o besos.

Ángeles temblorosos y puros.

Ángeles de jazmines y lirios.

Ángeles con violines de fuego.

Ángeles de rubíes celestes.

Ángeles como un éxtasis rojo.

Ángeles de mi sangre infinita.

Ángeles con espadas de niebla.

Ángeles del final de los tiempos.

Ángeles: conjunciones rugientes.

Ángeles como fuentes de perlas.

Ángeles de la calma absoluta.

Ángeles de la furia amorosa.

Ángeles de color amarillo.

Ángeles abrasando mis párpados,

Dulcemente.

Con Bronwyn

Yo también estoy hechizada

Bronwyn

Algo me está buscando por el campo,

o por el bosque negro que fue verde:

Algo de claridad pero sin forma,

como un sonido inmenso que bajara

desde un cielo apartado

por el cielo que existe.

* * *

Nunca supe quién soy,

pero voy

a ser lo que tú quieres sólo siendo

en el sol absoluto donde ardiendo

mueres porque eres.

Voy a ser la eternamente llama

de tu espiga de fuego;

mi resplandor entrego

a tu doliente niebla que me llama.

Caigo en tu corazón que ha de perderse

para que aprenda a rehacerse

desde el cristal azul del océano

al sarmiento quemado de una mano

cerrada al deshacerse.

* * *

Los álamos inciertos de las almas

se alejan por el campo.

Los álamos se alejan, Bronwyn.

Los gritos permanecen y el incendio.

* * *

¿Creíste que no te oía

cuando dijiste:

subes bajo las verdes nubes,

de la tierra que hiciste

blanca en un mediodía

rojo como la herida en que perdiste

lo que a tu corazón te unía?

¿Creíste que no te oía

más allá de las olas

cuando las sombras solas

eran mi todavía?

* * *

Por las sombras desciendo hasta la torre

y vuelvo a ver el mar rojizo

anaranjado.

Y vuelvo a ver los muertos, la corona

de flores aterradas.

¿Creíste que no vendría

junto a las negras rocas,

cuando de nuestras bocas

el cielo renacía

convirtiendo el espacio

en de plata palacio,

la distancia

en nuestra eterna estancia?

¿Creíste que era muerte

la noche de la suerte,

y el fin de la canción

mi desaparición?

* * *

Un nombre estaba escrito sobre el agua,

fue dicho desde el agua, Bronwyn,

entre cienos y miedo a los abismos

bajo las grandes aves transparentes.

* * *

¿Pudiste imaginar

en la noche del mar

que no respondería,

sin hallar

la voz con que diría

dónde me has de encontrar?

¿Pudiste suponer

en la niebla del ser

que no contestaría

y que no encontraría

la voz para poder

responder?

¿Y pudiste pensar

que jamás tornaría

tu nombre a concitar?

* * *

Empujo las paredes calcinadas.

Las inscripciones crujen

y los acordes siguen rechinantes

sobre la superficie rota

del olvido esencial.

*

Te vuelvo a repetir

que siempre esperaría.

No me dejes de oír.

¿Pudiste concebir

en tu triste existir

que nunca volvería,

si es que me pude ir

y que te dejaría

sin venirte a decir

que no quieras morir?

* * *

No siempre puedo recordarte

bajo los grandes trozos de silencio

que me aplastan y dejan en ceniza

tan sólo perseguido

por un sonido oscuro

y por las lentas avenidas grises

de un orbe sin final y sin principio.

* * *

¿Y dejaste a la nada

tu esperanza abrasada

abandonando al fuego

todo el humo del ruego?

¿Y soñaste perder entre las hierbas

el anillo de luz en que conservas

el signo de mi eterna persistencia

en la espiral oscura de tu esencia?

¿Y llegaste a creer

no ser?

* * *

Bronwyn, ¿estás aunque no nunca

pueda?

* * *

¿Olvidaste

mi primera mirada

cuando me desnudaste

estando ya desnuda y entregada?

* * *

La tierra es diferente de la tierra

y el cielo es otro cielo cuando ya.

La luz me está pensando desde el otro

lado del muro blanco de un milenio.

* * *

Estoy en un espacio que no puedes

abrir con los espinos de tus manos

humanas, temblorosas.

Yo destruiré las redes

de todos los arcanos y las rosas

tenebrosas.

Retornaré al pantano gris

y volverá el instante lis

de envolverte en mi luz

más allá de la torre y de la cruz

con relieves,

para que tú me lleves al lugar

en que nunca nos podrá separar

ni el filo de una espada,

ni la doble amenaza de la nada.

Algo me está buscando entre las hierbas

azules de otra vida.

Algo como una imagen sacramento,

como una niebla de temblor.

* * *

Me has llamado Daena,

Shekina me has llamado,

así me has consagrado:

La que Desencadena.

Ten fe en tu pensamiento

de siquiera un momento.

Quiere lo que deseas

para que siempre seas.

Es porque tú eres mi ángel

que me sabes tu arcángel.

Con nocturna ceniza entre tus labios,

Bronwyn

Contemplo entre las aguas de tu cuerpo…

Contemplo entre las aguas de tu cuerpo

la celeste blancura del pantano

desnudo bajo el campo con relieves

y circundado por el verde fuego.

No muy lejos el mar y las estrellas

en las arenas grises de las nubes.

Manos entre las piedras con las olas

y tus ojos azules en las hierbas.

Las alas se aproximan. Descomponen,

perdidas en las páginas del bosque,

Bronwyn, mi corazón, y cenicienta

sobre la tierra negra y en los cielos.

Contemplo entre las aguas del pantano…

Contemplo entre las aguas del pantano

la celeste blancura de tu cuerpo

desnuda bajo el campo de las nubes

y circundada por el verde bosque.

No muy lejos el mar se descompone

en las arenas grises, en las hierbas.

Manos entre las piedras con relieves

y tus ojos azules en los cielos.

Las alas se aproximan a las olas

perdidas en las páginas del fuego.

Bronwyn, mi corazón, y las estrellas

sobre la tierra negra y cenicienta.

Cuando te contemplé ya estaba muerto…

Cuando te contemplé ya estaba muerto,

muerto como las hierbas, aunque crecen,

como los mares muertos, que son rocas.

Sólo lo que es eterno está en la vida,

aunque lo blanco eleva su belleza

sobre las formas grises de lo negro.

Y simula existir donde el no ser

extiende sus certezas transitorias:

Bronwyn, tu claridad no eternamente.

Donde tu aparecías de cristal…

Donde tu aparecías de cristal,

tu cuerpo de cristal tú aparecías

entre las hierbas blancas donde tú.

En la blancura inmensa de la torre,

del bosque de las rocas, de las nubes,

de los grises, los mares de los mares.

Los bosques de los bosques, el cristal

donde lo negro crece ante el altar,

donde crece el cristal ante el altar

Al que me entrego, Bronwyn, al no ser,

al no ser roca blanca ni mar gris,

ni las nubes, ni el cielo, ni la torre.

En la llama

Plumaje azul o la sublime llama

del pájaro temblor del firmamento,

agudo en el martirio donde clama

su descenso final el pensamiento.

Atmósfera león que me amalgama

a extáticas tristezas de un momento,

destrucción sostenida que en su gama

ha insertado mi voz al Gran lamento.

Perpetua exaltación de las llanuras

que la luz acaricia derribando.

Con rumor de monstruosa incontinencia

la boca primordial está cantando

caídas, alas brancas, piedras puras:

El fuego en su furiosa permanencia.

En tus muslos de rosas y de arena…

En tus muslos de rosas y de arena

la lontananza grave de mi sino,

el desatado mar de mi destino

sabe la claridad y así la ordena.

En tu torso que el sol desencadena

adoro la ascensión a lo divino

y en tus brazos de luz a mi camino

desolada se vuelve mi condena.

Tu cuerpo inaccesible contra el cielo

abre sus cataratas insondables,

sume todo mi ser en la agonía.

Tu cuerpo incandescente como el hielo

expande en lo desnudo innumerables

halos que son lo cerca en lejanía.

Eternidades eran cuando tú eras…

Eternidades eran cuando tú eras

la virgen de mi círculo enlutado.

Me aparto de mí mismo y de tu lado

olvido tus plateadas primaveras.

Tus manos de mis páginas de ceras

cayeron en el mar de lo morado

y un cielo de lo gris cayó sembrado

con sollozos y agujas prisioneras.

Perder es ya morir, Bronwyn lejana

no tener es vivir sin movimiento:

amanecer y nunca es la mañana.

Bronwyn, mi soledad, ya no vivirte

es parecer un ser y ser un lento

un insondable nunca en el que hundirte.

Exhumaciones

Transito por lugares de abandono

y contemplo las fosas desoladas.

Las aguas de la noche han descendido

a estas costas humildes, deprimidas.

Todo está convertido en un lamento

sin nombre, acurrucado, irreparable.

Los dioses yacen mudos como esclavos,

lamiendo el oro rosa y el estiércol.

Lentamente yo busco entre las piedras

una llama de aquel incendio inerte.

Espadas de carbón, rosas de plata

aparecen, de pronto, entre los féretros.

Temblando como pájaros se ofrecen

esas flores tristísimas y sucias.

Las largas cabelleras de los héroes

emergen entre lirios y cerámicas.

Homenaje

¡Homenaje a la montaña de Ormuzd,

de donde descienden las aguas a la tierra!

¡Homenaje a mi propia alma!

ZEND-AVESTA

Mi alma es la ventana donde muero.

Mi alma es una danza maniatada.

Mi alma es un paisaje con murallas.

Mi alma es un jardín ensangrentado.

Mi alma es un desierto entre la niebla.

Mi alma es una orquesta de topacios.

Mi alma es una rueda sin reposo.

Mi alma son mis labios que se abren.

Mi alma es una torre en una playa.

Mi alma es un rebaño de suplicios.

Mi alma es una nube que se aleja.

Mi alma es mi dolor, mío, por siempre.

Mi alma es el naranjo azul que arde.

Mi alma es la paloma enajenada.

Mi alma es una barca que regresa.

Mi alma es un collar de vidrio y llanto.

Mi alma es esta sed que me devora.

Mi alma es una raza desolada.

Mi alma es este oro en que florezco.

Mi alma es el paisaje que me mira.

Mi alma es este pájaro que tiembla.

Mi alma es un océano de sangre.

Mi alma es una virgen que me abraza.

Mi alma son sus pechos como astros.

Mi alma es un paisaje con columnas.

Mi alma es un incendio donde nieva.

Mi alma es este mundo en que resido.

Mi alma es un gran grito ante el abismo.

Mi alma es este canto arrodillado.

Mi alma es un nocturno y hay un río.

Mi alma es un almendro de oro blanco.

Mi alma es una fuente enamorada.

Mi alma es cada instante cuando muere.

Mi alma es la ciudad de las ciudades.

Mi alma es un rumor de acacias rosas.

Mi alma es un molino transparente.

Mi alma es este éxtasis que canta

golpeado por armas infinitas.

Introducción

Todos los pasos tienen la forma del pasado,

la forma de las formas donde todo se muere

cayendo en su recinto de plata desbordada,

elegida en el borde de las sombras azules.

Debajo de los días de mis contestaciones

a todas las murallas que la noche reparte

en torno a mi tristeza de roto alucinado

donde el sol no golpea con sus labios en flor.

Debajo de esas causas de elemento remoto:

de esos pasos perdidos que mis manos soportan,

escribo dulcemente con el rostro vertido

hacia la extensa tierra que se eleva ante mí.

Es una tierra lenta de rosas muy oscuras,

una tierra de nombres y puñados de vidrio,

una tierra de grana con estaño incendiario,

una tierra de paja con trenzas de aceite.

Todos sus movimientos me consultan ardiendo,

todas sus invasiones se me acercan de pronto;

cuando de mi agonía resurjo hacia las calles

y paso por mis sangres escucho sus lamentos.

Voy a estar concordando las cuerdas de esa luz

que el aire petrifica rondándome los ojos.

Voy a poner sus arpas encima de mi mesa

donde escribo despacio su forma desgraciada.

Son rediles de polvo mezclado con topacios,

pescados hacinados sobre la cal deshecha

son hombros de jacintos y caderas de sábana

donde todo amontona su rumor de maderos.

Todos los pasos tienen la forma del pasado;

de un pasado sin boca para besar la orilla

de otra existencia hermosa que nunca se ha tenido

a pesar de las fiestas del corazón en llamas.

Entonces a lo largo de mi paciencia nacen

las tibias caravanas de las blancas cisternas,

los amores redondos de los pozos ocultos,

las banderas inscritas en le mármol salvaje.

Miro con mis recuerdos la zona de ese campo

en el que un gran sollozo persiste de rodillas.

Desde la tarde o noche donde un árbol violeta

esparce su mirada, también contemplo el tiempo.

Miro su vestidura de brillo y crisantemos,

su peligrosa fuerza de ventana cortada,

su pensamiento vivo creciendo con las zarzas

entre las alabanzas de los cánticos solos.

Debajo de esas causas de elemento perdido

hay una tierra suave que palpita ante mí.

Es una tierra echada sobre su propio vientre

lleno de estrellas negras y de voces lejanas.

Cuando todo lo mío se muere y despedaza

partido por el ansia de lo que me traiciona,

del crimen cometido por mí contra mis cielos

yo miro ese terreno de temblor y ternura.

Escribo para oírme vivir sobre sus tersas

orillas renacidas en un sarcófago rojo.

De sus sonidos de oro tomo mis instrumentos

hechos de siemprevivas y cabellos heridos.

Todos los pasos tienen la forma del pasado

donde todo se ahonda cayendo hacia el amor,

que es la perfecta nada de todo lo que canta

con la mirada aguda que el diamante describe.

Ya sé que me repito como un muerto que avanza

desde sus pobres ropas deshechas y en la sombra,

hacia la caja enorme donde el mundo le estrecha

para guardar la esencia de su ser miserable.

No me importa la gloria que grita en las paredes

con garfios de tormento la aurora de los días.

No obstante, reconozco la causa de mi origen

atado a la salmodia de los nombres que crujen.

Debo cantar las ansias de la roca extasiada,

las ansias de los peces que lloran su océano,

las ansias de los signos escritos con zafiros

en las llagas inmensas de las naciones secas.

No me importa la gloria, pero adoro mi voz;

mi voz hecha de torres y relámpagos negros

mi voz de combatiente por una guerra antigua,

mi voz de sacerdote con ojos de jaguar.

Es donde mi tristeza se transforma en países,

en lo que todo estalla en floras de riquezas,

en las que me sumerjo con las venas abiertas

para llenar mi espalda de tatuajes eternos.

Jazz-Lilith

Con mis ojos escucho, con mis ojos

de menta y de cristal desmesurado.

Con mis ojos de piano en el ocaso,

con mis ojos de tigre y de cerezo.

Con mis ojos escucho los acordes,

los desgarrados sones de la tarde,

los sones del amor y del sollozo,

los muslos que se acercan por el cielo.

Con mis ojos escucho tantas selvas,

tantas selvas de furia y de carbunclos.

Con mis ojos de piano, con mis ojos

de hoguera abandonada en el desierto.

Los acordes se rompen en el canto,

los acordes se quiebran en los árboles,

los muslos se acercan por el cielo,

los muslos de magnolia y de ceniza.

Con mis ojos escucho los dos muslos,

con mis ojos de menta y de asesino,

con mis ojos de músico extraviado.

Las aves infinitas del amor…

Las aves infinitas del amor

están petrificadas en sus lechos

de roca cristalina y solitaria.

Son aves vivas pero muertas. Son.

Sus alas ya no tiemblan ni en el cielo

se sabe que fue el vuelo de las aves.

Unas son transparentes como vidrios.

Otras son de basalto impenetrable.

Vivieron en los árboles y ardieron

entre los gritos ávidos del júbilo.

Pero todas cayeron desde lo alto.

Están petrificadas para siempre.

Pienso en la claridad de tus cabellos…

Pienso en la claridad de tus cabellos

en la azulada línea de tus ojos

yen el espejo blanco de tu rostro

circundando de espacio y oro verde.

Pienso en el corazón que se asomaba

a la música densa de tu voz

y que se difundía en el paisaje

que sólo te podía responder.

Pienso en la soledad del mar oscuro,

en la del muro gris en que resido,

Bronwyn, y en la locura de saberte

perdida en la espiral más divergente.

Regina tenebrarum

Ira, suma, lira, ¿será rimar?

Como si los leones devorasen tu cuerpo, y tu sanrgre

corriera sobre el mármol escaso.

Así te miro, pensando

en el sagrado día de tu muerte,

cuando un sepulcro inmenso beberá tu hermosura

quemada por el tiempo.

Habrás sido una música ciega en lo alto de un muro.

Mi larga maldición te pertenece como tus propios huesos,

llévatela contigo a la tierra.

Tenebrosa, ¿de qué te sirve tanto oro

confundido con plata?

No podré ver tu muerte, comprobar tu agonia;

sólo tendré una escueta noticia inacabada.

la certidumbre del lugar ocupado por tus «restos»

y la seguridad mayor de que no he de nombrarte

cuando me refiere a mis ángeles clarividentes, erguidos.

Los trozos de tu cuerpo estarán en mi recuerdo,

no entre las garras de las fieras.

Tu fragancia infernal aún será mía.

Las letras de tu nombre descompuesto formarán otros nombres

y en la pradera violeta crecerán otras torres

en los atardeceres prolongados por la sed hacia el pozo

donde tú, entonces, vivías

cuando el cielo era rojo y los árboles escarlatas crecían.

Así acontece ya con cada instante.

El sonido es la muerte que todavía resiste

y levanta, sin manos, un gesto hacia lo vivo.

Oye mi corazón; se está moviendo.

Y esta música horrenda que no le conmueve

soy yo.

Ven a verme llorar,

no lloro con los ojos ni con el pensamiento;

lloro con las entrañas, con los dedos quemados,

con la frente rajada por cuchillos

y con la llaga en llamas que yo todo soy.

Desciende del palacio, ven

a verme llorar.

Verás un monasterio cuando se despedaza

y verás dos mil años en sólo unos momentos,

o en un tiempo tan largo que la historia del mundo

no llena su interior.

(Allí dejamos sólo

un corazón abierto.

El árbol aún hablaba

cuando ya no era nada

en el campo monótono.)

Schoenberg está loco en el jardín de mi casa interior

Los jacintos aún florecen en la noche del África.

Dejadme, suplicó aquel mendigo.

Lo dejaron sin brazos, sin labios y sin ojos.

Yo tengo que recoger su espíritu,

bajarlo de la cruz,

y llevarlo a la cumbre de esta Tierra maldita.

Necesito las hachas brillantes, el punzón

que se clave en el centro de lo Negro.

Yo fui dorado como la nube al sol

o como la corona del monarca apresurado

a sentarse en su trono.

¿Dónde está mi draconario?

Las galeras han muerto, las torres

gimen en aglomeraciones de cenizas

y sus manos se agiten en un aire abrasado.

¿En qué guerra me podría salvar

entre esta turbamulta horrible de cristianos siniestros?

¡Violentos, venid!

Dentro de le dulzura se vierte lo corrupto

y los tejidos cantan un halo segregado.

Heridas sobrenadan,

hierbas, cruces.

Y el cabo de la rosa se repite el sudario.

Todos los cauces hablan con sus más grises bocas,

las rondas de las rocas viven bajo la tierra.

Oh, jardín

oye tu propia voz clavada en un pedazo

de inoíble papel.

Óyela y llora.

(Al amanecer, me aproximo al gran Valle perdido como si

fuese un gigante de piedra.)

Dime, belleza,

¿dónde te ocultarás cuando no exista este sonido

al que, feroz, te aferras?

¿Sabes lo que es el mar? Piensa.

Un día

vi una llaga horrorosa.

Parecía una flor, una torre, un extenso

pisaisaje bajo un sol de plomo.

Le pregunté: ¿Quién eres?

Me contestó un sonido sin habla,

un lamento que aún oigo sin oírlo,

un gemido sin letras. Pero creo

que mi nombre decía.

Es como si, de pronto,

mis heridas hablaran

y los ramos violetas que envuelven mi corazón

temblasen en la cabeza blanca del cementerio, así

una música absorta se eleva de las casas

e intenta retornar hacia el ave secreta

que te deshace lejos.

En la montaña abierta de par en par.

en aquella celeste puerta por la que ya no pasamos,

nuestras imágenes lanzan gritos agudos

y semejan relieves de cristal y de acero,

un Géminis de sangre.

Como si los paisajes fueran cerrojos

y tus manos la rosa inmensa que tapia los cielos;

así me acerco en silencio a tu gigantesco recuerdo,

mientras los lobos gimen en torno mío

y una esvástica negra

persigna mi frente donde siempre persistes

y donde te transformas en una fuente alada.

Pero la Oscuridad es tu dominio y por eso

me voy oscureciendo, Regina

Tenebrarum.

¿Dónde estará nuestro reino?

Todo se ha muerto ya cuando contemplo…

Todo se ha muerto ya cuando contemplo

tus senos de ceniza entre las hojas

doradas de un silencio

grave como la espada vertical

con que todo se corta.

Cuando contemplo el cáliz de tu rostro,

mi graal absoluto,

tan lejos en espacio como en tiempo

y en su combinación de alejamiento

intrínseco.

Cuando contemplo el fuego de tus brazos

ardiendo entre los dólmenes que sueñan

bajo la luz verdosa de los claros

del bosque.

Toco tu corazón con mis palabras

que apenas son humanas por tan ciegas

y mudas en lo inútil;

porque grabar estelas es trabajo

de enterrador y no de amante.

Tono de conjuro

Cada grito que pide un lunar eco

es la sed que atormenta a un árbol seco.

Cada piedra que sola se levanta

es la estela de un dios que nadie canta.

Cada surco de cal, cada amargura

es el muro sin luz de mi locura.

Cada rosa de vidrio, cada llama

es la voz de un temblor que me reclama.

Cada playa sin mar, cada desnudo

es el campo de sol que nunca eludo.

Cada sangre que sé, cada manzana

es la senda, del mundo, más lejana.

Cada verso que escribo, cada canto

es tan sólo un conjuro; sólo tanto.

Tres poemas a Numancia

1. La tierra

¡Oh, tierra! Tierra, campos, rosas,

rosales de tierra desgarrada:

de tierra de silencio y de amargura

abierta a los puñales y los besos.

Aquí quiero cantar, sobre tu pecho,

la inmensa soledad de tus llanuras,

el oro calcinado de tu trigo,

la noche de tu sombra y de tu pelo

salvajemente ardiente.

Quiero llorar por tus montes violetas,

por tus vientos helados, por tus surcos

sembrados con metales y con huesos;

porque pareces el fondo de un océano,

colmado de naufragios.

¡Oh, tierra! Tierra mía, tierra antigua,

durísima y paterna.

2. El enemigo

Un ruido de cadenas y caballos

se acerca por el valle.

Negras espadas, tétricos arados

quieren tu espalda pura,

¡Oh rosa delgada!

¡Oh virgen campesina!

Lívidos tribunos, altos centuriones,

vienen con rojas enseñas,

vienen con tercas amapolas,

y con palacios de lanzas

resplandecientes.

Un ruido de caballos y cadenas

se acerca por el valle.

¡Afilad las lanzas y los dardos!

¡Reforzad las torres y los muros!

que los romanos vienen

con látigos de hierro enloquecido

y lobos de basalto.

3. La ciudad

¡Numancia! Qué pena dan tus cercados,

tus débiles violetas invadidas,

tus sollozantes casas sin ventanas

y aquel color tan triste de la lluvia

sobre tus hombros muertos toma.

He de hablar con dulzura absoluta

de tus pálidas trenzas de barro,

del país traspasado que dominan

tus canciones humildes,

tus violentas canciones.

Y de la oscura paciencia abandonada

con que estabas ahí, sentada en tu colina;

cinco años, diez años, veinte años,

esperando soldados y soldados,

legiones y legiones,

Cónsules y Cónsules crueles,

con águilas rabiosas y tenaces

armas, y suplicios, y murallas.

Quiero hablar de la harina más triste,

de la carne más seca y solitaria,

del invierno más lento, de la noche

atada a un gran dolor más hondamente.

Y gemir por tus ojos profundos,

por tus rosas quemadas, por el suelo,

por tus blancas gavillas de ternura,

por tus muertos sin cuna ni sepulcro,

por la misma grandeza de tu nombre

inextinguiblemente herido.

Triste, mi corazón, como los ángeles…

Triste, mi corazón, como los ángeles

que sólo son cenizas estelares,

polvo de las galaxias más oscuras,

consunciones de cánticos ausentes.

Mis manos me acompañan hasta el bosque

donde un instante estuvo tu fulgor

de pronto recobrado por los ávidos

poderes de la nada y de lo nunca.

Me caigo en torno mío y me deshago

en un montón de letras en que apenas

tu nombre de amatistas y de muérdago,

Bronwyn, no se desgasta con el tiempo.