Castro, Rosalía de

Rosalía de Castro (España, 1837 – 1885)

ÁNGEL

Todo duerme… del aire, el soplo blando

callado va, con temeroso vuelo

el aroma esparciendo de las rosas;

brilla la luna, y sueñan con el cielo

los niños que reposan, contemplando

flores, luz y pintadas mariposas.

¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,

dormid en paz, que os cubren con sus alas

los blancos y amorosos serafines,

y adornándoos a un tiempo con sus galas

hacen que en ondas os regale el viento

blando aroma de lirios y jazmines.

Y, en tanto, el astro de la noche, lento,

pálido, melancólico y suave,

del aire azul recorre los espacios,

globo de plata o misteriosa nave,

vaga a través del ancho firmamento,

por cima de cabañas y palacios.

Su tibia luz refléjase en la tierra

como del alba la primer sonrisa

que va a alegrar las aguas de la fuente;

y al rizarse los mares con la brisa,

cuanto su seno de hermosura encierra

muéstrase allí, brillante y transparente.

Las plantas y los céfiros susurran

con blando son, y acentos misteriosos

lanza, al pasar, el murmurante río,

y a través de los árboles frondosos

las estrellas inmóviles fulguran

chispas de luz en su ámbito sombrío.

Todo es reposo, y soledad, y sueño…

sueño aparente y soledad mentida,

en el mundo del hombre… ¡hermoso mundo

cuando, mintiendo, a amarle nos convida!

Y es que en que fuese amado puso empeño,

quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

Mas… ¿qué pálida sombra cruza el prado…

errante, sola, fugitiva y leve?

Como si fuese en pos de un bien perdido,

apenas al pasar las hojas mueve.

Y vaga al pie del monte y del collado

cual tortolilla en torno de su nido.

Virgen parece por la undosa falda

y por la blonda y larga cabellera,

que el viento de la noche manso agita;

bello es su rostro y dulce la manera

con que pisa la alfombra de esmeralda,

mientras su seno con ardor palpita.

¡Pobre mujer!… ¿Qué culpa, qué pecado

como aguijón la ha herido en su inocencia,

que el calor de su lecho así abandona?

Yo sondaré el dolor de tu conciencia,

que no en vano a la tierra he descendido,

en nombre del Señor que la perdona.

BUSCA Y ANHELA EL SOSIEGO…

Busca y anhela el sosiego…

mas… ¿quién le sosegará?

Con lo que sueña despierto,

dormido vuelve a soñar.

Que hoy como ayer, y mañana

cual hoy, en su eterno afán,

de hallar el bien que ambiciona

-cuando sólo encuentra el mal-,

siempre a soñar condenado,

nunca puede sosegar.

DEL ANTIGUO CAMINO A LO LARGO…

Del antiguo camino a lo largo,

ya un pinar, ya una fuente aparece,

que brotando en la peña musgosa

con estrépito al valle desciende.

Y brillando del sol a los rayos

entre un mar de verdura se pierden,

dividiéndose en limpios arroyos

que dan vida a las flores silvestres

y en el Sar se confunden, el río

que cual niño que plácido duerme,

reflejando el azul de los cielos,

lento corre en la fronda a esconderse.

No lejos, en soto profundo de robles,

en donde el silencio sus alas extiende,

y da abrigo a los genios propicios,

a nuestras viviendas y asilos campestres,

siempre allí, cuando evoco mis sombras,

o las llamo, respóndenme y vienen.

DEL RUMOR CADENCIOSO DE LA ONDA…

Del rumor cadencioso de la onda

y el viento que muge;

del incierto reflejo que alumbra

la selva o la nube;

del piar de alguna ave de paso;

del agreste ignorado perfume

que el céfiro roba

al valle o a la cumbre,

mundos hay donde encuentran asilo

las almas que al peso

del mundo sucumben.

DICEN QUE NO HABLAN LAS PLANTAS, NI LAS FUENTES, NI LOS PÁJAROS…

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,

ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,

lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso

de mí murmuran y exclaman:

Ahí va la loca soñando

con la eterna primavera de la vida y de los campos,

y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,

y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,

mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,

con la eterna primavera de mi vida que se apaga

y la perenne frescura de los campos y las almas,

aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,

sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

EN LOS ECOS DEL ÓRGANO, O EN EL RUMOR DEL VIENTO…

En los ecos del órgano, o en el rumor del viento,

en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,

te adivinaba en todo, y en todo te buscaba,

sin encontrarte nunca.

Quizás después te ha hallado, te ha hallado y ha perdido

otra vez de la vida en la batalla ruda,

ya que sigue buscándote y te adivina en todo,

sin encontrarte nunca.

Pero sabe que existes y no eres vano sueño,

hermosura sin nombre, pero perfecta y única.

Por eso vive triste, porque te busca siempre,

sin encontrarte nunca.

ERA APACIBLE EL DÍA…

Era apacible el día

y templado el ambiente

y llovía, llovía,

callada y mansamente;

y mientras silenciosa

lloraba yo y gemía,

mi niño, tierna rosa,

durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!

Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto

antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!

Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,

bien pronto en los terrones removidos

verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,

torvo el mirar, nublado el pensamiento?

¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!

Jamás el que descansa en el sepulcro

ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo

para siempre acabó ya?

No, no puede acabar lo que es eterno,

ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma

te espera aún con amorosa afán,

y vendrás o iré yo, bien de mi vida,

allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas

que no morirá jamás,

y que Dios, por que es justo y porque es bueno,

a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable

yo te hallaré y me hallarás.

No, no puede acabar lo que es eterno,

ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,

para nunca más tornar.

Nada hay eterno para el hombre, huésped

de un día en este mundo terrenal,

en donde nace, vive y al fin muere,

cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla

y un astro en las alturas centellea,

abismo arriba, y en el fondo abismo;

¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?

En vano el pensamiento

indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!

Siempre al llegar al término ignoramos

qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,

mi espíritu, abismado en lo infinito,

impía acaso, interrogando al cielo

y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.

¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana

con sus ecos responde a mis gemidos

desde la altura, y sin esfuerzo el llano

baña ardiente mi rostro enflaquecido.

¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo

lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,

piadoso y compasivo

vuelve a mis ojos la celeste venda

de la fe bienhechora que he perdido,

y no consientas, no, que cruce errante,

huérfano y sin arrimo

acá abajo los yermos de la vida,

más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo

e impasible el divino

rostro del Redentor, deja que envuelto

en sombras quede el humillado espíritu.

Silencio siempre; únicamente el órgano

con sus acentos místicos

resuena allá de la desierta nave

bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,

puñal de doble filo;

todo menos la duda que nos lanza

de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,

enferma el alma y en el polvo hundido

el sacro altar en donde

se exhalaron fervientes mis suspiros,

en mil pedazos roto

mi Dios, cayó al abismo,

y al buscarle anhelante, sólo encuentro

la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles

desde sus altos nichos

de mármol me miraron tristemente

y una voz dulce resonó en mi oido:

«Pobre alma, espera y llora

a los pies del Altísimo:

mas no olvides que al cielo

nunca ha llegado el insolente grito

de un corazón que de la vil materia

y del barro de Adán formó sus ídolos.»

ESTACIONES

Adivínase el dulce y perfumado

calor primaveral;

los gérmenes se agitan en la tierra

con inquietud en su amoroso afán,

y cruzan por los aires, silenciosos,

átomos que se besan al pasar.

Hierve la sangre juvenil; se exalta

lleno de aliento el corazón, y audaz

el loco pensamiento sueña y cree

que el hombre es, cual los dioses, inmortal.

No importa que los sueños sean mentira,

ya que al cabo es verdad

que es venturoso el que soñando muere,

infeliz el que vive sin soñar.

¡Pero qué aprisa en este mundo triste

todas las cosas van!

¡Que las domina el vértigo creyérase!…

la que ayer fue capullo, es rosa ya,

y pronto agostará rosas y plantas

el calor estival.

Candente está la atmósfera;

explora el zorro la desierta vía:

insalubre se torna

del limpio arroyo el agua cristalina,

el pino aguarda inmóvil

los besos inconstantes de la brisa.

Imponente silencio

agobia la campiña;

sólo el zumbido del insecto se oye

en las extensas y húmedas umbrías;

monótono y constante

como el sordo estertor de la agonía.

Bien pudiera llamarse, en el estío,

la hora del mediodía,

noche en que al hombre de luchar cansado

más que nunca le irritan,

de la materia la imponente fuerza

y del alma las ansias infinitas.

Volved, ¡oh, noches de invierno frío,

nuestras viejas amantes de otros días!

Tornad con vuestros hielos y crudezas

a refrescar la sangre enardecida

por el estío insoportable y triste…

¡Triste!… ¡Lleno de pámpanos y espigas!

Frío y calor, otoño o primavera,

¿dónde…, dónde se encuentra la alegría?

Hermosas son las estaciones todas

para el mortal que en sí guarda la dicha;

mas para el alma desolada y huérfana,

no hay estación risueña ni propicia.

HORA TRAS HORA…

Hora tras hora, día tras día,

entre el cielo y la tierra que quedan

eternos vigías,

como torrente que se despeña,

pasa la vida.

Devolvedle a la flor su perfume

después de marchita;

de las ondas que besan la playa

y que una tras otra besándola expiran.

Recoged los rumores, las quejas,

y en planchas de bronce grabad su armonía.

Tiempos que fueron, llantos y risas,

negros tormentos, dulces mentiras,

¡ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,

en dónde, alma mía?

LA CANCIÓN QUE OYÓ EN SUEÑOS EL VIEJO (fragmento)

VI

De pronto el corazón, con ansia extrema

mezclada a un tiempo de placer y espanto,

latió, mientras su labio murmuraba:

«¡No, los muertos no vuelven de sus antros!

Él era y no era él; mas su recuerdo,

dormido en lo profundo

del alma, despertóse con violencia

rencoroso y adusto.

-No soy yo, ¡pero soy! -murmuró el viento–,

y vuelvo, amada mía,

desde la eternidad para dejarte

ver otra vez mi incrédula sonrisa.

«¡Aún has de ser feliz! -te dije un tiempo,

cuando me hallaba al borde de la tumba-.

Aún has de amar-; y tú, con fiero enojo,

me respondiste: «¡Nunca!-

«¡Ah! ¿Del mudable corazón has visto

los recónditos pliegues?-,

volví a decirte. y tú, llorando a mares,

repetiste: «¡Tú SOlo, y para siempre!..

Después, era una noche como aquéllas;

y un rayo de la luna, el mismo acaso

que a ti ya mí nos alumbró importuno,

os alumbraba a entrambos.

Cantaba un grillo en el vecino muro,

y todo era silencio en la campiña,

¿no te acuerdas, mujer? Yo vine entonces,

sombra, remordimiento o pesadilla.

Mas tú, engañada recordando al muerto,

pero también del vivo enamorada,

te olvidaste del cielo y de la tierra

y condenaste el alma.

Una vez, una sola,

aterrada volviste de ti misma,

¡como para sentir mejor la muerte,

de la sima al caer, vuelve la víctima!

Y aun entonces, ¡extraño cuanto horrible

reflejo del pasado!,

el abrazo convulso de tu amante

te recordó, mujer, nuestros abrazos.

«¡Aún has de ser feliz!-, te dije un tiempo,

y me engañé. No puede

serlo quien lleva la traición por guía,

y a su sombra mortífera se duerme.

«¡Aún has de amar!-, te repetí, y amaste,

y protector asilo

diste, desventurada, a una serpiente

en aquel corazón que fuera mío.

Emponzoñada estás; odios y penas

te acosan y persiguen,

y yo casi con lástima contemplo

tu pecado y tu mancha irredemibles.

¡Mas, vengativo, al cabo yo te amaba

ardientemente y te amo todavía!…

Vuelvo para dejarte

ver otra vez mi incrédula sonrisa.

LÁGRIMA TRISTE EN MI DOLOR VERTIDA…

A la memoria del poeta gallego Aurelio Aguirre

Lágrima triste en mi dolor vertida,

perla del corazón que entre tormentas

fue en largas horas de pesar nacida,

en fúnebre memoria convertida

la flor será que a tu corona enlace;

las horas de la vida turbulentas

ajan las flores y el laurel marchitan;

pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,

llanto de duelo que el dolor fecunda,

si el triste hueco de una tumba anega

y sus húmedos hálitos inunda,

ni el sol de fuego que en Oriente nace

seco su manantial a dejar llega

ni en sutiles vapores le deshace,

¡y es manantial fecundo el llanto mío

para verter sobre un sepulcro amado

de mil recuerdos caudaloso río!

LAS CAMPANAS

Yo las amo, yo las oigo,

cual oigo el rumor del viento,

el murmurar de la fuente

o el balido de cordero.

Como los pájaros, ellas,

tan pronto asoma en los cielos

el primer rayo del alba,

le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van prolongándose

por los llanos y los cerros,

hay algo de candoroso,

de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,

¡qué tristeza en el aire y el cielo!

¡Qué silencio en la iglesia!

¡Qué extrañeza entre los muertos!

LOS UNOS ALTÍSIMOS…

Los unos altísimos,

los otros menores,

con su eterno verdor y frescura,

que inspira a las almas

agrestes canciones,

mientras gime al chocar con las aguas

la brisa marina de aromas salobres,

van en ondas subiendo hacia el cielo

los pinos del monte.

De la altura la bruma desciende

y envuelve las copas

perfumadas, sonoras y altivas

de aquellos gigantes

que el Castro coronan;

brilla en tanto a sus pies el arroyo

que alumbra risueña

la luz de la aurora,

y los cuervos sacuden sus alas,

lanzando graznidos

y huyendo la sombra.

El viajero, rendido y cansado,

que ve del camino la línea escabrosa

que aún le resta que andar, anhelara,

deteniéndose al pie de la loma,

de repente quedar convertido

en pájaro o fuente,

en árbol o en roca.

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL

No, no es la solución

tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy

ni apurar el arsénico de Madame Bovary

ni aguardar en los páramos de Ávila la visita

del ángel con venablo

antes de liarse el manto a la cabeza

y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando

las vigas de la celda de castigo

como lo hizo Sor Juana. No es la solución

escribir, mientras llegan las visitas,

en la sala de estar de la familia Austen

ni encerrarse en el ático

de alguna residencia de la Nueva Inglaterra

y soñar, con la Biblia de los Dickinson,

debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo

ni Mesalina ni María Egipciaca

ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

NEGRA SOMBRA

Cuando pienso que te fuiste,

negra sombra que me asombras,

a los pies de mis cabezales,

tornas haciéndome mofa.

Cuando imagino que te has ido,

en el mismo sol te me muestras,

y eres la estrella que brilla,

y eres el viento que zumba.

Si cantan, eres tú que cantas,

si lloran, eres tú que lloras,

y eres el murmullo del río

y eres la noche y eres la aurora.

En todo estás y tú eres todo,

para mí y en m misma moras,

ni me abandonarás nunca,

sombra que siempre me asombras.

ORILLAS DEL SAR

I

A través del follaje perenne

que oír deja rumores extraños,

y entre un mar de ondulante verdura,

amorosa mansión de los pájaros,

desde mis ventanas veo

el templo que quise tanto.

El templo que tanto quise…

pues no sé decir ya si le quiero,

que en el rudo vaivén que sin tregua

se agitan mis pensamientos,

dudo si el rencor adusto

vive unido al amor en mi pecho.

II

Otra vez, tras la lucha que rinde

y la incertidumbre amarga

del viajero que errante no sabe

dónde dormirá mañana,

en sus lares primitivos

halla un breve descanso mi alma.

Algo tiene este blando reposo

de sombrío y de halagüeño,

cual lo tiene en la noche callada

de un ser amado el recuerdo,

que de negras traiciones y dichas

inmensas, nos habla a un tiempo.

Ya no lloro…, y no obstante, agobiado

y afligido mi espíritu, apenas

de su cárcel estrecha y sombría

osa dejar las tinieblas

para bañarse en las ondas

de luz que el espacio llenan.

Cual si en suelo extranjero me hallase,

tímida y hosca, contemplo

desde lejos los bosques y alturas

y los floridos senderos

donde en cada rincón me aguardaba

la esperanza sonriendo.

III

Oigo el toque sonoro que entonces

a mi lecho a llamarme venía

con sus ecos, que el alba anunciaban,

mientras, cual dulce caricia,

un rayo de sol dorado

alumbraba mi estancia tranquila.

Puro el aire, la luz sonrosada,

¡qué despertar tan dichoso!

Yo veía entre nubes de incienso

visiones con alas de oro

que llevaban la venda celeste

de la fe sobre sus ojos…

Ese sol es el mismo, mas ellas

no acuden a mi conjuro;

y a través del espacio y las nubes,

y del agua en los limbos confusos,

y del aire en la azul transparencia,

¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.

Blanca y desierta la vía

entre los frondosos setos

y los bosques y arroyos que bordan

sus orillas, con grato misterio

atraerme parece y brindarme

a que siga su línea sin término.

Bajemos, pues, que el camino

antiguo nos saldrá al paso,

aunque triste, escabroso y desierto,

y cual nosotros cambiado,

lleno aún de las blancas fantasmas

que en otro tiempo adoramos.

IV

Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota,

caigo en la senda amiga, donde una fuente brota

siempre serena y pura;

y con mirada incierta, busco por la llanura

no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta,

no sé qué flor tardía de virginal frescura

que no crece en la vía arenosa y desierta.

De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda,

gallardamente arranca al pie de la vereda

la Torre y sus contornos cubiertos de follaje,

prestando a la mirada descanso en su ramaje

cuando de la ancha vega, por vivo sol bañada

que las pupilas ciega,

atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.

Como un eco perdido, como un amigo acento

que suena cariñoso,

el familiar chirrido del carro perezoso

corre en las alas del viento y llega hasta mi oído

cual en aquellos días hermosos y brillantes

en que las ansias mías eran quejas amantes,

eran dorados sueños y santas alegrías.

Ruge la Presa lejos…, y, de las aves nido,

Fondóns cerca descansa;

la cándida abubilla bebe en el agua mansa

donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa

beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa

las aguas del olvido, que es de la muerte hermano:

donde de los vencejos que vuelan en la altura

la sombra se refleja;

y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla

por entre la verdura de la frondosa orilla.

V

¡Cuán hermosa es tu vega! ¡Oh, Padrón! ¡Oh, Iria Flavia!

Mas el calor, la vida juvenil y la savia

que extraje de tu seno,

como el sediento niño el dulce jugo extrae

del pecho blanco y lleno,

de mi existencia oscura en el torrente amargo

pasaron, cual barridas por la inconstancia ciega,

una visión de armiño, una ilusión querida,

un suspiro de amor.

De tus suaves rumores la acorde consonancia,

ya para el alma yerta, tornóse bronca y dura

a impulsos del dolor;

secáronse tus flores de virginal fragancia;

perdió su azul tu cielo, el campo su frescura,

el alba su candor.

La nieve de los años, de la tristeza el hielo

constante, al alma niegan toda ilusión amada,

todo dulce consuelo.

Sólo los desengaños preñados de temores,

y de la duda el frío,

avivan los dolores que siente el pecho mío,

y ahondando mi herida,

me destierran del cielo, donde las fuentes brotan

eternas de la vida.

VI

¡Oh, tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella!

Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella,

del Sar cabe la orilla,

al acabarme, siento la sed devoradora

y jamás apagada que ahoga el sentimiento,

y el hambre de justicia, que abate y anonada

cuando nuestros clamores los arrebata el viento

de tempestad airada.

Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora

tras del Miranda altivo,

valles y cumbres dora con su resplandor vivo;

en vano llega mayo de sol y aromas lleno,

con su frente de niño de rosas coronada,

y con su luz serena:

en mi pecho ve juntos el odio y el cariño,

mezcla de gloria y pena,

mi sien por la corona del mártir agobiada

y para siempre frío y agotado mi seno.

VII

Ya que de la esperanza, para la vida mía,

triste y descolorido ha llegado el ocaso,

a mi morada oscura, desmantelada y fría

tornemos paso a paso,

porque con su alegría no aumente mi amargura

la blanca luz del día.

Contenta el negro nido busca el ave agorera,

bien reposa la fiera en el antro escondido,

en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido,

y mi alma en su desierto.

POBRE ALMA SOLA…

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,

deja que pasen, deja que lleguen

la primavera y el triste otoño,

ora el estío y ora las nieves;

que no tan sólo para ti corren

horas y meses;

todo contigo, seres y mundos

de prisa marchan, todo envejece;

que hoy, mañana, antes y ahora,

lo mismo siempre,

hombres y frutos, plantas y flores,

vienen y vanse, nacen y mueren.

Cuando te apene lo que atrás dejas,

recuerda siempre

que es más dichoso quien de la vida

mayor espacio corrido tiene.

RECUERDA EL TRINAR DEL AVE…

Recuerda el trinar del ave

y el chasquido de los besos;

los rumores de la selva,

cuando en ella gime el viento,

y del mar las tempestades,

y la bronca voz del trueno;

todo halla un eco en las cuerdas

del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido

del corazón que está enfermo

de muerte, y que de amor muere

y que resuena en el pecho

como en bordón que se rompe

dentro de un sepulcro hueco,

es tan triste y melancólico,

tan horrible y tan supremo,

que jamás el genio pudo

repetirlo con sus ecos.

SOLEDAD

Un manso río, una vereda estrecha,

un campo solitario y un pinar,

y el viejo puente rústico y sencillo

completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo

basta a veces un solo pensamiento.

Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras

el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;

eres tú, corazón, triste o dichoso,

ya del dolor y del placer el árbitro,

quien seca el mar y hace habitable el polo.

TE AMO… ¿POR QUÉ ME ODIAS?…

Te amo… ¿Por qué me odias?

-Te odio… ¿Por qué me amas?

Secreto es éste el más triste

y misterioso del alma.

Mas ello es verdad… ¡Verdad

dura y atormentadora!

-Me odias porque te amo;

te amo porque me odias.

TÚ PARA MÍ, YO PARA TI, BIEN MÍO…

I

Tú para mí, yo para ti, bien mío

-murmurábais los dos-

«Es el amor la esencia de la vida,

no hay vida sin amor» .

¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!…

¡Qué albos rayos de sol!…

¡Qué tibias noches de susurros llenas,

qué horas de bendición!

¡qué aroma, qué perfumes, qué belleza

en cuanto Dios crió,

y cómo entre sonrisas murmurábais:

«¡No hay vida sin amor!»

II

Después, cual lampo fugitivo y leve,

como soplo veloz,

pasó el amor…, la esencia de la vida…;

mas… aún vivís los dos.

«Tú de otro, y de otra yo» , dijísteis luego.

¡Oh mundo engañador!

Ya no hubo noches de serena calma,

brilló enturbiado el sol!…

¿Y aún, vieja encina, resististe? ¿Aún late,

mujer, tu corazón?

No es tiempo ya de delirar, no torna

lo que por siempre huyó.

No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno

frío y desolador.

Huella la nieve, valerosa, y cante

enérgica tu voz.

¡Amor, llam inmortal, rey de la tierra,

ya para siempre, adiós!

UNA SOMBRA TRISTÍSIMA, INDEFINIBLE Y VAGA…

Una sombra tristísima, indefinible y vaga

Como lo incierto, siempre ante mis ojos va

Tras de otra vaga sombra que sin cesar la huye,

Corriendo sin cesar.

Ignoro su destino…; mas no sé por qué temo

Al ver su ansia mortal,

Que ni han de parar nunca, ni encontrarse jamás.

YA DUERMEN EN SU TUMBA LAS PASIONES…

Ya duermen en su tumba las pasiones

el sueño de la nada;

¿es, pues, locura del doliente espíritu,

o gusano que llevo en mis entrañas?

Yo sólo sé que es un placer que duele,

que es un dolor que atormentado halaga,

llama que de la vida se alimenta,

mas sin la cual la vida se apagara.

YA NO MANA LA FUENTE…

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;

ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.

Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,

ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.

Sólo el cauce arenoso de la seca corriente

le recuerda al sediento el horror de la muerte.

¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura

donde humildes violetas el espacio perfuman.

Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,

tiende en torno del agua su fresquísima sombra.

El sediento viajero que el camino atraviesa,

humedece los labios en la linfa serena

del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,

y dichoso se olvida de la fuente ya seca.

YO NO SÉ LO QUE BUSCO ETERNAMENTE…

Yo no sé lo que busco eternamente

en la tierra, en el aire y en el cielo;

yo no sé lo que busco; pero es algo

que perdí no sé cuando y que no encuentro,

aun cuando sueñe que invisible habita

en todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he de volver a hallarte

en la tierra, en el aire, ni en el cielo,

y aun cuando sé que existes

y no eres vano sueño!