Casal, Julián del

Reseña biográfica

Poeta cubano nacido en La Habana en 1863.

A pesar de que su infancia transcurrió en un ambiente triste debido a la temprana muerte de su madre y a los pobres recursos económicos, el poeta mostró desde niño su gran vocación por la literatura, recibiendo una marcada influencia de los clásicos franceses, especialmente de Baudelaire, quien fue su ídolo literario.

A los veinticinco años, después de un corto viaje por Europa, regresó a Cuba donde se dedicó al periodismo, la crítica literaria y teatral, la poesía y la traducción de grandes poetas.

Está considerado como un baluarte del modernismo hispanoamericano y una de las grandes voces de la poesía y la prosa cubana.

«Hojas al viento» en 1890, «Nieve» en 1892, «Mi Museo ideal» en 1892 y «Bustos y rimas» en 1893, reunen la totalidad de su obra.

Murió en 1893.

De “Hojas al viento”

1. LA CANCIÓN DE LA MORFINA

Amantes de la quimera,

yo calmaré vuestro mal:

soy la dicha artificial,

que es la dicha verdadera.

Isis que rasga su velo

polvoreado de diamantes,

ante los ojos amantes

donde fulgura el anhelo;

encantadora sirena

que atrae, con su canción,

hacia la oculta región

en que fallece la pena;

bálsamo que cicatriza

los labios de abierta llaga;

astro que nunca se apaga

bajo su helada ceniza;

roja columna de fuego

que guía al mortal perdido,

hasta el país prometido

del que no retorna luego.

Guardo, para fascinar

al que siento en derredor,

deleites como el amor,

secretos como la mar.

Tengo las áureas escalas

de las celestes regiones;

doy al cuerpo sensaciones;

presto al espíritu alas.

Percibe el cuerpo dormido

por mi mágico sopor,

sonidos en el color,

colores en el sonido.

Puedo hacer en un instante

con mi poder sobrehumano,

de cada gota un océano,

de cada guija un diamante.

Ante la mirada fría

del que codicia un tesoro,

vierte cascadas de oro,

en golfos de pedrería.

Ante los bardos sensuales

de loca imaginación,

abro la regia mansión,

de los goces orientales,

donde odaliscas hermosas

de róseos cuerpos livianos,

cíñenle, con blancas manos,

frescas coronas de rosas,

y alzan un himno sonoro

entre el humo perfumado

que exhala el ámbar quemado

en pebeteros de oro.

Quien me ha probado una vez

nunca me abandonará.

¿Qué otra embriaguez hallará

superior a mi embriaguez?

Tanto mi poder abarca,

que conmigo han olvidado,

su miseria el desdichado,

y su opulencia el monarca.

Yo venzo a la realidad,

ilumino el negro arcano

y hago del dolor humano

dulce voluptuosidad.

Yo soy el único bien

que nunca engendró el hastío.

¡Nada iguala el poder mío!

¡Dentro de mí hay un Edén!

Y ofrezco al mortal deseo

del ser que hirió ruda suerte,

con la calma de la Muerte,

la dulzura del Leteo.

* * *

2. MIS AMORES

Soneto Pompadour

Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,

las vidrieras de múltiples colores,

los tapices pintados de oro y flores

y las brillantes lunas venecianas.

Amo también las bellas castellanas,

la canción de los viejos trovadores,

los árabes corceles voladores,

las flébiles baladas alemanas;

el rico piano de marfil sonoro,

el sonido del cuerno en la espesura,

del pebetero la fragante esencia,

y el lecho de marfil, sándalo y oro,

en que deja la virgen hermosura

la ensangrentada flor de su inocencia.

* * *

3. POST UMBRA

Cuando yo duerma, solo y olvidado,

dentro de oscura fosa,

por haber en tu lecho malgastado

mi vida vigorosa;

cuando en mi corazón, que tuyo ha sido,

se muevan los gusanos

lo mismo que en un tiempo se han movido

los afectos humanos;

cuando sienta filtrarse por mis huesos

gotas de lluvia helada,

y no me puedan reanimar tus besos

ni tu ardiente mirada;

una noche, cansada de estar sola

en tu alcoba elegante,

saldrás, con tu belleza de española,

a buscar otro amante.

Al verte mis amigos licenciosos

tan bella todavía,

te aclamarán, con himnos estruendosos,

la diosa de la orgía.

Quizá alguno, ¡oh, bella pecadora!,

mirando tus encantos,

te repita, con voz arrulladora,

mis armoniosos cantos;

aquellos en que yo celebré un día

tus amores livianos,

tu dulce voz, tu femenil falsía,

tus ojos africanos.

Otro tal vez, dolido de mi suerte

y con mortal pavura,

recuerde que causaste tú mi muerte,

mi muerte prematura.

Recordará mi vida siempre inquieta,

mis ansias eternales,

mis sueños imposibles de poeta,

mis pasiones brutales.

Y, en nuevo amor tu corazón ardiendo,

caerás en otros brazos,

mientras se esté mi cuerpo deshaciendo

en hediondos pedazos.

Pero yo, resignado a tu falsía,

soportaré el martirio.

¿Quién pretende que dure más de un día

el aroma de un lirio?

* * *

4. RUEGO

Déjame reposar en tu regazo

el corazón, donde se encuentra impreso

el cálido perfume de tu beso

y la presión de tu primer abrazo.

Caí del mal en el potente lazo,

pero a tu lado en libertad regreso,

como retorna un día el cisne preso

al blando nido del natal ribazo.

Quiero en ti recobrar perdida calma

y rendirme en tus labios carmesíes,

o al extasiarme en tus pupilas bellas,

sentir en las tinieblas de mi alma

como vago perfume de alelíes,

como cercana irradiación de estrellas.

De “Nieve”:

1. FLOR DE CIENO

Yo soy como una choza solitaria

que el viento huracanado desmorona

y en cuyas piedras húmedas entona

hosco búho su endecha funeraria.

Por fuera sólo es urna cineraria

sin inscripción, ni fecha, ni corona;

mas dentro, donde el cieno se amontona,

abre sus hojas fresca pasionaria.

Huyen los hombres al oír el canto

del búho que en la atmósfera se pierde,

y, sin que sepan reprimir su espanto,

no ven que, como planta siempre verde,

entre el negro raudal de mi amargura

guarda mi corazón su esencia pura.

* * *

2. FLORES

Mi corazón fue un vaso de alabastro

donde creció, fragante y solitaria,

bajo el fulgor purísimo de un astro

una azucena blanca: la plegaria.

Marchita ya esa flor de suave aroma,

cual virgen consumida por la anemia,

hoy en mi corazón su tallo asoma

una adelfa purpúrea: la blasfemia.

* * *

3. LA AGONÍA DE PETRONIO

Tendido en la bañera de alabastro

donde serpea el purpurino rastro

de la sangre que corre de sus venas,

yace Petronio, el bardo decadente,

mostrando coronada la ancha frente

de rosas, terebintos y azucenas.

Mientras los magistrados le interrogan,

sus jóvenes discípulos dialogan

o recitan sus dáctilos de oro,

y al ver que aquéllos en tropel se alejan

ante el maestro ensangrentado dejan

caer las gotas de su amargo lloro.

Envueltas en sus peplos vaporosos

y tendidos los cuerpos voluptuosos

en la muelle extensión de los triclinios,

alrededor, sombrías y livianas,

agrúpanse las bellas cortesanas

que habitan del imperio en los dominios.

Desde el baño fragante en que aún respira,

el bardo pensativo las admira,

fija en la más hermosa la mirada

y le demanda, con arrullo tierno,

la postrimera copa de falerno

por sus marmóreas manos escanciada.

Apurando el licor hasta las heces,

enciende las mortales palideces

que oscurecían su viril semblante,

y volviendo los ojos inflamados

a sus fieles discípulos amados

háblales triste en el postrer instante,

hasta que heló su voz mortal gemido,

amarilleó su rostro consumido,

frío sudor humedeció su frente,

amoratáronse sus labios rojos,

densa nube empañó sus claros ojos,

el pensamiento abandonó su mente.

Y como se doblega el mustio nardo,

dobló su cuello el moribundo bardo,

libre por siempre de mortales penas

aspirando en su lánguida postura

del agua perfumada la frescura

y el olor de la sangre de sus venas.

* * *

4. LAS HORAS

¡Qué tristes son las horas! Cual rebaño

de ovejas que caminan por el cielo

entre el fragor horrísono del trueno,

y bajo un cielo de color de estaño.

Cruzan sombrías en tropel huraño,

de la insondable Eternidad al seno,

sin que me traigan ningún bien terreno,

ni siquiera el temor de un mal extraño.

Yo las siento pasar sin dejar huellas,

cual pasan por el cielo las estrellas,

y aunque siempre la última acobarda,

de no verla llegar ya desconfío,

y más me tarda cuanto más la ansío

y más la ansío cuanto más me tarda.

* * *

5. NOSTALGIAS

1

Suspiro por las regiones

donde vuelan los alciones

sobre el mar,

y el soplo helado del viento

parece en su movimiento

sollozar;

donde la nieve que baja

del firmamento, amortaja

el verdor

de los campos olorosos

y de ríos caudalosos

el rumor;

donde ostenta siempre el cielo,

a través del aéreo velo,

color gris;

es más hermosa la luna

y cada estrella más que una

flor de lis.

2

Otras veces sólo ansío

bogar en firme navío

a existir

en algún país remoto,

sin pensar en el ignoto

porvenir.

Ver otro cielo, otro monte,

otra playa, otro horizonte,

otro mar,

otros pueblos, otras gentes

de maneras diferentes

de pensar.

¡Ah! si yo un día pudiera

con qué júbilo partiera

para Argel,

donde tiene la hermosura

el color y la frescura

de un clavel.

Después fuera en caravana

por la llanura africana

bajo el sol

que, con sus vivos destellos,

pone un tinte a los camellos

tornasol.

Y cuando el día expirara

mi árabe tienda plantara

en mitad

de la llanura ardorosa

inundada de radiosa

claridad.

Cambiando de rumbo luego,

dejara el país del fuego

para ir

hasta el imperio florido

en que el opio da el olvido

del vivir.

Vegetara allí contento

de alto bambú corpulento

junto al pie,

o aspirando en rica estancia

la embriagadora fragancia

que da el té.

De la luna al claro brillo

iría al Río Amarillo

a esperar

la hora en que, el botón rojo,

comienza la flor de loto

a brillar.

O mi vista deslumbrara

tanta maravilla rara

que el buril

de artista, ignorado y pobre,

graba en sándalo o en cobre

o en marfíl.

Cuando tornara el hastío

en el espíritu mío

a reinar,

cruzando el inmenso piélago

fuera a taitiano archipiélago

a encallar.

A aquél en que vieja historia

asegura a mi memoria

que se ve

el lago en que un hada peina

los cabellos de la reina

Pomaré.

Así errabundo viviera

sintiendo todo quimera

rauda huir,

y hasta olvidando la hora

incierta y aterradora

de morir.

3

Mas no parto. Si partiera

al instante yo quisiera

regresar.

¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino

que yo pueda en mi camino

reposar?

* * *

6. PAISAJE ESPIRITUAL

Perdió mi corazón el entusiasmo

al penetrar en la mundana liza,

cual la chispa al caer en la ceniza

pierde el ardor en fugitivo espasmo.

Sumergido en estúpido marasmo

mi pensamiento atónito agoniza

o, al revivir, mis fuerzas paraliza

mostrándome en la acción un vil sarcasmo.

Y aunque no endulcen mi infernal tormento

ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,

soporto los ultrajes de la suerte,

porque en mi alma desolada siento,

el hastío glacial de la existencia

y el horror infinito de la muerte.

* * *

7. UNA MONJA

Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,

los dientes nacarados de alta peineta

y surge de sus dedos la castañeta

cual mariposa negra de entre el granizo.

Pañolón de Manila, fondo pajizo,

que a su talle ondulante firme sujeta,

echa reflejos de ámbar, rosa y violeta

moldeando de sus carnes todo hechizo.

Cual tímidas palomas por el follaje,

asoman sus chapines bajo su traje

hecho de blondas negras y verde raso,

y al choque de las copas de manzanilla

riman con los tacones la seguidilla,

perfumes enervantes dejando el paso.

* * *

8. VESPERTINO

1

Agoniza la luz. Sobre los verdes

montes alzados entre brumas grises,

parpadea el lucero de la tarde

cual la pupila de doliente virgen

en la hora final. El firmamento

que se despoja de brillantes tintes

aseméjase a un ópalo grandioso

engastado en los negros arrecifes

de la playa desierta. Hasta la arena

se va poniendo negra. La onda gime

por la muerte del sol y se adormece

lanzando al viento sus clamores tristes.

2

En un jardín, las áureas mariposas

embriagadas están por los sutiles

aromas de los cálices abiertos

que el sol espolvoreaba de rubíes,

esmeraldas, topacios, amatistas

y zafiros. Encajes invisibles

extienden en silencio las arañas

por las ramas nudosas de las vides

cuajadas de racimos. Aletean

los flamencos rosados que se irguen

después de picotear las fresas rojas

nacidas entre pálidos jazmines.

Graznan los pavos reales.

Y en un banco

de mármoles bruñidos, que recibe

la sombra de los árboles coposos,

un joven soñador está muy triste,

viendo que el aura arroja en un estanque

jaspeado de metálicos matices,

los pétalos fragantes de los lirios

y las plumas sedosas de los cisnes.

De “Mi museo ideal”:

1. ELENA

Luz fosfórica entreabre claras brechas

en la celeste inmensidad, y alumbra

del foso en la fatídica penumbra

cuerpos hendidos por doradas flechas.

Cual humo frío de homicidas mechas

en la atmósfera densa se vislumbra

vapor disuelto que la brisa encumbra

a las torres de Ilión, escombros hechas.

Envuelta en veste de opalina gasa,

recamada de oro, desde el monte

de ruinas hacinadas en el llano,

indiferente a lo que en torno pasa,

mira Elena hacia el lívido horizonte,

irguiendo un lirio en la rosada mano.

* * *

2. GALATEA

En el seno radioso de su gruta,

alfombrada de anémonas marinas,

verdes algas y ramas coralinas,

Galatea, del sueño el bien disfruta.

Desde la orilla de dorada ruta

donde baten las ondas cristalinas,

salpicando de espumas diamantinas

el pico negro de la roca bruta,

Polifemo, extasiado ante el desnudo

cuerpo gentil de la dormida diosa,

olvida su fiereza, el vigor pierde,

y mientras permanece, absorto y mudo,

mirando aquella piel color de rosa,

incendia la lujuria su ojo verde.

* * *

3. LA APARICIÓN

Nube fragante y cálida tamiza

el fulgor del palacio de granito,

ónix, pórfido y nácar. Infinito

deleite invade a Herodes. La rojiza

espada fulgurante inmoviliza

hierático el verdugo, y hondo grito

arroja Salomé frente al maldito

espectro que sus miembros paraliza.

Despójase del traje de brocado

y, quedando vestida en un momento,

de oro y perlas, zafiros y rubíes,

huye del Precursor decapitado

que esparce en el marmóreo pavimento

lluvia de sangre en gotas carmesíes.

* * *

4. PAISAJE DE VERANO

Polvo y moscas. Atmósfera plomiza

donde retumba el tabletear del trueno

y, como cisnes entre inmundo cieno,

nubes blancas en cielo de ceniza.

El mar sus ondas glaucas paraliza,

y el relámpago, encima de su seno,

del horizonte en el confín sereno

traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,

honda calma se cierne largo instante,

hienden el aire rápidas gaviotas,

el rayo en el espacio centellea,

y sobre el dorso de la tierra humeante

baja la lluvia en crepitantes gotas.

* * *

5. PAX ANIMAE

No me habléis más de dichas terrenales

que no ansío gustar. Está ya muerto

mi corazón, y en su recinto abierto

sólo entrarán los cuervos sepulcrales.

Del pasado no llevo las señales

y a veces de que existo no estoy cierto,

porque es la vida para mí un desierto

poblado de figuras espectrales.

No veo más que un astro oscurecido

por brumas de crepúsculo lluvioso,

y, entre el silencio de sopor profundo,

tan sólo llega a percibir mi oído

algo extraño y confuso y misterioso

que me arrastra muy lejos de este mundo.

* * *

6. PROMETEO

Bajo el dosel de gigantesca roca

yace el Titán, cual Cristo en el Calvario,

marmóreo, indiferente y solitario,

sin que brote el gemido de su boca.

Su pie desnudo en el peñasco toca

donde agoniza un buitre sanguinario

que ni atrae su ojo visionario

ni compasión en su ánimo provoca.

Escuchando el hervor de las espumas

que se deshacen en las altas peñas,

ve de su redención luces extrañas,

junto a otro buitre de nevadas plumas,

negras pupilas y uñas marfileñas

que ha extinguido la sed en sus entrañas.

* * *

7. SALOMÉ

En el palacio hebreo, donde el suave

humo fragante por el sol deshecho,

sube a perderse en el calado techo

o se dilata en la anchurosa nave,

está el Tetrarca de mirada grave,

barba canosa y extenuado pecho,

sobre el trono, hierático y derecho,

como adormido por canciones de ave.

Delante de él, con veste de brocado

estrellada de ardiente pedrería,

al dulce son del bandolín sonoro,

Salomé baila y, en la diestra alzado,

muestra siempre, radiante de alegría,

un loto blanco de pistilos de oro.

* * *

8. TRISTISSIMA NOX

Noche de soledad. Rumor confuso

hace el viento surgir de la arboleda,

donde su red de transparente seda

grisácea araña entre las hojas puso.

Del horizonte hasta el confín difuso

la onda marina sollozando rueda

y, con su forma insólita, remeda

tritón cansado ante el cerebro iluso.

Mientras del sueño bajo el firme amparo

todo yace dormido en la penumbra,

sólo mi pensamiento vela en calma,

como la llama de escondido faro

que con sus rayos fúlgidos alumbra

el vacío profundo de mi alma.

De “Bustos y Rimas”:

1. A LA BELLEZA

¡Oh, divina belleza! Visión casta

de incógnito santuario,

ya muero de buscarte por el mundo

sin haberte encontrado.

Nunca te han visto mis inquietos ojos,

pero en el alma guardo

intuición poderosa de la esencia

que anima tus encantos.

Ignoro en qué lenguaje tú me hablas,

pero, en idioma vago,

percibo tus palabras misteriosas

y te envío mis cantos.

Tal vez sobre la tierra no te encuentre,

pero febril te aguardo,

como el enfermo, en la nocturna sombra,

del sol el primer rayo.

Yo sé que eres más blanca que los cisnes,

más pura que los astros,

fría como las vírgenes y amarga

cual corrosivos ácidos.

Ven a calmar las ansias infinitas

que, como mar airado,

impulsan el esquife de mi alma

hacia país extraño.

Yo sólo ansío, al pie de tus altares,

brindarte en holocausto

la sangre que circula por mis venas

y mis ensueños castos.

En las horas dolientes de la vida

tu protección demando,

como el niño que marcha entre zarzales

tiende al viento los brazos.

Quizás como te sueña mi deseo

estés en mí reinando,

mientras voy persiguiendo por el mundo

las huellas de tu paso.

Yo te busqué en el fondo de las almas

que el mal no ha mancillado

y surgen del estiércol de la vida

cual lirios de un pantano.

En el seno tranquilo de la ciencia

que, cual tumba de mármol,

guarda tras la bruñida superficie

podredumbre y gusanos.

En brazos de la gran Naturaleza,

de los que huí temblando

cual del regazo de la madre infame

huye el hijo azorado.

En la infinita calma que se aspira

en los templos cristianos

como el aroma sacro de incienso

en ardiente incensario.

En las ruinas humeantes de los siglos,

del dolor en los antros

y en el fulgor que irradian las proezas

del heroísmo humano.

Ascendiendo del Arte a las regiones

sólo encontré tus rasgos

de un pintor en los lienzos inmortales

y en las rimas de un bardo.

Mas como nunca en mi áspero sendero

cual te soñé te hallo,

moriré de buscarte por el mundo

sin haberte encontrado.

* * *

2. CREPUSCULAR

Como vientre rajado sangra el ocaso,

manchando con sus chorros de sangre humeante

de la celeste bóveda el azul raso,

de la mar estañada la onda espejeante.

Alzan sus moles húmedas los arrecifes

donde el chirrido agudo de las gaviotas,

mezclado a los crujidos de los esquifes,

agujerea el aire de extrañas notas.

Va la sombra extendiendo sus pabellones,

rodea el horizonte cinta de plata,

y, dejando las brumas hechas jirones,

parece cada faro flor escarlata.

Como ramos que ornaron senos de ondinas

y que surgen nadando de infecto lodo,

vagan sobre las ondas algas marinas

impregnadas de espumas, salitre y yodo.

Ábrense las estrellas como pupilas,

imitan los celajes negruzcas focas

y, extinguiendo las voces de las esquilas,

pasa el viento ladrando sobre las rocas.

* * *

3. EN EL CAMPO

Tengo el impuro amor de las ciudades,

y a este sol que ilumina las edades

prefiero yo del gas las claridades.

A mis sentidos lánguidos arroba,

más que el olor de un bosque de caoba,

el ambiente enfermizo de una alcoba.

Mucho más que las selvas tropicales,

plácenme los sombríos arrabales

que encierran las vetustas capitales.

A la flor que se abre en el sendero,

como si fuese terrenal lucero,

olvido por la flor de invernadero.

Más que la voz del pájaro en la cima

de un árbol todo en flor, a mi alma anima

la música armoniosa de una rima.

Nunca a mi corazón tanto enamora

el rostro virginal de una pastora

como un rostro de regia pecadora.

Al oro de las mies en primavera,

yo siempre en mi capricho prefiriera

el oro de teñida cabellera.

No cambiara sedosas muselinas

por los velos de nítidas neblinas

que la mañana prende en las colinas.

Más que al raudal que baja de la cumbre,

quiero oír a la humana muchedumbre

gimiendo en su perpetua servidumbre.

El rocío que brilla en la montaña

no ha podido decir a mi alma extraña

lo que el llanto al bañar una pestaña.

Y el fulgor de los astros rutilantes

no trueco por los vívidos cambiantes

del ópalo la perla o los diamantes.

* * *

4. LAS ALAMEDAS

Adoro las sombrías alamedas

donde el viento al silbar entre las hojas

oscuras de las verdes arboledas,

imita de un anciano las congojas;

donde todo reviste vago aspecto

y siente el alma que el silencio encanta,

más suave el canto del nocturno insecto,

más leve el ruido de la humana planta;

donde el caer de erguidos surtidores

las sierpes de agua en las marmóreas tazas,

ahogan con su canto los rumores

que aspira el viento en las ruidosas plazas;

donde todo se encuentra alodorido

o halla la savia de la vida acerba,

desde el gorrión que pía en su nido

hasta la brizna lánguida de yerba;

donde, al fulgor de pálidos luceros,

la sombra transparente del follaje

parece dibujar en los senderos

negras mantillas de sedoso encaje;

donde cuelgan las lluvias estivales

de curva rama diamantino arco,

teje la luz deslumbradores chales

y fulgura una estrella en cada charco.

Van allí, con sus tristes corazones,

pálidos seres de sonrisa mustia,

huérfanos para siempre de ilusiones

y desposados con la eterna angustia.

Allí, bajo la luz de las estrellas,

errar se mira al soñador sombrío

que en su faz lleva las candentes huellas

de la fiebre, el insomnio y el hastío.

Allí en un banco, humilde sacerdote

devora sus pesares solitarios,

como el marino que en desierto islote

echaron de la mar vientos contrarios.

Allí el mendigo, con la alforja al hombro,

doblado el cuello y las miradas bajas,

retratado en sus ojos el asombro,

rumia de los festines las migajas.

Allí una hermosa, con cendal de luto,

aprisionado por brillante joya,

de amor aguarda el férvido tributo

como una dama típica de Goya.

Allí del gas a las cobrizas llamas

no se descubren del placer los rastros

y a través del calado de las ramas

más dulce es la mirada de los astros.

* * *

5. NEUROSIS

Noemí, la pálida pecadora

de los cabellos color de aurora

y las pupilas de verde mar,

entre cojines de raso lila,

con el espíritu de Dalila,

deshoja el cáliz de un azahar.

Arde a sus plantas la chimenea

donde la leña chisporrotea

lanzando en tono seco rumor,

y alzada tiene su tapa el piano

en que vagaba su blanca mano

cual mariposa de flor en flor.

Un biombo rojo de seda china

abre sus hojas en una esquina

con grullas de oro volando en cruz,

y en curva mesa de fina laca

ardiente lámpara se destaca

de la que surge rosada luz.

Blanco abanico y azul sombrilla,

con unos guantes de cabritilla

yacen encima del canapé,

mientras en la tapa de porcelana,

hecha con tintes de la mañana,

humea el alma verde del té.

Pero ¿qué piensa la hermosa dama?

¿Es que su príncipe ya no la ama

como en los días de amor feliz,

o que en los cofres del gabinete

ya no conserva ningún billete

de los que obtuvo por un desliz?

¿Es que la rinde cruel anemia?

¿Es que en sus búcaros de Bohemia

rayos de luna quiere encerrar,

o que, con suave mano de seda,

del blanco cisne que ama Leda

ansía las plumas acariciar?

¡Ay! es que en horas de desvarío

para consuelo del regio hastío

que en su alma esparce quietud mortal,

un sueño antiguo le ha aconsejdo

beber en copa de ónix labrado

la roja sangre de un tigre real.

* * *

6. NIHILISMO

Voz inefable que a mi estancia llega

en medio de las sombras de la noche,

por arrastrarme hacia la vida brega

con las dulces cadencias del reproche.

Yo la escucho vibrar en mis oídos,

como al pie de olorosa enredadera

los gorjeos que salen de los nidos

indiferente escucha herida fiera.

¿A qué llamarme al campo del combate

con la promesa de terrenos bienes,

si ya mi corazón por nada late

ni oigo la idea martillar mis sienes?

Reservad los laureles de la fama

para aquellos que fueron mis hermanos:

yo, cual fruto caído de la rama,

aguardo los famélicos gusanos.

Nadie extrañe mis ásperas querellas:

mi vida, atormentada de rigores,

es un cielo que nunca tuvo estrellas,

es un árbol que nunca tuvo flores.

De todo lo que he amado en este mundo

guardo, como perenne recompensa,

dentro del corazón, tedio profundo,

dentro del pensamiento, sombra densa.

Amor, patria, familia, gloria, rango,

sueños de calurosa fantasía,

cual nelumbios abiertos entre el fango

sólo vivisteis en mi alma un día.

Hacia país desconocido abordo

por el embozo del desdén cubierto:

para todo gemido estoy ya sordo,

para toda sonrisa estoy ya muerto.

Siempre el destino mi labor humilla

o en males deja mi ambición trocada:

de no verla llegar ya desconfío,

y más me tarda cuanto más la ansío

y más la ansío cuanto más me tarda.

* * *

7. SOURINOMO

Como rosadas flechas de aljabas de oro

vuelan los bambúes finos flamencos,

poblando de graznidos el bosque mudo,

rompiendo de la atmósfera los níveos velos.

El disco anaranjado del sol poniente

que sube tras la copa de arbusto seco,

finge un nimbo de oro que se desprende

del cráneo amarfilado de un bonzo yerto.

Y las ramas erguidas de los juncales

cabecean al borde de los riachuelos,

como el soplo del aura sobre la playa

los mástiles sin velas de esquifes viejos.

* * *

8. TARDES DE LLUVIA

Bate la lluvia la vidriera

y las rejas de los balcones,

donde tupida enredadera

cuelga sus floridos festones.

Bajo las hojas de los álamos

que estremecen los vientos frescos,

piar se escucha entre sus tálamos

a los gorriones picarescos.

Abrillántase los laureles,

y en la arena de los jardines

sangran corolas de claveles,

nievan pétalos de jazmines.

Al último fulgor del día

que aún el espacio gris clarea,

abre su botón la peonía,

cierra su cáliz la ninfea.

Cual los esquifes en la rada

y reprimiendo sus arranques,

duermen los cisnes en bandada

a la margen de los estanques.

Parpadean las rojas llamas

de los faroles encendidos,

y se difunden por las ramas

acres olores de los nidos.

Lejos convoca la campana,

dando sus toques funerales,

a que levante el alma humana

las oraciones vesperales.

Todo parece que agoniza

y que se envuelve lo creado

en un sudario de ceniza

por la llovizna adiamantado.

Yo creo oír lejanas voces

que, surgiendo de lo infinito,

inícianme en extraños goces

fuera del mundo en que me agito.

Veo pupilas que en las brumas

dirígenme tiernas miradas,

como si de mis ansias sumas

ya se encontrasen apiadadas.

Y, a la muerte de estos crepúsculos,

siento, sumido en mortal calma,

vagos dolores en los múscolos,

hondas tristezas en el alma.