Scorza, Manuel
Poeta y novelista peruano nacido en Lima en 1928.
Terminados sus primeros estudios en Acoria, ingresó en 1945 a la Universidad Nacional de San Marcos.
Desde muy joven se dedicó activamente a la lucha política, razón por la cual, a los veinte años viajó como
exiliado a México. Allí publicó su primera obra importante, “Las imprecaciones”.
Diez años después, ya depuesto el General Odria, regresó a Lima donde continuó su carrera literaria como poeta
y novelista, sin olvidarse de su lucha por los derechos sociales de los indigenistas. En 1970, y debido nuevamente
a su actividad política, se exilió en Paris, donde trabajó como lector de español en la “Ecole Normale Superieure
de Saint Cloud”. Obtuvo el premio de los “Juegos Florales de la Universidad Nacional de México” y el “Premio
Nacional de Poesía Peruana” en 1956.
De su obra también deben mencionarse “Los adioses” 1959, “Desengaños del mago” 1961, “Poesía amorosa” 1963,
“El vals de los reptiles” 1970, “Poesía incompleta” 1970, “La danza inmóvil” en 1983 y “Obra poética” en 1990.
Falleció en un accidente aéreo en el año de 1983
América, no puedo escribir tu nombre sin morirme…
América,
no puedo escribir tu nombre sin morirme.
Aunque aprendí de niño,
no me salen derechos los renglones;
a cada sílaba tropiezo con cadáveres,
detrás de cada letra encuentro un hombre ardiendo,
y no puedo ni cerrar la a
porque alguien grita como si se quedara dentro.
Vengo del Odio,
vengo del salto mortal de los balazos;
está mi corazón sudando pumas:
sólo oigo el zumbido de la pena.
Yo atravesé negras gargantas,
crucé calles de pobreza,
América, te conozco,
yo mismo tendí la cama
donde expiró mi vida vacía.
Yo tenía dieciocho años
yo vivía
en un pueblo pequeño,
oyendo el diálogo de musgo de las tardes,
pero pasó mi patria cojeando,
los ahogados empezaron a pedir más agua,
salían de mi boca escarabajos.
Sordo, oscuro, batracio, desterrado,
¡era yo quien humeaba en las cocinas!
¡Amargas tierras,
patrias de ceniza,
no me entra el corazón en traje de paloma!
¡Cuando veo la cara de este pueblo
hasta la vida me queda grande!
¡Pobre América!
En vano los poetas
deshojan ruiseñores.
No verán tu rostro mientras no se atrevan
a llamarte por tu nombre, ¡América mendiga,
América de los encarcelados,
América de los perseguidos,
América de los parientes pobres!
¡Nadie te verá si no deshacen
este nudo que tengo en la garganta!
* * * * *
¡Años de los castigos!
¡Años de las prisiones!
¡Años que se comieron las arañas!
No tuve paz,
ni dónde reclinar la cabeza.
Los trenes me llevaban,
entraban a las tumbas,
cruzaban los infiernos,
mas mi corazón salía
de los hornos tiritando.
¡Años de los perseguidos!
¡Años de los flagelados!
¡Años como ratas echadas a morir!
Como piedra atravesé la vida,
las miserias, las prisiones,
anduve por los pueblos,
llegué a la comarca
donde el pan sólo se viste de fantasma.
Desde casas vacías,
desde catres solteros,
desde trajes gastados y pálidos deudores,
desde domingos sin nadie con quien pasear,
vengo diciendo que los hombres sufren,
las aguas sufren, las camas sufren.
A verme vienen quejándose las tardes,
las piedras quieren que cuente las pisadas,
el túnel tiene hinchado su único ojo,
toca el gallo su corneta lastimera.
¡Oscura es la vida,
la tierra sólo sirve para enterrarnos!
* * * * *
Epístola de los poetas que vendrán
Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera.
Yo respondo:
por todas partes oíamos el llanto,
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.
Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.
Matad la tristeza, poetas.
Matemos a la tristeza con un palo.
No digáis el romance de los lirios.
Hay cosas más altas
que llorar amores perdidos:
el rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!
El poeta libertará el fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.
* * * * *
América,
a mí también debes oírme.
Yo soy el estudiante
que tiene un solo traje y muchas penas.
Yo soy el desterrado
que no encuentra la puerta en las pensiones.
Te digo que en las calles
y en las azoteas y en las cocinas,
y al fin de cada día y en mi pecho,
algo está muriendo.
Escúchame:
Yo soy el desterrado,
yo vagué por las calles
hasta que los perros
lamieron mi amor desesperados.
¡Acuérdate de mí!
Hay días que no tengo ganas
de ponerme los ojos,
días en que hasta los pájaros
se pudren a la mitad del vuelo.
¡Amor, amor,
tú no has dormido
en cuartos inmundos;
tú no sabes lo que es vivir
con una mujer que zurce su ropa llorando!
Ay, durante siglos los poetas callaron
y en el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba,
hasta que ya no pudimos más,
y el dolor empezó a mancharlo todo:
la mañana,
el amor,
el papel donde cantábamos.
Un día el dolor
empezó a gotear desde abajo,
daban los muros gritos desgarradores,
una mano amarguísima volcó mi pecho.
Ahora vengo a ti gimiendo,
aquí está mi voz encarcelada debajo de esta frente, derrumbado.
De “Las imprecaciones” 1955
Sólo para alcanzarte escribí este libro.
Noche a noche,
en la helada madriguera
cavé mi pozo más profundo,
para que surgiera, más alta,
el agua enamorada de este canto.
Yo sé que un día las gentes
querrán saber por qué hay tanto rocío en las praderas,
yo sé que un día
irán ansiosas a los campos,
seguirán los hilos de los prados,
y a través de las florestas
llegarán hasta mi pecho,
y comprenderán,
-lo siento, estoy sintiéndolo-,
que es mi amor quien platea por ti el mundo en las mañanas,
y verás esta hoguera.
Desde ciudades enterradas,
desde salones sumergidos,
desde balcones lejanísimos,
verás este amor,
y escucharás mi voz
ardiendo de hermosura,
y comprenderás que sólo por ti he cantado.
Porque sólo por ti estoy cantando.
¡Sólo por ti resplandece
mi corazón extraviado!
¡Sólo para que me veas,
ilumino mi rostro oscurecido!
¡Sólo para que en algún lugar me mires
enciendo, con mis sueños, esta hoguera!
¡El Mudo,
El Amargo,
El Que Se Quedaba Silencioso,
te habla ahora a borbotones,
te grita cataratas, inmensidades!
Algún día amarás,
alguna vez
en las lianas de la ternura enredada
comprenderás que cuando el dolor nos llega
es imposible hablar;
cuando la vida pesa, las manos pesan:
es imposible escribir.
Hasta que con los años las escamas se nos caen.
Y un día, al volver el rostro,
vemos a lo lejos,
como remotos barcos encallados,
cosas que creíamos llevar dentro,
y miramos que son musgo los amores más ardientes.
¡El hombre enceguecido
no escucha las campanadas silenciosas de la hierba,
hasta que encuentra en los caminos,
como culebra, su antigua piel,
y reconoce entre las ruinas
su vieja máscara oxidada,
y descubre agujeros rotos
do eran ojos fulgurantes,
porque el tiempo crudelísimo
injurió el Rostro Puro,
y los años nos pusieron
anteojos de melancolía,
con los ojos que se mira la ruina,
el otoño,
la grosura de las mujeres!
Surge entonces
el Dolor inextinguible,
cual surge ahora esta voz
que llora por los días hermosos,
cuando la vida era azul.
Porque todo lo que nace ha de morir.
¡No digo más porque me entiendes!
Tú sabes que sólo quiero
que, en algún lugar, leas esta carta,
antes que envejezcan los carteros
que te buscan
a la salida de las iglesias,
entre las recién casadas,
a la hora del jazmín rendido.
¡Quiero que el rayo de mi ternura
traspase con lanza a los que no conozco,
y salte noche hirviendo
a los ojos de los que abran este libro,
y en algún lugar
un día de este mundo,
me oigas
y te vuelvas,
como quien se vuelve extrañado
al sentir detrás el resplandor de un incendio,
y comprendas que estoy ardiendo por ti,
quemándome
sólo para que veas,
desde tan lejos, esta luz!
* * * * *
No eres nada,
vives oscuro,
en una ciudad perdida.
Pero, de pronto, un día,
al despertar, eres Rey.
Arden musicales
remotos países
avasallados por tu valentía.
Poderoso monarca:
todo lo que tocas es resplandor,
y en tu honor cambian los arcos iris de plumaje.
Y cuando Ella sonríe,
brota agua
en la remota infancia
adonde se asoma,
tu pequeña vida ansiosa,
rapaz distante de todo.
Mas viene el Viento
y lo derriba todo:
cristal roto es tu monarquía;
vives en una ciudad malvada;
el tiempo sólo significa
que tus zapatos ya no resisten otro invierno.
Eras Rey
pero ya no te sonríe Esa Mujer.
* * * * *
Ya no nos conocemos, ya no nos entendemos,
¿qué pasa?
Nuestro amor como los árboles daba pájaros.
¿Qué está pasando?
El viento del mar desesperado
agita pañuelos de musgo en las esquinas.
Me voy.
Pañuelo de llorar: mejor me voy.
Al atardecer los pájaros también se van,
viajan a las torres buscando picos tiernos.
A los reptiles, yo.
Al fondo del agua a vivir ardiendo.
Porque para esta sed el agua está vacía,
vacía está el agua para mi corazón sediento.
* * * * *
Voy a la casa donde no viviremos
a mirar los muros que no se levantarán.
Paseo las estancias
y abro las ventanas
para que entre el Tiempo de Ayer envejecido.
¡Si vieras!
Entre las buganvillas
cansadamente juegan
los hijos que jamás tendremos.
Yo los miro. Ellos me miran.
Mi corazón humea.
Éste es el sitio
donde mi corazón humea.
Y a esta hora,
en el balcón, callada,
yo sé que tú también te mueres
y piensas en mí hasta ensangrentarte,
Yo también pienso en ti.
Óyeme donde estés:
por esta herida no sale sólo sangre:
me salgo yo.
* * * * *
Son las siete;
la calle está oscura;
ya no vendrás.
Aunque llegaras
todas las tardes
a la orilla de esta cita,
y aguardaras, inmóvil,
todas las horas que en el mundo faltan
ya no me hallarás,
porque esperándote perdí mi juventud.
Y no como el guerrero
que las manos moja
en la espuma bermeja de la guerra.
¡No como los ardientes varones que conocí! :
¡Alexander extraviado en la espesura!
¡Gabriel amarrado a los torrentes!
¡Eugenio deshojado a la aventura!
¡Amaro, que un día solo con tu fusil partiste!
¡Os envidio, jóvenes vehementes,
a quienes no bastándoles los crepúsculos,
por mirar llamaradas
incendiaron su propia edad florida!
Yo, miserablemente
perdí mi juventud;
aguardando que cumplieras
la cita de los parques,
gasté los veloces años.
¡Oh cafés humosos donde fingí
leer los diarios de mi feroz melancolía!
Esperándote perdí la juventud
y me pesa.
Son las siete:
y estoy solo.
* * * * *
Como la lámpara olvidada
arde invisible en el día,
así mi corazón se ha consumido
sin que tú lo vieras.
Mas ya pasaron para ti las mieses,
y tardos los años,
yo sé que ahora
tus ojos buscan
las huellas bermejas de mi pasión.
Es tarde:
mi corazón calcinado
apenas soporta sus cenizas,
y aunque estás cercana,
y quiero llamarte
mudas están las hogueras
donde antaño ardieron
airadas voces tiernas.
Mi tristeza ya no puede
ni con el peso del rocío.
Es tarde:
la vida se nos gasta en actos vanos
Es tarde:
detrás de mis ojos ya no hay nadie.
* * * * *
¡No puedes salir del jardín
donde mi amor te aprisiona!
Presa estás en mí.
Aunque rompas el vaso,
seguirá intacta
la columna perfecta del agua;
aunque no quieras siempre lucirás
esa corona invisible
que lleva toda mujer a la que un poeta amó.
Y cuando ya no creas en estas mentiras,
cuando borrado el rostro de nuestra pena,
ni tú misma encuentres tus ojos bellísimos
en la máscara que te preparan los años,
a la hora en que regatees en los mercados,
los jóvenes venados vendrán a tu Recuerdo
a beber agua.
Porque puede una mujer
rehusar el rocío encendido del más grande amor,
pero no puede salir del jardín
donde el amor la encerró.
¿Me oyes?
No puedes huir.
Aunque cruces volando los años,
no puedes huir:
yo soy las alas con que huyes de mí.
* * * * *
Como el centinela
que en la agreste torre
lucha por no rendir los ojos al invencible sueño,
yo resisto al olvido.
Pero te me vuelves pequeña;
la lluvia moja
las calles de 1943;
la lluvia rompe
el cristal en que te guarda
mi juventud.
¡Miseria de los amantes
que locamente sueñan
eterna la eternidad!
El Día es de espuma,
niebla es la carne,
humo el ayer.
El país luciente
de nuestra juventud hermosa,
el tiempo asoló con sus ejércitos potentes.
Marcial acampó la herrumbre
donde ardió la rosa.
En la memoria sólo una calle queda
por donde caminas lentamente.
Ya casi no te miro,
y el moribundo sol, atardeciendo,
te torna cada día más pequeña.
Pero pasan los años,
y a medida que te vuelves más pequeña,
arrojas una sombra más larga.
* * * * *
Para que tú entres,
a veces de tristeza, el corazón se me abre.
Como una puerta tímida,
para que tú entres, el corazón se me abre.
Pero tú no vienes,
no vuelas más sobre los campos.
En vano mi corazón
a la ventana de su dolor se asoma.
Pasas de largo,
como si el viento
soplase sólo para allá.
Pasa la mañana y no viene la tarde.
Y el corazón se me cierra,
como una mano sin nadie, el corazón se me cierra.
* * * * *
La noche era bellísima.
Yo te quería.
San Salvador brillaba entre las flores.
Yo te quería.
La Felicidad nunca tendrá tus ojos azules.
Yo te quería.
Dueña de los Crepúsculos.
Yo te quería.
Pastora de la Brisa.
Yo te quería.
Ruiseñor Malvado.
Yo te quería.
Espuma del Silencio.
Yo te quería.
Agua bajo los Puentes.
Yo te quería.
Olvida los cantos que te escribí.
Yo te quería.
Aun ahora, aunque sea tarde,
y una paloma ciega
vuele para siempre entre nosotros.
Adiós a las bandadas,
adiós al tesoro enterrado en tu infancia,
adiós a las Hadas porque las Hadas no existen.
Ya dije las cosas que dije.
Por las que callo ha de crecerme musgo en la voz.
Cuando termine de contar esta agonía,
otro hombre se levantará de esta mesa.
Tal vez él no recuerde.
¡Pero yo me acuerdo tanto!
¡Si supieras cuánto te recuerdo!
* * * * *
La hierba crece ahora
en todos los crepúsculos donde antes sonreías.
La hierba o el olvido. Es igual.
Entre mi dolor y tu silencio,
hay una calle por donde te marchas lentamente.
Hay cosas que no digo porque ciertas palabras
son como embarcarse en interminables viajes.
Para mi amor siempre tendrás veinte años.
Mientras yo cante en tus ojos habrá agua limpia.
Ya para siempre
mi amor te circunda de cristal.
Puedes morir mil veces.
Inmutable en mi canto estás.
Puedo olvidarte.
Mas olvidada, resplandecerás.
¿Qué son las luciérnagas
sino remotas luces
que extintos amadores antaño encendieron?
¿Qué son sino carbones
de hogueras que perduran,
tras que sus caras y sus bocas se rompieron?
Te digo que ni el rocío
con tu rostro se atreverá
No envejecerá la muchacha
que, reclinada en mi sangre,
un día miró una rosa hasta volverla eterna.
Ahora la Rosa eterna está.
Yo la distingo única,
perfecta, en los jardines.
Por las montañas y collados
búscanla gentíos.
Sólo mis ojos que tus ojos vieron,
la pueden mirar.
* * * * * *
Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.
No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,
vivir entre otras gentes,
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.
!Íbamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.
Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.
* * * * *
Como a todas las muchachas del mundo,
también a Ella,
tejiéronla
con sus sueños,
los hombres que la amaban.
Y yo la amaba.
Pudo ser para otros un rostro
que el Viento del Olvido
borra a cada instante.
Pudo ser,
pero yo la amaba.
Yo veía las cosas más sencillas
volverse misteriosas
cuando Ella las tocaba.
Porque las estrellas de la noche
¡Ella con su mano las sembraba!
Los días de esmeralda,
los pájaros tranquilos,
los rocíos azules,
¡Ella los creaba!
Yo me emocionaba
con sólo verla pisar la hierba.
¡Ah si tus ojos me miraran todavía!
Esta noche no tendría tanta noche.
Esta noche la lluvia caería sin mojarme.
Porque la lluvia no empapa
a los que se pierden
en el bosque de sus sueños relucientes,
y sus días no terminan
y son sus noches transparentes.
¿Dónde estás ahora?
¿En qué ciudad,
en qué penumbra,
en cuál bosque
te desconocen las luciérnagas?
Tal vez mientras escribo,
estás en un suburbio,
sola, inerme, abandonada…
¡Abandonada, no!
En tu ausencia
mi corazón todas las tardes muere.
De “Desengaños del mago” 1961:
A Jorge Zalamea
in memoriam
1. Yo vivía en una torre que custodiaban tardes
de susurrantes collares.
Yo acechaba a las caravanas que, al caer
los crepúsculos, entraban en los patios
polvorientas de azul.
Yo jamás dormí.
Tal vez dormí, tal vez soñé que un ruiseñor sediento
secaba los mares.
Tortugas sospechosas empezaron a seguirme.
Yo en las tardes miraba flotar en los estanques
ciudades de ojos magnéticos.
Cada noche la marea depositaba en los árboles
islas dormidas.
Lucy sollozaba por los elefantes enredados en mi
barba.
Lucy era una gaviota.
Yo era un cangrejo, un lirio, un árbol
relampagueante.
2. Déborah: si alguna vez desciendes de los tejados,
si alguna vez emerges de los cementerios donde
vives, y cruzas (ave o demonio) por la Plaza del Oso,
me verás bajo la lluvia esperándote. Porque amé tu
calavera de conejo, amé hasta enloquecer tu rostro
dañino.
Déborah y yo cabalgamos sobre un escarabajo
de ojos penetrantes y en días de tristeza recorrimos
espejos, uniformados de azur.
Déborah se mataba las pulgas mientras yo recitaba
mis grandes cantos.
Sólo una vez me permitió besarla. Fue en los
jardines: la primavera silbaba su tonadilla.
Ella movía la cola, azorada.
Pero tan pronto la besé, sacudió el polen de su falda,
aulló a la luna y huyó por los desfiladeros.
Yo felizmente era un topo, dichosamente excavé
un túnel.
Yo estaba solo amancebado con la luna.
Bien lo sabes, Déborah, mi araña incomparable,
¡Oh mi alondra!
¡Oh mi cítara enlutada!
3. Antaño fui un mago melancólico, panteras
invulnerables me seguían arropadas en sus sedas.
Poblé los cielos de bondadosos monstruos.
Yo tenía veinte años: el año empezaba.
La abominable tripulación puso proa al paraíso.
¡Proa al paraíso, charcos de maldad!
(” ¡Nunca te traicionaré! ¡No me rendiré mientras
chapoteen las sirenas! -mentíale a mi musa”.)
Remonté ríos de erizados dientes.
Era el tiempo humeante de mi generación.
Todavía escucho gritar a los unicornios pisados
por la multitud.
El gentío himpla para que abdique.
Pero yo no cambio de plumaje: me niego a iluminar
con mi canto los fétidos establos de la noche.
No más embustes:
que el Poeta se quite el antifaz y muestre su pico
afilado.
Rabiosos ejércitos nos buscan.
Mas yo vuelo hacia el futuro, yo anido en el pasado.
Os prometo: una brisa de alondras refrescará
el infierno.
4. Y llegó el tiempo del murciélago.
En los caminos colgaron a los elfos.
Pintarrajearon a las hadas antes de forzarlas.
Fracasaron mis magias.
Vagué por llanuras de trapo,
Me hinché de moscas como un verano gordo,
Estuve en Samarcanda, la de cabeza sumergida.
Sólo insectos poblaban tu urbe, desesperación.
¡Oh desolado, sólo tu pueblo ciego te miró envejece.
ante las murallas!
Atravesé salones enjoyados donde el tigre husmeaba
tigres gigantescos entre cuyas zarpas pasan ríos
despavoridos.
Huí de aquellas tribus.
Llegué a Nínive, la de ojos sangrantes.
La tarde era un pez de tetas fosfóricas: el río
arrastraba imperios de oro danzante:
yo mismo era una serpiente.
Tuve suerte: me amamantó una hembra cuya gordura
a los naturales aniquilaba.
Yo saludo a la que me llevaba muérdago y ratones
frescos a mi cubil, yo celebro a la que lamía mis
cabellos
Oh Nínive vestida con mi dicha.
Nínive de ojos inaccesibles.
Nínive de torres soñolientas.
Nínive donde queda mi corazón ardiendo.
Así empezaron los años de mis inolvidables
desgracias, aquel amor que fue mi ruina.
5. Al salir me derribaron los coletazos del viento
enloquecido por los piojos.
Para vivir compuse canciones: la turba me arrojaba
oro entre los barrotes.
Ya era tarde.
Enfermé.
Agonicé en los bosques. Mi trono era la luna; mi cetro,
el aullido del lobo.
Peinábame el sol, adulábanme sus hipócritas vasallos.
Recliné la frente en las catedrales.
Caían las torres envenenadas
Sangraban los obeliscos.
El mar encaneció, las islas huyeron.
* * * * *
Las torres más valientes
agachan la cabeza
cuando el otoño llega
con el plumaje acribillado.
En otoño los árboles
encienden sus ojos más tristes.
Otoño sin embargo era
cuando miré en tus ojos
comarcas donde ardía otro sol.
Agosto, el cojo malvado,
escupía las ventanas;
la niebla graznaba en los tejados.
Pero nosotros caminábamos
-oh praderas, oh puentes-
por países de diamante.
Tus veinte años saltaban como peces
y el corazón merlín se me saltaba.
En el palacio de las luciérnagas
bailamos danzas desgarradoras.
Hoy llega sin ti el otoño
y sin ti los crepúsculos desalentados
sólo saben ponerse sus viejos trajes.
Los pájaros idiotas
repiten verdosos
las canciones de ayer.
Lentas cruzan el cielo
las tardes astrosas.
Pobre el mundo:
sólo tú autorizabas lo maravilloso.
Vivir es largo.
Ave carnicera es la Melancolía.
* * * * *
A Rubén Bonifaz Nuño, en memoria de
los días que galopamos por los desiertos
allá lejos.
No viajaremos
a países de cabellera incandescente.
No partiremos,
no saldremos de la ciudad ululante.
Bajo los árboles vertiginosos del crepúsculo,
vestidos de viudos, hemos de vernos.
En las estepas de los gentíos
me verás, te veré, nos veremos.
Y alrededor de nosotros
los recuerdos de pico ensangrentado.
Las hélices amarillas del otoño
degollando pájaros inocentes.
Cierta tarde -cualquier tarde-
en una esquina nos desconoceremos.
Y por calles diferentes
a la vejez nos iremos.
De “El vals de los reptiles” 1970
Como Jonás viví mi juventud en el vientre
de Dalmacia.
Brisas eran mis cabellos, tifones mis cejas.
En tu vientre más alto que Orión millones
de estorninos revoloteaban.
Yo me sumergía a buscar pececillos, recorría
ramblas, penetraba a los iglúes a dormir con
ondulantes hembras.
El viento de marzo quiebra los frascos
donde Dalmacia guarda nuestros fetos.
Villanos: éste es el tiempo en que menstruan
los años.
Éramos felices: por nuestros anillos Saturno
saltaba dichoso.
Jaulas de alisios, auroras palpitantes
Dalmacia me traía.
Pero faltaron las brisas, las pestes
despoblaron los mares.
Bajo soles negros, la lengua seca, vagamos
por océanos calvos.
Dalmacia agonizante me vomitó sobre las playas,
Yo quise besarla,
hacia países verdes en brazos conducirla.
Yo grité desde los acantilados:
¡Dalmacia, es difícil vivir!
¡Es difícil llevarse a los labios tazas
humeantes de sueños!
No me oía.
Entre los témpanos nadaba para siempre neblina.
* * * * *
Entre todas las doncellas que pastan
en los patios del Sofista ninguna más hennosa
que Eva,
Eva, la del cuello especialmente creado
para ramonear hierba en otros planetas.
Eva,
ahora sólo eres un agujero donde el zorro
esconde sus tesoros epilépticos.
Eva,
por tu anillo
pasaban tiritando, el falo erecto, los planetas
iracundos.
Eva y yo a picotazos disputábamos
los gusanillos de los años.
Ustedes son jóvenes,
ustedes nunca sabrán cómo era este
poblado en el tiempo en que la ciudad vivía
colgada del rabo de los purísimos mandriles.
La corniveleta muchacha llegaba.
Hervía la ciudad.
En los billares pastan las calumnias,
en los circos cacarea la arena.
Me saltan las lágrimas cuando el Dandy
me conduce a los balnearios donde Eva los
obeliscos de nuestra pasión empollaba:
Por las playas buscábamos delirios, quizás estrellas,
megaterios.
Decenios recorrimos las arenas
hasta reconocer tus ojos en una malagua.
Eva: tu belleza ofendió a las matronas.
El Inquisidor mandó desnudarte: en tus senos
los alguaciles descubrieron huellas de los mordiscos
del Giboso.
El gentío aulló: esa misma tarde te condujeron
a la hoguera.
Desde entonces ardes
y a veces en las noches me despiertan
los chillidos de tu calavera azul.
Cuando la luz cansada de embestir al día
vara en los muelles su cadáver dorado,
y está el silencio entre los ausentes
y las golondrinas,
poniendo huevos lentos,
¿vuelve el agua a los pétalos del rayo?
¿torna el cristal a desplumarse en la azucena?
¿escuchas al otoño, bandada por bandada, aterrizar
entre los resortes ruinosos del poniente,
me oyes llegar pisando el olor que humea
de las manzanas sumergidas, me escuchas…?
Yo recuerdo que el día en que la luciérnaga
se puso su anillo de barcos perdidos,
el tiempo bajó a mirarte hasta las cosas mudas.
¿Quién se acordó entonces del rocío sujetando
a las palomas ?
¿quién racimo de planetas enfermizos ?
¿quién soledad desfondada por los muertos?
¿ quién cuchillo afilado en la luna?
Era el mes de las olas arrodilladas esperando
tu corona.
Era la mitad desde el plumaje deshecho de la tarde,
desde las corrientes, desde el olvido.
Y ahora estoy en medio de los meses invadidos
entre las finales cáscaras del día!;
oigo que te pones el vestido sucio de un fantasma,
siento que un sol ciego
te llueve con plumas aguas, y ya no te conozco.
¿Quién, pues, eres tú que desaguas eternamente
al otoño con tu cubo ?
¿quién que enroscas tu barba al horizonte?
Ésta es la hora
en que la luz se arranca las pestañas
tirita el lirio en la cama polvorienta del relámpago,
viaja el toro al dorso del bramido.
Ésta es la hora
en que a tu isla de párpados recién cernidos
llega la lluvia desangrándose de ruiseñores.
¡A ver la niebla, que él está mirando!
¡A ver la hierba, que yo no tengo la culpa
que empañe el paisaje como un vaso!
¡Ah, combatiente, qué dirías si vieras
el resplandor que te encuaderna las entrañas!
¡Ya no es posible que no sepas que tus dedos
emergen de los golfos trayendo aquí
todos los días una flor de luz petrificada!
¡Ya no es posible, ni tampoco quiero,
que mi corazón se vaya
en el carruaje amarillento de las hojas!
Mas no lloradlo.
A Él lo construye perpetuamente el agua.
En el principio, cuando la lágrima vuelve
a su trono transparente, lo edifica
el viento que borra los sepulcros.
¿Qué lo han visto en los malecones
por donde llega el otoño,
de jazmín en jazmín desde el fondo de la tierra?
Levántate,
las gentes no quieren creerme
que por todas partes limitas con el alba,
que estás en la gota donde, ya en ruinas,
agitando los brazos se despide el horizonte…
* Publicado en “La Tribuna”, el domingo 5 de septiembre de 1948