Quevedo, Francisco de

Quevedo, Francisco de

España (1580-1645)

Francisco de Quevedo

A Aminta que se cubrió los ojos con la mano…

Lo que me quita en fuego, me da en nieve
la mano que tus ojos me recata;
y no es menos rigor con el que mata,
ni menos llamas su blancura mueve.

La vista frescos los incendios bebe,
y volcán por las venas los dilata;
con miedo atento a la blancura trata
el pecho amante que la siente aleve.

Si de tus ojos el ardor tirano
le pasas por tu mano por templarle,
es gran piedad del corazón humano;

mas no de ti que puede al ocultarle,
pues es de nieve derretir tu mano,
si ya tu mano no pretende helarle.

A Aminta que teniendo un clavel en la boca…

Bastábale al clavel verse vencido
del labio en que se vio, cuando esforzado
con su propia vergüenza, lo encarnado
a tu rubí se vio más parecido,

sin que en tu boca hermosa dividido
fuese de blancas perlas granizado,
pues tu enojo, con él equivocado,
el labio por clavel dejó mordido;

si no cuidado de la sangre fuese,
para que, presumir a tiria grana,
de tu púrpura líquida aprendiese.

Sangre vertió tu boca soberana
porque roja victoria amaneciese
llanto al clavel y risa a la mañana.

A Flori, que tenía unos claveles entre el cabello rubio

Al oro de tu frente unos claveles
veo matizar, cruentos, con heridas;
ellos mueren de amor, y a nuestras vidas
sus amenazas les avisan fieles.

Rúbricas son piadosas y crueles,
joyas facinorosas y advertidas,
pues publicando muertes florecidas,
ensangrientan al sol rizos doseles.

Mas con tus labios quedan vergonzosos
(que no compiten flores a rubíes)
y pálidos después, de temerosos.

Y cuando con relámpagos te ríes,
de púrpura, cobardes, si ambiciosos,
marchitan sus blasones carmesíes.

A una adúltera

Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
el adulterio la vergüenza al cielo,
pues que tan claramente y tan sin velo
has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
que no sepa tu infamia todo el suelo:
cierra la puerta, vive con recelo,
que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
mas digo que no es bien que sean notados
de los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos afrentados,
dicen que te deleitan los testigos
de tus pecados más que tus pecados.

A una nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado

Érase un espolón de una galera,
Érase una pirámide de Egipto;
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

¡Ah de la vida!” … ¿Nadie me responde?

¡Ah de la vida!” … ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde,
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño

¡Ay, Floralba! Soñé que te… ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo?

Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.

Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte.»

Mas desperté del dulce desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la vida estaba muerto.

Amante sin reposo

Está el ave en el aire con sosiego,
en la agua el pez, la salamandra en fuego,
y el hombre, en cuyo ser todo se encierra,
está en la sola tierra.
Yo solo, que nací para tormentos,
la boca tengo en aire suspirando,
el cuerpo en tierra está peregrinando,
los ojos tengo en agua noche y día,
y en fuego el corazón y el alma mía.

Amor constante más allá de la muerte…

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán cenizas, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

Amor impreso en el alma…

Si hija de mi amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi amor contra la vida mía!
¡Qué gloria que el morir de amar naciese!

Llevara yo en el alma, adonde fuese,
el fuego en que me abraso, y guardaría
su llama fiel con la ceniza fría,
en el mismo sepulcro en que muriese.

De esotra parte de la muerte dura,
vivirán en mi sombra mis cuidados,
y más allá del Lethe mi memoria.

Triunfará del olvido tu hermosura;
mi pura fe y ardiente, de los hados,
y el no ser por amar, será mi gloria…

Calvo que no quiere encabellarse

Pelo fue aquí, en donde calavero;
calva no sólo limpia, sino hidalga;
háseme vuelto la cabeza nalga:
antes greguescos pide que sombrero.

Si, cual Calvino soy, fuera Lutero, 5
contra el fuego no hay cosa que me valga;
ni vejiga o melón que tanto salga
el mes de agosto puesta al resistero.

Quiérenme convertir a cabelleras
los que en Madrid se rascan pelo ajeno, 10
repelando las otras calaveras.

Guedeja réquiem siempre la condeno;
gasten caparazones sus molleras:
mi comezón resbale en calvatrueno.

Comunicación de amor invisible por los ojos

Si mis párpados, Lisi, labios fueran,
besos fueran los rayos visüales
de mis ojos, que al sol miran caudales
águilas, y besaran más que vieran.

Tus bellezas, hidrópicos, bebieran,
y cristales, sedientos de cristales;
de luces y de incendios celestiales,
alimentando su morir, vivieran.

De invisible comercio mantenidos,
y desnudos de cuerpo, los favores,
gozaran mis potencias y sentidos;

mudos se requebraran los ardores;
pudieran, apartados, verse unidos,
y en público, secretos, los amores.

Contraposiciones y tormentos de su amor

Osar, temer, amar y aborrecerse,
alegre con la gloria, atormentarse;
de olvidar los trabajos olvidarse,
entre llamas arder sin encenderse;

con soledad entre las gentes verse
y de la soledad acompañarse;
morir continuamente, no acabarse,
perderse por hallar con qué perderse;

ser Fúcar de esperanzas sin ventura,
gastar todo el caudal en sufrimiento,
con cera conquistar la piedra dura,

son efectos de amor en mis tormentos;
nadie le llame dios, que es gran locura,
que más son de verdugo sus tormentos.

De cierta dama que a un balcón estaba…

De cierta dama que a un balcón estaba
pudo la media y zapatillo estrecho
poner el lacio espárrago a provecho
de un tosco labrador que la acechaba.

Y ella, cuando advirtió que la miraba,
la causa preguntó del tal acecho;
el labrador la descubrió su pecho,
diciendo lo que vía y contemplaba.

Mas ella, con alzar el sobrecejo,
le dijo con melindre: -«Aquesto, hermano,
no es más de ver y desear la fruta».

El labrador, sacando el aparejo,
le respondió, tomándolo en la mano:
-«¡Pues ver y desear, señora puta!».

Definición de amor

¿Rogarla? ¿Desdeñarme? ¿Amarla
¿Seguirla? ¿Defenderse? ¿Asirla? ¿Airarse?
¿Querer y no querer? ¿Dejar tocarse
ya persuasiones mil mostrarse firme?

¿Tenerla bien? ¿Probar a desasirse?
¿Luchar entre sus brazos y enojarse?
¿Besarla a su pesar y ella agraviarse?
¿Probar, y no poder, a despedirme?

¿Decirme agravios? ¿Reprenderme el gusto?
¿Y en fin, a beaterías de mi prisa,
dejar el ceño? ¿No mostrar disgusto?

¿Consentir que la aparte la camisa?
¿Hallarlo limpio y encajarlo justo?
Esto es amor y lo demás es risa.


Definiendo el amor

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo,
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es tu abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo.

Dice que el sol templa la nieve…

Miro este monte que envejece enero,
y cana miro caducar con nieve
su cumbre, que aterido, oscuro y breve,
la mira el sol, que la pintó primero.

Veo que en muchas partes, lisonjero,
o regal sus hielos o los bebe;
que agradecido a su piedad se mueve
el músico cristal, libre y parlero.

Mas en los Alpes de tu pecho airado
no miro que tus ojos a los míos
regalen, siendo fuego, el hielo amado.

Mi propia llama multiplica fríos
y en mis cenizas mesmas ardo helado,
invidiando la dicha de estos ríos.

El sueño

¿Con qué culpa tan grave,
sueño blando y süave,
pude en largo destierro merecerte,
que se aparte de mí tu olvido manso?
Pues no te busco yo por ser descanso
sino por muda imagen de la muerte.

Cuidados veladores
hacen inobedientes mis dos ojos
a la ley de las horas:
no han podido vencer a mis dolores 10
las noches, ni dar paz a mis enojos.

Madrugan más en mí que en las auroras
lágrimas a este llano,
que amanece a mi mal siempre temprano;
y tanto, que persuade la tristeza
a mis dos ojos, que nacieron antes
para llorar, que para verse sueño.

De sosiego los tienes ignorantes,
de tal manera, que al morir el día
con luz enferma vi que permitía
el sol que le mirasen en Poniente.
Con pies torpes al punto, ciega y fría,
cayó de las estrellas blandamente
la noche, tras las pardas sombras mudas,
que el sueño persuadieron a la gente.

Escondieron las galas a los prados,
estas laderas y sus peñas solas;
duermen ya entre sus montes recostados
los mares y las olas.
Si con algún acento
ofenden las orejas,
es que entre sueños dan al cielo quejas
del yerto lecho y duro acogimiento,
que blandos hallan en los cerros duros.

Los arroyuelos puros
se adormecen al son del llanto mío,
y a su modo también se duerme el río.
Con sosiego agradable
se dejan poseer de ti las flores;
mudos están los males,
no hay cuidado que hable,
faltan lenguas y voz a los dolores,
y en todos los mortales
yace la vida envuelta en alto olvido.

Tan sólo mi gemido
pierde el respeto a tu silencio santo:
yo tu quietud molesto con mi llanto,
y te desacredito
el nombre de callado, con mi grito.
Dame, cortés mancebo, algún reposo:
no seas digno del nombre de avariento,
en el más desdichado y firme amante,
que lo merece ser por dueño hermoso.

Débate alguna pausa mi tormento;
gózante en las cabañas,
y debajo del cielo
los ásperos villanos:
hállate en el rigor de los pantanos,
y encuéntrate en las nieves y en el hielo
el soldado valiente,
y yo no puedo hallarte, aunque lo intenté,
entre mi pensamiento y mi deseo.

Ya, pues, con dolor creo
que eres más riguroso que la tierra,
más duro que la roca,
pues te alcanza el soldado envuelto en guerra;
y en ella mi alma
por jamás te toca.
Mira que es gran rigor: dame siquiera
lo que de ti desprecia tanto avaro,
por el oro en que alegre considera,
hasta que da la vuelta el tiempo claro.

Lo que había de dormir en blando lecho,
y da el enamorado a su señora,
y a ti se te debía de derecho;
dame lo que desprecia de ti agora
por robar el ladrón; lo que desecha
el que envidiosos celos tuvo y llora.

Quede en parte mi queja satisfecha,
tócame con el cuento de tu vara,
oirán siquiera el ruido de tus plumas
mis desventuras sumas;
que yo no quiero verte cara a cara,
ni que hagas más caso
de mí, que hasta pasar por mí de paso;
o que a tu sombra negra por lo menos,
si fueres a otra parte peregrino,
se le haga camino
por estos ojos de sosiego ajenos.
Quítame, blando sueño, este desvelo,
o de él alguna parte,
y te prometo, mientras viere el cielo,
de desvelarme sólo en celebrarte.

En lo penoso de estar enamorado

¡Qué verdadero dolor,
y qué apurado sufrir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

¡Qué cuidados a millares!
¡Qué encuentros de pareceres!
¡Qué limitados placeres,
y qué colmados pesares!

¡Que amor y qué desamor!
¡Qué ofensas, qué resistir!
¡Qué mentiroso vivir,
qué puro morir de amor!

¡Qué admitidos devaneos!
¡Qué amados desabrimientos!
¡Qué atrevidos pensamientos
y qué cobardes deseos!

¡Qué adorado disfavor!
¡Qué enmudecido sufrir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

¡Qué negociados engaños
y qué forzosos tormentos!
¡Qué aborrecidos alientos
y qué apetecidos daños!

¡Y qué esfuerzo y qué temor!
¡Qué no ver, qué prevenir!
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

¡Qué enredos, ansias, asaltos,
y qué conformes contrarios!
¡Qué cuerdos, qué temerarios!
¡Qué vida de sobresaltos!

Y que no hay muerte mayor
que el tenerla y no morir.
¡Qué mentiroso vivir!
¡Qué puro morir de amor!

Estaba una fregona por enero…

Estaba una fregona por enero
metida hasta los muslos en el río,
lavando paños, con tal aire y brío,
que mil necios traía al retortero.

Un cierto Conde, alegre y placentero,
le preguntó con gracia: «¿Tenéis frío?»
respondió la fregona: «Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero.»

El Conde, que era astuto, y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como pavo,
que le encendiese un cirio que traía.

Y dijo entonces la fregona al Conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
«Pues sople este tizón vueseñoría.»

Exhorta a los que amaren…

Cargado voy de mí; veo delante
muerte que me amenaza la jornada;
ir porfiando por la senda errada,
más de necio será que de constante.

Si por su mal me sigue ciego amante,
que nunca es sola suerte desdichada,
¡ay!, vuelva en sí, y atrás; no dé pisada
donde la dio tan ciego caminante.

Ved cuán errado mi camino ha sido;
cuán sólo y triste, y cuán desordenado,
que nunca así le anduvo pie perdido;

pues por no desandar lo caminado,
viendo delante y cerca fin temido,
con pasos que otros huyen, le he buscado.

Fluctuando en los cabellos de Lisi

En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.

Leandro en mar de fuego proceloso,
su amor ostenta, su vivir apura;
Icaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de fénix, encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico, y pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.

Fue sueño ayer, mañana será tierra…

Fue sueño ayer, mañana será tierra.
¡Poco antes nada, y poco después humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo,
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa y es y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que a jornal de mi pena y mi cuidado
cavan en mi vivir mi monumento.

Las gracias de la que  adora…

Esa color de rosa y de azucena
y ese mirar sabroso, dulce, honesto,
y ese hermoso cuello, blanco, inhiesto,
y boca de rubíes y perlas llena;

la mano alabastrina que encadena
al que más contra Amor está dispuesto,
y el más libre y tirano presupuesto
destierra de las almas y enajena.

Era rica y hermosa primavera,
cuyas flores de gracias y hermosura
ofendellas no puede el tiempo airado;

son ocasión que viva yo y que muera,
y son de mi descanso y mi ventura
principio y fin, y alivio del cuidado.

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

Letrilla lírica

¿De qué sirve presumir,
rosal, de buen parecer,
si aun no acabas de nacer
cuando empiezas a morir?
Hace llorar y reír
vivo y muerto tu arrebol
en un día o en un sol:
desde el Oriente al ocaso
va tu hermosura en un paso,
y en menos tu perfección.
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.

No es muy grande la ventaja
que tu calidad mejora:
si es tu mantilla la aurora,
es la noche tu mortaja.
No hay florecilla tan baja
que no te alcance de días,
y de tus caballerías,
por descendiente de la alba,
se está riendo la malva,
cabellera de un terrón.
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.


Letrilla satírica

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de contino anda amarillo.
Que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero
poderoso caballero
es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color
persona de gran valor,
tan cristiano como moro.
Pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero
poderoso caballero
es don Dinero.

Son sus padres principales,
y es de nobles descendientes,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales.
Y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero
poderoso caballero
es don Dinero.

Mas ¿a quién no maravilla
ver en su gloria, sin tasa,
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero
poderoso caballero
es don Dinero.

Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles.
Y pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.

Y es tanta su majestad
(aunque son sus duelos hartos)
que con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad.
Pero pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(mirad si es harto sagaz)
sus escudos en la paz
que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
y hace propio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Llanto, presunción, culto y tristeza amorosa

Esforzaron mis ojos la corriente
de este, si fértil, apacible río;
y cantando frené su curso y brío:
¡tanto puede el dolor en un ausente!

Miréme incendio en esta clara fuente
antes que la prendiese yelo frío,
y vi que no es tan fiero el rostro mío
que manche, ardiendo, el oro de tu frente.

Cubrió nube de incienso tus altares,
coronélos de espigas en manojos,
sequé, crecí con llanto y fuego a Henares.

Hoy me fuerzan mi pena y tus enojos
(tal es por ti mi llanto) a ver dos mares
en un arroyo, viendo mis dos ojos.

Mil veces callo que romper deseo…

Mil veces callo que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo;

anda cual velocísimo correo
por dentro al alma el suelto pensamiento
con alto y de dolor lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura:

cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del Cielo, error de la ventura.

Miré los muros de la patria mía…

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

Piedra soy en sufrir pena y cuidado…

Piedra soy en sufrir pena y cuidado
y cera en el querer enternecido,
sabio en amar dolor tan bien nacido,
necio en ser en mi daño porfiado,

medroso en no vencerme acobardado,
y valiente en no ser de mí vencido,
hombre en sentir mi mal, aun sin sentido,
bestia en no despertar desengañado.

En sustentarme entre los fuegos rojos,
en tus desdenes ásperos y fríos,
soy salamandra, y cumplo tus antojos;

y las niñas de aquestos ojos míos
se han vuelto, con la ausencia de tus ojos,
ninfas que habitan dentro de dos ríos.

Preso en los laberintos del amor…

Tras arder siempre, nunca consumirse,
y tras siempre llorar, nunca acosarme;
tras tanto caminar, nunca cansarme,
y tras siempre vivir, jamás morirme;

después de tanto mal, no arrepentirme;
tras tanto engaño, no desengañarme;
después de tantas penas, no alegrarme,
y tras tanto dolor, nunca reírme;

en tantos laberintos, no perderme,
ni haber tras tanto olvido recordado,
¿qué fin alegre puede prometerme?

Antes muerto estaré que escarmentado;
ya no pienso tratar de defenderme,
sino de ser de veras desdichado.

¿Qué captas, noturnal, en tus canciones?

¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?

Microcósmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.

Tu  forasteridad es tan eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas viscerable cacoquimia,

farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,
metamorfoseando el arcadumia.

¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.

Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento,
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.

Qué imagen de la muerte rigurosa…

¿Qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me maltrata?
¿Qué tirano cruel me sigue y mata
con vengativa mano licenciosa?

¿Qué fantasma, en la noche temerosa,
el corazón del sueño me desata?
¿Quién te venga de mí, divina ingrata,
más por mi mal que por tu bien hermosa?

¿Quién, cuando, con dudoso pie y incierto,
piso la soledad de aquesta arena,
me puebla de cuidados el desierto?

¿Quién el antiguo son de mi cadena
a mis orejas vuelve, si es tan cierto,
que aun no te acuerdas tú de darme pena?

Quejarse en las penas del amor debe ser permitido
y no profana el secreto

Arder sin voz de estrépito doliente
no puede el tronco duro inanimado;
el roble se lamenta, y, abrasado,
el pino gime al fuego, que no siente.

¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente
quede en muda ceniza desatado
mi corazón sensible y animado,
víctima de tus aras obediente?

Concédame tu fuego lo que al pino
y al roble les concede voraz llama:
piedad cabe en incendio que es divino.

Del volcán que en mis venas se derrama,
diga su ardor el llanto que fulmino;
mas no le sepa de mi voz la Fama.

Quéjase de lo esquivo de su dama

El amor conyugal de su marido
su presencia en el pecho le revela;
teje de día en la curiosa tela
lo mismo que de noche ha destejido.

Danle combates interés y olvido,
y de fe y esperanza se abroquela,
hasta que dando el viento en popa y vela,
le restituye el mar a su marido.

Ulises llega, goza su querida,
que por gozarla un día dio veinte años
a la misma esperanza de un difunto.

Mas yo sé de una fiera embravecida
que veinte mil tejiera por mis daños,
y al fin mis daños son no verme un punto.

Rendimiento del amante desterrado

Éstas son y serán ya las postreras
lágrimas que, con fuerza de voz viva,
perderé en esta fuente fugitiva,
que las lleva a la sed de tantas fieras.

¡Dichoso yo que, en playas extranjeras,
siendo alimento a pena tan esquiva,
halle muerte piadosa, que derriba
tanto vano edificio de quimeras!

Espíritu desnudo, puro amante,
sobre el sol arderé, y el cuerpo frío
se acordará de Amor en polvo y tierra.

Yo me seré epitafio al caminante,
pues le dirá, sin vida, el rostro mío:
“Ya fue gloria de Amor hacerme guerra.”


Reprende a una adúltera la circunstancia de su pecado

Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido
El adulterio la vergüenza al Cielo,
Pues licenciosa, libre, y tan sin velo
Ofendes la paciencia del sufrido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
No sirvas a su ausencia de libelo;
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado se precia de escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien estén notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

Retrato no vulgar de Lisi

Crespas hebras, sin ley desenlazadas,
en un tiempo tuvo entre las manos Midas;
en nieve estrellas negras encendidas,
y cortésmente en paz de ella guardadas. ~

Rosas a abril y mayo anticipadas,
de la injuria del tiempo defendidas;
auroras en la risa amanecidas,
con avaricia del clavel guardadas.

Vivos planetas de animado cielo,
por quien a ser monarca Lisi aspira
de libertades, que en sus luces ata.

Esfera es racional, que ilustra el suelo,
en donde reina el Amor cuanto ella mira,
y en donde vive Amor cuanto ella mata.

Si quien ha de pintaros ha de veros…

Si quien ha de pintaros ha de veros,
y no es posible sin cegar miraros,
¿quién será poderoso a retrataros,
sin ofender su vista y ofenderos?

En nieve y rosas quise floreceros;
mas fuera honrar las rosas y agraviaros;
dos luceros por ojos quise daros;
mas ¿cuándo lo soñaron los luceros?

Conocí el imposible en el bosquejo;
mas vuestro espejo a vuestra lumbre propia
aseguró el acierto en su reflejo.

Podráos él retratar sin luz impropia,
siendo vos de vos propia, en el espejo,
original, pintor, pincel y copia.

Soneto amoroso

Si dios eres, Amor, ¿cuál es tu cielo?
Si señor, ¿de qué renta y de qué estados?
¿Adónde están tus siervos y criados?
¿Dónde tienes tu asiento en este suelo?

Si te disfraza nuestro mortal velo,
¿cuáles son tus desiertos y apartados?
Si rico, ¿do tus bienes vinculados?
¿Cómo te veo desnudo al sol y al yelo?

¿Sabes qué me parece, Amor, de aquesto?
Que el pintarte con alas y vendado,
es que de ti el pintor y el mundo juega.

Y yo también, pues sólo el rostro honesto
de mi Lisis así te ha acobardado,
que pareces, Amor, gallina ciega.

Vejamen del ratón al caracol

Riéndose está el ratón,
en el umbral de su cueva,
del caracol ganapán,
que va con su casa a cuestas.
Y viendo como arrastrando
por su corcova la lleva,
muy camello de poquito,
le dijo de esta manera:
“Dime, cornudo vecino,
de un cuerno en que tú te hospedas,
¿qué callo de pie trazó
una alcoba tan estrecha?
Tú vives emparedado,
sin castigo o penitencia,
y, hecho chirrión de tu casa,
la mudas y la trasiegas.
Vestirse de un edificio
invención de sastre es nueva:
tú, albañil enjerto en sastre,
te vistes y te aposentas.
El vivir un lobanillo,
es de pobre y de materia;
y nunca salir de casa,
de persona muy enferma.
Verruga andante pareces,
que ha producido la tierra;
muy preciado de que todo
sólo tú un palacio llenas.
Si te viniese algún güésped,
¿qué aposento le aparejas
tú, que en la mano de un gato,
por no admitirle, te encierras?
Yo te llevaré a la corte,
en donde no te defienda
de tercera parte o güésped
tu casilla tan estrecha.
¿No te fuera más descanso
andarte por estas selvas,
y en estos agujerillos
tener tu cama y tu mesa?
Riéndose están de ti
los lagartos en las peñas,
los pájaros en los nidos,
las ranas en las acequias.
Esa casa es tu mortaja:
de buena cosa te precias,
pues vives el ataúd,
donde es forzoso que mueras.
De una fábrica presumes
que Vitrubio no la entienda;
y si vale un caracol,
en dos ninguna la precia.
Y citar puedo a Vitrubio,
porque soy ratón de letras,
que en casa de un arquitecto,
comí a Viñola una nesga.
Sacar los cuernos al sol,
ningún marido lo aprueba,
aunque de ellos coma; y tú
muy en ayunas los muestras.
Dirás que me caza el gato,
con todas estas arengas;
¿y a ti no te echan la uña
los viernes y las cuaresmas?
¿No te guisan y te comen
entre abadejo y lentejas?
¿Y hay, después de estar guisado,
alfiler que no te prenda?
Pero de matraca baste,
que yo espero gran respuesta;
y, aunque soy más cortesano,
me he de correr más aprisa.