Pushkin, Alexandr (1799-1837)
Poeta y novelista ruso nacido en Moscú en 1799.
Perteneciente a una familia aristócrata y acaudalada, recibió una educación con marcada influencia de la lengua y la literatura francesa. Desde los doce años mostró su afición por la poesía cuando aún estudiaba en el Liceo Puskhin.
En 1817, mientras ocupaba un cargo oficial en San Petersburgo, trabó amistad con intelectuales de la época, participando en grupos literarios clandestinos de oposición al régimen zarista, razón por la cual fue obligado a exiliarse en Ucrania y Crimea. De esta época datan “El prisionero del Cáucaso” 1822, “Los hermanos bandoleros” 1822 y “La fuente de Bakhcisaraj” 1824.
Perdonado en 1826 por el Zar Nicolás I, continuó escribiendo importantes obras entre los que se destacan, la novela en verso “Eugenio Onieguin”, “Boris Godunov”, “La dama de picas”, “Poltava”, “Relatos de Belkin”, “El caballero de bronce” y “La hija del Capitán”.
Falleció en 1837, a raíz de un duelo sostenido para defender el honor de su mujer.
(Kern)*
Recuerdo aquel instante  prodigioso
en el que apareciste frente a mí,
lo mismo que una efímera  visión
igual que un genio de belleza pura.
En mi languidecer sin  esperanza,
en las zozobras del ruidoso afán,
tu tierna voz se oyó en mi  largo tiempo
y soñaba con tus divinos rasgos.
Transcurrieron los años.  La agitada
tormenta dispersó los viejos sueños
y al olvido entregué tu  tierna voz
así como tus rasgos celestiales.
En cautiverio oscuro y  tenebroso
mis días en silencio se arrastraban,
sin la deidad y sin la  inspiración,
sin lágrimas, sin vida, sin amor.
Mas ahora que el  despertar llegó a mi alma,
y de nuevo apareces ante mí,
lo mismo que una  efímera visión
igual que un genio de belleza pura.
Y el corazón me late  arrebatado
porque en él nuevamente resucitan
La inspiración y la  divinidad
y la vida, y el llanto y el amor.
*Anna Pyetróvna Kem (1800-1879)
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Bajo el cielo de azul de su tierra nativa…
Bajo  el cielo azul de su tierra nativa
languidecía ella, se  agostaba…*
Al fin se marchitó, y ya de seguro
su joven sombra  sobre mí volaba;
Nos separa una línea infranqueable.
En vano el  sentimiento desperté.
Su muerte oí de un labio indiferente
y con  indiferencia la escuché.
¡Y mi alma la amó con tanto fuego,
con  una turbación tan dolorosa,
con tanto sufrimiento y extravío,
con  tortura tan tierna y angustiosa!
¿Qué se hicieron la pena y el  cariño?
Ni reproches me quedan ya ni llanto
para rememorar su  sombra crédula
ni la dulce memoria de los días  pasados.
*El poema se refiere a Arnalia Riznich, muerta en Italia en  1825 y destinataria
de algunos de los más hermosos poemas  pushkinianos.
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Como fui en otro tiempo, así soy ahora…
 Tel j’étais autrefois et  el je suis encore
André Chenier
Como fui en otro tiempo, así soy ahora,
descuidado,  amoroso. Bien sabéis, mis amigos,
si puedo una belleza mirar sin  conmoverme,
sin tímida ternura, sin emoción secreta.
¿Jugó poco el amor,  acaso, en mi existencia?
¿Bastante no luché cual joven gerifalte
en la red  traicionera tendida por la Cipria?*
Pero aún no escarmentado por centenas de  ofensas,
ante otros nuevos ídolos elevo mis plegarias…
*Afrodita
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Del céfiro  nocturno
éter fluye.
Bulle,
huye
el  Guadalquivir.
Salió la luna dorada,
¡silen…! ¡chis!…  guitarra al  son.
La española enamorada
se ha asomado a su  balcón.
Del céfiro  nocturno
éter  fluye.
Bulle,
huye
el  Guadalquivir.
¡Quítate, ángel, la mantilla!
¡Cual claro día  muéstrate!
¡Por la férrea barandilla
enseña el divino  pie!
Del céfiro  nocturno
éter  fluye.
Bulle,
huye
el  Guadalquivir.
Versión de Eduardo Alonso Duengo

¿Echasteis la voz nocturna junto al  soto
del cantor del amor, del cantor de su pena?
en la hora matutina,  cuando callan los campos
y el son triste y sencillo de la zampoña  suena,
¿no la habéis escuchado?
¿Hallasteis en la yerma  oscuridad boscosa
al cantor del amor, al cantor de su pena?
¿Notasteis su  sonrisa, la huella de su llanto,
su apacible mirada, de melancolía  llena?
¿No lo habéis encontrado?
¿Suspirasteis atentos  a la voz apacible
del cantor del amor, del cantor de su pena?
Cuando  visteis al joven en medio de los bosques,
al cruzar su mirada sin brillo con  la vuestra,
¿no habéis suspirado?
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Estoy entre rejas en húmeda  celda.
Criada en cautiverio, un águila joven,
mi triste compaña, batiendo  sus alas,
junto a la ventana su pitanza pica.
La pica, la arroja, mira  la ventana,
como si pensara lo mismo que yo.
Sus ojos me llaman y su  griterío,
y proferir quiere: ¡Alcemos el vuelo!
¡Tú y yo somos libres  como el viento, hermana!
Huyamos, es hora, do blanquea entre nubes
la  montaña y brilla de azul la marina,
donde paseemos sólo el viento. ..¡y  yo!
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Se apagó el astro del  día;
el mar azul cubrió la niebla de la tarde.
¡Restallad, restallad,  dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Contemplo  las orillas apartadas,
el mágico confín del mediodía;
Voy hacia él con  emoción y angustia,
embelesado por recuerdos tantos…
siento  que afloran lágrimas de nuevo
hasta los ojos, y me hierve el  alma
y deja de alentar; en torno mío
Un sueño familiar  revolotea.
Recuerdo mi amor loco del pasado,
todo cuando sufrí y cuanto  fue bueno,
torturador engaño de esperanza y deseo…
¡Restallad,  restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Vuela,  bajel, condúceme a lejanos
parajes, al capricho de los  mares,
engañosos, mas no a las tristes costas
de mi  brumosa patria, de mi tierra
donde por vez primera mis  sentidos
ardieron inflamados de pasión,
donde las tiernas musas  me sonrieron
en secreto, donde entre tempestades
Se marchitó  temprano mi perdida
juventud, donde alígera alegría
me  traicionó, y el corazón helado
entregó al sufrimiento.
En búsqueda de nuevas sensaciones
de vosotros huí, paternos lares,
de  vosotros, alumnos del deleite,
efímeros amigos de mi efímera
juventud; y  vosotras, confidentes
de mis pecaminosos extravíos,
a quienes sin amor  sacrificara
reposo, gloria, libertad y alma,
y vosotras, a quienes he  olvidado,
jóvenes traicioneras, misteriosas
amigas de mi áurea  primavera,
y vosotras, a quienes he olvidado…
Pero del corazón la  antigua herida,
la honda llaga de amor, nada curó…
¡Restallad,  restallad, dóciles velas!
¡Encréspate a mis pies, lúgubre océano!
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche…
Terminó el día lluvioso; de la  lluviosa noche
la sombra el cielo cubre con plomizo vestido.
Lo mismo que  un espectro, detrás de la pineda,
la luna, rodeada de niebla,  ha aparecido.
Todo inspira en mi alma una angustia sombría.
Allá lejos la  luna brilla en pleno fulgor;
allá el aire rezuma tibieza vespertina,
allá  la mar agita su manto de esplendor
bajo el azul del  cielo.
Es el momento: ahora va ella por el monte
a las costas hundidas por  las ruidosas olas.
Allá, bajo unas peñas escondidas,
ahora  está ella sentada, entristecida y sola.
Sola… delante de ella ninguno llora  o sufre,
sus rodillas de besos nadie en éxtasis cubre.
Sola… sin que a  los labios de amante alguno entregue
ni hombros, ni húmedos labios, ni sus  senos de nieve.
De su amor celestial ninguno es digno.
¿No es Cierto? Sola  estás… lloras… yo estoy tranquilo.
Pero si…
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Todo lo sacrifico a tu memoria…
Todo lo  sacrifico a tu memoria:
los acentos de la lira inspirada,
el llanto de una  joven abrasada,
el temblor de mis celos. De la gloria
el brillo, y mi  destierro tenebroso,
lo bello de mis claros pensamientos
y la venganza,  sueño tormentoso
de mis encarnizados sufrimientos.
Versión de Eduardo Alonso Duengo

Ya vague por las calles  bulliciosas…
Ya vague por las calles  bulliciosas,
ya penetre en el templo populoso,
ya me rodeen alocados  jóvenes,
en mis ensueños sigo estando absorto.
Me digo: pasarán raudos  los años
y por muchos que aquí nos encontremos,
todos iremos a la eterna  fosa
y para alguno ya llegó su tiempo.
Cuando contemplo el roble  solitario,
este patriarca de los bosques -pienso-
sobrevivió al cruel  siglo de mis padres
y sobrevivirá a este siglo nuestro.
Cuando  acaricio a una tierna criatura
pienso que es hora ya de despedirme:
te  cedo el puesto, florecer te toca,
y para mí ya es hora de  pudrirme.
Cada día que pasa, cada hora,
me he acostumbrado a ejercitar  la mente,
e intento adivinar cuál de entre ellos
será el aniversario de mi  muerte.
Y ¿dónde me enviará la muerte el Hado?
¿En la guerra, en la  mar, como viajero?
¿O si acaso será, el valle vecino
el que reciba mis  helados restos?
Y aunque para mi cuerpo  inanimado
dónde se descomponga igual le sea,
yo, más cercano a mi solar  querido,
de ser posible, reposar quisiera.
Y que a la entrada misma de  mi tumba
una juvenil vida jugar pueda,
y que Naturaleza indiferente
con  su eterna hermosura resplandezca.
Versión de Eduardo Alonso Duengo
