Peña, Ricardo
Poeta y ensayista peruano nacido en 1896.
Reconocido como uno de los iniciadores de la era modernista de la literatura peruana, contribuyó
con su obra al enriquecimiento de la poesía y a la fundamentación de las nuevas inclinaciones culturales.
De su obra merecen destacarse: «Floración» 1924, «Eclipse de una tarde gongorina y burla de Don Luis de Góngora»
en 1932, «Discurso de los amantes que vuelven» 1934, «Romancero de las sierras» 1938 y «Cántico Lineal» 1943.
Falleció en 1949
Adónde, qué las flores de tu cuerpo
el perfume que escancian y que recoge el alba?
Adónde tu sonrisa que va de labio en labio?
Como una luna muerta se abre tu mirada.
Y son tus manos, tímidas como dos golondrinas
que giran perdiéndose en el aire.
Albor de cielo y mar.
En la campiña
el mar -lebrel de espuma-
se enroscaba en mi pecho
salpicando de angustia
mis cabellos.
Las algas transparentes
bajo el agua arrastraban
sus músicas vivientes.
Oh, campo azul lunar
Mis sueños, qué delirio!
Velados por la niebla estelar?
Oh, míos, míos míos.
Aquella flor de luz inmarcesible…
Aquella flor de luz inmarcesible
recogida en su vuelo de armonía.
Sobre campo de nieve oscurecida
la sangre oculta de su rostro en llamas.
En la cumbre más alta, donde el aire
se prende y se entrega en cada rama.
Más pura que el azar y la agonía
de las absurdas noches que nos llaman.
Bebíamos el mar
-licor ansiado
que el aire derramaba
por sus contornos claros
La tierra parecía un niño enamorado.
Se quemaba la luna en un bosque de olvido.
En un árbol
la naranja, ah, tan alta,
de una estrella nevada.
Blanca, blanca, blanca la melodía
ardiendo de sus hojas.
Nació la tierra enferma.
Nació la luna con la sal del sueño.
Llovió el asombro de mis ojos.
Con el dolor la vida se filtraba.
Enloquccida ya entre mis manos.
Sola, sola, tán sólo sola.
Corría el aire puro
por mis cabellos negros.
Mi sueño blaríco era
un pétalo finísimo.
Un ópalo que el aire
besaba con delicia.
Qué bien que olían campo
el mar, la leve brisa.
En el jardín del cielo está tu nombre…
En el jardín del cielo está tu nombre
como el malva de luz de la mañana.
En el jardín del cielo, un ángel niño
jugando está con tu sonrisa, hermana.
Déjame que te llame, que me asombre
de verte aquí con tu delirio grana.
Blanco, como la luna de tu nombre
como el marfil de luz de la mañana.
Oh dulce niña, que del cielo vienes
a escrutar el dolor de tus hermanos,
y te deshojas en rosal y nieves,
en manantial de música divina.
Celeste coro de ángeles enanos
en torno de tu alma matutina.
En malva azul tendida niña,
geranio de ojos de gacela
sobre el cristal de la campiña.
La pierna corre por la arena
lebrel de espuma que despide
la nalga limpia azul morena.
Es negro el pelo que la encinta
desde la nuca hasta el ombligo
azul morena y verde en pinta.
Fulgor de aristas y querubes.
Jugando a solas con el sexo
se van sus ojos por las nubes.
Es un cristal tu cuerpo y su hermosura…
Es un cristal tu cuerpo y su hermosura,
en soledad mi alma la enamora.
Cuando más fría está, vibra más pura,
que si la toca el aire se evapora.
Herida en su tristeza el alma vuela
buscando la apariencia de otra fuente.
El silbo de la luz, la luz que anhela
para la oscura noche en que se miente.
Mas torna a tu presencia, mira el oro
que en sándalo transforma tus cabellos;
la gracia de arpa de tu fino lloro,
la púrpura amorosa que se vierte.
Y disuélvese mi alma en mil destellos
sobre la noche de tu dulce muerte.
La piel azul de tu sonrisa, el fuego…
La piel azul de tu sonrisa, el fuego
de cada estrella, de cada flor dorada.
Emerge el canto de tu cabellera.
Emerge el sueño y la voz perdida.
Pienso que todo lo que tú trajiste
no ha muerto todavía.
Está en la flor del aire. Está en la flor
del fuego.
Golfo de luz apenas perceptible.
Arca de sal apenas entreabierta.
Mas, cómo habría de morir
lo que nevó tu sombra,
lo que calló la angustia de tu Muerte?
Las flores de la noche se entreabren…
Las flores de la noche se entreabren
con sólo aproximarse tu hermosura.
Qué olor a jazmines en tu pecho.
Que de manos abiertas en el aire.
Como tú los despiertas van mis ojos
perfilando montañas, ríos, valles.
Quisiera ser el aire que destruye
tu cabel!era ardiente frente al alba.
El sueño de una noche, un copo de alas,
la transparente música del agua.
Quisiera ser aquello que acaricia
un instante no más tu carne pálida.
Máscara-niña, que se anima cuando…
Máscara-niña, que se anima cuando
la luz despierta la montaña.
No has muerto todavía.
Brillan tus ojos, tu cadáver arde.
Tu cabellera -espada que traspasa el aire.
No has muerto todavía.
Brillan tus ojos, tu cadáver arde.
Traspasan mi cerebro, fuego, grito, aire.
No sé qué dulzura vierte
tu soledad. Hay un eco
de rosas que nunca tuve
junto al rumor de tu pecho.
Es como el canto de un pájaro
que se recoge y en su vuelo
va despertando en el aire
lirios, cristales, luceros.
Sigo escuchando en tu pecho
no sé qué voz. Hoy el viento
es como un ángel que pasa
Con los labios entreabiertos.
Oh, blanca flor intacta.
Abierta y ya cerrada, Trasplantada
tan sólo por mi sueño.
Cómo, cuando alcanzarte?
Adónde enamorarte?
Qué puedes tú desear
hoy que vives el gozo de aquel cielo lejano?
Hoy que encierras las nieves invisibles
de tus canciones altas?
¿Qué sombra invisible es esa
donde tu rostro aparece,
abierta flor que en el aire
inmóvil está y se mueve?
¿Qué nuevo arroyo de sangre
abre sus márgenes breves,
donde tu pie, lirio grande,
hunde sus alas de nieve?
¿Dónde tu imagen se pierde
-niebla dispersa en mi frente-
y las venas de tus pechos
son más augustas que mieles?
Dónde tú y yo, sal de besos,
sorbemos la misma suerte:
tú, cual la sombra que nace,
yo, aquel arroyo que muere.
Sueño morir cada hora
frente al rumor de su frente.
Sueño que muere en mis labios
la luz de aquello que siente.
Mil lenguas cubren de oro
la soledad de su cuerpo.
Niños con alas de nieve
cubren su pecho por dentro.
Ángeles malvas recogen
su cabellera en mis labios.
Mi cuerpo, el suyo, asombrados
cual hilos de oro de un cántico.
Mi cuerpo, el suyo, enlazados
cual vivos troncos en llamas
que un viento azul agitaran,
caliente en mieles y nardos.
Tan sólo sonreíase
cuando yo la miraba.
No me miraba nunca,
sólo yo la miraba.
Andaba lentamente
por las nacientes albas.
No me besaba nunca.
Sólo yo la besaba.
Hundíase en los bancos
de las nocturnas aguas.
No me inculpaba nunca.
Sólo yo la inculpaba.
Tu rostro, el mío ya desvanecidos…
Tu rostro, el mío ya desvanecidos.
Tu rostro, en mí ya entremezclados.
Tu rostro en cada hora, rostro
en cada olvido.
La perdición del cielo.
Aquella voz tan leve
donde la pena su sonrisa abre,
y es aquí el dolor lo único cierto.
De la isla del fuego pasaba a la del cielo.
De la isla del fuego a la del cielo,
sólo había una lágrima.
A la montaña pálida.
A la luna de agua.
Tu soledad y la mía no viven hoy en el mundo…
Tu soledad y la mía no viven hoy en el mundo
de insospechadas flores, de recónditos cielos?
Tu cuerpo sombra de agua,
no alienta un mundo nuevo?
Tu alto pecho helado, tu cuerpo, abierta planta
de animales nocturnos,
cual resplandor de humo,
cual corazón del alba y que descubre un pecho
dulcísimo de mi sombra?
Se acentúa el silencio y la angustia declina.
Una estela de cánticos se eleva y expresa
cómo es de leve y pálida tu alma matutina.
Yo soy el fuego oscuro que penetra…
Yo soy el fuego oscuro que penetra
tu bosque de alas y esmaltados peces.
Yo soy la clara sombra proyectada
sobre tu sombra de silencio y muerte.
Soy la tierra que abraza tus rodillas,
la exaltación de tu garganta en llamas.
Oigo cantar, por dentro, el agua de oro
que corre entre los árboles; los pétalos
del aire en la espesura; el murmullo
de hogueras en un mar, raudo de miedos.
Oigo cantar las flores, y mis labios
respiran el perfume de sus alas,
enlazadas al silbo de tu muerte.