Padilla, Heberto

Padilla, Heberto

Poeta cubano nacido en Puerta del Golpe, Pinar del Río, Cuba, en 1932.

Es una de las figuras más relevantes de la poesía cubana contemporánea.

Estudió Derecho y Filosofía en La Universidad de La Habana, brillando desde muy joven en el panorama

intelectual de su país. Publicó su primer libro de poemas en 1948 bajo el título de “Las rasas audaces” y al triunfar

la Revolución Cubana fue nombrado corresponsal de Prensa Latina en Nueva York. Más tarde, de regreso a Cuba,

dirigió el periódico Revolución, fundó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y fue director del Consejo Nacional de Cultura.

Obtuvo el premio Casa de las Américas por su libro “El justo tiempo humano” y varios meses después viajó a Rusia

como corresponsal de la prensa cubana y representante del Instituto Cultural.

A su regreso, en 1964, se convirtió en centro de una larga polémica ideológica que terminó con su encarcelamiento en 1973,

a raíz de la publicación de su libro “Provocaciones”. No obstante, en 1966, le había sido otorgado por unanimidad

el Premio Nacional de Poesía, y en 1968 el “Premio de Poesía Julián del Casal”. El resto de su obra está contenida en

los volúmenes “El hombre junto al mar” 1981 y “Un puente, una casa de piedra” en 1998.

Gracias a la presión de importantes intelectuales y políticos internacionales, se le permitió salir del país en 1980,

radicándose en Estados Unidos hasta su muerte, acaecida en septiembre del año 2000

Autorretrato del otro

¿Son estremecimientos, náuseas,
efusiones,
o más bien esas ganas
a veces tiene el hombre de gritar?
No lo sé. Vuelvo a escena.
Camino hacia los reflectores
como ayer,
más veloz que una ardilla,
con mi baba de niño
y una banda tricolor en el pecho,
protestón e irascible
entre los colegiales.

Es que por fin
lograron encerrarme
en el jardín barroco que tanto odié
y este brillo de ópalo
en los ojos
me hace irreconocible.
El gladiador enano ( de bronce)
que he puesto encima de la mesa
-un héroe cejijunto y habilísimo
con su arma corta y blanca-
y su perra enconada,
son ahora mis únicos compinches.
Pero cuando aparezca
mi tropa de juglares
limaremos las rejas
y saldré.
¡Puertas son las que sobran!

Bajo la luna plástica
¿me he vuelto un papagayo
o un payaso de náilon
que enreda y trueca las consignas?
¿O no es cierto?
¿Es una pesadilla
que yo mismo pudiera destruir?
¿Abrir
de repente los ojos
y rodar por el sueño como un tonel
y el mundo ya mezclado con mis fermentaciones?
¿O serán estas ganas
que a veces tiene el hombre de gritar?
Las Derechas me alaban
(ya me difamarán).
Las Izquierdas me han hecho célebre
(¿ no han empezado a alimentar sus dudas?).

Pero de todas formas
advierto que vivo entre las calles.
Voy sin gafas ahumadas.
Y no llevo bombas de tiempo en los bolsillos
ni una oreja peluda -de oso-.
Ábranme paso ya
sin saludarme, por favor.
Sin hablarme.
Échense a un lado si me ven.

De “El hombre junto al mar”  1981

Berta

Estás contra mi pecho,
y sé que todo el aire desordenado
de mi vida
rinde ante ti los brazos, mujer mía.

Conmigo por tantas horas,
tú restauras mi profunda alegría
y la apuntalas a tu modo
en el mundo.
Y eres la fantasiosa que recorre
el delicado juego
de la encantada noche, mi poseída.

De “El justo tiempo humano” 1962

Día tras día

Cada noche me libras
de la corona turbia
que amenaza las horas de mi felicidad
y llegas en puntillas lentamente
y me arrancas los ojos de humanista
susceptibles al sueño
de modo que la muerte no puede seducirme
Definitivamente soy tu modelo azul
temblando en cualquier agua en que tú me sumerjes
La flor monumental para el salón de té
de las embajadoras que ignoran nuestros nombres

De “El hombre junto al mar”  1981

El hombre junto al mar

Hay un hombre tirado junto al mar
Pero no pienses que voy a describirlo como a un
ahogado
Un pobre hombre que se muere en la orilla
Aunque lo hayan arrastrado las olas
Aunque no sea más que una frágil trama que respira
Unos ojos
Unas manos que buscan
Certidumbres
A tientas
Aunque ya no le sirva de nada
Gritar o quedar mudo
Y la ola más débil
Lo pueda destruir y hundir en su elemento
Yo sé que él está vivo
A todo lo ancho y largo de su cuerpo

De “El hombre junto al mar”  1981

Entre marzo y abril está mi mes más cruel…

Entre marzo y abril está mi mes más cruel
Apretado a tus brazos
ascua feliz
el más tierno y salvaje
te dije:
éstos tienen que ser los brazos del amor
Puse tus ojos y tus labios abiertos
debajo de los míos
y caímos cantando en el sofá
fue la última vez en que pudimos amar
sin sobresaltos.
y en vez de libros
flores
y un hechizo calcáreo en la pared
con manchas
y la espuma de los muebles de mimbre
orlando tu aureola
abriendo abanicos de fuego
lanzallamas
y un cielo
y una constelación que se agigantan
muslos y vulvas inmortales
y mi oído en tu vientre
donde te late un nuevo corazón
y en tu entraña
ahora estás embarazada
en la abertura exigua de cada poro
el eterno deseo
la única escritura digna de nuestros nombres
y el retrato de Marx
junto al de nuestros padres
implorando
que arranquemos del mundo la tristeza
Nos alzamos
nos vestimos
le arrancamos al mundo la tristeza
sonreímos
te sentaste a mi lado
me miraste
y yo
el escueto y lógico
te grité
fuego mío, bruñido por la vida
laurel invulnerable
tacto
jadeo
gozo

Algo de eso te dije o te grité
con el horror de que pudieran acabarse
de pronto las palabras
Y continuábamos desnudos
cuerpos
debajo de un pantalón
de un vestido de lana
todo temblor
desnudos
Nadie que no seas tú
podría plegarse a la modulación urgente de mis días

te dije
en realidad quería susurrarte mis años
pero eso te alegró
y te dormiste
protegida
confiada
los libros
y la ropa
por el suelo
Cuando duermes parece que te ahogas o sufres
Me das miedo

Ése era yo
tú describiéndome
asustada con mi respiración
De modo que esperé a que durmieras
mucho rato
para que nada pudiera despertarte
nunca nada ni nadie
animales del siglo
enlazados desnudos
y el mundo entre los dos
¿o una cara del mundo?
¿Pero cuál?
Luego fueron zapatos burdos
apresurados
no en la yerba
en el suelo
en la penumbra
en el amanecer
yo vistiéndome adormilado
oyendo
no tu respiración
sino la orden
la más humana
desvistiéndome luego en otro sitio
audible de las voces
vuelto a vestir
con una tela del color de la tierra
un efecto sencillo en una sinfonía
Adelante camina
la más humana
de las voces
Golpetazos
aullidos
Yo subiendo
bajando escaleras
del color de la tela
Puertas
abriéndose
cerrándose
entre marzo y abril
un golpe de metal sobre metal
una cara del mundo.
¿Pero cuál?
Un mes oculto entre otros dos
¿el más cruel?      ¿el más fiel?
Y la pared garabateada a punta de cucharas
nombres
fechas
despedidas
pedazos de oraciones
La litera es también color tierra como la tela
El techo   y   la letrina son también muy oscuros
del color de la tela.

De “El hombre junto al mar”  1981

Fuera del juego

A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia

¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.

¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre
le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.
Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Armstrong.

Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos por la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
“pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí…”
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.

De “Fuera del juego” 1968

Heinrich Heine

En una de estas tardes
me pondré guantes blancos,
frac negro,
sombrero;
iré a la calle Behren,
cuando nadie se encuentre en el café,
y no se haya formado la tertulia
y nadie me pueda reconocer
excepto Heinrich Heine,
pues debo hablar con él,
que sabe cuánto oculta la gloria y la ponzoña,
el exilio y el reino
(y que lo sabe bien).
Escéptico, burlón, sentimental creyente…
(Así lo describió Gautier)
Pero ¿de quién hablaba?
¿De nosotros o de él?
Porque ¿quién no ha opinado
contra sus sentimientos?
¿Contra quién no ha graznado
un cuervo de hiel?
En una de estas tardes…
Enfundaré los ojos de Teresa,
se los pondré delante a Heine
de modo que comprenda que también
supe de ellos y los desenterré.
Le diré que es mi modo de ser contemporáneo.
Haremos una larga reverencia
(son ojos de otro siglo,
descubiertos por mí…)

Esta tarde tal vez…
Cuando el brumoso mirlo
salte de rama en rama
y sólo Heine se encuentre en el Café,
y nadie pueda nunca saber
que anduve entre walkirias, nornas,
parcas del norte,
que yo también he sido un desenterrador.

De “El hombre junto al mar”  1981


La promesa

Hace tiempo te había prometido muchos
poemas de amor y -ya ves- no podía escribirlos.
Tú estabas junto a mí
y es imposible escribir sobre lo que se tiene.
Lo que se tiene siempre es poesía.
P ero ya han comenzado a unirnos cosas
definitivas: hemos vivido la misma soledad
en cuartos separados
-sin saber nada el uno del otro-,
tratando -cada uno en su sitio- de recordar
cómo eran los gestos de nuestras caras
que de pronto se juntan con aquellas
que ya creíamos perdidas, desdibujadas,
de los primeros años.
Yo recordaba los golpes en la puerta
y tu voz alarmada
y tú mis ojos neutros,
soñolientos aún.
Durante mucho tiempo me preguntabas
qué cosa era la Historia.
Yo fracasaba, te daba definiciones
imprecisas.
Nunca me atreví a darte un ejemplo mayor.

De “El hombre junto al mar”  1981

La vida contigo

Te levantas
y el día se levanta contigo
Se levanta todo lo que quedó
lo que salvó la noche
Y te mueves a tientas
parece que te unieras al mundo con cautela
como si hubiese que reaprenderlo todo
Y sin embargo
todo viene hacia ti
soy yo el que forcejea
el que pierde pie
el que cae al fondo
buscándote
No sé si eres la misma
que hace sólo un instante ha dormido conmigo
o ésa que nunca duerme :
muslos que fluyen
ojos que se apresuran
o aire tal vez
la masa transparente
la gran fiesta del pájaro

De “El hombre junto al mar”  1981

La voz

No es la guitarra lo que alegra
0 ahuyenta el miedo en la medianoche
No es su bordón redondo y manso
como el ojo de un buey
No es la mano que roza o se aferra a las cuerdas
buscando los sonidos
sino la voz humana cuando canta
y propaga los ensueños del hombre.

De “El hombre junto al mar”  1981

Llegada del otoño

De un rumor
creciente y voluptuoso
se llenan para mí los días.
Dispongo de este mundo
exasperado
para mi ocio más largo;
de la noche más cruel,
para el inevitable maleficio.

¡Llegadas
del Otoño, mis asiduas,
mis fieles!
Cuando en la pedregosa mañana
el mundo asume la delicia;
salto, busco los viejos ritos
en el viento; recurro
a madres que me ignoran,
llamo a sus criaturas
temblorosas
y hago lumbre en mi cuarto
gritando a voz en cuello:
¡Ancianos,
para mis ojos es esta flor
remota,
solamente para ellos!

De “El justo tiempo humano” 1962

Los viejos poetas, los viejos maestros realmente…

Los viejos poetas, los viejos maestros realmente
duchos en el terror de nuestra época, se han puesto
todos a morir.
Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro,
entre los jóvenes.
Examino los documentos:
los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento,
las sombrillas nucleares, la Ley del valor,
la sucia guerra de Viet Nam.
Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo
manifiestos y mi mesa está llena de cartas y
telegramas y periódicos;
pero mi secreta y casi desesperante obsesión
es encontrar a un hombre,
a un niño,
a una mujer
capaces de afrontar este siglo
con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos
o un parto, por lo menos, sin dolor.

De “El justo tiempo humano” 1962

Madrigal

El sol ha cedido en la sombra
el mar encrespa de repente sus olas
Menea los manglares
donde flotan cientos de garzas
largas como preocupaciones
Y tú sales del mar
llenas
todo el centro del mundo
igual que el mediodía
Centelleas
contra el toldo del bar
donde leo el periódico
intranquilo
donde bebo
donde busco la orilla
de este siglo
de estos tiempos de lucha
de hermosura
y de escarnio

De “El hombre junto al mar”  1981

Para escribir en el álbum de un tirano

Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres.

De “Fuera del juego” 1968

Pausa

Abro el periódico
las puertas
respiro
y conmigo respira este jardín
cerca del mar
y el árbol detrás de la ventana
se mueve
con el ritmo de mi respiración
El día de ayer
ya es ruina
y el espasmo de ayer:
piedras que tiemblan
ruinas.
Ahora duerme
a pierna suelta
el hombre rana
El espía desayuna contento.
despreocupado
-todas las claves fueron descifradas-
en tanto que
el radar gira en la torre
parece que aletea
contra la superficie impávida del cielo

De “El hombre junto al mar”  1981


Pero el amor

Sea la muerte de capa negra
y su aureola de un amarillo intenso
y tenga las costumbres que a ella le dé la gana;
pero el amor que sea
como se practica en los trópicos:
cuerpos en pugna con la tenacidad del mediodía,
espaldas aplastando la yerba calcinada
donde el verano esconde sus pezuñas de pájaro,
y humedades mordidas,
impacientes,
y el rasguño en cal viva
bajo el chorro solar.

De “El hombre junto al mar”  1981

Poética

Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.

De “Fuera del juego” 1968

Que siempre exista tu cabeza…

Que siempre exista tu cabeza
a poca altura de la mía
Una ciudad soltando pájaros
bodas
en fin
gaviotas en la espuma
Que haya un tonel de vino negro
como tus ojos
y naves altas y limpias
como la noche
Y tú en medio de todo
juntando lo inconexo.

De “El hombre junto al mar”  1981

Siempre he vivido en Cuba

Yo vivo en Cuba. Siempre
he vivido en Cuba. Esos años de vagar
por el mundo de que tanto han hablado,
son mis mentiras, mis falsificaciones.

Porque yo siempre he estado en Cuba.

Y es cierto
que hubo días de la Revolución
en que la Isla pudo estallar entre las olas;
pero en los aeropuertos,
en los sitios en que estuve
sentí
que me gritaban
por mi nombre
y al responder
ya estaba en esta orilla
sudando,
andando,
en mangas de camisa,
ebrio de viento y de follaje,
cuando el sol y el mar trepan a las terrazas
y cantan su aleluya.

De “Fuera del juego” 1968

Técnicas del acoso

Pueden fotografiarlas
junto a un rosal
en un jardín etrusco
frente a la columnata del Partenón
con sombreros enormes
entre cactus en México
llevando los colores de moda
el pelo corto o largo
y boinas de través como conspiradores:
no cambiarán
no dejarán de ser las mismas
la barbilla en acecho
el rostro de óvalo
y los ojos cargados de un persistente desamparo
¿pero qué pensamientos
se agitan debajo de las melenas crespas
o lacias
de estas muchachas que ilustran
las revistas de moda?
Casi todas son pálidas
y están como cansadas
Las líneas de sus manos son estrictas y melancólicas
Mudan cada seis meses
de vestidos zapatos peinados y sombreros
y yo siempre descubro
un rizo fantasmal
bajo la onda bermeja
No importa que se cubran con pieles de visón
o lleven botas de vinilo
faldas de cuero
o usen nuevas pelucas:
siempre las reconozco
bajo cualquier disfraz
lo mismo que a un espía
Además
me persiguen en trenes o en aviones
sobre todo de noche
se benefician con la oscuridad
andan de tres en tres
a mi espalda
a mi lado
frente a mí
Dos trepan a los árboles
con la cámara en la mano
otra resbala debajo de un avión
con el ojo torcido de las agonizantes
y observan y miden mis reacciones
para indagar si tiemblo o lloro ante la muerte

Que sufra
tenga hambre o las desee
no les
importa

Su tarea
no es hacer el amor sino ilustrarlo

De “El justo tiempo humano” 1962

Última primavera en Moscú

Mira esta primavera que ha llegado corriendo
y gira sobre las estaciones.
Mírala cómo llena las plazas de Moscú.
¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla?
Gruñón, ¿qué estás haciendo
bajo la capa turbia de las imprecaciones?

Mírala levantarse en el botón reciente de la rosa,
energía del año, perfume entusiasta de los seres.
Con la pipa encendida del poeta,
tú recuerdas la hora siniestra del invierno
que hasta ayer aleteaba en tu hombro sin fuego.

Arden las casas en el aire nuevo.
Se vuelcan en el río los lastres del invierno.
La vida es el retoño que se abre lentamente
como se cierra una herida.

El abedul engendra su hoja ciega.
Están vibrando hasta los materiales
ocultos de los capullos,
contrarrestados por cada caminante sin edad.
Y el amor es el único elemento.
Con la súbita primavera los deseos despiertan
como los uros, muy silenciosos, muy sedientos.

De “El hombre junto al mar”  1981