Category Archives: Mejico

Garza, Humberto

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido en Montemorelos, Nuevo León en 1948.

Incursionó en la poesía a los doce años de edad, y tres años más tarde emigró con su familia a Estados Unidos, estableciéndose en Houston, Texas, donde reside desde entonces.

Su poesía refleja la influencia que en él han ejercido renombrados autores mexicanos, españoles y norteamericanos, como Acuña, García Lorca y Poe, entre otros.

Sus trabajos han sido difundidos en importantes publicaciones literarias y radiales. Parte de su obra está contenida en la edición de su primer libro «Un tiempo escondido», publicado en el año 2003. Continue reading

García Terrés, Jaime

Reseña biográfica

Poeta, ensayista, traductor y diplomático mexicano nacido en Ciudad de México en 1924.

Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de México, Estética en la Universidad de París y Filosofía medieval en el Colegio de Francia.

Gran impulsor de la cultura mexicana, ocupó cargos tan importantes como Presidente de la Comisión Editorial de UNAM de 1953 a 1955, director de la Revista de la Universidad de México de 1953 a 1965, director de la Biblioteca de México, director de biblioteca y archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1967, embajador en Grecia de 1965 a 1968 e integrante del Colegio Nacional desde 1975.

Su obra poética está contenida en los siguientes títulos: “El hermano menor” en 1953, “Correo nocturno” en 1954, “Las provincias del aire” en 1956, “La fuente oscura” y “Los reinos combatientes” en1961, “Carne de dios” en 1964, “Todo lo más por decir” en 1971, “Corre la voz” en 1980 y un compendio de lo mejor de su obra reunida en “Las manchas del sol” en 1988.

Tradujo con gran fuidez a Yeats, Coleridge, Hölderlin, Blake y Pound, y publicó importantes ensayos sobre diferentes tópicos de la literatura.

Falleció en Ciudad de México en 1996. Continue reading

Flores, Manuel María

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido en Chalchicomula en 1840 y fallecido en 1885.

Estudió filosofía sin llegar a graduarse y participó activamente en los movimientos políticos

de su país, alternando sus actividades con la poesía y la prosa.

Es uno de los grandes representantes del romanticismo mexicano. Entre sus obras más importantes se cuentan “Pasionarias” y “Rosas Caídas”.

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Díaz Mirón, Salvador

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido Veracruz en 1853.

Desde muy temprana edad se inició en el oficio de periodista, siguiendo los pasos de su padre quien siempre estuvo vinculado a la política. Muy pronto empezó a leer las páginas de los clásicos grecolatinos, de escritores contemporáneos, particularmente mexicanos, españoles y franceses.

Está considerado como uno de los precursores del modernismo de la poesía mexicana. Autor de una vasta obra, muchos de sus poemas sólo fueron publicados en el «Diario Comercial» y nunca se editaron.

De sus poemarios se destacan: «Lascas» y «La mujer de nieve».

Tras un largo exilio por motivos políticos, regresó a México donde falleció en 1928. Continue reading

Cross, Elsa

Reseña biográfica

Poeta, ensayista, y traductora mexicana nacida en ciudad de México en 1946.

Doctorada en Filosofía y Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, actualmente es catedrática de la misma universidad. En la década de los años ochenta residió en la India durante dos años, tiempo en el que estudió Filosofía Oriental y Meditación en Ganéshpuri.

Es autora de una extensa obra iniciada en 1966 con “Nexos”, continuada luego con los siguientes títulos: “Amor el más oscuro” 1969, “Peach Melba”1970, “La dama de la torre” 1972, “Bacantes” 1982, “Baniano”1986, “Canto malabar” 1987, “Pasaje de fuego” 1987, “Espejo al sol” 1988,

“El diván de Antar” 1990, “Jaguar” 1991, “Casuarinas” 1992, “Moira” 1993, “Poemas desde la India” 1993, “Urracas” 1996, “Los sueños”, 2000, “Ultramar” 2002, “El vino de las cosas” 2004, y “Cuaderno de Amorgós” 2007.

Su obra ha sido traducida a varios idiomas, incluida en diversas antologías y galardonada con los siguientes premios: Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1990 por “El diván de Antar”; en 1996 recibió el homenaje Espejo al Sol Treinta años de Poesía en La Casa del Poeta; el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines en 1992; la quinta edición del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines/Gatien Lapointe en 2007, y el premio Xavier Villaurrutia, máximos galardón literario de México, por su “Cuaderno de Amorgós”. Continue reading

Clariond, Jeannette

Reseña biográfica

Poeta mexicana nacida en Chihuahua en 1949.

Es licenciada en Filosofía, Maestra en Metodología de la Ciencia y Maestra en Letras Españolas.

Reside actualmente en en EE.UU. donde desarrolla una intensa labor literaria, no sólo como poeta, sino también como antóloga y traductora.

Su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones: “Mujer dando la espalda” 1994, “Newariariame” en1996, “Desierta memoria” en 1997, “Todo antes de la noche” en 2000,

“7 visiones” en 2004 y “Nombrar en vano” en 2004.

Entre los premios obtenidos sobresalen el Premio Efraín Huerta 1996 y el premio Gonzalo Rojas en el año 2000.

Es antóloga y traductora de Roberto Carini, Alda Merini y Charles Wright, entre otros. Publicó recientemente una antología traducida de poetas norteamericanos, en colaboración con Harold Bloom. Continue reading

Chumacero, Alí

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido en Acaponeta, Nayarid en 1918.

Estudió preparatoria en Guadalajara y muy joven se trasladó a la ciudad de México, donde en 1940, fundó la revista Tierra nueva.

Ha dedicado parte de su vida a la crítica literaria, pero es en sus versos donde denota una gran sensibilidad y un fino talento lírico, que lo señalan como uno de los precursores de la poesía moderna de su país.

Algunas de sus obras más renombradas son: «Imágenes desterradas» 1948, «Palabras en reposo» 1956 y «Páramo de sueños» 1994.

De su trayecto poético merecen destacarse los siguientes premios:

“Xavier Villaurrutia”, “Alfonso Reyes”, “Nacional de Lingüística y Literatura”, “Amado Nervo”, “Nayarid” , y el “Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatine Lapointe” en 2003. Continue reading

Castellanos, Rosario

Reseña biográfica

Poeta mexicana nacida en el Distrito Federal en 1925.

Su infancia transcurrió en Chiapas y luego estudió Filosofía y Letras obteniendo una maestría en la UNAM.

Practicó con gran éxito todos los géneros literarios, destacándose especialmente en su obra poética que la ha convertido en una de las más altas representantes de México en el último siglo.

Obtuvo importantes reconocimientos entre los que se destacan, Premio Xavier Villaurrutia 1961, Sor Juana Inés de la Cruz y Premio Carlos Trouyet.

Toda su obra está recopilada en el libro «Poesía no eres tú».

Falleció en Tel Aviv en 1974, cuando ocupaba el cargo de embajadora de su país ante el gobierno de Israel.

AGONÍA FUERA DEL MURO

Miro las herramientas,

el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,

sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,

su noche de ronquido y de zarpazo

y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra

y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra

Que todavía la especie no produce? )

los hombres roban, mienten,

como animal de presa olfatean, devoran

y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan

o cuando burlan una ley o cuando

se envilecen, sonríen,

entornan levemente los párpados, contemplan

el vacío que se abre en sus entrañas

y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,

soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,

gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,

déjame, no es preciso que me mates.

Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren

de algo peor que vergüenza.

Yo muero de mirarte y no entender.

AJEDREZ

Porque éramos amigos y a ratos, nos

amábamos;

quizá para añadir otro interés

a los muchos que ya nos obligaban

decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente

equitativo en piezas, en valores,

en posibilidad de movimientos.

Aprendimos las reglas, les juramos respeto

y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados,

meditando encarnizadamente

como dar el zarpazo último que aniquile

de modo inapelable y, para siempre, al otro.

AMOR

Solo la voz, la piel, la superficie

pulida de las cosas.

Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco

rebalsaría y la mano ya no alcanza

a tocar mas allá.

Distraída, resbala, acariciando

y lentamente sabe del contorno.

Se retira saciada,

sin advertir el ulular inútil

de la cautividad de las entrañas

ni el ímpetu del cuajo de la sangre

que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo

ya para siempre ciego del sollozo.

El que se va se lleva su memoria,

su modo de ser río, de ser aire,

de ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene

y lo reduce a voz, a piel, a superficie

ofrecida, entregada, mientras dentro de sí

la oculta soledad aguarda y tiembla.

APELACIÓN AL SOLITARIO

Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir

sino con otro. Es bueno

que la amistad le quite

al trabajo esa cara de castigo

y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrías estar solo a la hora

completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,

hasta el amanecer?

APUNTES PARA UNA DECLARACIÓN DE FE

El mundo gime estéril como un hongo.

Es la hoja caduca y sin viento en otoño,

la uva pisoteada en el lagar del tiempo

pródiga en zumos agrios y letales.

Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,

esta nube exprimida y paralítica

y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.

La soledad trazó su paisaje de escombros.

La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.

Sin embargo, recuerdo…

En un día de amor yo bajé hasta la tierra:

vibraba como un pájaro crucificado en vuelo

y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,

a cuerpo traspasado de sol al mediodía.

Era como un durazno o como una mejilla

y encerraba la dicha

como los labios encierran cada beso.

Ese día de amor yo fui como la tierra:

sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces

y la raíz bebía con mis poros el aire

y un rumor galopaba desde siempre

para encontrar los cauces de mi oreja.

Al través de mi piel corrían las edades:

se hacía la luz, se desgarraba el cielo

y se extasiaba -eterno- frente al mar.

El mundo era la forma perpetua del asombro

renovada en el ir y venir de la ola,

consubstancial al giro de la espuma

y el silencio, una simple condición de las cosas.

Pero alguien (ya no acierto

con la estructura inmensa de su nombre)

dijo entonces: «No es bueno

que la belleza esté desamparada»

y electrizó una célula.

En el principio -dice

esta capa geológica que toco-

era sólo la danza:

cintura de la gracia que congrega

juventudes y música en su torno.

En el principio era el movimiento.

Cada especie quería constatarse, saberse

y ensayaba las notas de su esencia:

la jirafa alargaba la garganta

para abrevar en nubes de limón.

Punzaba el aire en las avispas múltiples

y vertía chorritos de miel en cada herida

para que el equilibrio permaneciera invicto.

El ciervo competía con la brisa

y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol

trenzado de manzanas y serpientes.

Nadie lo confesaba, pero todos

estaban orgullosos de ser como juguetes

en las manos de un niño.

Redondeaban su sombra los planetas

y rebotaban locos de alegría

en las altas paredes del espacio

teñidas de antemano en un risueño azul.

No me explico por qué

fue indispensable que alguien inventara el reloj

y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,

la vida se fracciona en horas y en minutos

o se quiebra o se para.

La manzana cayó; pero no sobre un Newton

de fácil digestión,

sino sobre el atónito apetito de Adán.

(Se atragantó con ella como era natural.)

¡Qué implacable fue Dios -ojo que atisba

a través de una hoja de parra ineficaz!

¡Cómo bajó el arcángel relumbrando

con una decidida espada de latón!

Tal vez no debería yo hablar de la serpiente

pero desde esa vez es un escalofrío

en la columna vertebral del universo.

Tal vez yo no debiera descubrirlo

pero fue el primer círculo vicioso

mordiéndose la cola.

Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia

si ella lo supiera.

Pero lo ignora todo reptando por el suelo,

dormitando en la siesta.

Ah, si se levantara

sin el auxilio de fakires indios

a contemplar su obra.

Aquí estaríamos todos:

la horda devastando la pradera,

dejando siempre a un lado el horizonte,

tratando de tachar la mañana remota,

de arrasar con la sal de nuestras lágrimas

el campo en que se alzaba el Paraíso.

Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.

El camino se queda señalado

-estatua tras estatua- por la mujer de Lot.

Queremos olvidar la leche que sorbimos

en las ubres de Dios.

Dios nos amamantaba en figura de loba

como a Rómulo y Remo, abandonados.

Abandonados siempre.

¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?

No importa. Nada más abandonados.

Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,

un miedo atroz, bestial, insobornable

y nos emborrachamos de palabras

o de risa o de angustia.

¡Qué cuidadosamente nos mentimos!

¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras

para hormiguear un rato bajo el sol!

No, yo no quiero hablar de nuestras noches

cuando nos retorcemos como papel al fuego.

Los espejos se inundan y rebasan de espanto

mirando estupefactos nuestros rostros.

Entonces queda limpio el esqueleto.

Nuestro cráneo reluce igual que una moneda

y nuestros ojos se hunden interminablemente.

Una caricia galvaniza los cadáveres:

sube y baja los dedos de sonido metálico

contando y recontando las costillas.

Encuentra siempre con que falta una

y vuelve a comenzar y a comenzar.

Engaño en este ciego desnudarse,

terror del ataúd escondido en el lecho,

del sudario extendido

y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.

¡No poder escapar del sueño que hace muecas

obscenas columpiándose en las lámparas!

Es así como nacen nuestros hijos.

Parimos con dolor y con vergüenza,

cortamos el cordón umbilical aprisa

como quien se desprende de un fardo o de un castigo.

Es así como amamos y gozamos

y aún de este festín de gusanos hacemos

novelas pornográficas

o películas sólo para adultos.

Y nos regocijamos de estar en el secreto,

de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.

La serpiente debía tener manos

para frotarlas, una contra otra,

como un burgués rechoncho y satisfecho.

Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos

o bien para aplaudir o simplemente

para tener bastón y puro

y sombrero de paja como un dandy.

La serpiente debía tener manos

para decirle: estamos en tus manos.

Porque si un día cansados de este morir a plazos

queremos suicidarnos abriéndonos las venas

como cualquier romano,

nos sorprende saber que no tenemos sangre

ni tinta enrojecida:

que nos circula un aire tan gratis como el agua.

Nos sorprende palpar un corazón en huelga

y unos sesos sin tapa saltarina

y un estómago inmune a los venenos.

El suicidio también pasó de moda

y no conviene dar un paso en falso

cuando mejor podemos deslizarnos.

¡Qué gracia de patines sobre el hielo!

¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!

¡Qué maquinaria exacta y aceitada!

Así nos deslizamos pulcramente

en los tés de las cinco -no en punto- de la tarde,

en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera

costumbre traducida del inglés.

Padecemos alergia por las rosas,

por los claros de luna, por los valses

y las declaraciones amorosas por carta.

A nadie se le ocurre morir tuberculoso

ni escalar los balcones ni suspirar en vano.

Ya no somos románticos.

Es la generación moderna y problemática

que toma coca-cola y que habla por teléfono

y que escribe poemas en el dorso de un cheque.

Somos la raza estrangulada por la inteligencia,

«La insuperable,

mundialmente famosa trapecista

que ejecuta sin mácula

triple salto mortal en el vacío.»

(La inteligencia es una prostituta

que se vende por un poco de brillo

y que no sabe ya ruborizarse.)

Puede ser que algún día

invitemos a un habitante de Marte

para un fin de semana en nuestra casa.

Visitaría en Europa lo típico:

alguna ruina humeante

o algún pueblo afilando las garras y los dientes.

Alguna catedral mal ventilada,

invadida de moho y oro inútil

y en el fondo un cartel: «Negocio en quiebra» .

Fotografiaría como experto turista

los vientres abultados de los niños enfermos,

las mujeres violadas en la guerra,

los viejos arrastrando en una carretilla

un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.

Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,

y las familias reales sordomudas e idiotas,

al hombre que trabaja rebosante de odio

y al que vende el horno de sus abuelos

o a la heredera del millón de dólares.

Y luego le diríamos:

Esto es solo la Europa de pandereta.

Detrás está la verdadera Europa:

la rica en frigoríficos -almacenes de estatuas

donde la luz de un cuadro se congela,

donde el verbo no puede hacerse carne.

Allí la vida yace entre algodones

y mira tristemente tras el cristal opaco

que la protege de corrientes de aire.

En estas vastas galerías de muertos,

de fantasmas reumáticos y polvo,

nos hinchamos de orgullo y de soberbia.

Los rascacielos ya los ha visto de lejos:

los colmenares rubios donde los hombres nacen,

trabajan, se enriquecen y se pudren

sin preguntarse nunca para qué todo esto,

sin indagar jamás cómo se viste el lirio

y sin arrepentirse de su contento estúpido.

Abandonemos ya tanto cansancio.

Dejemos que los muertos entierren a sus muertos

y busquemos la aurora

apasionadamente atentos a su signo.

Porque hay aún un continente verde

que imanta nuestras brújulas.

Un ancho acabamiento de pirámides

en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales

con ritmos milenarios y recientes

de quien lleva en los pies la sabia y el misterio.

Un cielo que las flechas desconocen

custodiado de mitos y piedras fulgurantes.

Hay enmarañamientos de raíces

y contorsión de troncos y confusión de ramas.

Hay elásticos pasos de jaguares

proyectados – silencio y terciopelo –

hacia el vuelo inasible de la garra.

Aquí parece que empezara el tiempo

en solo un remolino de animales y nubes,

de gigantescas hojas y relámpagos,

de bilingües entrañas desangradas.

Corren ríos de sangres sobre la tierra ávida

corren vivificando las más altas orquídeas,

las más esclarecidas amapolas.

Se evaporan rugientes en los templos

ante la impenetrable pupila de obsidiana,

brotan como una fuente repentina

al chasquido de un látigo,

crecen en el abrazo enorme y doloroso

del cántaro de barro con el licor latino.

Río de sangre eterno y derramado

que deposita limos fecundos en la tierra.

Su caudal se nos pierde a veces en el mapa

y luego lo encontramos

-ocre y azul- rigiendo nuestro pulso.

Río de sangre, cinturón de fuego.

En las tierras que tiñe, en la selva multípara,

en el litoral bravo de mestiza

mellado de ciclones y tormentas,

en este continente que agoniza

bien podemos plantar una esperanza.

DESAMOR

Me vio como se mira al través de un cristal

o del aire

o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí

ni en ninguna otra parte

ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,

sin identificar, y es arrojado

a la fosa común.

DESTIERRO

Hablábamos la lengua

de los dioses, pero era también nuestro silencio

igual al de las piedras.

Éramos el abrazo de amor en que se unían

el cielo con la tierra.

No, no estábamos solos.

Sabíamos el linaje de cada uno

y los nombres de todos.

Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas

de la ceiba se encuentran en el tronco.

No era como ahora

que parecemos aventadas nubes

o dispersadas hojas.

Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.

No era como ahora.

DESTINO

Matamos lo que amamos. Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.

¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio; su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece

el reflejo de un tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

– antes que lo devoren – ( cómplice, fascinado )

igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

DOS MEDITACIONES

I

Considera, alma mía, esta textura

Áspera al tacto, a la que llaman vida.

Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos

y en el color, sombrío pero noble,

firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.

Piensa en la tejedora; en su paciencia

para recomenzar

una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

II

Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?

¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?

¿Castrar al potro Dios?

Pero Dios rompe el freno y continua engendrando

magníficas criaturas,

seres salvajes cuyos alaridos

rompen esta campana de cristal.

EL OTRO

¿Por qué decir nombres de dioses, astros

espumas de un océano invisible,

polen de los jardines más remotos?

Si nos duele la vida, si cada día llega

desgarrando la entraña, si cada noche cae

convulsa, asesinada.

Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre

al que no conocemos, pero está

presente a todas horas y es la víctima

y el enemigo y el amor y todo

lo que nos falta para ser enteros.

Nunca digas que es tuya la tiniebla,

no te bebas de un sorbo la alegría.

Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro.

Lo que él respira es lo que a ti te asfixia,

lo que come es tu hambre.

Muere con la mitad más pura de tu muerte.

ELEGÍA

Nunca, como a tu lado, fui de piedra.

Y yo que me soñaba nube, agua,

aire sobre la hoja,

fuego de mil cambiantes llamaradas,

sólo supe yacer,

pesar, que es lo que sabe hacer la piedra

alrededor del cuello del ahogado.

ELEGÍAS BREVES

I

Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas,

o cerca de una roca inexorable

quiero dejar mi cuerpo

como el que deja ropas en la playa.

Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,

ay, mi cintura quieta entre las danzas.

No soy de los que exprimen

su corazón en un lugar violento.

Soy de los que atestiguan

la belleza y la muerte de la rosa.

II

Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,

y detener mis ojos largamente en tus pétalos

como una sed que duerme a la orilla de un río.

Si te mirara sólo, sin amarte,

con este amor convulso y desgarrado

de quien siente tu fuga irrevocable.

Ah, si yo no quisiera disecarte,

amarilla, en las páginas herméticas de un libro

con el afán inútil del que conoce el tiempo.

EN EL FILO DEL GOZO

I

Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo:

que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme

y resbale en espuma deshecha y humillada.

Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta,

palabras que los vientos dispensan como pétalos,

campanas delirantes al crepúsculo .

Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros,

todo lo que los lagos atesoran de cielo

más el bosque y la piedra y las colmenas.

Cuajada de cosechas bailo sobre las eras

mientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.

Venturosa ciudad amurallada,

ceñida de milagros, descanso en el recinto

de este cuerpo que empieza donde termina el mío.

II

Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,

rompiéndome en el filo del gozo o mansamente

lamiendo las arenas asoleadas.

Bajo tu tacto tiemblo

como un arco en tensión palpitante de flechas

y de agudos silbidos inminentes.

Mi sangre se enardece igual que una jauría

olfateando la presa y el estrago

pero bajo tu voz mi corazón se rinde

en palomas devotas y sumidas.

III

Tu sabor se anticipa entre las uvas

que lentamente ceden a la lengua

comunicando azúcares íntimos y selectos.

Tu presencia es el júbilo.

Cuando partes, arrasas jardines y transformas

la feliz somnolencia de la tórtola

en una fiera expectación de galgos.

Y, amor, cuando regresas

el ánimo turbado te presiente

como los siervos jóvenes la vecindad del agua.

ESTOY AQUÍ SENTADA…

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras

como con una cesta de fruta verde, intactas.

Los fragmentos

de mil dioses antiguos derribados

se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo

recomponer su estatua.

De las bocas destruidas

quiere subir hasta mi boca un canto,

un olor de resinas quemadas, algún gesto

de misteriosa roca trabajada.

Pero soy el olvido, la traición,

el caracol que no guardó del mar

ni el eco de la más pequeña ola.

Y no miro los templos sumergidos;

sólo miro los árboles que encima de las ruinas

mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos

el viento cuando pasa.

Y los signos se cierran bajo mis ojos como

la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.

Pero yo sé: detrás

de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,

y alrededor de mí muchas respiraciones

cruzan furtivamente

como los animales nocturnos en la selva.

Yo sé, en algún lugar,

lo mismo

que en el desierto cactus,

un constelado corazón de espinas

está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.

Pero yo no conozco más que ciertas palabras

en el idioma o lápida

bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

FALSA ELEGÍA

Compartimos sólo un desastre lento

Me veo morir en ti, en otro, en todo

Y todavía bostezo o me distraigo

Como ante el espectáculo aburrido.

Se destejen los días,

Las noches se consumen antes de darnos cuenta;

Así nos acabamos.

Nada es. Nada está.

Entre el alzarse y el caer del párpado.

Pero si alguno va a nacer (su anuncio,

La posibilidad de su inminencia

Y su peso de sílaba en el aire),

Trastorna lo existente,

Puede más que lo real

Y desaloja el cuerpo de los vivos.

LO COTIDIANO

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;

este cabello triste que se cae

cuando te estás peinando ante el espejo.

Esos túneles largos

que se atraviesan con jadeo y asfixia;

las paredes sin ojos,

el hueco que resuena

de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche

se vuelve, de pronto, respirable.

Y cuando un astro rompe sus cadenas

y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,

no por ello la ley suelta sus garfios.

El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla

el sabor de las lágrimas.

Y en el abrazo ciñes

el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

LOS ADIOSES

Quisimos aprender la despedida

y rompimos la alianza

que juntaba al amigo con la amiga.

Y alzamos la distancia

entre las amistades divididas.

Para aprender a irnos, caminamos.

Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,

los verdeantes prados.

miramos su hermosura

pero no nos quedamos.

MEDITACIÓN EN EL UMBRAL

No, no es la solución

tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy

ni apurar el arsénico de Madame Bovary

ni aguardar en los páramos de Ávila la visita

del ángel con venablo

antes de liarse el manto a la cabeza

y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando

las vigas de la celda de castigo

como lo hizo Sor Juana. No es la solución

escribir, mientras llegan las visitas,

en la sala de estar de la familia Austen

ni encerrarse en el ático

de alguna residencia de la Nueva Inglaterra

y soñar, con la Biblia de los Dickinson,

debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo

ni Mesalina ni María Egipciaca

ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

MISTERIOS GOZOSOS

A veces, tan ligera

como un pez en el agua,

me muevo entre las cosas

feliz y alucinada.

Feliz de ser quien soy,

sólo una gran mirada:

ojos de par en par

y manos despojadas.

Seno de Dios, asombro

lejos de las palabras.

Patria mía perdida,

recobrada.

NARCISO 70

Cuando abro los periódicos

(perdón por la inmodestia, pero a veces

un poco de verdad

es más alimenticia y confortante

que un par de huevos a la mexicana)

es para leer mi nombre escrito en ellos.

Mi nombre, que no abrevio por ninguna razón,

es, a pesar de todo, tan pequeño

como una anguila huidiza y se me pierde

entre las líneas ágata que si hablaban de mí

no recurrían más que al adjetivo neutro

tras el que se ocultaba mi persona, mi libro,

mi última conferencia.

¡Bah! ¡Qué importaba! ¡Estaba ahí! ¡Existía!

Real, patente ante mis propios ojos.

Pero cuando no estaba… Bueno, en fin,

hay que ensayar la muerte puesto que se es mortal.

Y cuando era una errata…

De “En la tierra de en medio” 1970

NOCTURNO

Me tendí, como el llano, para que aullara el viento.

Y fui una noche entera

ámbito de su furia y su lamento.

¡Ah! ¿quién conoce esclavitud igual

ni más terrible dueño?

En mi aridez, aquí, llevo la marca

de su pie sin regreso.

NOSTALGIA

Ahora estoy de regreso.

Llevé lo que la ola, para romperse, lleva

-sal, espuma y estruendo-,

y toqué con mis manos una criatura viva;

el silencio.

Heme aquí suspirando

como el que ama y se acuerda y está lejos.

PARÁBOLA DE LA INCONSTANTE

Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:

Si yo soy lo que soy

y dejo que en mi cuerpo, que en mis años

suceda ese proceso

que la semilla le permite al árbol

y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. Una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra

a asirme a una pared como el enamorado

se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida

en solidez de roble,

la rumorosa soledad, la sombra

hospitalaria y daba al caminante

-a su cuchillo agudo de memoria-

el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo

y otras el arrebato,

la gracia o el furor, siempre los dos contrarios

prontos a aniquilarse

y a emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora

me iba de algún mesón desmantelado

en el que no encontré ni una mala bujía

y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos

para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía

no sé qué cara le daré a la muerte.

PRESENCIA

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido

mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,

de un dolor, de un recuerdo,

desertará buscando el agua, la hoja,

la espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui ( de cóleras,

traiciones, esperanzas,

vislumbres repentinos, abandonos,

hambres, gritos de miedo y desamparo

y alegría fulgiendo en las tinieblas

y palabras y amor y amor y amores)

lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno

recogerá la página inconclusa.

Entre el puñado de actos

dispersos, aventados al azar, no habrá uno

al que pongan aparte como a perla preciosa.

Y sin embargo, hermano, amante, hijo,

amigo, antepasado,

no hay soledad, no hay muerte

aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives

permaneceremos todos.

REVELACIÓN

Lo supe de repente:

hay otro.

Y desde entonces duermo solo a medias

y ya casi no como.

No es posible vivir

con ese rostro

que es el mío verdadero

y que aún no conozco.

SER RÍO SIN PECES

Ser de río sin peces, esto he sido.

Y revestida voy de espuma y hielo.

Ahogado y roto llevo todo el cielo

y el árbol se me entrega malherido.

A dos orillas del dolor uncido

va mi caudal a un mar de desconsuelo.

La garza de su estero es alto vuelo

y adiós y breve sol desvanecido.

Para morir sin canto, ciego, avanza

mordido de vacío y de añoranza.

Ay, pero a veces hondo y sosegado

se detiene bajo una sombra pura.

Se detiene y recibe la hermosura

con un leve temblor maravillado.

SONETO DEL EMIGRADO

Cataluña hilandera y labradora,

viñedo y olivar, almendra pura,

Patria: rememorada arquitectura,

ciudad junto a la mar historiadora.

Ola de la pasión descubridora,

ola de la sirena y la aventura

-Mediterráneo- hirió tu singlatura

la nave del destierro con su proa.

Emigrado, la ceiba de los mayas

te dio su sombra grande y generosa

cuando buscaste arrimo ante sus playas.

Y al llegar a la Mesa del Consejo

nos diste el sabor noble de tu prosa

de sal latina y óleo y vino añejo.

TELENOVELA

El sitio que dejó vacante Homero,

el centro que ocupaba Scherezada

(o antes de la invención del lenguaje, el lugar

en que se congregaba la gente de la tribu

para escuchar al fuego)

ahora está ocupado por la Gran Caja Idiota.

Los hermanos olvidan sus rencillas

y fraternizan en el mismo sofá; señora y sierva

declaran abolidas diferencias de clase

y ahora son algo más que iguales: cómplices.

La muchacha abandona

el balcón que le sirve de vitrina

para exhibir disponibilidades

y hasta el padre renuncia a la partida

de dominó y pospone

los otros vergonzantes merodeos nocturnos.

Porque aquí, en la pantalla, una enfermera

se enfrenta con la esposa frívola del doctor

y le dicta una cátedra

en que habla de moral profesional

y las interferencias de la vida privada.

Porque una viuda cosa hasta perder la vista

para costear el baile de su hija quinceañera

que se avergüenza de ella y de su sacrificio

y la hace figurar como una criada.

Porque una novia espera al que se fue;

porque una intrigante urde mentiras:

porque se falsifica un testamento;

porque una soltera da un mal paso

y no acierta a ocultar las consecuencias.

Pero también porque la debutante

ahuyenta a todos con su mal aliento.

Porque la lavandera entona una aleluya

en loor del poderoso detergente.

Porque el amor está garantizado

por un desodorante

y una marca especial de cigarrillos

y hay que brindar por él con alguna bebida

que nos hace felices y distintos.

Y hay que comprar, comprar, comprar, comprar.

Porque compra es sinónimo de orgasmo,

porque comprar es igual que beatitud,

porque el que compra se hace semejante a dioses.

No hay en ello herejía.

Porque en la concepción y en la creación del hombre

se usó como elemento la carencia.

Se hizo de él un ser menesteroso,

una criatura a la que le hace falta

lo grande y lo pequeño.

Y el secreto teológico, el murmullo

murmurado al oído del poeta,

la discusión del aula del filósofo

es ahora potestad del publicista.

Como dijimos antes no hay nada malo en ello.

Se está siguiendo un orden natural

y recurriendo a su canal idóneo.

Cuando el programa acaba

la reunión se disuelve.

Cada uno va a su cuarto

mascullando un -apenas- “buenas noches”.

Y duerme. Y tiene hermosos sueños prefabricados.

TRAYECTORIA DEL POLVO

VII

He aquí que la muerte tarda como el olvido.

Nos va invadiendo, lenta, poro a poro.

Es inútil correr, precipitarse,

huir hasta inventar nuevos caminos

y también es inútil estar quieto

sin palpitar siquiera para que nos oiga.

Cada minuto es la saeta en vano

disparada hacia ella,

eficaz al volver contra nosotros.

Inútil aturdirse y convocar a la fiesta

pues cuando regresamos, inevitablemente,

alta la noche, al entreabrir la puerta

la encontramos inmóvil esperándonos.

Y no podemos escapar viviendo

porque la Vida es una de sus máscaras.

Y nada nos protege de su furia

ni la humildad sumisa hacia su látigo

ni la entrega violenta

al círculo cerrado de sus brazos.

Campos, Marco Antonio

Reseña biográfica

Poeta, narrador y ensayista mexicano nacido en ciudad de México en 1949.

Licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, fue lector en las Universidades de Salzburgo y Viena de 1988 a 1991, profesor invitado de la Brigham Young University en 1991, y catedrático en la Universidad Hebrea de Jerusalén en 2003. Ha sido además, director de Literatura de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma, director en dos épocas del periódico de Poesía y coordinador del Programa de Humanidades de la misma universidad. Ha dictado cursos sobre poesía y literatura en varios países de América y Europa, ha sido cuatro veces becario del Colegio Internacional de Traductores Literarios de Arles en Francia, y miembro de la Académie Mallarmé en el mismo país.

Es traductor de muchos autores, entre los que se cuentan, Baudelaire, Rimbaud, Gide, Artaud, Saba, Ungaretti, Quasimodo y Trakl.

Su obra ha sido galardonada en México con los premios Xavier Villaurrutia y Nezahualcóyotl, en España con el Premio Casa de América y Premio del Tren 2008 Antonio Machado, y en Chile con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda.

Su poesía está contenida en los siguientes libros: “Muertos y disfraces” 1974, “Una seña en la sepultura” 1978, “Monólogos” 1985, “La ceniza en la frente” 1979, “Los adioses del forastero” en 1996, “Viernes en Jerusalén” 2005, “Árboles” 2006 y “Aquellas cartas” 2008.

Reside actualmente en Málaga, España.

Adiós a la infancia

Se llamaba Graciela y era en el colegio el patio abierto y la mañana azul. Era su cuerpo un durazno en sazón y en las noches una rama de estrellas. Yo tenía doce años, Graciela tal vez también. Volaban los pájaros desde el sur para visitarla en el patio del colegio y sobrevolaban luego los parques y jardines de San Ángel para acompañarla a la hora de la salida. Bajaba del eucalipto oloroso una racha de pájaros. Graciela, doce años, rama de estrellas, durazno en sazón, racha

de pájaros en su levísima falda.

De “Poesía reunida” 1970-1996

Cine ermita

Claro y caro era el mundo para él.

Claro e insólito el filme con la figura del héroe.

Combatiente o artesano, trapecista o estudiante,

da lo mismo, y no importa.

La primera película inicia

a las cuatro veintiocho de la tarde,

y los rasgos del niño se transfiguran en héroe,

y da lo mismo, y qué importa, bailar a lo

Astaire 0 lo Kelly, ser vaquero a lo Wayne,

el gran chulo a lo Gassman.

Relatos e historias (no lo ignora el niño)

se han hecho para él,

y en qué forma, y formidablemente, claro.

Ríelo y llóralo en el melodrama nacional,

extravíalo de frente y de perfil en el perfil

italiano de Gina Lollobrigida o en la alba

desnudez de Carrol Baker,

abúrrelo con Disney o con filmes

donde el protagonista es elefante o perro,

diviértelo, en fin, del todo, distráelo, en fin

-mientras afuera, sobre Revolución,

se lee en enormes letras: CINE ERMITA,

y el tren eléctrico color pajizo enfila hacia

el sur,

y llueve,

y la larga lluvia de agosto

se alarga y cae desde las goteras, y el agua

se mezcla en el pavimento oscuro

con el lodo o con aceite blando o espeso,

y en el asiento trasero del tren eléctrico

despierta el niño, se despereza, y mete

el dinero en el bolsillo roto del pantalón.

1998

De “Poesía reunida” 1970-1996

Contradictio

El ajedrez de la muerte

se quedó en una pieza

Arrojo los naipes, trémulo, incendiado

y no dicen mi suerte

Y tuve una bestia de orgullo

que arrastró mi bestia

Moribunda,

una mujer pasea triste, descalza en la calle

Y es tarde para ser otro hombre

Salgo de mi casa, pontífice, ajeno,

con el crucifijo -una mujer-

colgado en mi tristeza

Si regreso, Señor

quiero ser otro pero no Campos

¿Para qué vivir agarrado como loco al reloj?

Ya la gula de vivir se detuvo en mi garganta

Y mísera mi perra más odiada fue la angustia

Pero, Señor, yo converso en voz alta,

en voz baja converso, sí,

cosa distinta es que no oigas

Antes, en otro océano,

arrepentí, modifiqué el pasado

Y tus ojos caminaron tristes, inmensos,

en las páginas de mis libros

Mañana partiré, me iré del todo

Aunque hoy puedo decir:

tengo amigos, no amo a mujer alguna,

el tétano del sol duerme en la ciudad de México.

De “Muertos y disfraces, 1974

De “Árboles”:

1. Cuando niños somos todos los niños que fantasean y sueñan.

Cuando adultos somos un adulto pero con escasas fantasías y escasos sueños.

2. En la juventud se sueña que se puede soñar,

pero en la madurez sólo enfrentamos nuestra realidad marchita

repitiendo para engañarnos la palabra utopía.

3. En la madurez caminamos sobre las sombras

de nuestros grandes sueños.

4. En las familias acomodadas hay ascendientes -abuelos o tíos- que aman

con más naturalidad a aquellos miembros e hijos de esos miembros que tienen poder y dinero.

Los parientes pobres suelen ser pegotes molestos a los que se tolera con dificultad

y con quienes se debe simular algún afecto.

5. El pasado es el país de las imágenes rotas y las sombras despedazadas.

6. Si en la niñez son los sueños puros y los juegos imaginativos;

si en la juventud construimos castillos de ilusiones y palacios de utopías,

ya adultos sólo aspiramos a conservar, desarrollar y recordar

lo poco bueno que nos dio la vida.

De “Árboles” 2006

La estudiante de 1966

…So sahst du sie im flohen Tanze walten

Die lieblichste del lieblichsten Gestalten.

Goethe, “Elegie von Marienbad”

Tendría mi edad si no fuera por el frío.

Era ligera y sus piernas tocaban los dedos

al solo tocarla. Al erguirse en el patio de abajo,

desde su falda tableada sobre las rodillas,

el mundo comenzaba a parecerse a sus piernas

y las cinco letras de la palabra mundo

se alteraban por las cinco letras de la palabra deseo.

¡Qué cintura, qué música lineal, qué rítmicas

las piernas al salir de clases!

Callada, era callada como un pasillo negro,

y al dejarla dejaba en el corazón

algo como una duda, como culpa o niebla.

Acabó por dolerme en todo el cuerpo

y cada centímetro del cuerpo era de su arco

una flecha atravesada.

¿Cuántas veces desde entonces, cuántas,

ha atravesado el corazón como una flecha,

como una luz que sangra el corazón?

Y cuando pasa eso, cuando la flecha cruza,

cuando la luz sangrienta cruza el corazón

(lo deja en cruz), algo en mí íntimo

protesta y grita por una adolescencia

sin guía y sin objetivo,

por equivocaciones y torpezas del comediante

de la obra, quien actuó de un modo

explicable en esa edad, pero que al evocarla

duele como una pérdida, como un cuento

de noche árabe que la vulgaridad rebaja

burlándose de, exageración o de invención.

Y algo en mí íntimo protesta y grita

por algo que debió ser y sólo fue como

canción de época, como canción que dice

y repite hasta rayar el disco

que ésos fueron los días, que ésos fueron.

Y sangro y me doblo y me arqueo

y la reina permanece y parte,

igual al tren de antaño que verifica el recorrido

pero no sabemos en dónde ni hacia dónde.

De “Poesía reunida” 1970-1996

La muchacha y el Danubio

Como rama al romperse en el invierno blanco,

corazón lloró a la estrella; triste era el olmo,

y hace muchos años; cuánta fuerza y fiereza

en la adolescencia sin dirección, quién se atrevería

a decir: “Por aquí pasó el vendaval”; Dios creció

las ramas y cortó las hojas para que supiéramos

de la felicidad, si la luz pasa. ¡Ah el Danubio!

Estrella lloraba el corazón. Ella era agua

que sabía a vino; donde llegaba se oía

la luz. Era la estrella en el invierno blanco.

Era blanca y hermosa como el pueblo donde nació.

Ella me queda, me vive en mí, me llama

como un remordimiento.

1991

De “Los adioses del forastero” 2002

Rosas

Las vi a diario, en los meses en flor,

en prados del jardín de aquella iglesia

que atenuaba las calles de Mixcoac,

ventana y pájaro del mundo leve,

nube y árbol para la nube sola,

mientras yo, picoteado fresno,

hacía versos de viajes y de libros,

de jóvenes amores infelices,

y creía que revolución y ética

podían darse la mano y ser bandera.

En el jardín umbrío o en el claustro

del amparo, las rosas eran llama,

hasta que un día, como un adiós perfecto,

la espina verde era la herida abierta.

Flor de luz en balcones provenzales.

Flor de adorno y desmayo petrarquista.

Flor helada en su veste de artificio.

Flor que halaga los versos de Ronsard

donde lozana semeja a la muchacha

que de bella hace faustos los salones,

pero que de no cortarse a tiempo

terminará marchita y recordando

los versos de Ronsard mientras se queja.

Asociaba eso en tardes melancólicas,

bajo los troenos o la adelfa en flor,

en prados del jardín de aquella iglesia

que atenuaba las calles de Mixcoac,

cuando el rayo cortaba en dos la alondra.

De “Los adioses del forastero” 2002

Se escribe

a Michael Rossner

Se escribe contra toda inocencia

del clavel o el lirio, contra el aire

inane del jardín, contra palabras

que hacen juegos vacíos, contra una estética

de vals vienés o parnasianas nubes.

Se escribe abriéndose las venas

hasta que el grito calla, con llanto ácido

que nace de pronto pues imposible

nos era contenerlo, con luz dura

como rabia azul, quemado el rostro,

destrozada el alma, desde una rama

frágil al borde del precipicio,

Se escribe.

De “Los adioses del forastero” 2002

Sankt Peter Friedhof

Haz de muchachas y onduladas sombras

se inclinan leves hacia las tumbas.

Es el delgado cementerio en rombo

de San Pedro y una vieja sonríe

porque yo escribo sobre la lápida

una historia y la mía. Mas la muerte

es del mar, y si llega, y si llego,

que me naufrague siempre el Pacífico,

mi ceniza conduzca a puerto naves.

Desde hace siglos los muertos oyen

madera como pájaros. Me mira

un pájaro negro sobre la cruz

de Berta Fendt. ¿Quién llama? Ah si llamo,

ah si vuelo, es por el sol el hijo,

hierro y lumbre en la guerra, en el sueño,

en la ruta, en el verso, en el amor,

y Uno.

De “Los adioses del forastero” 2002

Sankt Peter Kirche

En la iglesia, tras la rubia muchacha

y el Cristo en la penumbra, la locura

a la muerte mordía ciega. ¡El derrumbe!

¡Relinchos de caballos en la plaza!

¡Y el carillón, allá! Sobre la iglesia,

el pequeño cementerio de San Pedro

ensombrecía de pájaros; el ciego,

cubierto de pájaros, saludaba

al monte en su oscuridad verde.

Has gritado: “¡Adiós!” a la muerte para

que no oiga, no quieres que te oiga.

“Oh Padre Mío, desde el púlpito al padre

lo he arrojado en llamas. Y yo ¿qué hago?

¿ Y qué grito?”

De “Los adioses del forastero” 2002

Sonia en el invierno de 1981

Busco precisar a esta hora de la noche

ese instante del invierno azul, cuando al salir

de clases de la universidad nos vimos casualmente

frente a la biblioteca porque desde hacía años

en el fondo anhelábamos vernos.

Inclinaste un poco la cabeza

y el aire leve de las hojas mínimas

de las jacarandas murmuró verde la lengua

de los pájaros que venían del ártico.

Para mí fuiste (y seguirás siéndolo) el invierno azul.

¡Qué de cuándo y cómo yo viví por ti como si fuera uno!:

los cafés de Insurgentes a las cinco de la tarde,

los bares semivacíos de San Ángel que nosotros

colmábamos, los paseos en el claustro y el jardín

de la iglesia de Santo Domingo en Mixcoac,

las caminatas bajo los fresnos en la calle de Goya,

las rimas de poetas ingleses que al leerlas -que al

oírlas- nos sabían a mar,

las baladas baladíes de vanos baladistas

que escuchabas en discos y casets,

aquello, aquello que pudimos compartir,

que hubiéramos querido compartir

-si no hubiéramos apostado puerilmente

la mala carta o pensar que podíamos soportarnos

los domingos siete sin que el hígado reventase.

T u perfecto rostro oval estaba hecho de la

geometría de la luz, pero no de los adioses.

Tu cuerpo de veinte años se extendía

sobre la hierba y la tierra incendiadas.

Era una rosa abierta para la creación del mundo.

¡Cuánto hubiera dado por más! ¡Por algo más!

No había tiempo que perder, y lo perdimos.

No hay fotografía, Sonia, que precise

la gran belleza de ese preciso instante,

pero ni ese primer instante, ni los meses compartidos,

valió, creémelo, el sufrimiento de ese año,

el terrible sufrimiento de ese año.

Y palomas picotean el grano que les echo.

1998

De “Poesía reunida” 1970-1996

Una carta demasiado tardía

Contudo, esto é urna carta.

Carlos Drummond de Andrade

Carta

No sé en verdad si esto sea una carta.

No sé si disculparme por el retraso

de la explicación, ni si te importan

disculpa o explicación ¿Para qué

hacerlo después de veintisiete años

cuando ya una vida se hizo o se deshizo

y nosotros sólo soñábamos hacerla?

Quizá por eso. Quizá porque contigo

yo habría hecho una vida real

y no este mundo sin casa que he desecho.

Desde hace días o semanas

los recuerdos me ciegan como un pozo,

y vuelves callada, quieta,

inmensamente quieta y luz en el diciembre

horizontal y frío, y allí te quedas.

A cierta edad los recuerdos se vuelven

como las flechas de San Sebastián

pero disparadas sólo al corazón.

Tenías diecisiete años,

edad clarísima de las ventanas,

y eras tenue para que los álamos no olvidaran

esbeltez ni linaje de luna.

Podría decir, con el estilo del melodrama

mexicano: “Amaba a otra”, y era cierto,

humanamente cierto, pero ahora aquí,

queriendo ver desde mi casa las montañas

del Ajusco, me digo, me digo que eras

la que pudo dar, no el país de maravillas

(como tu nombre lo dice), pero sí

una vida lúcida, leve, quizá feliz.

Eso me hago suponer. Supongo.

Creo sentir alivio al escribir estas líneas.

Son del todo sinceras pero inútiles,

porque lo que fui destruyendo

no se puede explicar en un poema.

Tampoco me sueño en sueños de entonces,

porque ya hace años, cinco o diez, que no

tengo sueños. Tampoco me hago ilusiones,

aunque lo diga a menudo, sabiendo que engaño

0 me engaño, mientras miro mi cuerpo como reloj

que marca las cinco y media de la tarde.

Hoy por hoy sólo aspiro a terminar una obra

(mala o buena), hacer a los otros algún bien

en lo que puedo, y viajar por un mundo que

a veces me cansa más de lo que me maravilla.

No sé, como te dije, si esto sea una carta.

Tal vez no la vayas a leer (lo más probable),

y no sé si decir: “Te quise” o “Me equivoqué”,

o “Cómo quitarte la begonia”. No sé siquiera,

no sé, qué fue del bosque cortado a ras del bosque.

No lo sé. Pero te dejo estas líneas:

Tómalas, aunque no las leas.

1995

De “Los adioses del forastero” 2002

Una farsa sin mensaje

Qué patas, qué escamas, qué desastre.

Rubén Bonifaz Nuño «Albur de amor»

Delgada y tenue como hierba y ola

sus ojos de noche guardaban el misterio,

ya la verdad creía que todos, por su linda cara,

debían aguantarle todo por su linda cara.

Creía ser la reina, pedía ser la reina

-a veces lo logró entre bastidores-,

pero en el teatro o fuera de él

sólo admitía cumplidos

si lo decidía ella misma.

Trasfogaba su cuerpo una tierna dulzura,

solía encender la hoguera al llegar la noche,

pero al vislumbrar los pretendientes

sofocaba el fuego, y apenas si dejaba brasas

para el rey más tarde.

Bella como luna cortada en ferragosto,

bella como luna cortada a media luna,

su mirada guardaba misterios e ímpetu excitante

y anhelaba un reino más vasto que la noche.

Pero la noche más perfecta acaba.

Pero en la comedia más perfecta

hay de pronto contraluz, desliz palmario,

inadvertencia súbita. Una noche azul,

una noche de estrellas veraniega, una noche

de adiós sin golondrinas -sin frío, sin telón firme,

parada la tramoya, el entreacto a ciegas-,

un sandio inoportuno, un memo de esos

que asiste al espectáculo sólo

para aguar fiestas o dárselas de listo,

se levantó de la platea, marchó hacia el escenario,

y se dirigió a la reina sólo para decirle

que ya los pretendientes se habían ido,

y el rey era minúsculo.

1997

De “Poesía reunida” 1970-1996

1968

Éramos como estrellas iracundas

Efraín Huerta

“Borrador para un testamento”

Hay fechas que vuelven

como iluminación o niebla repentina.

Tú no sabías entonces que esa fecha

sería como cuña de plata en pleno oro.

Como una canción que niega hasta las lágrimas,

como una emoción que niega hasta las lágrimas,

te vuelven -se graban- dos imágenes,

se vuelven sagradas dos imágenes:

cuando entras al atardecer por 5 de Mayo

frente a Bellas Artes y la sensación

de la multitud en plaza del Zócalo

picoteada por miles de puntas de alfileres en luz.

Eso que no sabían definir los diecinueve años

la entiendes ahora en dos palabras:

Libertad y Sueño.

Pero la historia son momentos, dices,

y aquel adolescente no sabía, ¿cómo lo iba

a saber?, que México, en vez de engrandecerse

se precipitaría en un pozo ciego:

guerrillas, crímenes, desempleo,

una sociedad en grito, la esperanza,

la furia en la calle, la amarga decepción

por los traidores y los claudicantes,

repentinas luces, sueños que se volvieron

como trigo emponzoñado, el río revuelto

donde todo era la pérdida.

La historia echó a andar por las calles,

y muchos creyeron, viéndola tan cerca,

que podía cortejársele. Pero la historia no se hace

con buenas intenciones ni con halagos falsos,

menos con las manos sucias o llenas de sangre.

Pero te quedan de entonces dos imágenes

como rítmica plata en doble olivo,

como alondra cortada por la luna.

1995

De “Los adioses del forastero” 2002