Guillén, Jorge

Reseña biográfica

Poeta español nacido en Valladolid en 1893.

Estudió Filosofía y Letras en Madrid, aunque se licenció en Granada en 1913. Fue lector de español en La Sorbona entre 1917 y 1923 y Catedrático de Lengua y Literatura Españolas en Oxford.

Durante la guerra civil estuvo preso, logrando salir de España en 1938 para establecerse en Estados Unidos. Fue profesor de varias universidades americanas, especialmente en la

Universidad de Harvard.

Al morir Franco se estableció de nuevo en España donde obtuvo el premio Cervantes en 1976.

Se le considera el principal representante de la poesía pura en España.

Falleció en Málaga en 1984.

Advenimiento

¡Oh luna, cuánto abril,

qué vasto y dulce el aire!

Todo lo que perdí

volverá con las aves.

Sí, con las avecillas

que en coro de alborada

pían y pían, pían

sin designio de gracia.

La luna está muy cerca,

quieta en el aire nuestro.

El que yo fui me espera

bajo mis pensamientos.

Cantará el mi señor.

En la cima del ansia.

Arrebol, arrebol.

Entre el cielo y las auras.

¿Y se perdió aquel tiempo

que yo perdí?. La mano

dispone, dios ligero,

de esta luna sin año.

Amor dormido

Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa

rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así

la noche desvelada, bajo la luna presa?

tu soñar me envolvía, soñado me sentí.

Anillo

Ya es secreto el calor, ya es un retiro

de gozosa penumbra compartida.

Ondea la penumbra. No hay suspiro

flotante. Lo mejor soñado es vida.

El vaivén de un silencio luminoso

frunce entre las persianas una fibra

palpitante. querencia del reposo:

una ilusión en el polvillo vibra.

Desde la sombra inmóvil, la almohada

brinda a los dos, felices, el verano

de una blancura tan afortunada

que se convierte en sumo acorde humano.

Los dos felices, en las soledades

del propio clima, salvo del invierno,

buscan en claroscuros sin edades

la refulgencia de un estío eterno.

Hay tanta plenitud en esta hora,

tranquila entre las palmas de algún hado,

que el curso del instante se demora

lentísimo, cortés, enamorado.

¡Gozo de gozos: el alma en la piel,

ante los dos el jardín inmortal,

el paraíso que es ella con él,

óptimo el árbol sin sombra de mal!

Luz nada más. He ahí los amantes.

Una armonía de montes y ríos,

amaneciendo en lejanos levantes,

vuelve inocentes los dos albedríos.

¿Dónde estará la apariencia sabida?

¿Quién es quien surge? Salud, inmediato

siempre, palpable misterio: presida

forma tan clara a un candor de arrebato.

¿Es la hermosura quien tanto arrebata,

o en la terrible alegría se anega

todo el impulso estival? (¡Oh beata

furia del mar, esa ola no es ciega!)

Aun retozando se afanan las bocas,

inexorables a fuerza de ruego.

(Risas de Junio, por entre unas rocas,

turban el límpido azul con su juego.)

¿Yace en los brazos un ansia agresiva ?

Calladamente resiste el acorde.

(¡Cuánto silencio de mar allá arriba!

Nunca hay fragor que el cantil no me asorde.)

Y se encarnizan los dos violentos

en la ternura que los encadena.

(El regocijo de los elementos

torna y retorna a la última arena.)

Ya las rodillas, humildes aposta,

saben de un sol que al espíritu asalta.

(El horizonte en alturas de costa

llega a la sal de una brisa más alta.)

¡Felicidad! El alud de un favor

corre hasta el pie, que retuerce su celo.

(Cruje el azul. Sinuoso calor

va alabeando la curva del cielo.)

Gozo de ser: el amante se pasma.

¡Oh derrochado presente inaudito,

Oh realidad en raudal sin fantasma!

Todo es potencia de atónito grito.

Alrededor se consuma el verano.

Es un anillo la tarde amarilla.

Sin una nube desciende el cercano

cielo a este ardor. ¡Sobrehumana, la arcilla!

Cima de la delicia

¡Cima de la delicia!

Todo en el aire es pájaro.

Se cierne lo inmediato

resuelto en lejanía.

¡Hueste de esbeltas fuerzas!

¡Qué alacridad de mozo

en el espacio airoso,

henchido de presencia!

El mundo tiene cándida

profundidad de espejo.

Las más claras distancias

sueñan lo verdadero.

¡Dulzura de los años

irreparables! ¡Bodas

tardías con la historia

que desamé a diario!

Mas, todavía más.

Hacia el sol, en volandas

la plenitud se escapa.

¡Ya sólo sé cantar!

Desnudo

Blancos, rosas… Azules casi en veta,

dos, mentales.

Puntos de luz latente dan señales

de una sombra secreta.

Pero el color, infiel a la penumbra,

se consolida en masa.

Yacente en el verano de la casa,

una forma se alumbra.

Claridad aguzada entre perfiles,

de tan puros tranquilos

que cortan y aniquilan con sus filos

las confusiones viles.

Desnuda está la carne. Su evidencia

se resuelve en reposo.

Monotonía justa: prodigioso

colmo de la presencia.

¡Plenitud inmediata, sin ambiente,

del cuerpo femenino!

Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?

Oh absoluto presente!

Dominio del recuerdo

Un recuerdo -pasado deleitoso-

me ataca y se apodera

tanto de mí que interna primavera

me somete a su acoso.

Aquel amor aun vibra

bajo el impulso de una imagen, mero

fantasma. Pido, quiero.

un imán se me impone fibra a fibra.

El espíritu invade mi existencia

con poder soberano.

Espíritu ya es cuerpo. ¿Quién presencia

tal fusión, tal arcano?

Amor, que fue tan fuerte

durante aquel minuto fenecido,

saliendo de su nido

mental en sensación se me convierte.

Mi memoria ya es carne, ya un placer

-soñado- resucita,

ya la verdad de mi vivir da cita.

¿Alma, cuerpo ? Mi ser.

Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes…

Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes.

Gozo de tu inocencia confiada,

de tu implícita forma en esa noche

que hace tan suya con amor la mano.

Te siento dormir sin verte,

serenísima, sagrada,

nunca imagen de la muerte,

y oponiéndote a la nada

triunfar como piedra inerte.

La delicada masa de tu sueño

se espesa junto a mí, sin paz nocturna,

que así convive con la invulnerable,

cuyo retorno al despertar es siempre

la súbita inmersión en nuestra dicha.

Sumido en un calor de dos, el sueño

relaja su clausura, casi abierta

dulcemente hacia el día aún isleño.

Calor, amor.

La historia tras la puerta.

El hondo sueño

Este soñar a solas… ¡Si tu vida

de pronto amaneciese ante mi espera!

¿Por dónde voy cayendo? Primavera,

mientras, en tomo mío dilapida

su olor y se me escapa en la caída.

¡Tan solitariamente se acelera

-y está la noche ahí, variando fuera-

la gravedad de un ansia desvalida!

Pero tanto sofoco en el vacío

cesará. Gozaré de apariciones

que atajarán el vergonzante empeño

de henchir tu ausencia con mi desvarío.

¡Realidad, realidad, no me abandones

para soñar mejor el hondo sueño!

El mar es un olvido…

El mar es un olvido,

una canción, un labio;

el mar es un amante,

fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,

y sus aguas son plumas,

impulsos que levantan

a las frías estrellas.

Sus caricias son sueños,

entreabren la muerte,

son lunas accesibles,

son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras

las olas van gozando.

Hacia el final

Llegamos al final,

A la etapa final de una existencia.

¿Habrá un fin a mi amor, a mis afectos?

Sólo concluirán

Bajo el tajante golpe decisivo.

¿Habrá un fin al saber?

Nunca, nunca. Se está siempre al principio

De una curiosidad inextinguible

Frente a infinita vida.

¿Habrá un fin a la obra?

Por supuesto.

Y si aspira a unidad,

Por la propia exigencia del conjunto.

¿Destino?

No, mejor: la vocación

Más íntima.

La caricia adormece…

La caricia adormece,

y a una región conduce

más cercana a la tierra,

a su silencio y sueño,

bien tendidos, dichosos.

Y tu cuerpo está ahí, remoto y mío,

inmóvil, invisible, descuidado,

y mientras me abandono a su nostalgia,

la oscuridad absorbe en su sosiego

de gran remanso nuestro amor flotante.

Las doce en el reloj

Dije: ¡Todo ya pleno!

Un álamo vibró.

Las hojas plateadas

sonaron con amor.

Los verdes eran grises,

el amor era sol.

Entonces, mediodía,

un pájaro sumió

su cantar en el viento

con tal adoración

que se sintió cantada

bajo el viento la flor

crecida entre las mieses,

más altas. Era yo,

centro en aquel instante

de tanto alrededor,

quien lo veía todo

completo para un dios.

Dije: Todo, completo.

¡Las doce en el reloj!

Los fieles amantes

Noche mucho más noche: el amor ya es un hecho.

Feliz nivel de paz extiende el sueño

como una perfección todavía amorosa.

Bulto adorable, lejos

ya, se adormece,

y a su candor en la isla se abandona,

animal por ahí, latente.

¡Qué diario Infinito sobre el lecho

de una pasión: costumbre rodeada de arcano.

¡Oh noche, más oscura en nuestros brazos!

Melenas

¡Oh melenas, ondeadas

a lo príncipe en la augusta

vida triunfante: nos gusta

ver amanecer -¡doradas

surgen!- estas alboradas

de virginidad que apenas

tú, Profusión, desordenas

para que todo a la vez

privilegie la esbeltez

más juvenil, oh melenas!

Mis manos y mis labios y mis ojos…

Mis manos y mis labios y mis ojos

rehacen

con creciente embeleso

próximo al éxtasis,

activo sin embargo,

un incesante viaje

de reconocimiento que a la vez descubre

tanta comarca donde nunca es tarde:

Aurora permanente

sobre cimas y valles.

Entre las combas y las sombras

de tu hermosura no me pierdo,

y tu nombre claro proyecta

luz muy personal sobre tu cuerpo,

que está en mi amor y fuera de

su mágico radio secreto.

Y a esa tu vida, más allá,

bajo sol y luna me entrego,

toda tú estás conmigo,

nuestro doble futuro yo lo quiero.

Perfección

Queda curvo el firmamento,

compacto azul, sobre el día.

Es el redondamiento

del esplendor: mediodía.

Todo es cúpula. Reposa,

central sin querer, la rosa,

a un sol en cenit sujeta.

Y tanto se da el presente

que el pie caminante siente

la integridad del planeta.

Pleno amor

¿Amor envuelve en las formas

de un viento? Se transfigura

bajo un viento nuestro abrazo:

concentrándose está en lucha.

Triunfo habrá para los dos,

gocémonos. ¡Oh, no hay burla

contra la fe ya animal

de toda la criatura!

Desaparece la estancia.

Una luz de anhelo y súplica

crea un ámbito al amor

con muros de sombras juntas.

Infinita, sí, trascurre

la noche. Pero se ajusta

-con la precisión de un mundo

soñado por la absoluta

claridad- a este clarísimo

destino: nuestra ventura.

Y la ventura despacio

va confiándose -nunca

más estrellas en el cielo-

a una pesadumbre suya.

Mientras -la carne es también

alma, reina tu blancura-

un ritmo acoge y acrece

la obstinación -¡qué profunda

masa tanta noche en vela!-

de esta casi calentura,

de este buen ardor.

Palpitan,

humildemente nocturnas,

las estrellas como si

regalasen una luna

de paz.

Paz en la verdad.

II

En la verdad.

Y se anuncia

lo más fabuloso. ¿Tumba

para una resurrección,

para llegar a ser pluma

casi indistinta del aire,

aire sobre el mar, espuma

que fuese nube en un cielo

con voz de mar?

No hay más ruta

que este más allá mortal:

vértigo de una dulzura

que de más vida en más vida

se atropella, se derrumba,

-¡llega a tal embriaguez

el ser que desde su altura

conspira al derrumbamiento!-

y va a la noche desnuda

con un ansia de catástrofe,

o de postrer paz, en fuga

final ¿hacia qué reposos,

qué aplanamientos, qué anchuras?

¿O hacia la aniquilación

desesperada?

Concluya,

concluya tanta inminencia.

Todo se confía -nunca

más estrellas en el cielo–

a su pesadumbre muda,

fatal.

¡Sea!

Fatalmente

puede más que yo la angustia

que me entrega a la catástrofe,

-todo conmigo sucumba-

que no será… que no es

una catástrofe -¡brusca

perfección!- por más que abdique,

y se desplome y se hunda

-amor, amor realizado-

el alma en su carne: puras.

Salvación de la primavera

Ajustada a la sola

desnudez de tu cuerpo,

entre el aire y la luz

eres puro elemento.

¡Eres! Y tan desnuda,

tan continua, tan simple

que el mundo vuelve a ser

fábula irresistible.

…Mi atención, ampliada,

columbra. Por tu carne

la atmósfera reúne

términos. Hay paisaje.

Esos blancos tan rubios

que sobre tu tersura

la mejor claridad

primaveral sitúan.

Es tuyo el resplandor

de una tarde perpetua.

¡Qué cerrado equilibrio

dorado, qué alameda!…)

Susana y los viejos

Furtivos, silenciosos, tensos, avizorantes,

se deslizan, escrutan y apartando la rama

alargan sus miradas hasta el lugar del drama:

el choque de un desnudo con los sueños de antes.

A solas y soñando ya han sido los amantes

posibles, inminentes, en visión, de la dama.

Tal desnudez real ahora los inflama

que los viejos se asoman, tímidos estudiantes.

¿Son viejos? Eso cuentan. Es cómputo oficial.

En su carne se sienten, se afirman juveniles

porque lo son. Susana surge ante su deseo,

que conserva un impulso cándido de caudal.

Otoños hay con cimas y ráfagas de abriles.

-Ah, Susana. -¡Qué horror! -Perdóname. ¡Te veo!

Tréboles

Cada vez que me despierto

mi boca vuelve a tu nombre

como el marino a su puerto.

*

Este volver a empezar

cada jornada sin ti,

esta sensación de mar

que navego y ya perdí…

*

Como si mi voz te alcanzase,

murmura: Amour adoré,

¿No puedes oírme? No sé.

*

Vivos estamos en la frase.

¡Qué lejos ayer de hoy!

Hondo ayer: dos fuimos uno.

Hoy no estás y yo no soy.

*

Gentes que me son extrañas:

esas que me creen solo

sin ver que tú me acompañas.

*

Así voy sin ti: perdido

por entre gentes que anulan

nuestro amor bajo su olvido.

*

La Patria, lejos, en el lodo.

Soledades alrededor.

Navidad a pesar de todo:

hijos, su recuerdo, mi amor.

*

La memoria, malla a malla,

me cubre armando su mundo.

Interior, mi noche calla.

En tu recuerdo me hundo.

*

Ya te lo decía yo.

Era imposible el olvido.

Fuimos verdad. Y quedó.

*

Sobre esta misma almohada

me acompañó su cabeza.

Sé ya ahora cómo empieza

la blancura de la nada.

*

Despierto y como no estás,

no me suena el mundo a mundo:

nunca a solas no hay compás.

*

¡Estaba yo tan contento

de ser yo, yo para ti!

¡Qué alegría ser así

dos historias en un cuento!

*

Lo que un día me dijiste

de nuevo suena en mi oído.

La soledad no es tan triste.

Ser es también no haber sido.

Tú, tú, tú, mi incesante…

¡Tú, tú, tú, mi incesante

primavera profunda

mi río de verdor

agudo y aventura!

¡Tú, ventana a lo diáfano:

desenlace de aurora,

modelación del día:

mediodía en su rosa,

tranquilidad de lumbre:

siesta del horizonte,

lumbres en lucha y coro:

poniente contra noche,

constelación del campo,

fabulosa, precisa,

trémula hermosamente,

universal y mía!

¡Tú más aún: tú como

tú, sin palabras toda

singular, desnudez

única, tú, sola!

Y los ojos prometen…

Y los ojos prometen

mientras la boca aguarda.

Favorables, sonríen.

¡Cómo íntima, callada!

Henos aquí. Tan próximos.

¡Qué oscura es nuestra voz!

La carne expresa más.

Somos nuestra expresión.

De una vez paraíso,

con mi ansiedad completo.

La piel reveladora

se tiende al embeleso.

¡Todo en un sólo ardor

se iguala! Simultáneos

apremios me conducen

por círculos de rapto.

Pero más, más ternura

trae la caricia. Lentas,

las manos se demoran,

vuelven, también contemplan.

Ya se alargan las tardes, ya se deja…

Ya se alargan las tardes, ya se deja

despacio acompañar el sol postrero

mientras él, desde el cielo de febrero,

retira al río la ciudad refleja

de la corriente, sin cesar pareja

-más todavía tras algún remero-

a mí, que errante junto al agua quiero

sentirme así fugaz sin una queja,

viendo la lentitud con que se pierde

serenando su fin tanta hermosura,

dichosa de valer cuando más arde

-bajo los arreboles- hasta el verde

tenaz de los abetos y se apura

la retirada lenta de la tarde.