González Martinez, Enrique

Reseña biográfica

Poeta mexicano nacido en la ciudad de Guadalajara en 1871, donde estudió y ejerció como médico. En 1911 se trasladó a la ciudad de México y ese mismo año ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua.

Encabezó la depuración simbolista del Modernismo, rechazando las temáticas excéntricas. Fundó la revista Argos y ocupó destacados puestos políticos y diplomáticos.

Su obra poética se resume en las siguientes publicaciones:

«Preludios», «Lirismos», «La hora inútil», «Silenter», «Los senderos ocultos» y «La muerte del cisne».

Falleció en 1952.

A la que va conmigo…

Iremos por la vida como dos pajarillos

que van en pos de rubias espigas, y hablaremos

de sutiles encantos y de goces supremos

con ingenuas palabras y diálogos sencillos.

Cambiaremos sonrisas con la hermana violeta

que atisba tras la verde y oscura celosía,

y aplaudiremos ambos la célica armonía

del amigo sinsonte que es músico y poeta.

Daremos a las nubes que circundan los flancos

de las altas montañas nuestro saludo atento,

y veremos cuál corren al impulso del viento

como un tropel medroso de corderillos blancos.

Oiremos cómo el bosque se puebla de rumores,

de misteriosos cantos y de voces extrañas;

y veremos cuál tejen las pacientes arañas

sus telas impalpables con los siete colores.

Iremos por la vida confundidos en ella,

sin nada que conturbe la silenciosa calma,

y el alma de las cosas será nuestra propia alma,

y nuestro propio salmo el salmo de la estrella.

Y un día, cuando el ojo penetrante e inquieto

sepa mirar muy hondo, y el anhelante oído

sepa escuchar las voces de los desconocido,

se abrirá a nuestras almas el profundo secreto.

A veces una hoja desprendida…

A veces una hoja desprendida

de lo alto de los árboles, un lloro

de las ninfas que pasan un sonoro

trino de ruiseñor, turban mi vida.

Vuelven a mí medrosos y lejanos

suaves deliquios, éxtasis supremos;

aquella estrella y yo nos conocemos,

ese árbol, esa flor son mis hermanos.

En el abismo del dolor penetra

mi espíritu, bucea, va hasta el fondo,

y es como un libro misterioso y hondo

en que puedo leer letra por letra.

Un ambiente sutil un aura triste

hacen correr mi silencioso llanto,

y soy como una nota de ese canto

doloroso de todo lo que existe.

Me cercan en bandada los delirios…

¿Es alucinación…, locura acaso?

Me saludan las nubes a su paso

y me besan las almas de los lirios.

¡Divina comunión!… Por un instante

son mis sentidos de agudeza rara…

Ya sé lo que murmuras, fuente clara;

ya sé lo que me dices, brisa errante.

De todo me liberto y me desligo

a vivir nueva vida, de tal modo,

que yo no sé si me difundo en todo

o todo me penetra y va conmigo.

Mas todo huye de mí y el alma vuela

con torpes alas por un aura fría,

en una inconsolable lejanía,

por una soledad que espanta y hiela.

Por eso en mis ahogos de tristeza,

mientras duermen en calma mis sentidos,

tendiendo a tus palabras mis oídos

tiemblo a cada rumor, naturaleza;

y a veces una hoja desprendida

de lo alto de los árboles, un lloro

de las linfas que pasan, un sonoro

trino de ruiseñor, turban mi vida.

Busca en todas las cosas un alma y un sentido…

Busca en todas las cosas un alma y un sentido

oculto; no te ciñas a la apariencia vana;

husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,

escudriñante el ojo y aguzado el oído.

No seas como el necio, que al mirar la virgínea

imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,

queda sordo a la entraña de la piedra, que entona

en recóndito ritmo la canción de la línea.

Ama todo lo grácil de la vida, la calma

de la flor que se mece, el color, el paisaje.

Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje…

¡Oh divino coloquio de las cosas y el alma!

Hay en todos los seres una blanda sonrisa,

un dolor inefable o un misterio sombrío.

¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocío?

¿Sabes tú qué secreto va contando la brisa?

Atan hebras sutiles a las cosas distantes;

al acento lejano corresponde otro acento.

¿Sabes tú donde lleva los suspiros el viento?

¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?

No desdeñes al pájaro de argentina garganta

que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.

Es un alma que canta y es un alma que llora…

¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!

Busca en todas las cosas el oculto sentido;

lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;

cuando sientas el alma colosal del paisaje

y los ayes lanzados por el árbol herido…

Canción

Canción para los que saben

lo que es llorar…

¿Quién pudiera darte al viento

e irse al viento en el cantar!

Canción como lluvia fina

sobre el mar,

que se disuelve y es nube

que sube y vuelve a llorar…

Canción que en el alma es lluvia,

canción que es llanto en el mar…

¡Quién pudiera darte al viento

e irse al viento en el cantar!

Catástrofe

Ella se niega mientras él insiste;

fogoso el amador, tenaz la bella,

en jiras el jubón de la doncella

la lucha apenas del amor resiste.

Casta no cede; pero mira triste

de aquel retozo la patente huella,

y con falsos lamentos se querella

y de astucia y de brío se reviste.

Por escapar de los robustos brazos,

de un empellón, cual víctima inmolada,

rueda el cántaro al fin hecho pedazos…

Queda atónito él, ella pasmada;

mas pasa el susto y vuelven los abrazos

tras una estrepitosa carcajada…

Cautiva

Cautiva que entre cerrojos,

frente a la angosta ventana

dejas espaciar los ojos

por la campiña lejana,

¿de qué te sirve tener

en el pecho un ansia viva,

si eres libre para ver,

y para volar cautiva?

Siento mayor la amargura

de tu mal cuando te veo

con las alas en tortura

y en libertad el deseo.

Preso el pie y el alma alerta…

¡Qué morir frente a la vida!

¿Para qué ventana abierta

si no hay puerta de salida?

Alma cautiva y hermana

que en la campiña lejana

dejas espaciar los ojos,

¡que te quiten los cerrojos

o te cierren la ventana!

Como hermana y hermano…

Como hermana y hermano

vamos los dos cogidos de la mano…

En la quietud de la pradera hay una

blanca y radiosa claridad de luna,

y el paisaje nocturno es tan risueño

que con ser realidad parece sueño.

De pronto, en un recodo del camino,

oímos un cantar… parece el trino

de un ave nunca oída

un canto de otro mundo y de otra vida…

¿Oyes? -me dices- y a mi rostro juntas

tus pupilas preñadas de preguntas.

la dulce calma de la noche es tanta

que se escuchan latir los corazones.

Yo te digo: no temas, hay canciones

que no sabremos nunca quién las canta.

Como hermana y hermano

vamos los dos cogidos de la mano…

Besado por el soplo de la brisa,

el estanque cercano se divisa…

Bañándose en las ondas hay un astro;

un cisne alarga el cuello lentamente

como blanca serpiente

que saliera de un huevo de alabastro…

Mientras miras el agua silenciosa,

como un vuelo fugaz de mariposa

sientes sobre la nuca el cosquilleo,

la pasajera onda de un deseo,

el espasmo sutil, el calor-frío,

de un beso ardiente, cual si fuera mío…

Alzas a mí tu rostro amedrentado

y trémula murmuras: ¿me has besado?…

Tu breve mano oprime

mi mano; y yo a tu oído: ¿sabes?, esos

besos nunca sabrás quién los imprime…

Acaso, ni siquiera si son besos…

Como hermana y hermano

vamos los dos cogidos de la mano…

En un desfalleciente desvarío,

tu rostro apoyas en el pecho mío,

y sientes resbalar sobre tu frente

una lágrima ardiente…

Me clavas tus pupilas soñadoras

y tiernamente me preguntas: ¿lloras?

Secos están mis ojos… Hasta el fondo

puedes mirar en ellos… Pero advierte

que hay lágrimas nocturnas – te respondo-

que no sabremos nunca quién las vierte.

Como hermana y hermano

vamos los dos cogidos de la mano…

Cuando sepas hallar una sonrisa…

Cuando sepas hallar una sonrisa

en la gota sutil que se rezuma

de las porosas piedras, en la bruma,

en el sol, en el ave y en la brisa;

cuando nada a tus ojos quede inerte,

ni informe, ni incoloro, ni lejano,

y penetres la vida y el arcano

del silencio, las sombras y la muerte;

cuando tiendas la vista a los diversos

rumbos del cosmos, y tu esfuerzo propio

sea como potente microscopio

que va hallando invisibles universos,

entonces en las flamas de la hoguera

de un amor infinito y sobrehumano,

como el santo de Asís, dirás hermano

al árbol, al celaje y a la fiera.

Sentirás en la inmensa muchedumbre

de seres y de cosas tu ser mismo;

serás todo pavor con el abismo

y serás todo orgullo con la cumbre.

Sacudirá tu amor el polvo infecto

que macula el blancor de la azucena,

bendecirás las márgenes de arena

y adorarás el vuelo del insecto;

y besarás el garfio del espino

y el sedeño ropaje de las dalias…

y quitarás piadoso tus sandalias

por no herir a las piedras del camino.

Dat signum

¡Feliz instante! Del galán al peso,

la doncella al final rueda vencida,

sobre el césped que cómplice convida

del libre amor al inefable exceso.

Un cefirillo plácido y travieso

viene a avivar la lumbre ya encendida…

¿Qué mucho que ella al fin quede rendida

y que se escuche el estallar de un beso?

Un cercano rumor de pasos suena,

grana tardía a las mejillas brota,

huye el galán y acábase la escena;

y confusa al pensar en su derrota,

Casta suspira, y coge de la arena

un lazo azul… y la vasija rota…

El alma en fuga

Buscaron al romper de la alborada,

mis brazos y mis ojos su presencia,

y sólo hallé, por signo de la ausencia,

el hueco de su sien en la almohada.

Oh, qué correr la angustia desatada,

qué ulular por el llano mi demencia,

qué husmear en los ámbitos la esencia

de la alígera planta perfumada!

Amigos que alabasteis su hermosura,

no a solas me dejéis en la amargura

del trance doloroso e imprevisto…

¡Escrutad el perfil del horizonte!

¡Batid los campos y talad el monte!

¡Decidme, por piedad, si la habéis visto!…

El baño

Ya dejas el plumón. Las presurosas

manos desatan el discreto nudo,

y queda el cuerpo escultural desnudo

volcán de nieve en explosión de rosas.

El baño espera. De estrecharte ansiosas

están las aguas, y en el mármol mudo,

un esculpido sátiro membrudo

te contempla con ansias amorosas.

Entras al fin y el agua se estremece,

en tanto, allá en el orto ya parece

el claro sol de refulgente rastro.

Y cuando ufana de las fuentes sales,

de tu alcoba a los diáfanos cristales,

por mirarte salir, se asoma el astro.

El gozo alucinado

El color se me adentra y no lo pinto;

la nota musical llega hasta el fondo

de la entraña cordial, y yo la escondo

en el sacro rincón de su recinto.

El árbol es aliento y no verdura,

germinación de vuelo y no ramaje;

el ojo lo desliga del paisaje

y lo clava en el dombo de la altura.

Apago soles y deseco ríos,

borro matices y deshago formas,

y en propio barro, quebrantando normas,

modelo mundos para hacerlos míos.

Sobrepasa las cosas la mirada,

el sueño crece, lo real esfuma,

y me embarco en las alas de la bruma

corno en una galera aparejada.

El retorno imposible

Yo sueño con un viaje que nunca emprenderé,

un viaje de retorno, grave y reminiscente…

Atrás quedó la fuente

cantarina y jocunda, y aquella tarde fue

esquivo el torpe labio a la dulce corriente.

¡Ah, si tornar pudiera! Mas sé que inútilmente

sueño con ese viaje que nunca emprenderé.

Un pájaro en la fronda cantaba para mí…

Yo crucé por la senda de prisa, y no lo oí.

Un árbol me brindaba su paz… A la ventura,

pasé cabe la sombra sin probar su frescura.

Una piedra le dijo a mi dolor: descansa;

y desdeñé las voces de aquella piedra mansa.

Un sol reverberante brillaba para mí;

pero bajé los ojos al suelo, y no lo vi.

En el follaje espeso

se insinuaba el convite de un ósculo divino…

Yo seguí mi camino

y no recibí el beso.

Hay una voz que dice: retorna, todavía

el ocaso está lejos; vuelve tu rostro, guía

tus pasos al sendero que rememoras ; tente

y refresca tus labios en la sagrada fuente;

ve, descansa al abrigo

de aquel follaje amigo;

oye la serenata del ave melodiosa,

y en la piedra que alivia de cansancios, reposa;

ve que la noche tarda

y oculto entre las hojas hay un beso que aguarda…

Mas, ¿para qué, si al fin de la carrera

hay un beso más hondo que me espera,

y una fuente más pura,

y un ave más hermosa que canta en la espesura,

y otra piedra clemente

en que posar mañana la angustia de mi frente,

y un nuevo sol que lanza

desde la altiva cumbre su rayo de esperanza ?

Y mi afán repentino

se para vacilante en medio del camino,

y vuelvo atrás los ojos, y sin saber por qué,

entre lo que recuerdo y entre lo que adivino,

bajo el alucinante misterio vespertino,

sueño con ese viaje que nunca emprenderé.

El sembrador de estrellas

Y pasarás, y al verte se dirán: «¿Qué camino

va siguiendo el sonámbulo?….» Desatento al murmullo

irás, al aire suelta la túnica de lino,

la túnica albeante de desdén y de orgullo.

Irán acompañándote apenas unas pocas

almas hechas de ensueño. . . .Mas al fin de la selva,

al ver ante sus ojos el murallón de rocas,

dirán amedrentadas: «Esperemos que vuelva.»

Y treparás tú solo los agrietados senderos;

vendrá luego el fantástico desfile de paisajes,

y llegarás tú solo a descorrer celajes

allá donde las cumbres besan a los luceros.

Bajarás lentamente una noche de luna

enferma, de dolientes penumbras misteriosas,

sosteniendo tus manos y regando una a una,

con un gesto de dádiva, las lumínicas rosas.

Y mirarán absortos el claror de tus huellas,

y clamará la jerga de aquel montón humano:

«Es un ladrón de estrellas…» Y tu pródiga mano

seguirá por la vida desparramando estrellas…

Intus

Te engañas, no has vivido… No basta que tus ojos

se abran como dos fuentes de piedad, que tus manos

se posen sobre todos los dolores humanos

ni que tus plantas crucen por todos los abrojos.

Te engañas, no has vivido mientras tu paso incierto

surque las lobregueces de tu interior a tientas;

mientras en un impulso de sembrador no sientas

fecundado tu espíritu, florecido tu huerto.

Hay que labrar tu campo, divinizar la vida,

tener con mano firme la lámpara encendida

sobre la eterna sombra, sobre el eterno abismo…

Y callar… mas tan hondo, con tan profunda calma,

que absorto en la infinita soledad de ti mismo,

no escuches sino el vasto silencio de tu alma.

Irás sobre la vida de las cosas…

Irás sobre la vida de las cosas

con noble lentitud; que todo lleve

a tu sensorio luz: blancor de nieve,

azul de linfas o rubor de rosas.

Que todo deje en ti como una huella

misteriosa grabada intensamente:

lo mismo el soliloquio de la fuente

que el flébil parpadeo de la estrella.

Que asciendas a las cumbres solitarias,

y allí, como arpa eólica, te azoten

los borrascosos vientos, y que broten

de tus cuerdas rugidos y plegarias.

Que esquives lo que ofusca y lo que asombra

al humano redil que abajo queda,

y que afines tu alma hasta que pueda

escuchar el silencio y ver la sombra.

Que te ames en ti mismo, de tal modo

compendiando tu ser, cielo y abismo,

que sin desviar los ojos de ti mismo

puedan tus ojos contemplarlo todo.

Y que llegues, por fin, a la escondida

playa con tu minúsculo universo,

y que logres oír tu propio verso

en que palpita el alma de la vida.

La ciudad absorta

Soplaba un manso viento de aquel lado del mar…

La turba era una sola alma para escuchar.

Se concentraba todo en el vago sonido

que venía de lejos… La tarde era tan pura

y la emoción tan honda, que el alma hubiera oído

el vuelo de un celaje cruzando por la altura.

Sólo el mar prolongaba su angustioso tormento

mientras la turba oía la palabra del viento.

Ciudad que vi una tarde y cuyo nombre ignoro;

ciudad de vida unánime y silencios de oro;

ciudad absorta y muda, ciudad cuyo sentido

único es la insaciable codicia del oído;

ciudad a quien la llama de crepúsculos rojos

no despierta una sola inquietud en los ojos;

ciudad que nada mira, ciudad que nada atiende

porque escucha y comprende…

Urbe de cuyos hombres, al pasar a su lado,

no podré decir nunca que me hubiesen mirado;

vieja ciudad fantástica de quien decir no acierto

si la crucé dormido o la soñé despierto…

¡He perdido tu rumbo! ¿Quién me dirá si existes,

obsesión de mis horas infecundas y tristes?

¡Quién sabe si entre sueños te volveré a escuchar,

oh viento que soplabas de aquel lado del mar!…

La muchacha que no ha visto el mar

Rosa, la pobre Rosa, no ha visto nunca el mar.

Echa a volar su sueño en el campo vecino,

a la alondra demanda el secreto del trino

cuando lanza a los vientos su canción matinal;

sabe de dónde nace la fuente rumorosa,

distingue con su nombre a cada mariposa

y oye correr el agua y se pone a soñar…

Yo le pregunto: Rosa,

¿no has visto nunca el mar?

En infantil asombro menea dulcemente

la cabecita rubia ; sobre la blanca frente

cruza por vez primera una sombra fugaz,

y se sacian sus ojos en el breve horizonte

que a dos pasos limitan la verdura del monte,

el arroyo de plata y el tupido juncal.

Oye hablar a la selva, cuya voz escondida

guarda aun su misterio… ¡Es tan corta la vida

para saberlo todo…! Siente la inmensidad

de lo breve y humilde en el ritmo diverso

que palpita en el alma de su pobre universo,

y ante lo ignoto siente un ansia de llorar.

Del instante que pasa, la virtud milagrosa

le revela el espíritu que vive en cada cosa

y su blanca inocencia pugna por alcanzar

un recóndito enigma…

Y yo pienso que Rosa

no ha visto nunca el mar…

Llama eterna

¿Qué brilla en tu mirar que el alma enciende

en la célica luz de un sol perdido?

¿Por qué en tu voz de tórtola mi oído

todo lo capta y todo lo comprende?

¿Qué místico mensaje se desprende

de tu silencio al corazón herido?

¿Qué efluvio de un instante ya vivido

en tu ritmo de gracia me sorprende?

Ausentes fuimos, pero nunca extraños.

Yo te debí de amar hace mil años

y agobiarte de idénticas preguntas.

Ayer perdida y recobrada ahora,

tras nueva ausencia y en lejana aurora

han de besarse nuestras almas juntas.

Mi tristeza es como un rosal florido…

Mi tristeza es como un rosal florido.

Si helado cierzo o ráfaga ardorosa

lo sacuden, el pétalo caído

se trueca en savia y se convierte en rosa…

Mi tristeza es como un rosal florido.

En mi dulce penumbra sin ruido,

la propia vida con mi llanto riego,

y las horas dolientes que he vivido

impregnan de perfumes mi sosiego…

Mi tristeza es como un rosal florido.

Tú que colgaste en mi dolor tu nido,

sabes que a cada mal brota una yema

y revienta un botón a cada olvido.

¡Perenne floración y eterno emblema!…

Mi tristeza es como un rosal florido.

Parábola del camino

A Esteban Flores

La vida es un camino…

Sobre rápido tren va un peregrino

salvando montes; otro va despacio

ya pie; siente la hierba, ve el espacio…

Y ambos siguen idéntico destino.

A los frívolos ojos del primero

pasa el desfile raudo de las cosas

que se velan y esfuman. El viajero

segundo bebe el alma de las rosas

y escucha las palabras del sendero.

De noche, el uno duerme en inconsciente

e infecundo sopor; el tren resbala

fácil sobre el talud de la pendiente,

y el viajero no siente

que en la campiña próvida se exhala

un concierto de aromas…

El prudente

que marcha a pie, reposa bajo el ala

de un gran ensueño, y trepa por la escala

excelsa de Jacob. Cuando el Oriente

clarea, se echa a andar, pero señala

el sitio aquel en que posó la frente.

Ambos llegan al término postrero;

mas no sabe el primero

qué vio, qué oyó; su espíritu desnudo

de toda adoración se encuentra mudo.

El otro peregrino recuerda cada voz, cada celaje,

y guarda los encantos del paisaje.

Y los hombres lo cercan, porque vino

a traer una nueva en su lenguaje

y hay en su acento un hálito divino…

Es como Ulises: hizo un bello viaje

y lo cuenta al final de su destino…

Porque la vida humana es un camino.

Parábola del huésped sin nombre

Han llamado a mi puerta,

que siempre está de par en par abierta

y que esta vez la ráfaga nocturna

cerró de un golpe…

Sola y taciturna,

en el umbral detiénese la extraña

silueta del viador. Lívida baña

su faz la luna; tiene el peregrino

sangre en los pies cansados del camino;

ojos en que retrátase y fulgura

una vasta visión que ha tiempo dura

en incesante asombro;

y con la gruesa alforja, la insegura

mano sustenta un báculo en el hombro.

-¿Quién eres tú? ¿De dónde

vienes, y adónde vas?… Y me responde:

-Nunca supe quién soy, y no sé nada

del principio y el fin de mi jornada.

¡Yo sólo sé que en la llanura incierta

de mi peregrinar, llegué a tu puerta;

que mi cansancio pide tu hospedaje,

y que a la aurora seguiré mi viaje.

Destino, patria, nombre…

¿No te basta saber que soy un hombre?

A sus palabras pienso que mi vida

es como una pregunta suspendida

en el arcano mudo, y digo: -Pasa,

sea la paz contigo en esta casa.

Y entra el viador, y nos quedamos luego

al amparo del fuego.

Nuestro mutismo sobrecoge y pasma,

y cual doble fantasma

que evocara un conjuro,

se alargan nuestras sombras en el muro…

Porque ya mis tristezas son como los matices…

Porque ya mis tristezas son como los matices

sombríos de los cuadros en que la luz fulgura;

porque ya paladeo la gota de la amargura

en el dorado néctar de las horas felices;

porque sé abandonarme, con la santa inconsciencia

de una tabla que flota, sobre el mar de la vida,

y aparté de mis labios la manzana prohibida

con que tentarme quiso el árbol de la ciencia;

porque supe vestirme con el albo ropaje

de mi niñez ingenua, aspirar el salvaje

aroma de los campos, embriagarme de sol,

y mirar como en antes el pájaro y la estrella

-el pájaro que un día me contó su querella;

la estrella que una noche conmigo sonrió-,

y porque ya me diste la calma indeficiente,

vida, y el don supremo de la sonrisa franca,

sobre la piedra blanca voy a posar mi frente

y marcaré este día con otra piedra blanca…

Rústica

El retozo

No en retóricas vanas el osado

el tiempo pierde y la ocasión propicia;

es tentación muy fuerte la delicia

de aquel rostro gentil y sonrosado.

La fresca brisa y el mullido prado

avivan el afán de la caricia…

¡Fuera en verdad torpeza o estulticia

a Eros tutelar dejar burlado!

Ni fácil ni segura la victoria,

por alcanzar del triunfador la gloria

ninguna avanza ni tampoco ceja;

ágil el mozo, la doncella ducha,

uno del otro dignos, nueva lucha

de Jacob con el Ángel asemeja.

Salle et sille

Quema a solas- ¡a solas!- el incienso

de tu santa inquietud, y sueña, y sube

por la escala del sueño…Cada nube

fue desde el mar hasta el azul inmenso.

Y guarda la mirada

que divisaste en tu sendero- una

a manera de ráfaga de luna

que filtraba el tamiz de la enramada-;

el perfume sutil de un misterioso

atardecer; la voz cuyo sonido

te murmuró mil cosas al oído;

el rojo luminoso

de una cumbre lejana;

la campana

que daba al viento su gemido vago…

La vida debe ser como un gran lago

cuajado al soplo de invernales brisas,

que lleva en su blancura sin rumores

las estelas de todas las sonrisas

y los surcos de todos los dolores.

Toda emoción sentida,

en lo más hondo de tu ser impresa

debe quedar, porque la ley es esa:

no turbar el silencio de la vida,

y sosegadamente

llorar , si hay que llorar, como la fuente

escondida.

Soledad tardía

Soledad, bien te busqué

mientras tuve compañía…

Soledad, soledad mía,

viniste cuando se fue…

De tus brazos me escapé

cuando en tus brazos dormía;

estar a solas quería

sin adivinar por qué.

Toda la noche vagué,

por verte, soledad mía;

regresé rayando el día,

y dormida la encontré.

De puntillas me alejé

burlando su compañía

por hallarte, y no te hallé;

pero un día que volví,

no la encontré…

¡Ay, mi soledad tardía,

viniste cuando se fue!

Lloré porque no podía

hallarte, soledad mía…

y lloré porque te hallé…

¿Te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos

¿Te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos

de la vida profunda el alma de cristal?…

Yo amaba solamente los crepúsculos rojos,

las nubes y los campos, la ribera y el mar…

Mis ojos eran hechos para formas sensibles;

me embriagaba la línea, adoraba el color;

apartaba mi espíritu de sueños imposibles,

desdeñaba las sombras enemigas del sol.

Del jardín me atraían el jazmín y la rosa

-la sangre de la rosa, la nieve del jazmín –

sin saber que a mi lado pasaba temblorosa,

hablándome en secreto, el alma del jardín.

Halagaban mi oído las voces de las aves,

la balada del viento, el canto del pastor,

y yo formaba coro con las notas suaves,

y enmudecían ellas y enmudecía yo…

Jamás seguir lograba el fugitivo rastro

de lo que ya no existe, de lo que ya se fue…

Al fenecer la nota, al apagarse el astro,

¡oh sombras, oh silencio, dormitabais también!

¿Te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos

de la vida profunda el alma de cristal?

Yo amaba solamente los crepúsculos rojos,

las nubes y los campos, la ribera y el mar…

Te engañas, no has vivido…

Te engañas, no has vivido… No basta que tus ojos

se abran como dos fuentes de piedad, que tus manos

se posen sobre todos los dolores humanos

ni que tus plantas crucen por todos los abrojos.

Te engañas, no has vivido mientras tu paso incierto

surque las lobregueces de tu interior a tientas;

mientras en un impulso de sembrador no sientas

fecundado tu espíritu, florecido tu huerto.

Hay que labrar tu campo, divinizar la vida,

tener con mano firme la lámpara encendida

sobre la eterna sombra, sobre el eterno abismo…

Y callar… mas tan hondo, con tan profunda calma,

que absorto en la infinita soledad de ti mismo,

no escuches sino el vasto silencio de tu alma.

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje…

Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje

que da su nota blanca al azul de la fuente;

él pasea su gracia no más, pero no siente

el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

Huye de toda forma y de todo lenguaje

que no vayan acordes con el ritmo latente

de la vida profunda. . .y adora intensamente

la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas

desde el Olimpo, deja el regazo de Palas

y posa en aquel árbol el vuelo taciturno…

Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta

pupila, que se clava en la sombra, interpreta

el misterioso libro del silencio nocturno.

Vienes a mí

Vienes a mí, te acercas y te anuncias

con tan leve rumor, que mi reposo

no turbas, y es un canto milagroso

cada una de las frases que pronuncias.

Vienes a mí, no tiemblas, no vacilas,

y hay al mirarnos atracción tan fuerte,

que lo olvidamos todo, vida y muerte,

suspensos en la luz de tus pupilas.

Y mi vida penetras y te siento

tan cerca de mi propio pensamiento

y hay en la posesión tan honda calma,

que interrogo al misterio en que me abismo

si somos dos reflejos de un ser mismo,

la doble encarnación de una sola alma.

Y pienso que la vida se me va con huida…

Y pienso que la vida se me va con huida

inevitable y rápida, y me conturbo, y pienso

en mis horas lejanas, y me asalta un inmenso

afán de ser el de antes y desandar la vida.

¡Oh los pasos sin rumbo por la senda perdida,

los anhelos inútiles, el batallar intenso!

¿Cómo flotáis ahora, blancas nubes de incienso

quemado en los altares de una deidad mentida?

Páginas tersas, páginas de los libros, lecturas

de espejismos enfermos, de cuestiones oscuras…

¡Ay, lo que yo he leído! ¡Ay, lo que yo he soñado!…

Tristes noches de estéril meditación, quimera

que ofuscaste mi espíritu sin dejarme siquiera

mirar que iba la vida sonriendo a mi lado…

Yo voy alegremente por donde va la vida…

Yo voy alegremente por donde va la vida,

entre vernales hálitos o ventiscas de otoño,

mirando cómo cuaja en la yema el retoño

o cómo voltejea una rosa caída.

Yo voy con el pie ligero y labio sonriente

a veces solo, a veces con el turbión humano,

y llevo mis ensueños cogido de la mano

y mi enjambre de rimas en torno de la frente.

Tengo una flama oculta que siempre va conmigo,

flama de amor que nunca se extingue ni consume;

si hay una flor al paso, aspiro su perfume;

si hay una fresca boca, corro a besarla… y sigo…

Yo soy como un viajero que cruza la floresta

sin que jamás le importe ni rumbo ni distancia,

a quien el bosque entona un himno de fragancia,

una canción de risas y un madrigal de fiesta.

Yo sé que viento y lluvias con ímpetu salvaje

suelen barrer las frondas; mas tengo yo un asilo

callado y misterioso en que esperar tranquilo

a que el sosiego torne y a que el torrente baje.

¡Oh mi divina gruta de goces interiores

en que la vida adquiere intensidad extraña,

que sólo yo conozco, que eternamente baña

un sol que prende luces y que revienta flores!

Allí callada y sola va a meditar el alma

como la linfa corre, como la alondra vuela;

allí el ensueño pasa cual fugitiva estela

que va regando espumas sobre la mar en calma.

Tristezas. . . sí las tengo; mas cuando el alma llora,

un inefable goce con mi dolor se aduna;

romántico trovero de las noches de luna,

soy lujurioso amante del sol y de la aurora.

Yo voy alegremente… De eróticas empresas

no la ocasión propicia esquivo, a fuer de sabio,

y en más de alguna boca bebió el sediento labio

la sangre de las moras y el jugo de las fresas. . .

Yo vivo alegremente; y al dar mi despedida

a mi postrer crepúsculo o a mi última alborada,

estrecharé en mis manos la mano de la amada

y cerraré mis ojos al beso de la vida.