González, Angel

Reseña biográfica

Poeta, catedrático y ensayista español nacido en Oviedo en 1922.

Su poesía, llena de contrastes, discurre entre lo efímero y lo eterno, características que llevan al lector a divagar y soñar en los temas del amor y de la vida.

Fue maestro nacional, licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y periodista por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Enseñó Literatura Española Contemporánea en la

Universidad de Alburquerque, U.S.A., habiendo sido profesor visitante en las de Nuevo México, Utah, Maryland y Texas.

Miembro de la Real Academia Española, fue galardonado, entre otros, con el Premio Antonio Machado en 1962, el Premio Príncipe de Asturias en 1985, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996 y el Primer Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada en el año 2004.

De su obra se destacan los títulos: “Áspero mundo” 1955 , “Sin esperanza, con convencimiento”

1961, “Grado elemental” 1961, “Tratado de urbanismo” 1967, “Breves acotaciones para una

biografía” 1971, “Prosemas o menos” 1983, “Deixis de un fantasma” 1992 y su último libro,

“Otoño y otras luces” 2001.

Falleció en Madrid el 12 de enero de 2008.

A mano amada

A mano amada,

cuando la noche impone su costumbre de insomnio

y convierte

cada minuto en el aniversario

de todos los sucesos de una vida;

allí,

en la esquina más negra del desamparo, donde

el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,

otros

apoyan en mi espalda

el alma blanca de un lejano sueño,

y con voz inaudible,

con implacables labios silenciosos,

¡el olvido o la vida!,

me reclaman.

Reconozco los rostros.

No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver

y siento

que me apuñalan fría,

justamente,

con ese hierro viejo:

la memoria.

A veces

Escribir un poema se parece a un orgasmo:

mancha la tinta tanto como el semen,

empreña también más en ocasiones.

Tardes hay, sin embargo,

en las que manoseo las palabras,

muerdo sus senos y sus piernas ágiles,

les levanto las faldas con mis dedos,

las miro desde abajo,

les hago lo de siempre

y, pese a todo, ved:

¡no pasa nada!

Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:

“Lo digo y no me corro”.

Pero él disimulaba.

Así nunca volvió a ser

Como llevaba trenza

la llamábamos trencita en la tarde del jueves.

Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba

a una extraña región de la que nunca volveríamos.

Porque es casi imposible abandonar

aquel olor a tierra de su cabello sucio,

sus ásperas rodillas todavía con polvo

y con sangre de la última caída

y, sobre todo,

la nacarada nuca donde se demoraban

unas gotas de luz cuando ya luz no había.

Allí me dejó un día de verano

y jamás regresó

a recoger mi insomne pensamiento

que desde entonces vaga por sus brazos

corrigiendo su ruta, terco y contradictorio,

lo mismo que una hormiga que no sabe salir

de la rama de un árbol en el que se ha perdido.

Breves acotaciones para una biografía

Cuando tengas dinero regálame un anillo,

cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,

cuando no sepas qué hacer vente conmigo,

pero luego no digas que no sabes lo que haces.

Haces haces de leña en las mañanas

y se te vuelven flores en los brazos.

Yo te sostengo asida por los pétalos,

como te muevas te arrancaré el aroma.

Pero ya te lo dije:

cuando quieras marcharte ésta es la puerta:

se llama Ángel y conduce al llanto.

Bosque

Cruzas por el crepúsculo.

El aire

tienes que separarlo casi con las manos

de tan denso, de tan impenetrable.

Andas. No dejan huellas

tus pies. Cientos de árboles

contienen el aliento sobre tu

cabeza. Un pájaro no sabe

que estás allí, y lanza su silbido

largo al otro lado del paisaje.

El mundo cambia de color: es como el eco

del mundo. Eco distante

que tú estremeces, traspasando

las últimas fronteras de la tarde.

Canción de amiga

Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.

Las calles de la ciudad son láminas de hielo.

Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.

Las estrellas tan altas son destellos de hielo.

Helado está también mi corazón,

pero no fue en invierno.

Mi amiga,

mi dulce amiga,

aquella que me amaba,

me dice que ha dejado de quererme.

No recuerdo un invierno tan frío como éste.

Canción, glosa t cuestiones

Ese lugar que tienes,

cielito lindo,

entre las piernas,

ese lugar tan íntimo

y querido,

es un lugar común.

Por lo citado y por lo concurrido.

Al fin, nada me importa:

me gusta en cualquier caso.

Pero hay algo que intriga.

¿Cómo

solar tan diminuto

puede ser compartido

por una población tan numerosa?

¿Qué estatutos regulan el prodigio?

Capital de provincia

Ciudad de sucias tejas soleadas:

casi eres realidad, apenas nido

sólo un rumor, un humo desprendido,

de las praderas verdes y asombradas.

Luego hay hombres de vidas apretadas

a tu destino semiderruido

y muchachas que crecen entre el ruido

cual si estuvieran entre amor sembradas.

A casi todas miro tiernamente,

y los viejos alegran tus afueras

con sus traviesas cabelleras blancas.

Yo estoy contento y, cariñosamente,

caballo gris me gustaría que fueras

para darte palmadas en las ancas.

Carta sin despedida

A veces,

mi egoísmo

me llena de maldad,

y te odio casi

hasta hacerme daño

a mí mismo:

son los celos, la envidia,

el asco

al hombre, mi semejante

aborrecible, como yo

corrompido y sin

remedio,

mi querido

hermano y parigual en la

desgracia.

A veces -o mejor dicho:

casi nunca-,

te odio tanto que te veo

distinta.

Ni en corazón ni en alma

te pareces

a la que amaba sólo

hace un instante,

y hasta tu cuerpo cambia

y es más bello

-quizá por imposible

y por lejano-.

Pero el odio también me

modifica

a mí mismo,

y cuando quiero darme

cuenta

soy otro

que no odia, que ama

a esa desconocida cuyo

nombre es el tuyo,

que lleva tu apellido,

y tiene,

igual que tú,

el cabello largo.

Cuando sonríes,

yo te reconozco,

identifico tu perfil

primero,

y vuelvo a verte,

al fin,

tal como eras, como

sigues

siendo,

como serás ya siempre,

mientras te ame.

¿Cómo seré…

¿Cómo seré o

cuando no sea yo?

Cuando el tiempo

haya modificado mi estructura,

y mi cuerpo sea otro,

otra mi sangre,

otros mis ojos y otros mis cabellos.

Pensaré en ti, tal vez.

Seguramente,

mis sucesivos cuerpos

-prolongándome, vivo, hacia la muerte-

se pasarán de mano en mano

de corazón a corazón,

de carne a carne,

el elemento misterioso

que determina mi tristeza

cuando te vas,

que me impulsa a buscarte ciegamente,

que me lleva a tu lado

sin remedio:

lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos

-qué importa que no sean estos ojos-

te seguirán a donde vayas, fieles.

Crepúsculo, Albuquerque, invierno

No fue un sueño,

lo vi:

La nieve ardía.

Cumpleaños

Yo lo noto: cómo me voy volviendo

menos cierto, confuso,

disolviéndome en el aire

cotidiano, burdo

jirón de mí, deshilachado

y roto por los puños

Yo comprendo: he vivido

un año más, y eso es muy duro.

¡Mover el corazón todos los días

casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario

morirse muchas veces mucho.

Danae

La tarde muere envuelta en su tristeza.

Paisaje tierno para soñadoras

miradas de mujer, exploradoras

de su melancolía en la belleza.

Danae apoya en sus manos la cabeza.

El ambiente que el sol último dora

es una leve, dulce y turbadora

caricia que la oprime con pereza.

Un pajarillo gris, desde una vana

rama, canta a la tarde lenta y rosa.

Oro de sol entra por la ventana

y Danae, indiferente y ojerosa,

siente el alma transida de desgana

y se deja, pensando en otra cosa.

Deixis en fantasma

Aquello.

No eso.

Ni

-mucho menos- esto.

Aquello.

Lo que está en el umbral

de mi fortuna.

Nunca llamado, nunca

esperado siquiera;

sólo presencia que no ocupa espacio,

sombra o luz fiel al borde de mí mismo

que ni el viento arrebata, ni la lluvia disuelve,

ni el sol marchita, ni la noche apaga.

Tenue cabo de brisa

que me ataba a la vida dulcemente.

Aquello

que quizá hubiese sido

posible,

que sería posible todavía

hoy o mañana si no fuese

un sueño.

Domingo

Domingo, flor de luz, casi increíble

día. Bajas sobre la tierra

como un ángel inútil y dorado.

Besas

a las muchachas

de turbia cabellera,

vistes de azul marino

a los hombres que te aman, y dejas

en las manos del niño

un aro de madera

o una simple esperanza. Repartes

golondrinas, globos de primavera,

te subes a las torres

y giras las veletas

oxidadas. Tu viento agita faldas

de colores, estremece banderas,

lleva lejos canciones

y sonrisas, llena

las estancias de polvo plateado.

Los árboles esperan

tu llegada

para cubrirse de gorriones. Sabe más fresca

el agua de las fuentes.

Las campanas dispersan

palomas imprevistas

que vuelan

de otro modo.

No hay nadie que no sepa

que es domingo,

domingo.

Tu presencia

de espuma lava,

eleva,

hace flotar las cosas y los seres

en un nítido cielo que no era

-el lunes- de verdad:

apenas desteñido papel, vidrio olvidado,

polvo tedioso sobre las aceras.

El derrotado

Atrás quedaron los escombros:

humeantes pedazos de tu casa,

veranos incendiados, sangre seca

sobre la que se ceba -último buitre-

el viento.

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia

el tiempo bien llamado porvenir.

Porque ninguna tierra

posees,

porque ninguna patria

es ni será jamás la tuya,

porque en ningún país

puede arraigar tu corazón deshabitado.

Nunca -y es tan sencillo-

podrás abrir una cancela

y decir, nada más: «buen día,

madre».

Aunque efectivamente el día sea bueno,

haya trigo en las eras

y los árboles

extiendan hacia ti sus fatigadas

ramas, ofreciéndote

frutos o sombra para que descanses.

El día se ha ido

Ahora andará por otras tierras,

llevando lejos luces y esperanzas,

aventando bandadas de pájaros remotos,

y rumores, y voces, y campanas,

-ruidoso perro que menea la cola

y ladra ante las puertas entornadas.

(Entretanto, la noche, como un gato

sigiloso, entró por la ventana,

vio unos restos de luz pálida y fría, y

se bebió la última taza.)

Sí;

definitivamente el día se ha ido.

Mucho no se llevó (no trajo nada);

sólo un poco de tiempo entre los dientes,

un menguado rebaño de luces fatigadas.

Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto,

sin duda alguna, volverá mañana.

Ahuyentará a ese gato negro.

Ladrará hasta sacarme de la cama.

Pero no será igual. Será otro día.

Será otro perro de la misma raza.

El otoño se acerca

El otoño se acerca con muy poco ruido:

apagadas cigarras, unos grillos apenas,

defienden el reducto

de un verano obstinado en perpetuarse,

cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada,

pero un silencio súbito ilumina el prodigio:

ha pasado

un ángel

que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.

Elegía pura

Aquí no pasa nada,

salvo el tiempo:

irrepetible

música que resuena,

ya extinguida,

en un corazón hueco, abandonado,

que alguien toma un momento,

escucha

y tira.

Elegido por aclamación

Sí, fue un malentendido.

Gritaron: ¡a las urnas!

y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego.

Era pundonoroso y mató mucho.

Con pistolas, con rifles, con decretos.

Cuando envainó la espada dijo, dice:

La democracia es lo perfecto.

El público aplaudió. Sólo callaron,

impasibles, los muertos.

El deseo popular será cumplido.

A partir de esta hora soy -silencio-

el Jefe, si queréis. Los disconformes

que levanten el dedo.

Inmóvil mayoría de cadáveres

le dio el mando total del cementerio.

Empleo de la nostalgia

Amo el campus

universitario,

sin cabras,

con muchachas

que pax

pacem

en latín,

que meriendan

pas pasa pan

con chocolate

en griego,

que saben lenguas vivas

y se dejan besar

en el crepúsculo

(también en las rodillas)

y usan

la cocacola como anticonceptivo.

Ah las flores marchitas de los libros de texto

finalizando el curso

deshojadas

cuando la primavera

se instala

en el culto jardín del rectorado

por manos todavía adolescentes

y roza con sus rosas

manchadas de bolígrafo y de tiza

el rostro ciego del poeta

transustanciándose en un olor agrio

a naranjas

Homero

o semen

Todo eso será un día

materia de recuerdo y de nostalgia.

Volverá, terca, la memoria

una vez y otra vez a estos parajes,

lo mismo que una abeja

da vueltas al perfume

de una flor ya arrancada:

inútilmente.

Pero esa luz no se extinguirá nunca:

llamas que aún no consumen

…ningún presentimiento

puede quebrar ]as risas

que iluminan

las rosas y ]os cuerpos

y cuando el llanto llegue

como un halo

los escombros

la descomposición

que los preserva entre las sombras

puros

no prevalecerán

serán más ruina

absortos en sí mismos

y sólo erguidos quedarán intactos

todavía más brillantes

ignorantes de sí

esos gestos de amor…

sin ver más nada.

En este instante, breve y duro instante…

En este instante, breve y duro instante,

¡cuántas bocas de amor están unidas,

cuántas vidas se cuelgan de otras vida

exhaustas en su entrega palpitante!

Fugaz como el destello de un diamante,

¡qué de manos absurdamente asidas

quieren cerrar las más leves salidas

a su huida perpetua e incesante!

Lentos, aquí y allá, y adormecidos,

¡tantos labios elevan espirales

de besos!… Sí, en este instante, ahora

que ya pasó, que ya lo hube perdido,

del cual conservo sólo los cristales

rotos, primera ruina de la aurora.

(En este instante, breve, y duro instante…)

En ti me quedo

De vuelta de una gloria inexistente,

después de haber avanzado un paso hacia ella,

retrocedo a velocidad indecible,

alegre casi como quien dobla la esquina de la

calle donde hay una reyerta,

llorando avergonzado como el adolescente

hijo de viuda sexagenaria y pobre

expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.

Estoy aquí,

donde yo siempre estuve,

donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.

La soledad es un farol certeramente apedreado:

sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta

de la casa que fue desarraigada

de sus cimientos por los huracanes:

quicio-resquicio por donde entro y salgo

cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),

del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),

del todo (me hace daño) al nada (me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente

la distancia que separa Tokio de Copenhague,

pero con más rapidez todavía

me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros

de mí mismo,

de prisa,

muy de prisa,

en un abrir y cerrar de ojos,

en sólo una diezmilésima de segundo,

lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,

que me permite,

si mis cálculos son correctos,

estar en este instante aquí,

después mucho más lejos,

mañana en un lugar sito a casi mil millas,

dentro de una semana en cualquier parte

de la esfera terrestre,

por alejada que os parezca ahora.

Consciente de esa circunstancia,

en muchas ocasiones emprendo largos viajes;

pero apenas me desplazo unos milímetros

hacia los destinos más remotos,

la nostalgia me muerde las entrañas,

y regreso a mi posición primera

alegre y triste a un tiempo

-como dije al principio:

alegre,

porque sé que tú eres mi patria,

amor mío;

y triste,

porque toda patria, para los que la amamos,

– de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-

tiene también bastante de presidio.

Así,

en ti me quedo,

paseo largamente tus piernas y tus brazos,

asciendo hasta tu boca, me asomo

al borde de tus ojos,

doy la vuelta a tu cuello,

desciendo por tu espalda,

cambio de ruta para recorrer tus caderas,

vuelvo a empezar de nuevo,

descansando en tu costado,

miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,

digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,

y si cierras los ojos cierro también los míos,

y me duermo a tu sombra como si siempre fuera

verano,

amor,

pensando vagamente

en el mundo inquietante

que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.

Entonces

Entonces,

en los atardeceres de verano,

el viento

traía desde el campo hasta mi calle

un inestable olor a establo

y a hierba susurrante como un río

que entraba con su canto y con su aroma

en las riberas pálidas del sueño.

Ecos remotos,

sones desprendidos

de aquel rumor,

hilos de una esperanza

poco a poco deshecha,

se apagan dulcemente en la distancia:

ya ayer va susurrante como un río

llevando lo soñado aguas abajo,

hacia la blanca orilla del olvido.

Epílogo

Me arrepiento de tanta inútil queja,

de tanta

tentación improcedente.

Son las reglas del juego inapelables

y justifican toda, cualquier pérdida.

Ahora

sólo lo inesperado o lo imposible

podría hacerme ll0rar:

una resurrección, ninguna muerte.

Eso era amor

Le comenté:

-Me entusiasman tus ojos.

Y ella dijo:

-¿Te gustan solos o con rimel?

-Grandes,

respondí sin dudar.

Y también sin dudar

me los dejó en un plato y se fue a tientas.

Esperanza

Esperanza,

araña negra del atardecer.

Tu paras

no lejos de mi cuerpo

abandonado, andas

en torno a mí,

tejiendo, rápida,

inconsistentes hilos invisibles,

te acercas, obstinada,

y me acaricias casi con tu sombra

pesada

y leve a un tiempo.

Agazapada

bajo las piedras y las horas,

esperaste, paciente, la llegada

de esta tarde

en la que nada

es ya posible…

Mi corazón:

tu nido.

Muerde en él, esperanza.

Esto no es nada

Si tuviésemos la fuerza suficiente

para apretar como es debido un trozo de madera,

sólo nos quedaría entre las manos

un poco de tierra.

Y si tuviésemos más fuerza todavía

para presionar con toda la dureza

esa tierra, sólo nos quedaría

entre las manos un poco de agua.

Y si fuese posible aún

oprimir el agua,

ya no nos quedaría entre las manos

nada.

Inmortalidad de la nada

Todo lo consumado en el amor

no será nunca gesta de gusanos.

Los despojos del mar roen apenas

los ojos que jamás

-porque te vieron-,

jamás

se comerá la tierra al fin del todo.

Yo he devorado tú

me has devorado

en un único incendio.

Abandona cuidados:

lo que ha ardido

ya nada tiene que temer del tiempo.

Inventario de lugares propicios al amor

Son pocos.

La primavera está muy prestigiada, pero

es mejor el verano.

Y también esas grietas que el otoño

forma al interceder con los domingos

en algunas ciudades

ya de por sí amarillas como plátanos.

El invierno elimina muchos sitios:

quicios de puertas orientadas al norte,

orillas de los ríos,

bancos públicos.

Los contrafuertes exteriores

de las viejas iglesias

dejan a veces huecos

utilizables aunque caiga nieve.

Pero desengañémonos: las bajas

temperaturas y los vientos húmedos

lo dificultan todo.

Las ordenanzas, además, proscriben

la caricia ( con exenciones

para determinadas zonas epidérmicas

-sin interés alguno-

en niños, perros y otros animales)

y el «no tocar, peligro de ignominia»

puede leerse en miles de miradas.

¿Adónde huir, entonces?

Por todas partes ojos bizcos,

córneas torturadas,

implacables pupilas,

retinas reticentes,

vigilan, desconfían, amenazan.

Queda quizá el recurso de andar solo,

de vaciar el alma de ternura

y llenarla de hastío e indiferencia,

en este tiempo hostil, propicio al odio.

La vida en juego

Donde pongo la vida pongo el fuego

de mi pasión volcada y sin salida.

Donde tengo el amor, toco la herida.

Donde pongo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego

vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.

Perdida la de ayer, la de hoy perdida,

no me doy por vencido, y sigo, y juego

lo que me queda: un resto de esperanza.

Al siempre va. Mantengo mi postura.

Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza.

Los sábados

Las prostitutas madrugan mucho

para estar dispuestas…

Elena despertó a las dos y cinco,

abrió despacio las contraventanas

y el sol de invierno hirió sus ojos

enrojecidos. Apoyada

la frente en el cristal,

miró a la calle: niños con bufandas,

perros. Tres curas

paseaban.

En ese mismo instante,

Dora comenzaba

a ponerse las medias.

Las ligas le dejaban

una marca en los muslos ateridos.

Al encender la radio -«Aída:

marcha nupcial»-,

recordaba palabras

-«Dora, Dorita, te amo»-

a la vez que intentaba

reconstruir el rostro de aquel hombre

que se fue ayer -es decir, hoy- de madrugada,

y leía distraída una moneda:

«Veinticinco pesetas.» «…por la gracia

de Dios.»

(Y por la cama)

Eran las tres y diez cuando Conchita

se estiraba

la piel de las mejillas

frente al espejo. Bostezó. Miraba

su propio rostro con indiferencia.

Localizó tres canas

en la raíz oscura de su pelo

amarillo. Abrió luego una caja

de crema rosa, cuyo contenido

extendió en torno a su nariz. Bostezaba,

y aprovechó aquel gesto

indefinible para

comprobar el estado

de una muela careada

allá en el fondo de sus fauces secas,

inofensivas, turbias, algo hepáticas.

Por otra parte,

también se preparaba

la ciudad.

El tren de las catorce treinta y nueve

alteró el ritmo de las calles. Miradas

vacilantes, ojos

confusos, planteaban

imprecisas preguntas

que las bocas no osaban

formular.

En los cafés, entraban

y salían los hombres, movidos

por algo parecido a una esperanza.

Se decía que aún era temprano. Pero

a las cuatro, Dora comenzaba

a quitarse las medias -las ligas

dejaban una marca

en sus muslos.

Lentas, solemnes, eclesiásticas,

volaban de las torres

palomas y campanas.

Mientras

se bajaba la falda,

Conchita vio su cuerpo

-y otra sombra vaga-

moverse en el espejo

de su alcoba. En las calles y plazas

palidecía la tarde de diciembre. Elena

cerró despacio las contraventanas.

Me basta así

Si yo fuera Dios

y tuviese el secreto,

haría

un ser exacto a ti;

lo probaría

(a la manera de los panaderos

cuando prueban el pan, es decir:

con la boca),

y si ese sabor fuese

igual al tuyo, o sea

tu mismo olor, y tu manera

de sonreír,

y de guardar silencio,

y de estrechar mi mano estrictamente,

y de besarnos sin hacernos daño

-de esto sí estoy seguro: pongo

tanta atención cuando te beso;

entonces,

si yo fuese Dios,

podría repetirte y repetirte,

siempre la misma y siempre diferente,

sin cansarme jamás del juego idéntico,

sin desdeñar tampoco la que fuiste

por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero

aclarar que si yo fuese

Dios, haría

lo posible por ser Ángel González

para quererte tal como te quiero,

para aguardar con calma

a que te crees tú misma cada día,

a que sorprendas todas las mañanas

la luz recién nacida con tu propia

luz, y corras

la cortina impalpable que separa

el sueño de la vida,

resucitándome con tu palabra,

Lázaro alegre,

yo,

mojado todavía

de sombras y pereza,

sorprendido y absorto

en la contemplación de todo aquello

que, en unión de mí mismo,

recuperas y salvas, mueves, dejas

abandonado cuando -luego- callas…

(Escucho tu silencio.

Oigo

constelaciones: existes.

Creo en ti.

Eres.

Me basta.

Me he quedado sin pulso y sin aliento…

Me he quedado sin pulso y sin aliento

separado de ti. Cuando respiro,

el aire se me vuelve en un suspiro

y en polvo el corazón de desaliento.

No es que sienta tu ausencia el sentimiento.

Es que la siente el cuerpo. No te miro.

No te puedo tocar por más que estiro

los brazos como un ciego contra el viento.

Todo estaba detrás de tu figura.

Ausente tú, detrás todo de nada,

borroso yermo en el que desespero.

Ya no tiene paisaje mi amargura.

Prendida de tu ausencia mi mirada,

contra todo me doy, ciego me hiero.

Mientras tú existas…

Mientras tú existas,

mientras mi mirada

te busque más allá de las colinas,

mientras nada

me llene el corazón,

si no es tu imagen, y haya

una remota posibilidad de que estés viva

en algún sitio, iluminada

por una luz cualquiera…

Mientras

yo presienta que eres y te llamas

así, con ese nombre tuyo

tan pequeño,

seguiré como ahora, amada

mía,

transido de distancia,

bajo ese amor que crece y no se muere,

bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

Milagro de la luz

Milagro de la luz: la sombra nace,

choca en silencio contra las montañas,

se desploma sin peso sobre el suelo

desvelando a las hierbas delicadas.

Los eucaliptos dejan en la tierra

la temblorosa piel de su alargada

silueta, en la que vuelan fríos

pájaros que no cantan.

Una sombra más leve y más sencilla,

que nace de tus piernas, se adelanta

para anunciar el último, el más puro

milagro de la luz: tú contra el alba.

Muerte en el olvido

Yo sé que existo

porque tu me imaginas.

Soy alto porque tu me crees

alto, y limpio porque tú me miras

con buenos ojos,

con mirada limpia.

Tu pensamiento me hace

inteligente, y en tu sencilla

ternura, yo soy también sencillo

y bondadoso.

Pero si tú me olvidas

quedaré muerto sin que nadie

lo sepa. Verán viva

mi carne, pero será otro hombre

-oscuro, torpe, malo- el que la habita…

Nada es lo mismo

La lágrima fue dicha…

Olvidemos

el llanto

y empecemos de nuevo,

con paciencia,

observando a las cosas

hasta hallar la menuda diferencia

que las separa

de su entidad de ayer

y que define

el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar por el caído

fruto,

por el fracaso

de ese deseo hondo,

compacto como un grano de simiente?

No es bueno repetir lo que está dicho.

Después de haber hablado,

de haber vertido lágrimas,

silencio y sonreíd:

Nada es lo mismo.

Habrá palabras nuevas para la nueva historia

y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.

Otras veces

Quisiera estar en otra parte,

mejor en otra piel,

y averiguar si desde allí la vida,

por las ventanas de otros ojos,

se ve así de grotesca algunas tardes.

Me gustaría mucho conocer

el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras,

comprobar si el pasado

impregna los tejidos del mismo zumo acre,

si todos los recuerdos en todas las memorias

desprenden este olor

a fruta madura mustia y a jazmín podrido.

Desearía mirarme

con las pupilas duras de aquel que más me odia,

para que así el desprecio

destruya los despojos

de todo lo que nunca enterrará el olvido.

Otro tiempo vendrá distinto a éste…

Otro tiempo vendrá distinto a éste.

Y alguien dirá:

«Hablaste mal. Debiste haber contado

otras historias:

violines estirándose indolentes

en una noche densa de perfumes,

bellas palabras calificativas

para expresar amor ilimitado,

amor al fin sobre las cosas

todas.»

Pero hoy,

cuando es la luz del alba

como la espuma sucia

de un día anticipadamente inútil,

estoy aquí,

insomne, fatigado, velando

mis armas derrotadas,

y canto

todo lo que perdí: por lo que muero.

Palabra muerta, palabra perdida

Mi memoria conserva apenas solo

el eco vacilante de su alta melodía:

lamento de metal, rumor de alambre,

voz de junco, también

latido, vena.

Recuerdo claramente su erre temblorosa,

su estremecida erre suspendida

sobre un abismo de silencio y ámbar,

desprendiéndose casi

de la música oscura que por detrás la asía,

defendiéndose apenas

del cálido misterio que la alzaba en el aire

creando un solo cuerpo de luz y de belleza.

Luminosa y precisa,

yo la sentía en mi ser profundamente,

sabía su sentido,

descifraba sin llanto su mensaje,

porque acaso ella fuese

-o sin acaso: cierto-

la única palabra irrefrenable

que mi sangre entendía y pronunciaba:

una palabra para estar seguro,

talismán infalible

significando aquello que nombraba.

Como un perfume que lo explica todo,

como una luz inesperada,

su presencia de viento y melodía

hería los sentidos, golpeaba

el corazón,

estremecía la carne

con el presentimiento verdadero

de la honda realidad que descubría.

Pronunciarla despacio equivalía

a ver, a amar, a acariciar un cuerpo,

a oler el mar, a oír la primavera,

a morder una fruta de piel dulce.

Todo ocurría así, hasta que un día

la dije bien, y no entendí su cántico.

La grité clara, la repetí dura,

y esperé ávidamente,

y percibí, lejano,

un eco inexplicable, infiel

reflejo

que en vez de iluminar, oscurecía,

que en vez de revelar, cubrió de tierra

la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje.

Cuando un nombre no nombra, y se vacía,

desvanece también, destruye, mata

la realidad que intenta su designio.

Para nada

Trabajé el aire

se lo entregué al viento:

voló, se deshizo,

se volvió silencio.

Por el ancho mar,

por los altos cielos,

trabajé la nada,

realicé el esfuerzo,

perforé la luz

ahondé el misterio.

Para nada, ahora,

para nada, luego;

humo son mis obras,

cenizas mis hechos.

…Y mi corazón

que se queda en ellos.

Porvenir

Te llaman porvenir

porque no vienes nunca.

Te llaman: porvenir,

y esperan que tú llegues

como un animal manso

a comer en su mano.

Pero tú permaneces

más allá de las horas,

agazapado no se sabe dónde.

!Mañana! Y mañana será otro día tranquilo

un día como hoy, jueves o martes,

cualquier cosa y no eso

que esperamos aún, todavía, siempre.

Preámbulo a un silencio

Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas

a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol

en verano

y se calla.

(? ¿Dije tranquilamente? falso, falso:

uno se sienta inquieto, haciendo extraños gestos,

pisoteando las hojas abatidas

por la furia de un otoño sombrío,

destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos,

mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,

escupiendo en los charcos invernales,

golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas

que permanecen indiferentes al paso de la primavera

una primavera urbana que asoma con timidez los flecos

de sus cabellos verdes allá arriba,

detrás del zinc oscuro de los canalones,

levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a

punto de ser de polvo.)

Eso es cierto, tan cierto

como que tengo un nombre con alas celestiales,

arcangélico nombre que a nada corresponde:

Ángel

me dicen

y yo me levanto

disciplinado y recto

con las alas mordidas

quiero decir: las uñas

y sonrío y me callo porque, en último extremo,

uno tiene conciencia

de la inutilidad de todas las palabras.

Quise

A Susana Rivera

Quise mirar el mundo con tus ojos

ilusionados, nuevos,

verdes en su fondo

como la primavera.

Entré en tu cuerpo lleno de esperanza

para admirar tanto prodigio desde

el claro mirador de tus pupilas.

Y fuiste tú la que acabaste viendo

el fracaso del mundo con las mías.

Siempre lo que quieras

Cuando tengas dinero regálame un anillo,

cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,

cuando no sepas qué hacer vente conmigo

-pero luego no digas que no sabes lo que haces.

Haces haces de leña en las mañanas

y se te vuelven flores en los brazos.

Yo te sostengo asida por los pétalos,

como te muevas te arrancaré el aroma.

Pero ya te lo dije:

cuando quieras marcharte ésta es la puerta:

se llama Ángel y conduce al llanto.

Son las gaviotas, amor

Son las gaviotas, amor.

Las lentas, altas gaviotas.

Mar de invierno. El agua gris

mancha de frío las rocas.

Tus piernas, tus dulces piernas,

enternecen a las olas.

Un cielo sucio se vuelca

sobre el mar. El viento borra

el perfil de las colinas

de arena. Las tediosas

charcas de sal y de frío

copian tu luz y tu sombra.

Algo gritan, en lo alto,

que tú no escuchas, absorta.

Son las gaviotas, amor.

Las lentas, altas gaviotas.

Te tuve

Te tuve

cuando eras

dulce,

acariciado mundo.

Realidad casi nube,

¡cómo te me volaste de los brazos!

Ahora te siento nuevamente.

No por tu luz, sino por tu corteza,

percibo tu inequívoca

presencia,

…agrios perfiles, duros meridianos,

¡áspero mundo para mis dos manos¡

Todo amor es efímero

Ninguna era tan bella como tú

durante aquel fugaz momento en que te amaba:

mi vida entera.

Todos ustedes parecen felices…

…Y sonríen, a veces, cuando hablan.

Y se dicen , incluso,

palabras

de amor. Pero

se aman

de dos en dos

para

odiar de mil

en mil. Y guardan

toneladas de asco

por cada

milímetro de dicha.

Y parecen -nada

más que parecen- felices,

y hablan

con el fin de ocultar esa amargura

inevitable, y cuántas

veces no lo consiguen, como

no puedo yo ocultarla

por más tiempo; esta

desesperante, estéril, larga

ciega desolación por cualquier cosa

que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra.

Última gracia

Acaso

ese golpe final

-yo ya caído-

no fue otro acto de crueldad,

sino una prueba

de la piedad que decían no tenerme

Vals del atardecer

Los pianos golpean con sus colas

enjambres de violines y de violas.

Es el vals de las solas

y solteras,

el vals de las muchachas casaderas,

que arrebata por rachas

su corazón raído de muchachas.

A dónde llevará esa leve brisa,

a qué jardín con luna esa sumisa

corriente

que gira de repente

desatando en sus vueltas

doradas cabelleras, ahora sueltas,

borrosas, imprecisas

en el río de música y metralla

que es un vals cuando estalla

sus trompetas.

Todavía inquietas,

vuelan las flautas hacia el cordelaje

de las arpas ancladas en la orilla

donde los violoncelos se han dormido.

Los oboes apagan el paisaje.

Las muchachas se apean en sus sillas,

se arreglan el vestido

con manos presurosas y sencillas,

y van a los lavabos, como después de un viaje.

Ya nada es ahora

Largo es el arte; la vida en cambio corta

como un cuchillo

Pero nada ya ahora

-ni siquiera la muerte, por su parte

inmensa-

podrá evitarlo:

exento, libre,

como la niebla que al romper el día

los hondos valles del invierno exhalan,

creciente en un espacio sin fronteras,

ese amor ya sin ti me amará siempre.