Glück, Loise Elisabeth

Reseña biográfica

Poeta norteamericana nacida en Nueva York en 1943.

Se graduó en 1961 en Hewlett High School de Nueva York, y luego asistió al Sarah Lawrence College y Columbia University.

Es una de las figuras relevantes de la poesía contemporánea norteamericana, con títulos tan importantes como “Firstborn” 1968, “House on the Marshland” 1975, “Descending Figure” en 1980, “The Triumph of Achilles”1985, “Ararat” 1990, “The Wild Iris” 1992, “Meadowlands” 1996, “The SevenAges” 2001, y “Averno” en 2006. En 1994 reunió sus ensayos sobre poética bajo el título Proofs and Theories.

Ha recibido numerosos premios entre los que se destacan, el Premio Pulitzer 1993 por el “Iris salvaje”, el National Book Critics Circle Award por “The Triumph of Achilles”, el Academy of American Poet’s Prize por “Firstborn”, la Medalla al Mérito MIT, además de varias becas de las fundaciones Guggenheim y Rockefeller.

Actualmente ocupa la cátedra de Literatura en la Universidad de Yale.

Amor bajo la luz de la luna

A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación

a otra persona, a eso lo llaman

alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.

(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)

Afuera, la tarde de verano, todo un mundo

arrojado a la luna: grupos de formas plateadas

que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín

donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,

la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio

transformada en aleación de luz de luna,

forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma

llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,

tomada de otra fuente, y brilla

unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,

la luna sigue estando más que viva.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

El espino

Al lado tuyo, pero no

de tu mano: así te miro

andar por el jardín

de verano: las cosas

que no pueden moverse

aprenden a mirar. No necesito

perseguirte a través

del jardín; en cualquier parte

los humanos dejan

señal de lo que sienten, flores

esparcidas en el polvo del camino, todas

blancas y doradas, algunas

levemente alzadas

por el viento de la tarde. No necesito

seguirte adonde estás ahora,

hundido en la ponzoña de este campo, para

saber la causa de tu huida, de tu humana

pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa

dejarías caer todo aquello

que has acumulado?

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

El iris salvaje

Al final del sufrimiento

me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte

lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.

Y luego nada. El débil sol

temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir

como conciencia,

sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,

ser un alma y no poder hablar,

termina abruptamente. La tierra rígida

se inclina un poco, y lo que tomé por aves

se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podría volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó

un fresco manantial, sombras azules

y profundas en celeste aguamarina.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

Escila

No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas

azules y celestes como

una crítica al cielo: ¿por qué

atesoras tu voz

si ser algo es lo que sigue

a no ser nada?

¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír

algo así como un eco de la voz

de dios? Sois todos iguales:

solitarios, de pie sobre nosotras, planificando

vuestras vidas absurdas; vais

donde se os manda, como todas las cosas,

donde el viento os plante, unos y otros

mirando siempre

hacia abajo, viendo alguna imagen

del agua y escuchando qué: olas,

y sobre las olas, pájaros cantando.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

Lamium

Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.

El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.

No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.

Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

Maitines

Perdóname si digo que te amo: a los poderosos

se les engaña siempre, los débiles

son siempre manejados por el miedo. No puedo amar

lo que no puedo concebir, y tú no revelas

virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,

siempre la misma cosa en el mismo lugar,

o a la dedalera inconsistente, que brota primero

como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,

y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves

lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia

en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable

rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar

que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres

que pensemos? , ¿lo que explica el silencio esta mañana,

los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos

que en el patio no pelean?

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

Maitines 2

Ocurre contigo que eres como los abedules:

no debo hablarte

de modo personal. Muchas

cosas han pasado entre nosotros. ¿O

sólo me ocurrieron a mí? Me

siento culpable, culpable, te pedí

humanidad; no soy más menesterosa

que los otros. Pero la ausencia

de todo sentimiento, de la menor

preocupación por mí… También podría

dirigirme a los abedules

como en mi vida anterior: dejemos

que lo hagan del peor modo, déjales

que me entierren con los románticos,

que sus hojas amarillas y afiladas

caigan sobre mí

y me cubran.

De “Iris salvaje”

Versión de EduardoChirinos

Maitines 4

¿Qué es mi corazón para ti

si debes romperlo una y otra vez

como el sembrador que pone a prueba

sus nuevas especies? Experimenta

algo más: cómo puedo vivir

en las colonias, como a ti te gusta, si me impones

una cuarentena de dolor, apartándome

de los miembros saludables de

mi propia tribu: eso no se hace

en un jardín, apartar

la rosa enferma; permítele ondear sus sociables

e infectadas hojas

de cara a las demás, que los minúsculos áfidos

brinquen de planta en planta, probando de nuevo

que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue

al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,

como agente de mi soledad, alivia

al menos mi culpa, levanta

el estigma del aislamiento; a menos

que sea tu designio fortalecerme

otra vez, como fui

fuerte y plena en mi infancia equivocada,

bajo la leve luz

del corazón de mi madre,

o en el sueño,

el primer ser que nunca moriría.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

Malahierba

Algo

llega al mundo sin ser bienvenido

y llama al desorden, al desorden.

Si tanto me odias

no te molestes en buscar

un nombre para mí: ¿necesitas

acaso un desdoro más

en tu lenguaje, otra

manera de culpar

a la tribu por todo?

Ambos lo sabemos,

si adoras a un dios, necesitas

sólo un enemigo.

Yo no soy el enemigo.

Sólo soy una treta para ignorar

lo que ves que sucede

aquí mismo en esta cama,

un pequeño paradigma

del fracaso. Una de tus preciosas flores

muere aquí casi a diario

y no podrás descansar

hasta enfrentarte a la causa, es decir,

a todo lo que queda,

a todo aquello que es más fuerte

que tu pasión personal.

No estaba escrito

permanecer para siempre en este mundo.

Pero por qué admitirlo, si puedes seguir

haciendo lo de siempre,

lamentándote y culpando,

las dos cosas a la vez.

No necesito que me alabes

para sobrevivir. Llegué aquí primero,

antes que tú, antes

de que sembraras un jardín.

y estaré aquí cuando el sol y la luna

se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.

Y yo conformaré el campo.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos

Nieve de primavera

Mira el cielo nocturno:

en mí poseo dos personas, dos clases de poder.

Estoy aquí contigo, en la ventana,

observando tu reacción. Ayer

la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.

Hoy la tierra brilla igual que la luna,

como materia muerta, encostrada de luz.

Ahora puedes ya cerrar los ojos.

He escuchado tus llantos, también

los llantos anteriores a los tuyos,

y he sido sensible a sus demandas.

Te mostré lo que querías:

no la convicción sino el sometimiento

a la autoridad, que descansa en la violencia.

De “Iris salvaje”

Versión de Eduardo Chirinos