Gémez de Avellaneda, Gertrudis

Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba, 1814 – 1873).

A Él

No existe lazo ya: todo está roto:

plúgole al cielo así: ¡bendito sea¡

Amargo cáliz con placer agoto:

mi alma reposa al fin: nada desea.

Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:

¡nunca, si fuere error, la verdad mire!

Que tantos años de amarguras llenos

trague el olvido: el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo

una vez y otra vez pisaste insano…

Mas nunca el labio exhalará un murmullo

para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,

dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?

No era tuyo el poder que irresistible

postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡ gloria a su nombre!

Todo se terminó, recobro aliento:

¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre…

ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada…

Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro…

Hice un mundo de ti, que hoy se anonada

y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día

ves este adiós que te dirijo eterno,

sabe que aún tienes en el alma mía

generoso perdón, cariño tierno.

A las estrellas

Reina el silencio: fúlgidas en tanto

Luces de paz, purísimas estrellas,

De la noche feliz lámparas bellas,

Bordáis con oro su luctuoso manto.

Duerme el placer, mas vela mi quebranto,

Y rompen el silencio mis querellas,

Volviendo el eco, unísono con ellas,

De aves nocturnas el siniestro canto.

¡Estrellas, cuya luz modesta y pura

Del mar duplica el azulado espejo!

Si a compasión os mueve la amargura

Del intenso penar por que me quejo,

¿Cómo para aclarar mi noche oscura

No tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?

Al árbol de Guernica

Tus cuerdas de oro en vibración sonora

vuelve a agitar, ¡oh lira!,

que en este ambiente, que aromado gira,

su inercia sacudiendo abrumadora

la mente creadora,

de nuevo el fuego de entusiasmo aspira.

¡Me hallo en Guernica! Ese árbol que contemplo,

padrón es de alta gloria…

de un pueblo ilustre interesante historia…,

de augusta libertad sencillo templo,

que —al mundo dando ejemplo—

del patrio amor consagra la memoria.

Piérdese en noche de los tiempos densa

su origen venerable;

mas ¿qué siglo evocar que no nos hable

de hechos ligados a su vida inmensa,

que en sí sola condensa

la de una raza antigua e indomable?…

Se transforman doquier las sociedades;

pasan generaciones;

caducan leyes; húndense naciones…

y el árbol de las vascas libertades

a futuras edades

trasmite fiel sus santas tradiciones.

Siempre inmutables son, bajo este cielo,

costumbres, ley, idioma…

¡Las invencibles águilas de Roma

aquí abatieron su atrevido vuelo,

y aquí luctuoso velo

cubrió la media luna de Mahoma!

Nunca abrigaron mercenarias greyes

las ramas seculares,

que a Vizcaya cobijan tutelares;

y a cuya sombra poderosos reyes

democráticas leyes

juraban ante jueces populares.

¡Salve, roble inmortal! Cuando te nombra

respetuoso mi acento,

y en ti se fija ufano el pensamiento,

me parece crecer bajo tu sombra,

y en tu florida alfombra

con lícita altivez la planta asiento.

¡Salve! ¡La humana dignidad se encumbra

en esta tierra noble

que tú proteges, perdurable roble,

que el sol sereno de Vizcaya alumbra,

y do el Cosnoaga inmoble

llega a tus pies en colosal penumbra!

¿En dónde hallar un corazón tan frío,

que a tu aspecto no lata,

sintiendo que se enciende y se dilata?

¿Quién de tu nombre ignora el poderío,

o en su desdén impío,

tu vejez santa con amor no acata?

Allá desde el retiro silencioso

donde del hombre huía

—al par que sus derechos defendía—,

del de Ginebra pensador fogoso,

con vuelo poderoso,

llegaba a ti la inquieta fantasía;

y arrebatado en entusiasmo ardiente

—pues nunca helarlo pudo

de injusta suerte el ímpetu sañudo—,

postró a tu austera majestad la frente

y en página elocuente

supo dejarte un inmortal saludo.

La Convención Francesa, de su seno

ve a un tribuno afamado,

levantarse de súbito, inspirado,

a bendecirte, de emociones lleno…

Y del aplauso al trueno

retiembla al punto el artesón dorado.

Lo antigua que es la libertad proclamas…

—¡Tú eres su monumento!—

Por eso cuando agita raudo viento

la secular belleza de tus ramas,

pienso que en mí derramas

de aquel genio divino el ígneo aliento.

Cual signo suyo mi alma te venera,

y cuando aquí me humillo

de tu vejez ante el eterno brillo,

recuerdo, roble augusto, que doquiera

que el numen sacro impera,

un árbol es su símbolo sencillo.

Mas, ¡ah, silencio!… El sol desaparece

tras la cumbre vecina,

que va envolviendo pálida neblina…

se enluta el cielo…, el aire se adormece…

tu sombra crece y crece…

¡Y sola aquí tu majestad domina!

Al partir

¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!

¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo

la noche cubre con su opaco velo,

como cubre el dolor mi triste frente.

¡Voy a partir!… La chusma diligente,

para arrancarme del nativo suelo

Ias velas iza, y pronta a su desvelo

la brisa acude de tu zona ardiente.

¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido!

¡Doquier que el hado en su furor me impela,

tu dulce nombre halagará mi oído!

¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela…

¡El anda se alza… El buque, estremecido,

Ias olas corta y silencioso vuela!

Al sol en un día de diciembre

Reina en el cielo. ¡Sol!, reina, e inflama

con tu almo fuego mi cansado pecho!

sin luz, sin brío, comprimido, estrecho,

un rayo anhela de tu ardiente llama.

A tu influjo feliz brote la grama;

el hielo caiga a tu fulgor deshecho:

¡Sal, del invierno rígido a despecho,

rey de la esfera, sol: mi voz te llama!

De los dichosos campos do mi cuna

recibió de tus rayos el tesoro,

me aleja para siempre la fortuna:

bajo otro cielo, en otra tierra lloro,

donde la niebla abrúmame importuna…

¡Sal rompiéndola, sol, que yo te imploro!

Amor y orgullo

Un tiempo hollaba por alfombras rosas;

y nobles vates, de mentidas diosas

prodigábanme nombres;

mas yo, altanera, con orgullo vano,

cual águila real a vil gusano,

contemplaba a los hombres.

Mi pensamiento -en temerario vuelo-

ardiente osaba demandar al cielo

objeto a mis amores,

y si a la tierra con desdén volvía

triste mirada, mi soberbia impía

marchitaba sus flores.

Tal vez por un momento caprichosa

entre ellas revolé, cual mariposa,

sin fijarme en ninguna;

pues de místico bien siempre anhelante,

clamaba en vano, como tierno infante

quiere abrazar la luna.

Hoy, despeñada de la excelsa cumbre

do osé mirar del sol la ardiente lumbre

que fascinó mis ojos,

cual hoja seca al raudo torbellino,

cedo al poder del áspero destino…

¡Me entrego a sus antojos!

Cobarde corazón, que el nudo estrecho

gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho

tu presunción altiva?

¿Qué mágico poder, en tal bajeza

trocando ya tu indómita fiereza,

de libertad te priva?

¡Mísero esclavo de tirano dueño,

tu gloria fue cual mentiroso sueño,

que con las sombras huye!

Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas

de necia vanidad, débiles plantas

que el aquilón destruye?

En hora infausta a mi feliz reposo,

¿no dijiste, soberbio y orgulloso:

-¿Quién domará mi brío?

¡Con mi solo poder haré, si quiero,

mudar de rumbo al céfiro ligero

y arder al mármol frío!

¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!

Te gritó la razón… Mas… ¡cuán en vano

te advirtió tu locura!…

¡Tú mismo te forjaste la cadena,

que a servidumbre eterna te condena,

y a duelo y amargura!

Los lazos caprichosos que otros días

-por pasatiempo- a tu placer tejías,

fueron de seda y oro;

los que ahora rinden tu valor primero,

son eslabones de pesado acero,

templados con tu lloro.

¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado

de inmenso orgullo y presunción hinchado,

de víboras nutrido?

Tú, -que anhelabas tan sublime objeto-

¿cómo al capricho de un mortal sujeto

te arrastras abatido?

¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,

que por flores tomé duros abrojos,

y por oro la arcilla?…

¡Del torpe engaño mis rivales ríen,

y mis amantes, ay, tal vez se engríen

del yugo que me humilla!

¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?

¿Y de tu servidumbre haciendo alarde

quieres ver en mi frente

el sello del amor que te devora?…

¡Ah!, Velo, pues, y búrlese en buen hora

de mi baldón la gente.

¡Salga del pecho -requemando el labio-

el caro nombre de mi orgullo agravio,

de mi dolor sustento!…

¿Escrito no le ves en las estrellas

y en la luna apacible que con ellas

alumbra el firmamento?

¿No le oyes, de las auras al murmullo?

¿No le pronuncia -en gemidor arrullo-

la tórtola amorosa?

¿No resuena en los árboles, que el viento

halaga con pausado movimiento

en esa selva hojosa?

De aquella fuente entre las claras linfas,

¿no le articulan invisibles ninfas

con eco lisonjero…?

¿Por qué callar el nombre que te inflama,

si aún el silencio tiene voz, que aclama

ese nombre que quiero…?

Nombre que un alma lleva por despojo;

nombre que excita con placer enojo,

y con ira ternura;

nombre más dulce que el primer cariño

de joven madre al inocente niño,

copia de su hermosura;

y más amargo que el adiós postrero

que al suelo damos, donde el sol primero

alumbró nuestra vida,

nombre que halaga y halagando mata;

nombre que hiere -como sierpe ingrata-

al pecho que le anida.

¡No, no lo envíes, corazón, al labio!

¡Guarda tu mengua con silencio sabio!

¡Guarda, guarda tu mengua!

¡Callad también vosotras, auras, fuente,

trémulas hojas, tórtola doliente,

como calla mi lengua!

Contemplación

Tiñe ya el Sol extraños horizontes;

el aura vaga en la arboleda umbría;

y piérdese en la sombra de los montes

la tibia luz del moribundo día.

Reina en el campo plácido sosiego,

se alza la niebla del callado río,

y a dar al prado fecundante riego,

cae, convertida en límpido rocío.

Es la hora grata de feliz reposo,

fiel precursora de la noche grave…

torna al hogar el labrador gozoso,

el ganado, al redil, al nido el ave.

Es la hora melancólica, indecisa,

en que pueblan los sueños los espacios,

y en los aires -con soplos de la brisa-

levantan sus fantásticos palacios.

En Occidente el Héspero aparece,

salpican perlas su zafíreo asiento

y -en tanto que apacible resplandece-

no sé qué halago al contemplarlo siento.

¡Lucero del amor! ¡Rayo argentado!

¡Claridad misteriosa! ¿Qué me quieres?

¿Tal vez un bello espíritu, encargado

de recoger nuestros suspiros, eres?…

¿De los recuerdos la dulzura triste

vienes a dar al alma por consuelo,

o la esperanza con su luz te viste

para engañar nuestro incesante anhelo?

¡Oh, tarde melancólica!, yo te amo

y a tus visiones lánguida me entrego…

Tu leda calma y tu frescor reclamo

para templar del corazón el fuego.

Quiero, apartada del bullicio loco,

respirar tus aromas halagüeños,

a par que en grata soledad evoco

las ilusiones de pasados sueños.

¡Oh! si animase el soplo omnipotente

estos que vagan húmedos vapores,

término dando a mi anhelar ferviente,

con objeto inmortal a mis amores…

¡Y tú, sin nombre en la terrestre vida,

bien ideal, objeto de mis votos,

que prometes al alma enardecida

goces divinos, para el mundo ignotos!

¿Me escuchas? ¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo

-libre de la materia que me oprime-

a ti llegar, y aletargada quedo,

y opresa el alma en sus cadenas gime?

¡Cómo volara hendiendo las esferas

si aquí rompiese mis estrechos nudos,

cual esas nubes cándidas, ligeras,

del éter puro en los espacios mudos!

Mas ¿dónde vais? ¿Cuál es vuestro camino,

viajeras del celeste firmamento?…

¡Ah! ¡lo ignoráis!…, seguís vuestro destino

y al vario impulso obedecéis del viento.

¿Por qué yo, en tanto, con afán insano

quiero indagar la suerte que me espera?

¿Por qué del porvenir el alto arcano

mi mente ansiosa comprender quisiera?

Paternal Providencia puso el velo

que nuestra mente a descorrer no alcanza,

pero que le permite alzar el vuelo

por la inmensa región de la esperanza.

El crepúsculo huyó; las rojas huellas

borra la luna en su esmaltado coche,

y un silencioso ejército de estrellas

sale a guardar el trono de la noche.

A ti te amo también, noche sombría;

amo tu luna tibia y misteriosa,

más que a la luz con que comienza el día,

tiñendo el cielo de amaranto y rosa.

Cuando en tu grave soledad respiro,

cuando en el seno de tu paz profunda

tus luminares pálidos admiro,

un religioso afecto el alma inunda:

¡Que si el poder de Dios, y su hermosura,

revela el Sol en su fecunda llama,

de tu solemne calma la dulzura

su amor anuncia y su bondad proclama!

Deseo de venganza

¡Del huracán espíritu potente,

rudo como la pena que me agita!

¡Ven, con el tuyo mi furor excita!

¡Ven con tu aliento a enardecer mi mente!

¡Que zumbe el rayo y con fragor reviente,

mientras -cual a hoja seca o flor marchita-

tu fuerte soplo al roble precipita.

roto y deshecho al bramador torrente!

Del alma que te invoca y acompaña,

envidiando tu fuerza destructora,

lanza a la par la confusión extraña.

¡Ven… al dolor que insano la devora

haz suceder tu poderosa saña,

y el llanto seca que cobarde llora!

La pesca en el mar

¡Mirad!, ya la tarde fenece…

La noche en el cielo

despliega su velo

propicio al amor.

La playa desierta parece;

las olas serenas

salpican apenas

su dique de arenas,

con blando rumor.

Del líquido seno la luna

su pálida frente

allá en occidente

comienza a elevar.

No hay nube que vele importuna

sus tibios reflejos,

que miro de lejos

mecerse en espejos

del trémulo mar.

¡Corramos!… ¡Quién llega primero!

Ya miro la lancha…

Mi pecho se ensancha,

se alegra mi faz.

¡Ya escucho la voz del nauclero,

que el lino despliega

y al soplo lo entrega

del aura que juega,

girando fugaz!

¡Partamos! La plácida hora

llegó de la pesca,

y al alma refresca

la bruma del mar.

¡Partamos, que arrecia sonora

la voz indecisa

del agua, y la brisa

comienza de prisa

la flámula a hinchar!

¡Pronto, remero!

¡Bate la espuma!

¡Rompe la bruma!

¡Parte veloz!

¡Vuele la barca!

¡Dobla la fuerza!

¡Canta, y esfuerza

brazos y voz!

Un himno alcemos

jamás oído,

del remo al ruido,

del viento al son,

Y vuele en alas

del libre ambiente

la voz ardiente

del corazón.

Yo a un marino le debo la vida,

y por patria le debo al azar

una perla -en un golfo nacida-

al bramar

sin cesar

de la mar.

Me enajena al lucir de la luna

con mi bien estas olas surcar,

y no encuentro delicia ninguna

como amar

y cantar

en el mar.

Los suspiros de amor anhelantes

¿Quién, ¡oh, amigos!, querrá sofocar,

si es tan grato a los pechos amantes

a la par

suspirar

en el mar?

¿No sentís que se encumbra la mente

esa bóveda inmensa al mirar?

Hay un goce profundo y ardiente

en pensar

y admirar.

en el mar.

Ni un recuerdo del mundo aquí llegue

nuestra paz deliciosa a turbar;

libre el alma al deleite se entregue

de olvidar

y gozar

en el mar.

¡Prestos todos!… ¡Las redes se tiendan!

¡Muy pesadas las hemos de alzar!

¡Prestos todos, los cantos suspendan,

y callar

y pescar

en el mar!

Mi mal

En vano ansiosa tu amistad procura

adivinar el mal que me atormenta;

en vano, amigo, conmovida intenta

revelarlo mi voz a tu ternura.

Puede explicarse el ansia, la locura

con que el amor sus fuegos alimenta…

Puede el dolor, la saña más violenta,

exhalar por el labio su amargura..

Mas de decir mi malestar profundo,

no halla mi voz, mi pensamiento, medio,

y al indagar su origen me confundo:

pero es un mal terrible, sin remedio,

que hace odiosa la vida, odioso el mundo,

que seca el corazón…¡En fin, es tedio!

Oración al Cristo del Calvario

En esta tarde, Cristo del Calvario,

vine a rogarte por mi carne enferma;

pero, al verte, mis ojos van y vienen

de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,

cuando veo los tuyos destrozados?

¿Cómo mostrarte mis manos vacías,

cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,

cuando en la cruz alzado y solo estás?

¿Cómo explicarte que no tengo amor,

cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,

huyeron de mí todas mis dolencias.

El ímpetu del ruego que traía

se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,

estar aquí, junto a tu imagen muerta,

ir aprendiendo que el dolor es sólo

la llave santa de tu santa puerta.

Amén.

Significado de la palabra Yo amé

Imitación de Parny

Con yo amé dice cualquiera

Esta verdad desolante:

-Todo en el mundo es quimera,

No hay ventura verdadera

Ni sentimiento constante.

Yo amé significa: -Nada

le basta al hombre jamás:

La pasión más delicada,

La promesa más sagrada,

Son humo y viento… ¡y no más!

Soledad del alma

La flor delicada, que apenas existe una aurora,

tal vez largo tiempo al ambiente le deja

su olor…

Mas, ¡ay!, que del alma las flores, que un día

atesora

muriendo marchitas no dejan perfume en

redor.

La luz esplendente del astro fecundo del día

se apaga, y sus huellas aún forman hermoso

arrebol…

mas ¡ay!, cuando el alma le llega la noche

sombría,

que guarda el fuego sagrado

que ha sido su sol?

Se rompe, gastada, la cuerda del arpa

armoniosa,

a aún su eco difunde en los aires

fugaz vibración…

Mas todo es silencio profundo, de muerte

espantosa,

si dan un pecho amante el postrero tristísimo

son…

Mas nada, ni noche, ni aurora, ni tarde

indecisa

cambian del alma desierta la lúgubre faz…

A ella no llegan crepúsculo, aroma ni brisa…;

a ella no brindan las sombras

ensueños de paz.

Vista los campos de flores

gentil primavera,

doren las mieses los besos

del cielo estival,

pámpanos ornen de otoño la faz

placentera,

lance el invierno brumoso su aliento

glacial,

siempre perdidas, vagando en su estéril desierto,

siempre abrumadas de peso de

vil nulidad,

gimen las almas do el fuego de amor

está muerto…

Nada hay que pueble o anime

su gran soledad.

Suplicio de amor

¡Feliz quien junto a ti por ti suspira,

quien oye el eco de tu voz sonora,

quien el halago de tu risa adora

y el blando aroma de tu aliento aspira!

Ventura tanta, que envidioso admira

el querubín que en el empíreo mora,

el alma turba, el corazón devora,

y el torpe acento, al expresarla, expira.

Ante mis ojos desaparece el mundo

y por mis venas circular ligero

el fuego siento del amor profundo.

Trémula, en vano resistirte quiero.

De ardiente llanto mi mejilla inundo.

¡Delirio, gozo, te bendigo y muero!