Reseña biográfica
Poeta español nacido en Madrid en 1950.
Abandonó sus estudios en el Seminario Conciliar de Madrid para dedicarse a partir de 1970 a la literatura y el teatro clásico.
Es director de los ciclos de lecturas Poetas en Vivo organizado por Caja Madrid en la Biblioteca Nacional, y de los talleres creativos “El arte de escribir. Coordina, entre otros, el certamen de teatro clásico “La vida es sueño” y el de Teatro contemporáneo Siglo XXI”.
Es miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles y de la Asociación Prometeo de Poesía.
Ha recibido muchas distinciones por su obra poética entre las que vale la pena mencionar:
1972: Accésit del Premio Adonais con «Encuentros»
1988: Premio Encina de la Cañada con «Canto del último profeta»
1991: Premio Feria del Libro de Madrid con «Crónicas del laberinto»
1993: Premio Blas de Otero con «Restos de almanaque»
1997: Premio Juan Alcaide con «Siempre tiempo»
2002: Profesor Honoris Causa de la St. Lukas Gilde Antwerpen Akademie
2004: Premio Emilio Alarcos por «Sin noticias de Gato de Ursaria.
Como el olvido…
“Fui donde el Ángel y le dije que me diera el librito.
Y me dice: Toma, devóralo; te amargará las entrañas,
pero en tu boca será dulce como la miel-.” (10.9)
Como el olvido,
como las lágrimas y el sueño
que ya no se recuerda.
Así de amargo
el libro y cuanto en él se escribe
con la sangre.
Igual de amargo que este tiempo
que pasa como un trueno sobre el mar
y la tierra,
sobre la espalda de los hombres.
Como el dolor que no entendemos,
como el cansancio de la risa.
Igual que esta certeza que nos rompe
la voz y la cintura,
el recuerdo del barro,
la nostalgia de haber sido una lágrima fecunda.
Páginas vegetales que alimentan
las horas de la tarde,
cuando todas las cosas
ponen el corazón en cuarentena.
Letras amargas como el dorso
de una mano apoyada
sobre una puerta que cerró el recuerdo.
Pero en la boca,
dulce sospecha de esperanza,
pie que se acerca por la espalda
para dejar su beso sobre el cuello.
Dulce como la sombra
del verso que jamás escribiremos.
De “Tiempo de apocalipsis”
Poesía 1972-2004
Dificultades
A Emilio Porta
Lo más difícil es que el corazón
recorra su distancia sin heridas,
que el tiempo tenga besos suficientes
entre las páginas del libro que hace piedra la Historia.
Lo más difícil es
que las fotografías rocen sin abrasar
las horas degolladas,
acaricien sin daño
los encajes oscuros de las horas que fueron.
Lo más difícil es que la rutina sirva para tejer
una canción de cuna
que adormezca y abrigue los caballos sin alma del olvido.
Lo más difícil es que nuestros versos
rescaten hoy de nuevo la canción más oculta, sin sangrar,
sin hacer de la vida cotidiana un esperpento.
El resto es siempre fácil, sucede simplemente.
De “A quemarropa” 1992
(Accésit del Premio “Rafael Morales” 1992)
El silencio ha crecido y está solo
“Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo
un silencio en el cielo, como de media hora” (8.1)
Buscaremos la risa de los niños
y no la encontraremos,
ese leve chasquido de las hojas
pisadas en los parques,
un susurro del sol en nuestro rostro,
el perfecto latido
que hace dormir la mano sobre el pecho,
ese temblor de azúcar y de sangre
que se esconde en los besos de la sombra.
Será búsqueda inútil,
tiempo desvencijado en los oídos.
Dormirán la canción,
los gritos de terror y la blasfemia,
el violín y la flauta, la cuchara,
el llanto de la mar contra la tarde.
No sonarán las copas ni el vino de las copas,
ni el viento en las ventanas, o la lluvia,
ni la tenue palabra de los enamorados.
No acudirán las órdenes al rostro
ni el grito a la garganta.
Durante el plazo estipulado
no se oirá al mercader,
estará mudo el padre de la patria,
volarán las canciones de cuna y las baladas
al país de los sueños,
y todos los relojes
contarán sin hablar treinta minutos.
Hasta la voz de Dios cumple el silencio
De “Tiempo de apocalipsis”
(Poesía 1972-2004)
El tiempo es una ciega locura de campanas…
“…Pues el tiempo está próximo.” (1.3)
El tiempo es una ciega locura de campanas
que da vueltas detrás de una sonrisa,
mientras se ciñe al suelo inerte
la última paloma.
Vinimos desde el cobre fecundado
por semillas de arcángeles azules
hechos con argamasa de preguntas.
Y ahora los minutos
pesan como columnas de granito,
socavan la razón,
hacen del miedo un templo,
embadurnan la vida de liturgia,
tejen el odio,
se ríen de nosotros estrellándose
contra un futuro próximo,
indecible,
crepuscular dominio de la nada.
De “Tiempo de apocalipsis”
(Poesía 1972-2004)
Freihafen
(Puerto libre)
En la tarima va creciendo un musgo
insoportable,
hiede a promesas rotas, a muertos prematuros,
hiede la muerte del cobarde
y la del héroe,
la muerte de los pobres
y los ricos,
del intruso,
la muerte del que habla de victoria
y del que piensa que ya está todo hecho.
Resulta insoportable el olor de los poetas
cuando mueren.
Nos mata el compromiso y la abstinencia,
también nos mata el cálculo y la bruma,
a veces las promesas.
Ni me encierro, ni cumplo, ni aseguro, voy con mi voz
rompiendo y desatando,
no me olvido
ni hago juramentos.
Subo al amor, desciendo, camino por la lágrima del mundo
y no busco refugio.
Haced brotar del corazón la sangre de la duda
y besaré vuestro labio, seré vuestro.
No me busquéis en el ruido ni en las armas, no me llaméis
al número ni al odio,
buscadme en las oscuras pendientes del silencio,
entre los largos colmillos de la sombra.
No tengo más ardor que esta fuerza que sube a la garganta.
Escucho vuestro canto,
lo aprendo,
lo multiplico,
lo hago girar,
coloco estrellas grises en vuestros melodiosos instrumentos.
Yo canto a vuestro lado y más
cuando estoy solo.
Se me olvida reír
pero lloro como una plañidera y como un loco,
lloro por la justicia muerta en los estantes,
lloro por la miseria
y doy mis manos,
llevaos el corazón también, y la cabeza,
llevaos unos versos o el presupuesto del mes para la pena.
En la tarima vamos trabajando infatigables,
cada cual es un cosmos para empezar la lucha
por la vida,
para dejar que el viento lleve el hedor a las estrellas,
-limpios así de la carroña
y altos de penumbra-
Somos un infinito alarido por la espera.
De “Encuentros” 1972
(Accésit del Premio Adonais, 1972)
Igual, igual
Como el insecto que ignora que lo es y se esfuerza por cumplir la tarea con su estirpe.
Como las puertas que no saben si fueron colocadas para entrar o salir. “Perded toda esperanza” “prohibido el paso” o “entren sin llamar” y otras mentiras, pone siempre.
Como la tarde, ahíta de suspiros, que imita en el color a la mañana pero le es imposible reproducir su olor o su futuro.
Como el rompecabezas, todo temblor y miedo, que odia su última pieza cuando se le aproxima para dejarlo quieto e inservible.
Como la taza de café vacía, que llora con amargo recuerdo su aroma de suicida y el sabor de los labios.
No sé si así es la vida
pero el poema se parece mucho.
De “Todo es papel” 2002
Accésit del Premio Ciudad de Torrevieja, 2002
Mercado de las ventas
Nada como las bolsas de plástico y de mimbre
flotando a media altura en el mercado,
bajo las manos de mujeres fuertes,
sobre pequeños carros donde un mundo cabe,
siempre dejando ver algún tallo de acelga,
una barra de pan o unas cebollas.
Es este un circo de alma insospechada:
el alboroto del frutero,
el perfume a embutido, a papel de envolver,
y la risa del tonto
que ayuda con las cajas de verdura.
El carnicero está de buen humor.
¡La mujer del pescado es tan hermosa!
No hay color en el mundo
como el que tiene un puesto de frutas apiladas,
un color oloroso de piel acariciable y fresca.
¡Hay tanta gente aquí, tanto alboroto!
-¿Quién da la vez?- repite el eco,
mientras un universo multicolor, sin tregua,
sofocante,
desfila siempre igual, distinto siempre,
junto al escaparate de aceitunas.
Se vocea el pimiento con eróticos gritos
y cómplices sonrisas,
interrogan al ojo del besugo,
miran en el profundo corazón
de la lechuga,
se palpa la manzana.
Es este el paraíso reencontrado.
A las diez de la noche
ángeles de amoniaco lo dejarán a oscuras, en silencio.
Pero antes de que llegue la limpieza
tenaz y redentora,
aunque el suelo esté sucio y maloliente,
el aire es de limones, de laurel o canela,
de verde perejil, gamba roja, café,
queso manchego,
vida.
Siempre se ve un cangrejo fugitivo
que busca un niño al que asustar
y lo consigue.
De “Historia para tiempos raros”
(Premio Bahía 1994)
Nota VII- Algunos de los poetas se echaron a la calle…
Algunos de los poetas se echaron a la calle, invadieron los parques y engañaron con versos y con pan a las palomas. Se establecieron silenciosos en todas las esquinas, allí donde se acaban los oficios diarios y la melancolía se apodera de las manos, del dorso de la mano sobre todo, del perfil
de la boca.
Era muy fácil confundirlos con el escaparate de una papelería «liquidación por cambio de negocio», con la vieja casa siempre en obras, de la que huye el corazón en cuanto puede, convertido en un mueble desgastado, en un espejo ya irrecuperable para risa de niña, o en un par de zapatos que olvidaron correr antes del tiempo de la muerte.
Pasaban desmayados por un resto de luz, por la veta del mármol, bajo la marquesina dibujada sobre la que se refugiaron, hartas de engaño y tristes, las palomas.
Siguieron en la calle hasta que el nuevo día los convirtió en un cierre de persiana.
De “Historia para tiempos raros”
(Premio Bahía 1994)
¿Qué diablos escribo yo en la agenda?
Me levanté por la mañana,
la fecha es lo de menos,
dispuesto a ser vulgar, como se debe,
pero no funcionaba la rutina.
Alguien debió quitar los plomos de la mediocridad
o a Dios se le olvidó que era jornada de trabajo.
Estaban mal cerrados, goteaban
los grifos de la noche.
Una tremenda multitud de gatos
desfiló, parda y seria, delante de mi ombligo,
supo a cuero el café,
el pan saltó del tostador a un agujero negro,
y al salir por la puerta
me encontré una escalera caprichosa,
sólo tenía un escalón de cada
cua-
tro.
Hice de Indiana Jones y, como pude,
conseguí aterrizar en el portal, salí a la calle.
Seguía sin saberse nada nuevo del día.
Estaba abierto el quiosco de la Luna
y atrapé dos periódicos al vuelo,
sus hojas de lechuga y de palmera, en chino mandarín,
contaban los sucesos del último milenio:
“Guillermo Tell asesinó a su hijo,
la flecha dio en el ojo derecho limpiamente
y dos fotos redondas, de manzana exclusiva,
ilustran el suceso”
“Colón descubrió América en un rapto
de locura y sabinas,
y la Venus de Milo fue sorprendida un siglo de estos
acariciando con pasión,
es un decir,
a los siete enanitos y al último mohicano”
“Todo ha pasado ya, la Historia se repite,
y ahora los bancos dan un interés de porcelana de Limoges
a quien encuentre un trébol
con hojas comestibles y un reloj en el tallo”
Cierro el periódico y lo cuelgo
en la oreja
de una cariátide gomosa
que se rasca las nalgas con la ilustre fachada
de un estanco.
Mientras los girasoles proponen una huelga
contra un sol que no quiere dar la cara,
yo me siento en el filo de un libro de cocina,
balanceo los pies sobre la eternidad
y echo recetas a los pájaros.
Vaya una forma idiota de perderme otro día.
De “Restos de almanaque” 1993
(Premio Blas de Otero, 1993)
Razón de escribir
A Juan Van-Halen
Escribir para un tiempo
en el que no estaremos para nadie,
y en el más favorable de los casos
seremos una máscara de polvo
maquillando los libros de alguna estantería.
Escribir para un siglo, si es que llega,
menos oscuro y torpe que este siglo.
Dejar impresa la memoria:
papel, disquetes, vidrio, cerámica esmaltada,
ámbar, cuarzo o moléculas de gas.
Hacer que las palabras naveguen al futuro
como si fuesen barcos de papel
que sobrevivan hoy a su naufragio.
Escribir por si alguien, algún día,
tiene un dolor de corazón idéntico
o sufre una alegría semejante.
De “Siempre tiempo”
(Premio Juan Alcaide 1996)
Restos de almanaque
A Ana Fernández Mallo
La mitad de los días es resto de almanaque,
y el tiempo está cansado
de jugar con nosotros, con tu pelo de alcázar
que mis manos asedian,
con tus ojos de alquimia,
con el fuego robado
que se agita en la bolsa del ladrón
y reconforta el crimen, el amor o la vida.
Un fuego que la noche pretende sofocar
sin conseguirlo.
El tiempo está aburrido
de que no comprendamos su perfil de manzana,
de ver como enloquece nuestra sangre
en la cinta sin fin que recorremos,
en este laberinto de frutal resistencia
que gobierna la piel,
que hace al dolor ausencia de miradas o besos.
Pero llueve,
aunque la lluvia no lo borra todo
siempre llueve,
y se almacena un resto de cordura y palabras
en el penúltimo suburbio,
por las alcantarillas más profundas,
detrás de cada tarde con aceras o parques del oeste,
con paraguas oscuros
y luminosos ojos de autobús circular e infatigable.
Ya cerradas las páginas del libro
donde siempre se anotan los milagros,
escribimos en rojo
sobre la miserable cuadrícula del sueño:
La mitad de los días es resto de almanaque,
la otra mitad, amor que se quedó dormido.
De “Restos de almanaque” 1993
(Premio Blas de Otero, 1993)
Te quiero
“Es una locura amar, a menos que se ame locamente”
Jean Ythier
Cuando alguien pronuncia esas palabras
todo se paraliza.
Los asuntos más graves adelgazan, las noticias se duermen
en los ordenadores,
las solemnes estatuas
bajan del pedestal, juegan al mus
y pierden compostura.
Algo queda en suspenso,
quizás la vida o cualquier cosa de mayor importancia.
Cuando alguien las pronuncia,
todo comienza a ser igual.
Y da lo mismo
que la Luna se olvide de mirarnos, que la cena esté fría,
que Dios no esté en su sitio y esto acabe
como el rosario de la aurora.
Da igual, para entendernos, que la lluvia de abril
ponga muecas de octubre,
que tengan más de un ojo el huracán,
el cíclope,
la perdiz de los trajes o el pirata del cuento.
Da igual que tú después te calles
y que yo no conteste.
De “Restos de almanaque” 1993
(Premio Blas de Otero, 1993)
Tercera crónica del guardián
(El Hechicero)
“…Ma se senza ingiuria vostra io potessi fruirlo, rendetevi certo
che saria in me quella letizia ch’essere in alcun uomo sia possibile.” (1)
(Ludovico Ariosto, Il Negromante)
El hechicero acaba su tarea,
acaricia su barba satisfecho
y sus labios se curvan en lánguida sonrisa
-la que debe tener todo alquimista que aprecie su trabajo-.
La luna se despide como un guiño
de los últimos juegos de la noche.
La lechuza es un bus que aún lleva luces
y susurra un final, como Louis Armstrong, de Jazz expresionista.
Recoge los papeles, guarda todas las fórmulas en verso
tras el aparador de palisandro
mientras un gato insomne y circunspecto,
con el lomo de azúcar y de miel, afirma silencioso
que él ya lo sabe todo
Va tapando los frasco uno a uno,
los matraces de esencia,
las redomas con uña de lagarto y ese polvo amarillo de mandrágora
que hace azules los sueños.
El horizonte empieza a recitar
una canción de cuna para la espalda de la noche.
Es hora de acabar los sortilegios,
que descanse el mercurio en su probeta y el ala de murciélago en el aire.
Los Rollings sustituyen al Cármina Burana.
El hechicero cuelga el mandilón,
se cambia de zapatos, deja su gorro frigio en un estante,
anuda su corbata de seda milanesa,
y se va a la oficina como todos los días.
(1) “…Pero si yo pudiera disfrutarlo sin ofenderos, estad seguros de
que sería dueño de la mayor alegría que hombre alguno pueda poseer.”
(Ludovico Ariosto, Il Negromante)
De “Crónicas del laberinto” 1991
(Premio Feria del Libro de Madrid, 1991)
Tratado de los gestos
A Soledad Serrano
que creyó en este poema antes que yo.
Algunos gestos son arrojadizos, están llenos de furia, listos para que el aire se ilumine y sepa la distancia, la infinita distancia miserable que separa a los hombres de la vida.
Otros son aún más rápidos, una ráfaga, un brillo, un chasquido de luz. Son para confianza de la piel, para que no se nos olvide la caricia más tenue.
Muchos parecen sin sentido pero tienen misterios en la manga, secretos incurables, decididas nostalgias, horror a la distancia que los niegue o devore.
La mayoría de los gestos no son más que sustancia de abandono, impecable blancura, milagro inusitado, carne sola, manera de existir.
Tened a mano siempre vuestro gesto, que lleve nombre o contraseña. No lo perdáis de vista por si os es necesario para pensar, amar, decir quién sois; para reconoceros, entregaros, ocupar vuestro puesto en la escena del mundo.
Así reposa el índice en los labios, artesa de los besos y el silencio, así damos la espalda no entregada, la espalda en que nos vamos, dócil gesto de adiós o sígueme.
Así se tiran dados por la mesa, con un leve desorden de las uñas, tras haberlos mimado entre los dedos: “¡Allí, allí !” cantan luego los dados. Y el gesto se hace ajeno aunque fue nuestro.
Así se arroja el guante o la toalla, soberbio desafío o rendición, campo de hierba y sangre, cuadrilátero hermético de cuerdas, de pasión y de gritos, lugar de amor o espacio de locura.
Así nos despedimos frotando la distancia con la mano, desafiamos al espejo con los dientes o entornamos los ojos para ver más hondo.
Encogerse de hombros es todo un recital de ergonomía.
Así son tantos gestos que hacen alta la vida.
Llevar la mano al pelo y retirarlo para que no sofoque la tristeza ni
oculte los deseos, mirar sin ver la hora del reloj, que puede ser la nuestra algunas veces, acurrucar los dedos sudorosos ocultos en el alma del bolsillo, mirar al fondo de metal o vidrio, cuando en el ascensor gime el silencio.
Unos gestos ayudan, otros duelen, aquéllos dejan ácida la boca, éstos
los ojos tristes, la memoria tensa.
Los hay que alegran y los hay terribles. A veces todo al mismo tiempo, como un beso tirado en el vacío, o un dedo que se agita reclamando, riñendo, dueño de aviso siempre, amenazante o protector.
Tender la mano a un niño, “ten cuidado”, para que logre cruzar la vida
o la calzada con nuestra palma en vilo y nuestro miedo.
Humedecer los labios, ¡oh, esa alquimia que siempre alimentó el deseo! Girar el cuello a la sartén que nos reclama mientras se bate un huevo
en la cocina.
Ir pasando las páginas de un libro, sin leer, sin saber cómo; suspirar levemente cuando empieza la turbia carretera su canción, madrugado sopor, tedio, noticias.
Puño o mano tendida, caricia o bofetada, movimiento o quietud, insinuación u olvido.
Los gestos son lo que sujeta el mundo.
Toser antes de hablar, quitarse un hilo de la ropa y hacer con él planetas, frotar donde las gafas estuvieron, teclear con los dedos el volante, la mesa, la rodilla impaciente.
Comprobar el botón agonizante, devolver la mirada de reojo con oficio aprendido en antiguas películas.
Todo mientras se afloja la corbata o devolvemos al lugar perfecto la hombrera de un vestido.
Los gestos son sin duda lo que sujeta el mundo.
De “Todo es papel” 2002
Accésit del Premio Ciudad de Torrevieja, 2002
Una niña de azul con un plumier de pino
Ha muerto en Conde Duque
una niña de azul con un plumier de pino.
Es una vieja estúpida la noche de Madrid, una mueca sin dientes que recuesta su rictus de sonrisa en las aceras.
A lo lejos,
detrás de tanta fiebre de tejados,
hay un jardín con úlceras, con hambre, que golpea el perfume de café,
la tos de una muñeca
que se perdió en el fondo de la tarde. Jeringuilla de plástico y mentiras.
Me subo el cuello del abrigo,
no hay nada que decir, poco que hacer. Fatiga.
Pasa un ruido descalzo de autobuses
que dibuja la sangre para fotografías de turismo.
Cerca quizás, para qué buscar lejos, hay alguien que se gana la piel
tostada y limpia
con el pálido labio
de esta niña sin horas que cambiaba sus sueños por un grito en el brazo.
Me detengo a buscar por los bolsillo cualquier cosa,
un poco de tabaco, calor para las uñas,
refugio contra el miedo,
y esas muchachas tímidas pasan corriendo como siempre,
novias tontas que han de llegar a casa sin mirar las paredes don-de
todo se vende con rápida sonrisa.
Calle de la Princesa, veloz la luz, el aire, el agua que mañana llegará
hasta la plaza.
Pero la niña azul no corre.
De “Crónicas del laberinto” 1991
(Premio Feria del Libro de Madrid, 1991)
Ven, amigo
Ven, amigo,
voy a darte un lugar.
Acércate,
dentro de este cajón están tus huesos,
semilla de un mañana que no te corresponde.
No serán ni tu flor,
ni tu árbol nuevo,
ni siquiera el vacío de tu nombre,
-Dime cómo te llamas
para olvidarlo luego-.
Hoy es fácil sentir lo que no somos,
andar donde no vamos,
decir lo que después vendrán a desmentirnos.
Ya no somos ni un número siquiera,
ni un signo,
somos algún desecho inevitable de lo que un hombre fue
alguna vez
o podrá ser. Tus huesos y los míos están juntos,
todos los huesos del hombre están uncidos
y hay un cordel
inmenso
tejiendo el esqueleto compacto de la sombra.
-Dime cómo te llamas
para olvidarlo luego-.
Yo te diré mi nombre si aún puedo acordarme.
Ven amigo,
hay que buscarse un lugar…
De “Encuentros” 1972
(Accésit del Premio Adonais, 1972)
Viajeros al tren…
Desesperada y gris, un poco loca,
se dispuso a viajar conmigo al fin del mundo.
-Eso está lejos -dije-,
mejor nos vamos hasta el parque,
patatas fritas y cerveza, sol,
para qué más.
Pero ella siguió haciendo el equipaje.
Cientos de cachivaches, zapatos y pañuelos,
una florete de esgrima (me sigo preguntando para qué)
guantes, perfume, rulos, crucigramas;
y tuve que trepar a las maletas para que se cerrasen.
-¡Vámonos! tengo ya los billetes del tren.
Era la dueña del asunto.
Se sentó en el asiento junto a la ventanilla,
apoyó la cabeza,
y vi el reflejo de su rostro:
tenía una sonrisa de las que no dejan salida.
-Voy un momento a por tabaco -dije.
Seguía ensimismada.
Sus ojos se agrandaron a lo lejos,
cuando le dije adiós desde el andén.
Ni ella ni las maletas regresaron jamás.
De “Juego de damas” 2005
De “Sin noticias de Gato de Ursaria” 2004
Proemio
Sobre el incierto origen de Gato de Ursaria.
Gato de Ursaria, como indica su nombre, nació en la casi legendaria
ciudad de Ursaria; antigua “tierra de osos” en la que ya no quedan osos.
Puede que Gato no fuera su auténtico nombre, pero él quiso olvidar los otros que le impusieron y quedarse con el que eligió. También su tierra natal fue sucesivamente llamada de otros modos.
Procedía de una estirpe indolente y caprichosa, llena de fantasías y mentiras, dada a oficios sin futuro, de mucho trabajo y poca ganancia,
y al uso de amuletos.
Vivió tan insatisfecho de sí mismo como cualquiera y tan aburrido de todo como de sí mismo, así que desde muy joven se hizo a desayunar asombro cada día, almorzar extrañeza y cenar hastío.
En su árbol genealógico había una lavandera deshonrada por un noble, varios rebeldes perseguidos y hasta un plumífero insigne pero de lengua larga y venenosa.
De niño le educaron frailes, luego herejes y nuevamente eclesiásticos. Entró en contacto con sectas poderosas, pero nunca se integró. Pasó,
como tantos, su etapa de persecución inquisitorial, pero eso sólo consiguió acrecentar el tedio y la misantropía que ya mostraba desde niño.
Durante años vagabundeó en un carromato de farsa, disfrazado de cómico ambulante, luego obtuvo efímeras y falaces sinecuras en la corte, que le hicieron -aún más- ajeno a las gentes y a sí mismo.
Despilfarró su inteligencia porque nunca consiguió otra posesión o herencia que despilfarrar.
Cuentan que fue discreto en el amor y en la guerra; así que unos le tacharon de cobarde y otros de aguerrido: Ni unos ni otros tendrán razón.
Hace tiempo que no hay noticias suyas fidedignas. Unos dicen que cambió de nombre y volvió a la farándula, otros que se ocultó en un monasterio; y hasta asegura alguno que le han visto en las calles de su vieja ciudad, contando historias antiguas a quien quiera escucharle, a cambio de unas monedas.
La mayoría le da por muerto.
De él sólo conservamos estos papeles que aparecieron en una casa abandonada, al fondo de un desvencijado cajón de la cocina -dicen que le gustaba cocinar-. Están escritos por alguien que le conoció, o quizás por él mismo, o ambas cosas, aunque nunca lo sabremos con certeza.
De “Sin noticias de Gato de Ursaria” 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)
* * * * *
1. Gato de Ursaria, el indolente
Hacer, hacer, hacer… Gato de Ursaria
decidió que era tiempo de no hacer.
Mientras sus convecinos se afanaban
en subir o bajar
muebles,
asuntos,
precios,
escaleras;
cambiar todo de sitio sin descanso:
objetos, esperanza, amor o ropa,
agitándose siempre,
nerviosos,
obstinados,
imparables,
Gato de Ursaria, el indolente,
se refugió a la sombra de un tejo centenario
(sabido es que esa oscuridad callada
es dulce y venenosa como un beso
y otorga a algunos hombres la locura
de conocer el nombre de las cosas)
Sintió los mágicos efectos
de aquella sombra única
pero no quiso pronunciar palabra.
De “Sin noticias de Gato de Ursaria” 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)
* * * * *
2. Gato de Ursaria muestra su desaliento
Quiero dejar constancia de estas horas, cedidas al embrujo de la alquimia, perdidas entre frascos y papeles, libros, polvo, colores que ya no pueden más, fracasos y silencios buscando una salida razonable.
Pero en el fondo no quisiera dejar constancia ni incitar recuerdo -dura contradicción es mi deseo-.
Si me entregué al conjuro y a la búsqueda, de qué le sirve a nadie.
Si mi existencia se hizo turbia, imprecisa, somnolienta; si rebosó la mesa de papeles, matraces y morteros: todo sin concluir, todo sin dar sentido, sin hallar respuesta, de qué vale insistir en que se sepa.
Si hasta la luz agonizó en mi estancia, se reclinó en el polvo de los libros, y acusó a los rincones de urdir patrañas en la sombra, a quién va a interesar que yo lo diga.
¿Dejar memoria o convocar olvido?
Ojalá lo supiera.
De “Sin noticias de Gato de Ursaria” 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)
* * * * *
3. Carta de Gato a uno de sus amores
Hice añicos la luna del espejo.
Ya no podía resistir más su respuesta miserable.
Cada vez que buscaba en su interior,
yo desaparecía, estabas tú.
Me decías:
“¡Qué viejo estás! ¿no te das cuenta?”
Recogí los cristales diminutos,
teñidos con la sangre de mis manos.
Te los hice llegar envueltos en papel de celofán.
No acusaste recibo, pero
jamás podrás decir que no te regalé la Luna.
De “Sin noticias de Gato de Ursaria” 2004
(Premio Emilio Alarcos de poesía del Principado de Asturias 2004)