Reseña biográfica
Poeta español contemporáneo, nacido en Rota, Cádiz en 1935.
Pertenece al “Grupo Poético del Sesenta”. Su extensa obra contempla los más diversos géneros y se caracteriza por una bella forma clásica y ortodoxa. Muchos de sus poemas se encuentran traducidos a más de seis idiomas y han obtenido numerosos premios, entre los que se destacan:
Adonais 1969
Nacional de Literatura en 1973
Nacional de la Crítica en 1978
Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez en 1988
Premio Internacional Ciudad de Melilla en 1991
Francisco de Quevedo en 1995
Ciudad de Salamanca en 1998
Generación del 27 en 1999
Así como el atleta
Mi cuerpo es como un pájaro. Me alzo
sobre una cordillera de gorriones.
Las alas me empujaron en el salto,
se me llenó la carne de motores.
Hoy he vuelto a la vida. Libre, gano
mi oficio milagroso de ser hombre.
He tocado una nube con mis brazos
y le he robado al águila su polen.
Quise sentir el mundo, lo delgado
del límite del día con la noche.
Corrí sobre la pista del milagro
indagando el secreto del azogue.
Debí de ser gacela, ardilla, gamo
perseguidor del aire de los bosques.
Mi pecho respiraba como un campo
lastimado de músicas y flores.
Luché contra el equipo de los nardos
y el fuego de amarillos girasoles.
Competí con la pluma de los pájaros
y el latido voraz de los relojes.
Sin sentir en los músculos cansancio
llegué, libre, a la meta.
Desde entonces
traigo una lluvia nueva entre mis párpados.
¿Fui yo? Nadie creyera. El horizonte
se me llenó de cánticos y aplausos.
Hoy le vencí a la vida en el deporte
de alcanzar la alegría con las manos.
De “Tierra de nadie”
Besarte no es amor, es irte oliendo…
Besarte no es amor, es irte oliendo
igual que huele el macho a su collera;
es saberte paloma mensajera
al gavilán las alas abatiendo.
Besarte no es amor, es ir pidiendo
besana donde hundir mi sementera;
es ser igual que el toro en la pradera
huyendo de la hembra y embistiendo.
Igual que el ciervo oculta el baluarte
donde el celo resiste y le reclama,
así mi boca llega hasta tu boca.
Porque besarte entonces, no es besarte.
Es dejar en los labios la proclama
donde la sangre asusta de tan loca.
Contigo a las orillas del atlántico
Amor, contigo sólo y con la ola
en risa nueva y prisa apresurada.
Que tu boca me aloca, desbocada,
con bocados de mar y caracola.
Amor, ¿estoy contigo a solas, o la
luna cambia mi sombra desvelada?
¿O es tu boca la poca, la tasada
punzada que me toca y que me inmola?
¡Oh, cuánto mar, amor, diese, daría,
si beso el vaso, el cántaro suave
de la boca que libo y que me aboco!
Si llego, llaga amante, a la bahía
del claro faro que remonta el ave
tu mucho pico que besando es poco.
Cuando pasa una joven como tú salta el pecho…
Cuando pasa una joven como tú salta el pecho,
se compran las parcelas de este sitio acotado.
No hay un cuerpo en la tarde que te iguale, criatura.
Porque vas explicando lo que queda de verte,
poniendo orden a un mundo que no está en este reino.
No hay un rostro que pueda dormir cuando te ha visto
ni sienta que, por dentro, van cantando los árboles.
Eres como quisieran ser los astros más lentos,
las altas catedrales, las ciudades de Europa
que desnudan sus flores con un copo de nieve.
Convocas impaciencias a los bancos de un parque
que, detrás de los ojos, te acogieran despacio.
Imposible es gozarte como no bendecirte.
No hay nadie que no mire sino dándote gracias.
Cuando toco tu mano siento el río…
Cuando toco tu mano siento el río
de las madres, el agua y sus veneros,
la siembra por hacer y los aperos
de mi labranza muerta en calorfrío.
Cuando toco tu piel, todo el rocío,
la madre tierra, campa por sus fueros,
y en mi sangre los altos aguaceros
domeñan sus furores al estío.
Porque al tocar los surcos de tu mano
siento una voz que llama a la faena
desde la tierra virgen del cortijo.
De hacer feraz la tierra de secano
talando por el tallo la azucena
que adornará la cuna de mi hijo.
De cuando no sabía las letras de tu nombre…
Porque tu nombre estaba todavía
sin estrenar los labios, porque era
un acertijo más, una pulsera,
un trino de gorrión que no sabía.
Porque tu nombre estaba como un día
sin pájaros, oasis sin palmera,
fuente que le faltaba torrentera,
risa que no encontraba la alegría.
Por esto, por tu nombre; porque estaba
sin decir, sin hacer, como un anillo
que no encontraba el cauce de su dedo,
yo te llamaba Espera; te llamaba
Hermosa, Emilia, Amor; lo más sencillo,
lo más desenredado del enredo.
De cuando nos nevaba y te reías
Llueve la nieve y llueve en tu mirada.
La nieve nieva y llueve tan deshora,
que a tus ojos, tan negros, los decora
de una pequeña ruta de nevada.
Está nevando nieve enamorada.
La nieve por tus ojos se enamora
nevando tu mirar, que nieva y llora
la aurora del nevero deshojada.
Te ha nevado la voz, y, de repente,
tu risa abre a la tarde la alegría
saltando de tu boca como un copo.
Me has lanzado una bola hacia la frente.
Y ha vuelto a sonreír tu niñería
mientras beso tu risa y te la arropo.
Dibujo corporal
Cuando me llegas con tu luz y ordeno la gran copa caliente,
tus cabellos, tu novia mano de lebrel.
Y acuesto la carne junto a ti,
dejado el ventanal con sol, todo el silencio en sombra.
Y se deslumbra el aposento de un túnel sin color.
O bien tus dedos, arando mis mejillas con su lento
peregrinar -mirándome por dentro como al olor-
van a pastar sus ciervos en el pómulo,
alertan nómadas del corazón.
Sí, oculto, llega el sueño a sazonarse con el lugar y,
hondero, hace oficio del párpado con gesto de tórtola.
Y te duermes, y un almendro florece en ti.
Si luego, ya
despiertos,
te miro y nace el aire, abre un espejo de mocedad,
se sana el rostro enfermo de la sábana.
Y, dócil, quema el trébol del labio su poder,
se entrega al fuego la juventud.
Y si, después, volvemos, tal un jardín,
a contemplar el cielo con pájaros. Y cantas.
Y en el cuello sopla el alisio su esplendor, el cierzo
mueve la alcoba, anida así un jilguero, otra vez en tu mano.
Y ve el estruendo devastarse ciudades de piel, pueblos del tacto,
sitios nobles y, a lo lejos, arde un pinar,
entonces se que cuerpo aventajado es mi vivienda,
el centro del amor. Y te amo.
Y sé del reino donde tengo mi exilio. Y mi alimento.
El baile
Porque tu pie no es árbol, sino vuelo,
paloma desmandada, extenso ramo,
la nota más viajera a tu reclamo
solucionó lo grávido del suelo.
Porque tu pie volaba por el cielo
con peso de sonoro miligramo,
la nota más viajera, como un gamo,
buscó lo forestal del violoncelo.
Y, entonces, fue la música. El Danubio
sonaba por un vals, y un gnomo rubio
danzaba entre los vuelos del vestido.
Tu pie giró al impulso de la orquesta,
y en los bosques de Viena una ballesta
fue preparada para herir lo herido.
El poeta recuerda un 23 de abril
Si no fueses así, tan miniatura,
tan proyecto de madre o tan semilla,
si fueses ya mujer y no chiquilla,
cimientos de lejana arquitectura…
Si no fueses así, si tu cintura
fuese ya como un pozo, y tu mejilla,
hoy tan niña y sin polen, tan sencilla,
tuviese más aroma que frescura…
Si no fueses tan breve, tan pequeña,
hasta tus brazos fuera mi navío
buscándole a tu cuerpo el abordaje.
Buscándole a tus ojos esa enseña
con el más puro amor, donde el rocío
juega a sentirse hoguera bajo el traje.
En un lago asustado se confía…
En un lago asustado se confía
la exacta cuadratura de tu nieve
y, ya un espejo rosa, roza leve
la leve forma de tu geografía.
Por saber tu jersey topografía
asoma en dos colinas lo más breve;
lo más punzante, donde no se atreve
un alfiler a ser fotografía.
Y debajo, ciñendo tu cintura,
tu cuerpo sometió a la arquitectura
lo más desconocido del rocío.
Debajo, acampanándose en la tela,
lo más rosado de la duermevela
y un claro arroyo convertido en río.
Eres un atlas…
Eres un atlas. Van las cordilleras
sobre ti, mi Janine. Aguzanieves
cruzan tus pechos de pavor, de breves
brasas donde se encienden las hogueras.
Te cruza el rubio Sena. Torrenteras
nacen de ti, regatos de tus nieves;
aguas redondas, olas como leves
andarríos volando tus riberas.
Tu cuerpo un archipiélago. Tus manos
el duro mar, los mares océanos
camino de unas islas escondidas.
Y tus brazos las costas, litorales.
Playas donde los besos veniales
aprenden a nadar sin salvavidas.
Es elocuente cuanto no te diga…
Es elocuente cuanto no te diga, pues ninguna
palabra clarifica .
como el silencio.
Decirte adiós es esta copa larga
con un sabor a nunca. Sin embargo,
perdido entre el alcohol, hay en su fondo
un verso.
Ese es el tuyo. Bébelo
no despacio, pero no tampoco
con la aceleración de quien se marcha
y envenena el cristal. Deja que el vaso
pueda hablar en tu boca. Y, aunque al fin vacío,
mantenga su temblor. Ya que quien ama
para siempre lo hace.
Hueles como el verano…
Hueles como el verano. Desde el calor, lentísimas,
se me ofrecen las jaras y, en tus hombros,
lo flexible del mimbre y el lentisco. Tienes,
debajo de tus brazos, un herbazal tranquilo,
olor a prado en celo y a retama de un monte.
Parece que vinieras de una casa sin nadie
con un carro de heno que asustara en los labios.
Estás como entregando una mensajería
de un lugar inconcreto que no sabe su nombre.
Tu oficio más propenso es hablarle a los tréboles
y hacer que en cada mano se haga grande un arroyo.
Abrazarte es lo mismo que ir oliendo una fábrica
donde el polen hubiese trabajado descalzo.
A través de tu boca se ha asomado una espiga
y hay un poco de mosto que va abriéndose paso.
No existe sitio tuyo que no ordene
mirar su procesión, más infidelidades
a las cosas restantes que arde al sol tu azotea.
Hueles a la corteza del pinsapo y del álamo.
Desde ti suena el mundo como el aire en las cañas
o el zorzal. Se despeñan los párpados a verte
y, al rodar, te visitan regiones augurales
que enloquecen en misa con su fiesta de pronto.
No es posible explicarte sino deletreándote
o enviando a la escuela la emoción de uniforme,
con zapatos de párvulo y un gran lazo en el cuello.
Amarte es despedirse abrazándote a un campo
que huele a regadíos y a un vellón trashumante
que hubiese ido de compras a una tienda de flores.
Exhalan tus dos pechos una jardinería
que asciende de las sábanas con que heredas la nieve.
Y está tu olor tendido, dentro de la hermosura,
con una piel tan blanca que te beso esquiando.
La mancha de carmín
Por ser tu boca tanta, tan segura,
y abril tan loco y poco recatado,
yo llegué hasta tu labio desbocado
en busca de tu boca y su aventura.
Y te probé la miel, y su dulzura
dejó mi labio rojo tan manchado,
que mi pañuelo luce hoy un bordado
envidia de la aguja y la costura.
Por ser tu boca tanta y tan esquiva,
se bordó tu inicial en mi pañuelo
con “B” de beso y letras en cursiva.
Y ahora es como un pájaro. Su vuelo
lleva una mancha roja en carne viva
subiendo hacia los aires, hacia el cielo.
La selva
A Gumersindo y Carmen Galán
Justo donde la casa, el hormigón que gira
levantándose, las piedras
y el ladrillo obediente, estuvo, no hace mucho,
la selva.
En otro tiempo
Nada recuerda ahora
la feria del vivir .Las hierbas altas
de antaño. Tanto trébol.
Los niños que corrían descubriendo la flor.
La bella historia
del nido. Aquellos árboles.
Alguien sembró su rayo, la fiereza exultante
que el dorso es de la savia.
El hierro se erige en el lugar. Los albañiles
elevan la argamasa. Inician torres
de cemento durísimo. El escombro
se posesiona del verdor. Asfixia con su polvo
los animales libres de la tierra
que, un día no lejano, procrearan
su estirpe.
Ahora es el triunfo
del bodegón sobre la gracia viva
del vegetal.
Todo engaña,
recuérdalo. Es efímero. Tanto espejo que finge
sus plurales azogues.
En el lavabo
cruzan cigüeñas, estorninos gigantes,
con un cesto de frutas
en la voz.
Corren grifos. Hermosas cataratas
y cisternas.
Fúnebres melodías en el agua que brota.
Aquí
yacen, podridos,
el mundo liliput de los insectos,
las hormigas menores. Tantos seres
de estatura inferior, hoy calcinados
bajo el jardín.
Detrás de los visillos
se iluminan estancias, otras flores ingenuas
que están como enterradas en el cuadro. Sin aire
y sin perfume. Cadáveres que el óleo
representó.
Todo es así. Recuérdalo:
figuras que se borran. Espejismos. Adobes.
No.
No hay nada que nos duela si no es la carne misma
la que sufre. Alguien desconocido, cada tarde,
se entrena
pensando cómo herir.
Nació, a nuestro pesar , la arquitectura
donde el ramaje puso su hermoso pie silvestre.
Trazó las alambradas de la verja,
los bancos del zaguán. Toda esta flora
que suplantó lo vivo de aquello que aquí fue.
Nada recuerda ahora la bella floración,
los minaretes pulcros del enebro. La lluvia
de los tímidos sauces.
Ahora, qué hacer, son ya los signos
de la grandeza. El tiempo,
cada río, lleva su historia al mar.
Todo fenece, cambia
como un rostro.
Se viste ahora la selva
con la tibia casulla que decora y maltrata
la presunción.
Abdican de su trono
las ramas. Los gorriones se aman en la acera.
Se persiguen el vuelo
sin encontrar más sol que las cenizas
de la luz.
Justo el lugar.
Aquí, donde la casa
ésta que, sin deber, pienso es hermosa.
Donde amanecen vidrios y mosaicos,
la herramienta que brilla, estuvo el polen.
Recuérdalo. ¿no era
como subir a una montaña?
El ojo
iba trazando su ascensión. Crecía
el fresno su abundancia, su violenta conquista.
Y el roble alzaba intacto
su tronco, lo que el pájaro pudo
traer desde la sierra.
El pico ya salobre
de azul que era mar .Tallos de nieve.
Olvido y herbazales. Nuevo aroma
que hoy grita en pebeteros
de cristal. Otros sándalos. Maderas
donde el disco del sol decanta el turbio oro.
Hoy, ya fauna distinta, el hombre mira
con dolor el paisaje
que vio feliz. Oye llover
como trinar. Costumbre ya del duelo.
Que todo es un museo, preparado
con sed de lastimar. Pero nosotros
resistiremos.
Haremos la pupila
un viejo arcón de plata.
Y siempre será selva
nuestra memoria.
De “A flor de piel”
Las señales, himno para empezar la primavera
A Emilia Y Ángel Manuel Yago.
Todo es hermoso ahora. Vive el alma
esta noche la paz. Desconocida
eras, y ya eres parte de mí. Vuelves
como si nada, nadie, separase.
Regresas. Siento cánticos contigo,
reconociéndote. Los ojos, si los abro,
cierran la flor del día, los fugaces
puntos de luz. El aire quema al aíre.
Arde una hoguera. Sombras.
No. Ninguna
comparable. Caricia irrepetida.
Laurel de las dos sienes.
Verso a verso
desentrañada aquí. Página en blanco
donde está el sacrificio del poeta.
La tierra es una parte diminuta
del corazón
Quisiera bendecirte
hoy que el odio se cambia. Es alegría
de mil colores.
Hablo, sin embargo.
Escribo, sin querer, lo que el silencio
comunicara.
Ven.
Hay que decirnos,
para entendernos, algo.
Ven. Yo soy.
Recuérdame. Yo soy. Tiempo de magia.
Soles ardientes. Júbilo sonoro.
Voces profundas. Voces.
No es posible
sea el eco, no es posible. La montaña
desplazóse del sitio -¡Oh fe que mueve
la roca contra el pájaro del cielo!-,
halló lugares vírgenes. Lugares
sin tu amor.
-Verdad que ha de salvarme
No otra casa que ella. No agua turbia.
La verdad. Los arroyos-.
Siento cánticos
de ángeles que cruzan con la espiga
más pura sobre el halda.
Oh si, la tierra
es una parte del corazón que ahoga
y nos sepulta. Apenas nace el día
cuando, después, ha muerto. ¿Dónde huellas,
el rayo de la luz?
Sombras atroces
vienen. Oigamos, limpios, el milagro
del nacimiento. Oigamos. Escuchemos
este batir de alas.
Sálvame. Puedes
salvarme.
Sálvame. Salva, hermosea
la fragancia perdida, alumbramiento
de la verdad.
Tenemos que salvarnos
llegando a ti. Sonando las trompetas.
Los muros derribados. El concierto
de las palmas azules. Aguas claras.
Quisiera bendecirte. Proyectarme
al regazo materno. A la inocencia
de la creación. Subirme a los torrentes.
Al árbol de la sed. Romper cadenas
enemigas. Ser tuyo.
Ser ya tuyo
como un himno en la sangre. Como un río
que desemboca, y nace, en pleno mar.
De “Tierra de nadie”
Llueve Janine….
Llueve Janine. La azul cristalería
del agua se estremece en el tejado.
En la calle, el invierno. Aquí, a tu lado,
calienta el sol, la carne se confía.
Fuera, llueve. La triste melodía
de la lluvia de enero te ha llenado
de una música nueva. Se ha dorado
contigo el pastizal de la alegría.
El reloj de la torre da las nueve.
Traza una curva azul el agua. Llueve
sobre el tambor de piedra de la acera.
Dentro, contigo, el corazón se sabe
reconfortado y puro. Sol suave.
Gozoso mayo, mientras llueve fuera.
Lo malo es que se olvida….
Lo malo es que se olvida y un puñado
de tiempo se nos marcha hacia la nada.
Lo peor del olvido es el que en cada
cosa que fue vivimos de prestado.
¿Alguna vez leeremos del pasado
su página feliz como borrada?
¿Nuestra memoria ya desmemoriada,
sólo andará sobre lo desandado?
Lo peor del olvido es lo que olvida.
Que tanto ayer, eterno y de por vida,
se marche por la calle en que ha venido.
Porque será… Más tarde o más temprano
se nos irá el recuerdo de la mano
a deshacer su rostro en el olvido.
Mirarme hoy es ponerse más triste que una calle…
Poema escrito el 24 de Noviembre de 1978, durante
la estadía del poeta en el hospital, aquejado de una
grave enfermedad de la que luego saliera airoso.
Mirarme hoy es ponerse más triste que una calle
a la que el viento hubiese dejado sin visillos.
Es ser como una alcoba sin camas habitables,
como un tejado roto que asustara los nidos.
Me miras y te afliges y quieres acercarle
la memoria a mis ojos de nuestro tiempo vivo.
Hoy tengo la esperanza color de algunos árboles,
de aquellos que en otoño se mueren de amarillo.
No sé dónde ponerme los huesos en la carne,
cómo esconderle al pecho su largo pasadizo.
Mirarme hoy es ponerse más triste que una clase
sin tiza y sin pupitres, donde no hubiese niños.
Confieso que te quiero más que nunca esta tarde,
hoy que tiemblas de miedo junto a mi maleficio.
Tus ojos se me entregan como el rostro de un parque
donde, nuevos, los sauces emigraran de sitio.
Me miras y sostienes un pájaro en el aire,
el cielo respirable que me ha sido prohibido.
Tus manos me consuelan con su fruta abundante,
van sanándome dentro más despacio que un siglo.
Miras como ofreciendo tus ojos inyectables,
tus ojos enfermeros frescos como un racimo.
Mirarme hoy es ponerse más triste que un paisaje
donde nunca las ramas despertaran de mirlos.
Y yo, porque te amo, me oculto en este traje
de sábanas que lavan su muerte los domingos.
Me asomo a tus dos ojos como a dos ventanales.
Confieso que te quiero como nadie te quiso.
Porque tú, que me miras, ya no encuentras a nadie.
Nadie que me conozca puede decir que existo.
Acuden a mis ojos tus ojos a llorarme.
Llegas a despedirte. Te has mentido, amor mío.
Música de saxo para dejar entre las flores de Bowling Green
Recuerdo a Miss Gilmore, preludio de la nieve,
ébano solitario, violeta lastimada,
con un pájaro loco bullendo entre las manos
y en las tersas caderas un surtidor de agua.
Recuerdo sus cabellos, sus ojos infinitos
con un rumor de lumbres y selvas africanas,
y una cinta de flores llenándole los labios
de una fiel primavera de besos y de magias.
Parece que está cerca, que estoy tocando el fuego,
su cintura pequeña envidia de las palmas,
o los negros alcores de su cuerpo perdido
lleno de luces tibias y luces de Manhattan.
Viajero de los mares, un jazz de golondrinas
me acercó el imposible perfil de las acacias.
Siento sus manos, oigo como una lluvia triste,
como un gorrión herido temblando en mis espaldas.
Fue una vez -¿hace siglos?-, cuando el aire venía
indagando el secreto del polen de las blancas.
Antes de ser recuerdo su boca de azabache,
sus labios combatidos, magnolia inexpungada.
Y hoy perdida en el Este, subiendo rascacielos,
llevando soles altos al nido de la escarcha,
Miss Gilmore imposible, postal de un sueño apenas.
Perdida de mi cielo, turista de galaxias.
Niño hermoso, qué tienes en las manos…
Niño hermoso, qué tienes en las manos. Que rico
presente, voz silbante
de junco, das.
Mi puma más inocente, arroyo
de arrogancia, divino bien.
A qué callar. Te amo.
Dispones de la llave
del corazón. En esta tarde roja que hierve
cuando miras. Si muerdes la gran manzana en flor
que va cantando bajo tu bozo. Mientras músicas
arden en cada sílaba precoz. Como gacelas
nerviosas, ya atraídas al bosque de tu labio
virginal.
Niño hermoso que fuiste, excelso pájaro,
un trino en el jardín. Ramo de mirto. Brazo
de luna entre lo oscuro.
Quién, mirado, enamora
como tú. Qué así vive sobre el alma, conforma
esferas de ilusión, deja su nombre en sábanas
de hierba, pulsa la miel.
Oh, hijo mío, regato
de mis fuentes. Seguro yo. Gran copia. Caricia
de mi espejo.
Te amo, oh, sí, te amo. No llegue
rubor a mis mejillas al confesar que tuve
tu cáliz, tu amapola
finísima. El murmullo de tu lengua de mar
entre la playa. El mismo yo naciendo. La gloria
difícil de tus años, tu carne atroz.
Bien mío,
recuerdo sólo, hoy humo flotando en la ciudad.
Qué trajo aquí tu estatua de doncel.
Oh, criatura
color de pan. Milagro de piel espesa y grata.
Caballo torpe. Mozo
mollar. Tigre feliz. Arte menor. Hermoso
joven. Luz en la niebla
de la memoria.
Y beso, vez repetida, aquella
superficie. El vaso de licor. -Ah memento,
así arañado-. Rama
que fui. Narciso mío, reflejado en el lago
de la niñez y el Sur. Libro mortal de ejemplos.
No es esa boca. Otra boca. Otros lugares…
No es esa boca. Otra boca. Otros lugares
fueran del beso trampolín, batalla.
No es esa buril que besa y que te talla
la carne con vestigios circulares.
Sitio no de la tierra. Militares
defensas, torreones de muralla.
Rocas contra el impulso de la playa.
Freno pon a las olas de los mares.
Prohibido el paso. Se termine. Cese
la gracia de tu polen. Nadie bese
sino el aire de tu boca. Nadie dueño
del pozo de Jacob. Labios cerrados
a canto y cal. Oh, pobres maltratados.
Oh, labios niños, a mitad del sueño.
No lo podrás creer, pero los días…
No lo podrás creer, pero los días
-hondón de soledad, arte cisoria-
se me pasan llorando en la memoria
y contemplando tus fotografías.
No saber nunca que me morirías,
lejana luz, herida transitoria,
y otra vez regresara a aquella historia
y a desbesar tus manos de las mías.
Y a mendigarte lo que amé: tus ojos
-oceánicos pájaros, ficciones
donde el cóndor y el vuelo ultramarino-
y el predio dulce de tus labios rojos
-ay, muro eterno de lamentaciones-
y el mar de nieve de tu cuerpo andino.
Ola feliz
Suena este mar, tu corazón, bajo la piel.
Bello el reloj, se mueve .
Anda del seno tu lugar.
Potro en la nieve, se hace nuca su belfo.
Come de la bandeja blanca de las sienes.
Muere de delgadez. Y es ave,
relámpago concéntrico con peces
hechos música, luz, bolsa obediente
del diapasón.
Feliz más que una playa, acude al vientre,
Edifica del agua la esbeltez. Allí te crece
como un inmenso pájaro. Y distiende
alas de olor sobre el cantil, te bebe
la piedra transparente del cuerpo.
Después, yedra invisible, baja hasta el pie.
Jinete, torre en el cuero juvenil,
tambor de lo turgente,
cede su forma a la presión.
Sonoro resplandece.
Te late en las paredes de la carne que beso.
Se convierte en ruido de unos bosques,
en rostros de violines
que pulsan de ese alegre sitio del sol.
Y así la noche emerge solícita.
A tus manos, que hablan en la sombra
su celeste palabra.
Su situación de fiebre y de jardín.
Su fuerte voz.
Y así mientras conoce, la boca vibra,
enciende su tacto.
Llega al hombro con presencia de río,
pone caricia y redes a la virtud.
Transita entre los sauces y el aire adolescente
que amo, fruto interior silvestre.
Cuerpo tuyo que canta.
Y aventa de mis dedos respiración de mieses.
Palabras al oído de quien no pudo oírte
Cuando nos veamos
¿nos conoceremos?
¿Seré el mismo por fuera,
tú la misma por dentro?
Cuando nos veamos
–si alguna vez nos vemos–,
¿seremos los que somos
los que fuimos seremos?
Cuando nos veamos,
cansados ya de vernos,
seremos estos mismos
que han dejado de serlo?
Palabras para colgar de una ventana rota
Este balcón da al mar.
Toco la espuma viajera, inagotable, de la orilla.
Sobre el balcón, volcado en La Castilla,
mis ojos dan al mar.
Lejos, la espuma dibuja un horizonte
que navega mi corazón.
Conozco cada grano de esa arena,
su nombre, su verano, su apellido.
Y el agua se me entrega
joven y dulce en la mañana.
Y canta su septiembre de sol.
En los cristales crece la flor de luz de los corales,
ruge lo azul de la escolar garganta del día.
Y aquel año, aquel desvelo que antaño fui, se asoma.
Y ve y en Rota esta ventana es mar,
y gaviota que le devuelve lo mejor del cielo.
Pensamiento en septiembre para ti
Tú eres un vino, amor, dulce y espeso
que en cepa viva bebo enamorado.
Tú eres mi vino, mosto soleado
siempre recién pisado, siempre ileso.
Tú eres un vino, amor, que deja peso,
poso en el alma herida sin cuidado.
Tú mi oloroso o fino, amontillado
en el lagar azul de nuestro beso.
Borracho yo de ti, de tan beberte,
de tan sentirte en mí, de tan tenerte
midiéndome la sangre como un vino.
Vino del sur, jerez de mi bodega.
Y aquí mi corazón, juega que juega,
adivinando rectas al camino.
Perversificacione
16
Cuando llegaste al ascensor se puso
color de tu cabello el aire todo.
Todo era rubio como tú y bellísimo.
Tus piernas paseaban en los ojos
de cuantos iban ascendiendo al cielo
y a la planta tercera. Y yo, que estaba
tras ti, tan indefenso, contemplando
la luz de tus caderas no usuales,
cuando apoyaste sobre mí tu cuerpo
y vino a regalarme un dios y a verme,
sentí que el pantalón se entusiasmaba
y que, dentro de él, nuevo el verano,
iba a buscarte el sol que le ofrecías,
muriéndose de pie, bajo el vestido.
17
De todo cuanto estuvo en el espejo
-góndola bella que al amor rendía
y que yo deseé como otros muchos
que te gozaron- no te queda sino
memoria que se fue.
Mas no te duelas
en esta circunstancia no punible
de perder mi apetito ni el de aquellos.
Puedes, lasciva, mejorarlo sólo
con ofertar mullida la demanda
que fue famosa desde tantas voces.
Y así ofrecerle -toda guía es ciega-
y un poco más de tu redondo asilo
a quien te compre su placer al peso.
18
Te falta indecisión, miedo y un poco
de sabor a mujer, pues eres joven
y, aun sabiendo la mucha miel oculta
que en poca edad para el amor se ofrece,
yo, que a lo hermoso no rehusé hasta ahora,
lamento confesar, ante tu oferta
de hojaldre quebradizo y pan caliente,
no haber cumplido esos sesenta años
en que se aprende a agradecer un postre.
19
Ya nunca pensaré, cuando esté libre
de lo imposible de este amor, que tienes
los ojos parecidos a las aves
y un sexo en el que yo me quedaría
a pasar este invierno.
Pondré un hilo
de seda al corazón por no olvidarme
que tengo que olvidar. Y hacer posible
lo que sé no es posible. Porque eres
lo más bello, en el otro, de este mundo.
20
De todas las que amé, tú eres la única
que, lo que nadie supo hacer, lo supo.
e hiciste bien. Pues luego de marcharte
de mí, que te adoré, tan largo tiempo
de andar pidiendo a innumerables otras
repitan el camino que anduviste,
ninguna alcanza a ti.
De tal manera
que, decidido como estoy a verte
y tú dispuesta a no olvidar mi afecto,
te ruego que ejercites con los otros
tu inigualable perfección aquélla
hasta que puedas, otra vez, matarme.
23
A ti, que ya has dejado de alegrarme
como lo hicieras en aquel verano,
te vengo a ver las tardes de este invierno
huidizo hasta tu casa de la nieve.
Porque ya no te quiero. Así que, cuando
solícita me obligas a aceptarte
y accedo a lo que pides por el frío,
no pienses que es mi amor el que a ti acude.
26
Tardará más o menos, pero un día,
sin que nos demos cuenta, habrás caído
en redes del amor. Y, cuando quieras
huir de lo que amas, no habrá mano
que te libre de mí. Ni yo tampoco
desasirme podré. Pues ese juego,
que sólo procurara complacerme
con la demanda de tu carne joven,
convertido se habrá ya en lo que nadie
deshacerlo podrá, ni tú no amándome.
28
Cuando nos fuimos a acostar, en ese
momento confidente de quitarnos
las ropas y de hablar de inanidades,
me sorprendió que una mujer hermosa
como eras tú, tuviese a media noche,
tan corta luz con que alumbrar la escena.
Cuenta me di que tu caligrafía
no era lo grácil que pensé al cazarte
y tu sintaxis resultaba oscura.
Bien visto, qué más daba. Estabas buena
como un durazno, tu caliente hogaza
no era igual ni común -torpe y lentísima-
y te gustaba compartir mi cuerpo…
Lo demás un exceso hubiera sido.
36
Has hecho bien en olvidarme. Hubiera
apagado ese fuego aquella noche
sólo dos veces más, y sólo a ratos,
y tú pides el mar en cada instante.
Así que has hecho bien. Mas compadezco
a aquel que tendrá sitio ya en tu hoguera,
pues no sabe el traidor qué incendio el tuyo
cuando imagines que conmigo yaces.
37
Después de que te fueras, no poseo
ni siquiera mis ojos. Y hoy querría
tenerlos en tus pechos todavía
y temblar, como entonces, de deseo.
Ya inútiles sin ti desde aquel día
en que, desnuda, me dejaras ciego,
por saber no habría nunca ya otro luego,
los di a tu cuerpo. Y a tu lejanía.
38
De todos los lugares donde hicimos
arder tu juventud, recuerdo como
sitio nunca olvidable la bañera,
a la cual me llevaste -yo tan limpio
de cuerpo y corazón- con el sigilo
de darme a conocer, líquido, el fuego.
Y, en verdad, conocí cuánta y distinta
puede la lava ser en los volcanes.
Fue tan perfecta la ocasión de amarnos
igual que los delfines en el agua
-ahogándonos a ratos y creciendo
por encima del mar: muslos convictos,
senos en desazón, piel en naufragio,
la hirviente red en la que el pez moría-,
que, desde entonces, casi medio año
-limpio de corazón y no de cuerpo-,
no me he vuelto a bañar
por olvidarte.
39
Nadie tuvo la suerte que yo tuve
la vez que te encontré. Pero ninguno
tampoco desdichado como fuera
yo aquella tarde junto a ti, preciosa.
Pues te probé en sazón, como a las uvas
dispuestas a romper entre los dedos
su joven zumo tras la piel guardado.
Y fui feliz y, al parecer, lo eras.
Mas también desdichado, porque hoy busco
por los mercados y las fruterías
y nadie ofrecer puede otro racimo
tan distinto al sabor como fue el tuyo.
40
Al desvestirte observo tu belleza
lo mucho sobrepasa en varios dones,
y es comprensible que, al censar tus bienes
te acosen deseándote los ojos
y quieran sostenerte tantos labios
en mitad de la noche.
No prudente,
oh incitadora del incendio ajeno,
será poner a prueba cuánto abarcas
ni cuántos pueden resistir tu canto.
Vigila que tu cuerpo tomó dueño
y, aunque torpe su esmero ante tal tuyo,
fiel has de ser a quien te desposara.
Por eso, y comprendiendo cuán difícil
rehuir la incitación que en ti prodigas
incluso para aquél que es tu marido,
por esta vez perdonaré tu engaño.
Con él acepto sólo me traiciones.
42
Sé que preguntas aún por mí, que quieres
volver conmigo y recobrar el tiempo
perdido con aquél que te encontrara.
Si volviese a tu amor me perdería
esta vez yo, y al caminar lo andado.
Mucho es el riesgo de adorarte, diosa.
Pues no quisiera malversar de nuevo
mi prestigio de adúltero con alguien
que pudiera esta vez abandonarme
quién sabe si quizás por su marido.
49
Ella no es joven. Mas las dos estáis
por dentro y fuera, hechas de la misma
materia y proporción, cuerpo con algas
donde olvidarse, pues tenéis el mismo
espacio de la flor en que oler mucho
por cuantas veces cada tiempo exija.
Conoces bien que, de las dos, tú eres
quien puede más. Que nadie pone en hora
el reloj de mi amor como tú haces
al llegar el verano.
Pero el año tiene
doce meses que son distancia grande.
Y si ella cerca cuando tú lejana,
¿que puedo hacer sino sufrir paciente
su mucha caridad con tu marido?
50
Te he sido infiel innumerables veces.
Mas, si ello te consuela, de esas muchas,
sólo dos repetirlas merecieron.
Las otras fueron del montón e ingratas
y no procede ni lamento ahora.
51
Si los ojos dejaran sus señales
en aquello miran, no pudieras
moverte ni ya andar. Porque tendrías
heridas y arañazos en las piernas,
cicatrices de amor, rastros de hambre,
mordiscos de jaguar bajo tus medias.
52
Cuando es la noche y, en mi cama, a solas,
pasan los trigos con tu piel, tus pechos
del tamaño del agua, las cerezas
maduras que comí o el cuerpo tuyo
que ha nacido perfecto; cuando todo
huele a la noche que tu flor me abriera,
no tengo otro consuelo que abrasarme,
fingirme otra vez yo, darle a la mano
lugar donde mentir lo que, allí sido,
repite de tu amor lo que, ay, no eres.
56
Desde que no me esperas y el deseo
se muere a media tarde sin la cita,
alguien, que no eres tú y a ti parece,
siempre a las horas en que te veía,
pone al olvido -a tu recuerdo- un dardo.
Camina como tú y, a veces, utiliza,
para mentirse a mi interés, del cuerpo
que niega -ya oferente- su vendimia,
como si tú le hubieses dicho tiene
que ser cual tú para que me consiga.
58
Estoy pensando en serio que no vuelvo
a subir, porque siempre haces lo mismo
cuando me llevas a tu casa. Pides
que intente ser feliz, mientras desnudas
muy despacio mi cuerpo. Me colocas
en una posición de estatua griega
que distiende voraz su lozanía
pidiendo en ti anidar su prisa tanta.
Y en lugar de incitarme a que te ame,
que es justo a lo venido, a las dos horas
de hacerme mármol para ti, me dices
no alcanzas a saber quién te recuerdo.
Perversificaciones 2
46
El frescor del otoño le ha tostado
las hojas al recuerdo, de tal forma
-detrás del mar huyó la primavera-
que el frío, no el calor, cumplió el oficio
que corresponde al desamor y al fuego.
48
-Jamás.
-¿Ni un beso más?
-Ni un verso más.
53
He olvidado tu cuerpo. De tus ojos
nada queda que ver, sólo su nada.
A ratos sólo, un resto de despojos,
su tachadura ya desmemoriada.
Después, antes -no sé-, borré tu boca.
De ser ayer, hoy me arrepentiría.
De recordarla hoy -nada la evoca-,
tu misma boca lo desmentiría.
Y mañana -que es hoy- lo que aún me reste
de ti no será ya: rostro del cero.
Te habré borrado incluso en ese este
irte borrando lo imperecedero.
54
Agradezco poder hacer contigo
esta noche de amor, pero te ruego
que comprendas que soy fiel y que a tres amo.
60
Una flor es la flor, no hay nunca otra.
Por ello al recordar lo de aquel día,
haré que mi recuerdo no recuerde
hasta abrirle la puerta a quien no abro
la puerta.
61
Escúchale a tus labios lo que quede
-lo que llaman recuerdo, algo de nada
muriéndose sin nadie-, y que es tan sólo
la farsa y la memoria del olvido
mintiendo en algún resto de verdad.
66
Otra vez esas hojas recordando
el tiempo del adiós, la primavera
diciendo quién se fue, quién se quedara.
Pasan las horas sobre el verde quieto,
ayer continuo en que los ojos duran.
Frágil vestigio del perdido cuerpo,
la ajena flor que de la tarde vuelve
a quien huyera con su olvido habla.
78
A veces temo que otra noche, como
ésta que casi olvidas acabar,
no halle el poema que se edite en tu boca.
tus labios tienen tiempo, son despacio.
Y está en tus ojos, como nunca, escrito
con olor a un después que, todavía,
no es anterior a este después de ahora.
80
Las vi cuando cegué. Del ojo apenas,
tentación del verano que, en su idioma,
le dictaba a mi lengua -punto y coma-
sus frutas no tangibles ni terrenas.
Dentro del iris -¿para siempre ajenas?-,
del nido huyendo su redondo aroma,
volaba entre el escote una paloma
de pico bruno y de plumón de almenas.
Una, o dos -¿eran dos, o fueron nada?-,
la duda aún le pregunta a la mirada
si vio lo que allí vio, si se equivoca.
Pues, si no ciertas, las inventaría.
Y ahí -¿dónde no existen?- te pondría
el fuego de otro amor y de otra boca.
Por no hacerle la guerra a la costumbre…
Por no hacerle la guerra a la costumbre,
allí, en el probador. Allí tus pechos,
tan blancos, tan franceses, tan derechos,
tan altos como el álamo y la cumbre.
Buscando habitaciones en la lumbre,
sitios para la nieve, tibios lechos,
el mar se hizo cascada en tus estrechos,
ronda de espuma en cárceles de azumbre.
Allí, en el probador, ya desbocados,
luchando con la seda y el encaje,
la lanza de la miel rompió la herida.
Y altivos, sin ceder, soliviantados,
Mont Blanc del probador y su paisaje,
alzan triunfantes su total medida.
Quien puso en ti su mano tuvo ardiendo….
Quien puso en ti su mano tuvo ardiendo
la carne y perfumó su corazón.
Desde entonces mi piel se ha acostumbrado
a dormir en una sola habitación.
Después de tanto tiempo de visita
los dedos aprendieron la lección.
Las brasas de por fuera son por dentro
distintas al tocarlas como son.
Andar entre tus cosas una noche
es igual que asomarse a algún balcón.
Los brazos se hacen huéspedes sabiéndose
un jubileo y una jubilación.
Desde entonces no hay nada que no sepa
a mercado y a venta de ocasión.
Quien puso en ti su boca ha conocido
las pavesas de su incineración.
Amar es muchas veces una herida
con una cicatriz de quita y pon.
Quien deja sus dos ojos en tus labios
enferma al encontrar su curación.
Ahora recuerdo cómo anduve a tientas
hasta oírle la voz a la emoción.
Quien puso en ti su mano ha sucumbido
al fuego de su propia combustión.
Reconstrucción del tango no bailado con nadie
La tarde todavía se escribe con tu nombre,
con una luz de plata sobre un bandoneón.
Se escribe en un cuaderno con hojas amarillas,
grabando cada letra tu nombre en un renglón.
Recuerdo que tenías dos ojos que cantaban
y una tienda con flores en la respiración.
La tarde se dolía de un beso en la garganta,
de un tango que temblaba dormido en el sillón.
Desde una voz con lluvia cruzaban colegialas
sonando en sus carteras la última lección.
Pasaban con la risa colgando de los brazos
y el verbo amar en tiempo de desconjugación.
Recuerdo en esa calle dos piernas me miraron
y dejaron su firma sobre mi corazón.
Gozarlas fue dolerse la mitad de otro siglo,
metiéndole de ausencia su fierro este malón.
Aún oigo cuando hablaban llegando a la cintura,
su lumbre de allá arriba bajando hasta el tacón.
No existe ya nostalgia como no oler su cuerpo
ni andarle a sus caderas la joven tentación.
Después de que pasaran mis manos se murieron,
se me han difunto un hijo y un verso en un jarrón.
El mundo tiene bromas que dan miedo
y no debés buscarle más argumentación.
Recuerdo que tenías yuchanes en los ojos
y un sabor a semillas y a panificación.
Si dicen que te olvido, reíte, sabés cómo
el sueño me ha enfermado tu boca bermellón.
Sabés que sos mi luto que nunca se termina,
que vos sos quien me arrima mi desesperación.
Recuerdo que tenías dos ceibos en los ojos
y un perfume de fruta casi en germinación.
Recuerdo que tenías la música por dentro,
sonando a lo incurable de mi desolación.
Tierra de nadie
Con este abrazo, herido de metralla,
he depuesto las armas y los sueños
Traigo la paz, el armisticio, blancas
alondras persiguiéndome los versos.
Mis labios anduvieron las batallas
con un fusil al hombro de los besos
Hoy traigo la noticia de las agua
y un tratado de paz con los almendros.
Hoy he vuelto a la vida. Esta mañana
no ha disparado nadie en mi aposento.
Hoy tengo la camisa lastimada
de tanta flor naciéndome en el pecho.
Soy yo. Todo es posible- Se levanta
el sol tras la joroba de los cerros-.
Hoy traigo la inocencia de la escarcha
y el temblor de las lágrimas del eco.
De la trinchera azul de la almohada
se despliegan banderas en mi lecho.
Firmé la tregua y, en lugar de balas,
siento una lluvia mansa entre los dedos.
Salgo al pasillo. Silbo como cada
hombre que se despierta y siente nuevo
su corazón.
Vencida entre las sábanas
duerme la sombra antigua de mi cuerpo.
Soy yo. Todo es posible. El agua salta
en el lavabo y moja el azulejo.
Hoy traigo una canción en las pestañas
y un arroyo sin límite en el cuello.
Tomo el jabón. Mi piel, apaciguada,
selló su compromiso con el tiempo.
Limpio la tierra oscura de mi cara
con el canto infinito del jilguero.
Esta mañana estreno una palabra
que me quiso robar el alfabeto.
Firmé la paz, la tregua, con las armas
y un tratado a la rosa de los vientos.
Por la felpa y la sed de la toalla
se ha quedado aquel hombre del espejo.
Hoy traigo la caricia de la aulaga
y un pacto con la patria del invierno.
Tú, que tienes el tiempo sobre la mano y lloras…
Poema escrito el 11 de Noviembre de 1.978, durante
la estadía del poeta en el hospital, aquejado de una
grave enfermedad de la que luego saliera airoso.
Tú, que tienes el tiempo sobre la mano y lloras
y piensas de mi vida que un astro es apagado,
me ofreces una carne de sueños y de esporas
y una larga abundancia desde el lecho habitado.
No encuentro otro homenaje más hermoso que verte.
Mirarte es entenderle su inocencia al rocío.
Tu cuerpo es en la tarde como una almena fuerte
donde hacerse una casa protegida del frío.
Abeja de ti misma, libas de ti, frecuentas
el calor que a la noche destinas y desmayas.
Eres como una alcoba donde el aire aposentas,
como una nube joven que enviudase en las playas.
Solo un campo contiene soledad tan desnuda.
Tiembla, frágil, la alondra que en tus pechos anida.
Me miras y te ofreces desconsolada y muda.
Vuelas como una lluvia que creciese dormida.
Oculto anda en tus ojos un olivar furtivo.
Por dentro de tus pechos se muere un gladiolo.
Tus labios se hacen grandes y el sol diminutivo.
Grita un corzo en tu cuello desamparado y solo.
Detrás de tus mejillas un pueblo hace su fiesta.
Tendida eres un lago que su vientre inaugura.
Eres tu misma sombra, destronada y depuesta,
que amanece gigante desde su desventura.
Y después fue el olvido…
(Ante la casa de don Francisco de Quevedo)
Y después fue el olvido. Fue la espiga
mártir del sol, esclava de la avena.
Fue enterrada en el polvo la azucena,
mancillada su casa por la ortiga.
Después fue ya el olvido -No castiga
la muerte más que aquello que condena
a ser sombra-. La miel de la colmena
se hizo veneno, pócima enemiga.
Todo lo que pujaba como un canto,
como un himno glorioso, fue transido
de soledad, de arena de desierto.
Y aquello que fue vida sintió espanto
de ser humo. Después vino este olvido
a decirme que el sueño estaba muerto.