García, Eduardo

Reseña biográfica

Poeta y ensayista español de origen brasileño, nacido en São Paulo en 1965.

Sus años de formación transcurrieron en Madrid donde se licenció en Filosofía, especializándose luego en Estética. Es profesor de Filosofía en Córdoba, ciudad donde reside.

Además de su labor poética y ensayística, es columnista de prensa, editor, conferencista y traductor de algunos poetas ingleses. En la actualidad cultiva la crítica de ensayo en la revista de libros Mercurio y se ocupa del diseño de la colección de poesía cajaalta de la editorial Gens.

Ha sido jurado, entre otros, de los premios Ricardo Molina, Ciudad de Córdoba, Hiperión, 2003 y 2004, y el Premio Nacional de Literatura 2004.

Cómo poeta ha publicado los siguientes libros: “Las cartas marcadas” en 1995, “Horizonte o frontera” Premio Antonio Machado en Baeza 2003,”No se trata de un juego” 1998 Premio Juan Ramón Jiménez y Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España; “Refutación de la elegía” en 2006 y “La vida nueva” Premio Fray Luis de León 2008 y Premio Nacional de la Crítica 2008.

Su obra ha sido recogida en numerosas antologías de poesía española contemporánea.

Al otro lado

Te digo que esta vez lo digo en serio.

No consigo dormir, me asusta el tiempo

que tengo que pasar sin ver tu risa

liviana apoderarse de la casa.

Noche tras noche vienes y me dejas

más sólo que la luna. Ese recuerdo

me basta para hacer un melodrama

del día que me espera, sin un beso

que llevarme a la boca. Mi mujer

no sospecha de ti; sólo pregunta

de dónde ese aire huérfano, esa leve

sonrisa que me vuelve transparente

me llegan

y hacia dónde me conducen.

Ya no voy a fingir. Hoy es el día.

Esta noche nos vemos para siempre.

Cruzaré en un descuido la pantalla.

Me quedaré contigo al otro lado.

De “No se trata de un juego” Maillot Amarillo, Granada, 2004

Casa en el árbol

En la copa de un árbol construiré nuestra casa,

con tablones y clavos e ilusión y un martillo

alzaré entre las ramas suelos, techos, paredes,

cuartos en espiral, secretos pasadizos

donde obra el azar el don de los encuentros

y de pronto amanece si me miras al fondo

por donde el viento corre a refugiarse,

madera en la madera, crujen las estaciones,

pasan a visitarnos los amigos,

huele a café, huele al árbol en que nos acogemos,

al rumor de las hojas, a la tierra

donde brota su impulso, su sed de los espacios,

se siente allí el verdor de las promesas,

casa y árbol fundidos, una sola criatura,

se es feliz de algún modo impreciso y vital,

con los años al árbol le van creciendo ramas,

gana cuerpo, se inclina hacia las nubes

y de pronto la casa ha ascendido unos metros

y hasta el aire es más puro, más ancho el horizonte,

las estrellas fugaces proliferan, ahora

vigila la espesura, hay luz en la ventana,

a cubierto de todo, suspendida,

luz de hogar en la noche, resplandor,

y una escala de cuerda entre las ramas,

si subes por la escala no hay retorno,

en la cima del viento hallarás nuestra casa.

De “La vida nueva” Visor, Madrid, 2008

Debiera ser verdad

Debiera ser verdad, debiera el día

inundarse de luz como hoy lo veo,

con su gesto de sábado y ventanas

abiertas al rumor del oleaje:

caminas junto a mí, tu voz me alcanza

con su aliento de fruta y la cadencia

de tus pasos se funde con mis pasos

y no nos cabe el alma ni este puro

fervor de criaturas que el deseo

arroja hacia una playa que no existe.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003

Despertar

Ese hombre que camina

con las manos sujetas a la espalda,

nos saluda al pasar, comprueba su reloj,

acude a su quehacer sin preguntarse

si va en su dirección y en su sentido.

No sabe que a su espalda se libra una batalla,

que su mano derecha

aferra sin piedad a la otra mano,

la retiene a su antojo por la fuerza,

prisionera, infeliz, sin voluntad.

Si un buen día la mano sometida

se niega a cooperar y en un descuido

reduce a su adversaria, se hace fuerte,

toma la iniciativa, arrebatando

el rumbo de los pasos, ya se atreve

a estrenar una vida renovada…

¿qué será de ese hombre inofensivo

cuando empiece a arrojarse a la aventura,

a derrochar las suelas y el impulso,

abandonándose al azar

del encuentro feliz, recolectando

a su paso semillas y canciones?

De “Refutación de la elegía” Generación del 27, Málaga, 2006

Fábula del violín en la escalera

Como eco de una voz en la escalera

un distante violín viene brotando,

viene rasgando el aire, resonando

por las frías estancias. Mira afuera

del círculo perfecto en que se encierra

tu vida ese violín que va borrando

las sombras de tus días, conjurando

tristeza con tristeza a su manera.

Si de pronto el reloj se detuviera

en el compás preciso, justo cuando

tu corazón se va de contrabando

al temblor de la cuerda y la madera,

seguiría el violín en la escalera

ahuyentando las sombras, resonando

por las calles del tiempo, a su manera.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003

La isla

Tus caricias. El mar. Los cocoteros.

La sábana enredada entre tus piernas.

El maitre del hotel, su voz de frío:

«Veinticuatro horas, ¡ya sabe!».

Supe que un día era un plazo inconcebible,

que tan sólo unas horas bastarían.

Conocí el huracán, la madreselva.

Conocí el ancho cielo interminable.

Conocí las espadas y el enigma,

la boca del dolor, la del deseo,

la súplica que anuncian los labios no besados,

qué tibio el corazón cuando se precipita.

Cuantas mujeres hay en este mundo

las conocí por ti. En ti dormían.

De “Las cartas marcadas” Libertarias, Madrid, 1995

La mirada

Hay un dolor más hondo.

Hay una más profunda mordedura.

Un peor desenlace de tinieblas.

Una bala que acecha tus latidos.

Más allá del vaivén de los deseos.

Más allá de palabras sin orillas.

Más allá de la súbita desgracia.

Más allá del insomnio y la caída.

Mírale, ya llegó; es el desprecio.

No puedes sostener esa mirada.

Observa cómo escoge a quien más quieres.

Contémplate en sus ojos de verdugo.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003

Las pasarelas del deseo

Llamamos vida

a un desfile de dígitos cansados

zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal

el viento de la sangre remueve las cortinas

la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento

la oquedad se adivina y más allá

palpitan en la noche los astros encendidos

combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra

la orquídea cobra vida en el torrente

a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba

no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar

pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece

los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso

quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste

y hay sábanas tendidas que guardan el olor de encuentros que no fueron

mujeres

que solitario amaste a la distancia

pero aquí el eco salva todos los precipicios

irrumpen de la nada las pasarelas del deseo

trenzan sus trayectorias en todas direcciones

el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas

confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura

aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje

despierte abra los ojos comience a comprender

nada importa cuán vasta la travesía se despliegue

la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura

todas las pasarelas conducen a la tapia

si se es fiel a un deseo si se sigue

su rastro hasta el final

nos aguarda el ladrillo hincado en tierra

la mansedumbre hostil de la costumbre

un olor a madera que envejece

un desfile de escenas repetidas

la cárcel de cristal

sin cerradura

De “La vida nueva” Visor, Madrid, 2008

Las puertas

Al fondo de mí mismo hay cuatro puertas.

Desciendo por el pozo hacia los hondos

canales que me surcan. Pecho adentro

cruzo la oscuridad a ciegas. Voy

palpando las paredes. Ahora el aire

es más puro. Vislumbro el resplandor:

la puerta del jardín de los deseos,

la puerta del instante prodigioso,

la puerta de la infancia recobrada.

Huele a ausencia de pronto un viento frío.

Siento a mi espalda un hueco impenetrable:

por las hondas rendijas de tinieblas

mana un silencio atroz. Detengo el paso.

Mientras florezcan firmes mis deseos

y me aguarde el instante y el prodigio

y la luz en los patios de la infancia,

no cruzaré el umbral, la cuarta puerta,

no pisaré esa nada imponderable.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003

Pero tu llanto

Es inútil que llores, mujer, ven

a mis brazos, olvida

la fría hostilidad de los pasillos,

la asepsia de las gasas, el goteo

mecánico del suero. Ven. No traigas

las sombras a esta casa donde fuimos

felices, que su aliento

se quede tras la puerta:

no rezume en tus ojos y me rompa,

no calcine mis labios si te beso.

Pero si hay que llorar lloremos juntos

y que entre la desgracia en nuestra casa.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003

Tierra de nadie

Y entre todos los días y sus noches,

y entre todas las vidas que aquí arrojan,

en esta habitación que no es de nadie,

sus sombras paralelas,

tu cuerpo de gacela apresurada:

Piel arriba la sangre remonta hasta tus labios,

te inundan las hogueras con su clamor de jungla,

desnúdate -me dices-, olvida las palabras,

y entre mis brazos huecos yo te siento temblar

como luna en el agua, contra mi pecho oscuro,

y me siento rozar el techo de los cielos,

tierra, fuego y ardor, cenizas que se yerguen,

coronas mi cintura con aluvión de vértigo,

se desertiza el mundo en torno de esta cama

y mis manos se aferran a la vida en las tuyas,

una lluvia muy honda te riega noche adentro,

la carne se disuelve con su rumor de sombra

y un vasto corazón nos pertenece.

Esta escena transcurre por mi piel,

entre mis brazos huecos, contra mi pecho oscuro,

mientras tus manos vuelan muy lejos de las mías,

tumbado en esta cama,

en esta habitación que no es de nadie.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003

Vuelta a casa

Hay un hombre que grita en el vagón del metro.

Yo he visto allá en sus ojos la lenta caravana

de imágenes heridas, de minuciosas sombras

que acuden a su encuentro con el gesto de siempre,

con el gesto que nunca volverá a contemplar.

Siente el peso en los hombros de unas manos de sombra.

Le reclaman. Se vuelve. Ahora está con ellas.

Esboza una sonrisa que se quiebra de pronto.

Su dolor se dilata, se le escapa del pecho.

Recorre ya las vías. Invade la ciudad.

Hay un hombre que grita con los labios sellados.

De “Horizonte o frontera” Hiperión 2003