Reseña biográfica
Poeta, narrador, crítico y ensayista español nacido en Pontedeume, La Coruña,
en 1957.
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela, ejerció la enseñanza del gallego en un instituto de Vigo. Se dio a conocer como poeta en el grupo Cravo Fondo a finales de los años setenta y en 1983 publicó su primer libro: «As cidades da nada». Posteriormente publicó los siguientes títulos: «Designium en 1984), «Pensar na tempestade» en 1986, «Pasa un segredo» en 1988, «Adeus Norte» en 1991, «Luz do mediodía» en 1995, «O cazador de libros» en 1997, «Mínima Moralidade» en 1998 y «Capitán Inverno» en 1999.
Miembro correspondiente de la Real Academia Gallega, fue hasta su muerte, director del Instituto Cervantes de Lisboa. Obtuvo el Premio de la Crítica Galicia y Premio Losada Diéguez en 1984, el Premio de la Crítica Española en 1989, y el premio Esquío 1991 por su libro «Adeus Norte» Sus poemas están presentes en numerosas antologías de poesía gallega y peninsular.
Falleció en Barcelona el 10 de octubre de 2008.
Cabaret modernista
En los cafés, oasis de inutilidades ruidosas
Pessoa -Alvaro de Campos
La ciudad proyectaba esta tragedia
al inicio del otoño con el paisaje
de los cafés soñolientos
recién llegada la noche
en las almas despobladas. Eran todos
los mismos personajes de novela
en otra hora muerta pero un poco
románticos y viejos.
Conformaba
el acto y la parábola
aquella singladura de cualquier extranjero
que nombrara los días en los que fuimos
islas cercadas por la fiebre del otoño.
Solitarios ojos de dama
que alguien recordaba tristes o azules en enero
eran ahora un río perdido.
La diletancia
cercaba semejante metamorfosis.
En lo más profundo de los vasos la evocación al mito
en la otra orilla de la noche que se abría
por caminos de gárgolas.
Los pasos
dejaban una estela de carcajadas.
Y el arte de magia de aquel telón
que nunca cae dejaba embelesado
a tan glorioso público.
Así se deslizaba el tiempo en calendarios
con lámina de algún impresionista francés
donde medir los días que caían
como lluvia incesante
en sus grises corazones.
De “As ciudades de nada, 1983
El enemigo
Cuando estés un poco malogrado
O te importune ese personaje
Que la derrota, muy sutil urdiera,
Puede hacer asomar en tu rostro,
No arrojes tu sueño como un anillo al río,
Sobre aquello que amas no puedas renunciar.
Cuando estés un poco malherido,
Quizás también oscuro, puede que un tanto harto
Y, al procurar verso, no encuentres
La música apropiada, lo que te exige el canto,
Recuerda que algún día fuiste dueño,
Que guardar silencio puede ser causa grande.
Cuando llenes de vaho los espejos con la tristeza
De ese ser que los procura, y anda errante en la casa
Como un barco impaciente que abandonó el mar,
Nunca pierdas el rastro de las estrellas
Fugitivas, y nunca te abandones
Al gesto vano, a lo falso o a la mentira.
Cuando quieras vivir
Por un país que esté más al norte,
Más cerca de la vida; al abrigo de otros puertos
A los que desciende el cielo con toda la claridad,
Y lejos de estos hombres que no quieren
Saber lo que tú mucho querrías,
Piensa en la casa sola que, desnuda, se dirige
Valiente y traicionada hacia el mar;
Y que debes salvarla, dándole otros caminos.
Es así que en esta hora te sucede
Que estás un poco triste, malherido,
Un tanto malogrado y sabes letras
De esas torpes canciones del desencanto,
Mi viejo capitán de las bajas horas,
Olvídate de mí, pero no olvides
Los pactos misteriosos a los que entre los dos llegamos,
Deja que suene la música. Y que pase otra vez.
De Adeus Norte, 1991
La rosa
Esa flor que posabas
En el vértice agudo de tus días
Que eran también los míos -si me lo concedes-
y era un peligro audaz, un tanto dulce,
Dejarla allí, invocarla
A través de la canción de los solitarios
O de las grandes derrotas; esa flor
Por ti acostada
En la trémula frontera que tu pecho
Hace con lo terrible, con lo que queda lejos,
Con lo que cae allende nuestros sueños,
Se mustió durante cien albas bien frías;
De su ceniza brotó la única rosa.
Y era aquel tiempo triste, ciertamente.
Llovía mucho en torpes calendarios,
En los días jueves, en los abrigos lentos;
En las pálidas semanas de un amor,
Y nosotros, los fugitivos
De todos los deseos,
Manchábamos los colores de los retratos
Con gestos esquivos, con miradas
Codiciosas de la insegura partida,
Y era aquel tiempo grande porque teníamos rosas.
A veces nos sorprendemos
Persiguiendo los recuerdos como tal vez procura
Un marinero ciego con sus ojos
El engaño de una luz que viene del mar,
Y volvemos allí para caer de nuevo,
Para dejar partir esos expresos
Que desgarran el amanecer porque desean
Otras ciudades puras, algún lugar sin nombre;
Para darle a esa noche que no nos lo merece
La moneda de oro restregada
Por la rara amistad que provocan los versos.
No debemos dejar que el viento de la impiedad
Derroque una atalaya de inocencia
O que no queme el vuelo un ángel negro
Derramado en las almas.
Porque estamos seguros
De que para ahogar de nuevo la mocedad
Precisamos manos limpias y agua clara,
Y saber que arrasamos un jardín
Y alguna primavera, que perdimos
Quizás alguna vida
Para volver a la vida y encontrarnos,
Pero no los recuerdos ni la rosa.
De AdeusNorte, 1991
Plaza del mundo
Tantas veces canté tu profundo
Vacío de teatro,
Que hace del hombre gárgola indefensa
En la turbia plenitud de las auroras
Pero no dije dónde.
Fui estancado río y llegué junto a ti;
Fui feliz en las estaciones de la flor
Y buscaba tus noches.
Sabedor me sé de cierta inclinación
Que tengo hacia los largos ecos;
Ya cualquier campana recuerda la medida
De alguna berenguela que no hizo
El póstumo poema.
Ahora que ya tienes la longitud
De un sueño
Y podemos, a tientas, proseguir
Viejos andares que van a morir al día,
Cómo voy a evocarte por vez primera!
Donde quise encuentros
Me espera un abrazo nunca dado.
De Pensar no tempestade, 1986
Promesa
Quizá fuesen mejores
Nuestros corazones cuando eran frágiles
Y algún golpe de mar, o la noche de julio
Pudieran abrirles las calladas heridas
Que ahora, y para siempre, llamaremos nostalgias.
Quizá fuesen mejores cuando eran
Cual regatos ligeros o lluviosas tardes
Que mojaban la infancia y partían
Un dominio común; un valle abierto,
Inmensos arenales, aquel balcón
Detenido en la presencia de pulidos geranios.
No eligieron barcos para partir lejos;
Ni la brisa liviana de un verano
Para que los apagase, con su fuego insumiso.
Semejantes a los hombres, desearon
A los árboles antiguos de esta tierra.
De Pasa un segredo, 1988
Rito menor
Incendiar los orígenes como se queman labios
Y rechazar la máscara que el día nos prepara,
He ahí la forma secreta de pasar por otoño
Sin perder la ebriedad de los culpados jardines.
Que nunca aquellos ojos a los que dimos
El reposo de las aves solitarias,
La lejanía clara de los ponientes
Se claven en los espejos de la tarde.
Como fuegos perdidos
Que buscasen al hombre,
Su cuerpo sin lluvias atravesando abril
Viven en los libros rotos de las fronteras.
Quién destejió banderas en el hastío
De las playas siendo agosto
Y contempló el mar sin escuchar el canto
Del marino apresado por las lunas del sur,
Maldito sea!,
Y en la hora futura de las amapolas,
En el alto mástil de las noches en nuestros corazones,
Sea maldito,
Y toda esa estación a la que pueda darse,
Y todos sus puertos.
De Designium, 1984
Segundo largo adiós para un joven marino
Sirtes, Sirtes,
Buscadme propicias
Peñas donde naufragar. Yo sigo vuestro engaño,
El mismo de las olas que en este azul de la noche temprana
Pronto parece víspera
De una partida al sur. Pero dejadme
Contemplar esta tarde, sus restos en la arena,
Pues tanto huele a islas de verano por las corrientes
Mojadas. Permitidme
Permanecer todavía a la orilla de noviembre,
Que es tan hermoso y triste a la misma hora
Quedar solo en lo lejano de los muelles.
Vosotros habláis vocabularios de jóvenes marineros
Que a la decisión de las olas entregaron los pechos.
Decidme también en la bajamar más profunda.
De Designium, 1984
¿También escoges abril?
Todo oropel de Abril es triste causa
Y luz que en las estancias deshace las telas del invierno
-Eso lo hace algo suave-,
Tiene flores terribles,
Duran lo que dura el deseo
Y la palidez de las altas madrugadas en las vidrieras del día.
Es estanque donde reflejo los párpados del adiós,
Agua estancada y verde que asume un rostro ciego,
Sombra maldita de tejos.
Sus tormentas baten en el recuerdo,
Y mojan y lastiman e interrogan
El perfecto dominio de la memoria,
Porque, propicios, quieren
Los corazones del hombre
Acercarse a las más profundas alamedas,
Ir a la búsqueda de las extensiones del mar con su mirar azul,
Ver bajar los navíos, ansiosos de sur,
Hacia las islas invictas.
Algún día dijimos viene Abril
Y era una clara alegría como las alas de las palomas;
Los lugares del ser victoriosos y ciertos.
Entonces se hizo el augurio en los últimos jardines
Invadidos de mar, que atravesamos;
Desandamos pisadas y eran nuestros los rumbos,
Su agrio misterio.
Pido sosiego a la tarde, aposento de marzo,
Mes que viola alguno de sus olvidos,
Por escoger Abril, siempre invocado,
Por medir la memoria de los relojes de arena, tan inútil!
La música del tiempo en la exultante estación
Por sentarme a la orilla de su río secreto.
Esta es la vana jaula de un pájaro herido.
De Pensar na tempestade, 1986
Tierra
Diles que te quería,
Lo sabía el cerezo que da flor en abril
Y el torsión que llega a nuestras playas
Con su leyenda efímera de rumbos.
Pero núnca comprendí ese rencor
Que oprime el corazón de tus gentes;
Que ofrece hiel cuando se pide agua,
Ácido pan cuando una voz se pide.
Díles que te quería.
Muchas veces en sueños
Paseo por esos lugares donde creció un día
La inmemorial nostalgia de los inviernos
Como crecen los niños con la caída de los meses.
Lentamente me di al mundo, inútilmente,
Con la propensión al desamparo que tenemos las personas
A las costumbres del olvido. Pero díles
Que te quería, madre, que te quería.
De Pasa un segredo, 1988
Viajero
En este lugar extraño
Penó doce lunas. Tres riachuelos partieron.
Uno se fue hacia el otoño,
El otro besó los arenales del verano y las quillas vencidas,
El tercero dos ciudades
Y un jardín
-El que llamamos Sur-.
Pero ninguno fue secreto manantial
Donde bebe la aurora y calma tu sed
Aquel dolor de escalas partiendo a ningún lugar
No pudieron borrarlo
De las íntimas bahías en las que fue tan feliz.
Por el tiempo de las lluvias
Regresó a los edificios
Que bajan hacia el mar cuando diciembre,
Con una llaga de playas y en su corazón
(Colmado hasta las orillas de cúpulas y viento)
No había tristeza.
Con la moneda del canto pagó bien sus deudas,
Quisiera ser nadie en las páginas que el Tiempo
Repasa como las luces de la estación más amada.
Escuchó a los oráculos y no quiso seguirlos.
Es dura la soledad a la orilla de algún puerto mientras esperamos
Y el resplandor deshace las telas de la alta noche.
De Designium, 1984