Espronceda, José de

José de Espronceda (España, 1808 – 1842)

A Jarifa, en una orgía

Trae, Jarifa, trae tu mano,

ven y pósala en mi frente,

que en un mar de lava hirviente

mi cabeza siento arder.

Ven y junta con mis labios

esos labios que me irritan,

donde aún los besos palpitan

de tus amantes de ayer.

¿Qué la virtud, la pureza?

¿qué la verdad y el cariño?

Mentida ilusión de niño,

que halagó mi juventud.

Dadme vino: en él se ahoguen

mis recuerdos; aturdida

sin sentir huya la vida;

paz me traiga el ataúd.

El sudor mi rostro quema,

y en ardiente sangre rojos

brillan inciertos mis ojos,

se me salta el corazón.

Huye, mujer; te detesto,

siento tu mano en la mía,

y tu mano siento fría,

y tus besos hielos son.

¡Siempre igual! Necias mujeres,

inventad otras caricias,

otro mundo, otras delicias,

o maldito sea el placer.

Vuestros besos son mentira,

mentira vuestra ternura:

es fealdad vuestra hermosura,

vuestro gozo es padecer.

Yo quiero amor, quiero gloria,

quiero un deleite divino,

como en mi mente imagino,

como en el mundo no hay;

y es la luz de aquel lucero

que engañó mi fantasía,

fuego fatuo, falso guía

que errante y ciego me tray.

¿Por qué murió para el placer mi alma,

y vive aún para el dolor impío?

¿Por qué si yazgo en indolente calma,

siento, en lugar de paz, árido hastío?

¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?

¿Por qué este sentimiento extraño y vago,

que yo mismo conozco un devaneo,

y busco aún su seductor halago?

¿Por qué aún fingirme amores y placeres

que cierto estoy de que serán mentira?

¿Por qué en pos de fantásticas mujeres

necio tal vez mi corazón delira,

si luego, en vez de prados y de flores,

halla desiertos áridos y abrojos,

y en sus sandios o lúbricos amores

fastidio sólo encontrará y enojos?

Yo me arrojé cual rápido cometa,

en alas de mi ardiente fantasía:

doquier mi arrebatada mente inquieta,

dichas y triunfos encontrar creía.

Yo me lancé con atrevido vuelo

fuera del mundo en la región etérea,

y hallé la duda, y el radiante cielo

vi convertirse en ilusión aérea.

Luego en la tierra la virtud, la gloria,

busqué con ansia y delirante amor,

y hediondo polvo y deleznable escoria

mi fatigado espíritu encontró.

Mujeres vi de virginal limpieza

entre albas nubes de celeste lumbre;

yo las toqué, y en humo su pureza

trocarse vi, y en lodo y podredumbre.

Y encontré mi ilusión desvanecida

y eterno e insaciable mi deseo:

palpé la realidad y odié la vida;

sólo en la paz de los sepulcros creo.

Y busco aún y busco codicioso,

y aún deleites el alma finge y quiere:

pregunto y un acento pavoroso

«¡Ay! me responde, desespera y muere.

Muere, infeliz: la vida es un tormento,

un engaño el placer; no hay en la tierra

paz para ti, ni dicha, ni contento,

sino eterna ambición y eterna guerra.

Que así castiga Dios el alma osada,

que aspira loca, en su delirio insano,

de la verdad para el mortal velada

a descubrir el insondable arcano.»

¡Oh! cesa; no, yo no quiero

ver más, ni saber ya nada:

harta mi alma y postrada,

sólo anhela descansar.

En mí muera el sentimiento,

pues ya murió mi ventura,

ni el placer ni la tristura

vuelvan mi pecho a turbar.

Pasad, pasad en óptica ilusoria

y otras jóvenes almas engañad:

nacaradas imágenes de gloria,

coronas de oro y de laurel, pasad.

Pasad, pasad mujeres voluptuosas,

con danza y algazara en confusión;

pasad como visiones vaporosas

sin conmover ni herir mi corazón.

Y aturdan mi revuelta fantasía

los brindis y el estruendo del festín,

y huya la noche y me sorprenda el día

en un letargo estúpido y sin fin.

Ven, Jarifa; tú has sufrido

como yo; tú nunca lloras;

mas ¡ay triste! que no ignoras

cuán amarga es mi aflicción.

Una misma es nuestra pena,

en vano el llanto contienes…

Tú también, como yo, tienes

desgarrado el corazón.

A una estrella

¿Quién eres tú, lucero misterioso,

Tímido y triste entro luceros mil,

que cuando miro tu esplendor dudoso,

turbado siento el corazón latir?

¿Es acaso tu luz recuerdo triste

de otro antiguo perdido resplandor,

cuando engañado como yo creíste

eterna tu ventura que pasó?

Tal vez con sueños de oro la esperanza

acarició tu pura juventud,

y gloria y paz y amor y venturanza

vertió en el mundo tu primera luz.

Y al primer triunfo del amor primero

que embalsamó en aromas el Edén,

luciste acaso, mágico lucero,

protector del misterio y del placer.

Y era tu luz voluptüosa y tierna

la que entre flores resbalando allí

inspiraba en el alma un ansia eterna

de amor perpetuo y de placer sin fin.

Mas ¡ay! que luego el bien y la alegría

en llanto y desventura se trocó:

tu esplendor empañó niebla sombría;

solo un recuerdo al corazón quedó.

Y ahora melancólico me miras

y tu rayo es un dardo del pesar

si amor aun al corazón inspiras,

es un amor sin esperanza ya.

¡Ay lucero! yo te vi

resplandecer en mi frente,

cuando palpitar sentí

mi corazón dulcemente

con amante frenesí.

Tu faz entonces lucía

con más brillante fulgor,

mientras yo me prometía

que jamás se apagaría

para mí tu resplandor.

¿Quién aquel brillo radiante

¡oh lucero! te robó,

que oscureció tu semblante,

y a mi pecho arrebató

la dicha en aquel instante?

¿O acaso tú siempre así

brillaste y en mi ilusión

yo aquel esplendor te di

que amaba mi corazón,

lucero, cuando te vi?

Una mujer adoré

que imaginaría yo un cielo;

mi gloria en ella cifré,

y de un luminoso velo

en mi ilusión la adorné.

Y tú fuiste la aureola

que iluminaba su frente,

cual los aires arrebola

el fúlgido sol naciente,

y el puro azul tornasola.

Y astro de dicha y amores,

se deslizaba mi vida

a la luz de tus fulgores,

por fácil senda florida,

bajo un cielo de colores.

Tantas dulces alegrías,

tantos mágicos ensueños

¿dónde fueron?

Tan alegres fantasías,

deleites tan halagüeños,

¿qué se hicieron?

Huyeron con mi ilusión

para nunca más tornar,

y pasaron,

y solo en mi corazón

recuerdos, llanto y pesar

¡ay! dejaron.

¡Ah lucero! tú perdiste

también tu puro fulgor,

y lloraste;

también como yo sufriste,

y el crudo arpón del dolor

¡ay! probaste.

¡Infeliz! ¿por qué volví

de mis sueños de ventura

para hallar

luto y tinieblas en ti,

y lágrimas de amargura

que enjugar?

Pero tú conmigo lloras,

que eres el ángel caído

del dolor,

y piedad llorando imploras,

y recuerdas tu perdido

resplandor.

Lucero, si mi quebranto

oyes, y sufres cual yo,

¡ay! juntemos

nuestras quejas, nuestro llanto:

pues nuestra gloria pasó,

juntos lloremos.

Mas hoy miro tu luz casi apagada,

y un vago padecer mi pecho siente:

que está mi alma de sufrir cansada,

seca ya de las lágrimas la fuente.

¡Quién sabe!… tú recobrarás acaso

otra vez tu pasado resplandor,

a ti tal vez te anunciará tu ocaso

un oriente más puro que el del sol.

A mí tan sólo penas y amargura

me quedan en el valle de la vida;

como un sueño pasó mi infancia pura,

se agosta ya mi juventud florida.

Astro sé tú de candidez y amores

para el que luz te preste en su ilusión,

y ornado el porvenir de blancas flores,

sienta latir de amor su corazón.

Yo indiferente sigo mi camino

a merced de los vientos y la mar,

y entregado, en los brazos del destino,

ni me importa salvarme o zozobrar.

A XXX dedicándole estas poesías

Marchitas ya las juveniles flores,

nublado el sol de la esperanza mía,

hora tras hora cuento y mi agonía

crecen y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores

pinta alegre tal vez mi fantasía,

cuando la triste realidad sombría

mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en su incesante anhelo,

y gira en torno indiferente el mundo,

y en torno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,

hermosa sin ventura, yo te envío:

mis versos son tu corazón y el mío

Canción de la muerte

Débil mortal no te asuste

mi oscuridad ni mi nombre;

en mi seno encuentra el hombre

un término a su pesar.

Yo, compasiva, te ofrezco

lejos del mundo un asilo,

donde a mi sombra tranquilo

para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo

en medio el mar de la vida,

y el marinero allí olvida

la tormenta que pasó;

allí convidan al sueño

aguas puras sin murmullo,

allí se duerme al arrullo

de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce

que su ramaje doliente

inclina sobre la frente

que arrugara el padecer,

y aduerme al hombre, y sus sienes

con fresco jugo rocía

mientras el ala sombría

bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa

de los últimos amores,

y ofrezco un lecho de flores,

sin espina ni dolor,

y amante doy mi cariño

sin vanidad ni falsía;

no doy placer ni alegría,

más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,

en mi concluye la duda

y árida, clara, desnuda,

enseño yo la verdad;

y de la vida y la muerte

al sabio muestro el arcano

cuando al fin abre mi mano

la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza

entre mis manos reposa;

tu sueño, madre amorosa;

eterno regalaré;

ven y yace para siempre

en blanca cama mullida,

donde el silencio convida

al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre

que loco al mundo se lanza;

mentiras de la esperanza,

recuerdos del bien que huyó;

mentiras son sus amores,

mentiras son sus victorias,

y son mentiras sus glorias,

y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa

tus ojos al blanco sueño,

y empape suave beleño

tus lágrimas de dolor.

Yo calmaré tu quebranto

y tus dolientes gemidos,

apagando los latidos

de tu herido corazón.

Canción del pirata

Con diez cañones por banda,

viento en popa, a toda vela,

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman,

por su bravura, El Temido,

en todo mar conocido

del uno al otro confín.

La luna en el mar riela

en la lona gime el viento,

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y va el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

y allá a su frente Istambul:

Navega, velero mío

sin temor,

que ni enemigo navío

ni tormenta, ni bonanza

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

Veinte presas

hemos hecho

a despecho

del inglés

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Allá; muevan feroz guerra

ciegos reyes

por un palmo más de tierra;

que yo aquí; tengo por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

que no sienta

mi derecho

y dé pechos mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

A la voz de “¡barco viene!”

es de ver

cómo vira y se previene

a todo trapo a escapar;

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.

En las presas

yo divido

lo cogido

por igual;

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena,

colgaré de alguna antena,

quizá; en su propio navío

Y si caigo,

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,

cuando el yugo

del esclavo,

como un bravo,

sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Son mi música mejor

aquilones,

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos,

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.

Y del trueno

al son violento,

y del viento

al rebramar,

yo me duermo

sosegado,

arrullado

por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Canta en la noche, canta en la mañana…

Canta en la noche, canta en la mañana,

ruiseñor, en el bosque tus amores;

canta, que llorará cuando tú llores

el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranto y grana,

la brisa de la tarde entre las flores

suspirará también a los rigores

de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo

de la callada luna, tus cantares

los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,

cual bálsamo süave en mis pesares,

endulzará tu acento el labio mío.

Canto a Teresa (Fragmento)

¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías

¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares?

¿Por qué, por qué como en mejores días

no consoláis vosotras mis pesares?

¡Oh, los que no sabéis las agonías

de un corazón que penas a millares,

¡ay!, desgarraron y que ya no llora,

¡piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos

los que podéis llorar, y, ¡ay! , sin ventura

de mí, que entre suspiros angustiosos

ahogar me siento en mi infernal tortura!

¡Refuércese entre nudos dolorosos

mi corazón, gimiento de amargura !

También tu corazón, hecho pavesa,

¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensará jamás, Teresa mía,

que fuera eterno manantial de llanto

tanto inocente amor, tanta alegría,

tantas delicias y delirio tanto?

¿Quién pensara jamás llegase un día

en que perdido el celestial encanto

y caída la venda de los ojos,

cuanto diera placer causara enojos?

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento

un pesar tan intenso…! Embarga impío

mi quebrantada voz mi sentimiento,

y suspira tu nombre el labio mío;

para allí su carrera el pensamiento,

hiela mi corazón punzante frío,

ante mis ojos la funesta losa

donde, vil polvo, tu beldad reposa.

El pelayo

Fragmento Primero

I

De los pasados siglos la memoria

trae a mi alma inspiración divina,

que las tinieblas de la antigua historia

con sus fulgentes rayos ilumina:

virtud contemplo, libertad y gloria,

crímenes, sangre, asolación, ruina,

rasgando el velo de la edad mi mente,

que osada vuela a la remota gente.

II

Tornan los siglos a emprender su giro

de la sublime eternidad saliendo,

y antiguas gentes y ciudades miro

súbito ante mi vista apareciendo:

de ellos a par en mi ilusión respiro,

oigo del pueblo el bullicioso estruendo,

y lleno el pecho de agradable susto,

contemplo el brillo del palacio augusto.

III

Al blando son de la armoniosa lira

oigo la voz de alegres trovadores,

el aura siento que fragancia respira,

y al eco escucho murmurando amores;

al sol contemplo que a occidente gira

reverberando fúlgidos colores,

de la corte del godo poderío

se alza orgullosa sobre el áureo río.

IV

Toledo, que de mágicos jardines

cercada, eleva su muralla altiva

no guardada de fuertes paladines,

ornada sí de juventud festiva:

allí entregado a espléndidos festines,

Rodrigo alegre y descuidado liba

copas de néctar de fragancia pura,

al deleite brindando y la hermosura.

V

Allí con ojos lánguidos respira

dulce placer beldad voluptuosa,

y aroma exhala, si feliz suspira,

del puro labio de encarnada rosa,

Rodrigo en ella codicioso mira

la que a su amor se muestra desdeñosa,

que más que todas es cándida y linda,

la dulce, bella, celestial Florinda.

VI

El ruido crece del festín en tanto,

y el grato néctar al deleite llama;

su pecho inunda deleitoso encanto,

y el fuego impuro del amor le inflama:

ebrio Rodrigo, desceñido el manto

alza la mano trémula, derrama

el áureo vaso, y atrevido sella

dulce beso en el rostro a la doncella.

VII

Todo es placer: de su mansión de rosa

la primavera cándida desciende,

y en el regazo de la tierra ansiosa

el fuego animador de vida enciende:

templa del mar la furia procelosa,

el viento en calma plácido suspende,

y derrama la aurora en sus albores

luz regalada y regaladas flores.

VIII

Abre la flor naciente el lindo seno,

y recibiendo el encendido

en la esmeralda del otero ameno

vierte su dulce olor, gloria del mayo

pasa el arroyo plácido y sereno,

solícito besándola al soslayo;

ella en vivos colores se ilumina

y al dulce beso la cabeza inclina.

IX

Y en el pensil do con rosada frente

el halagüeño abril pasa riendo,

a la sombra de un árbol eminente

está la juventud danzas tejiendo;

cual a la margen de la herbosa fuente

canta, blando laúd diestro tañendo,

y cual del baile y del cantor se aleja,

y a su dulce beldad tierno se queja.

X

Allí Rodrigo con incierta huella

lascivo sigue a la fatal Florinda;

ciego, arrastrado de ominosa estrella,

intenta audaz que a su furor se rinda.

No oye ¡infeliz! su mísera querella;

la ve humilde a sus pies, la ve más linda,

y con lascivos ojos, con desdoro

mancha la hermosa flor de su decoro.

XI

En tanto encubre pavorosa nube

el cielo en antes trasparente y terso,

y relumbra la espada del querube,

ministro del Señor del universo;

que ya la voz de la inocencia sube

que en llanto el gozo trocará al perverso,

y a la luz del relámpago se muestra

del rayo armada la divina diestra.

XII

Súbito un trueno retumbar se siente:

«¡Himnos, vivas al rey! la danza siga,

y nuestra dicha y júbilo acreciente

el mutuo amor que nuestras almas liga.»

Tal grita aquella juventud demente,

y al rey ensalza que Jehová castiga.

«¡Himnos, vivas al rey!» Súbito un rayo

heló sus pechos con mortal desmayo.

XIII

Envuelto en noche tenebrosa el mundo,

las densas nubes agitando, ondean

con sus olas los genios del profundo,

que con cárdeno surco centellean;

y al ronco trueno, al eco tremebundo

de los opuestos vientos que pelean,

se oye la voz de la celeste saña:

«¡Ay Rodrigo infeliz! ¡Ay triste España!»

XIV

Todo despareció: lóbrego luto

reina y silencio do el placer ardía,

do el mísero monarca disoluto

en vil torpeza y embriaguez yacía.

Guerra y desolación el triste fruto

al fin será de su lascivia impía,

y horrenda esclavitud: Rodrigo en tanto

verterá entre sus hembras débil llanto.

XV

¡Maldición, maldición! Yertas las flores,

del huracán violento arrebatadas,

el alegre pensil de los amores

verá sus hojas por do quier sembradas;

la música, el banquete, los favores

dulces de amor, las danzas animadas,

el canto de las damas y galanes

trocados miro en lágrimas y afanes.

XVI

Tal otro tiempo en la soberbia cena

donde mofaba de Jehová el impío,

ya la medida al sufrimiento llena,

rebosó de ira caudaloso río;

y el rey asirio con amarga pena

vio en el muro de mármol con sombrío

fuego animarse escrito sobrehumano,

trazado allí por invisible mano.

Elegía a la patria

¡Cuán solitaria la nación que un día

poblara inmensa gente!

¡La nación cuyo imperio se extendía

del Ocaso al Oriente!

Lágrimas viertes, infeliz ahora,

soberana del mundo,

¡y nadie de tu faz encantadora

borra el dolor profundo!

Oscuridad y luto tenebroso

en ti vertió la muerte,

y en su furor el déspota sañoso

se complació en tu suerte.

No perdonó lo hermoso, patria mía;

cayó el joven guerrero,

cayó el anciano, y la segur impía

manejó placentero.

So la rabia cayó la virgen pura

del déspota sombrío,

como eclipsa la rosa su hermosura

en el sol del estío.

¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,

contemplad mi tormento:

¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores

al dolor que yo siento?

Yo desterrado de la patria mía,

de una patria que adoro,

perdida miro su primer valía,

y sus desgracias lloro.

Hijos espurios y el fatal tirano

sus hijos han perdido,

y en campo de dolor su fértil llano

tienen ¡ay!, convertido.

Tendió sus brazos la agitada España,

sus hijos implorando;

sus hijos fueron, mas traidora saña

desbarató su bando.

¿Qué se hicieron tus muros torreados?

¡Oh mi patria querida!

¿Dónde fueron tus héroes esforzados,

tu espada no vencida?

¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente

está el rubor grabado:

a sus ojos caídos tristemente

el llanto está agolpado.

Un tiempo España fue: cien héroes fueron

en tiempos de ventura,

y las naciones tímidas la vieron

vistosa en hermosura.

Cual cedro que en el Líbano se ostenta,

su frente se elevaba;

como el trueno a la virgen amedrenta,

su voz las aterraba.

Mas ora, como piedra en el desierto,

yaces desamparada,

y el justo desgraciado vaga incierto

allá en tierra apartada.

Cubren su antigua pompa y poderío

pobre yerba y arena,

y el enemigo que tembló a su brío

burla y goza en su pena.

Vírgenes, destrenzad la cabellera

y dadla al vago viento:

acompañad con arpa lastimera

mi lúgubre lamento.

Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,

lloremos duelo tanto:

¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,

¿quién secará tu llanto?

Himno a la inmortalidad

¡Salve llama creadora del mundo,

lengua ardiente de eterno saber,

pero germen, principio fecundo

que encadenas la muerte a tus pies!

Tú la inerte materia espoleas,

tú la ordenas juntarse a vivir,

tú su lodo modelas, y creas

miles de seres de formas sin fin.

Desbarata tus obras en vano

vencedora la muerte talvez;

de sus restos levanta tu mano

nuevas obras triunfante otra vez.

Tú la hoguera del sol alimentas,

tú revistes los cielos de azul,

tú la luna en las sombras de argentas,

tú coronas la aurora de luz.

Gratos ecos al bosque sombrío,

verde pompa a los árboles das,

melancólica música al río,

ronco grito a las olas del mar.

Tú el aroma en las flores exhalas,

en los valles suspiras de amor,

tú murmuras del aura en las alas,

en el Bóreas retumba tu voz.

Tú derramas el oro en la tierra

en arroyos de hirviente metal;

Tú abrillantas la perla que encierra

en su abismo profundo la mar.

Tú las cárdenas nubes extiendes

negro manto que agita Aquilón;

con tu aliento los aires enciendes,

tus rugidos infunden pavor.

Tú eres pura simiente de vida,

manantial sempiterno del bien;

luz del mismo Hacedor desprendida,

juventud y hermosura es tu ser.

Tú eres fuerza secreta que el mundo

en sus ejes impulsa a rodar,

sentimiento armonioso y profundo

de los orbes que anima tu faz.

De tus obras los siglos que vuelan

incansables artífices son,

del espíritu ardiente cincelan

y embellecen la estrecha prisión.

Tú en violento, veloz torbellino,

los empujas enérgica, y van;

y adelante en tu raudo camino

a otros siglos ordenas llegar.

Hombre débil, levanta la frente,

pon tu labio en su eterno raudal;

tú serás como el sol en Oriente,

tú serás, como el mundo, inmortal.

La desesperación

Me gusta ver el cielo

con negros nubarrones

y oír los aquilones

horrísonos bramar,

me gusta ver la noche

sin luna y sin estrellas,

y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio

de muertos bien relleno,

manando sangre y cieno

que impida el respirar,

y allí un sepulturero

de tétrica mirada

con mano despiadada

los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba

caer mansa del cielo,

e inmóvil en el suelo,

sin mecha al parecer,

y luego embravecida

que estalla y que se agita

y rayos mil vomita

y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte

con su ronco estampido,

y al mundo adormecido

le haga estremecer,

que rayos cada instante

caigan sobre él sin cuento,

que se hunda el firmamento

me agrada mucho ver.

La llama de un incendio

que corra devorando

y muertos apilando

quisiera yo encender;

tostarse allí un anciano,

volverse todo tea,

y oír como chirrea

¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña

de nieve tapizada,

de flores despojada,

sin fruto, sin verdor,

ni pájaros que canten,

ni sol haya que alumbre

y sólo se vislumbre

la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,

solar desmantelado,

me place en sumo grado

la luna al reflejar,

moverse las veletas

con áspero chirrido

igual al alarido

que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno

lleven a los mortales

y allí todos los males

les hagan padecer;

les abran las entrañas,

les rasguen los tendones,

rompan los corazones

sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida

que inunda fértil vega,

de cumbre en cumbre llega,

y arrasa por doquier;

se lleva los ganados

y las vides sin pausa,

y estragos miles causa,

¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,

el juego, las botellas,

en torno de las bellas

alegres apurar;

y en sus lascivas bocas,

con voluptuoso halago,

un beso a cada trago

alegres estampar.

Romper después las copas,

los platos, las barajas,

y abiertas las navajas,

buscando el corazón;

oír luego los brindis

mezclados con quejidos

que lanzan los heridos

en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno

pedir a voces vino,

mientras que su vecino

se cae en un rincón;

y que otros ya borrachos,

en trino desusado,

cantan al dios vendado

impúdica canción.

Me agradan las queridas

tendidas en los lechos,

sin chales en los pechos

y flojo el cinturón,

mostrando sus encantos,

sin orden el cabello,

al aire el muslo bello…

¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

Las quejas de su amor

Bellísima parece

al vástago prendida,

gallarda y encendida

de abril la linda flor;

empero muy más bella

la virgen ruborosa

se muestra, al dar llorosa

las quejas de su amor.

Suave es el acento

de dulce amante lira,

si al blando son suspira

de noche el trovador;

pero aun es más suave

la voz de la hermosura

si dice con ternura

las quejas de su amor.

Grato es en noche umbría

al triste caminante

del alma radiante

mirar el resplandor;

empero es aun más grato

el alma enamorada

oír de su adorada

las quejas de su amor.

Soneto

Fresca, lozana, pura y olorosa,

gala y adorno del pensil florido,

gallarda puesta sobre el ramo erguido,

fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa

vibra, del can en llamas encendido,

el dulce aroma y el color perdido,

sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi ventura

en alas del amor, y hermosa nube

fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,

y deshojada por los aires sube

la dulce flor de la esperanza mía.

Un carajo impertérrito, que al cielo…

Un carajo impertérrito, que al cielo

su espumante cabeza levantaba

y coños y más coños desgarraba,

de blanca leche encaneciendo el suelo,

en su lascivo ardor, cual Monjibelo,

nunca su seno túrgido saciaba

y con violento empuje penetraba

hórridos bosques de erizado pelo.

Venció a la humanidad; quedó rendida

la fuerza mujeril; mas él, sediento

siempre y siempre con ansia coñicida,

leche despide y mancha el firmamento,

dejando allí su cólera esculpida

del carajo en eterno monumento.