Duque Amuso, Alejandro

Reseña biográfica

Poeta, ensayista y editor español nacido en Santander en 1949.

Su juventud transcurrió en Sevilla y posteriormente se trasladó a Barcelona donde reside actualmente.

Doctor en Filología, enraizado en la corriente del nuevo esencialismo, publicó su primer libro en 1976 bajo el título “Esencia de los días”, seguido entre otros por “El sol en Sagitario” 1978,

“Del agua, del fuego y otras purificaciones” 1983, “Sueño en el fuego”1989 y “Lírica solar”. Antología personal 1983-2008. En 1994, con “Donde rompe la noche”, obtuvo el premio internacional de la Fundación Loewe. Su última publicación, editada por Ed. Renacimiento en el año 2008, lleva por título, “A la ilusión final”.

Ha sido además traductor de Valéry, Cavafis y Keats, y editor de la obra de Vicente Aleixandre.

Análisis de la luz

Desde las márgenes del negro al blanco,

desde el aire a la tierra,

con qué vestidura sigilosa, con qué dureza

ruedas por un manto de porosidades,

azar, entretejida estrella, dardo solar,

lengua de luz huidiza

hacia las letras claras del vacío.

En la hodierna de la necesidad

tu nombre cede al ser,

y eres la piedra ardiente,

la cosmogonía de la llama,

el balbuceo del origen,

pulsión y anulación,

la flor que suma todos los colores,

la palabra que no tiene sílabas,

la liturgia profunda de la carne,

la serpiente de la anamorfosis.

Azar, azar, rosa vital,

espectro fugitivo.

De “Del agua, del fuego y otras purificaciones”

Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Aridez

Si la aridez es la caída, la belleza está en ella.

Habita entre tinieblas un lugar escondido

y en lo profundo duerme

como el oro en la ciénaga.

Si la aridez engendra, monstruo de mil cabezas,

la herida de lo hermoso,

danzando sobre esta luz de pesadilla

las palabras se ceban de despojos.

Violetas empapadas del ayer.

Residuos. Farsa quemante.

Sé que aquí

hay un rostro, en el agua estancada,

está herido y me escucha, le toco

y desaparece.

Flotan leños podridos en la charca.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

Aristas

Como una extraña rosa

del desierto

árida y fría,

los años ya vividos.

Más fluida y ligera

la muerte cada vez

-graciosa perla

al fondo del estanque,

… y alargamos la mano.

De “A la ilusión final”

Renacimiento, 2008, Sevilla

Criaturas de la luz

Brot und Wein

F. Hölderlin

Mientras fue seguro el sol

por lo más alto, en mis días de niño,

lo fuisteis todo para mí, serenas potestades,

resplandor y creencia, los mensajeros

de la divinidad invadiendo mis juegos.

Después, tras la alborada viva

de la espera,

desperté

y ya no estabais,

fluyó la luz

y solamente vi, en la tiniebla roja,

vuestras sagradas alas alejándose.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

Despoblado

Crece

la marejada negra

del olvido. Sus aguas

llevan del ayer

al nunca.

El nunca

es el lugar

más habitado.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

El puente

(Arroyo del Rey, 1952)

Ella vino hasta aquí, a este puente tendido

entre las márgenes de un río sin caudal, sobre un lecho de rocas,

buscando los brazos fieles, ellos sí, de la tierra.

En el borde dejó sus zapatos cansados

y unos renglones torpes en un triste papel:

palabras puras, evidencia sombría

de que el amor es flecha

feliz y luminosa, mientras dura en el aire,

suspensa por el soplo ligero del deseo.

Pero roedor tormento cuando, muerto su impulso,

acaba por clavarse en el centro más vivo.

Cual memoria de piedra

el puente sigue erguido,

pero algo más que las rocosas márgenes

de un río sin caudal separa y une.

Una orilla de vida, otra de muerte

se entrelazan en él; al fondo rocas,

duro lecho de rocas, olvido a un desengaño,

contra el que una mujer cae, invisible,

desde lo alto

del amor.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

En el último día

¿Cuántas veces morimos? ¿Cuántas veces,

desde que caímos

del precipicio de la eternidad,

hemos muerto? Muerte tierna y florida

fue nacer, ser engendrados

por el tiempo. Como una exhalación

entramos a otra muerte, dulce y punzante,

con el primer amor, nunca olvidado.

Y el valle de la juventud pronto marchito

por borbotones de deseos y sombras,

y el exterminio tibio de los días:

un río que se cumple al no cumplirse

por todas las edades, arrasando y menguando,

añadiendo más muertes a la muerte.

No, no es verdad: en el último día

no morimos. La muerte encuentra sólo

los brazos del vacío, la sombra de una ausencia.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

En la rivera verde

La madrugada llega como una barca de luz

a la deriva. Emerge la ciudad

de entre los restos negros de la noche.

El rostro fatigado por la vigilia, la lectura, el pálido insomnio.

Los ojos, que han hurgado dentro del vacío y las palabras,

vagan sobre la mesa, la lámpara, los estantes borrados por la débil penumbra,

el ventanal -sus cristales empañados

por la respiración y la noche…

La calle empieza a ser

un inquietante laberinto móvil,

como lenta serpiente se retuerce bajo el brillo metálico

de las farolas.

Hace frío.

Se oye el viento latir por las rendijas.

Sobre los tejados, finas columnas de humo.

Nubarrones. La claridad mate del día.

En el papel

(el libro yace abierto, abandonado) escribo:

“La aurora atraca en la ribera verde”.

Todo lo que el corazón calla, ¿cómo lo diremos?

Huyó otra noche. Huyó otra noche más con su negro silencio,

con sus estrellas invisibles.

De “Del agua, del fuego y otras purificaciones”

Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Escritura

He visto la luz,

su aullido blanco en la mañana,

la ternura de la noche revestida

de fatuos centelleos,

he visto

el mar con su rizada lengua

y la boscosa tarde a punto de enmudecer

en un invierno embravecido.

He visto un jardín

abriéndose

a un desierto-

el desierto era sólo

la soledad del hombre.

Y más.

He visto la obra limpia:

la llama y la belleza

-refulgían las dos como un único fuego.

Fuego verbal

para mi noche

escrita.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

Exitus letalis

Todo lo que el corazón calla nos conduce a la muerte.

Todo lo que la vida calla, con sus lumbres despiertas,

es asombro y silencio

para la muerte. ¿Pues qué es la muerte

sino la gran perplejidad, la insólita

extrañeza, al filo mismo de lo real?

No el sonoro joyel, no la espirituosa pulpa: el hueso,

sólo el hueso con su seco silencio

al que ninguna pregunta sucede o inquieta.

Perplejidad y silencio.

Vacío

de un vacío fluyente por debajo del tiempo,

granada abierta, hermosa fuga, lebrel de ardor-

eso es la muerte. Lo que rodea a la vida como una llama pavorosa,

y la acalla por siempre.

Lo que esperamos siempre.

Óseo silencio de perplejidad.

De “Sueño en el fuego”

Renacimiento, 1989, Sevilla

Exvoto

(Tumba de Il tuffatore, Paestum)

Una tumba, una lápida fúnebre

y en ella, como perro guardián cerca del amo,

el dibujo de un joven lanzándose

al vacío ?finas

hebras del aire.

Espirales.

Columnas.

Un mar lo acoge.

¿Un mar o un cielo adormecido?

El joven cae con lentitud ingrave

igual que una promesa que no termina nunca

de cumplirse: nadador que levita

en una zambullida hacia la luz.

Ay, tuffatore, estás y siempre vuelves,

rebrotas con el Árbol Cenital de inmarchitables ramas

que regalan sus frutos prodigiosos

para salvar los dones de la tierra,

el nudo de las noches y los días,

la espiral del azar,

el amor y la música ?dos formas

diferentes de llamar a lo mismo,

el latido del sol

entre el cielo y el mar, la caída y el éxtasis.

Con tu salto la muerte has traspasado.

Todo el espacio abre

ante tu vuelo inmóvil.

Profunda tumba azul.

De “A la ilusión final”

Renacimiento, 2008, Sevilla

Génesis

En el principio Dios creó el infierno.

Y dijo luego

hágase la luz y apuntaron los primeros

rayos del sufrimiento.

Separó en días sucesivos los cielos

de la tierra, la tierra del océano,

los cimientos

que amorosamente prietos

estaban en uno, y multiplicó la vida en los reinos

del aire y sobre la tierra y bajo el crespo

manto del océano

en torturantes e infinitos cuerpos.

Y viendo Dios aquel perfecto infierno

sonrió y dijo: “Hagamos ahora un ser noble y bueno

capaz de expresar el horror de este averno”.

Y tomando en sus manos de supremo

Arquitecto

la arcilla más pura, hizo al hombre y sus sueños.

Desde el odio de Dios crecía el universo.

De “Sueño en el fuego”

Renacimiento, 1989, Sevilla

Habitaciones “Holofernes”

A estas alcobas de velada luz y lechos clandestinos,

de la mañana hasta la demacrada madrugada

las parejas acuden.

Imantados de su desnudo hermoso

los cuerpos ruedan, se suceden

entre rojos muarés y tabiques de espejos que regalan miradas, roces, formas.

Suben las escaleras

con un silencio de complicidad y alborozo,

la húmeda hoguera del deseo en los ojos

y aún la llama peor: la del remordimiento.

Saben, tácitamente lo consaben,

que aquellas escaleras de discreta penumbra conducen a la gloria,

pero que luego bajan

al infierno. Siempre la vida tasa

con severa medida, y al goce sigue

el lento sufrimiento, al triunfo la aridez,

y las lágrimas matan la luciérnaga blanca de una boca que ríe.

Nada está escrito,

pero todo se cumple:

el precio de la felicidad

es la desdicha.

Ellos se juran, se prometen

ante el sagrado libro de sus cuerpos,

y en el estrecho nudo que los desengendra para siempre

se dan una guirnalda de placer fugitivo.

Una noche de amor

y otra larga, insondable, de olvido.

De “Sueño en el fuego”

Renacimiento, 1989, Sevilla

La extraña realidad

Aquello que llamamos realidad

es simplemente el edificio gótico

de una Idea caída

sobre la piel delgada del espacio.

Una ilusión

que nunca será nuestra,

por ella nos perdemos

entre alamedas de fértiles engaños

o celajes que trazan al azar

el mundo real, el mundo imaginario:

nombres, rostros, figuras,

fechas, ciudades, años y paisajes

de sombra.

¿Existieron?

¿O fueron el destino del vacío

y las informes máscaras del tiempo?

Extraño torreón de negra luz,

la realidad, como una llamarada

que es superior a todo, más fuerte que el olvido,

ilumina la tierra de la ilusión final.

Y su verdad o su mentira abrasa

como rayo de sol mirado a cielo abierto

por la ventana azul de un día de verano.

Un resplandor que ciega.

Una impasible

llama.

Espera de un mediodía absoluto

que nunca será nuestro.

De “A la ilusión final”

Renacimiento, 2008, Sevilla

Lejanas estelas de junio

Desciende de la mañana abierta

un ala gritadora.

Los manzanos

maduran

los zumos ácidos del sol.

Al mediodía, los animales

corren inquietos.

Rumores y latidos.

Oíd la profunda respiración

de la tierra.

Viene de más allá,

del otro lado de la luz,

como oleaje

entre sueños.

Mirad las lumbres vivas.

Libélulas llameantes,

rayos rizados de color.

Nupcial derramamiento en el atrio del verano.

De “Del agua, del fuego y otras purificaciones”

Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Leyendo en la biblioteca

A esta líquida luz de las vidrieras

la sala de lectura, evanescente, va ensanchando el vacío,

crujen los anaqueles con los grandes tomos

donde otros, antes que tú, dieron a la penumbra

el oro quebradizo de sus sueños.

Gira el vacío y corre un viento ácido

por entre los pupitres -ataúdes dormidos- y los rostros borrosos

de quienes leen, olvidados de todo, en el borde del mundo.

La vida se repliega. En la tarde oferente del conocimiento

con su terco porqué cunde la nada.

La sabia catedral desaparece.

Un susurro de hojas en el libro del Tiempo.

De “Sueño en el fuego”

Renacimiento, 1989, Sevilla

Leyendo “La Commedia”

Selvas oscuras, fieras alimañas.

Dante, con firme compañía, siguió un camino

que es ascensión y meta de amor y sufrimiento,

hasta el vergel de verdores agudos

donde es suave el mirar, la luz no engaña,

y una Rosa

es el Ojo inmortal del universo.

Pero hoy que las sombras protectoras

se alejaron, zarparon en la noche, y bogan

entre la nada y el recuerdo de nunca,

cuando despiertes de tu largo sueño

¿encontrarás

en la otra orilla del río irrebogable

la mano del poeta

que acompaña, los ojos

de Beatriz, la sabia y suave lumbre de Matelda?

El círculo a otro abismo de negror se abre.

Bajo una inmensa ausencia, sólo estrellas.

De “Sueño en el fuego”

Renacimiento, 1989, Sevilla

Noche de San Lorenzo

Luna, llamada violenta

de la luz, sima del cielo,

desde esta quietud de noche plena

la vida reposa en lejanías.

¿Quién no se siente fuente estremecida

por la pleamar helada de los astros?

Arrebatados, en silencio, oímos

fluir esta bullente geometría:

la noche boga

por los ríos de luz,

y aún aceptamos otras leyes

que son las floraciones de la muerte.

El alma se abandona?

y por los ojos grandes del espacio

vaga, sobrecogida y sola,

a la deriva

de la inmensa patria.

De “A la ilusión final”

Renacimiento, 2008, Sevilla

Nostalgia de los sueños

Sueños de la niñez. Los brazos del gigante de la barba de plata

me llevaban al país de la innombrable noche

donde las banderolas de sueño se agitaban sobre los ojos extasiados,

y pasaban los pájaros del color de la luna.

Los días se tejían con fábulas de sueños.

Sueños de placidez que el mar suave acunaba

con su canción azul, entre islas de encanto,

o sueños otras veces traspasados por el pavor de una lanza sangrienta

(Tristán era alcanzado en la luz venenosa),

pero sueños, sueños siempre, larvas de la alucinación

que daban a la mente fulgores misteriosos,

colores y latidos.

Alfileres de oro.

Y al despertar, qué extraña y dulce turbación deslumbrada.

De la ladera oscura

la mañana surgía, tintineante de sol,

y el niño escapaba a los pinares a esconder sus riquezas.

Oh sueño, oh cofre de la noche, entonces lleno de monedas vivas.

De “Sueño en el fuego”

Renacimiento, 1989, Sevilla

Ofelia

Desconsuelo es

mi nombre.

No me llaméis,

dejadme.

(Barre el vacío

un lecho

de hojarasca.)

Siento

alejarse los jardines

colgantes

del amor.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

Palabra

Celada hermosa,

detrás de cuya estela

se me fueron

los ojos deslumbrados;

viví para ahuyentar

la muerte y su cara empolvada

con tu gracia

de frágil danzarina.

Para esperarte

bajo la luna negra del deseo,

como sumiso amante,

por si acaso venías.

Pero tal vez

no eres más que eso: una espera

en la noche,

la espera que se cumple

en otra espera,

la promesa

por siempre demorada.

La cita de una ausencia.

¿Cómo tenerte, hechizo delicado,

si sé que las palabras

más amadas son esas

que nadie oye,

las más ansiadas son

las que nos cuestan

al final

la vida?

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid

Promaquia

Ángel de hielo, obelisco mortal,

Azrael de los lienzos de bruma,

de los ojos voraces en la tiniebla ardiendo,

del tacto glacial sobre la carne,

y del suave licor del silencio, sobre todo del silencio,

con el que nos condenas, día a día,

a la tortura blanca del vacío.

Ángel cruel de mármol, dura muerte sin fin,

proseguirá la lucha, inevitable,

mientras la vida no se rinda e interponga su escudo

ante tu golpe fiero. Cuerpo a cuerpo, en la noche,

en la prolongada noche de nuestro singular combate,

tu soledad hambrienta, aterida de sombra,

grande y hueca como los ojos de los muertos,

va anudando a mi alma

la amoratada sábana postrera.

De “Del agua, del fuego y otras purificaciones”

Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Reloj de agua

En la gota de agua

parpadea

la aguja inmutable

del tiempo

y del no tiempo.

Como el hueso en la carne,

el sol está dentro de la gota suspensa.

Interior insolación del tiempo.

De “Del agua, del fuego y otras purificaciones”

Ed. El Bardo, 1983, Barcelona

Rubaiyat

Haya cielo

o infierno, nadie

elige. Duerme tranquilo

el día

indiferente.

También

la puerta a la otra vida

te la abrirá el azar.

De “Donde rompe la noche”

Visor, 1994, Madrid