Conde, Carmen

Reseña biográfica

Poeta, novelista y ensayista española nacida en Cartagena en 1907.

Su infancia transcurrió en Melilla y posteriormente estudió Magisterio y se tituló como Licenciada en Filosofía y Letras.

Con el nombre de Florentina del Mar firmó varios libros de prosa y de literatura infantil. Fue la primera mujer española en acceder a un puesto en la Real Academia Española.

Entre los premios obtenidos, se destacan el premio de Novela Elisenda de Moncada en 1953, el Premio Internacional de Poesía Simón Bolívar en 1957, el premio Doncelen 1960 y el Premio Nacional de Literatura 1967.

Su obra poética se resume en la antología titulada «Obra poética» que abarca obras de los años 1929-1966 y las publicaciones «Brocal» , «Poemas a María», «Corrosión», «La noche oscura del cuerpo», «En la tierra de nadie» , «Los poemas del mar Menor», «A este lado de la eternidad», «Cancionero de la enamorada» y «El tiempo es un río lentísimo de fuego».

Falleció en Madrid en 1996.

Adolescencia

En el Alba de su vida el deseo

le surgió en su boca la sonrisa

por hallarse ante el amor.

Era niña que vivía hasta en sueños

su ardor, y la sangre palpitaba

al hallarse con su amor.

Sin el Alba ni en la Tarde

ella un día preguntó:

Si posible era guardar

aquel su primer amor.

Amante

Es igual que reír dentro de una campana:

sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.

Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo

y yo te transparento: soy tú para la vida.

No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.

No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya

esta mortal ausencia que se duerme en mi boca,

cuando clama la voz en desiertos de llanto.

Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,

y el amor se consuela prodigando su alma.

Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,

y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.

Solamente tú y yo (una mujer al fondo

de ese cristal sin brillo que es campana caliente),

vamos considerando que la vida…, la vida

puede ser el amor, cuando el amor embriaga;

es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;

es, segura, la luz, porque tenemos ojos.

Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres

de desear y ser mucho más que la vida…?

No. Ya lo sé. Todo es algo que supe

y por ello, por ti, permanezco en el Mundo.

Amor

Ofrecimiento.

Acércate.

Junto a la noche te espero.

Nádame.

Fuentes profundas y frías

avivan mi corriente.

Mira qué puras son mis charcas.

¡Qué gozo el de mi yelo!

Ante ti

Porque siendo tú el mismo, eres distinto

y distante de todos los que miran

esa rosa de luz que viertes siempre

de tu cielo a tu mar, campo que amo.

Campo mío, de amor nunca confeso;

de un amor recatado y pudoroso,

como virgen antigua que perdura

en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.

He venido a quererte, a que me digas

tus palabras de mar y de palmeras;

tus molinos de lienzo que salobres

me refrescan la sed de tanto tiempo.

Me abandono en tu mar, me dejo tuya

como darse hay que hacerlo para serte.

Si cerrara los ojos quedaría

hecha un ser y una voz: ahogada viva.

¿He venido, y me fui; me iré mañana

y vendré como hoy…? ¿qué otra criatura

volverá para ti, para quedarse

o escaparse en tu luz hacia lo nunca?

Aunque te diga No, empéñate en Sí…

Aunque te diga No, empéñate en Sí,

y si te empujo, procura tú vencerme.

Así que te rechace de mi vida

azotará mi espíritu el perderte.

¡Intuyo que una hoguera tan perfecta

nunca nadie podría ya encenderme…!

Y es duro y es cruel que yo batalle

quitándote de mí. Resueltamente

cortándome de ti, para librarme

de este sordo luchar en que me vences.

Sólo pienso en ti. Repito tu presencia

en un continuado nacer de tus palabras.

Imágenes que son imágenes ya fijas

de tanto recordarlas me turban y enloquecen.

Te veo como un día que fuiste una brevísima

criatura sorprendida por labios repentinos.

Te veo en alta noche, temiendo que tus ojos

mintieran por amor que era yo la que buscabas.

Oh, cómo te contemplo, oh, cómo te persigo;

das vueltas en el aire en rueda que no para!

Yo sólo pienso en ti. Te odio. Te deseo.

Libértame de verte en todo lo que miro;

auséntame de ti, martirizante imagen,

¡que te ven en mis ojos anhelantes, los ciegos!

Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres,

que cuando tienen sed no respetan las selvas;

y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas

que entre el romero mueven su poderoso olor.

A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,

y por nacer en ellas, oh, líquido delgado,

consienten que las lenguas vellosas de las fieras,

lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.

Tanto como el romero florido, cuyo aceite

persistirá en la piel de los fieros sedientos,

huelen cortas raíces y esbeltos anticipos

de las flores oscuras del secreto deseo…

La luna se deshoja como un ave en tu agua.

A los tigres con celo esa luz los persigue

como loco fantasma de una caza suprema

que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.

Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías

no se encienden sin ángel que su calor otorgue.

Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara,

no lo oigo cantar ni lo siento fluir.

¡Ah, tus tigres con sed! Déjalos que nos beban,

y cuando ya mi boca reseca se deshaga,

suéltalos sobre mí, no detengas su ataque:

¡para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!

Dejarte perder me duele, porque duele en la tierra

que una raíz se seque sin romperse en el tallo

y alumbrar en la flor, para que el aire sepa

lo que la tierra sabe, porque tuvo raíces.

Resignarme a que fluyas por otros cauces, me duele;

porque yo soy un cauce del grueso de tu fuente.

Y para correr en otros tendrás que derramarlos

o que volcarte hondo, rompiéndolos por dentro.

Es que soy tu medida, es que ninguna tierra

será capaz de darte lo que yo te daría,

si en lugar de negarme a que germines, corras,

yo te hiciera mi agua, calentara tu grano.

¡Qué delirio de fuerza que se opone a tu empuje;

qué frenética para que no quiere cedérsete!

Ausencia del amante

He vuelto por el camino sin hierba.

Voy al río en busca de mi sombra.

Qué soledad sellada de luna fría.

Qué soledad de agua sin sirenas rojas.

Qué soledad de pinos ácidos errantes…

Voy a recoger mis ojos

abandonados en la orilla.

Canto al hombre

Cuando eres, como ahora, hermoso y fuerte,

yo te amo.

Cuando el viento se doblega para ti,

cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo.

Yo te amo por osado,

y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces

tu hermosura y tu valor. Por derramado.

Firme tú sobre las nubes, navegando los espacios.

Duro tú sobre las aguas, descollante tu estatura

en lo azul del océano… Hombre joven que lo afrontas

cual un elemento más, siendo tú el lazo

de elementos de creación. Yo así te amo.

Desde lejos y despacio, torpemente en el comienzo,

tu andadura cada siglo acelerando…

así has llegado.

Y ya domas a los mares y a los cielos; los cabalgas

como potros tan salvajes como fuiste. A los astros

los asedias sin temor. Igual que un astro, que otro astro

participas del secreto compartido, constelando

como ellos mi cenit. Hombre, te amo.

Yo te amo y te contemplo, yo te admiro y yo te exalto.

E ignorando cómo cantan los arcángeles, te canto.

Mientras seas como eres, una luz entre las sombras,

una luz sobre los bosques, un clamor desde los labios;

mientras cantes y sonrías, esperanza de otro tú

ya menos agrio,

hombre joven, hombre fuerte, hombre hermoso,

yo te amo.

Aunque guardas en tus ojos viejas piedras del basalto

que formaba las murallas de Proverbios y del Cántico,

ya despierta tu mirada a la ternura

enajenados resplandores fugitivos de piedad por lo creado.

Como un hacha cortas tú, y eres tan blando

que te rayan las plegarias y el amor.

Eres compacto

y flexible, quebradizo, vulnerable…

¿De qué rayo fulminose lo divino contra ti?

No te ha abrasado ni la cólera de Dios, ni su contacto.

Sobrepasas a tu propia lava impura, en sobresalto

de promesas y derrotas… Ajeno y amplio

como tierra y como el mar, como el espacio.

Pero, hermoso; pero, audaz. Loco de siembras

que, no estrellas sino mundos, vas hincando.

Empujaste las cavernas, destrozaste las pirámides,

desecaste los diluvios, apagaste los volcanes,

arrancan dando del planeta a los bienaventurados.

¡No volvías la cabeza de oro puro a lo pasado!

Por cruel y por ardiente, yo te amo.

¿Quién no aleja para ti lo que has huido;

quién no llora por tu amor lo que has matado?

Nunca yo que te contemplo; nunca yo

que me he entregado

a la sangre y al gemir de tantos duelos

como pueblan tu yacer y tus contactos.

Ahora, no. Que te liberas y me llevas por el aire,

confiando

en tu propia inteligencia, en tu arrebato.

¡Ah, los vuelos que gobiernas con sonrisa

y dócil mundo

de instrumentos que tú mismo has inventado!

Y te sirven, como sirven los esclavos.

No desciendas, no me abatas. Hombre amado,

te sostengo y me sostiene un interminable rapto.

No eres rojo ni eres negro. Eres blanco,

el fúlgido centellear de intactos arcos.

¡Atrévete con el Bien, sujétalo con tus brazos!

Hermoso varón que tanto presentía

y que he soñado.

Porque eres mi mejor yo, he ahí por qué te amo.

No te quiero cuando débil, sometido, acobardado.

Aunque torvo si acometes, más te busco despiadado

que humillando la cerviz como un toro sin sus mandos.

Que eres viejo, bien lo sé. Sé que debajo

de esta túnica de piel que te envuelve,

estás cansado de los siglos de rodar

para ver de Dios el brazo

que fulmina y que fulmina… Y, ¿no es cansancio

contemplar cómo te hundes en mi vientre,

deslizando tu niñez y tu vigor entre mis flancos

para luego desgajármelos despacio…?

¡Ah, si halláramos la brisa, si encontráramos el látigo

que flagela y que consuma a los más enamorados!

¡Por todo lo que venciste van tus piernas

de cobre forjando ajorcas para sujetar tu paso,

criatura que apretaría eternamente entre mis brazos!

Más allá de la vida y de la muerte,

Hombre, te amo.

Confusión

Ahora empezarás, mi vida,

a no dejarme vivir.

A que los días y sus noches sólo sean

el ahogo feroz de tu encuentro.

De tu incorporación a mí,

de tu revestimiento de mí.

A que mi sangre no sepa detenerse sola,

y se arroje a la tuya, a ti,

con la furiosa alegría de amarte,

del éxtasis de saberse tuya;

y de la angustia,

del tremendo milagro oscuro

¡que es pertenecerte!

Ahora sí; ahora.

Cuando no me busca nadie, ni yo busco.

Porque tu voz llena de altos ecos la tierra,

y tu olor los jardines más sombríos,

y de tu pecho caen las campanas de mis deseos

de ti, de mí que por ti me recobro

y aprendo, vida mía, alma mía, amor,

que es verdad que soy de carne,

que es verdad que duelo,

y gozo, y sufro, y grito

porque soy tuya.

¡Momento agotado del mundo,

éste en que te sé lejos de mí!

Apúralo todo, regresa a nuestro abismo

y déjame en ti sumida,

fuerza que se te dio sin lágrimas

de rebeldía; aunque con llanto de violencia

por verse tuya,

yo que no era de nadie,

¡ni siquiera mía nunca!,

esclava tuya, entregada tuya, amante.

Cuán delicada luz es la del joven…

¡Cuán delicada luz es la del joven

y qué perfumada sombra la suya

junto a la mía, opaca, envolviendo el ascua

del indomable anhelo!

¡Cuánta fragilidad en su paso,

en su atención a lo inaudible

que le atrae desde mi distancia…!

Joven y lejano, remoto y esperanzado

muchacho que inauguras vacilante

tu diálogo conmigo.

No quiero respirar por no mustiarlas,

por no despojarte de hojas;

porque me gusta el verdor que trepa ávido

alcanzándote los ojos.

Limpios ojos tuyos, sin cenizas

de hogueras; sin racimos

de imágenes temblorosas.

Ojos tuyos intactos,

sobre tu boca que no prometió

ni mintió seguridades.

Y tu pecho nuevo y fresco,

la yerba olorosa de tu cabeza,

la firme inseguridad de tu paso…!

No duelo nostalgia de juventud;

si fuera joven no te amaría.

Es porque llevo tiempo en el corazón

y en las sienes,

por lo que tú, inesperado joven,

apareces adorablemente imposible.

Un chopo junto a la orilla

de mi agua cargada de paisajes

oscura de cielo oscuro de amanecer.

O un delicioso caballo moreno

piafando en los tréboles húmedos.

La copa del árbol que verdea alegre

arriba del oro otoñal que se deshoja

enfriando los jardines.

Eso eres tú. Te oigo afirmar que eres futuro

mientras no hay un presente que te ignore

ni te iguale, del cielo a la tierra!

Bendito sea el arranque

de tu vida deslumbrada y cálida,

ansiosa de apartar lo que conoces.

Corre, huye, no detengas tu paso

junto a ninguna fuente.

No mires los estanques -mis ojos-,

ni siquiera los ríos -mis brazos-,

muchísimo menos la mar:

mi boca fría y melancólica.

Espérate a ti mismo

en las locas encrucijadas del futuro.

¡Vete ya contigo!

¡Cuán dulce es el saber que eres ligero,

y sin memoria y sin piedad;

que eres un ciervo atravesando los montes!

Ágil muchacho esquivo,

impreciso y cierto, vulnerable y duro

como una palabra

que no me atrevo a decirte…

Como una pena inesperada

que me acumula el corazón.

Desierto Sájara

Sí. Yo tuve un mar sobre mi arena.

Un mar grande sin límites, compacto.

La tierra de oro que abrasa soledades

estuvo henchida augusta del mar que ya no soy.

Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,

movíanse las naves arriba de mis olas.

Pues yo era el mar que hervía sobre la arena rubia,

la arena saturada que hoy clama por su agua.

¡Oh el mar aquí fantasma, el mar que finge el viento,

desmelenando dunas, al aventar mi arena!

¡Ay mar del agua espesa, la que corpórea y dura

ansían caminantes de mi desierto blando!

¿Qué arcángeles de fuego evaporar pudieron

tanto mar que hube, llevándolo a un abismo?

Es mi arena abrasada la más sedienta boca

que clama por un agua que le bebieron dioses.

Los hombres me caminan, soñándome poblado

de aquel mar que fue mío, el mar sobre el desierto.

Yo les mullo mi carne, les recibe mi arena

y se quejan de sed junto a mi sede sin huelgo.

¡Ay mar de mi génesis, el mar que me escurrieron

a una zanja de llamas: cuánto pesa la arena!

Dominio

Necesito tener el alma mansa

como una triste fiera dominada,

complacerle con púas la tersura

de su piel deslumbrada en mansedumbre.

Es preciso domarla, que su fiebre

no me tiemble en la sangre ni un minuto.

Que la aneguen los fuegos del aceite

más espeso de horror, y que resista.

¡Oh, mi alma suave y sometida,

dulce fiera encerrándose en mi cuerpo!

Rayos, gritos, helor, y hasta personas

acuciándola a salir. Y ella, oscura.

Yo te pido, amor, que me permitas

acabar con mi tigre encarcelado.

Para darte (y librarme de esta furia),

una quieta fragancia inmarchitable.

El universo tiene ojos

Nos miran;

nos ven, nos están viendo, nos miran

múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,

desde todos los rincones del mundo. Los sentimos

fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.

Y, a veces, nos asfixian.

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos

de las interminables vigías acosan y extenúan.

Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;

pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.

Para que vieran,

para que viéramos frente a frente,

pestañas contra pestañas, soslayando el aliento

denso de inquietudes, de temores y de ansias,

la absoluta visión que todos perseguimos.

¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,

coincidiendo en la fluida superficie del espejo!

Nos mirarán eternamente,

lo sabemos.

Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales

en tomo a la misma criatura intacta

que rechaza a los ojos que ha creado.

¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,

hizo aquellos y estos innumerables ojos?

Enajenado mirar (1962-1964)

En la tierra de nadie

En la tierra de nadie, sobre el polvo

que pisan los que van y los que vienen,

he plantado mi tienda sin amparo

y contemplo si van como si vuelven.

Unos dicen que soy de los que van,

aunque estoy descansando del camino.

Otros “saben” que vuelvo, aunque me calle;

y mi ruta más cierta yo no digo.

Intenté demostrar que a donde voy

es a mí, sólo a mí, para tenerme.

Y sonríen al oír, porque ellos todos

son la gente que va, pero que vuelve.

Escuchadme una vez: ya no me importan

los caminos de aquí, que tanto valen.

Porque anduve una vez, ya me he parado

para ahincarme en la tierra que es de nadie.

Encuentro

¡Gloria de tu hallazgo!

Bautismo inicial de la primavera

en oleaje de pájaros.

Se movieron las selvas inefables.

Se deshizo el otoño de sus plumas

cubriendo inviernos cándidos.

Venías tú, gentil criatura,

desnudando los ríos a tu paso.

Entrega

Guardaré mi voz en un pozo de lumbre

y será crepúsculo toda la vida.

Ya girarán más leves los cuchillos

porque no encontrarán dónde herirme.

Erguida de rocíos negros,

para ti cantaré.

¡Que no me busquen los sin vista,

que no me llamen los ahogados,

que no me sientan los que huyo!

A mi soledad de reflejos,

amor,

sólo tú.

Fuga en los jardines

Las más jóvenes, deseándoos, avanzan

por estas avenidas de árboles fragantes.

Evaden primavera que a las flores oxida

con un ardor oliendo a frutas, a corceles. ..

¡Qué salvaje presencia la de las hembras púberes

entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!

Exigen que las amen, que las sigan corriendo

para volcarles júbilos sobre la orilla ebria.

¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!

Estos grandes varones de los pechos revueltos

ansían desgranaros, ¡oh mazorcas crujientes!,

con su hambre de bocas y su hambre de frutos.

Hasta el río, que es tajo delimitando sueños,

huele a amor ya festines…

Han temblado los álamos al estallar unánimes

los oscuros latidos de dobles ruiseñores.

Los regazos del musgo, el frior de los juncos,

contemplando el encuentro aceleran su verde.

Es un cántico trémulo, en gargantas sorbido

por el amor abierto en mitad de la selva.

¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita

el ardor de cogeros, suyas todas, a hombres

que de fieros esgrimen el ademán tan sólo!

Y envolveos en ropas de blanco lino puro

para mojar con ellas esos cuerpos calientes,

y amanecer ceñidas, ante el amor que vibra,

por el celo del agua posesor de las vírgenes.

Gracia

Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.

Porque me tiemblan alas que nunca vi crecer.

Y súbitos los árboles sacuden sus mensajes

para que yo los coja y lleve por el viento.

Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra

desliza por mis plantas sus tibias humedades;

y un arroyo no nace si una mujer no quiere

que le ciña las piernas con su lienzo delgado.

Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.

Aprender todo eso me ha costado la vida.

Y os la dejo en el mármol, por si alguno la hallara

y quisiera saber cómo se olvida tanto.

Hallazgo

Desnuda y adherida a tu desnudez.

Mis pechos como hielos recién cortados,

en el agua plana de tu pecho.

Mis hombros abiertos bajo tus hombros.

Y tú, flotante en mi desnudez.

Alzaré los brazos y sostendré tu aire.

Podrás desceñir mi sueño

porque el cielo descansará en mi frente.

Afluentes de tus ríos serán mis ríos.

Navegaremos juntos, tú serás mi vela,

y yo te llevaré por mares escondidos.

¡Qué suprema efusión de geografías!

Tus manos sobre mis manos.

Tus ojos, aves de mi árbol,

en la yerba de mi cabeza.

Hay dolores fluidos, del color de la sangre…

Hay dolores fluidos, del color de la sangre,

que transcurren del pecho dulcemente, ligeros.

Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos

que poco a poco empapan hasta un henchirnos ebrio

Dolores de locura, como vinos malditos

que nos arrojan, ciegos, a la plétora turbia

de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!

¿Y ese dolor viscoso, como un líquido negro,

y espeso y resbalante, sangre densa, ya muerta,

que avanza por el suelo de nuestro ser…,

que avanza y deja frío el marmóreo piso

que somos, rezumándolo, los que estamos dolientes;

Dolores que acribillan esta piel vulnerable

del alma en desamparo, cuando Él no la escuda;

dolores que nos hacen poco a poco insensibles,

dolores sin un pliegue, dolores de coraza.

¿Y ese dolor compacto, cuajarón de betunes

que el fuego derritió y ahora va despacio,

dejándonos teñidos de una noche sin alba?

¡Ese dolor del preso, del que espera su muerte

cogido por grilletes, por cadenas sin quiebro!

Ese dolor del cuello que se espera tajado

por un hacha que corta aunque una madre rece.

Ese dolor tan ancho, tan creciente, es el mío:

el que mi nuca sufre quedándose sujeta

por la masa de sangre negra, muerta, incesante…

¡Parad el mundo ciego, paradlo en la mañana

de una mañana abierta como una rosa entera!

¡Pararos, por piedad, que mi dolor se vuelca

y toda soy un charco de gritos de agonía!

Hombre con violín

Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo

como la vena firme de una canción muchacha.

Van celándola dulces, con los ojos cerrados,

todos brasa y suspiro del ensueño que llueve

diminuto rocío de aprisionadas flores

en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos,

aun con hojas y aromas del encendido bosque.

Un violín es la voz de una fuente con viento

a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos,

lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos

como hierba que sube por el tronco de un árbol,

mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas

y la otra recorre con el arco un zodíaco.

En rubio; huele a nardo en la noche con luna,

y de jazmines siembra la abandonada tarde.

Tan delgado y ligero como fueron las ninfas,

sinuoso y con algas, como verde sirena.

Es la voz que prefiere la primavera fría.

Y al otoño le cuenta que se fueron las aves.

Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos

en los violines junta con las plumas los nidos.

Identificación

¡Mis ojos no te buscan sobre la tierra inmensa!

eres tú mis ojos dilatándose.

Mis ojos te contienen; si lloras tú por ellos

soy yo que me libero de mí para que llores.

¡Cuán tú soy yo conmigo, amor; qué me enajenas!

¡Qué mío tu vivir y qué mía tu muerte

viniéndote de mí, muriéndome contigo!

Le trama del latir en cuerpo que no es tuyo,

ni mío solamente: un cuerpo de dos seres

que funden la unidad de dos que ya son uno.

Indescriptible

Esperar es peor que nacer,

porque solamente espera el que se muere

de esperar sin hacerse con la vida

otra cosa que esperar. El esperarte.

Y atada a esa tu espera que me gasta

y que gasta tu vida sin traerte,

aquí me estoy muriendo de ansiedades

porque cabe, tremenda, esta esperanza.

Cada día, ¡oh tú que te retrasas!

sin saber que nos vamos alejando,

es menor la distancia irreparable

de pensar, de esperar, que nos aleje.

Y aquí sigo esperando, nada intento

por huir al tormento de tu espera.

Ya no sé si allá fuera de mi vida

quedan otros o no, queda quien ande!

solamente por ti, por cuando llegues,

a solas esperándote te espero.

Inquietud

¿Dónde se guarda la estrella mía,

mi cristal de amor?

La noche me niega su torso de aurora

y vamos extrañas, desprendidas,

sin coincidir jamás.

¿Para qué, si a nada le soy amor

soy yo amor en lo desconocido mío?

Y esta ternura que ciñe mis hombros,

que entolda el oro de mi corazón,

¿Para qué, si estoy buscando el agua

y sólo conozco el eco de la fuente?

Límite

Esfera ceñida de esferas que no pueden

escaparse de la esfera única.

Manos esféricas ciñéndose a unas piernas

que se abrazan redondas, perfectísimas.

Si esta esfera que soy ya, que fui yo siempre,

desgajara de sí un anillo y lo arrojara,

se caería

cogido por su extremo, prolongándose

hasta pisar el polvo.

Ondularía siglos, y su música

subiría por temblores a la esfera

que le retiene siempre jamás, tan suyo.

Sería vertical, hasta que un siglo

la curva reclamara ser redonda

desde un albor sin ritmo. subiría

otra vez a ser anillo, anegándose

por amor de querencia inmarchitable,

en la esfera total.

Yo he sido anillo

tembloroso al caer, y erguida

me dejaba correr desde los tiempos…

Mas la esfera sintió que al fin mi esencia

debía descansar en lo redondo.

Lo infinito

Tú vives en el alba.

Los pájaros te aclaman.

De túnicas de aves te viste la alegría.

¡Qué aurora la que exaltas!

¡Qué noble luz la tuya!

Te escuchan las mañanas y las noches

porque eres como un cirio,

porque eres como un corzo.

Sentirte a ti que pasas

rozándome las rosas y los ayes…

Doler en tus rodillas, estrujada

por riscos y malezas.

Y que un céfiro de alondras venga dulce,

que tú llegues aventando mis heridas…

Ser mujer y tuya, ¡qué inefable

fundirse la conciencia entre tus brazos!

Madre

1. Recuperada

Sí. Eres el hueso de mi madre,

pero tu voz ya no es su voz tampoco.

La memoria de ella te rodea…

¡Su joven estatura, su alegría,

aquel ímpetu que me dio la vida!

su palabra fue marcando mi camino.

Y aquella voz tan alta y vibradora

llega muerta dentro de tu voz.

¿Y tus cabellos…; dónde tus ojos?

¿Dónde el brillo de la luz que me alumbrara?

Están secos como frutos sin estío.

No los veo ni me guían ya tus ojos.

¿Estos son los pechos que yo tuve

en mis labios sin la voz con que los nombro?

¿Es el cuerpo que me hizo, esta traza

de carne ya dormida…?

¡Pesas poco, madre!

En mis duras piernas yo te mezo,

en mis brazos te recuesto como a hija.

Te responden maternales

las entrañas que me diste.

¡Cuánto dueles! Cual un parto

me desgarra tu vejez inesperada.

A tu lado hay una sombra de mi sangre…

El amor con que me hicisteis

aún resuena en mis arterias.

Fue tu tronco el más caliente a mi contacto.

Siempre anduve yo cubierta con tu apoyo.

La conciencia, la lealtad, la fortaleza

ante la vida son las tuyas.

¡Y ahora vienes como un niño ante mis ojos:

no sonríes ni esperas nada!

2. Apagada

Los senos flotan cual hojas secas en el agua.

Senos arrugados, vergonzantes, casi huidizos…

¡Oh senos de las madres viejas,

ayer henchidos de vida, rezumándonos

la vida blanca, espesa y dulce, de la leche!

Con besos los cerraban nuestros padres.

Con suspiros velaron cuando novios

los pequeños volcanes de los senos.

Grandes flores tersas, bienolientes,

emergían en las nupcias, con su cándido

iniciarse en el amor.

Son palomas, les dijeron. Estos senos son palomas.

Las manos se ahuecaban por su espuma,

desnudándolos…

Y debajo del amor estaba el hijo:

otra boca que prendía su contacto vacilante

a los picos, a las alas de los senos.

3. Mi llama

¿Es que sabe mi madre de dónde trajo mi vida?

Se encontró conmigo un día como con una tormenta.

No sabría tampoco qué hay que hacer con el rayo.

Ni si a la lluvia frenética es posible oponerle

una orilla inflamada de llamas.

He buscado en torno mío hasta saberme sola.

Antes de mí, en mi raza, no conozco a otros seres.

¿Quiénes fueron los míos, dentro ya de mi sangre?

¿A qué otros mi cuerpo, a qué otros mi alma

continúa en la tierra?

Si se lo dijera a ella no sabría contestarme.

Tan ajena es mi lengua como le son mis ojos.

Madre, ¿sabes tú por ventura

por qué soy así yo, de quién es la nostalgia

de tantos paraísos?

La poblaría el silencio buscándole en su entraña

la raíz de las mías, y el hontanar violento

que manó mi corriente como un corcel de espuma.

Entonces se podría escuchar la distancia

que entre nosotras hay, siendo ella mi origen.

Una madre es la cueva de donde arranca el río.

Una madre es la tierra por donde corre el agua.

Pero el río…, ¡va tan lejos a buscarse océanos!

Y la tierra: en lo hondo, silenciosa, ignorante,

encima de otra tierra que también desconoce.

Nostalgia de mujer

Mil años ante Ti son como sueño.

Como de aguas el grosor de una avenida.

Hierba que en la mañana crece,

florece y crece en la mañana

aunque a la tarde es cortada y se seca.

¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos

que blandes contra mí cuando me nombras?

Pavor siento a tu idea, te veo hosco

mirándome en la lumbre de tu Arcángel.

La espada Tú también, eres el filo

y el pomo que se aprieta con el puño.

Para verte a Ti mismo me has nacido.

Por no estar solo con tu omnipotencia.

Soy la nada, soy de tiempo, soy un sueño…

Agua que te fluye, hierba ácida

que cortas sin amor…

Tú no me quieres.

Posesión

Caías en mí.

Eco de tu pesantez mi vida

era una canción precipitándose

en la eternidad.

Inmerso en mi silencio

eres el cielo que sostiene un arroyo,

que levanta un árbol.

En que un lucero corta su voz

de eternidad.

Primer amor

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!

Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo

sin haberlo soñado, sin que nunca

un ligero esperar prometiera la dicha.

Esta dicha de fuego que vacía tu testa,

que te empuja de espaldas,

te derriba a un abismo

que no tiene medida ni fondo.

¡Abismo y solo abismo de ti hasta la muerte!

¡Tus brazos! Son tus brazos los mismos de otros días,

y tiemblan y se cierran en torno de tu cuerpo.

Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido

de cosas que tú ignoras,

de mundos que lo mueven…

¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible

que un vaho lo pone turbio

y un beso lo traspasa!

¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!

¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,

que toda cuanta eres cayeras como lumbre

en un grito sin cifra,

desde una cordillera gritada por la aurora?

¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura

que estrenas con la vida recién brotada al mundo?

¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!

Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo

para quemar el cielo subiéndole la tierra.

Suma transida

Encerrarte en palabras…

¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,

y adjetivos intactos!

Que yo lo pueda decir todo:

lo nuestro, esto que hacemos

y estaremos haciendo siempre,

eternísimamente:

hablar, callar, ser tú y yo

siéndonos nuestros.

Darte una dimensión humana,

representación de ti en la tierra:

estatua, color, arrebatado paso,

y sereno mirar con esos ojos tuyos

y míos: nuestra mirada del mundo.

Que un día, los mortales sin remedio sepan

cómo tuviste sangre,

y abierta pasión por todo;

y te diste cantando, sufriendo,

a mis brazos locos, y lentos, y débiles,

y fuertes, y fríos, y pobres de luz,

pero enamorados tuyos.

Para saber que has sido verdad,

que has sido, ¡pero no eres entonces!

Buscar las palabras de cuando no vivas,

para que vivas mientras se hable.

Dios de dolor, nunca decir podré

cómo eres tú, mi amor, amor mío,

criatura de glorificación que hallo

derramada en océanos,

cielos, campos, ríos y árboles;

y hasta en palomas tristes que en la aurora

¡te despiertan a mi amor por ti!

Voy ausentándome de mí…

Voy ausentándome de mí.

Poco a poco, el lastre de ensueño cede

su sitio a la realidad doble

que es mi vida en transcurso.

¡otro ser dentro de mi carne

fragua su carne, su piel,

su corazón diminuto, mi estrella!

Asisto a la escisión silenciosa

con pasmo anhelante, con gozo

nuevo de verme en otros ojos míos,

de mis ojos hechos,

de mi sangre coloreados,

¡ay!, de toda cuanta soy.

Día por día el latido

es golpe que me recuerda, urgente,

valor que no tengo,

heroísmo que nunca soñé.

Y temo por el que estoy creando

en convenido misterio

dentro de mi soledad sin orillas

cerca de mi corazón, su estrella.

Yo no te pregunto adónde me llevas…

Yo no te pregunto adónde me llevas.

Ni por qué.

Ni para qué.

¿Tú quieres caminar?, pues yo te sigo.

Llevo luceros, luceros, en la mano derecha. Y llevo estrellas,

estrellas, en la mano izquierda.

Dime, hombre de todas las noches de luna, ¿qué mano va a

besarme?

¿Por qué me has quitado tus manos, tanto y tan bien como

acariciaban mi frente?

Para que me quisieras otra vez, te regalaría un collar de

islas, un sistema nervioso de horizontes.

¡Me abriría, para ti, todas las mañanas en tus labios!

Yo soy más fuerte que tú, porque me apoyo en ti.

¡Asómate a mí, que soy una torre!

¡Asómate a mí: soy aquella palmera de tu huerto, que latía

contigo!

¡Echa al aire mis campanas y mis palmas!

Yo soy tu panorama.