Castro, Juana de

Reseña biográfica

Poeta española nacida en Villanueva de Córdoba en 1945.

Es profesora especialista en Educación Infantil y miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes.

Colabora en diversos medios literarios como articulista y crítica literaria, además de co-traductora de poesía italiana.

Ha obtenido importantes premios en el campo de la poesía y la narrativa entre los que se destacan: Premio Juan Alcaide en 1985 por «Paranoia en otoño», Premio Juan Ramón Jiménez por «Arte de cetrería» en 1989, XI Premio Carmen Conde por «No temerás» en 1994 y el Premio San Juan de la Cruz por «El extranjero» en el año 2000.

Recibió además el premio Carmen de Burgos por sus artículos periodísticos y los premios de Periodismo del Instituto de la Mujer en Madrid 1984 y Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer en 1998 por su trayectoria.

El resto de su obra está contenida en «Cóncava mujer», «Del dolor y las alas», «Narcisia», «Alta traición», «Alada mía» y «Del color de los ríos».

ALICIA DESPOSADA

Era blanca la boda: un milagro

de espuma, de azahar y de nubes.

Cenicienta esperaba.

Las muchachas regaban cada día

los frágiles cristales de su himen.

Blancanieves dormía.

Al galope

un azul redentor doraba la espesura

y la Bella Durmiente erguía su mirada.

Las vestales danzaban. Y las viejas mujeres,

en las noches de invierno,

derramaban sus cuentos de guirnaldas,

de besos y de príncipes.

Era largo el cabello, eran frías las faldas

por las calles de hombres.

Las fotos de las bodas

irradiaban panales de violines

y era dulce ser cóncava

para el brazo tajante y musculoso.

La boda les cantaba por el cuerpo

como un mar de conjuros.

Y a la boda se fueron una tarde

con su mística plena. Y cambiaron

la hora de su brújula

por el final feliz de los cuentos de hadas.

De Cóncava mujer, Córdoba 1978

AQUARIA

Llovía largamente por todos los rincones.

Gotas dulces llovían por su espalda,

miel de venas azules el cabello,

arco ciego del mar.

Nalga rosa perdida,

húmeda luz, la clara

porosidad de nieve de sus pómulos.

Arroyos, mar, cascadas inundando

los brazos y las cuevas,

golondrina en el borde su mirada.

Líquida llueve, líquida

se sumerge en las algas

y una rosa de yodo, como una ventana

le florece en la sangre.

APOCALIPSIS

Ella no es Pomona. Ni, como las Danaides,

una daga dorada oculta entre los senos.

Ella no es Calíope, aunque sea la voz y la belleza.

Y aunque, como las Náyades, ame fuentes y bosques,

no es Estigia, ni Dafne,

ni es la bella Afrodita

ni el sueño de los héroes.

Pero Ella ha nacido.

Como ananás fragante, se levanta

ungida de romero,

como custodia viva, derramando

cuatro copas dulcísimas:

Abrazo de la tierra,

música del aire,

luz violenta del fuego

y el almíbar del agua.

Ya no habrá nunca noche, porque Ella

se ha manifestado

con sus cuatro trompetas y su gloria.

Y así es la gran nueva, la alegría:

Porque Ella ha nacido

y esta es la señal, aleluya.

Que su gracia

sea con todos vosotros, aleluya.

De Narcisia, Barcelona 1986

DE LA LONJA

No te amaré mañana. He aguardado

tantos días desnuda, con tu nombre

grabado entre las cejas, que olvidé

los inviernos, el azul y las rosas.

Ciertamente, habría de ser negra

la piel negra del perro que amordazó

mis piernas y fue lenta, hacia dentro

vistiendo de parálisis la gallarda

evidencia del hombro. Hoy he visto

que tan sólo milímetros le restan

a los hilos del túnel. Pero existe el remedio:

Mañana, cuando tú te despiertes,

encontrarás el lecho bañado con mi sangre.

Un panal de uñas rotas, y tal vez

una pluma deshojada en la lucha.

No debes sorprenderte. Habré ganado

en el instante último mi guerra.

Con un ala perdida junto al cielo

y la llave morada de los labios, estaré,

torpe y triste, otra vez aprendiendo.

Mas debe ser así, pues que la libertad

hermana es gemela de la muerte.

DE LA CAPTURA NOCTURNA DE HALCONES POR DESLUMBRAMIENTO

La muerte es una alondra descubierta en la noche.

Ahora sé que, transida, con su brazo

fervoroso de arándanos me acecha.

De mi alcoba, tan lejos maduraba,

tan secreta y tan dulce, certera de mi olvido,

que sólo tras el mar, en otra orilla,

su manto desplegaba de ternura.

Fue preciso el camino. Andar

por otras tierras, absorber

otra luz, otra lengua, sigilosa

y terrible su huella por las piedras.

Con mis ojos la he visto.

Estuvimos tan cerca, que el fulgor

de su música, como nieve bajaba,

ciega al mar, por mi cuerpo.

Fue un instante de amor. Sólo el tacto

luminoso y atroz de la distancia.

Mas vivo, desde entonces,

develada, viviendo por morir.

Por bajar, o ascender, y en el infierno

de su efímera mano, venturosa,

sucumbir finalmente

de hermosura o maldad.

De Arte de cetrería, Col. Juan Ramón Jiménez, Huelva 1989

DESTIERRO

Yo no soy de esta tierra.

Era ya extranjera en la distancia

del vientre de mi madre

y todo, de los pies a la alcoba me anunciaba

destierro.

Busqué de las palmeras

mi voz entre sus signos

y perforé de hachones

encendidos la amarga

región del azabache. Yo no sé

qué vuelo de planetas torcería

mi suerte.

Sobre el mudo desvío, sé que voy,

como víbora en celo, persiguiendo

el rastro de mi exilio.

No encontrará mi alma su reposo

hasta que en ti penetre

y me amanezca

y ría.

De No temerás, Torremozas, Madrid 1994

DISYUNTIVA

La tentación se llama amor

o chocolate.

Es mala la adicción.

Sin paliativos.

Si algún médico, demonio o alquimista

supiera de mi mal

cosa sería

de andar toda la vida por curarme.

Pues tan sólo una droga,

con su cárcel

del olvido me salva de la otra.

Y así, una vez más, es el conflicto:

O me come el amor,

o me muero esta noche de bombones.

De Alada mía, Córdoba 1996

EL POTRO BLANCO

Tiene razón ella, y el espejo

que me enseñó esta tarde.

-Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen

esa fiebre en los ojos, ni los muslos

les florecen redondos, ni en los pechos

les crecen dos botones

erguidos como islas detrás de la camisa.

-Mírate.

Y me miro,

y me voy desnudando

de mis tristes aperos.

Y entonces aparece, sin que yo lo convoque,

mi cuerpo como el lirio

de sol y la radiante manzana de la carne,

igual que en el milagro

del primer potro blanco saliendo de su madre.

INANNA

Como la flor madura del magnolio

era alta y feliz. En el principio

sólo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca,

se amaba en la sombría

saliva de las algas,

en los senos vallados de las trufas,

en los pubis suaves de los mirlos.

Dormía en las avenas

sobre lechos de estambres

y sus labios de abeja

entreabrían las vulvas

doradas de los lotos.

Acariciaba toda

la luz de las adelfas

y en los saurios azules

se bebía la savia

gloriosa de la luna.

Se abarcaba en los muslos

fragantes de los cedros

y pulsaba sus poros con el polen

indemne de las larvas.

¡Gloria y loor a Ella,

a su útero vivo de pistilos,

a su orquídea feraz y a su cintura!

Reverbere su gozo

en uvas y en estrellas,

en palomas y espigas,

porque es hermosa y grande,

oh la magnolia blanca. Sola!

(De Narcisia, Taifa Poesía, Barcelona 1986)

JABÓN DE SOSA

Hervía en la caldera de bronce sobre el fuego.

La sosa devoraba el saín de la vida

y ella sola sabía la entraña del milagro.

Inmensa, se enfriaba la tarta

del color de los ríos,

para luego cortarla

en cuadrados pedazos aromados de limpio.

Hoy que ella se muere como se ha muerto el rito,

una niña recoge del cauce de un arroyo

el fruto de una piedra: arena y tosca y ocre,

cómo sabe su frío a la orfandad del labio.

LA CUNA

Estoy encinta, y vivo. Me preñó

igual que a las ovejas.

Ahora hace la cama

con madera de olivo,

y canta, y por primera vez

me llama por mi nombre.

Porque va a ser un niño

como su abuelo, dice,

“un hombre de verdad

que trabaje conmigo”.

Pero de noche, carga

sobre mí su balumba

y se olvida del hijo.

Será para cantar, me digo, mientras abro

las piernas y me escoro

hacia un lado eludiendo

su peso porque duele.

¿Qué será lo que siente?

LA ERA

Mi padre y yo dormimos

en la era, y la paja

nos es lecho de estrellas. Se sienten

las culebras cruzar toda la noche

los haces de cebada, y ratas como gatos

nos roban en el trigo. Me estremezco

y no grito, porque mi padre ronca

bebiéndose la luna, y en el aire

cantan grillos de arena.

LOTÓFAGOS

A mediodía, por el aire, pasa

el ángel mudo de los inmigrantes. Todo

se alza y es un vaho

de pan recién cocido con aroma

de flores. En los barrios, los tranvías,

las ventanas y el metro, cada inmigrante compra

su flor de cada día y una

ración de pan. Pan moreno, pan alto,

pan blanco, pan rubio, de centeno o del sur.

Cada inmigrante huele

su pan de cada día mientras muerde, una a una

las irisadas migas

de su ración de flor.

PAÑUELOS

En un golpe de aire los papeles

han salido volando, y esparcen por el suelo

su forma de blancura.

Campo seco, sembrado

de rectángulos tersos,

limpias lenguas de sombra.

-Mis pañuelos son otros. De batista y de lino,

descansan sobre el pasto -sus vainicas aladas-

y a mis manos reciben

su perfección de agua.

Escritura caída.

Pañuelos

y pañuelos,

vida mía, palabra.

De Del color de los ríos, Esquío, El Ferrol 2000

PENÉLOPE

Kabul

Pajarillo enjaulado, me han quitado los ojos

y tengo una cuadrícula

calcada sobre el mundo.

Ni mi propio sudor me pertenece.

Espera en la antesala, me dicen, y entrelazo

mis manos mientras cubro de envidia

las cabras que en el monte ramonean.

Ciega de historia y lino

me pierdo entre las sombras

y a tientas voy contando

la luz del mediodía.

Noche mía del fardo

que sin luces me arroja

la esperanza del tiempo

engastado en la letra. Noche mía, mi luz

cuadriculada en negro, cómo pesa

mi manto y su bordado, cuánto tarda

la paz negra del cielo, cuánto tarda.

De El extranjero, Rialp, Madrid 2000

PROFECÍA

Algún día vendrás, sabes que miento,

que no puedo ya más tender la seda

lunar de la esperanza. Algún día

vendrás como una horca, el fiero

corazón guardando la armadura

y los labios en flor como limones

sangrados para el beso.

Peregrino lo sé, sé que algún día

recabarás aquí tu singladura

y yo te aguardaré, aguardaré

tu oído del vacío, sé que miento,

que no oiré nunca más

tu caracola niña. Puede ser

que vengas algún día

de otoño o una noche

de fuego en las ventanas, algún día

puede ser, pero sabes

que miento, yo no sé

si algún día.

SENTIR EL PESO CÁLIDO…

Sentir el peso cálido.

Girar

previsora la vista, y saber

que no hay nadie.

Agacharse. Enrollar

el vestido, dejar en las rodillas

la mínima blancura

de la tela, su felpa

y el fruncido que abraza

la cintura y las ingles.

Mojar

con el chorro dorado,

tibio y dulce la tierra

tan reseca de agosto, el desamparo

sutil de las hormigas en la hollada

palidez de los henos.

Mezclar

su fragancia espumosa con el verde

vapor denso de mayo, sus alados

murmullos, la espantada

carrera de los grillos.

Y en invierno, elevar

un aliento de nube

caldeada, aspirando el helor

de hoja fría del aire.

Orinar

era un rito pequeño

de dulzura

en el campo.

(De Fisterra, Libertarias, Madrid 1992)