Camarillo, María Enriqueta

Maria Enriqueta Camarillo (México, 1872 – 1968)

A UNA SOMBRA

Sólo te vi un instante…

Ibas como los pájaros:

sin detener el vuelo,

sin mirar hacia abajo…

Cuando quise apresarte

en la red de mis manos,

sólo llevaba el viento

un perfume de nardo,

y ya lejos, dos alas,

borrábanse en ocaso…

¡Oh, visión que brillaste

como fugaz relámpago!

¡Oh, visión peregrina

que, cual ave de paso,

cruzaste por el cielo

de mis soñares vagos!

Tras ti, cual mariposas,

mis anhelos volaron,

y aun no tornan del viaje

que soy fiel y te amo.

Te amo con locura

porque en tu vuelo rápido,

no viste que se alzaban

hacia ti mis dos manos…

Porque ante mí pasaste

como sueño fantástico,

porque ya te extinguiste

como los fuegos fatuos.

¡Oh, aparición divina,

bella porque has volado!

¡No retornes del viaje!

Yo, con pasión te amo,

porque fuiste en el cielo

de mis soñares vagos,

solamente dos alas

y un perfume de nardo…

AL MAR

Mientras tu canto resuena,

yo pienso en la patria mía…

Por sólo enterrar mi pena

en tus orillas de arena,

vine de mi serranía.

Vine por dejar mis males

en tus hondos arenales…

Mas, a tu abierto horizonte,

prefiero mi oscuro monte,

y a tus algas, mis rosales…

No cambio mis negras frondas

por tus aguas de colores;

mas vine a oír sus rumores,

porque dicen que tus ondas

curan los males de amores…

ASÍ DIJO EL AGUA

En tanto que caía mansamente, .

díjome el chorro en el pilón derruido:

«Del jardín de tu dueño aquí he venido;

hoy canté mis canciones en su fuente.

El rumor celestial de mi corriente

cosas tan dulces murmuró en su oído,

que el dueño de tu amor, agradecido,

ha puesto en mí sus labios reverente…»

Dijo así en el pilón. El sol ardía,

eran de fuego sus fulgores rojos…

Y yo que en fiera sed me consumía,

al tazón me incliné y bebí, de hinojos,

ese beso que él puso en la onda fría,

y que nunca pondrá sobre mis ojos…

EL VENDEDOR DE MANZANAS

¡Manzanas llevo, dulces manzanas!

¡Manzanas llevo para vender!

¡Manzanas dulces de aroma grato,

manzanas dulces como la miel!

Tienen mejillas color de rosa,

su pulpa es blanca como el jazmín,

y son tan lindas y son tan buenas,

que el que las pruebe será feliz.

Hijas del campo, fueron mecidas

por vientos suaves de la estación;

tuvieron cuna en la verde rama,

después que el árbol estuvo en flor.

¡Dulces manzanas, ricas manzanas

llevo, señores, para vender!

Sabrosas, lindas, de aroma grato,

¡manzanas dulces como la miel!

RENUNCIACIÓN

Sacó la red el pescador, henchida,

y en tanto que, feliz, del mar se aleja,

en voz más dulce que la miel de abeja

el Señor a seguirle le convida.

-Quien por buscarme, su heredad olvida,

será en mi hatillo preferida oveja-,

dice, y el pescador las redes deja

y vase tras Jesús con alma y vida.

Yo que ni redes ni heredades tengo,

que no sé de riquezas ni de honores,

que ignoro los orgullos de abolengo,

yo dejo, por seguirte, mis amores…

Eran mi bien, Señor… A ti ya vengo

más pobre que los fieles pescadores…

VANA INVITACIÓN

-Hallarás en el bosque mansa fuente

que al apagar tu sed, copie tu frente.

Dijo, y le respondí: -No tengo antojos

de ver más fuente que tus dulces ojos;

sacian ellos mi sed; son un espejo

donde recojo luz y el alma dejo…

-Escucharás, entonces, los latidos

del gran bosque en los troncos retorcidos;

o el rumor de la brisa vagorosa

que huye y vuela cual tarda mariposa…

-Bástame oír tu voz; tiene su acento

gritos de mar y susurrar de viento.

-Hay allí flores, como el sol, doradas,

y otras níveas cual puras alboradas.

-En tu mejilla rosa está el poniente,

y la blanca alborada está en tu frente.

-Hay allí noches profundas y tranquilas…

-Esas noches están en tus pupilas.

-Hay sombra en la maleza enmarañada…

-Hay sombra en tu cabeza alborotada…

-Lo que se siente ¡allí, no lo has sentido.

-A tu lado el amor he presentido.

-¡Ven! Ese bosque misterioso y quieto

va a decirte al oído su secreto…

-¡Es en vano el afán con que me llamas!

¡Si tú ya me dijiste que me amas!…

-Hay un árbol inmenso, majestuoso,

de altísimo follaje rumoroso;

en él, como serpiente, está enredada

una gigante yedra enamorada…

-Tú eres ese árbol majestuoso y fuerte:

¡deja que en ti me apoye hasta la muerte!