Felipe, León

León Felipe (España, 1884-1968)

Aquí vino y se fue

Y dexas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo… escuro…

F ray Luis de León

Aquí vino…

y se fue

Vino, nos marco nuestra tarea

y se fue.

Tal vez detrás de aquella nube

hay alguien que trabaja

lo mismo que nosotros,

y tal vez

las estrellas

no son mas que ventanas encendidas

de una fábrica

donde Dios tiene que repartir

una labor también.

Aquí vino

y se fue

Vino, lleno nuestra caja de caudales

con millones de siglos y de siglos.

nos dejó unas herramientas…

y se fue.

Él, que lo sabe todo,

sabe que estando solos

sin Dioses que nos miren

trabajamos mejor.

Detrás de ti no hay nadie. Nadie,

ni un maestro, ni un amo, ni un patrón.

Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia

con que Dios comenzó la creación.

Auschwitz

(A todos los judíos del mundo, mis amigos, mis hermanos)

Esos poetas infernales,

Dante, Blake, Rimbaud…

Que hablen más bajo…

¡Que se callen!

Hoy

cualquier habitante de la tierra

sabe mucho más del infierno

que esos tres poetas juntos.

Ya sé que Dante toca muy bien el violín…

¡Oh, el gran virtuoso!…

Pero que no pretenda ahora

con sus tercetos maravillosos

y sus endecasílabos perfectos

asustar a ese niño judío

que está ahí, desgajado de sus padres…

Y solo.

¡Solo!

Aguardando su turno

en los hornos crematorios de Auschwitz.

Dante… tú bajaste a los infiernos

con Virgilio de la mano

(Virgilio, “gran cicerone”)

y aquello vuestro de la Divina Comedia

fue un aventura divertida

de música y turismo.

Esto es otra cosa… otra cosa…

¿Cómo te explicaré?

¡Si no tienes imaginación!

Tú… no tienes imaginación,

acuérdate que en tu “Infierno”

no hay un niño siquiera…

Y ese que ves ahí…

Está solo

¡Solo! Sin cicerone…

Esperando que se abran las puertas del infierno

que tú ¡pobre florentino!

No pudiste siquiera imaginar.

Esto es otra cosa… ¿cómo te diré?

¡Mira! Este lugar donde no se puede tocar el violín.

Aquí se rompen las cuerdas de todos

los violines del mundo.

¿Me habéis entendido, poetas infernales?

Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud…

¡Hablad más bajo!

¡Tocad más bajo!…¡Chist!…

¡¡Callaos!!

Yo también soy un gran violinista…

Y he tocado en el infierno muchas veces…

Pero ahora aquí…

Rompo mi violín… y me callo.

Cara o cruz

Filósofos,

para alumbrarnos, nosotros los poetas

quemamos hace tiempo

el azúcar de las viejas canciones con un poco de ron.

Y aún andamos colgados de la sombra.

Oíd,

gritan desde la torre sin vanos de la frente:

¿Quién soy yo?

¿He escapado de un sueño

o navego hacia un sueño?

¿Huí de la casa del Rey

o busco la casa del Rey?

¿Soy príncipe esperado

o príncipe muerto?

¿Se enrolla

o desenrolla el film?

Este túnel

¿me trae o me lleva?

¿Me aguardan los gusanos

o los ángeles?

¿Oísteis?

Es la nueva canción,

y la vieja canción…

¡nuestra pobre canción!

¿Quién soy yo?…

Mi vida está en el aire dando vueltas.

¡Miradla, filósofos, como una moneda que decide!

¿Cara o cruz?…

¡Cruz!

Perdí… Filósofos, perdí.

Yo no soy nadie.

Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina.

Yo no soy nadie.

Y no obstante, estas manos, mis antenas de hormiga,

han ayudado a clavar la lanza en el costado del mundo

y detrás de la lupa de la luna hay un ojo que me ve

como a un microbio royendo el corazón de la Tierra.

Tengo ya cien mil años y hasta ahora no he encontrado otro mástil de más fuerte

que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo;

tengo ya cien mil años y mi nombre en el cielo se escribe con lápiz.

El agua, por ejemplo, es más noble que yo.

Por eso las estrellas se duermen en el mar

y mi frente romántica es áspera y opaca.

Detrás de mi frente -filósofos, escuchad esto bien-,

detrás de mi frente hay un viejo dragón :

el sapo negro que saltó de la primera charca del mundo y está aquí, aquí, aquí…

agazapado en mis sesos, sin dejarme ver el Amor y la Justicia.

Yo no soy nadie, nadie.

Un hombre con un grito de estopa en la garganta y una gota de asfalto en la retina… Yo no soy nadie, filósofos…

Y éste es el solo parentesco que tengo con vosotros.

Colofón

Luz…

Cuando mis lágrimas te alcancen

la función de mis ojos

ya no será llorar,

sino ver.

Como aquellas nube blanca…

Ayer estaba mi amor

como aquella nube blanca

que va tan sola en el cielo

y tan alta,

como aquella

que ahora pasa

junto a la luna

de plata.

Nube

blanca,

que vas tan sola en el cielo

y tan alta,

junto a la luna

de plata,

vendrás a parar

mañana,

igual que mi amor,

en agua,

en agua del mar

amarga.

Mi amor tiene el ritornelo

del agua, que, sin cesar,

en nubes sube hasta el cielo

y en lluvia baja hasta el mar.

El agua, aquel ritornelo,

de mi amor, que, sin cesar,

en sueños sube hasta el cielo

y en llanto baja hasta el mar.

Cómo ha de ser tu voz…

Ten una voz, mujer,

que pueda

decir mis versos

y pueda

volverme sin enojo, cuando sueñe

desde el cielo a la tierra…

Ten una voz, mujer,

que cuando me despierte no me hiera…

Ten una voz, mujer, que no haga daño

cuando me pregunte: ¿qué piensas?

Ten una voz, mujer,

que pueda

cuando yo esté contando

las estrellas

decirme de tal modo

¿qué cuentas?

que al volver hacia ti los ojos

crea

que pasé contando

de una estrella

a

otra estrella.

Ten una voz, mujer, que sea

cordial como mi verso

y clara como una estrella.

Cómo han de ser tus ojos

Mujer… no tendré un beso de niño para ti

ni de viejo, ni de sátiro…

Cuando vengas no besaré tus mejillas

ni tu frente, ni tus labios.

Pondré mi boca en los pliegues

recogidos de tus párpados

y beberé el agua clara

que suba a tus ojos claros.

Trae unos ojos azules, mujer,

trae unos ojos azules, de un azul tranquilo y claro

que tengo sed…

sed de peregrino cansado

de muchas jornadas duras

por caminos solitarios

y quiero

llevar mis labios

al agua clara y tranquila

de un remanso que refleje

un cielo tranquilo y claro.

Como tú

Así es mi vida,

piedra,

como tú; como tú,

piedra pequeña;

como tú,

piedra ligera;

como tú,

canto que ruedas

por las calzadas

y por las veredas;

como tú,

guijarro humilde de las carreteras;

como tú,

que en días de tormenta

te hundes

en el cieno de la tierra

y luego

centellas

bajo los cascos

y bajo las ruedas;

como tú, que no has servido

para ser ni piedra

de una Lonja,

ni piedra de una Audiencia,

ni piedra de un Palacio,

ni piedra de una Iglesia;

como tú,

piedra aventurera;

como tú,

que, tal vez, estás hecha

sólo para una honda,

piedra pequeña

y

ligera …

Con las piedras sagradas…

Con las piedras sagradas

de los templos caídos

grava menuda hicieron

los martillos

largos

de los picapedreros analíticos.

Después,

sobre esta grava, se ha vertido

el asfalto negro y viscoso

de los pesimismos.

Y ahora… ahora, con esta mezcla extraña,

se han abierto calzadas y caminos

por donde el cascabel de la esperanza

acelera su ritmo.

Deshaced ese verso…

Deshaced ese verso,

Quitadle los caireles de la rima,

el metro, la cadencia

y hasta la idea misma.

Aventad las palabras,

y si después queda algo todavía,

eso

será la poesía.

La tangente

¿Y la tangente, señor Arcipreste?. ..

¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?

¿La mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?.. .

¿La correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la furia del guijarro?…

¿Esa línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se convierte en un disparo?

Porque el cielo… Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,

No hay arriba ni abajo…

y la estrella del hombre

es la que ese disparo va buscando,

ese cohete místico o suicida, rebelde, escapado…

De la noria del Tiempo

como el dardo,

como el rayo,

como el salmo.

Dios hizo la bola y el reloj: la noria dando vueltas y vueltas sin cesar,

y el péndulo contándole las vueltas, monótono y exacto…

El juguete del niño, señor Arcipreste,

¡el maravilloso regalo!

Pero un día el niño se cansa del juguete y se le saca las tripas y el secreto

como a un caballito mecánico,

como a un caballito de serrín y de trapo.

Es cuando el niño inventa la tangente, Señor Arcipreste,

la puerta mística de los caballeros del milagro,

de los grandes aventureros de la luz,

de los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los enloquecidos y los santos

que se escapan en el viento en busca de Dios para decirle

que ya estamos cansados todos, terriblemente cansados

de la noria y del reloj,

del hipo violáceo del tirano,

de las barbas y las arrugas eternas,

de los inmóviles pecados,

de este empalagoso juguete del mundo,

de este monstruoso, sombrío y estúpido regalo,

de esta mecánica fatal, donde lo que ha sido es lo que será

y lo que ayer hicimos, lo que mañana hagamos.

Diálogo perdido

(Entre Don Quijote y Sancho)

-Todos andan buscando, Sancho, una paloma por el mundo y nadie la encuentra.

-Pero , que paloma es la que buscan?

-Es una paloma blanca que lleva en el pico el ultimo rayo amoroso de luz que queda ya sobre la tierra.

-Como la golondrina de Tristán.

-Eso, como la golondrina de Tristán. Bien te acuerdas, Sancho.

Aquel cabello dorado de Isolda que dejo caer la golondrina sobre el hombro cansado del Rey era el rayo de amor que andaba buscando el hombre sobre la tierra,

pero no es esto…

hay otra definición;

te lo explicaré mejor:

esa paloma que andan buscando

es aquella que una vez se le posó en la cabeza

a un pobre Nazareno en el Jordán;

aquello sí fue un buen juego de prestidigitación:

un hombre sencillo entra a bañarse en el Jordán.

se le posa una paloma blanca sobre la cabeza

y sale de las aguas

convertido en el hijo de la Luz

en el hijo de Dios

en el hijo del Hombre

Y aquel juego se hizo sin trucos y sin trampas

por eso fue un gran milagro.

¡El Gran Milagro del Mundo!

Desde entonces

el hombre vale más…

Y desde entonces todos andan buscando esa paloma

para que se haga otra vez el Milagro…

¡Y el Hombre valga mas!

El dolor

No he venido a cantar

No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.

No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente

para que me canonicen cuando muera.

He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,

por el río

y por la nube…

y en las lágrimas que se esconden

en el pozo,

en la noche

y en la sangre…

He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.

Y también a poner una gota de azogue, de llanto,

una gota siquiera de mi llanto

en la gran luna de este espejo sin límites, donde

[me miren y se reconozcan los que vengan.

He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:

Ganarás el pan con el sudor de tu frente

“y la luz con el dolor de tus ojos”.

Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.

El llanto es nuestro

Españoles:

el llanto es nuestro

y la tragedia también,

como el agua y el trueno de las nubes.

Se ha muerto un pueblo

pero no se ha muerto el hombre.

Porque aún existe el llanto,

el hombre está aquí en pie,

en pie con su congoja al hombro,

con su congoja antigua, original y eterna,

con su tesoro infinito

para comprar el misterio del mundo,

el silencio de los dioses

y el reino de la luz.

Toda la luz de la tierra

la verá un día el hombre

por la ventana de una lágrima…

Españoles,

españoles del éxodo y del llanto:

levantad la cabeza

y no me miréis con ceño

porque yo no soy el que canta la destrucción

sino la esperanza.

Esta noche no hubo luna…

Ahora camino de noche

porque las noches son claras…

Y esta noche no hubo luna,

no hubo luna amiga y blanca…

y había pocas estrellas,

pocas estrellas y pálidas…

Y era todo triste sin la luna amiga…

y era todo negro sin la luna blanca.

No se veía la cinta

de la carretera larga…

los olivos del recuesto

apenas se dibujaban…

un murciélago pasó

rozándome la cabeza con el ala …

y me ladraron los perros

en los bancales con saña.

Sin luna todo era negro y triste…

vi una luz allá lejana…

y, a tientas, fui hasta la luz

y en la luz pedí posada…

Esta noche no hubo luna…

no hubo luna amiga y blanca…

Y recordé aquella noche

en que no vino mi amada…

y en que yo loco de amor,

lleno de fiebre y de ansias…

hice también alto

en la primera posada…

Hermano

Hermano… tuya es la hacienda…

la casa, el caballo y la pistola…

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo…

mas yo te dejo mudo… ¡mudo!…

Y cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?

Más sencilla

Más sencilla… más sencilla.

Sin barroquismo,

sin añadidos ni ornamentos.

Que se vean desnudos

los maderos,

desnudos

y decididamente rectos.

«Los brazos en abrazo hacia la tierra,

el mástil disparándose a los cielos.»

Que no haya un solo adorno

que distraiga este gesto…

este equilibrio humano

de los dos mandamientos.

Más sencilla… más sencilla…

haz una cruz sencilla, carpintero.

Nadie fue ayer…

Nadie fue ayer

ni va hoy,

ni irá mañana

hacia Dios

por este mismo camino

que yo voy.

Para cada hombre guarda

un rayo nuevo de luz el sol…

y un camino virgen

Dios.

Oh, este dolor

Oh, este dolor,

este dolor de no tener ya lágrimas;

este dolor

de no tener ya llanto

para regar el polvo.

¡Oh, este llanto de España,

que ya no es más que arruga y sequedad…

mueca,

enjuta congoja de la tierra,

bajo un cielo sin lluvias,

hipo de cigüeñal

sobre un pozo vacío,

mecanismo, sin lágrimas, del llanto!

¡Oh, esta mueca española,

esta mueca dramática y grotesca!

Llanto seco del polvo

y por el polvo…

por el polvo de todas las cosas acabadas de España

por el polvo de todos los muertos

y de todas las ruinas de España…

por el polvo de una casta

perdida ya en la Historia para siempre!

Llanto seco del polvo

y por el polvo. Por el polvo

de una casa sin muros,

de una tribu sin sangre,

de unas cuencas sin lágrimas,

de unos surcos sin agua…

Llanto seco del polvo

por el polvo que no se juntará ya más,

ni para construir un adobe

ni para levantar una esperanza.

¡Oh!, polvo amarillo y maldito

que nos trajo el rencor y el orgullo

de siglos

y siglos

y siglos…

Porque este polvo no es de hoy,

ni nos vino de fuera:

somos todos desierto y africanos.

………………………………………….

Tierra arenosa sin riego,

carne estrujada sin llanto,

polvo rebelde de rocas rencorosas

y lavas enemigas,

átomos amarillos y estériles

del yermo,

aristas vengativas,

arenal de la envidia. ..

esperad ahí secos y olvidados

hasta que se desborde el mar.

Pero ya no hay locos

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y … ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.

Oíd … esto,

historiadores … filósofos … loqueros …

Franco … el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez repartiendo castigos y premios,

en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,

y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,

con el pulso normal, con la lengua en silencio,

los ojos en sus cuencas y en su lugar los huesos …

El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios …

y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo …

¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.

¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros).

¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo, cuándo es cuando se enuncian los conceptos

absurdos y blasfemos

y se hacen unos gestos sin sentido, monstruosos y obscenos?

¿Cuándo es cuando se dice por ejemplo:

No es verdad. Dios no ha puesto

al hombre aquí, en la Tierra, bajo la luz y la ley del universo;

el hombre es un insecto

que vive en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello?

¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),

cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,

sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?

¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo

y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?

Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos

que el orín de los perros;

si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos

categoría que el estiércol;

si no es ahora … ¿cuándo se pierde el juicio?

Respondedme loqueros,

¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,

aquel estrafalario fantasma del desierto

y … ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,

terrible, monstruosamente cuerdo! …

¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!

Este reloj …, este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto …,

perfecto, ¡perfecto!

Piedra de sal

Tu estabas dormida

como el agua que duerme en la alberca …

y yo llegué a ti

como llega

hasta el agua que duerme

la piedra.

Turbé tu remanso y en ondas de amor te quebraste

como en ondas el agua que duerme se quiebra

cuando

llega

a turbar su remanso dormida

la piedra.

Piedra fui para ti, piedra soy

y piedra quiero ser, pero piedra

blanda de sal

que al llegar a ti se disuelva

y en tu cuerpo se quede

y sea

como una levadura de tu carne

y como el hierro de la sangre en tus venas.

Y en tu alma deje una sed infinita

de amarlo todo … y una sed de belleza

insaciable…

eterna…

Preceptiva poética

I

Poesía…

tristeza honda y ambición del alma…

¡cuándo te darás a todos… a todos,

al príncipe y al paria,

a todos…

sin ritmo y sin palabras!…

II

Deshaced ese verso.

Quitadle los caireles de la rima,

el metro, la cadencia

y hasta la idea misma…

Aventad las palabras…

y si después queda algo todavía,

eso será la poesía.

III

Más bajo, poetas, más bajo…

hablad más bajo no gritéis tanto

no lloréis tan alto

si para quejaros

acercáis la bocina a vuestros labios,

parecerá vuestro llanto

como el de las plañideras, mercenario.

IV

Y si el verso

poetas cortesanos

si el verso como el hombre

no fuese de cristal sino de barro.

V

Poeta,

ni de tu corazón,

ni de tu pensamiento,

ni del horno divino de Vulcano

han salido tus alas.

Entre todos los hombres las labraron

y entre todos los hombres en los huesos

de tus costillas las hincaron.

La mano más humilde te ha clavado

un ensueño…

una pluma de amor en el costado.

¡Qué lástima!

¡Qué lástima!

Que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo

lo mismo que los poetas que hoy cantan!

¡Qué lástima que yo no pueda entonar

con una voz engolada esas brillantes romanzas

a las glorias de la patria!

¡Qué lástima que yo no tenga una patria!

Sé que la historia es la misma,

la misma siempre, que pasa

desde una tierra a otra tierra,

desde una raza a otra raza,

como pasan esas tormentas de estío

desde ésta a aquella comarca.

¡Qué lástima que yo no tenga comarca,

patria chica, tierra provinciana!

Debí nacer en la entraña en la estepa castellana

Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:

Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,

Y mi juventud, una juventud sombría, en la montaña.

Después… ya no he vuelto a echar el ancla

y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta

para poder cantar siempre en la misma tonada

al mismo río que pasa rodando las mismas aguas,

al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

¡Qué lástima que yo no tenga una casa!

Una casa solariega y blasonada,

una casa en que guardara,

a más de otras cosas raras,

un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada

y el retrato de un mi abuelo

que ganara una batalla.

¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo

que ganara una batalla, retratado

con una mano cruzada en el pecho,

y la otra mano en el puño de la espada!

¡Qué lástima que yo no tenga siquiera una espada!

Porque… ¿qué voy a cantar

si no tengo ni una patria,

ni una tierra provinciana,

ni una casa solariega y blasonada,

ni el retrato de un mi abuelo

que ganara una batalla,

ni un sillón viejo de cuero,

ni una mesa, ni una espada?

¡Qué voy a cantar si soy

un paria que apenas tiene una capa!

Sin embargo… en esta tierra de España

y en un pueblo de la Alcarria

hay una casa en la que estoy de posada

y donde tengo, prestadas,

una mesa de pino y una silla de paja.

Un libro tengo también.

Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia

y muy blanca que está en la parte más baja

y más fresca de la casa. Tiene una luz muy clara

esta sala tan amplia y tan blanca…

Una luz muy clara que entra por una ventana

que da a una calle muy ancha.

Y a la luz de esta ventana vengo todas las mañanas.

Aquí me siento sobre mi silla de paja

y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo

cómo pasa la gente al través de la ventana.

Cosas de poca importancia

parecen un libro y el cristal de una ventana

en un pueblo de la Alcarria,

y, sin embargo, le basta

para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.

Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa

ese pastor que va detrás de las cabras

con una enorme cayada,

esa mujer agobiada

con una carga de leña en la espalda,

esos mendigos que vienen

arrastrando sus miserias de Pastrana,

y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.

¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana siempre,

y se queda a los cristales pegada

como si fuera una estampa.

¡Qué gracia tiene su cara en el cristal aplastada

con la barbilla sumida y la naricilla chata!

Yo me río mucho mirándola

y la digo que es una niña muy guapa…

Ella entonces me llama ¡tonto!, y se marcha.

¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha

caminando hacia la escuela de mala gana,

ni se para en mi ventana,

ni se queda a los cristales pegada

como si fuera una estampa.

Que un día se puso mala, muy mala,

y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha,

al través de la ventana, vi cómo se la llevaban

en una caja muy blanca… En una caja muy blanca

que tenía un cristalito en la tapa.

Por aquel cristal se la veía la cara

lo mismo que cuando estaba

pegadita al cristal de mi ventana…

Al cristal de esta ventana

que ahora me recuerda siempre

el cristalito de aquella caja tan blanca.

Todo el ritmo de la vida pasa

por este cristal de mi ventana…

Y la muerte también pasa…

¡Qué lástima!

Que no pudiendo cantar otras hazañas,

porque no tengo una patria,

ni una tierra provinciana,

ni una casa solariega y blasonada,

ni el retrato de un mi abuelo

que ganara una batalla,

ni un sillón viejo de cuero,

ni una mesa, ni una espada,

y soy un paria que apenas tiene una capa…

venga forzado a cantar, cosas de poca importancia!

¡Qué pena!

¿Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas

y siempre se repitieran

los mismos pueblos, las mismas ventas,

los mismos rebaños, las mismas recuas!

¡Qué pena si esta vida nuestra tuviera

-esta vida nuestra-

mil años de existencia!

¿Quién la haría hasta el fin llevadera?

¿Quién la soportaría toda sin protesta?

¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra

al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?

Los mismos hombres, las mismas guerras,

los mismos tiranos, las mismas cadenas,

los mismos farsantes, las mismas sectas

¡y los mismos, los mismos poetas!

¿Qué pena,

que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!

Romero solo

Ser en la vida romero,

romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.

Ser en la vida romero,

sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero…, sólo romero.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,

pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,

ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,

ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos

para que nunca recemos

como el sacristán los rezos,

ni como el cómico viejo

digamos siempre los versos.

La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,

decía el príncipe Hamlet, viendo

cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo

un sepulturero.

No sabiendo los oficios los haremos con respeto.

Para enterrar a los muertos

como debemos

cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.

Un día todos sabemos

hacer justicia. Tan bien como el rey hebreo

la hizo Sancho el escudero

y el villano Pedro Crespo.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.

Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,

ligero, siempre ligero.

Sensibles a todo viento

y bajo todos los cielos,

poetas, nunca cantemos

la vida de un mismo pueblo

ni la flor de un solo huerto.

Que sean todos los pueblos

y todos los huertos nuestros.

Sé todos los cuentos

Yo no sé muchas cosas, es verdad.

Digo tan sólo lo que he visto.

Y he visto:

Que la cuna del hombre la mecen con cuentos,

que los gritos de angustia del hombre los ahogan

con cuentos,

que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,

que los huesos del hombre los entierran con cuentos,

y que el miedo del hombre…

ha inventado todos los cuentos.

Yo no sé muchas cosas, es verdad,

pero me han dormido con todos los cuentos…

y sé todos los cuentos.

Somos como un caballo sin memoria…

Somos como un caballo sin memoria,

somos como un caballo

que no se acuerda ya

de la última valla que ha saltado.

Venimos corriendo y corriendo

por una larga pista de siglos y de obstáculos,

De vez en vez, la muerte…

¡el salto!

y nadie sabe cuántas

veces hemos saltado

para llegar aquí, ni cuántas saltaremos todavía

para llegar a Dios que está sentado

al final de la carrera…

esperándonos.

Lloramos y corremos,

caemos y gritamos,

vamos de tumbo en tumbo

dando brincos y vueltas entre pañales y sudarios.

Vencidos

Por la manchega llanura

se vuelve a ver la figura

de Don Quijote pasar…

Y ahora ociosa y abollada

va en el rucio la armadura,

y va ocioso el caballero,

sin peto y sin espaldar…

va cargado de amargura…

que allá encontró sepultura

su amoroso batallar…

va cargado de amargura…

que allá «quedó su ventura»

en la playa de Barcino, frente al mar…

Por la manchega llanura

se vuelve a ver la figura

de Don Quijote pasar…

va cargado de amargura…

va, vencido, el caballero

de retorno a su lugar.

Cuántas veces, Don Quijote,

por esa misma llanura

en horas de desaliento

así te miro pasar…

y cuántas veces te grito:

Hazme un sitio en tu montura

y llévame a tu lugar;

hazme un sitio en tu montura

caballero derrotado,

hazme un sitio en tu montura

que yo también voy cargado

de amargura

y no puedo batallar.

Ponme a la grupa contigo,

caballero del honor,

ponme a la grupa contigo

y llévame

a ser contigo pastor.

Por la manchega llanura

se vuelve a ver la figura

de Don Quijote pasar…

Versos del caminante

I

Deshaced ese verso.

Quitadle los caireles de la rima,

el metro, la cadencia

y hasta la idea misma.

Aventad las palabras,

y si después queda algo todavía,

eso

será la poesía.

II

Poesía,

tristeza honda y ambición del alma,

cuándo te darás a todos… a todos,

al príncipe y al paria,

a todos…

sin ritmo y sin palabras!

III

Sistema, poeta, sistema.

Empieza por contar las piedras,

luego contarás las estrellas.

IV

Ni de tu corazón,

ni de tu pensamiento,

ni del horno divino de Vulcano

han salido tus alas.

Entre todos los hombres las labraron

y entre todos los hombres en los huesos

de tus costillas las hincaron.

La mano más humilde

te ha clavado

un ensueño…

una pluma de amor en el costado.

V

No andes errante…

y busca tu camino.

-Dejadme-.

Ya vendrá un viento fuerte

que me lleve a mi sitio.

Vieja raposa

Abajo quedas tú, Inglaterra,

vieja raposa avarienta,

que tiene parada la Historia de Occidente hace

más de tres siglos,

y encadenado a Don Quijote.

Cuando acabe tu vida

y vengas ante la Historia grande

donde te aguardo yo,

¿qué vas a decir?

¿Qué astucia nueva vas a inventar entonces para

engañar a Dios?

¡Raposa!

¡Hija de raposos!

Italia es más noble que tú

Y Alemania también.

En su rapiña y en sus crímenes

hay un turbio hálito nietzscheano de heroísmo, en

el que no pueden respirar los mercaderes,

un gesto impetuoso y confuso de jugárselo todo a

la última carta,

que no pueden comprender los hombres pragmáticos.

Cuando abran sus puertas a los vientos del mundo,

cuando las abran de par en par

y pase por ellas la justicia

y la democracia heroica del hombre,

yo pactaré con las dos para echar sobre tu cara

de vieja raposa sin dignidad y sin amor,

toda la saliva y todo el excremento del mundo.

¡Vieja raposa avarienta,

has escondido,

soterrada en el corral,

la llave milagrosa que abre la puerta diamantina

de la Historia….

¡No sabes nada!

¡No entiendes nada y te metes en todas las casas

a cerrar las ventanas

y a cegar la luz de las estrellas!

¡Y los hombres te ven y te dejan!

Te dejan porque creen que se le han acabado los

rayos a Júpiter.

Pero las estrellas no duermen.

Tu imperio es solo una torre artificiosa de

ambiciones encadenadas

que se las llevará el viento como las cuentas

vencidas de un avaro monstruoso.

A la larga, la Historia es mía, porque yo soy el

Hombre

y tú eres sólo un trust de mercaderes.

Vieja raposa avarienta,

has amontonado tu rapiña detrás de la puerta,

y tus hijos ahora no pueden abrirla para que

entren

los primeros rayos de la aurora del mundo…

¡Eres un gran mercader!

¡Eres un gran mercader!

Sabes llevar muy bien

las cuentas de la cocina

y piensas que yo no sé contar.

¡Sí, sé contar!

He contado mis muertos.

Los he contado a todos,

los he contado uno por uno.

Los he contado en Madrid,

los he contado en Oviedo,

los he contado en Málaga,

los he contado en Guernica,

los he contado en Bilbao….

Los he contado en todas las trincheras;

en los hospitales,

en los depósitos de los cementerios,

en las cunetas de las carreteras,

en los escombros de las casas bombardeadas

(resbalando en la sangre,

tanteando en las sombras y en las ruinas).

Contando muertos este otoño, en el Paseo del

Prado,

creí una noche que caminaba sobre barro, y eran

sesos humanos

que llevé por mucho tiempo pegado a las suelas de

mis zapatos.

Los he contado en las plazas y en los parques.

He visto a un niño con la cabeza rota y doblada

sobre un velocípedo,

en una plaza solitaria, cuando todos habían huido

a los refugios.

El 18 de noviembre, solo en un sótano de

cadáveres,

conté trescientos niños muertos.

Los he contado en los carros de las ambulancias,

en los hoteles,

en los tranvías,

en el metro,

en las mañanas lívidas, en las noches negras sin

alumbrado y sin estrellas…..

Y en tu conciencia todos ¡Raposa!….

y todos te los he cargado a tu cuenta…..

¡Ya ves si sé contar!

Eres la vieja portera del mundo de Occidente…

Tienes desde hace mucho tiempo las llaves de

todos los postigos de Europa,

Y puedes dejar entrar y salir por ellos a quien

se te antoje.

Y ahora por cobardía,

Por cobardía y avaricia nada más,

Porque quieres guardar tu despensa hasta el

último día de la Historia,

has dejado meterse en mi solar

a los raposos y a los lobos confabulados del

mundo

para que se sacien en mi sangre

y no pidan enseguida la tuya.

Pero ya la pedirán,

ya la pedirán las estrellas.

La Historia es larga,

el Hombre eterno,

y tu eres sólo la sombra pasajera de la avaricia.

Oye, Raposa:

Yo soy el grito primero, cárdeno y bermejo de las

grandes auroras de Occidente.

Ayer sobre mi sangre mañanera, el mundo burgués

edificó en América

todas sus factorías y mercados.

Sobre mis muertos de hoy, el mundo de mañana

levantará

la Primera casa del Hombre.

Y yo volveré,

volveré porque aún hay lanzas y hiel sobre la

Tierra.

Volveré,

volveré con mi pecho y con la aurora otra vez.

Yo soy el gran blasfemo

El grito suena bien

en el vientre de la cueva,

el salmo bajo el mediodía

de los templos

y la canción en el crepúsculo…

El grito es el primero.

Hay un turno de voces:

yo grito, tú rezas, él canta…

El grito es el primero.

Y hay un turno de bridas:

él las lleva, tú las llevas, yo las llevo.

Y a la hora de las sombras subterráneas

la blasfemia reclama sus derechos.

Los caballos piafan ya enganchados

y la carroza aguarda…

¿Quién la lleva?

Yo: el blasfemo.

Yo la llevo, yo llevo hoy la carroza,

yo la llevo.

Éste es el poeta,

tú eres el salmista,

ése es el que llora,

tú eres el que grita…

yo soy el blasfemo.

Yo la llevo. Yo llevo hoy la carroza,

yo la llevo.

¡Arriba! ¡Subid todos!

¡Vamos hacia el infierno!

La aijada tiene su ritmo,

y la tralla, y el frito, y el aullido…

y la blasfemia del cochero.

¡Arre!

¡Músicos, poetas y salmistas;

obispos y guerreros!

Voy a cantar.

Vida mía, vida mía,

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Vida mía, vida mía,

tengo un ojo pitañoso

y el otro con ictericia.

Vida mía, vida mía,

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Esta es mi copla,

la copla de mi carne,

la copla de mi cuerpo.

Mas si mis ojos están sucios

los vuestros están ciegos.

¡Músicos, poetas y salmistas;

obispos y guerreros!

Voy a cantar otra vez.

El viejo rey de Castilla

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

El viejo rey de Castilla

tiene una pierna leprosa

y la otra sifilítica.

El viejo rey de Castilla

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Esta es la copla de mi tierra,

la copla de mi reino.

Mas si mi reino está podrido

su espíritu es eterno.

¡Músicos, poetas y salmistas;

obispos y guerreros!…

Llevadme de nuevo el compás.

En los cuernos de la mitra

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

En los cuernos de la mitra

hay una plegaria verde

y otra plegaria amarilla.

En los cuernos de la mitra

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

Ésta es la copla de mi alma,

de mi alma sin templo

porque la bestia negra

apocalíptica,

lo ha llenado de estiércol.

Tres veces cantó el gallo,

tres veces negó Pedro,

tres veces canto yo:

por mi carne,

por mi patria y por mi templo…

Por todo lo que tuve y ya no tengo…

¡Arre! ¡Arre! ¡Arre!

¡Vamos al infierno!

Tú con el laúd, éste con el salterio,

aquel con la bocina, ése con su lamento,

vosotros con la espada,

y yo, como Don Juan y como Job,

maldiciendo, blasfemando…

cada cual con su instrumento.

Vamos bien,

no hemos errado el sendero.

Conjugad otra vez:

éste es el poeta, tú eres el salmista,

ése es el que llora, tú eres el que grita.

Yo soy el blasfemo…

¿Y el sabio? ¿Donde está el sabio?

¡Eh, tu!

Tú que sabes lo que pesan las piedras

y lo que corre el viento…

¿Cuál es la velocidad de las tinieblas

y la dureza del silencio?

¿No contestas?…

Pues las bridas son mías. Yo la llevo,

yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.

Músicos, sabios, poetas y salmistas,

obispos y guerreros…

Dejadme todavía preguntar:

¿Quién ha roto la luna del espejo?

¿Quién ha sido?

¿La piedra de la huelga,

la pistola del gángster,

o el tapón del champaña

que disparó el banquero?

¿Quién ha sido?

¿El canto rodado del poeta,

el reculón del sabio,

o el empujón del necio?

¿Quién ha sido,

la vara del juez, el báculo o el cetro?

¿Quien ha sido?

¿Nadie sabe quién ha sido?

Pues las bridas son mías.

;Adelante! ¡Arre! ¡Arre!…

¡Vamos hacia el infierno!

Ya no hay otro camino.

«¿Llegaremos a tiempo?»

«¿Antes de que amanezca?»

«Desde luego.»

Y para hacer más corta la jornada

ahora cantaremos en coro,

y cantaremos las coplas

del Gran Conserje Pedro.

Yo llevaré la voz cantante

y vosotros el estribillo

con lúgubre ritmo de allegreto.

Copla:

Vino la guerra.

Y para hacer obuses y torpedos

los soldados iban recogiendo

todos los hierros viejos de la ciudad.

Y Pedro, el Gran Conserje Pedro,

le dijo a un soldado:

«Tomad esto…»

Y le dio las llaves del templo.

Estribillo:

Pedro, Pedro…

El Gran Conserje Pedro

que ha vendido las llaves del templo.

Copla:

Pedro… Te dijo el Señor de los Olivos

cuando heriste con tu espada al siervo:

«Mete esa espada en la vaina,

que yo sé a lo que vengo.»

Y la metiste…

con las cajas de caudales en el templo.

Estribillo:

Pedro, Pedro, el Gran Conserje Pedro,

amigo de soldados y banqueros.

Copla:

Y ahora tenemos que ir al cielo

dando un gran rodeo

por el camino del infierno,

cavando un largo túnel en el suelo

y preguntando a las raíces y a los topos,

porqué ya no hay campanas

ni espadañas,

Pedro, y los pájaros…

todos tus pájaros se han muerto.

Estribillo:

¡Pedro, Pedro,

todos tus pájaros se han muerto!

Sin embargo, señores,

yo no soy un escéptico

y hay unas cuantas cosas en que creo.

Por ejemplo, creo en el Sol,

en el Diluvio y en el estiércol;

en la blasfemia,

en las lágrimas y en el infierno;

en la guadaña y en el Viento;

en el lagar,

en la piedra redonda del amolador

y en la piedra redonda del viejo molinero;

y en el hacha que derriba los árboles

y descuartiza los salmos y los versos;

en la locura y en el sueño…

y en el gas de la fiebre también creo,

en ese gas ingrávido,

expansivo y etéreo,

antifilosófico,

antidogmático y antidialéctico

que revienta los globos…

los grandes globos,

los globitos y el cerebro.

Y creo que hay luz en el rito,

luz en el culto y luz en el misterio.

Creo que el agua se hace vino,

y sangre el vino,

sangre de Dios y sangre de mi cuerpo.

Creo que el trigo se hace harina

y carne la harina…,

carne de Dios y carne de mi cuerpo.

Creo que un hombre honrado

cuando nos da su pan

tiene el cuerpo de Cristo entre los dedos.

Éste es mi credo.

Éste es mi viejo credo y pronto será el vuestro.

Ya lo iréis aprendiendo.

Con él entraremos por la puerta norte

y saldremos por el postigo del infierno.

El infierno no es un fin, es un medio…

Nos salvaremos por el fuego.

Y no es un fuego eterno.

Pero es, como las lágrimas,

un elevado precio

que hay que pagarle a Dios,

sin bulas ni descuentos,

para entrar en el reino de la luz,

en el reino de los hombre,

en el reino de los héroes,

en el reino que vosotros

habéis llamado siempre

el reino beatífico del cielo.

¡Vamos allá!

¿Estamos todos?

Hagamos el último recuento:

Éste es el salmista,

el que deshizo el salmo

cuando dijo con ira y sin consejo:

«Tú eres el Dios que venga mis agravios

y sujeta debajo de mí, pueblos.»

Y éste es el poeta luciferino,

el que inventó el poema

esterilizado y antiséptico

y guardó en autoclaves la canción,

puritano, orgulloso y fariseo.

¡Oh, puristas y estetas!

Aún no está limpio vuestro verso

y su última escoria ha de dejarla

en los crisoles del infierno.

Aquí van los artistas sodomitas,

los pintores bizcos

y los poetas inversos.

No lloréis.

Pero no digáis tampoco

que la Luz y el Amor se ven mejor

torciendo la mirada o torciendo el sexo.

Ni llanto ni ufanía. Vamos al gran taller,

a la gran fragua

donde se enderezan los entuertos.

Aquel es el que grita,

el hombre de la furia,

y aquel otro el que llora,

el hombre del lamento.

Allá va el rey leproso y sifilítico,

éste es el sabio tímido,

cargado de tarjetas y de miedo.

Aquí van el juez y el gángster

los dos juntos en el mismo verso.

Éste es el Presidente

demócrata y guerrero

que desnudó la espada en el verano

y debió desnudarla en el invierno.

¡Ay del que se armó tan sólo

para defender su granero,

y no se armó

para defender primero el pan de todos!

¡Ay, del que dice todavía:

nos proponemos conservar lo nuestro!

Allí va el demagogo,

aquél es el banquero,

éstos son los cristianos

-que ahora se llaman los «cristeros»-

Y éste es el hombre de la mitra,

la bestia de dos cuernos,

el que vendió las llaves…

el Gran Conserje Pedro…

¡Aquí van todos!

Y aquí voy yo con ellos.

Aquí voy yo también,

yo, el hombre de la tralla,

el de los ojos sucios… el blasfemo.

Sí. Ahora ya sin hogar y sin reino

sin canción y sin salmo,

sin llaves y sin templo…

yo la llevo,

yo llevo hoy la carroza, yo la llevo.

Se va del salmo al llanto,

del llanto al grito, del grito al veneno…

¡Arre! ¡Arre!

¡Y se gana la luz desde el infierno!