Carducci, Giosuè

Giosuè Carducci (Italia 1935-1907)

Reseña biográfica

Poeta y crítico italiano nacido en Val di Castello en 1835.

Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Pisa y desde 1860 fue profesor de Literatura en Bologna hasta tres años antes de su muerte.

El rechazo a las formas dominantes de la literatura de la época y la adaptación de metros clásicos latinos a la poesía, lo convirtieron en el baluarte del modernismo poético italiano. En sus escritos siempre demostró el inconformismo por las instituciones políticas y religiosas vigentes.

De su obra merecen destacarse: “Juvenilia” 1860, “Levia Gravia” 1871, “Giambi ed epodi” 1879, “Rime nuove” 1871, “Odi barbare” 1889, “Rime e ritmi” 1897, “Intermezzo” 1886, “La canzone di Legnano” 1879, “Ça ira” 1883 y “Primizie e reliquie”, publicada póstumamente en 1928.

Obtuvo el “Premio Nobel de Literatura” en 1906.

Falleció en Bologna en 1907.

El buey

¡Piadoso buey! Al verte mi corazón se llena

de un grato sentimiento de paz y de ternura,

y te amo cuando miras inmóvil la llanura

que debe a tus vigores ser más fecunda y buena.

Bajo el pesado yugo tú no sientes la pena

y así ayudas al hombre que tu paso apresura,

y a su voz y a su hierro contesta la dulzura

doliente con que gira tu mirada serena.

De tu ancha nariz brota como un vaho tu aliento

y tu afable mugido lentamente en el viento

vibrando como un salmo de alegría, se pierde…

Y en su austera dulzura, tus dos verdes pupilas

reflejan cual si fuesen dos lagunas tranquilas,

el divino silencio de la llanura verde.

Versión de Carlos López Narváez

El soneto

Dante le dio del serafín el vuelo

circundado de azules y de oros;

en manantial de rimas y de lloros

diole Petrarca el corazón en duelo.

Del venosino y del mantuano suelo,

la musa tiburtina los decoros

diole al Tasso; yen déspotas desdoros

Alfieri lo clavó como escalpelo.

Fóscolo, el trino de los ruiseñores

y del nativo acanto los primores

le dio bajo los jónicos cipreses.

Último yo -no sexto- vuelo y llanto,

arte, hálitos, iras, en él canto,

y lo elevo a los Manes como preces.

Versión de Carlos López Narváez

La niebla de cuellos rizados…

La niebla de cuellos rizados

se levanta como la lluvia.

El mar aúlla y palidece

bajo el efecto del mistral.

Pero en los caminos de la aldea,

unas cubas en fermentación

el áspero olor de los vinos

regocija el corazón.

Sobre los leños candentes,

el asador gira crepitando,

el cazador silba

y desde el umbral de su puerta, observa

entre las nubes plomizas

el vuelo de unos pájaros oscuros

que migran en el crepúsculo,

como pensamientos desterrados.

La princesa de Lamballe

Por la natal Saboya, enhiesta y fría,

ríos que lloran, gemebundo viento;

de hierros y furores sordo acento:

Madame de Lamballe en la Abadía.

Los cabellos, nó más -oro y argento-

cubren su desnudez sobre la vía;

y el cuerpo, tibio aún, palpa y espía

feroz sicario de mirar sangriento.

Fina la piel, del lirio la blancura

tiene el cuello, y una risa que perdura

agoniza en la dulce boca inerte.

Ojos marinos, bucles que despeina

el viento: Id al Temple y a la Reina

dadle los buenos-días de la muerte.

Versión de Carlos López Narváez

Mediodía alpino

En el círculo de los Alpes

sobre el granítico retorcido y desangrado

entre las nieves candescentes

reina parado

intenso e infinito en su amplio silencio el mediodía.

Pinos y abetos blancos

sin el aliento de los vientos

se elevan al sol que sereno los mira

y un pájaro canta

con frágiles sonidos de lira

el agua que lentamente entre las rocas camina.

Versión de María Dolores Sartorio

Mors

Cuando a nuestros hogares la diosa severa desciende,

se oye de lejos el rumor de sus alas.

La sombra que proyecta cuando gélida, avanza,

difunde en torno lúgubres silencios.

Su cabeza los hombres inclinan cuando ella ha llegado;

los femeninos pechos tiemblan de anhelo.

Así en los altos bosques, cuando julio condensa huracanes,

ni un soplo corre por las verdosas cumbres;

como inmóviles, yertos, deja el escalofrío a los bosques;

sólo se escucha al río que gime ronco.

Entra ella, y pasa, y toca; sin volverse siquiera, derriba

los arbolitos, de su frescor gozosos;

siega la rubia espiga, y arranca también los agraces;

llévase esposas, llévase las doncellas

galanas y los niños; éstos tienden sus brazos de rosa

hacia el sol, bajo el ala negra, y sonríen.

¡Triste el hogar en donde, frente a rostros de padres dolientes,

pálida diosa, vidas nuevas apagas!

Dentro de sus paredes, risas y voces festivas no se oyen,

ni bisbiseos, como en nidos de mayo.

No se oyen los rumores de los años que crecen alegres,

ni de amor cuitas, ni las danzas de boda.

Allí los que perviven, en la sombra envejecen, atentos

siempre a tus pasos; siempre, ¡oh diosa!, esperándote.

Versión de Amando Lázaro

Odio la poesía al uso…

“Odio la poesía al uso; brinda,

fácil, al vulgo sus costados lacios;

alárgase entre abrazos rutinarios,

lánguida, y duerme.

Viva la estrofa quiero yo, que al ritmo

de pies y palmas en los coros salte;

su ala yo atrapo al vuelo, y ella, indómita,

niégase y lucha”.

Versión de Carlos López Narváez

Panteismo

No os lo diré jamás, claras estrellas;

ni a ti lo diré nunca, sol fulgente.

Su nombre, hermosa flor de cosas bellas,

en mi pecho ha sonado solamente.

Las estrellas no obstante, en sus reflejos,

mi secreto se cuentan, una a una;

por eso, puesto el sol, sonríen lejos

en todos sus coloquios con la luna.

Y una flor a otra flor con voz secreta

lo murmura en los cármenes risueños;

las aves cantan al pasar: «Poeta,

el amor te ha enseñado dulces sueños».

Nunca dije el secreto de mi vida,

mas divino fragor el hombre clama;

y entre efluvios de acacia florecida

el gran todo murmura: «Ella te ama».

Versión de Ismael Enrique Arciniegas

Preludio

Odio la usada poesía: al vulgo

los flancos cede, y sin temblor de anhelo,

y sin vibrar bajo habitual abrazo

tiéndese y duerme.

Dame la estrofa que el aplauso excite,

rítmico el pie con el compás del coro;

le cojo el ala cuando rauda vuela,

vuélvese y lucha.

Tal entre brazos de amador silvano

ninfa se tuerce en el Edón nevoso:

bellos encantos de su pecho entonces

saltan opresos.

Besos y gritos en la ardiente boca

mézclanse; ríe la marmórea frente

al sol, y en ondas los cabellos libres

tiemblan al aire.

Versión de Ismael Enrique Arciniegas