Urrutia, Jorge
Poeta, crítico literario, ensayista y traductor español nacido en Madrid en 1945.
Es Doctor en Filología Románica con Premio Extraordinario en 1972 por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha sido Director Académico del Instituto Cervantes, catedrático de Literatura Española en las Universidades de Sevilla y Extremadura, Profesor de la Universidad Complutense y Lector en la de Estrasburgo. Profesor visitante en las Universidades
de Paris VIII, Palermo, Bourgogne y la Northwestern University. Profesor invitado en Universidades de Alemania, Argentina, Austria, Canadá, Dinamarca, Italia, Marruecos, Paraguay, Polonia, Portugal, Puerto Rico y República Dominicana.
Actualmente es Catedrático de Literatura y Comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid.
Es autor de numerosos ensayos sobre literatura, teatro, cine y semiótica y editor de obras de autores como Valle-Inclán,
Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Camilo José Cela y José Hierro, entre otros. Como traductor de Paul Éluard,
obtuvo el “Premio Nacional de Traducciones” en 1972.
Se destacan de su obra: El grado fiero de la escritura en 1966, Del estado, evolución y permanencia del ánimo en 1969, Delimitaciones en 1985, La travesía en 1987, Invención del enigma en 1991, Cabeza de lobo para un pasavante en 1996,
Una pronunciación desconocida en 2001 y El mar o la impostura, “Premio Jaime Gil de Biedma” 2004.
Descanso
Este viejo colchón siempre vino del  cielo,
abrazó con su frío
y construyó un hogar para que el tiempo
se  muriese en su espejo y descansara.
Y se frotó las manos.
Este blanco  colchón es la sirena,
hacia el abrazo lleva, mortal o, por lo menos,
rompe  los ligamentos y arrodilla
nuestras últimas fuerzas.

Ha habido reposos en su vida,
lentos  atardeceres, serenas tardes prietas
de amor y mansedumbre,
sonrisas y  caricias, besos, manos cogidas
como se coge el agua, como se ahoga
el  corazón nervioso, emocionado.
La pluma recorría delicada el papel,
surgía  la palabra lamiendo la garganta.
Que la inquietud es bella si aquieta los  recuerdos
dolorosos. Recuerdos.

Es un tiempo vacío el de este nuevo espacio.
Sabe que no estás tú y que no  debe
llenarlo con tu sombra.
Busca la luz, en cambio. La  alimenta
cuando llega la aurora. Habla con ella
porque conviene, dicen,  hablarles a las plantas,
decirles las palabras limadas que  aprendimos.
Si crece la mañana es que arde el rostro.
Va llenándose el  bosque con los árboles
nacidos de su propia sombra.
Bulle lejos el río.  Óyese el tráfico
Como un mugido suave.
Y una tranquilidad  desconocida
aniquila los gritos del pasado.

¿Hay un hogar? ¿Se  parte de algún sitio?
Siempre de las ruinas, pero exigen
las ruinas hogar  un día construido.
Se parte de algún sitio, del derrumbe
del manto, de la  saya
caída,
de la camisa rota,
del ánimo cortado por no se sabe  qué,
por no se sabe quién.
Y se encamina uno hacia el pasado.

 At bounds of  boundless void.  *
Samuel Beckett
Un sonido muy tenue, un roce apenas,
un perfume que  alcanza la costumbre,
incerteza, tal vez alguna duda,
punto difuminado, o  finísima línea.
Una saliva es un gusto amargo y dulce,
una mano que,  abierta, deja pasar la arena,
un nombre susurrado y una larga
caída. O es  un derrumbe
hasta el fondo más hondo de sí mismo.
*Hasta los límites del vacío sin límites.

Son diecisiete días. No adivina
que las bonanzas  nunca son eternas.
Perderá el agua dulce. Rodarán
los pellejos de  vino.
De nada servirán las diecisiete noches
mirando a las estrellas, ni  la filosofía,
barata,
que el amplio mar sugiere.
Los  troncos de la balsa fijó en cuatro jornadas.
Un abrazo fugaz. Un beso.  Despedida
de un hermoso paréntesis, un lapso
en la vida o la muerte.
No  preveía nadie el fin de la bonanza,
la huida de la paz, de la sonrisa el  luto.
Agua, sudor y hierro en la firmeza,
el ciego sol, el alma dura  apenas.
Las cosas, al fin y al cabo,
son como son las cosas.  Simplemente.

¿Por qué se escribió huida? No  se huye
cuando sólo una acción es la posible.
Es viajero obligado, que  sabe cómo niega
su propia voluntad.
No hay dioses,
sin  embargo
organizan la vida de los hombres.
No hay creencias
sostenibles  más allá de la duda,
de los bultos que la niebla  permite
adivinar.

Como un hilo, un ovillo, una madeja,
una débil  corriente infructuosa
busca un final que el principio no sea.
Como una  nube en nube convertida
que amenaza un diluvio y no concluye,
como un amor  en desamor marchito
que sólo entrelazara los dedos y no manos,
la palabra  se usa, se atormenta, derrama
y no suena a sonido convincente.
Sobre la  mesa crece y se desborda
entre dientes agudos y brillantes.
Sólo la espuma  queda, el resto es aire.

Se levantó del lecho y abrió una cerveza.
Soñaba  que dormía de nuevo con Penélope
pero se despertaba con la cara de  Circe.
Dormir, soñar, vivir acaso
en un sueño imposible, una  esperanza
condenada al fracaso.
Amar, sólo se ama lo que uno mismo  crea
y él hubiera creado una nueva mujer que mantuviese
la forma de sus  manos, el olor de su aliento,
el calor de su pecho.
Pensó en Narciso y  dijo: «Me amo sólo a mí mismo».
Termina la cerveza y se mira al espejo
que  reflejaba el rostro del triste Leopold Bloom.

 “Los mitos son  igual que guantes  grises”
Leopoldo de Luis
Suave es el mar como una mano.  Cuentan
que en el invierno entra por un guante
y cada dedo llena el hueco  de sí mismo.
Lo ha aprendido ya todo en la humedad del tiempo
y, pacífico,  avanza con la sabiduría
de quien conoce cosas que nadie más  conoce.
Como una mano es que, ya enguantada,
se apoya sobre un  brazo,
se oculta por el pliegue de una manga
o se funde en la niebla de su  pecho.
Si suave es el mar, lo arrastra todo
con una voz muy tenue,
como  surge la duda o crece la sospecha.

Noticias de la llegada. ecos de la partida
Y se fue sin  marchar.
Salió, pero se queda
una marca sin duda en el acantilado.
Escribía al llegar un telegrama,
la clave adolescente de los  arcos maternos.
Llegué. Aquí estoy. Sonrío. París es tan hermoso…
¿Qué  queda
de aquel signo de amor que concluía
cada tramo feliz de los  viajes?
Hola, hola, llegué. He conseguido
un logro en el trabajo, un beso  deseado,
escribir un poema. Estoy contento.
Se iba sin marchar. He visto  Troya,
sus enormes murallas. Cientos de naves
han llegado conmigo.
Las  cartas. Telegramas. El teléfono.
Se me acaba la vida. Aquí te aviso.
Llega  la funeraria. El ataúd
se cierra.
Algo quedó de él sobre la  playa
y en el bolsillo guarda una piedra redonda.

Batallas  son de amor, también de sueño.
O son sueños de amor o, sólo en  sueños,
amor. Batallas son
que libra con su cuerpo y con el cuerpo
de  ti.
Con tus manos sujetas
su sueño, construyes
su amor,  destruyes…
¿Qué destruyes si en tus manos es sueño
y si sueña tan sólo  con tus manos?

Te despiertas  y miras. La penumbra
es como un horizonte descompuesto.
Otros mundos  pudieran ofrecerse
detrás de los espejos o al fondo del armario.
Vuelve el  rostro pues sabes
que el mundo es sólo tú y que estarás
a su izquierda  dormido, en el dominio
de la inquietud tan cómoda que ofrece el  abandono.

Porque es tocar origen de los  conocimientos.
Tocar las cosas simples, cotidianas:
mesas y platos, tazas,  cucharillas,
el transparente cristal que nos separa
de las gentes, los  árboles, los frutos.
Es tocar todo el ser, el existir,
saberse  vivo, respirando y bebiendo,
tocando el vaso,
acariciando el  aire.
Ha sujetado mástiles, velámenes y jarcias,
con el tacto  orientado la nave entre las olas,
entre las rocas negras y las masas oscuras  de los hombres.
Ha sentido sus dedos comidos por el agua,
hecha arrugas su  piel y blanquecina.
Porque es tocar origen de los  conocimientos
y el recuerdo es memoria de tu piel
tocada un día y  convertida en mundo.
Tocada un día
y hecha universo, realidad  invisible.
Por el tacto ya suya para siempre
en su mirada.

Está de  nuevo aquí, frente a la vida
que pasa y viene. Se contempla
en el rostro  de cada sorprendido
individuo que cruza, que se mira y se  marcha.
Está de nuevo aquí. El puente.
La salida del  metro.
Las mesas del café. La pluma con que escribe.
Es la gente de  siempre o ha cambiado,
y es cada cual que deja balbuciendo
una palabra  abierta, un testimonio
de que circula el aire en sus pulmones.
Está de nuevo aquí. El río seguro
que corre abajo tras el muelle.
Sin duda  el viento riza
las pequeñas orillas y despeina
el perfil tan hermoso de la  joven
que atraviesa la calle decidida.

De nada le sirvió olvidar el olvido,
anular lo  anulado, borrar lo que la goma
nunca borrara bien y ha quedado una  mancha,
difuminada esencia de la cierta presencia.
Estuvo y  fue.
Depositó su tacto sobre la superficie de una tibia memoria
porque no  sirve nunca olvidar el olvido.
Que no se agita nunca y muere con  nosotros.

 A place. Where none. For  the body. To be in.
Move in. Out  of. Back into. No. No out.
No  back. Only in. Stay in. On in. Still.  ¹
  Samuel  Becket
Busca un espacio en ti, un territorio
que lo más  íntimo hiera suavemente.
Huerto sin fruto. Jardín iluminado.
Regato  silencioso donde flotan nenúfares.
Oscura luz que ordena el más oculto  tacto.
¿Entróse un día? Ningún recuerdo queda
y tampoco hay recuerdo de  haber estado ya,
de que estuviese alguien. Descubrimiento.
Nunca habitó  este espacio cuerpo alguno
pues no hubo cuerpo nunca que en el cuerpo  estuviera,
ni su cuerpo invadió cuerpo distinto.
Estar en el  principio, en el quedarse,
origen es del tacto de todo lo  intangible
tocado al fin. Sentido que se sabe
la palabra más alta del  silencio,
el presente absoluto del presente.
¹Un  sitio. Donde ninguno. Para el cuerpo. Que esté. Que entre. Salga.
Vuelva. No.  No se sale. No se vuelve. Sólo se está. Dentro. Dentro aún.
Quieto. 
