Talens, Jenaro
Poeta, ensayista y traductor español nacido en Tarifa, Cádiz, en 1946.
Se educó en Granada donde cursó el bachillerato y por cuya Universidad se licenció en Filosofía y Letras en 1968. Posteriormente se doctoró en Filología Románica por la misma universidad, con una tesis sobre Luis Cernuda.
Es un miembro destacado de la Generación del 70, autor de varios libros de ensayo sobre Cervantes, Quevedo, Espronceda y Cernuda entre otros, traductor de poetas como Beckett, Holderin, Hesse y Rilke, y de importantes expresionistas alemanes.
Es fundador y co-director de las colecciones “Eutopías” y “Signo e imagen”.
Su obra poética está contenida en más de veinte publicaciones entre las que merecen destacarse «En el umbral del hombre» 1964, «Ritual para un artificio» 1971, «El cuerpo fragmentario» 1978, «La mirada extranjera» 1985, «Tabula rasa» 1985, «Cenizas de sentido» 1989, «El largo aprendizaje» 1991,«Orfeo filmado en el campo de batalla» 1994, «Viaje al fin del invierno» 1997 y «Profundidad de campo» 2000
Jenaro Talens
A batallas de amor, campos de pluma
(a la manera de R. D. Laing)
Ella
No le gustaron nunca los encuentros furtivos,
con jóvenes muchachas de alquiler,
de modo que inventó una amante mecánica.
Podía encenderla y apagarla.
Con ella se sentía relajado y feliz.
Colocaba un espejo sobre el rostro,
y la besaba sin cesar, con furia,
penetrando el abismo de su alteridad.
Su cuerpo era de plástico,
con una piel suave no del todo insincera.
Sólo su voz metálica anunciaba la monotonía.
En noches como ésta solía sonreír
y él la abrazaba con desenvoltura
manteniendo, no obstante, una cierta distancia
para evitar el riesgo de la dependencia.
La había construido con toda precisión
y también él, por tanto, podría destruirla
caso de no cumplir con sus obligaciones
(por ejemplo decirle con ternura
“bienvenido al hogar; heme aquí, tuya soy”,
o anotar las llamadas del teléfono).
Una tarde de marzo, discutiendo con ella,
le rompió el corazón en mil pedazos.
Nunca encontró la pieza de repuesto.
y ahora que ya no está, mira el muro vacío,
los objetos de mimbre que tanto le gustaran,
sus huellas imprecisas sobre el aparador.
Siente un olor difuso, melancólico.
Él
No me gustaron nunca sus encuentros furtivos
con jóvenes muchachas de alquiler,
ni entendí el modo en que trató de amarme.
El poder de apagarme y encenderme
fue levantando un muro entre nosotros,
frágil como la brisa junto al mar.
Nunca fue su mecánica nada importante para mí.
Me colocaba espejos sobre el rostro,
y me besaba sin cesar, con furia,
lanzándome al abismo de su alteridad.
Mi cuerpo era de plástico en sus manos,
y yo sentí mi piel como una sábana
hecha de desencuentros y monotonía.
En noches como ésta solía sonreír
y él me abrazaba con desenvoltura
manteniendo, no obstante, una distancia
para evitar el riesgo de depender de mí.
Me había imaginado con tanta precisión
que también él podría destruirme
caso de no cumplir con mis obligaciones
(por ejemplo decirle con ternura
“bienvenido al hogar; heme aquí, tuya soy”,
o anotar las llamadas del teléfono ).
Una tarde de marzo, (ya he olvidado por qué),
me rompió el corazón en mil pedazos.
Nunca encontró la pieza de repuesto.
y ahora que ya no estoy, me siento frente a él,
lo miro absorta cómo me contempla,
cómo busca mi cuerpo en la pared vacía,
en objetos de mimbre donde nunca estaré,
cómo reconstruye mis huellas sobre el aparador.
Siento un olor difuso, melancólico.Ella
A tus soledades voy,
de mis soledades vengo.
Como una imagen sin ningún volumen,
sigo las huellas que la noche borra
sobre la arena del desierto.
Para saber el dónde por quien somos
sólo dispongo de este cuerpo.
No soy presencia que te cubre, sé
la paradoja de ofrecer sin pausa
el espesor de un mundo que no tengo.
No eres presencia que me cubra. Mírame:
no ser sino un lugar para el encuentro
no nos hace un nosotros, sólo dice
cómo el camino es largo y tortuoso
y que una primavera nacerá
de las cenizas del invierno.
A Jean-Marie Roosbroeck
I
Contemplar un jardín.
Tras la cancela un vago
rumor de sombra: impune
amanecer, ya casi
luz vencida, y más luces
que se insinúan. Dalias
y moluscos, gaviotas y jazmines
tu plenitud asumen,
tu soledad. Los muros,
encalados, encubren
la noche en pie, su historia.Ver la nube
lacia, como si el mar
fuese a la tarde un buque
encallado entre labios
de espuma. El mar. ¡Qué dulce
silencio! Inmensidad
sin nombre. En ti concluye
todo, el amor, el tiempo,
el chamariz que cruje
bajo el zarpazo tímido del sol
y ese insomnio de piedra
que ha de fluir y acrece
lo que es dolor, y duele, y se consume.II
Contemplar un jardín.
O el mar. Mejor el mar.
Qué importa
la vastedad del cielo
en esta hora
frágil. Qué importaría.Sientes la luz herirte y aprisionas
su sonido tenaz.
Si una palabra
hubiera, si una sola
palabra, que bastase.
Como a estas aguas quietas,
para existir, sus olas.
“Víspera de la destrucción” 1966 – 1968
La muerte es como el sueño,
parecida a ti:
no puede ser pensada.
Abro los ojos y amanece el día.
No hay obsesión impune, ni fantasmas
que la luz no devore
sin más imperio que su voluntad,
ni otro poder que el sol que nos despoja.
Cómo olvidar que fuimos lo innombrado,
lo que negaba oscuridad a un mundo
hecho, como tú y yo, de sueños rotos.
No, no duermas. El pájaro del alba
dice que ayer no existe. No hay memoria,
ni significa nada. Sólo, mira
esta pasión que nos acoge, que
ha estallado, de pronto, insobornable,
como las ganas de vivir.“La mirada extranjera” 1984-1985
A Chús Visor
Vuelve a tu nada,
dijo el sol a la noche
quebrando el alba.“De una obra en marcha” 2001
I
Abra tu luz mi niebla a sus engaños,
pues no he nacido para compartir el odio,
sino el amor. He ahí las huellas de la nieve, el mar
donde todo concluye,
briznas de azul al pie de las colinas.
La ola en la que fui, mi duración, el muro
es una sombra informe que se aleja
camino de otras playas.
De un cuerpo a otro hay el tiempo de una vida,
de su soledad a mis ojos hay la distancia de la muerte.
Juntos en un paisaje aterido de sed
vemos el sol de julio que se descompone,
cómo cae gota a gota
desvistiéndote incluso
del color que oscurece mis palabras,
un viola emborronado por el muslo del día.
Vienes desde el sonido de una vieja ciudad
(agua oculta que llora entre arrayanes),
para darle otro nombre a la aventura:
un mar sin mar y al fondo los cipreses,
ese silencio que me hace diferente de ti.II
Recorrerte sin pausa, como quien
se despereza al sol; ser el sendero
donde inscribir tus huellas. Heme aquí,
acurrucado junto al estallido
que amaga el roce de tu piel.
Cobijo mi pasión a la intemperie
bajo el árbol frondoso de tus sensaciones,
esa implosión de un cuerpo
en el que busco anclarme. Vieja luz
que alumbra, sin embargo, todavía.III
Piensa si todo esto terminase.
La floración del día y de la noche,
de este día preciso, de esta noche precisa,
lo fortuito de un azar que surge
inevitablemente. Piensa si
fuese sólo el principio
de otro final que ya no espero, que
vuelve a decirme que si todo esto
terminase, por qué. Piensa. No, toca
la luz de nuevo, sin pensar, el borde
de una quietud donde se desmorona
cuanto nos hizo islas. Si acabase
todo, el fulgor, la sed, la opacidad
de un territorio que no es cuerpo, que
nos vuelve cuerpo, sin limitaciones,
piensa, tanto estupor
¿cabría en un poema?IV
Daré tu nombre a cuanto vea,
me aferraré a la imagen de tu cuerpo
como la yedra al sol de mediodía.
Igual que el mirlo al recorrer las hojas
busca en la nervadura
los gusanos, iré
a trabajar los surcos,
a sembrar la memoria
si es cierto que para morir,
como dijo el anciano,
basta sólo un ruidillo:
el de otro corazón
(¿mío, tuyo?) al callarse.V
Pero, a decir verdad, no sabemos morir.
En el fluir del día que no acaba
oigo un murmullo circular, el labio
que bebo sorbo a sorbo. Tócame.
He atravesado océanos de tiempo
para llegar a ti, la noche sin raíces.
La tierra fue el principio,
la tierra devastada que repite sus sueños.
Me hicieron renacer como quien siembra
entre los intersticios de una roca
y espera sin dudar hasta que crezca el fruto.
Luego vino la lluvia
desde un cielo cansado
de oscurecerse sin razón. ¿Comprendes
ahora? No fui yo.VI
Lo que sucede, al cabo, son colores.
El rojo sangre de quien nada olvida,
el amarillo de la indecisión,
o el verdiazul que surge como un soplo
desde una noche que no fue derrota
sino confín. El blanco de reconocerte
entre las huellas menos personales
de un alba compartida: sólo tú,
las variaciones de la luz y el peso
de una certeza incomprensible.VII
Suspende el año enti sus estaciones.
En esta antigua selva donde estoy
el tiempo se abre paso con dificultad.
Discurre a solas sin tu nombre
y no envejece ni se instaura, sólo
finge avanzar a tientas por un túnel
hecho de azar y de pasión, de todo
cuanto nos hace vagamente humanos.
La vasta tierra que recorro me
descubre en el trazado de tu piel,
y ese hueco dormido que llaman corazón
es un chorro de agua brotando en el desierto
del último verano que perdura.
Decir son meras aproximacionesAhora ya sé que el júbilo aún existe,
que tu rotundo vientre me unifica
en esta dispersión que ha sido mi ceguera.
Fuiste verdad visible, combustión, palabras
que mis manos llovían sin descanso
desde el temblor de un vértigo insondable.
Una mirada acuosa me sigue desde entonces
y, como quien no cede a tentación, sepulta mi memoria
bajo un humus de tiempo, donde el amor en llamas
borra las sombras. Mírame, desnudo
de tu calor. No hay muerte ni amargura
sino un sol extranjero que pronuncia tu nombre,
su música callada, su delicadeza,
con el fervor de un viento que no olvida.
Sé que este martes de noviembre,
mientras paseo atravesando el frío del otoño,
tu voz me grita desde su silencio,
desde otro cielo y en ningún lugar.
No pude oír desde tan lejos el sonido del aire
pero aprendí a mirarte en cada rostro,
en la agonía verde de los árboles,
en su inasible luz, sabiéndote despierta
de tu profundo sueño, no de mí.“La mirada extranjera” 1984-1985
Divagaciones sobre el príncipe azul
Está sentada en medio de la alfombra,
con una mano sobre sus cabellos y
en la otra un anillo
que hace girar con un furor mecánico
bajo la luz escueta de la lámpara.
Murmura con excesiva lentitud,
oigo su voz, golpea
como la lluvia contra los cristales,
empañando sus gafas con una incómoda humedad.
Ah, la emoción del trance, o quizá sólo
es el calor que viene de la estufa.
Él se levanta, dice, cuánto sufres;
dice, perdona, voy a hacer café,
necesitamos un descanso; vuelve;
es hora, piensa, de una pausa; y ella
no escucha, dice, mi tragedia es no
saber si el sexo satisface o si
es prescindible en su ilusión; escúchame,
ignoro incluso en quién o dónde estoy
cuando hago o digo cosas como ésta,
todo resulta tan confuso, intenta comprender.
Él pone azúcar en la taza, dice,
admiro tanto tu sinceridad.
Tiene la blanca mano
apoyada en el libro pequeño,
sobre las pequeñas hojas blancas
donde, absorta, se pierde.Hundida en el sillón, los ojos
tibiamente impregnados de sensación de ver,
aunque sin forma; en torno los objetos
se alzan como muros
a los que sólo la incansable
profundidad de las pupilas
puede ahondar en plenitud, y observa
el modo simple en que se acopla el mundo
a su tacto, sin queja.
Cuanto sus dedos asen
fuertemente lo tiñen de lucidez. Del cerco
nunca insalvable de la lejanía
en que hasta las palabras
más repentinamente próximas participan
la protege este libro pequeño,
en cuyas pequeñas hojas blancas sus blancas manos se posan.Y algún vago deseo
le asalta: «cuerpo hermoso
para ofrecer, quién sabe, blando muslo,
labios acaso con temblor de aurora».
Pero apenas si el brazo, febrilmente extendido,
roza el sereno cristal que nada responde.Ciego el espejo es
para el que en su pulida entraña no consigue iniciarse
con claridad. Y vuelve
a acariciar su cuerpo, que, de nuevo, insensible,
se funde en la lejana realidad envolvente.Cuando ha dejado de sentir el apacible mordisco de las
últimas luces
cierra con lentitud el libro. Y comienza otra noche,
en donde los objetos, incluso los más cercanos, también a ella
la ignoran.
“Víspera de la destrucción” 1966 – 1968
Una mujer, un hombre, una ciudad.
La ciudad sin objeto. O una escena de amor.Alguien que se desdobla en estrías de luz,
caminando sin prisa por los soportales.Una mujer aún joven; sus inciertos poderes
sin otros límites que los que impone
un rostro ajeno donde nadie ve.El hombre avanza a tientas por el pálido cielo,
dueño de un aire intacto que no puede usar.Ando cansada por las avenidas,
dice; no es amarillo
este fuego en que quemo mi vacilación.Él no responde, se reclina, espera.
Ella sonríe. No es silencio: sabe.Del otro lado del espejo, noche.
Y una mujer, un hombre, una ciudad.“La mirada extranjera” 1984-1985
(según F. F. C.)
Estas son mis palabras,
mis últimas palabras.
Crecen en torno a mí sin que yo las vigile,
luego retornan a mi boca
y en ella se aposentan para pasar la noche.
Las digo en voz tan baja que ni tú las escuchas
a ras de suelo, tan inaprensibles
que hasta las piedras las absorben.
Todo es posible aquí. Tan sólo yo
soy imposible, un rostro
sin color ni volumen
por estas galerías donde se repiten
espejos en espejos. Todos están deshabitados.
Nada devuelve su espesor, salvo una luz confusa,
dibujando mi ausencia entre los vidrios rotos.
Narciso fui cuando vivía.
Mientras no estuve en el arcén del tiempo,
lo miraba pasar. La muerte ahora
es la venganza de los otros, de
esos otros extraños a quienes amé
sin proyectarme en ellos. Ven a mí.
No te haré ningún daño. Sabe que
de soledad en soledad
huí de un cúmulo de eternidades
para cruzar la tierra. Fui viajero,
me deslicé hasta sombras que antes no conocí,
y en este exilio, cuando miro atrás,
pienso en el sueño de los justos:
un islote de espuma saturada de azul.
Tal vez los fríos del invierno sean piadosos conmigo.
Sé que sobre mi tumba nacerán flores amarillas.
Surges de un cielo antiguo,
del frescor crispado
con que la nieve repentina azota la ciudad.
Te cubre un halo, como en una foto
en la que se ha perdido el claroscuro
y los contornos y tan sólo el frío
te reconforta y te protege.
sobre la cartulina
mis dedos acarician lo que intuyen de ti
y se demoran, impacientes, como quien espera
que se abra una puerta.
y le inviten a entrar.“Profundidad de campo” 1997 – 2000
Cuánta ceniza ardiente llueve el cielo,
ecos antiguos de una voz que pasa,
ese enemigo que inventó el espejo
y me instaló sin verme en su mirada.
Dando bandazos, el invierno cae;
no me permite desdecirme. Calla
para obligarme a oír desde el silencio
el rumor con que anula las palabras
y hace hablar a los árboles, a las
piedras desnudas, a los puentes, con
el lenguaje del agua.
Burlón y regio por las galerías,
el aire muerde sin cesar las ramas;
ellas me enseñan a mirar sin odio:
el sol es siempre nuevo cuando se levanta.
El frescor de las cosas desmiente mi agonía,
y en este cuerpo imán de tu memoria inscribo
el lastre fiel de un monólogo en calma.
La noche apoya su cabeza en mi hombro,
su materia sensible. No hay nostalgia,
sino copos de tiempo que la noche aventa
en un espacio vuelto madrugada.
Mis ideas acerca del futuro
crecen como burbujas de sustancia.
Por qué seguir; la escena ha terminado,
y ahora que ya no necesito nada
(si acaso respirar la luz del día),
ahora, cuando descubro que esa luz no acaba,
sé que el camino existe
porque por él avanzo: soy camino.
Sobrevivir ha sido mi venganza.De “Tabula rasa” 1985
yesca me han hecho de invisible fuego
Francisco de la Torre
Fui un viejo juglar, y conté historias.
Mi nombre os es indiferente.
Sólo dejo constancia de mi oficio
porque fue oficio quien dictó mis versos
no la pequeña vida que viví,
ni su dolor, ni su insignificancia.
Ella murió conmigo, y aquí yace,
desnuda como yo, bajo esta piedra.
Es tan sólo una hipótesis, pero aún así
G. lonas, Untitled poem # 3
Dice que sólo duerme con extraños, que
gracias a los extraños puede dormir en paz
y permitirles ser amables anfitriones
siendo a su vez una invitada amable.
Ellos no pueden tomar nada que le pertenezca,
ella tampoco nada que les pertenezca
salvo lo más externo de su piel
y el café con tostadas en el desayuno.
Tras noches como ésas se siente tan feliz.
Dice que sólo duerme con extraños, que
de ese modo resultan más sinceros.
Saben que ella está hoy,
sin que jamás se hable de un mañana.
Si se lleva consigo algún objeto,
es relativamente fácil perdonar.
Y si olvida algo suyo sobre la mesita
pueden tirarlo luego sin problemas.
Es un dedo en un timbre después de atardecer,
o una voz dulce en el teléfono.
La promesa, tal vez, de una postal que no
suele firmar, y sin remite alguno.
Dice que sólo duerme con extraños, que
ellos así reservan para ella
sus más limpios manteles
y su mejor sonrisa.De “Tabula rasa” 1985
Fabulación sobre fondo de espejo
La realidad. El tiempo. Ves tu mano
sobre una taza. El humo difumina
las cosas. Tu cigarro. Aquí termina
tu verdad, cuanto tocas. Sabes vanoel amor, puro viento de verano
que el otoño deshace e ilumina
con dejadez. La sombra que declina
envuelve los objetos, como un vanorescoldo de luz pura. Vuela intacto
a la viscosa oscuridad de donde
surgió. La paz, de nuevo. Sosegadanotas el alma en ti. Borroso, el tacto
desdibuja tu cuerpo y te lo esconde
bajo otro cielo gris. No sientes nada.“Víspera de la destrucción” 1966 – 1968
Con Marta y Andrés Sánchez Robayna
¿Qué me ofrece el silencio de esta noche,
este amor sin excusa, vuelto aprendizaje?
Paseo por las calles
de esta ciudad extraña
donde incluso las flores tienen dueño.
Miro las nubes grises,
el aire iluminado por una luna artificial,
y escucho el parpadeo de los claxons en la carretera.
Los grajos llueven en bandadas,
vierten su humosa niebla sobre las ardillas,
pero el olor que brota de la hierba
no es un olor distinto
del olor con que noviembre ahora irrumpirá en tu cuarto
diciéndote que empieza a amanecer,
aunque sea otro el mar, otros los árboles
y otro el azul que inunde tu mirada.
El día muere en Austin y estoy solo.
Aquí, de pie, junto al Brick Oven,
pienso en tu cuerpo, en ti-
¿ Qué podría ofrecerme esta noche de otoño
que no me ofrezcas tú?“La mirada extranjera” 1984-1985
La grímpola en el mástil y el cincel diminuto,
el estilete, el fuste y la magnolia:
todo materia de dolor.
(¡Abridme
las puertas de la noche!)Pero dónde el cendal,
dónde la encubridora
sierpe, el misterio dónde
está que por el aire
sola tu ausencia en sombra
como olvido transcurre.Nada pasa, amor mío.
En la ciudad desierta, el humo del alcohol
como la lluvia es breve; es un cuchillo
helado, o una forma
que pesa; pero acaba,
(todo acaba, amor mío)
como la lluvia, sobre tu soledad.Mira el voluble y cálido sopor de los escaparates,
el triste parpadeo sin destino de las luces eléctricas.
No recorras las calles
ahora que en las paredes, ciegas de tanta cal, unos labios resbalan
y en el aire agoniza el último murmullo de una balada del amanecer.Escúchame, no temas
la quemazón hiriente de los focos,
la luz dispuesta en cajas sobre los anaqueles.
No es verdad, amor mío.
Todo es júbilo aquí: la alegre máscara
del bailarín inmóvil y el asombro
de la muchacha sorprendida al borde del acantilado,
mientras el viento sueña
con alacranes rubios y alfileres
que la niebla diluye.Cuánto espacio mudable en avenidas.
En el húmedo césped, como verdor que estalla,
hay celajes de púrpura
y acrisoladas flores de papel.Ven, ven. Tus ojos brillan.
Bajo la abrumadora sombra de los parques beso un cuerpo dormido.El aire gime y tiembla como azulada llama de un antiguo quinqué.
¿Sabes? La lluvia arrecia
sobre esta humosa floración de bruma
mientras el boj repite sin límites
sin límites
dulce cuerpo desnudo
sobre el que desemboco
como en la mar, o el mar, o un mar: tragaluz de las olas.Mar total que es un nombre,
un nombre perseguido sobre un labio.
De “Una perenne aurora” 1969
A Ahna Bishop y René Jara
I
El mar, incomparable.
El oleaje quieto de tu desnudez
golpeando con calma este silencio
en los acantilados de mi excitación.
El cuarto está tranquilo. No hay fronteras.
Miro el escueto resplandor del día
desperezándose sobre tu piel.
Dormida,
sabes de los vestigios donde se disuelven
la tormenta y su furia. Justo al filo del alba.
Nunca los cuerpos solos en su soledad,
siempre aislados en la multitud.
Te escucho respirar, tan lejos y a mi lado,
como el agua que muere,
libre en la voluptuosidad de tu deseo
vuelta espuma sin nombre,
en la desierta arena del amanecer.II
Yo inventé nombres para ti,
tú, la aún no nacida,
la oculta por un nombre que no quise ver.
Esperé mucho, demasiado tiempo
para poder sentir
desde el silencio ahora inevitable
el rumor de mi cuerpo junto al tuyo,
este mar sin fronteras
donde navego al pairo y busco naufragar.
Yo inventé nombres para ti,
como otra forma de caricia.
El alba es ya conciencia
y nos acoge. Ven,
acércate. No hay nada
como saber que el mundo es un sendero
y nos invita a caminar.“La mirada extranjera” 1984-1985
A Vicente Granados
las entrañas heladas tomaron poco a poco en piedra dura.
Garcilaso
I
La frágil tranquilidad de un hombre solitario
tiene a veces la forma ondulada de un cuerpo nunca poseído.
Nada es entonces tan desoladamente triste
como el silencio que mana de sus ojos;
nada tan profundamente comunicable
como ese gesto inconsciente de vida incorporada a la tierra
que envuelve la inmovilidad de su humano abandono.(Quien no ama, no avanza. Permanece sin nombre.)
Sentado, el hombre mira su soledad,
que una interrogación finge y deshace
sobre un horizonte sin frontera posible.A veces ser respuesta no sirve, nos limita.
Nadie puede
sobrepujar esta invisible y cálida pared
que la espuma corona.Labio de par en par, una ola fluyendo
como un sonoro beso sobre la arena estalla,
y en nítidos cristales
su insinuado fuego se rompe y desvanece.
¡Qué oscuridad! La noche. ¡Qué olvidada
su apenas blanca sensación de nube!El viajero medita.
Sobre el oculto pensamiento ondea
su cabellera lacia. El mar, el mar.
Y la palabra el labio nunca expresa.
Es un continuo ir
y regresar, crecerse
como en cascada: el mar,
inacabada eternidad, silente, renacido.Sin escuchar la temeraria voz de la arena, el hombre luego
se alza. ¡Qué ruidosas
sandalias! Cuando avance
su delicado pie rompa la espuma
su estar quieta, o allí, sobre las rocas
lentamente apagándose.Junto a la hiriente grava
hay sombra. Puede verse
que la verdad más cierta a veces choca
contra un muro de agua, donde un día
la libertad se escribe, y luego un golpe
de mar lo borra bruscamente.¿Dónde ahora la espuma silenciosa
que el horizonte envía hasta su mano?
Tiembla en el aire un polvo de ceniza
recién caída de lo alto.II
Henos aquí, de pronto,
frente al espejo. Cae
la luz y los perfiles
se desdibujan, arden
sin existencia. Blanca
superficie -fugaces
los límites- devuelve
una sombra: la imagen.
Sombra y más: soledad
sin origen. Es grave
la expresión y un vacío
se asoma por el valle
desierto de los ojos.(Qué inhóspita esta cárcel,
mudo cristal sin tiempo.)
Una arruga nos hace
más humanos, espíritu
sin medida, el instante.Alrededor el mundo,
silencioso paisaje
de tristeza, se alza
sin amor. El ropaje
con que al mirar vestimos
nos aísla. Se esparce
en torno, como un don,
nuestro existir, e invade
sin poseer. Y es tarde
para iniciar de nuevo
la andadura. Distantes
nos contemplamos: dioses
del universo. Y cae
la luz y los perfiles
se borran y no hay nadie
ni nada. Sólo el hombre
y sus dos realidades:
la soledad, la muerte,
turbio río secándose.Henos aquí. Buscábamos
la brevedad, el trance
de la vida al amor.
De pronto nos invade
el misterio. Miradnos.
En nuestro pecho yace
la tristeza. Ya somos
humanos, perdurables.“Víspera de la destrucción” 1966 – 1968
A mi hijo Sergio
only when the dock stops does time come to life
W. FaulknerDe mi inconstancia bajo a ti,
igual que quien se adentra por un prado
con una libertad no del todo insumisa.
Una implacable duración golpea
el rostro de estas horas que no reconozco
porque cruzaron sobre mí sin verte,
sin comprender ni disipanne, sólo
con la desnuda terquedad de un aire desolado.
Te miro caminar hacia mi lejanía. Soy ya viejo
para unos ojos que aún esperan. Vienes,
frágil como la lluvia, entre las cosas
que la rutina implanta entre los dos. Querrías
ser como tú imaginas que yo soy.
Se me han ido los años. Si supieras
con qué avidez me acerco a tu ternura. Fluyo
entre libros extraños y lugares sin sol,
poblando su silencio con palabras
que no me implican ni me dicen, sólo
son un mero refugio
aunque para ti lleguen todavía
envueltas en el aura de un misterio,
de ese misterio absurdo por el que perdí
ver tu niñez creciéndome, hijo mío.“La mirada extranjera” 1984-1985
Estas palabras que te escribo
piensan de modo diferente
y en otras cosas que no son tú y yo.
Pero es difícil rehuirlas. Vienen
para negarme la mudez, ser carne,
aún sabiéndose infieles
porque no son espejos, ni conocen
el temblor que te invade cuando duermes
desnuda junto a mí. No sé decirlo
y, sin embargo, ellas acuden siempre
y te acarician. Las palabras son
mi forma de estar solo y ofrecerte
una pequeña sensación, un gesto
sin importancia. Tómalas. No mienten.
Son como son. No buscan la agonía,
pero tampoco eluden convertirse en muerte,
dar testimonio sin venir a mí,
ser ellas mismas aunque yo las niegue.
Si mis palabras no hablan del amor, es sólo
porque piensan de modo diferente.De “Tabula rasa” 1985
I
Pura como un enigma,
como la luz desnuda que respiro,
dime qué soy para el silencio
de esta noche de agosto,
sin milagros ni júbilo,
de este noviembre anticipado
donde el amor se anilla como fruto
sobre tus hombros frágiles, y tu
cuerpo se vuelve playa rumorosa
para mis manos, donde se endurece
tanto brusco recuerdo,
como un mar desbocado
que fuese asombro y muerte y aventura
y no supiera que aún hay tiempo, que
halló hospitalidad donde halló nido.II
Desnuda y grácil como el aire
viniste a mí desde una primavera
donde la nieve es dulce y da sentido.
En tu amorosa inundación moraba
la plenitud de un mundo devastado
sobre el abismo de la carne. Ardías,
sola en medio del frío
que me llevaba a ti, blancor indescifrable
donde no hay antes ni después ni nunca
sino luz, puro espacio
donde el deseo anida sin objeto.
Es otoño otra vez. No hay soledad, ni voces,
sólo palabras que simulan lumbre
sin comprender que el agua de tu boca
pudo apagar el fuego de mi infierno.III
Esta lenta penumbra con que muere noviembre
se posa en la terraza, junto a la enredadera
que ella sembrara un día tan cercano.
Una pereza húmeda diluye su memoria
entre la tierra seca, como esa sed tan dócil,
empapando una lluvia que no llega.
Aquí buscó fingir un posible horizonte
inventando una gruta que fuese como un cielo,
y conoció la muerte por sí sola.
Es éste un sitio donde crecen flores.
Supe de la ternura por su opacidad.
Y era el aire tan frágil que no siento su aroma
sentado en esta noche donde el sol ya no brilla
oculto como está bajo una nieve
hecha de amor y límites y olvido.
De “Tabula rasa” 1985
I
recuerdo vagamente
que comenzaba el frío del otoño
o quizá se tratase del estremecimiento
de despertar de pronto junto a un cuerpo dormidorecuerdo el gorjeo del mirlo en el jardín
pero ¿cómo recordar si era él quien cantaba?II
una apacible máscara
niega saber que un labio son cien labios
cuanto el aire corrompe
con indiferencia con obstinaciónigualmente real
tu nombre pide un desenlace
un poco de la blancura con que los ojos entreabren
tras la vitrina por azar la lluvia
la luz indecisa goteando sobre un hombre que pasahace tiempo y lo sé
tal vez perduren todavía
la forma de mis pasos
un gesto sin memoria por algún lugarIII
¿me reconoces aire
bajo la corteza de las palabras en que fui?
mi voz navega sin vacilaciones
en un paisaje de sonidostiempo tú puro espacio
en este mediodía que duerme
el agua dice soyun exceso de luz
vuelve tu cielo inhabitable.“Otra escena/Profanación(es)” 1975 – 1979
I
Esta mañana somos dos los que observan el movimiento de las hojas, el cíclico murmullo de los primeros rostros que marchan al trabajo; dos los que miran lo impreciso de cuanto existe ajeno y nos rodea y a su manera nos define como ajenos también. Tan sólo el ocio frágil de la imaginación pudo asociar un día tantos datos dispersos y construir sobre el caótico montón de sus detritus un simulacro de saber. Nos cegó el énfasis soberbio de inventar historias, de otorgar sentido. No supimos ver sino la luz, o, cuanto más, lo iluminado. Nunca nos detuvimos a sentir los ojos, su cotidiana sensación de estar, que no da nada y todo lo recibe, como un don. Fuimos uno (mirar nos desdoblaba). Tuve piedad (tuvimos) del gorrión temprano, del solitario poto, del jardín deshabitado por la lluvia bajo nuestra ventana. El día viene ahora hasta nosotros como presencia sólida y el aire que me azota dice que en el silencio oscuro de mis pasos hoy somos al fin dos, yo, tú, nunca nosotros ni su crimen lejano, reconocida tú, por quien camino.II
Ah, pronunciar el aura del viaje, sentir un poco cuando el sol lo pida, decirte soy como lo escucho, y escuchar lo que digo y descubrirme ahí. Los murmullos que estallan en mi boca queman como faros y, a no dudar, impiden que te exile la luz, donde la hierba crece franqueando el espacio
de los ojos. La muerte ya no insiste: una simple emoción reconocida. De nadie nos consuela la fidelidad (su intensidad es silenciosa). Así, sonrío al borde de mi voz. Piedra angular. O antorcha. La locura.III
De todas formas nadie nos espera. No hay por qué apresurarse. El cartero pasa de largo, sin llamar (no llamará dos veces, ya lo ves). El agua le chorrea y busca dónde guarecerse. Para qué, me preguntas. Y de qué. La lluvia. Siempre llueve en esta época del año. No sé por qué buscamos,
sin embargo, su secreta razón, su calidad de imprevisible. Abandonemos pronto este recinto; pero no, no es recinto. El frío de la tarde desconoce que aún quedan sensaciones sin clasificar, el sonido amortiguado de los tubos de escape, la lividez del cielo azul plomizo, el olor del mal tiempo que camina entre rachas de sol y nubes grises, como un cabrilleo de liquidación, sus maneras afables y alguna referencia más bien vaga a las cisuras que parecen otorgar a cada historia su enfática porción de intimidad. La ceremonia ciega, ¿en qué consiste? Dejemos ya de divagar, me dices, no nos caiga la noche. Ah, sí, la noche.IV
La sombra oblicua que nos desdibuja en el límite del día sabe del entusiasmo de las estaciones, de la hazaña del tiempo, del dolor que acumula un pensamiento inhóspito. Allí el deseo se agazapa, se acomoda a un espacio elaborado con fragmentos de hierba y levadura triste. Nada tan
dócil como la sorpresa de distinguir rendijas familiares por donde penetra un sol sin atributos. Brilla su imaginaria proyección sobre el escorzo de aparatos de bronce, de muñecos mecánicos, esa falsa materia que el mar vislumbra en la prisión del cielo. Ahora que somos dos (la tormenta lo
dice) y la noche que cae nos señala el camino con culebras de luz.V
A solas otra vez, irremediablemente, como el viejo serrín de una muñeca de trapo, desparramados entre restos de ternura y sábanas sin sol. El frío de la madrugada no precisa de afán. Un bulto inmarcesible hecho de incertidumbre, de ruidosa brega. La voluntad de abismo aturde igual
que música pautada en otras tablas, en la trinchera próxima. Un espacio concluso donde hacer mío el fuego que crepita en torno a las comisuras tristes de tu boca.De “Proximidad del silencio”
I
el escenario es siempre el mismoobserva cómo el cielo cae sobre los pájaros
cómo un humo delgado anuncia el límite del día
la violencia del fuego que nos conmemorano tienes otra desnudez
que esos puntos de luz
en donde te supones desdoblada
una segunda superficie que nadie recorre
sólo la imagen que te nombrareconstruir un símbolo vacío
sobre el lugar sin límites
donde todo comiencela no conciencia vuelta maquillaje
el terror de los sueños a permanecer
II
siento vivir tus ojos contra el sol que se apaga
frente a este muro destruidola ceremonia muere por desolación
el olor que has nombrado
más alto que la luz que el aire cristalino
es en mi rostro un brillo solitario
una extraña humedad
donde la noche nos reconocíael techo desploma su ceniza sobre el amanecer
antes que el tiempo acabe
y nos absorba y desdibuje
ahora que ya no somos inmortales
deja entrar la mañana
por los cristales mal cerrados
silenciosa y furtivasólo déjala entrar
para que todo calle y continúe“Otra escena/Profanación(es)” 1975 – 1979
A Pedro J. de la Peña
Y es esta luz (los sueños de la infancia,
el vozarrón acuoso de los ómnibus,
la melancólica decrepitud
con que las olas vierten su murmullo)
tímida luz, dureza de agonía,
no la oquedad sin límites
tras los escombros del amanecer.La voz al labio acude,
y se rompe, y resbala,
y no sabe cuánta culminación duerme en la noche
su plenitud: pupila
inmensa transcurriendo
entre unos grises párpados sin fondo.Todo ante ti es silencio, a cuyo tacto,
áspero, el tiempo acrece su gemido.
El chamariz, que es aire (un fogonazo
de oscuridad, la cálida estampida
de los sollozos), gime, desnudez
de un azul que agoniza entre los álamos.
Agonizar, qué triste maniobra
del corazón.
Canta, amor mío,
canta las hojas de los parques,
este sabernos que tampoco sacia,
pero que ofrece dulce compañía;
y tu vivir, hoy lluvia, ya no tierna
erosión, resplandezca
bajo esta humanizada soledad
que tu quietud penetra y convulsiona.
Los sueños que aún perduren
olvídalos, son máscara,
antifaces de sombra para el dolor. Escúchame,
mírame ser: sobre mi rostro adviene
la telaraña humosa de los días.Aunque ahora vuelvan a cantar, qué calmo
este mítico edén, los gnomos y las hadas,
tanta historia de príncipes
y de princesas que en abanico trenzan su sofoco,
tanto incansable pájaro dormido
de lo que un sueño fue.
Tú continúas
ante la clara umbría del otoño,
frío sopor de isla sin peces ni sosiego,
bajo una luna en paz.Amor, tu lucidez
qué torpe todavía.
Qué serena la escarpia resbalando
donde, con un chasquido, la luz asoma entre los árboles
y una música fulge
en el silencio.“Ritual para un artificio” 1971
Por qué dudar. No temo la aventura.
El deseo no es nada sino el deseo de romper
la superficie donde habitan todas las superficies,
de hablar con un lenguaje sin pronombres ni géneros,
sin verbos en pasado o en futuro,
de comprender, al fin, por qué la muerte es dura:
porque tu cuerpo ausente es sólo superficie.
La voz que me habla con tus ojos
es más profunda y dulce que el olor de las rosas
cuando estas flores imaginan
la nieve que se posa con delicadeza sobre tu piel, y nadie,
ni siquiera la lluvia, como pequeñas manos,
puede ser otra cosa que temblor. Esta explosión de pétalos
que se eriza en mis dedos cubre tu desnudez,
y el vaho de tus labios como un rostro confuso
construye, poco a poco, otro silencio para mi silencio.
Cerrar mis ojos y saber quién soy.
Si tú no estás la luz ya no es posible.
Si estás aquí la luz no es necesaria.
La audacia de adentrarnos, solos y juntos, en la madrugada.De “Tabula rasa” 1985
Si existe un cielo, llevará tu nombre,
vendrá despacio cada noche,
se sentará a mi lado, y con el resto
de la que fue solícita ternura
quizá me ofrezca compañía.
Cómo negarme a su calor, si es todo cuanto queda.
Tendrá tus mismos ojos,
su claridad sin límites,
y el verde aroma que tu cuerpo exhala
como quien abre puertas en la oscuridad.
Si existe un cielo, el cielo serás tú,
tú, territorio cuya piel transito
mientras la muerte gira alrededor.
“La mirada extranjera” 1984-1985
El cartel claramente la anuncia:
Prohibido.
Y lo subraya: No arrojar la basura.
Y apagadas celindas,
diminutas, sin orden. Pareces responder
a su mirada. Llevas
un bonito vestido. Sí, no empieces
otra vez. El crepúsculo
siempre es triste. O acaso
era al amanecer. No la recuerdo.
Nunca me lo habías dicho
antes. Llueve. Corramos
hasta un cine. No importa. Tú acabas de cumplir
veinte años. ¿Me quieres
o no? Sí, tal vez no me quieras
ya. Qué fragante la noche.
De las celindas sube un tenue olor
que nos envuelve, cálido. Por siempre.
Nos amaremos siempre.Cómo has cambiado, amor.
¿Cuánto tiempo? Sí, llevas
un bonito vestido.
Se hace tarde. Me esperan.
Ahora, incluso te esperan. Ya lo ves. Y a ti ¿cómo
te va? Junto a estas tapias
derruidas, el tiempo
parece detenido. Miras
desvanecerse en humo tantas flores silvestres
sobre el sucio cartel. Qué poco queda
de nosotros, ¿verdad? Aunque ya qué decir.
Meditar en silencio. Sí, volvamos, es tarde.
A menudo prefiero
ir en silencio. Ahora
todo es distinto.
¿No te molesta? No. Me da igual. Amor mío,
cuánta tristeza inútil.Y oyes vibrar el viento entre los matorrales.
“Víspera de la destrucción” 1966 – 1968
Te extraño, oscuridad, mi vieja amiga…
Te extraño, oscuridad, mi vieja amiga,
mientras hago memoria de tu exilio insaciable,
de tu armazón endeble, de tu edad.
A través de las piedras donde el tiempo fabrica
un nombre corroído por vegetaciones
las ortigas deslíen tu poder.
El muro escucha erguido,
la música transcurre sin avidez y cede.
Otros lugares hay. También allí
tu soledad es necesaria.
Densas como un olvido tus palabras llegan a su fin
Queda un tibio y espeso calor que todo lo cubre.
Dónde anudar el hilo de tu historia, dime.
La luz que cae exime de sorpresa.
Dulce fue tu universo, oscuridad.
“Profanación”(es) 1979
Si te miro a ti,
que salga el sol o no salga
¿qué me importa a mí?Camarón de la Isla
I
Hermoso es el desorden de mi pensamiento.
Yo no sigo el ejemplo de los más ancianos:
busco lo mismo que buscaban.
Por eso, en esta diáspora de ti,
sé que el silencio que nos cubre es esto,
dos bultos que se pliegan y se envuelven
para volver de nuevo hasta su soledad.
Compruebo que es abril, que el invierno termina
y que incluso las flores son felices.
Soy como ellas, no pregunto nada;
y me limito a estar sobre tu cuerpo
como quien mira sin temor, de frente,
un eclipse
de sol.II
Déjame ser el huésped de tu boca,
la lentitud con que el calor recorre tu desnudo.
Soy como el frío de una noche desierta,
pronto a buscar cobijo en los derrumbaderos
donde hace nido la melancolía.
Hay tanto resplandor, la luna es tanta
que me deslumbras con la calidez
de tu silencio, y me sumerjo en ti.
Nunca pensé una eternidad tan cerca.III
Cada nuevo clima
es, al cabo, costumbre, y yo, extranjero.
El día ha caducado
y va a empezar la oscuridad.
Déjame que me oculte junto a ti,
en el frondoso bosque de unos ojos
donde no cesa de llover.
Acurrucado entre sus matorrales,
aguardaré a que tu pasión me señale el camino.
Sé que el aire es más dulce donde crece la luz.IV
Estoy tumbado al borde de tu claridad,
en la suntuosidad de una batalla
donde ninguno es vencedor,
y hasta el olor del cuarto,
donde rugen, insomnes, tu apetito y mi sed,
florece sin saberlo, como un musgo surgido
de mi humedad tan tuya, de un sendero
que nos conduce hasta ese mar sin olas,
la tierra azul donde se desordena
el centro mismo del placer, la espuma
en que consiste toda esta explosión, y, al fondo,
la lluvia que golpea las ventanas,
la lluvia siempre otra, insobornable,
con sus lentas espinas.
V
Apaga las estrellas,
desconecta el sol.
quiero adentrarme a tientas
por los acantilados de tu piel,
reconstruir sobre tu boca
las letras, una a una,
con que dar nombre al fuego,
a la locura de saber que he visto
el cielo tan de cerca, o no, tan mío
que mi país se llama medianoche.
¿Quién eres? ¿Dónde estás? Qué importa,
si te elegí entre todas las estrellas.VI
Descubrir los motivos de la aurora
es otra forma de pensarte,
asomado a la baranda del anochecer.
En cuanto a mí, no sé,
¿qué más puedo decirte?
Sólo que por tu causa
casi tuve el proyecto de durar.VII
Detrás de mi silencio oíste «no”,
cuando quise decirte que no hay olas sin
la polilla del tiempo, su escozor,
o el duermevela de un escalofrío.
De mi antigua ambición no queda nada,
quizá no más de un torpe balbuceo
quemado en el rescoldo de tu boca.
Déjame a solas con la muerte.
Para impregnarme de tu luz
fue necesaria la tiniebla.
Luego, al quebrar el alba,
con un desasosiego
que tiende a confundirse con la oscuridad
busco tus ojos en los míos
para que me confirmen que viví. ¿Me entiendes?
También yo, como el sol, me pondré un día.
Escribiré un poema sin mujer, sin nada,
y al leer las palabras que dan forma a mi rostro
tal vez no adviertas que no estoy. Abrázame.
Pido la vez para apagar el sol.
Viaje al fin del invierno 1995 – 1997
Zoey, o de qué color son las princesasFounderous wilding weeds endear paradise.
Louis ZukofskyLos impactos de luz no son el día,
aunque canten la vida que no sé
y haya un sol tan extraño
que aspire a serlo sin palabras, sin
viejos nombres, sin furia, sin misterio,
ese albor de la muerte donde se asienta el mar.
Yo ya no juego Con la luz. No quiso
saber de mis raíces, de las sensaciones
que me acunaron, las que observo en ti,
sumida, como estás, en el instante
frágil de una niñez que una vez fue mi reino.
En lo más hondo de su plenitud
hay un candor que inventa mediodías
con el fluir concreto de las horas:
un mundo hecho de Cosas que se dan y perduran
transmitiendo su flujo copo a copo.
Mientras, el tiempo (que no se repite)
me circunda. Heme aquí. Ya no podría
abrir mis puertas a tu amanecer,
pero la noche ha sido mi morada,
y aún puedo percibir, sin su desasosiego,
ese aluvión de estrellas y de auroras en flor
que reclaman su cuota de rocío.
Si parco fui, tu sueño se ha vengado
de mi silencio, en esta concha
donde reposa el río que nos lleva.
Dejemos que su claridad disuelva mi costumbre.
No intentaré siquiera comprender.
Un árbol no comprende el viento que lo visita.