Pasternak, Boris (1890-1960)
Poeta y novelista ruso nacido en Moscú en 1890.
Hijo de un famoso pintor y de una conocida concertista de piano, inició su educación en un Gimnasio alemán de Moscú y adelantó estudios de música con el famoso compositor Skribain hasta 1910. Durante algunos meses adelantó cursos de Filosofía en la Universidad de Marburgo de Alemania, viajó por Italia y finalmente regresó a Moscú para dedicarse definitivamente a la literatura.
La forma de sus versos de juventud es compleja. Sólo en los últimos años su obra alcanzó la diafanidad de los clásicos. Algunos títulos como
“El gemelo en las nubes” en 1914, “Más allá de las barreras” en 1917,
“Mi hermana la vida” en 1922, “En trenes de la mañana” en 1943 y
“La vastedad terrestre” en 1945, hacen parte de su obra.
Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1958, por su única novela “El Doctor Zhivago”, traducida a numerosos idiomas.
Fue un gran traductor al ruso de Shakespeare, Goethe y Rilke, entre otros.
Falleció en Peredelkino en mayo de 1960
¿Acaso yo no sé que hundida en las tinieblas,
jamás a la  luz llegaría, la ignorancia,
y que soy un monstruo, y que la dicha de cien  mil
no me toca más que la falsa felicidad  de cien?
¿Y acaso yo no me  ligo al quinquenio,
no me caigo y levanto con él?
Pero, ¿qué voy a hacer  con mi caja torácica,
y con lo que es más rutinario que toda  rutina?
No está bien que en los días del gran consejo,
en el que las  plazas se han dado a la pasión suprema,
se deje la vacante del poeta:
ésta  es peligrosa, si no está vacía.
1931
Versión de César  Astor

Definición de la labor creadora
Abierto el cuello de la camisa,
peludo como el torso de  Beethoven,
recubre con su  mano,
cual tablero de  damas,
el sueño, la  conciencia,
la noche y el  amor.
Y una dama negra
-como loca de dolor-
prepara al  mundo
para la representación,
cual  guerrero a caballo
sobre  simples peones.
Y en el jardín,
donde de  la cueva,
del hielo,
las estrellas se asombran fragantes,
cual feliz  ruiseñor,
sobre el cuerpo de  Isolda
feneció la frialdad de Tristán.
Los jardines, estanques y  vallas,
todo el gran  Universo
de gritos de  albura,
no son otra cosa que descargas
de la pasión  acumulada
por el humano  corazón.
De “Mi hermana es la vida” 1917
Versión de César Astor

Por cimbreante ramita aromada,
absorbiendo  en tinieblas su néctar,
de un cáliz a otro corría
la humedad  de alocada tormenta.
Deslizándose de uno a otro cáliz,
dejó en ellos, muy nítida,
una gota, enorme, cual ágata,
reluciente, colgante y tímida.
Nada importa que el  viento,
que azota  el arbusto,
esa gota torture y aplaste.
Queda entera, no  rompe,
y quedan dos  más
que se besan y beben.
Y se ríen, e intentan  soltarse,
mas se yerguen, y quedan como antes.
No caerán esas gotas del  cáliz,
no podrán separarse por nada.
De “Mi hermana es la vida” 1917
Versión de César Astor

 Amiga mía, ¿tú  preguntas
quién ordena que arda  el
habla del  inválido?
Vamos a soltar las palabras
como  un jardín, cuál ámbar y monda:
con distracción y generosamente,
apenas,  apenas, apenas.
No hay que mencionar
porqué con  tanta ceremonia
la rubia y el limón
han salpicado las hojas.
Ni a  quién lloró en las púas
y por las varas se metió
en las notas, hacia el  estante
a través de las persianas.
Ni a quien manchó con serbas
la  alfombra, tras la puerta,
y al lado, palpitantes,
las letras en  cursiva.
¿Preguntas quién ordena
que agosto sea largo,
para quién  nada es pequeño,
y quién da el acabado
a las hojas del arce
y desde los  días del Eclesiastés
no ha abandonado su puesto
labrando el  alabastro?
¿Preguntas quién ordena
que los labios de los asteres y  lirios
de septiembre sufran?
¿Que la hojita del sauce,
de las  cariátides canosas
haya volado
a la humedad de las losas
de otoñales  hospitales?
¿Preguntas quién lo ordena?:
El Dios Omnipotente del  amor,
el de los Yagáilov y las Yadvigas.*
No sé si habrá sido resuelto
el  enigma de la nada de ultratumba,
pero la vida es minuciosa
como el  silencio otoñal.
*Yagailo y Yadviga: Gran Duque de Lituania y Reina de  Polonia, cuyo
matrimonio dio comienzo a la unidad polaco-lituana  (1386-1572)
Versión de César Astor

No, no soy yo quien le  ha hecho estar triste.
Yo no merecía el olvido de mi patria.
Era el sol el  que ardía en las gotas de tinta,
como en racimos de grosella  polvorienta.
Y en la sangre de mis cartas y pensares
apareció la  cochinilla.
Esta Púrpura del gusano es de mí independiente.
No, no soy yo  quien le ha hecho estar triste.
Fue la noche que se hizo del polvo y,  ardiente,
a ella besaba, ahogada en el ocre, cual polen.
Eran las sombras,  palpándole el pulso.
Era ella que, saliendo del seto,
a los campos les  daba la cara
y ardía, flotando por el aceite de las cancillas,
cubiertas  de penumbra, ceniza y amapolas.
Fue el verano todo, que ardiendo en los  marbetes
por los estanques,
igual que equipaje que el sol salpicara,
el  pecho del sirgador selló con lacre
y quemó sus vestidos y  sombreros.
Fueron sus pestañas las pegadas por la claridad,
fue el  disco asalvajado,
que, después de rascarse en la valla los  cuernos,
destrozaba la empalizada pegando cornadas.
Fue el oeste, que volando a su voz  cual carbunclo
y zumbando, se apagó en media hora,
derramando la púrpura  del frambueso y los tagetes.
no, no soy yo quien le ha hecho estar  triste.
Versión de César Astor
 
 
Bebo la amargura de los  nardos,
la  amargura de cielos otoñales,
y en ellos el chorro ardiente de tus  traiciones.
Bebo la amargura de las tardes, las  noches,
y las multitudes,
la estrofa llorosa de inmensa amargura.
La sensatez  de engendros de talleres no sufrimos.
Hostiles somos hoy al pan  seguro.
Inquieta el viento aquel de los coperos brindis,
que, muy  posiblemente, jamás se cumplirán.
Heredamiento y muerte son comensales  nuestros.
Y en la serena aurora, los picos de los árboles llamean.
En la  galletera, cual ratón, rebusca un anapesto,
y Cenicienta cambia con premura  de vestido.
Suelos barridos, en el mantel…    ni una migaja.
El  verso es sereno cual beso infantil.
Y corre Cenicienta, en su coche si hay  suerte,
y cuando no hay ni blanca, con sus piernas también.
1913, 1928
Versión de César Astor

¿Fue todo realidad? ¿Es hora de paseos?
Es mejor dormir  eternamente, dormir, dormir,
y no ver sueño alguno.
Otra vez la calle.  Otra vez la cortina de tul.
Otra vez, cada noche, la estepa, el almiar, los  lamentos,
ahora, y en adelante.
Las hojas en septiembre, con asma en  cada átomo,
ven en sueños silencios y sombras. De pronto despierta el  verbel
la carrera de un perro.
Espera que se tiendan. De pronto  aparece un gigante,
y otro. Unos pasos. «Aquí hay un tornillo».
Un silbido  y una voz: «¡Espera!»
¡Si él, literalmente, hundía, desmoronaba el  camino
con nuestro paso! El hasta el suelo
torturaba  contigo.
Otoño. Baja un abalorio de amarillo azulado.
¡Ay, como tú,  podredumbre, he de morir!
¡Qué cansado de vivir estoy!
¡Oh! A  destiempo la noche nos inciensa con las maniobras
de las locomotoras; cuado  llueve cada hoja se quiere
marchar a la estepa, como aquéllas.
!Las ventanas me hacen escenas. ¡Pero  es en vano!
La puerta salta de los goznes cuando el hielo
le besa los  codos.
Preséntame a alguno de los ahítos,
como ellos, por la cosecha  de los campos del sur,
solares y herrumbre.
¡Pero con la dentera, el  pasmo, los terrones
en la garganta, con la tristeza de tantas palabras
te  cansas de tener amistad!
Versión de César Astor

(dos fragmentos)
I
Yo he amado también, y  el aliento
del insomnio, temprano, temprano,
desde el parque bajaba al  barranco,
y en tinieblas,
salía en volandas hacia un archipiélago
de  calveros cubiertos de niebla felpuda,
de menta, de ajenjo y codornices.
Y  allí acrecentaba su peso el amor,
me embriagaba cual ala que toca el  disparo,
caía en el aire, temblaba de fiebre,
y como el rocío cubría los  campos.
Allí me encontraba la aurora. Hasta  las dos
brillaban riquezas del cielo infinito.
Los gallos, entonces,  temían las sombras.
Trataban de ocultar sus temores,
mas de sus gargantas  salían bombas de fogueo,
y el espanto les daba una voz de falsete.
Se  apagaban las constelaciones. Como hecho de encargo,
por el claro asomaba un  pastor
con cara de apagaluces de saltones ojos.
Yo he amado también. Y  ella, por ahora,
quizás viva aún. Pasará algún tiempo,
y algo grande, cual  otoño, un día
(tal vez no mañana, más  tarde,
cuando  sea)
se encenderá sobre la vida como un resplandor,
apiadándose de la  espesura. De la luz de los charcos,
que se mueren de sed como ranas. Del  temblor leporino
de los prados, cuya oreja recubre la estera
de hojarasca  del año anterior. Del ruido,
que semeja un falso oleaje de vida pasada.
Yo  he amado también, y lo sé: lo mismo que campos mojados
vemos siempre al  comienzo del año,
cada pecho mantiene en su fondo
un febril amor a mundos  nuevos.
Yo he amado también, y ella aún vive.
y lo mismo, patinando en  tempranos comienzos,
permanecen los  tiempos,
y se esfuman  detrás del instante.
Esta linde es hoy, como antes, muy fina.
Como  antes,
el pasado remoto parece reciente.
Como  antes,
apartado de los testimonios,
enloquece el  ayer, simulando ignorar
que no es ya nuestra casa de hogaño.
¿Es esto  Posible? ¿Es decir, que, en efecto,
el amor no es durable, sino que se  aleja
durante toda la vida
cual tributo de asombro al  instane?
1916, 1928
2
Dormía. Aquella noche velaba mi  espíritu.
Sonó un golpe. La luz se encendió.
La ventana anunciaba  tormenta.
La abrí como estaba, a medio vestir .
Así es como nieva. Así  murmuran los copos.
Así balbucean las bocas de signos.
Allí está el  original;
aquí, la palidez de la  copia.
Allí está todo en  sangre;
aquí no hay sangre  alguna.
Allí, iluminado, cual difunto,
por débil luz del  ventanal,
limpia el aféizar con las lilas
-el frío croquis de un glaciar  .
En noche ginebrina el Sur entreteje,
como en trenza de mujer  meridional,
brillos de algarrobas y de albaricoques,
orquestas y barcas, y  risas de olas.
Y, cual revolviendo castañas,
echa en braseros con el  cogedor
bebidas de hombres,
y  de las mujeres,
jarabe con luz y calor.
De cada luz llega una  plática.
Y arriba, ahogándose, el olmo
el lienzo hace temblar de la  marquesa
y pinta con sus ramas en la gasa.
Tú mira, ¡qué fiebre en los  Alpes!
¡Qué fiel a la patria es cada paso!
¡Oh, sé bella, por  favor!
¡Oh, por favor, en cada caso!
Con tu belleza matadora,
cien  veces bella, más y más,
tú siempre, siempre, a todas horas,
de frialdad  fundida estás.
Pues, atropina y belladona
tomando, triste, alguna  vez,
igual que tú, miraré frío,
e igual que tú, «sufre»  diré.
1916
Versión de César Astor

Hay que vivir sin imposturas
Vivir de modo que con el  tiempo
Nos lleguemos a ganar el amor del espacio,
y oigamos la voz del  futuro.
Hay que dejar blancos
En el destino y no en el papel
y en  los márgenes anotar
Pasajes y capítulos de la vida entera.
Debemos  sumirnos en el anónimo
Y ocultar en él nuestros pasos
Tal como se oculta  el paisaje
Tras una niebla espesa.
Otros siguiendo tus huellas,  frescas
Recorrerán tu camino palmo a palmo,
Pero tú mismo no debes  distinguir
La derrota de la victoria
No debes renunciar ni a una brizna de  ti mismo.
Tú debes estar vivo.
Solamente  vivir
Hasta el final.
Versión de Gabriel Barra

Oprimo la mejilla contra el embudo
del invierno,  enroscado cual caracol.
«¡A sus sitios! ¡Quien no  quiera,
que  se aparte!»
Murmullos, ruidos, el trueno de una barahúnda.
«Es decir,   ¿en “El mar está  revuelto”?
¿En un relato,
que se enrosca cual cordón compresor,
donde se ponen en  cola sin prepararse?
Es decir, ¿en la vida? Es  decir,
en el  relato
de cuán inesperado es el fin? ¿Sobre la risa,
el jolgorio, la  confusión y las prisas?
Es decir, ¿que es verdad que se agita la mar
y se  aquieta sin preguntarle al fondo?»
¿Eso esto el zumbido de las  conchas?
¿Es el cotilleo de cuatro mosquitas muertas?
¿Arma estruendo la  tapa de fuego
cual si hubiera reñido con su sombra?
Se elevan los  suspiros de la boca,
en torno miran, y al punto… a llorar.
Y corren  carretas con negro ronquido,
y en nube muy blanca galopa un  audaz.
1913, 1928
Versión de César Astor

Poesía, te voy a jurar
y termino, estoy ronco:
tú no  eres el habla melosa,
tú eres el estío en tercera clase,
tú eres arrabal,  y no estribillo.
Tú eres asfixiante como mayo, Yámskaya,*
un reducto  nocturno de Shevardino,*
en el que lanzan gemidos las nubes,
marchándose  luego por lados distintos.
Y, doblándose en la espiral de las vías
-no  el estribillo, sino el arrabal-,
se arrastran de las estaciones a sus  casas,
no cantando, sino estupefactos.
Los restos de la lluvia manchan  los racimos
y largo rato, hasta la aurora,
desgranan acrósticos en todos  los techos,
lanzando burbujas con rima sonora.
¡Poesía, si debajo del  grifo tienes
una perogrullada, vacía, cual cubo de zinc,
que siga, no  obstante, fluyendo tu chorro!
¡Puesto tienes debajo el cuaderno: fluye,  pues!
1922
* Yámskaya: nombre de varias calles de Moscú.
*Shevardino: reducto del campo de batalla de Borodinó. (Nota del  traductor.)
Versión  de César Astor

Primavera. Vengo  de la calle
donde el álamo esta maravillado,
donde se asusta la  lejanía,
donde la casa tiene miedo a caer,
donde el aire es azul
como  el envoltorio de la ropa blanca
del que ha sido dado de alta del  hospital.
Donde la noche está vacía
como el relato interrumpido
que  una estrella dejó sin terminar,
para perplejidad
de miles de ojos  ruidosos,
sin fondo y carentes de expresión.
1918
Versión de César Astor

I
¡Oh, ángel  mentiroso, enseguida, enseguida
tendrías que haberlo dicho todo,
y yo te  habría dado de beber pura tristeza!
Pero así, no me atrevo; así, ¡ojo por  ojo!
¡Oh, aflicción, que infectó la mentira al principio!
¡Oh, dolor, oh,  dolor en la travesura!
Oh, ángel mentiroso! ¡No, no es mortal  sufrimiento
el del corazón, del corazón que padece un ezcema!
Mas, ¿Por  qué tú al despedirte
a mi alma regalas corporal dolencia?
¿Por qué sin  objeto me besas cual gota de lluvia,
y, riéndote, me matas, como el  tiempo,
por todos, y ante todos?
2
¡Oh, vergüenza! ¡Tú eres una  carga para mí!
¡Oh, conciencia! ¡Cuántas ilusiones,
aun  perseverantes,
quedaron en ésta ruptura temprana!
¡Si yo, una persona,  fuese un conjunto huero
de sienes, y labios, y ojos, manos, hombros y  mejillas,
por el silbido de las estrofas, por su grito, por el signo,
por  la fuerza del dolor, por la juventud de ella,
cedería a todos ellos, los  llevaría al ataque
y te asaltaría a ti, vergüenza inmensa  mía!
3
Apartaré de ti mis pensamientos todos
no de visita ni  bebiendo vino, sino en el cielo.
En casa de los amos, al lado, al sonar el  timbre,
abrirán la puerta a alguien alguna vez.
Irrumpiré en su casa,  en la agitaci6n de diciembre.
La puerta tan sólo y…  heme allí. Un  corredor.
«¿Viene Usted de allá? ¿Qué dicen allí?
¿Qué se oye? ¿Qué  chismes corren por la ciudad?
¿Se equivoca todavía la tristeza?
Y  luego susurra: “Parecía igualita”.
Preparándose desde unos cuarenta  pies,
volará la exclamación: “¿Pero es usted?”
¿Tendrán piedad de mí  las plazas?
¡Ay, si ustedes supieran qué tristeza se siente
cuando cien  veces en el curso del día
le caza la calle camino de las reuniones!  »
4
Prueba tú de impedírmelo.  Ven,
trata  de apagar
este acceso de tristeza, que hoy resuena como el  mercurio
en el  vacío, de Torricelli.
Prohíbeme tú volverme loco. Oh,  ven,
atenta a mi estado!
¡No me dejes hablar más de ti! No te avergüences,  no,
estamos solos.
¡Oh, apágalo, pues! ¡Oh, apágalo! ¡Con más  fuego!
5
¡Tú trenza esta lluvia de codos helados cual olas,
y de  manos de raso, cual lirios,
que su propia impotencia trocó en  dominantes!
¡Despierta, júbilo ¡A la calle! Cógelos,
porque en este alegre  juego has de oír
el rumor de los bosques, saturados del eco de  cazas
allá en Calidonia,
do Acteón, sin juicio, persiguiera cual  gamo
A Atalanta,
donde amaban azules sin fondo  silbando
en equinas orejas,
se besaban las persecuciones con fieros ladridos
y  caricias se hacían con toques de cuerno y crujidos de  rama,
pezuñas y garras.
-¡Oh, a la calle! ¡A la calle! ¡Como  aquellos!
6
¿Estás desilusionada? ¿Pensabas acaso que en el  mundo
nos íbamos a separar tras el réquiem del cisne?
¿Acaso medías con  pupilas dilatadas, cubiertas de lágrimas,
su invencibilidad, contando ya con  el dolor?
En la misa caerían de las bóvedas pinturas  murales,
conmovidas por la música del gran Sebastián.
Pero, a partir de  esta noche, mi odio ve en todo
la prolijidad, y me duele no tener una  fusta.
A oscuras, recobrándose al  punto,
sin pensarlo un instante,
decidió con presteza que todo podía arreglarlo.
Que tiempo había. Que el suicidio no le hacía falta alguna.
Que incluso  eso es también un paso de tortuga.
7
Amiga mía, mi dulce amiga. ¡Oh,  exactamente igual
que la noche del vuelo desde Bergen al polo,
la cálida  plumilla es arrancada por la nieve que  cae
de los pies de los  somormujos!
¡Te lo juro, oh, dulce amiga, te lo juro,
que yo no me  esfuerzo al decirte:
olvídame, duerme, mi amiga!
Cuando, como el cadáver del  noruego,
borrado hasta las  chimeneas,*
contemplando inviernos que no  mueven
los mástiles cubiertos de  escarcha,
yo vago en resplandores de tus ojos  bromistas,
tú duerme,  consuélate,
la sangre no llegará al río, amiga  mía,
cálmate, no  llores.
Cuando, igual completamente que el  Norte,
fuera de  los últimos poblados,
a escondidas de los árticos e incansables  hielos,
como cúpula de media noche, que enjuaga los ojos  ciegos
de las focas,
te digo: no te los frotes, duerme,  olvida,
todo es un absurdo.
*Se refiere al explorador noruego Amundsen. (Nota del traductor.)
8
Mi mesa no es bastante ancha  para apoyarse en su borde
con todo el pecho y meter el codo
pasado el  límite de la tristeza, más allá del istmo
de un perdón excavado a través de  tantas verstas.
(Allí es ahora de noche.) Tras tu  nuca asfixiante.
(Y se han acostado a dormir.) Bajo el reino de tus  hombros.
(Y apagan la luz.) Yo los devolvería por la mañana.
Rozaría el  porche con su rama soñolienta.
¡No con copos! ¡Con las manos hazlo!  ¡Llegarán!
¡Oh! ¡Diez dedos de tortura, con el surco
con estrellas de la  Epifanía,
como signos del retraso de los trenes
que marchaban hacia el  Norte
en medio de la tormenta de nieve!
9
El piano de cola,  tembloroso,
relame la espuma que cubre sus labios.
Este delirio te abate,  te hace flaquear.
Dirás: -¡Querido! -No -gritaré  yo-,
¡no!
¿Al son de la música? -Pero, ¿se puede acaso
estar más cerca que  en la semioscuridad,
lanzando los acordes, cual diario,
por completos a la  chimenea, verdad?
¡Oh, comprensión asombrosa, asiente,
asiente y  asómbrate! : estás libre.
Yo no te retengo. Vete, haz bien.
Vete con  otros. Werther ya está escrito,
y en nuestros días hasta el aire huele a  muerto:
abrir la ventana, es abrirse las venas.
1918
Versión de César Astor

Vivo con tu  retrato,
el que ríe a  carcajadas,
ese en que los tendones de las  muñecas
crujen,
el que rompe los  dedos
sin quererlos  soltar,
el que uno mira y  mira
y se siente muy  triste.
El que del crujir de los  tronos
y la  marcha de Rákochi,
los cristalillos del  salón,
el cristal y los  invitados,
corre ardiente por el  piano
y salta
por  nudillos, rosetones,  rosas
y  huesos
para, el peinado  aflojando,
alocado,  travieso,
los prendedores del  cabello
en el  gorrito,
valsar a placer en  rededor,
entre  bromas,
mordisqueando el chal, cual  tortura,
respirando apenas.
Para, apretando la  corteza
con la  mano,
de mandarina fríos  gajos
engullir con  premura,
por volver a la sala con  arañas,
tras los cortinajes,
al olor de aquel vals,
que otra vez resonaba  atrayente.
Así se sentaría el  torbellino
a fin  de, como apuesta,
impulso de vapores en  camino,
y  agujas, y tinieblas,
cual musulmán  faquir,
en un  instante,
llevarse sin pestañear .
Y declarar que no es ningún  corcel,
ni un susurro travieso de los montes,
pero, que esas rosas que  lleva al costado
la arrastran a galope tendido.
No es él, no es el  susurro de los montes,
no es él, no es el sonido de herraduras,
sino tan  sólo, solamente,
la que está ceñida por el pañuelo.
Y no es otra cosa  que el tul y el destino,
el alma, el gorrito y los pies,
que corren al  compás del torbellino,
llevándola en sus sueños susurrantes.
A ellos,  a ellos:
¡y en burla cruel,
yo me río a  placer,
con ganas locas,
para  envidia de esos secos danzarines,
me río hasta saltárseme las  lágrimas!
Versión de César Astor
