Matute, Carmen
Poeta guatemalteca nacida en Ciudad de Guatemala en 1944.
Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana por la Universidad de San Carlos de Guatemala, es una de las
exponentes más relevantes de la poesía erótica centroamericana.
Ha representado a su país en importantes certámenes literarios recibiendo el reconocimiento de la crítica.
Gracias a su destacada trayectoria, parte de su trabajo ha sido traducido al inglés, italiano, y francés.
Su obra está contenida en las siguientes publicaciones: «Círculo Vulnerable» 1981, «Poeta Solo» 1986, «Ecos de Casa Vacía»
en 1990, «Los Designios de Eros» 1994, «Casa de Piedra y Sueño» 1997, «Alborismos y Espejismos» en 1997 y
«En El filo del gozo» en 2003.
A tu ancho cuerpo de jade…
A tu ancho cuerpo de jade
y plata  vuelvo,
jinete de manos verdes
y pleno cuerpo verde
de fosforescencias  nocturnas.
A tu mansa lengua tibia
regreso,
a tu espléndido torso
de  esmeradas vivas
e increíbles resplandores;
a tu canto
de agua  simple,
recogida en tu inmenso lecho
de obsidiana oscura.
A tus  olas vuelvo inevitablemente,
a tus amadas hojas líquidas
coronadas de  magnolias
que se destrozan en instantes.

A veces  huyo
por intrincados caminos
construidos de palabras,
que me  llevan
a los páramos de nadie.
Durante breves momentos
siendo este  precario puente
hacia los otros,
con las palabras
que me crecen como  ramas
en la boca,
y me sacan
de mi silueta
de animal  desnudo.
Desde esta orilla solitaria
agito mis palabras mínimas
como  banderas blancas
entregadas a un sueño,
y por algún tiempo
logro  fugarme
en las palabras,
hermosas.

Fui agarrándome de ti,
de tus ojos,
campanarios  llenos de palomas,
y tu pecho
encendido como un lucero sólo.
Caminé  desesperada
en los senderos
trazados por tus venas
y me así
a tus  riñones
y testículos,
a tus orejas
y tu lengua.
Golosa
bebí  con gratitud
láudano en tu boca
y me detuve
por siglos en tu  sexo:
lo exploré
con soles diminutos
nacidos en las puntas de mis  dedos
y cárdenos frutos mancillados.
Copié tu mirada,
doblé tu  risa,
y lúbrica mordí
tu agonía con los dientes.

Bajo el ala de  la noche
que deja
su huella imprecisa
bajo la sombra
del corazón  repudiado
rumores de vidrio
rozan el sueño esquivo.
En esa hora que  rezuma olvida,
en esa hora secreta y desgarrada,
la piel que me  contiene
se llena de nostalgia y latidos.
Desarraigado
el  amor
acaricia
la entreabierta herida
que sangra.

Mentira:
el perfume
la voz
el  encaje
la mujer de plástico
flor y  ángel.
Verdad:
esqueleto y  piel
angustia
pensamiento
eterna  herida
inacabada.

Por recorrer tu  piel a pedacitos
olvidé la piel agrietada
de la patria,
dejé de andar  por sus caminos,
no llegué hasta sus aldeas,
ignoré el hambre y la  violencia,
sumergida en un orgasmo inacabable.
Así me fui volviendo  caracol.
Me fui volviendo tortuga,
oculta en las profundidades de su  casa.
Vivía inútil, cantando
como la cigarra de la fábula.
Mi casa no  tenía puertas ni ventanas.
Monumental, ¡el egoísmo me envolvía
en su  crisálida!
Sin embargo, nuestro amor crecía.
Nuestro amor, que ha  sido
un diálogo de años.
Un amarnos a besos,
a golpes a  mordiscos.

Casi  podría decirte
devorada por la angustia
me asomo
a la vieja cueva  prohibida
donde habitan
-libres y crueles-
mis monstruos, mis  fantasmas,
los antiguos dioses
que me reservan un castigo  inevitable.
Apenas un momento
los observo
y sus voces  dispersas
se unen
llamándome con su canto de sirenas.
Entre  lágrimas
cumplo con el rito silencioso
-madre-
y vuelvo de nuevo
a  cerrar esa puerta.

XIX
Con ecos de casa vacía
resuena tu nombre
y se  pierde
en el laberinto de mi lengua.
Desde este túnel
donde aún busco  mi muerte
-madre-
de nuevo me atas
al iluminado árbol de la  vida,
aunque tú y yo sabemos
que un ataúd espera
por mi rostro sin  máscaras,
mi cuerpo desnudo,
mi corazón de polvo.

Con sus garras de  ónix,
puntual,
ordeña la muerte
cada uno de nuestros días,
y los  sorbe insaciable
con su cruel hocico
de animal carnicero.
Constante  nos acecha
con su besos inmensos
de azahares flagelados,
con el helado  silencio
de su ombligo infinito,
de oscuro túnel,
donde habremos de  olvidar
las amapolas,
el agua, el fuego,
y la inútil  fosforescencia
de los mitos
que inventamos diariamente.

Aún deseo
mis antiguos  tiempos
fetales,
en que fui pez
opalescente y ciego.
Mis tiempos de  transparencias
líquidas
cuando la premonición
no se aglutinaba en mi  garganta,
y el dolor
imponente me olvidaba.
Aún poseo
el dulce  anhelo
del retorno al líquen,
al húmedo,
indefinible origen.

Me disuelvo
en  la magia
giro
en medio del fruto
pulposo
oigo
el suave  ruido
de la brasa encendida
el lenguaje húmedo
anclado en la  boca.
Un tambor anuncia
tu pulso
tu obscuro río.
Cerrados  los ojos
te miro
me miro
honda ceniza soy
ahora.

Tatuada
con inscripciones  misteriosas
que una mano de fuego
trazó por error
aquí estoy
yo,  mujer,
que soy más cadáver que ninguno.

La memoria es una  tumba abierta
donde puedo enterrar
la piedad por mí misma,
mientras un  felino se desliza
muy suave
por el aire de la alcoba
con la afilada  garra
dispuesta a rasgar
sin rabia
a la mujer sola
que apenas está  saliendo
de los filamentos del sueño.

Solo
como  Borges
en el fondo de la rosa
torturado por báculos de plata
espejos  laberintos
talismanes
viendo su ceguera de frente
sin árboles
ni  caminos.
Solo
como Whitman el hermoso
se pie frente a sí mismo
sin  máscaras
el poeta grita
en una calle
se da con la cabeza
en los  muros deshabitados
solo
con su ira pertinaz.
A nadie importa
que ame  el tun y la chirimía
la marimba
las tejas de sus indias
sus obscuros  pies de adobe.
El poeta
se sienta a contemplar
a la joven  Guatemala
-sangre y leche-
desangrándose violada.
El fuego de la  furia
lo cobija
como un útero maligno
lo atrapa
bajo campanas  delirantes
lo encierra en su caracol de llanto.
El poeta está solo
bajo  el cielo azul indiferente.
Mayo 84

Tras las ventanas que tamizan
la  luz del sol que muere
aguardaba
el amor de un joven fauno,
su ternura  despiadada,
su plenitud un poco melancólica,
el abismo
y la certeza del  pecado
que me acechaban en el fondo
de la noche
fogosa de su  boca.
Tras los párpados
guardaba ya
el dolor
de su mirada en  sombra,
su proclamado
corazón infiel
de su olvido
la ciega  certidumbre.

Te propongo
la  dulzura del higo,
su carne sonrosada,
replegada y húmeda
como un animal  marino.
Goza el misterio de este fruto,
su textura de molusco,
su  íntimo tamaño.
Tersa,
su pulpa
apremiará el deseo
de tu  lengua.
Te propongo
las delicias del higo.
Muerde su  violado,
desamparado centro,
prueba de nuevo -empecinado-
su  carne
que guarda mieles y diluvios.
Las delicias y dulzura del  higo
-pequeño y desbordado-
tan sólo te propongo.
Que tu boca  profunda
se demore
en el dulzor secreto,
que asalte con lentitud
su  carne desvelada.
Deja que a tu paladar
traiga la memoria
de sabores  primitivos.

Un desangrarse  lento
remontable
hasta la más pérfida belleza
hasta el misterio de la  carne inerme
un ciego encadenarse
a la vida
en medio de secretas  humedades
fingiéndose criatura marina
o tal vez demonio
cómplice de un  ángel
goloso y triste
un desangrarse
un encadenarse
un agonizar  feroz
entre la luz imprecisa y virgen
de un eclipse
cerrados los labios  y los ojos
pero abierta
extraviada
florecida.

Nada he sido
nada soy
sino  escondida isla
sin pájaros
ni habitantes
sin voces que la  pueblen
yerma
apenas viva
negra isla
huérfana
de la ternura de  los nidos
región del vértigo petrificado
sin risas
ni panales
áspera  isla soy
hondo lamento arrinconado
en la soledad del viento
polvo y  sal
nutren mi médula
desterrada la plegaria
y la esperanza
sin  astros finales
sin oráculos
sin nombre
yo la  torturada.

Tengo miedo.
Qué  difícil contarte esta verdad,
porque tú no sabes nada
sobre su vestimenta  leve,
que se va deslizando
por los huesos
y se prende
como una  enredadera amarga
en lo más hondo
de las raíces de la vida.
Qué  importa.
Todo es tan inútil.
Uno está atrapado,
encogido como un  feto,
sin luchar,
porque el miedo bestial
te ahoga, te aprisiona.
No  hay sueños, ni recuerdos.
Sólo el agua glauca,
maligna,
que sumerge el  cuerpo tembloroso
dentro del miedo.
