Caballero Bonald, Jose Manuel

Reseña biográfica

Poeta, novelista y ensayista español nacido en Jerez de la Frontera, Cádiz, en el año 1926.

Estudió Astronomía en Cádiz y más tarde Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Militante anti-franquista, pertenece al grupo poético de los 50 junto a José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma, entre otros.

Vivió fuera de España por varios años y a su regreso trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española.

Obtuvo el premio Boscán y de la Crítica de Poesía en 1959, el Biblioteca Breve en 1961, el de la Crítica de Novela en 1975, el de la Crítica de Poesía en 1978, el Plaza y Janés en 1988, el premio Andalucía de las Letras en 1994, el XIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía en 2004,el Premio Nacional de Letras en 2005 y el Premio Nacional de Poesía 2008.

En 1996 fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía.

De su obra poética se destacan: «Las adivinaciones» en 1952, «Memorias de poco tiempo» en 1954, «Pliegos de cordel» en 1963, «Vivir para contarlo» en 1969, «La costumbre de vivir» en 1975, «Toda la noche oyeron pasar pájaros» en 1981, «Tiempo de guerras perdidas» en 1995, «Diario de Argónida» en 1997, «Copias del natural» en 1999, y «Manual de infractores» 2005.

A BATALLAS DE AMOR, CAMPO DE PLUMAS

Ningún vestigio tan inconsolable

como el que deja un cuerpo

entre las sábanas

y más

cuando la lasitud de la memoria

ocupa un espacio mayor

del que razonablemente le corresponde.

Linda el amanecer con la almohada

y algo jadea cerca, acaso un último

estertor adherido

a la carne, la otra vez adversaria

emanación del tedio estacionándose

entre los utensilios de la noche.

Despierta, ya es de día, mira

los restos del naufragio

bruscamente esparcidos

en la vidriosa linde del insomnio.

Sólo es un pacto a veces, una tregua

ungida de sudor, la extenuante

reconstrucción del sitio

donde estuvo asediado el taciturno

material del deseo.

Rastros

hostiles reptan entre un cúmulo

de trofeos y escorias, amortiguan

la inerme acometida de los cuerpos.

A batallas de amor campo de plumas.

ANTERIOR A TU CUERPO ES ESTA HISTORIA…

Anterior a tu cuerpo es esta historia

que hemos vivido juntos

en la noche inconsciente.

Tercas simulaciones desocupan

el espacio en que a tientas nos

buscamos,

dejan en las proximidades

de la luz un barrunto

de sombras de preguntas nunca

hechas.

En vano recorremos

la distancia que queda entre las últimas

sospechas de estar solos,

ya convictos acaso de esa interina

realidad que avala siempre

el trámite del sueño.

APÓCRIFO DE LA ANTOLOGÍA PALATINA

Súbita boca que hasta mí llegó

en el lento transcurso de la noche,

dócil de pronto y de improviso

rezumante de furia,

¿quién

activó su olímpica

ansiedad, esparciendo

un delicado zumo de estupor

entre las ingles de los semidioses?

Oh derredor opaco

del recuerdo que suple lo vivido,

cuando quien esto escribe

amaba impunemente no en el templo

de Afrodita en Corinto

sino en la clandestina alcoba bética

donde oficiaba de suprema hetaira

la gran madre de héroes, fugitiva

del Hades y ayer mismo

vendida como esclava

en el impío puerto de Algeciras.

BARRANQUILLA LA NUIT

Cuerpo inclemente, circundado

por un vaho de frutas, desguazándose

en la tórrida herrumbre

portuaria,

¿no eran

los labios como orquídeas

mojadas de guarapo, no tenían

los ojos mandamientos de cocuyos

y allí se enmarañaban

la excitación y la indolencia?

Mórbida efigie de esmeralda

y musgo, entrechocan sus pechos

entre la mayestática cochambre

de la noche.

Desnuda

antes que alerta y disponible,

desnuda nada más, desmemoriada

sobre un cuero de res, el vientre

húmedo de salitre y en el cuello

el amuleto pendular de un dado

cuyo rigor jamás aboliría

los tercos mestizajes del azar.

Rauda la carne y prieta

como un sesgo de iguana, surca

los fosos coloniales, deposita

en las inmediaciones del marasmo

una aromática cadencia

a maraca y sudor y marigüana,

mientras cumple el amor su ciclo

de putrefacta lozanía

en el nocturno ritual del trópico.

Carnal fuego amoroso

Amor, primera forma de vivir, escucha:

¿eres tú la tristeza que enciende mi destino,

o acaso sólo existes desde un ser que sonríe

mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?

Yo no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar,

no sé siquiera si alguna vez

tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos

tejieron en mi piel su táctil alegría.

Un día -lo recuerdo lo mismo

que si ahora en mi pecho me llegara el instante-,

creyó mi corazón que tú lo restañabas,

que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo,

doblándome la carne, derrotándola en dichas,

contra la humana tierra de un país hermosísimo.

Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso,

escúchame no quieto, no tendido a mis plantas,

sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas,

¿ eras tú quien entonces refulgía en mi boca

desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo?

Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme,

porque aquello que el hombre más quisiera saber

responde siempre mudo dentro de su belleza.

Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes;

sé que eres un pájaro que entre nubes desciende

hasta el lumbror premioso de los trinos,

o tal vez esta rosa familiar, llameante,

que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias.

Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil,

bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen,

en los vientos que marchan y regresan un día

trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres.

Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra,

también es tu presencia la que late,

también es tu ternura, tu flagrante dominio,

el que enflora de vida los pechos que te ignoran.

Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña

al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan,

que, temblando, se aman bajo copiosos árboles

en cuya fronda un trino se extasía,

s0bre la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses.

Oh amor, carnal fuego armoni0so, escucha:

escúchame la voz que por ti besa,

remózame las manos que acarician teniéndote ceñido,

abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes,

dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada,

esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza

por hundir en lo eterno la identidad humana.

CASA JUNTO AL MAR

Azulada por el nocturno oleaje,

entre el ocio lunar y la arena indolente,

la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,

hecha clamor de memorables días dichosos

o palabra más bien, que ahora escribo en la sombra,

apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos.

La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo

ardoroso, registro de certeza embriagada,

donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino,

resonante de alegres impaciencias

o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban.

Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre,

porque son todas ellas como bocas que acunan,

como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,

aberturas que el mar vuelve sonoras

y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,

palabras semejantes a manos que se juntan

o acaso esa tristeza que hay detrás del amor.

Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable,

la verídica cal en cuyas lindes

se estaba congregando toda la luz de aquella casa,

sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos,

sin poder ser distinta a un cristal desnudado,

a un renglón transparente de tiempo sin edad.

Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos,

su razonada disposición de alegría,

la distribución de sus sueños con afán perdurable.

Todo allí se contagia de una idéntica vida,

y es para siempre su estación humana,

los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,

de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes:

las dudas con que erige sus muros la verdad,

los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,

el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia,

lo que está sin remedio convirtiéndose

en una misma forma de aprender a volver,

el miedo al desamor por donde sangra el mundo.

Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,

la habita mi memoria; sé que está restaurándose

como la abdicación del mar en las orillas,

como las germinales herencias del verano,

y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer,

no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces,

porque sus habitantes son lo mismo que llamas

sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue,

y ellos están haciendo que las paredes vivan,

que los peldaños latan como olas,

que cada habitación respire y reproduzca

los irrepetibles y anónimos hechos de cada día.

Casa sin tiempo junto al mar, cumbre

sonora entre los astros, libre razón con muros,

criatura en donde acaban mis- fronteras,

soy menos si me faltas,

tu paz rige mi vida y la hace humilde,

55 justifica mi espera tu paciencia,

bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche,

acaso ya recibas el nombre de José.

“Las adivinaciones” 1952

CENIZA SON MIS LABIOS

En su oscuro principio, desde

su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios,

alguien, el hombre, espera.

Turbador sueño yergue

su noticia opresora ante la nada

original de la que el ser es hecho, ante

su herencia de combate, dando vida

a secretos cegados,

a recónditos signos que aún callaban

y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo

para emerger hacia canciones,

puro dolor atónito de un labio, el elegido

que en cenizas transforma

la interior llama viva del humano.

Quizá solo para luchar acecha,

permanece dormido o silencioso

llorando, besando el terso párpado rosa,

el pecho triste de la muchacha amada;

quizá solo aguarda combatir

contra esa mansa lágrima que es letra del amor,

contra

aquella luz aniquiladora

que dentro de él ya duele con su nombre: belleza…

CUARTO CRECIENTE

Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de Chauen,

todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez

deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía

las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria

como la de una virgen en la inminencia del degüello. Cerca de allí

se abrían las tiendas de los nómadas y una enfermiza música se iba dignificando

entre las hojalatas y los vellocinos. La habitación olía a almoraduj

y a papeles de Armenia, mientras un vaho de animales nacidos en cautividad

salía del mullido sopor de las almohadas. Y así hasta que el tiempo se detuvo

en un friso taraceado de estrellas de albayalde, entre cuyos emblemas

discurría una luz acrobática parecida al letargo. Pero ella,

la regidora del cuarto creciente, era una flor lasciva instalada en la noche.

Era la araña que copula sin dejar de bailar entre una algarabía de ajorcas y sonajas.

El esmaltado vientre vibraba en el diván como un espasmo de pandero

y un mundo de sacrales lujurias sincopaba de pronto la rítmica hegemonía de los pezones. Canon de la hermosura, su único error había consistido en rasurarse el pubis

cuando medio entendió que descendía por línea colateral de los Abencerrajes.

DEFECTUOSA FORMACIÓN DEL PLURAL

Disfraz, persona unitiva

Lezama Lima

Cuántos días baldíos

haciéndome pasar por lo que soy.

Máscara sin memoria, líbrame

de parecerme a aquel que me suplanta.

Uno solo será mi semejante

DESDE DONDE ME CIEGO DE VIVIR

Era una blanda emanación, casi

una terca oquedad de ternura,

un tibio vaho humedecido

con no sé qué tentáculos.

Abrí

los ojos, vi de cerca el peligro.

¡No, no te acerques, adorable

inmundicia, no podría vivir!

Pero se apresuraba hacia mi infancia,

me tendía su furia entre los lienzos

de la noche enemiga. Y escuché

la señal, cegué mi vida junta,

anduve a tientas hasta el cuerpo

temible y deseado.

Madre

mía, ¿me oyes, me has oído

caer, has visto mi triunfante

rendición, tú me perdonas?

La mano

balbucía allí dentro, rebuscaba

entre las telas jadeantes, iba

desprendiendo el delirio, calcinando

la desnuda razón.

Agrio desván

limítrofe, gimientes muebles

lapidarios bajo el candor malévolo

del miedo, ¿qué hacer si la memoria

se saciaba allí mismo, si no había

otra locura más para vivir?

Dulce

naufragio, dulce naufragio,

nupcial ponzoña pura del amor,

crédulo azar maldito, ¿dónde

me hundo, dónde

me salvo desde aquella noche?

DESENCUENTRO

Esquiva como la noche,

como la mano que te entorpecía,

como la trémula succión

insuficiente de la carne;

esquiva y veloz como la hoja

ensangrentada de un cuchillo,

como los filos de la nieve, como el esperma

que decora el embozo de las sábanas,

como la congoja de un niño

que se esconde para llorar.

Tratas de no saber y sabes

que ya está todo maniatado,

allí

donde pernocta el irascible

lastre del desamor, sombra

partida por olvidos, desdenes,

llave que ya no abre ningún sueño:

La ausencia se aproxima

en sentido contrario al de la espera.

DIOSA DEL PONTO EUXINO

Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio

lacustre, sólo se ven sus piernas

asomando entre espumas

repulsivas, se parece a una estatua

cubierta de criptógamas y a un animal

exangüe se parece también.

Las rémoras del frío, los dientes

del salitre penetran entre sus gangrenados

senos, y ya emerge, adopta como Telethusa

actitudes lascivas mientras roen

su memoria las parcas y se quiebran

los bizantinos vidrios de sus ojos.

Olvidada de Ovidio, aguarda absorta

el dictamen del tiempo, se inocula de gérmenes

olímpicos, incita a los que acuden

para verla vivir.

Todos hurgaron

ávidamente en las marmóreas grietas

que iban surcando las estribaciones

más vulnerables de su cuerpo. Pero

nadie la pudo profanar sin antes

haber vendido su alma al Taumaturgo.

DOMINGO

La veis un día domingo.

Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado

(no la podéis mirar),

un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,

pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes

hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,

de ir gastando mañanas, hombres de cada día,

en las estribaciones de un pan dominical.

La veis venir acaso de un azar con ternuras,

de una piedad con fábulas; la veis

venir y no sabéis que está llamándose

lo mismo que la vida,

lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido,

hecho carne de engaño y servicial,

cortado a la medida de mensuales lágrimas,

de quebrantos tejidos con la última

hebra de la intemperie, con las briznas

de ese telar de amor donde aprendemos

la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie.

Sucede que es un día más bien canción que número,

más bien como una lluvia de inclemente mirada,

de humilde mano abierta

que volverá a vestir de desnudez la vida.

Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces,

ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo

que se nos va quedando alquilado en la piel,

que se nos gasta hasta dejarnos

un mísero rastro de caricia vacía,

llegar a confundirnos en un domingo anónimo,

en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima.

Y entonces, ese día, el domingo,

viene llegando, corre, se nos acerca

(todos la conocemos),

nos mira igual que un charco

de amor recién secado, nos contagia

de todo cuanto es puro en su día siguiente,

porque está consolándose con un jornal caduco,

está desviviéndose

en una pobre sucesión de acopios para amar,

de ir contando los años por tránsitos de trajes,

por memorias zurcidas, por sueños arrancados

del retal de un domingo cegador e ilusorio.

EL HILO DE ARIADNA

Posiblemente es tarde, pero ¿cómo

poder asegurarlo

mientras Hortensia canta y no se oye

más que su grito de musgosa

lascivia y alguien

habla con alguien de la conveniencia

de acostarse borracho?

De repente

se desató la cinta, vuelto

hacia el espanto de la lámpara,

el acezante cuerpo,

y en lo tenso del vientre vi

la cicatriz, no producida

sino por el rencor contra ella misma

con algún instrumento

preferentemente cortante.

Vaho

de alcohol y de tabaco te esmalta

el rostro bruno, Hortensia, dime,

¿hacemos algo aquí que nos impida

quedarnos juntos

hasta que ya no sea tarde?

En vano hubiese preferido

no mirar. Movible cuerpo y sin embargo

exangüe, desplazaba

sus ya finales contorsiones

en medio de la pista. En vano

hubiese sido huir y no

por reencontrarnos. Pechos

como luciérnagas, tenues, punzantes

por las crestas no lácteas, ¿ quién

iba a atreverse a interrumpir

su equidistante brevedad, desnudos

como estarían luego en el amanecer

del trópico ?

Hortensia, amor mío, nadie

te va a arrastrar si tú no quieres

desesperadamente que lo haga.

Playa de Naxos, la mayor

de las Cícladas, ya a lo lejos

reverberando entre los barracones

del batey y el bullicioso verde

del manglar, confundida ahora

con otros libres turnos litorales

donde ni tú ni yo nos conocíamos.

Abandonada por Teseo, ¿ibas

a despeñarte tú, rebelde por instinto

como tu padre negro apaleado

en Key West (Florida) ?

Si pudiera

reconstruir un solo

rincón de aquella playa

sin salida posible, si pudiera

volver al sitio aquel, reconocer

la cerrazón de la cabaña, andar

a tientas hasta el último

recodo del silencio, ¿oiría

algo distinto a la fricción

de unas piernas con otras, al barrunto

de alguien aproximándose

en lo oscuro? ¿Vería

aún desde allí, ya en el terrado

de Sanlúcar, asiéndome

al parteluz de la ventana, el bulto

azul de los faluchos y, más cerca,

la agitación de las fogatas

que encendían los sigilosos

areneros?

Imágenes sin ojos

pasan con más tenacidad que el giro

extenuante del recuerdo. Hortensia,

hija de Minos, no

es tarde todavía, ven, veloces

son las noches que hemos vivido ya:

aún estamos a tiempo

de no querer salir del laberinto.

ENTRA LA NOCHE COMO UN TRUENO…

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozas,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

ESPERA

Y tú me dices

que tienes los pechos vencidos de esperarme,

que te duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo,

que has perdido hasta el tacto de tus manos

de palpar esta ausencia por el aire,

que olvidas el tamaño caliente de mi boca.

Y tú me lo dices que sabes

que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,

de golpear mis labios con la sed de tenerte,

de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,

una nueva manera de rescatarte en besos

desde la ausencia en la que tú me gritas

que me estás esperando.

Y tú me lo dices que estás tan hecha

a este deshabitado ocio de mi carne

que apenas sí tu sombra se delata,

que apenas sí eres cierta

en esta oscuridad que la distancia pone

entre tu cuerpo y el mío.

FÁBULA

Nunca serás ya el mismo que una vez

convivió con los dioses.

Tiempo

de benévolas puertas entornadas,

de hospitalarios cuerpos, de excitantes

travesías fluviales y de fabulaciones.

Tiempo magnánimo

compartido también con semidioses

errabundos y hombres de mar que alardeaban

del decoro taimado de los héroes.

Qué ha quedado, oh Ulises, de esta vida.

La historia es indulgente, merecidas las dádivas.

Los dioses son ya pocos y penúltimos.

Justos y pecadores intercambian sus sueños.

LA BOTELLA VACÍA SE PARECE A MI ALMA

Solícito el silencio se desliza

por la mesa nocturna,

rebasa el irrisorio contenido del vaso.

No beberé ya más hasta tan tarde.

Otra vez soy el tiempo que me queda.

Detrás de la penumbra

yace un cuerpo desnudo

y hay un chorro de música insidiosa

disgregando las burbujas del vidrio.

Tan distante como mi juventud ,

pernocta entre los muebles el amorfo,

el tenaz y oxidado material del deseo.

Qué aviso más penúltimo

amagando en las puertas,

los grifos, las cortinas.

Qué terror de repente de los timbres.

La botella vacía se parece a mi alma.

Por las ventanas, por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

LA VUELTA

Por el camino se me van cayendo

frutas podridas de la mano

y voy dejando manchas de tristeza en el polvo

donde quiera que piso;

un pájaro amanece ante mis ojos

y en seguida anochece entre sus alas;

la asamblea de hormigas se disuelve

cuando en mí la tormenta se aproxima;

el sol calienta al mar en unas lágrimas

que en el camino enciende mi presencia;

la desnudez del campo va vistiéndose

según van mis miradas acosándole

y el viento hace estallar

una guerra civil entre las hierbas.

Noticia triste de mi cuerpo dictan

las verdes amapolas en capullo,

la codorniz se espanta

y asusta al macho con historias mías.

Vengo desnudo de la hermosa clámide

que solía vestirme cuando entonces:

clámide con las voces de los pájaros,

el graznido del cuervo, la carrera veloz de la raposa

–a la que llaman zorra mis parientes–,

del arroyo que un día se llevaba mis pasos

y de olores de jara y de romero

hace tanto tejida.

Días de mi ascensión, cuando el lagarto

solía conocer mis intenciones,

cuando solía la retama

pedirme venia para echar raíces,

cuando algún cazador me confundió

con una piedra viva entre las piedras.

Pero yo te conozco, campo mío,

yo recuerdo haber puesto entre tus brazos

aquel cuerpo caliente que tenía,

haber dejado sangre entre los surcos

que abrían los caballos de mi padre.

Yo te conozco y noto que tus senos

empiezan a ascender hacia mis labios.

MI PROPIA PROFECÍA ES MI MEMORIA

Vuelvo a la habitación donde estoy solo

cada noche, almacén de los días

caídos ya en su espejo naufragable.

Allí, entre testimonios maniatados,

yace inmóvil mi vida: sus papeles

de tornadizo sueño. La madera,

el temblor de la lámpara, el cristal

visionario, los frágiles

oficios de los muebles, guardan

bajo sus apariencias el continuo

regresar de mis años, la espesura

tenaz de mi memoria, toda

la confluencia simultánea

de torrenciales cifras que me inundan.

Mundo recuperable, lo vivido

se congrega impregnando las paredes

donde de nuevo nace lo caduco.

Reconstruidas ráfagas de historia

juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n

a oscuras, súbitamente diáfana

bajo el fanal del tiempo repetible.

Suenan rastros de luz allá en la noche.

Estoy solo y mis manos

ya denegadas, ya ofrecidas,

tocan papeles (este amor, aquel

sueño), olvidadas siluetas, vaticinios

perdidos. Allí mi vida a golpes

la memoria me orada cada día.

Imagen ya de mi exterminio,

se realiza de nuevo cuanto ha muerto.

Mi propia profecía es mi memoria:

mi esperanza de ser lo que ya he sido.

“Memorias de poco tiempo” 1954

MIEDO

Mil veces he intentado

decirte que te quiero,

mas la ardorosa confesión, mi vida,

se ha vuelto de los labios a mi pecho

¿Por qué, niña? Lo ignoro,

¿Por qué? Yo no lo entiendo,

Son blandas tu sonrisa y tu mirada,

dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo.

Ni al verte estoy tranquilo,

ni al hablarte sereno,

busco frases de amor y nos la hallo.

No sé si he de ofenderte y tengo miedo.

Callando, pues, me vivo

y amándote en silencio,

sin que jamás en tus dormidos ojos

sorprenda de pasión algún destello.

Dime si me comprendes,

si amarte no merezco.

Di si una imagen en el alma llevas…

Mas no… no me lo digas…¡tengo miedo!

Pero si el labio calla,

con frases de los cielos

deja, mi vida, que tus ojos digan

a mis húmedos ojos… ya os entiendo

deja escapar el alma

los rítmicos acentos

de esa vaga armonía, cuyas notas

tiene tan sólo el corazón por eco.

Deja al que va cruzando

por áspero sendero,

que si no halla la luz en la ventana,

tenga la luz de la esperanza al menos.

Callemos en buena hora

pues que al hablarte tiemblo,

mas deja que las almas, uno a uno,

se cuenten con los ojos sus secretos…

Dejemos que se digan

en ráfagas de fuego

confidencias que escuche el infinito

frases mudas de encanto y de misterio.

Dejemos, si lo quieren,

que sientas lo que siento,

beso puro que engendren las miradas

y que tan bello porvenir es nuestro.

Dime así que me entiendes,

que estallen en un beso,

que es el porvenir de luz y flores

y suba sin rumor hasta los cielos.

Di que verme a tus plantas

es de tu vida el sueño,

dime así cuanto quieras…. cuanto quieras.

De que me hables así… no tengo miedo.

MIMETISMO DE LA EXPERIENCIA

Cuando leía porfiadamente y no

sin desazón a Henry Miller, iba

acordándome a trechos

de muchas horas canceladas, rostros

desdibujados en algún rincón, lugares

de inquietante vivir. Era penosa

la experiencia y más

que nada turbadora

por simple: asistía

como mi propio espectador

al paso de emociones, cuerpos, actos

sexuales que yo mismo veía ejecutados

por otro en mi memoria y que se restauraban

con un nuevo contexto

en el presente.

La práctica

de ciertos mimetismos del recuerdo

puede llegar a subvertir el orden

de esa usura de amor que el tiempo

salda. Y Henry Miller, transgresor

de leyes, irritante

por próximo, furiosamente

obseso de su intimidad,

no suponía para mí

más que un tenaz motivo de recuento

de situaciones olvidadas: cuartos

de hotel, burdeles, laberintos

de citas donde un cuerpo

siempre se hacía vagamente

clandestino, imágenes

ajadas como evanescentes

fotografías, hábitos

de una noche. Pero un hostil

y subrepticiamente enajenado

reencuentro conmigo, sostenía

el agobiante afán de cotejar

datos que sólo en parte me importaban.

Equívoca constancia de unos hechos

reconstruidos con retazos

de otros: no en el amor

sino en su deterioro se reagrupan

los fragmentos vividos.

Como ciertas

alucinantes fábulas de Lawrence Durrel

o de Sade (las que coinciden tal vez

en descifrar los infortunios de Justine),

la intervención de Miller agotaba

en mi memoria toda posibilidad

de ir acotando la experiencia

sin conjurar su lastre: nombres

aletargados, episodios

de efímero futuro, leves

fraudes de amor

que el aluvión del tiempo confundía

con las suplantaciones del orgasmo.

Espejo de violencia

de tanto azar de juventud, híbrida

educación, solitario o múltiple

terraplén de erotismo, no podía

atestiguarme sino con mi propia

represión inicial, abierta luego

a otras coherentes formas del amor.

MÚSICA DE FONDO

Llega el momento de decir la palabra

y se la deja fluir, se la ayuda

a resbalar entre los labios,

anclada ya en sus límites de tiempo.

La palabra se funda a ella misma, suena

allá en el corazón del que la habla

y trepa poco a poco hasta nacer

y antes es nada y sólo una verdad

la hace constancia de algo irrepetible.

Súbitamente esa palabra aumenta

el hallazgo caudal de la memoria,

boga sobre los hombres que la escuchan,

gira anhelante entre vislumbres

y se alza más y más y se perfila, pule

sus bordes balbucidos, se nivela entre sueños.

Después inicia su holocausto.

Función de amor o de vileza,

la palabra se gasta en los oídos,

puebla sus márgenes de brozas,

se torna vana, amago de un aliento,

oscuridad final y sin sentido.

Está cayendo ya hecha pedazos.

Rescoldos sumergidos, restos

de rescates sin fondo, flota y flota

sobre las intenciones proferidas,

entre el silencio de las conjeturas.

Es nada la palabra que se dijo

(no importa que se escriba para

querer salvarla), es nada y lo fue todo:

la música del mundo y su apariencia.

“Memorias de poco tiempo” 1954

NO TENGO NADA QUE PERDER

Aquel nocturno yerbazal, al borde

del declive de acebos, ciegamente

buscado entre el vislumbre

del amor, bajo el troquel efímero

de la naciente luna ciñe

con sus trémulos odres toda

la historia de mi vida, el privilegio

de mi junta y profética memoria,

y allí estará mi vocación gestándose,

cómplice cuerpo transitorio

fronterizo del mío para nunca.

La tierra genital, los estandartes

fugitivos del sueño, la prohibida

palabra, permanecen

junto al amor que escribo, tachan

con su verdad los nombres

de mi boca.

Compartida codicia,

¿qué haré con este cuerpo

sin el tuyo?

Subí desde la sombra

hasta la luz, puse mi mano

en el aire vacío. Aquí

me entrego, dije,

no tengo nada que perder.

Cuántos

turbadores resquicios fraudulentos

se desvelaron para mí, mientras anduve

tropezando.

En la pared aquella,

cerca de la hondonada parpadeante,

bajo el metal marítimo fundido

entre los dos, fui desnudado

del lastre primerizo de mi alma

y levanté los ojos hacia el cuerpo

aterido. Aquí me entrego, dije,

preso estoy .en mi propia libertad.

SOLÍCITO EL SILENCIO SE DESLIZA POR LA MESA NOCTURNA…

Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio

contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma.

De “Laberinto de fortuna” 1984

SUPLANTACIONES

Unas palabras son inútiles y otras

acabarán por serlo mientras

elijo para amarte más metódicamente

aquellas zonas de tu cuerpo aisladas

por algún obstinado depósito

de abulia, los recodos

quizá donde mejor se expande

ese rastro de tedio

que circula de pronto por tu vientre,

y allí pongo mi boca y hasta

la intempestiva cama acuden

las sombras venideras, se interponen

entre nosotros, dejan

un barrunto de fiebre y como un vaho

de exudación de sueño

y otras cavernas vespertinas,

y ya en lo ambiguo de la noche escucho

la predicción de la memoria:

dentro de ti me aferro

igual que recordándote, subsisto

como la espuma al borde de la espuma

mientras se activa entre los cuerpos

la carcoma voraz de estar a solas.

UN CUERPO ESTÁ ESPERANDO

Detrás de la cortina un cuerpo espera.

Nada es verdad si no es su encarnizada

inminencia, esa insaciable culpa

que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome.

Nada es verdad. Un cuerpo está esperando

tras el mudo estertor de la cortina.

En la oquedad propicia del instante

que mientras más deseo más maldigo,

quiero amar este cuerpo, que él no muera

hasta que su orfandad esté cumplida.

Paredes resignadas, tinto el suelo

de mercenaria obstinación, allí

nos conducimos mutuamente

al voraz simulacro de la vida.

(La amarra del amor nos hace libres.)

Sólo yo estoy suspenso del engaño:

movible fuego oscuro,

mi memoria consume sus fronteras

entre las turbias órdenes del tiempo.

De todo cuanto amé, nada logró

sobrevivir a las abdicaciones.

(La noche se agazapa entre las telas

que un falaz movimiento hace carnales.)

Una mentira sólo está esperando

detrás de la cortina. Soy

mi enemigo: consisto en mi deseo,

busco a ciegas la luz, me reconozco

después de extraviarme, despedazo

ese espejo de muerte en que el placer

se asoma, expío

con mi turno de amor mi propia vida.

De un hilo funeral pendiente el cuerpo,

ya no es posible reducir su lastre.

VERSÍCULO DE GÉNESIS

Por las ventanas , por los ojos

de cerraduras y raíces,

por orificios y rendijas

y por debajo de las puertas,

entra la noche.

Entra la noche como un trueno

por los rompientes de la vida,

recorre salas de hospitales,

habitaciones de prostíbulos,

templos, alcobas, celdas, chozos,

y en los rincones de la boca

entra también la noche.

Entra la noche como un bulto

de mar vacío y de caverna,

se va esparciendo por los bordes

del alcohol y del insomnio,

lame las manos del enfermo

y el corazón de los cautivos,

y en la blancura de las páginas

entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo

por la ciudad desprevenida,

rasga las sábanas más tristes,

repta detrás de los cobardes,

ciega la cal y los cuchillos

y en el fragor de las palabras

entra también la noche.

Entra la noche como un grito

por el silencio de los muros,

propaga espantos y vigilias,

late en lo hondo de las piedras,

abre los últimos boquetes

entre los cuerpos que se aman,

y en el papel emborronado

entra también la noche.

VIVO ALLÍ DONDE ESTUVE

Desde un lugar que aprendo

a recorrer cada mañana, vuelvo

sobre mis pasos y te espero

allí donde estoy solo.

Matinal

ofertorio del sueño, escribo el nombre

de tu vida, te vas desentrañando

entre las hoscas hojas traicionadas

en la noche. Eres la reclusión

donde me sacio, el acuciante

azar en que te tengo

cada día, amor propiciatorio que reúne

lo perdido.

Vivo allí donde estuve,

junto al mar delirante, libre

velocidad inmóvil orillada

de fuego, bosque lustral

de la alegría.

¿Qué me queda

de aquel itinerario, habitaciones

clandestinas, bautismales refugios

de única verdad, qué me queda

detrás del sortilegio? Ser

feliz un instante y perderte, mientras

vuelvo sobre mis pasos cada día.