Lope de Vega, Félix
España (1562-1635)
A la noche
Noche, fabricadora de embelecos,
loca, imaginativa, quimerista,
que muestras al que en ti su bien conquista
los montes llanos y los mares secos;
habitadora de celebros huecos,
mecánica, filósofa, alquimista,
encubridora mil, lince sin vista,
espantadiza de tus mismos ecos:
la sombra, el miedo, el mal se te atribuya,
solícita, poeta, enferma, fría,
manos del bravo y pies del fugitivo.
Que vele o duerma, media vida es tuya:
si velo, te lo pago con el día,
y si duermo, no siento lo que vivo.
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos, de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo;
aquí la estimativa, en quien tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
En donde tanta presunción vivía
desprecian los gusanos aposento.
A una dama que salió revuelta una mañana
Hermoso desaliño, en quien se fía
cuanto después abrasa y enamora,
cual suele amanecer turbada aurora,
para matar de sol al mediodía.
Solimán natural, que desconfía
el resplandor con que los cielos dora;
dajad la arquilla, no os toquéis, señora,
tóquese la vejez de vuestra tía.
Mejor luce el jazmín, mejor la rosa
por el revuelto pelo en la nevada
columna de marfil, garganta hermosa.
Para la noche estáis mejor tocada;
que no anocheceréis tan aliñosa
como hoy amanecéis desaliñada.
¡Con qué artificio tan divino sales
de esa camisa de esmeralda fina,
oh rosa celestial alejandrina,
coronada de granos orientales!
Ya en rubíes te enciendes, ya en corales,
ya tu color a púrpura se inclina
sentada en esa basa peregrina
que forman cinco puntas desiguales.
Bien haya tu divino autor, pues mueves
a su contemplación el pensamiento,
o aun a pensar en nuestros años breves.
Así la verde edad se esparce al viento,
y así las esperanzas son aleves
que tienen en la tierra el fundamento…
Dulce desdén, si el daño que me haces…
Dulce desdén, si el daño que me haces
de la suerte que sabes te agradezco,
qué haré si un bien de tu rigor merezco,
pues sólo con el mal me satisfaces.
No son mis esperanzas pertinaces
por quien los males de tu bien padezco
sino la gloria de saber que ofrezco
alma y amor de tu rigor capaces.
Dame algún bien, aunque con él me prives
de padecer por ti, pues por ti muero
si a cuenta dél mis lágrimas recibes.
Mas ¿cómo me darás el bien que espero?,
si en darme males tan escaso vives
que ¡apenas tengo cuantos males quiero!
Dura necesidad, madre afrentosa…
Dura necesidad, madre afrentosa
de la vergüenza y vil atrevimiento,
escuridad del claro entendimiento
tal vez en los peligros ingeniosa;
inventora de máquinas famosa,
pensión del generoso nacimiento,
consejera del mal, Argos del viento
y a la mortal naturaleza odiosa;
vil salteador que a los caminos sales,
los peregrinos matas o detienes
y para derribar el honor vales;
sólo una cosa provechosa tienes;
que al hombre que jamás probó los males
es imposible conocer los bienes.
El firme amor
Miré, señora, la ideal belleza,
guiándome el amor por vagarosas
sendas de nueve cielos,
y absorto en su grandeza,
las ejemplares formas de las cosas
bajé a mirar en los humanos velos,
y en la vuestra sensible
contemplé la divina inteligible.
Y viendo que conforma
tanto el retrato a su primera forma,
amé vuestra hermosura,
imagen de su luz divina y pura,
haciendo, cuando os veo,
que pueda la razón más que el deseo.
Y pues por ella sola me gobierno,
amor, que todo es alma, será eterno.
Es la mujer del hombre lo más bueno…
Es la mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo,
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.
Cielo a los ojos, cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo,
por raro al mundo su valor señalo,
por falso al hombre su rigor condeno.
Ella nos da su sangre, ella nos cría,
no ha hecho el cielo cosa más ingrata:
es un ángel, y a veces una arpía.
Quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer al fin como sangría,
que a veces da salud, y a veces mata.
Esparcido el cabello por la espalda…
Esparcido el cabello por la espalda
que fue del sol desprecio y maravilla,
Silvia cogía por la verde orilla
del mar de Cádiz conchas en su falda.
El agua, entre el hinojo de esmeralda,
para que entrase más el curso humilla;
tejió de mimbre una alta canastilla
y púsola en su frente por guirnalda.
Mas cuando ya desamparó la playa,
«Mal haya, dijo, el agua, que, tan poca
con su sal me abrasó pies y vestidos».
Yo estaba cerca y respondí: «Mal haya
la sal que tiene tu graciosa boca,
que así tiene abrasados mis sentidos».
Ir y quedarse, y con quedar partirse…
Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades,
pedir pues resta sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.
No sabe qué es amor quien no te ama…
No sabe qué es amor quien no te ama,
celestial hermosura, esposo bello,
tu cabeza es de oro, y tu cabello
como el cogollo que la palma enrama.
Tu boca como lirio, que derrama
licor al alba, de marfil tu cuello;
tu mano en torno y en su palma el sello
que el alma por disfraz jacintos llama.
¡Ay Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando
tanta belleza y las mortales viendo,
perdí lo que pudiera estar gozando?
Mas si del tiempo que perdí me ofendo,
tal prisa me daré, que aun hora amando
venza los años que pasé fingiendo.
¡Oh, engaño de los hombres, vida breve…
¡Oh, engaño de los hombres, vida breve,
loca ambición al aire vago asida!,
pues el que más se acerca a la partida,
más confiado de quedar se atreve.
¡Oh, flor al hielo!, ¡oh, rama al viento leve
lejos del tronco!, si en llamarte vida
tú misma estás diciendo que eres ida,
¿qué vanidad tu pensamiento mueve?
Dos partes tu mortal sujeto encierra:
una que se derriba al bajo suelo,
y otra que de la tierra te destierra;
tú juzga de las dos el mejor celo:
si el cuerpo quiere ser tierra en la Tierra,
el alma quiere ser cielo en el Cielo.
¡Oh, qué secreto, damas, oh, galanes…
¡Oh, qué secreto, damas, oh, galanes,
qué secreto de amor! ¡Oh! ¡Qué secreto!
¡Qué ilustre idea! ¡Qué sutil conceto!
Por Dios que es hoja de me fecit Ioannes!
Hoy cesan los melindres y ademanes,
todo interés, todo celoso efeto;
de hoy más Amor será firme y perfeto,
sin ver jardines, ni escalar desvanes.
No es esto filosófica fatiga,
transmutación sutil o alquimia vana,
sino esencia real, que al tacto obliga.
Va de secreto, pero cosa es llana,
que quiere el buen letor que se le diga:
pues váyase con Dios hasta mañana.
Pastor que con tus silbos amorosos…
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú, que hiciste cayado dese leño
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres;
espera, pues, y escucha mis cuidados.
Pero, ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno obscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de mis plantas puras!
Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»
¡Y cuánta hermosura soberana:
«Mañana le abriremos.» respondía
para lo mismo responder mañana!
¿Quién mata con más rigor?
Amor.
¿Quién causa tantos desvelos?
Celos.
¿Quién es el mal de mi bien?
Desdén
¿Qué más que todos también
una esperanza perdida,
pues que me quitan la vida
amor, celos y desdén?
¿Qué fin tendrá mi osadía?
Porfía.
¿Y qué remedio mi daño?
Engaño.
¿Quién es contrario a mi amor?
Temor.
Luego es forzoso el rigor,
y locura el porfiar ,
pues mal se pueden juntar
porfía, engaño y temor.
¿Qué es lo que el amor me ha dado?
Cuidado.
¿Y qué es lo que yo le pido?
Olvido.
¿Qué tengo del bien que veo?
Deseo.
Si en tal locura me empleo,
que soy mi propio enemigo,
presto acabarán conmigo
cuidado, olvido y deseo.
Nunca mi pena fue dicha.
Desdicha.
¿Qué guarda mi pretensión?
Ocasión.
¿Quién hace a amor resistencia?
Ausencia.
Pues ¿dónde hallará paciencia,
aunque a la muerte le pida,
si me han de acabar la vida
desdicha, ocasión y ausencia?
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Un soneto me manda hacer Violante;
en mi vida me he visto en tal aprieto,
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,
y aun parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que estoy los trece versos acabando:
contad si son catorce, y está hecho.
Versos de amor, conceptos esparcidos…
Versos de amor, conceptos esparcidos,
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;
expósitos al mundo, en que perdidos,
tan rotos anduvistes y trocados,
que sólo donde fuistes engendrados
fuérades por la sangre conocidos;
pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,
si aquel áspid hermoso nos aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos,
descansaréis en vuestro centro mismo.
Ya no quiero más bien que sólo amaros…
Ya no quiero más bien que sólo amaros,
ni más vida, Lucinda, que ofreceros
la que me dáis, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.
Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso, conoceros,
para admirar el mundo, engrandeceros,
y para ser eróstrato, abrazaros.
La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros,
donde están los espíritus más puros;
que entre tales riquezas y tesoros,
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros,
de olvido y tiempo vivirán seguros.
Yo dije siempre, y lo diré, y lo digo…
Yo dije siempre, y lo diré, y lo digo,
que es la amistad e bien mayor humano;
mas ¿qué español, qué griego, qué romano
nos ha de dar este perfecto amigo?
Alabo, reverencio, amo, bendigo
aquel a quien el cielo soberano
dio un amigo perfecto, y no es en vano;
que fue, confieso, liberal conmigo.
Tener un grande amigo y obligalle
es el último bien, y por querelle,
el alma, el bien y el mal comunicalle;
Mas yo quiero vivir sin conocelle;
que no quiero la gloria de ganalle
por no tener el miedo de perdelle.
Yo me muero de amor, que no sabía…
Yo me muero de amor, que no sabía,
aunque diestro en amar cosas del suelo,
que no pensaba yo que amor del cielo
con tal rigor las almas encendía.
Si llama la moral filosofía
deseo de hermosura a amor, recelo
que con mayores ansias me desvelo
cuanto es más alta la belleza mía.
Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!
¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,
qué tiempo que perdí como ignorante!
Mas yo os prometo agora de pagaros
con mil siglos de amor cualquiera instante
que por amarme a mí dejé de amaros.