Silva #2, José Asunción

Silva #2, José Asunción

Colombia (1865-1896)

Ars

El verso es vaso santo; poned en él tan solo
Un pensamiento puro,
En cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
Como burbujas de oro de un viejo vino oscuro!

Allí verted las flores que en la continua lucha
Ajó del mundo el frío,
Recuerdos silenciosos de tiempos que no vuelven,
Y nardos empapados en gotas de rocío.

Para que la existencia mísera se embalsame
Como de esencia ignota,
Quemándose en el fuego del alma enternecida
De aquel supremo bálsamo, ¡basta una gota!

Cápsulas

El Pobre Juan de Dios, tras de los éxtasis
Del amor de Aniceta, fue infeliz.
Pasó tres meses de amarguras graves,
Y, tras lento sufrir,
Se curó con copaiba y con las cápsulas
De Sándalo Midy.

Enamorado luego de la histérica Luisa,
Rubia sentimental,
Se enflaqueció, se fue poniendo tísico
Y al año y medio o más,
Se curó con bromuro y con las cápsulas
De éter de Clertán.

Luego, desencantado de la vida,
Filósofo sutil,
A Leopardi leyó, y a Schopenhauer
Y en un rato de spleen,
Se curó para siempre con las cápsulas
De plomo de un fusil.

 

Día de difuntos

La luz vaga… opaco el día,
La llovizna cae y moja
Con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría.
Por el aire tenebroso ignorada mano arroja
Un oscuro velo opaco letal melancolía,
Y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja
Al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría,
Y al oír en las alturas
Melancólicas y oscuras
Los acentos dejativos
Y tristísimos e inciertos
Con que suenan las campanas,
Las campanas plañideras que les hablan a los vivos
De los muertos!
Y hay algo angustioso e incierto
Que mezcla a ese sonido su sonido,
E inarmónico vibra en el concierto
Que alzan los bronces al tocar a muerto
Por todos los que han sido!
Es la voz de una campana
Que va marcando la hora,
Hoy lo mismo que mañana,
Rítmica, igual y sonora;
Una campana se queja,
Y la otra campana llora,
Ésa tiene voz de vieja,
Ésta de niña que ora.
Las campanas más grandes, que dan un doble recio
Suenan con un acento de místico desprecio,
Mas la campana que da la hora,
Ríe, no llora.
Tiene en su timbre seco sutiles ironías,
Su voz parece que habla de goces, de alegrías,
De placeres, de citas, de fiestas y de bailes,
De las preocupaciones que llenan nuestros días,
Es una voz del siglo entre un coro de frailes,
Y con sus notas se ríe,
Escéptica y burladora,
De la campana que ruega
De la campana que implora
Y de cuanto aquel coro conmemora,
Y es porque con su retintín
Ella midió el dolor humano
Y marcó del dolor el fin;
Por eso se ríe del grave esquilón
Que suena allá arriba con fúnebre son,
Por eso interrumpe los tristes conciertos
Con que el bronce santo llora por los muertos…
¡No la oigáis, oh bronces! No la oigáis, campanas,
Que con la voz grave de ese clamoreo,
Rogáis por los seres que duermen ahora
Lejos de la vida, libres del deseo,
Lejos de las rudas batallas humanas!
¡Seguid en el aire vuestro bamboleo,
No la oigáis, campanas!
¿Contra lo imposible qué puede el deseo?
Allá arriba suena,
Rítmica y serena,
Esa voz de oro
Y sin que lo impidan sus graves hermanas
Que rezan en coro,
La campana del relo
Suena, suena, suena ahora,
Y dice que ella marcó
Con su vibración sonora
De los olvidos la hora,
Que después de la velada
Que pasó cada difunto,
En una sala enlutada
Y con la familia junto
En dolorosa actitud
Mientras la luz de los cirios
Alumbraba el ataúd
Y las coronas de lirios;
Que después de la tristura
De los gritos de dolor,
De las frases de amargura,
Del llanto desgarrador,
Marcó ella misma el momento
En que con la languidez
Del luto huyó el pensamiento
Del muerto, y el sentimiento
Seis meses más tarde o diez…
Y hoy, día de muertos, ahora que flota,
En las nieblas grises la melancolía,
En que la llovizna cae, gota a gota,
Y con sus tristezas los nervios emboba,
Y envuelve en un manto la ciudad sombría,
Ella que ha medido la hora y el día
En que a cada casa, lúgubre y vacía,
Tras del luto breve volvió la alegría;
Ella que ha marcado la hora del baile
En que al año justo, un vestido aéreo
Estrena la niña, cuya madre duerme
Olvidada y sola en el cementerio,
Suena indiferente a la voz de fraile
Del esquilón grave y a su canto serio;
Ella que ha medido la hora precisa,
En que a cada boca, que el dolor sellaba,
Como por encanto volvió la sonrisa,
Esa precursora de la carcajada;
Ella que ha marcado la hora en que el viudo
Habló de suicidio y pidió el arsénico,
Cuando aún en la alcoba, recién perfumada,
Flotaba el aroma del ácido fénico
Y ha marcado luego la hora en que, mudo
Por las emociones con que el goce agobia,
Para que lo unieran con sagrado nudo,
A la misma iglesia fue con otra novia;
Ella no comprende nada del misterio
De aquellas quejumbres que pueblan el aire,
Y lo ve en la vida todo jocoserio
Y sigue marcando con el mismo modo
El mismo entusiasmo y el mismo desgaire
La huída del tiempo que lo borra todo!
Y eso es lo angustioso y lo incierto
Que flota en el sonido,
Esa es la nota irónica que vibra en el concierto
Que alzan los bronces al tocar a muerto
Por todos los que han sido!
Esa es la voz fina y sutil,
De vibraciones de cristal,
Que con acento juvenil
Indiferente al bien y al mal,
Mide lo mismo la hora vil,
Que la sublime o la fatal
Y resuena en las alturas,
Melancólicas y oscuras,
Sin tener en su tañido
Claro, rítmico y sonoro,
Los acentos dejativos
Y tristísimos e inciertos
De aquel misterioso coro,
Con que ruegan las campanas, las campanas,
Las campanas plañideras
Que les hablan a los vivos
De los muertos!

El mal del siglo

El Paciente:
Doctor, un desaliento de la vida
Que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
El mal del siglo… el mismo mal de Werther,
De Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
Desprecio por lo humano… un incesante
Renegar de lo vil de la existencia,
Digno de mi maestro Schopenhauer;
Un malestar profundo que se aumenta
Con todas las torturas del análisis…

El Médico:
Eso es cuestión de régimen: camine
De mañanita; duerma largo; báñese;
Beba bien; coma bien; cuídese mucho:
¡Lo que usted tiene es hambre!…

Estrellas que entre lo sombrío…

?…

Estrellas que entre lo sombrío
De lo ignorado y de lo inmenso,
Asemejáis en el vacío
Jirones pálidos de incienso,

Nebulosas que ardéis tan lejos
En el infinito que aterra,
Que sólo alcanza los reflejos
De vuestra luz hasta la tierra,

Astros que en abismos ignotos
Derramáis resplandores vagos,
Constelaciones que en remotos
Tiempos adoraron los Magos,

Millones de mundos lejanos,
Flores de fantástico broche,
Islas claras en los océanos
Sin fin ni fondo de la noche,

¡Estrellas, luces pensativas!
¡Estrellas, pupilas inciertas!
¿Por qué os calláis si estáis vivas
Y por qué alumbráis si estáis muertas?…

 

Gotas amargas

Avant-Propos

Prescriben los facultativos,
cuando el estómago se estraga,
al paciente, pobre dispéptico,
dieta sin grasas.

Le prohíben las cosas dulces,
le aconsejan la carne asada
le hacen tomar como tónico
gotas amargas.

Pobre estómago literario
que lo trivial fatiga y cansa,
no sigas leyendo poemas
llenos de lágrimas!

Deja las comidas que llenan,
historias, leyendas y dramas
y todas las sensiblerías
semi-románticas.

Y para completar el régimen
que fortifica y que levanta,
ensaya una dosis de estas
gotas amargas.

 

La respuesta de la tierra

Era un poeta lírico, grandioso y sibilino,
Que le hablaba a la tierra una tarde de invierno,
Frente a una posada y al volver de un camino:
-¡Oh madre, oh Tierra! -díjole-, en tu girar eterno
Nuestra existencia efímera tal parece que ignoras.
Nosotros esperamos un cielo o un infierno,
sSfrimos o gozamos, en nuestras breves horas,
E indiferente y muda, tú, madre sin entrañas,
De acuerdo con los hombres no sufres y no lloras.
¿No sabes el secreto misterioso que entrañas?
¿Por qué las noches negras, las diáfanas auroras?
Las sombras vagarosas y tenues de unas cañas
Que se reflejan lívidas en los estanques yertos,
¿No son como conciencias fantásticas y extrañas
Que les copian sus vidas en espejos inciertos?
¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vinimos?
¿Conocen los secretos del más allá los muertos?
¿Por qué la vida inútil y triste recibimos?
¿Hay un oasis húmedo después de estos desiertos?
¿Por qué nacemos, madre, dime, por qué morimos?
¿Por qué? Mi angustia sacia y a mi ansiedad contesta.
Yo, sacerdote tuyo, arrodillado y trémulo,
En estas soledades aguardo la respuesta.

La Tierra, como siempre, displicente y callada,
Al gran poeta lírico no le contestó nada.

La voz de las cosas

¡Si os encerrara yo en mis estrofas,
Frágiles cosas que sonreís,
Pálido lirio que te deshojas,
Rayo de luna sobre el tapiz
De húmedas flores, y verdes hojas
Que al tibio soplo de Mayo abrís,
Si os encerrara yo en mis estrofas,
Pálidas cosas que sonreís!

¡Si aprisionaros pudiera el verso,
Fantasmas grises, cuando pasáis,
Móviles formas del universo,
Sueños confusos, seres que os vais,
Ósculo triste, suave y perverso
Que entre las sombras al alma dais,
Si aprisionaros pudiera el verso
Fantasmas grises, cuando pasáis!

Los maderos de San Juan

¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan,
Piden queso, piden pan,
Los de Roque
Alfandoque,
Los de Rique
Alfeñique
¡Los de Triqui,
triqui, tran!

Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela,
Con movimiento rítmico se balancea el niño
Y ambos agitados y trémulos están;
La Abuela se sonríe con maternal cariño
Mas cruza por su espíritu como un temor extraño
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
Los días ignorados del nieto guardarán.

Los maderos de San Juan
Piden queso, piden pan.
¡Triqui, triqui,
triqui, tran!

Esas arrugas hondas recuerdan una historia
De sufrimientos largos y silenciosa angustia
Y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
Y son sus ojos turbios espejos que empañaron
Los años, y que, ha tiempos, las formas reflejaron
De cosas y seres que nunca volverán.

Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
Lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
Donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
Del nieto a la memoria, con grave son que encierra
Todo el poema triste de la remota infancia,
Cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
de aquella voz querida las notas vibrarán!

Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
Con movimiento rítmico se balancea el niño
Y ambos conmovidos y trémulos están;
La Abuela se sonríe con maternal cariño
Mas cruza por su espíritu como un temor extraño
Por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
Los días ignorados del nieto guardarán.

¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
Piden queso, piden pan,
Los de Roque
Alfandoque
Los de Rique
Alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
¡Triqui, triqui, triqui, tran!

Muertos

En los húmedos bosques, en otoño,
Al llegar de los fríos, cuando rojas,
Vuelan sobre los musgos y las ramas,
En torbellinos, las marchitas hojas,
La niebla al extenderse en el vacío
Le da al paisaje mustio un tono incierto
Y el follaje do huyó la savia ardiente
Tiene un adiós para el verano muerto
Y un color opaco y triste
Como el recuerdo borroso
De lo que fue y ya no existe.

En los antiguos cuartos hay armarios
Que en el rincón más íntimo y discreto,
De pasadas locuras y pasiones
Guardan, con un aroma de secreto,
Viejas cartas de amor, ya desteñidas,
Que obligan a evocar tiempos mejores,
Y ramilletes negros y marchitos,
Que son como cadáveres de flores
Y tienen un olor triste
Como el recuerdo borroso
De lo que fue y ya no existe.

Y en las almas amantes cuando piensan
En perdidos afectos y ternuras
Que de la soledad de ignotos días
No vendrán a endulzar horas futuras,
Hay el hondo cansancio que en la lucha
Acaba de matar a los heridos,
Vago como el color del bosque mustio,
Como el olor de los perfumes idos,
Y el cansancio aquel es triste
Como el recuerdo borroso
De lo que fue y ya no existe.

Soneto

Tiene instantes de horribles amarguras
la sed de idolatrar que al hombre agita,
del Supremo Señor la faz bendita
ya no sonríe del cielo en las alturas.

¡Qué poco logras, Fe, cuando aseguras
término a su ansiedad que es infinita
y otra vida después, do resucita
y halla en un mundo mejor, horas más puras!

Sin columna de luz, que en el desierto
guíe su paso a punto conocido
continúa el crüel peregrinaje,

para encontrar en el futuro incierto
las soledades hondas del olvido
tras las fatigas del penoso viaje.

Un poema

Soñaba en ese entonces en forjar un poema,
de arte nervioso y nuevo obra audaz y suprema,

Escogí entre un asunto grotesco y otro trágico
Llamé a todos los ritmos con un conjuro mágico

Y los ritmos indóciles vinieron acercándose,
Juntándose en las sombras, huyéndose y buscándose;

Ritmos sonoros, ritmos potentes, ritmos graves,
Unos cual choques de armas, otros cual cantos de aves,

De Oriente hasta Occidente, desde el Sur hasta el Norte,
De metros y de formas se presentó la corte.

Tascando frenos áureos bajo las riendas frágiles
Cruzaron los tercetos, como corceles ágiles

Abriéndose ancho paso por entre aquella grey
Vestido de oro y púrpura llegó el soneto rey,

Y allí cantaron todos… Entre la algarabía,
Me fascinó el espíritu, por su coquetería,

Alguna estrofa aguda que excitó mi deseo
Con el retintín claro de su campanilleo.

Y la escogí entre todas… Por regalo nupcial
Le di unas rimas ricas, de plata y de cristal.

En ella conté un cuento, que huyendo lo servil
Tomó un carácter trágico, fantástico y sutil,

Era la historia triste, desprestigiada y cierta,
De una mujer hermosa, idolatrada y muerta,

Y para que sintieran la amargura, exprofeso,
Junté sílabas dulces como el sabor de un beso,

Bordé las frases de oro, les di música extraña
Como de mandolinas que un laúd acompaña,

Dejé en una luz vaga las hondas lejanías,
Llenas de nieblas húmedas y de melancolías

Y por el fondo oscuro, como en mundana fiesta,
Cruzan ágiles máscaras al compás de la orquesta,

Envueltas en palabras que ocultan como un velo,
Y con caretas negras de raso y terciopelo,

Cruzar hice en el fondo las vagas sugestiones
De sentimientos místicos y humanas tentaciones…

Complacido en mis versos, con orgullo de artista,
Les dí olor de heliotropos y color de amatista…

Le mostré mi poema a un crítico estupendo…
Y lo leyó seis veces y me dijo… No entiendo!

Vejeces

Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
Sin voz y sin color, saben secretos
De las épocas muertas, de las vidas
Que ya nadie conserva en la memoria,
Y a veces a los hombres, cuando inquietos
Las miran y las palpan, con extrañas
Voces de agonizante dicen, paso,
Casi al oído, alguna rara historia
Que tiene oscuridad de telarañas,
Son de laúd, y suavidad de raso.

¡Colores de anticuada miniatura,
Hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
Cincelado puñal, carta borrosa,
Tabla en que se deshace la pintura
Por el tiempo y el polvo ennegrecida;
Histórico blasón, donde se pierde
La divisa latina, presuntuosa,
Medio borrada por el liquen verde;
Misales de las viejas sacristías;
De otros siglos fantásticos espejos
Que en el azogue de las lunas frías
Guardáis de lo pasado los reflejos;
Arca, en un tiempo de ducados llena,
Crucifijo que tanto moribundo,
Humedeció con lágrimas de pena
Y besó con amor grave y profundo;
Negro sillón de Córdoba; alacena
Que guardaba un tesoro peregrino
Y donde anida la polilla sola;
Sortija que adornaste el dedo fino
De algún hidalgo de espadín y gola;
Mayúsculas del viejo pergamino;
Batista tenue que a vainilla hueles;
Seda que deshaces en la trama
Confusa de los ricos brocateles;
Arpa olvidada que al sonar, te quejas;
Barrotes que formáis un monograma
Incomprensible en las antiguas rejas,
El vulgo os huye, el soñador os ama
Y en vuestra muda sociedad reclama
Las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
Con esencias fantásticas y añejas
Y nos lleva a lugares halagüeños
En épocas distantes y mejores,
Por eso a los poetas soñadores,
Les son dulces, gratísimas y caras,
Las crónicas, historias y consejas,
Las formas, los estilos, los colores
Las sugestiones místicas y raras
Y los perfumes de las cosas viejas!