Romances y Canciones

Romances y Canciones

Los primeros romances conservados se remontan al siglo XIV. Sin embargo, el género es tan antiguo como

el mismo castellano, porque es difícil concebir una lengua en la que no existan baladas o canciones narrativas,

ya sean fabulosas o noticieras.

Suelen considerarse «viejos», los romances conocidos por fuentes anteriores a 1550, pero también ocurre

que muestras bastante más antiguas, como las de finales del siglo XV, se han conservado únicamente en la tradición oral.

He aquí una muestra de canciones y romances populares:

Romancero y Cancionero anónimo hasta el siglo XV

Agora que sé de amor…

¿Agora que sé de amor
me metéis monja?
¡ay, dios, qué grave cosa!
Agora que sé de amor
de caballero,
agora me metéis monja
en el monasterio:
¡ay, dios, qué grave cosa!

¡Ay! un galán de esta villa…

¡Ay! un galán de esta villa,
¡ay!, un galán de esta casa,
¡ay!, de lejos que venía,
¡ay!, de lejos que llegaba.
¡Ay!, diga lo que él quería.
¡Ay!, diga lo que él buscaba.
¡Ay!, busco a la blanca niña,
¡ay!, busco a la niña blanca,
que tiene voz delgadina,
que tiene la voz de plata;
cabello de oro tejía,
cabello de oro trenzaba.
Otra no hay en esta villa,
otra no hay en esta casa,
si no era una mi prima,
si no una prima hermana;
¡ay!, de marido pedida,
¡ay!, de marido velada.
¡Ay!, diga a la blanca niña,
¡ay!, diga a la niña blanca,
¡ay!, que su amigo la espera,
¡ay!, que su amigo la aguarda
al pie de una fuente fría,
al pie de una fuente clara,
que por el oro corría,
que por el oro manaba,
a orillas del mar que suena,
a orillas del mar que brama.

* * *

Ya viene la blanca niña,
ya viene la niña blanca,
al pie de la fuente fría
que por el oro manaba;
la tan fresca mañanica,
mañanica la tan clara;
¡ay!, venga la luz del día !,
¡ay!, venga la luz del alba !

Bésame y abrázame…

Bésame y abrázame,
marido mío,
y daros he en la mañana
camisón limpio.
Yo nunca vi hombre
vivo estar tan muerto
ni hacer el dormido
estando despierto:
andad, marido, alerta
y tened brío
y daros he en la mañana
camisón limpio.

El romance del Conde de Sisebuto

A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Lo habitaba un gran señor,
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto
y su esposa, Leonor,

y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
que atendía por Mariana,

y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y su hijo mayor, Rogelio.

Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,

noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.

En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.

Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.

Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.

Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!

Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-, ¡vaya un apuro!

De pronto algo que resbala
siente sobre su cabeza;
extiende el brazo y tropieza
con la cuerda de una escala.

-¡Ah!… -dice con fiero acento.
-¡Ah!.. -vuelve a decir gozoso.
-¡Ah!.. -repite venturoso.
-¡Ah!.. -otra vez, y así, hasta ciento.

Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde… ¡la Pepa!

En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
lo seca bien con serrín.

-Lisardo… mi bien, mi anhelo,
único ser al que adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,

¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿qué sientes, Lisardo amado?
Y él responde: – Siento frío.

-¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?… pues toma esta manta.

-Y ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
-Yo te adoro como un niño.

-Mi pasión raya en locura,
-La mía es un arrebato.
-Si no me quieres, me mato.
-Si me olvidas, me hago cura.

-¿Cura tú?, ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!

Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es mi padre muy bruto,

y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos… vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.

-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
¡que nos quiten lo bailado!

En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
-¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.

Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre…, luego un can…,
luego nadie…, luego nada…

-¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?

Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.

Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.

El joven, naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.

También quedó el conde loco
de resultas del espanto.
El perro… no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.

Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,

de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,

de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.

Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,

que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.

Autor: Joaquín Abatí y Díaz

Endechas

Parióme mi madre
una noche escura,
cubrióme de luto,
faltome ventura.

Cuando yo nascí,
era hora menguada,
ni perro se oía,
ni gallo cantaba.

Ni gallo cantaba,
ni perro se oía,
sino mi ventura
que me maldecía.

Apartaos de mí,
bien afortunados,
que de sólo verme,
seréi desdichados.

Dixeron mis hados,
cuando fui nascido,
si damas amase
fuese aborrecido.

Fui engendrado
en signo nocturno,
reinaba Saturno
en curso menguado.

Mi lecho y la cuna
es la dura tierra;
crióme una perra,
mujer no, ninguna.

Muriendo, mi madre,
con voz de tristura,
púsome por nombre
hijo sin ventura.

Cupido enojado
con sus sofraganos
el arco en las manos
me tiene encarado.

Sobróme el amor
de vuestra hermosura,
sobróme el dolor,
faltóme ventura.

Fatal desenvoltura de la cava

De una torre de palacio
se salió por un postigo
la Cava con sus doncellas
con gran gusto y regocijo.
Metiéronse en un jardín
cerca de un espeso ombrío
de jazmines y arrayanes,
de pámpanos y racimos.
Sentadas a la redonda
la Cava a todas les dijo
que se midiesen las piernas
con un listón amarillo.
Midiéronse sus doncellas,
la Cava lo mismo hizo;
y en blancura a las demás
grandes ventajas les hizo.
Pensó la Cava estar sola;
pero la ventura quiso
que por una celosía
mirase el rey don Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego
y sacóla cuando quiso,
y amor, batiendo las alas,
abrasóle de improviso.
Fueron del jardín las damas
con la que había rendido
al rey con su hermosura,
con su donaire y su brío.
Luego la llamó al retrete,
y estas palabras le dijo:
-Sabrás, mi florida Cava,
que de ayer acá no vivo;
si me quieres dar remedio
a pagártelo me obligo
con mi cetro y mi corona
que a tus aras sacrifico.
Dicen que no respondió,
y que se enojó al principio;
pero al fin de aquesta plática
lo que mandaba se hizo.
Florinda perdió su flor,
el rey quedó arrepentido
y obligada toda España
por el gusto de Rodrigo.
Si dicen quién de los dos
la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava,
y las mujeres: Rodrigo.

La bella mal maridada

-La bella mal maridada,
de las lindas que yo vi,
véote tan triste enojada;
la verdad dila tú a mí.
Si has de tomar amores
por otro, no dejes a mí,
que a tu marido, señora,
con otras dueñas lo vi,
besando y retozando:
mucho mal dice de ti;
juraba y perjuraba
que te había de ferir. –
Allí habló la señora,
allí habló, y dijo así:
-Sácame tú, el caballero,
tú sacásesme de aquí;
por las tierras donde fueres
bien te sabría yo servir:
yo te haría bien la cama
en que hayamos de dormir,
yo te guisaré la cena
como a caballero gentil,
de gallinas y capones
y otras cosas más de mil;
que a éste mi marido
ya no le puedo sufrir,
que me da muy mala vida
cual vos bien podéis oir. –
Ellos en aquesto estando
su marido hélo aquí:
-¿Qué hacéis mala traidora?
¡Hoy habedes de morir!
-¿Y por qué, señor, por qué?
Que nunca os lo merecí.
Nunca besé a hombre,
mas hombre besó a mí;
las penas que él merecía,
señor, daldas vos amí;
con riendas de tu caballo,
señor, azotes amí;
con cordones de oro y sirgo
viva ahorques a mí.
En la huerta de los naranjos
viva entierres a mí,
en sepoltura de oro
y labrada de marfil;
y pongas encima un mote,
señor, que diga así:
«Aquí está la flor de las flores,
por amores murió aquí;
cualquier que muere de amores
mándese enterrar aquí.
que así hice yo, mezquina,
que por amar me perdí.-»
 

 La constancia

Mis arreos son las armas,
mi descanso es pelear,
mi cama las duras peñas,
mi dormir siempre velar.
Las manidas son escuras,
los caminos por usar,
el cielo con sus mudanzas
ha por bien de me dañar,
andando de sierra en sierra
por orillas de la mar,
por probar si mi ventura
hay lugar donde avadar.
Pero por vos, mi señora,
todo se ha de comportar.

La esposa infiel

Mañanita, mañanita,
mañanita de San Simón,
estaba una señorita,
sentadita en su balcón,
arreglada y bien compuesta
con un poco de primor.
Al pasar el caballero,
hijo del emperador,
con la bandurria en la mano,
esta canción le cantó:
«Dormiré contigo, Luna;
dormiré contigo, Sol.»
La joven le contestó:
«Venga usté una noche o dos;
mi marido esta cazando
en los montes de León.»
Para que no vuelva más
le echaré una maldición:
«Cuervos le saquen los ojos,
águilas el corazón,
y los perros con que él caza
lo saquen en procesión».
Al decir estas palabras
el caballero llegó.
«Ábreme la puerta, Luna,
ábreme la puerta, Sol,
que traigo un león vivo,
de los montes de León.»
Va Luna a abrirle la puerta,
mudadita de color.
«¡O tú tienes calentura
o tú tienes nuevo amor!»
«Yo no traigo calentura,
ni tampoco nuevo amor;
¡se me han perdido las llaves
de tu rico comedor!»
«Un platero tengo en Francia
y otro tengo en Aragón.
Fue a abrazar a su señora
y el caballo relinchó.
¿De quién es ese caballo
que en mi cuadra siento yo?»
«Ese es tuyo, dueño mío,
mi padre te lo mandó,
pa’ que vayas a cazar
a los montes de León.»
«Mil gracias dale a tu padre
que caballo tengo yo;
cuando yo no lo tenía
nunca me lo regaló.
¿De quién es ese sombrero
que en mi percha veo yo?»
«Ese es tuyo, esposo mío,
mi padre te lo mandó,
pa’ que vayas a la boda
de mi hermana la mayor.»
«Muy feliz sea tu hermana,
que sombrero tengo yo,
cuando yo no lo tenía
nunca me lo regaló.
¿De quién es esa escopeta
que en mi rincón veo yo?»
«Esa es tuya, amado mío,
mi padre te la mandó,
pa’ que fueras a cazar
a los montes de León.»
-Mil gracias dale a tu padre,
que escopeta tengo yo;
cuando yo no la tenía
nunca me la regaló.»
El joven ya con sospechas,
a la cama se acercó.
«¿Quién es este caballero,
que en mi cama veo yo?»
«¡Mátame, marido mío,
que te he jugado traición!»
Él la cogió por un brazo
y al suegro se la llevó.
«Téngala usté, suegro mío,
que me ha jugado traición.»
«Llévatela, yerno mío,
que la Iglesia te la dio.»
Él con ira la amenaza
y al campo se la llevó.
Le ha dado una puñalada
que el corazón le enfrió.
A la una murió ella,
a las dos murió su amor,
y el otro como tunante
en la cama se quedó.

La infantina

De Francia partió la niña,
de Francia la bien guarnida:
íbase para París,
do padre y madre tenía:
errado lleva el camino,
errada lleva la vía,
arrimárase a un roble
por esperar compañía,
vio venir un caballero,
que a París lleva la guía.
La niña, desque lo vido,
desta suerte le decía:
– Si te place, caballero,
llévesme en tu compañía.
– Pláceme, dijo, señora,
pláceme, dijo, mi vida.-
Apeóse del caballo
por hacelle cortesía:
puso la niña en las ancas
y subiérase en la silla:
en el medio del camino
de amores la requería.
La niña, desque lo oyera
díjole con osadía:
– Tate, tate, caballero,
no hagáis tal villanía:
hija soy yo de un malato
y de una malatía;
el hombre que a mi llegase
malato se tornaría.-
Con temor el caballero
palabra no respondía,
y a la entrada de París
la niña le sonreía.
– ¿De qué os reís, mi señora?
¿De qué os reís, vida mía?
– Ríome del caballero,
y de su gran cobardía.
¡Tener la niña en el campo,
y catarle cortesía! –
Con vergüenza el caballero
estas palabras decía:
– Vuelta, vuelta, mi señora,
que una cosa se me olvida.
La niña, como discreta
dijo: – Yo no volvería,
ni persona, aunque volviese,
en mi cuerpo tocaría
Hija soy del rey de Francia
y la reina Constantina,
el hombre que a mí llegase
muy caro le costaría.

La misa del amor

Mañanita de San Juan,
mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor;
viste saya sobre saya,
mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas
bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca,
un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia
relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia,
y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro,
en el credo se perdió;
el abad que dice misa,
ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan,
no aciertan responder, non,
por decir amén, amén,
dicen amor, amor.

La mora moraima 
Yo me era mora Moraima
morilla de un bel catar.
Cristiano vino a mi puerta
cuitada, por me engañar:
hablóme en algarabía
como quien la sabe hablar:
«ábrasme las puertas, mora,
sí, Alá te guarde de mal.»
«Cómo te abriré, mezquina,
que no sé quién te serás?»
«Yo soy el moro Mazote
hermano de la tu madre,
que un cristiano dejo muerto
y tras mí viene el alcalde:
si no me abres tú, mi vida,
aquí me verás matar.»
Cuando esto oí, cuitada,
comencéme a levantar,
vistiérame un almejía
no hallando mi brial,
fuérame para la puerta
y abríla de par en par.

Levantóse la casada…

Levantóse la casada
una mañana al jardín,
dicen que a gozar del fresco:
« ¡Más le valiera dormir! »
Esperando a su galán
a sueño breve y sutil,
le ha dado amor mala noche.
«¡Más le valiera dormir! »
Sobre la madeja bella
que al amor revuelve en sí
sale arrojando una roca.
«¡Más le valiera dormir!»
Gorguera saca de negro,
turquesado el faldellín,
y a medio vestir la ropa.
«¡Más le valiera dormir!»
A la salida del huerto
torcido se le ha un chapín,
de que quedó lastimada.
«¡Más le valiera dormir!»
Pasando más adelante
al coger un alhelí
le picó el dedo una abeja.
«¡Más le valiera dormir!»
Con tanto azar no descansa;
sale enamorada al fin
buscando a aquel que bien ama.
«¡Más le valiera dormir!»
Aquí mira, aquí se para;
nada halla aquí ni allí,
hasta ver lo que no quiso.
«¡Más le valiera dormir!»
A su amante halla muerto,
y al marido junto a sí,
que remató entrambas vidas.
«¡Más le valiera dormir!»

Mis arreos son las armas… 
Mis arreos son las armas
mi descanso el pelear,
mi cama los duras peñas,
mi dormir siempre velar;
las manidas son oscuras
los caminos por usar,
así ando de sierra en sierra
por orillas de la mar,
a probar si en mi ventura
hay lugar donde avadar;
pero por vos, mi Señora,
todo se ha de comportar.

Perdida traigo la color…

Perdida traigo la color:
todos me dicen que lo he de amor.
Viniendo de romería
encontré a mi buen amor:
pidiérame tres besicos,
luego perdí la color.
Dicen que a mí lo he de amor.
perdida traigo la color,
todos me dicen que lo he de amor.

¿Por qué me besó Perico…

¿Por qué me besó Perico,
por qué me besó el traidor?

Dijo que en Francia se usaba
y por eso me besaba,
y también porque sanaba
con el beso su dolor.
¿Por qué me besó Perico,
por qué me besó el traidor?

¡Quedito! No me toquéis…

¡Quedito! No me toquéis,
entrañas mías,
que tenéis las manos frías.
Yo os doy mi fe que venis
esta noche tan helado,
que, si vos no lo sentis,
de sentido estáis privado.
No toquéis en lo vedado,
entrañas mías,
que tenéis las manos frías.

Quiero dormir y no puedo…

Quiero dormir y no puedo,
que el amor me quita el sueño.

Manda pregonar el rey
por Granada y por Sevilla
que todo hombre enamorado
que se case con su amiga:
que el amor me quita el sueño.

Que se case con su amiga.
¿Qué haré, triste, cuitado,
que era casada la mía?
Que el amor me quita el sueño.

Quiero dormir y no puedo,
que el amor me quita el sueño.

Razón feita de amor 
Qui triste tiene su coraçón
venga oír esta razón.
Odrá razón acabada,
feita d’amor e bien rimada.
Un escolar la rimó
que siempre dueñas amó;
mas siempre ovo criança
en Alemania y en Francia;
moró mucho en Lombardía
pora aprender cortesía.
En el mes d’abril, después yantar,
estaba só un olivar.
Entre cimas d’un mançanar
un vaso de plata vi estar;
pleno era d’un claro vino,
que era bermejo e fino;
cubierto era a tal mesura
no lo tocás’ la calentura.
Una duena lo í heba puesto,
que era senora del huerto,
que cuan su amigo viniese,
d’aquel vino a beber le diesse.
Qui de tal vino hobiesse
en la mana cuan comiesse;
e d’ello oviesse cada día
nuncas más enfermaría.
Arriba del mançanar
otro vaso vi estar;
pleno era d’un agua frida
que en el mançanar se nacía.
Bebiera d’ela de grado,
mas hobi miedo que era encantado.
Sobre un prado pus’ mi tiesta
que nom’ fiziese mal la siesta;
partí de mí las vistiduras
que nom’ fiziese mal la calentura.
Pleguem’ a una fuente perenal,
nunca fue homne que vies tall;
tan grant virtud en sí había,
que de la fridor que d’í ixía,
cient pasadas aderredor
non sintriades la calor.
Todas yerbas que bien olien
la fuent cerca sí las tenie:
y es la salvia, y son as rosas,
y el lirio e las violas;
otras tantas yerbas í había,
que sol’ nombrar no las sabría:
mas ell olor que d’í ixía
a homne muerto ressucitaría.
Pris’ del agua un bocado
e fui todo esfriado.
En mi mano pris’ una flor,
Sabet, non toda la peyor;
e quis’ cantar de fin amor.
Mas vi venir una doncella;
pues naci, non vi tan bella;
blanca era e bermeja,
cabelos cortos sobr’ell oreja,
fruente blanca e loçana,
cara fresca como mançana;
nariz egual e dreita,
nunca viestes tan bien feita,
ojos negros e ridientes,
boca a razón e blancos dientes;
labros bermejos non muy delgados,
por verdat bien mesurados;
por la centura delgada,
bien estant e mesurada;
el manto e su brial
de xamet era que non d’ál;
un sombrero tien’ en la tiesta,
que nol’firiese mal la siesta;
unas luvas tien’en la mano,
sabet non ie las dió villano.
De las flores viene tomando,
en alta voz d’amor cantando.
E decia: «¡Ay, meu amigo,
si me veré yamás contigo!
¡Amet’ sempre e amaré
cuanto que viva seré!
Porque eres escolar,
quisquiere te debría más amar.
Nunca odí de homne decir
que tanta bona maneras hobo en sí.
Más amaría contigo estar,
que toda Espana mandar.
Más d’una cosa só cuitada;
he miedo de seder enganada;
que dizen que otra dona,
cortesa e bela e bona,
te quiere tan gran ben,
por ti pierde su sen;
e por eso hé pavor
que a ésa quieras mejor.
Mas s’yo te vies’ una vegada,
¡a plan me queries por amada!»
Cuant la mia senor esto dizía,
sabet, a mí non vidía;
pero sé que no me conocía,
que de mí non foiría.
Yo non fiz aquí como villano,
levem’ e pris’ la por la mano;
juñiemos amos en par
e posamos so ell olivar.
Dix’ le yo : «Dezit, la mia senor,
¿si supiestes nunca d’amor?»
Diz ella: «A plan, con grant amor ando,
mas non conozco mi amado;
pero dizem’ un su mesajero
que es clérigo e non caballero,
sabe muito de trovar
de leyer e de cantar;
dizem’ que es de buenas yentes,
mancebo barbapuñientes».
«Por Dios, que digades, la mia senor,
¿que donas tenedes por la su amor?»
«Estas luvas y est’ capiello,
est’oral y est’aniello
envió a mí es’ meu amigo,
que por la su amor trayo conmigo.»
Yo coñocí luego las alfayas,
que yo ie las habia enviadas;
ela coñoció una mi cinta man a mano,
qu’ela la fiziera con la su mano.
Toliós’ el manto de los hombros;
besóme la boca e por los ojos;
tan gran sabor de mí había,
sol’ fablar non me podía.
«¡Dios senor, a ti loado
cuant conozco meu amado!
¡Agora e tod’ bien comigo
cuan conozco meo amigo!»
Una grant pieça allí estando,
de nuestro amor ementando,
elam’ dixo : «El mio senor, horam’ sería de tornar,
si a vos non fuese en pesar».
Yol’ dix’ : «It, la mia senor, pues que ir queredes,
mas de mi amor pensat, fe que debedes».
Elam’ dixo: «Bien seguro seit de mi amor,
no vos camiaré por un emperador».
La mia senor se va privado,
dexa a mi desconortado.
Queque la vi fuera del huerto,
por poco non fui muerto.
Por verdat quisieram’ adormir,
mas una palomela vi;
tan blanca era como la nieu del puerto,
volando viene por medio del huerto,
un cascabiello dorado
trai al pie atado.
En la fuent quiso entrar
mas cuando a mí vido estar,
entrós’ en el vaso del malgranar.

Romance de Abenámar

«¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida:
Moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.»
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que decía:
«Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho,
mi madre me lo decía:
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.»
« Yo te agradezco, Abenámar
aquesa tu cortesía.»
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!

«El Alhambra era, señor,
y la otra la Mezquita;
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas cobraba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.»
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
«Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y Sevilla.»
«Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería
».

Romance de Doña Alda 
En Paris está doña Alda,
la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella
para bien la acompañar;
todas visten un vestido,
todas calzan un calzar,
todas comen una mesa,
todas comían de un pan.
Las ciento hilaban el oro,
las ciento tejen cendal,
ciento tañen instrumentos,
para a doña Alda alegrar.
Al son de los instrumentos
doña Alda adormido se ha;
ensoñado había un sueño,
un sueño de gran pesar.
Despertó despavorida
con un dolor sin igual,
los gritos daba tan grandes
se oían en la ciudad.
-¿Qué es aquesto, mi señora,
qué es lo que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,
que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte,
en un desierto lugar,
y de so los montes altos
un azor vide volar;
tras dél viene una aguililla
que lo ahincaba muy mal.
El azor con grande cuita
metióse so mi brial;
el águila con gran ira
de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,
con el pico lo deshace.-
Allí habló su camarera,
bien oiréis lo que dirá:

-Aqueste sueño, señora,
bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo,
que de España viene ya;
el águila sodes vos,
con la cual ha de casar,
y aquel monte era la iglesia
donde os han de velar.
-Si es así mi camarera,
bien te lo entiendo pagar.-

Otro día de mañana
cartas de lejos le traen;
tintas venían de fuera,
de dentro escritas con sangre,
que su Roldán era muerto
en la caza de Roncesvalles.
Cuando tal oyó doña Alda
muerta en el suelo se cae.

Romance de Fontefrida y con amor

Fontefrida, fontefrida
fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
sino es la tortolica,
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera a pasar
el traidor del ruiseñor;
las palabras que le dice
llenas son de traición:
«Si tú quisieses, señora,
yo sería tu servidor.»
«Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde
ni en ramo que tenga flor,
que si el agua hallo clara
turbia la bebiera yo;
que no quiero haber marido
porque hijos no haya, no;
no quiero placer con ellos
ni menos consolación.
¡Déjame triste, enemigo,
malo, falso, mal traidor;
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no!»

Romance de Gerineldo 
-«Gerineldo, Gerineldo,
el mi paje más querido,
quisiera haberte esta noche
en este jardín sombrío».
-«Como soy vuestro criado,
señora, os burláis conmigo».
-«No me burlo, Gerineldo,
que de verdad te lo digo».
-«¿A qué hora, mi señora,
complir héis lo prometido?»
-«Entre las doce y la una,
que el rey estará dormido».
Tres vueltas da a su palacio
y otras tantas al castillo;
el calzado se quitó
y del buen rey no es sentido,
y viendo que todos duermen,
do posa la infanta ha ido.
La infanta, que oyera pasos,
de esta manera le dijo:
-«¿Quién a mi estancia se atreve
¿quién a tanto se ha atrevido?».
-«No vos turbéis, mi señora,
yo soy vuestro dulce amigo,
que acudo a vuestro mandado
humilde y favorecido».
Enilda le ase la mano
sin más celar su cariño:
cuidando que era su esposo
en el lecho se han metido,
y se hacen dulces halagos
como mujer y marido:
tantas caricias se hacen
y con tanto fuego vivo,
que al cansancio se rindieron
y al fin quedaron dormidos.
El alba salía apenas
a dar luz al campo amigo
cuando el rey quiere vestirse,
mas no encuentra sus vestidos:
-«Que llamen a Gerineldo,
el mi buen paje querido».
Unos dicen: «No está en casa».
Otros dicen: «No lo he visto».
Salta el buen rey de su lecho
y vistióse de proviso,
receloso de algún mal
que puede haberle venido:
al cuarto de Enilda entraba
y en su lecho halla dormidos
a su hija y a su paje
en estrecho abrazo unidos.
Pasmado quedó y parado
el buen rey muy pensativo,
pensándose qué hará
contra los dos atrevidos:
-«¿Mataré yo a Gerineldo,
al que cual hijo he querido?
Si yo matare la infanta,
mi reino tengo perdido!».
En tal estrecho, el buen rey,
para que fuese testigo,
puso la espada por medio
entre los dos atrevidos.
Hecho esto, se retira
del jardín a un bosquecillo.
Enilda al despertarse,
notando que estaba el filo
de la espada entre los dos,
dijo asustada a su amigo:
-«Levántate, Gerineldo,
levántate, dueño mío,
que del rey la fiera espada
entre los dos ha dormido».
-«¿Adónde iré, mi señora?
¿Adónde me iré, Dios mío?
¿Quién me librará de muerte,
de muerte que he merecido?».
-«No te asustes, Gerineldo,
que siempre estaré contigo:
márchate por los jardines,
que luego al punto te sigo».
Luego obedece a la infanta,
haciendo cuanto le ha dicho,
pero el rey, que está en acecho,
se le hace encontradizo:
-«¿Dónde vas, buen Gerineldo?
¿Cómo estás tan sin sentido?»
-«Paseaba estos jardines
para ver si han florecido,
y vi que una fresca rosa
el color ha deslucido».
-«Mientes, mientes, gerineldo,
que con Enilda has dormido».

Romance de la amigo de Bernal Francés 
-Sola me estoy en mi cama
namorando mi cojín;
¿quién será ese caballero
que a mi puerta dice: «Abrid,,?
-Soy Bernal Francés, señora,
el que te suele servir
de noche para la cama,
de día para el jardín.-

Alzó sábanas de holanda,
cubrióse de un mantellín;
tomó candil de oro en mano
y a la puerta bajó a abrir.
Al entreabrir de la puerta
él dio un soplo en el candil.

-¡Válgame Nuestra Señora,
válgame el señor San Gil!
Quien apagó mi candela
puede apagar mi vivir.
-No te espantes, Catalina,
ni me quieras descubrir,
que a un hombre he muerto en la calle,
la justicia va tras mí.-


Le ha cogido de la mano
y le ha entrado al camarín;
sentóle en silla de plata
con respaldo de marfil;
bañóle todo su cuerpo
con agua de toronjil;
hízole cama de rosa,
cabecera de alhelí.
-¿Qué tienes, Bernal Francés,
que estás triste a par de mí?
¿Tienes miedo a la justicia?
No entrará aquí el alguacil.
¿Tienes miedo a mis criados?
Están al mejor dormir.
-No temo yo a la justicia,
que la busco para mí,
ni menos temo criados
que duermen su buen dormir.
-¿Qué tienes, Bernal Francés?
jNo solías ser así!
Otro amor dejaste en Francia
o te han dicho mal de mí.
-No dejo amores en Francia,
que otro amor nunca serví.
-Si temes a mi marido,
muy lejos está de aquí.
-Lo muy lejos se hace cerca
para quien quiere venir,
y tu marido, señora,
lo tienes a par de ti.
Por regalo de mi vuelta
te he dar rico vestir,
vestido de fina grana
forrado de carmesí,
y gargantilla encarnada
como en damas nunca vi;-
gargantilla de mi espada,
que tu cuello va a ceñir.
Nuevas irán al Francés
que arrastre luto por ti.

Romance de la doncella guerrera
Pregonadas son las guerras de Francia para Aragón,
¡Cómo las haré yo, triste, viejo y cano, pecador!
¡No reventaras, condesa, por medio del corazón,
que me diste siete hijas, y entre ellas ningún varón!
Allí habló la más chiquita, en razones la mayor:
-No maldigáis a mi madre, que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas, vuestro caballo trotón.
-Conocerante en los pechos, que asoman bajo el jubón.
-Yo los apretaré, padre, al par de mi corazón.
-Tienes las manos muy blancas, hija no son de varón.
-Yo les quitaré los guantes para que las queme el sol.
-Conocerante en los ojos, que otros más lindos no son.
-Yo los revolveré, padre, como si fuera un traidor.
Al despedirse de todos, se le olvida lo mejor:
-¿Cómo me he de llamar, padre? -Don Martín el de Aragón.
-Y para entrar en las cortes, padre ¿cómo diré yo?
-Bésoos la mano, buen rey, las cortes las guarde Dios.
Dos años anduvo en guerra y nadie la conoció
si no fue el hijo del rey que en sus ojos se prendó.
-Herido vengo, mi madre, de amores me muero yo;
los ojos de Don Martín son de mujer, de hombre no.
-Convídalo tú, mi hijo, a las tiendas a feriar,
si Don Martín es mujer, las galas ha de mirar.
Don Martín como discreto, a mirar las armas va:
-¡Qué rico puñal es éste, para con moros pelear!
-Herido vengo, mi madre, amores me han de matar,
los ojos de Don Martín roban el alma al mirar.
-Llevarásla tú, hijo mío, a la huerta a solazar;
si Don Martín es mujer, a los almendros irá.
Don Martín deja las flores, un vara va a cortar:
-¡Oh, qué varita de fresno para el caballo arrear!
-Hijo, arrójale al regazo tus anillas al jugar:
si Don Martín es varón, las rodillas juntará;
pero si las separase, por mujer se mostrará.
Don Martín muy avisado hubiéralas de juntar.
-Herido vengo, mi madre, amores me han de matar;
los ojos de Don Martín nunca los puedo olvidar.
-Convídalo tú, mi hijo, en los baños a nadar.
Todos se están desnudando; Don Martín muy triste está:
-Cartas me fueron venidas, cartas de grande pesar,
que se halla el Conde mi padre enfermo para finar.
Licencia le pido al rey para irle a visitar.
-Don Martín, esa licencia no te la quiero estorbar.
Ensilla el caballo blanco, de un salto en él va a montar;
por unas vegas arriba corre como un gavilán:
-Adiós, adiós, el buen rey, y tu palacio real;
que dos años te sirvió una doncella leal!
Óyela el hijo del rey, trás ella va a cabalgar.
-Corre, corre, hijo del rey que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre si quieres irme a buscar.
Campanitas de mi iglesia, ya os oigo repicar;
puentecito, puentecito del río de mi lugar,
una vez te pasé virgen, virgen te vuelvo a pasar.
Abra las puertas, mi padre, ábralas de par en par.
Madre, sáqueme la rueca que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo bien los supe manejar.
Tras ella el hijo del rey a la puerta fue a llamar.

Romance de la mano muerta
I
La niña tiene un amante
que escudero se decía;
el escudero le anuncia
que a la guerra se partía.
-Te vas y acaso no tornes.
-Tornaré por vida mía.
Mientras el amante jura,
diz que el viento repetía:
¡Malhaya quien en promesas
de hombre fía!

II
El conde con la mesnada
de su castillo salía:
ella, que lo ha conocido,
con gran aflicción gemía:
-¡Ay de mí, que se va el conde
y se lleva la honra mía!
Mientras la cuitada llora,
diz que el viento repetía:
¡Malhaya quien en promesas
de hombre fía!

III
Su hermano, que estaba allí,
éstas palabras oía:
-Nos has deshonrado, dice.
-Me juró que tornaría.
-No te encontrará si torna,
donde encontrarte solía.
Mientras la infelice muere,
diz que el viento repetía:
¡Malhaya quien en promesas
de hombre fía!

IV
Muerta la llevan al soto,
la han enterrado en la umbría;
por más tierra que la echaban,
la mano no se cubría;
la mano donde un anillo
que le dio el conde tenía.
De noche sobre la tumba
diz que el viento repetía:
¡Malhaya quien en promesas
de hombre fía!

 
 

Romance de las quejas de Doña Lambra

-Mal me quieren en Castilla
los que me habían de aguardar;
os hijos de doña Sancha
mal han amenazado me han,
que me cortarían las faldas
por vergonzoso lugar,
y cebarían sus halcones
dentro de mi palomar,
y me forzarían mis damas,
casadas y por casar;
matáronme un cocinero
so faldas de mi brial;
si desto no me vengais,
yo mora me iré a tornar.
Allí habló don rodrigo,
bien oiréis lo que dirá:
-Calledes, la mi señora,
vos no digades atal,
de los Infantes de Salas
yo vos pienso de vengar;
telilla les tengo ordida,
bien se la cuido tramar,
que nacidos y por nacer,
dello tengan que contar.

Romance de Rosaflorida
En Castilla está un castillo,
que se llama Rocafrida;
al castillo llaman Roca,
y a la fonte llaman Frida.
El pie tenía de oro
y almenas de plata fina;
entre almena y almena
está una piedra zafira;
tanto relumbra de noche
como el sol a mediodía.
Dentro estaba una doncella
que llaman Rosaflorida;
siete condes la demandan,
tres duques de Lombardía;
a todos les desdeñaba,
tanta es su lozanía.
Enamoróse de Montesinos
de oídas, que no de vista.
Una noche estando así,
gritos da Rosaflorida;
oyérala un camarero,
que en su cámara dormía.
-“¿Qu’es aquesto, mi señora?
– ¿Qu’es esto, Rosaflorida?
“O tenedes mal de amores,
o estáis loca sandía.”
-“Ni yo tengo mal de amores,
ni estoy loca sandía,
“mas llevásesme estas cartas
a Francia la bien guarnida;
“diéseslas a Montesinos,
la cosa que yo más quería;
“dile que me venga a ver
para la Pascua Florida;
“darle he siete castillos
los mejores que hay en Castilla;
“y si de mí más quisiere
yo mucho más le daría:
“darle he yo este mi cuerpo,
el más lindo que hay en Castilla,
“si no es el de mi hermana,
que de fuego sea ardida.”

 

Romance de rosa fresca

¡Rosa fresca, rosa fresca,
tan garrida y con amor,
cuando yo os tuve en mis brazos,
non vos supe servir, non:
y agora que vos servía
non vos puedo yo haber, non!
– Vuestra fue la culpa, amigo,
vuestra fue, que mía non;
enviásteme una carta
con un vuestro servidor,
y, en lugar de recaudar
él dijera otra razón:
que érades casado amigo,
allá en tierras de León;
que tenéis mujer hermosa
e hijos como una flor.
– Quien vos lo dijo, señora,
non vos dijo verdad, non;
que yo nunca entré en Castilla
ni allá en tierras de León,
sino cuando era pequeño,
que non sabía de amor.

Romance del cazador cazado

Pensando al amor cazar,
yo me hice cazador,
y a mí cazóme el amor.
Entré muy descuidado
en el monte de Cupido,
por ver si había venado
y hallé un ciervo escondido:
muy a paso sin ruido
arrojéle un pasador,
y a mí cazóme el amor.
Desque herido le vi
empecé a correr tras él,
y corriendo me perdí
por una sierra cruel;
pero al fin vi un vergel,
que sois vos, lleno de flor,
y allí cazóme el amor.

Romance del Conde niño
Conde Niño, por amores
es niño y pasó a la mar;
va a dar agua a su caballo
la mañana de San Juan.
Mientras el caballo bebe
él canta dulce cantar;
todas las aves del cielo
se paraban a escuchar;
caminante que camina
olvida su caminar,
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.

La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está:
-Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce folgar,
sentiréis cantar hermoso
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
si no es el Conde Niño
que por mí quiere finar.
¡Quién le pudiese valer
en su tan triste penar!
-Si por tus amores pena,
¡oh, malhaya su cantar!,
y porque nunca los goce
yo le mandaré matar.
-Si le manda matar, madre
juntos nos han de enterrar.

Él murió a la media noche,
ella a los gallos cantar;
a ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de conde
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.

La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar;
della naciera una garza,
dél un fuerte gavilán
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan a la par.

Romance del enamorado y la muerte

Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos la tenía.
Vi entrar señora tan blanca
muy más que la nieve fría.
– ¿Por dónde has entrado amor?
¿Cómo has entrado mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
– No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
– ¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
– Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
– ¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta niña!
– ¿Como te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
– Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
– Vete bajo la ventana
donde ladraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
– Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.

Romance del infante Arnaldos
¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
diciendo viene un Cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

Romance del mal amor

Aquel monte arriba va
un pastorcillo llorando;
de tanto como lloraba
el gabán lleva mojado.
-Si me muero deste mal,
no me entierren en sagrado;
fáganlo en un praderío
donde non pase ganado;
dejen mi cabello fuera,
bien peinado, y bien rizado,
para que diga quien pase:
«Aquí murió el desgraciado» –
Por allí pasan tres damas,
todas tres pasan llorando.
Una dijo:  «¡Adiós, mi primo!»
Otra dijo:  « Adiós, mi hermano!»
La más chiquita de todas
dijo: «Adiós, mi enamorado!»

Romance del prisionero

Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuando es de día
ni cuando las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.


Romance del Rey don Sancho
-¡Rey don Sancho, rey don Sancho!, no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho, y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real: -¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos, ¡gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto, metiose por un postigo,
por las calle de Zamora va dando voces y gritos:
-Tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido.