Reseña biográfica
Poeta española nacida en Santianes de Pravia, Asturias, en 1950.
Licenciada en Filología Románica y en Filosofía, co-dirige la revista Los Infolios, es directora del Instituto Cervantes de Toulouse, y es miembro del consejo editor de El signo del gorrión creada en 1992. Ha sido jurado de varios premios literarios, ha publicado artículos críticos en diversos medios periodísticos y tradujo «La religión de mi tiempo» de Pier Paolo Pasolini.
Sus poemas han sido traducidos al francés, inglés y alemán y han sido recogidos en importantes antologías. La revista francesa Noir et Blanche y la revista inglesa Agenda le dedicaron un número monográfico. En 1990 ganó el Premio Ícaro de Literatura por su libro «Exposición», en 1993 el Premio Leonor de Poesía por «Ella, los pájaros» y en 2007 el Premio Nacional de Poesía por su obra «Y todos estábamos vivos».
Además es autora de los libros de poesía «El tercer jardín» en 1986, «Caza nocturna» en 1997, «Del ojo al hueso» en 2001 y su poesía reunida en «Esa polilla que detrás de mí revolotea».
A Miguel
Te habías quedado todo el día
allí, de pie, mirando las montañas,
y era, dijiste, alimento
para los ojos, corazón
quebrantado. Yo pasaba, parece,
en el atardecer,
andando en bicicleta por un sendero.
Lo cuentas y quedo contemplándolo
con esperanza, una buena esperanza
nodriza de la vejez. Yo lo llamo
dulzura, la música dulzura que conforta
o hidrata la aspereza. Algunos niños
cercanos al autismo, cuando crecen,
imprimen o padecen movimiento
constante, un ritmo de hombros
ajeno a cualquier música, latido,
circulatoria sangre propia, sin contacto.
Sólo a veces sus ojos buscan
engañosamente; no hay dulzura
ni aspereza, un sonido
interior los envuelve, sangre roja.
Contemplo las montañas de tu sueño,
busco en ellas tus ojos.
Y escruto, sin embargo, el corazón,
las junturas y médula, los sentimientos
y pensamientos del corazón. Nada hidrata.
Nada amortigua. Escrutar es áspero
y no lame. Las horas últimas
de la vigilia: sabia
la disciplina monacal que impone
levantarse a maitines. Enjugar,
sostener, confortar: mirar la noche.
Volver al corazón. Entonces ya la música
es azul, azul es la dulzura. Pedir.
De “Caza nocturna” 1997
Al salir a la calle, sobre los plátanos…
Al salir a la calle, sobre los plátanos,
muy por encima y por detrás de sus hojas
doradas y crujientes, el cielo, muy por encima
azul, intenso y transparente de la helada.
A cuatro bajo cero se respira
el aire como si fuera el cielo
que es el aire lo que se respirara.
Corta y se expande y un instante
rebrota antes de herir. Ritmos
de la respiración y el cielo, uno
lugar del otro, volumen
que quien respira retrajera, puro
estar del mundo en el frío,
de un color azul que nadie viera, intenso,
que nadie desde ningún lugar mirara,
aire o cielo no para respirar.
De “Del ojo al hueso” 2001
Conozco una pareja de cuervos…
Conozco una pareja de cuervos, sé que tienen
un tiempo semejante al de los hombres
para vivir; podría visitarlos,
pasear juntos
hasta los sauces de la orilla.
Hoy he hablado con alguien por quien sentí afecto,
le encontré satisfecho y próspero;
su enemigo murió. La muerte
siempre es de frío.
De “Ella, los pájaros” 1993
Cuando voy a trabajar es de noche…
Cuando voy a trabajar es de noche,
después amanece poco a poco,
hace mucho frío aún.
A menudo en el cine
me parece oír lluvia azotando el tejado,
como si no hubiese lugar
donde guarecerse.
Hoy alguien en un sueño dijo:
ten, en esta garrafa
hay agua limpia, por si toma moho
la del corazón.
De “Ella, los pájaros” 1993
Deslumbra el cielo…
Deslumbra el cielo
si mira fijamente
contra él una flor,
se hace negra y deslumbra.
No habla. Porque son inherentes
al hablar el oír
y el callar. Mira: tomates,
hojas, tallo, tierra. El cielo
es una bóveda, finito
mundo azul sobre el mundo,
los tomates son rojos.
De “Caza nocturna” 1997
El recorrido del sol cuando cae…
el recorrido del sol cuando cae
la noche, el recorrido
de la noche, hacia dónde
va llegando, mirar
lo conocido como signos
que son y ya no son, un aceite
de estar, representar
su hueco,
desplazados miramos
como si fueran los otros
siempre a estar ahí y de
pronto no están o no estuvieran
De “Y todos estábamos vivos”
El rey Cophetua y la muchacha mendiga
Burne-Jones
Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.
De “Exposición” 1979
Escribir el miedo es escribir…
escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares
De “Caza nocturna” 1997
Éste es un ejemplo: se trata de una imagen…
Éste es un ejemplo: se trata de una imagen
del XIII (el XIII con su cúpula), una Virgen
sentada en el jardín, altiva y sola (la única
que yo conozca en su especie). Observen
en el prado las flores esmaltadas,
las hojas, el azul ultramar y el rojo
extraño como un incendio. Observen
su rostro, se llama féretro luminoso
de su puro; a la izquierda, el halcón
anuncia que el alma emprende el vuelo,
al fondo el río, casi un hilo,
se pierde. Es forma la pintura.
Ella hacía ganchillo, puntillas para sábanas, le resultaban difíciles los gestos por la artrosis, sus largos dedos agudos. -Éstas de arañas son las más guapas -dice-, son las que más me gustan, aunque tengo una pena muy grande por el nenín. Un día, antes de caer enfermo, tenía una araña
roja en la espalda, muy grande, así -y señala con el puño el tamaño-, casi no podía arrancársela, y después le salieron aquellas ronchas rojas. Pensé si se habría muerto por eso, pero no, tenía endocarditis aguda, el médico lo
dijo, como si el corazón se fuera haciendo más grande cada vez y no cupiera en la caja. Era por la miseria. Yo traía brazadas de habas a la cocina para deshacerlas allí y con ellas venían arañas. Todo era trabajar y trabajar-. Se calla, sigue con la aguja y el larguísimo hilo, -¿no te gustan a
ti?-. Es morena, tiene ojos oscuros de pájaro desarbolado. El amor, arañas bajo los ojos, féretro de su puro, decía.
Si falla
la memoria, todo quiebra;
Si es escasa, empero,
significa: aquel valle
tan dulce y tan sombrío.
De “Caza nocturna” 1997
Girasol, negro párpado, multiplicada…
Girasol, negro párpado, multiplicada
curva para el deslumbramiento. Somos
sólo cautivos,
presencias dentro de otros
que nos llevan. Allá, muy lejos,
el taxista le dijo: discúlpeme,
la ciudad es muy grande, sólo
manejo por las orillas.
De “Caza nocturna” 1997
Hundir los dedos entre sus cabellos…
Hundir los dedos entre sus cabellos
o pájaros jugando,
muy despacio, a caerse de un cable
de la luz,
muy despacio, abanico
de mirlos.
Cerca hay una charca y un árbol
en el centro.
Reverbera la fiebre,
el amarillo hiere sobre el agua.
De “Exposición” 1979
La caída del Ícaro
1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Los atardeceres se suceden,
Cézanne elevó la «nature morte»
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Vida es emoción.
Pero quedará de vosotros
lo que ha quedado de los hombres
que vivieron antes, previene Lucrecio.
Es poco: polvo, alguna imagen tópica
y restos de edificios.
El alma muere con el cuerpo.
El alma es el cuerpo. O tres fotografías
quedan, si alguien muere.
También un gesto inexplicable,
discolo para los ojos, desafío,
erizado. Cuerpo es lo otro.
Irreconocible. Dolor.
Sólo cuerpo. Cuerpo es no yo.
No yo.
Lo quieto de las cosas
en el atardecer. La quietud,
por ejemplo, de los edificios.
El ensombrecimiento
mudo y apagado.
Como ojos,
dos piedras azules me miran
desde un anillo.
Los anillos
cuidadosamente extraídos
al final.
Como aquél de azabache y plata
o este otro de un pálido, pálido rosa.
Rostros y luces
nitidamente se reflejan en él.
En la noche corro por un campo
que desciende, corro entre arbustos
y choco con algo vivo
que trata de ovillarse, de encogerse.
Es un niño pequeño, le pregunto
quién es y contesta que nadie.
Esta respiración honda
y este nudo en la pelvis
que se deshace y fluye. Esto soy yo
y al mismo tiempo
dolor en la nuca y en los ojos.
Terminada la juventud,
se está a merced del miedo.
2
Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.
Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
Un cuerpo solo;
lo enfermo en la piel, en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.
Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silencioso de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
De “Exposición” 1979
La voz, la de esta niña…
la voz, la de esta niña
que canta sola ahí,
la del muchacho
que por la noche da gritos y repite
obsesivo hijo de puta, las voces
de los niños que juegan;
intransitiva voz, exenta
en el mundo, cuerpos autómatas
que a diario veo y que no veo, chillidos
veloces de vencejos
en el anochecer
De “Caza nocturna” 1997
Muda y hosca, se niega…
Muda y hosca, se niega
a entrar en casa, a pesar
de la noche, a pesar del buen sentido.
Él le habla
con paciencia o la empuja y golpea
con el puño. La insensata materia
que el alma es, su obstinación eficaz
o, contigua y exenta,
esta vibración azul del azul
luminoso y oscuro. Sólo
me m interesa e vacío.
Ocurrió el mismo año
en que frascos y líquidos
se arrojaban contra la pared,
a oscuras, en aquella alcoba
italiana. Eran innumerables
los huesos del cuerpo, incomprensibles
sus nombres. Sincronizado
estrictamente, rápido
y melancólico, con este azul,
aquel salto, olor de carbonilla,
adherido a la piel.
De “Caza nocturna” 1997
Nadaba por el agua transparente…
Nadaba por el agua transparente
en el hondo, y pescaba gozoso
con un pequeño arpón peces brillantes,
amigos, moteados.
Aquella agua tan densa, nadar
como un gran pez; vosotros,
dijo, me esperabais en casa.
Pensé entonces en Klee
en la dorada. Ahora leo:
estas roto y tus sueños
se cuelan en tu vida, esa sensación
de realidad es muy fuerte; estas pastillas
te ayudarán.
Dorado pez,
dorada de los abismos, destellos
en lo hondo. Un sueño subterráneo
nos recorre, nos reune,
nacemos y morirnos, mas se repite
el sueño y queda el pez,
su densidad, la transparencia.
(Antonio Gamoneda, Jerónimo Salvador )
De “Caza nocturna” 1997
Nastagio degli onesti
Boticelli
Una escena de caza
en que el amante
azuza hacia la amada los mastines,
abre en canal su espalda
y arrojando a las bestias
las vísceras sangrantes
da de nuevo comienzo, como un sueño
-ella expía y consiente y habita
el mismo sueño-, a la persecución.
De “Exposición” 1979
Otro país, otro paisaje…
Otro país, otro paisaje,
otra ciudad.
Un lugar desconocido
y un cuerpo desconocido,
tu propio cuerpo, extraño
camino que conduce
directamente al miedo.
El cuerpo como otro,
y otro paisaje, otra ciudad;
atardecer ante las piedras
más dulcemente hermosas
que has visto,
piedras de miel como luz.
De “El tercer jardín” 1986
Recordar este sábado…
Recordar este sábado:
las tumbas excavadas en la roca,
en semicírculos, mirando
hacia el este,
y la puerta de la muralla abierta
a campos roturados, al silencio
y la luz del oeste. Necesito
los ojos de los lobos
para ver. O el amor y su contacto
extremo, ese filo,
una intimidad sólo formulable
con distancia, con una despiedad
cargada de cuidado.
Así, aquella nota, reconocer en ella
la costumbre antropófaga, un hombre come
una mujer, reconocer
también la carne en carne
viva, los ojos y su atención extrema,
el tiempo y lo que ocurrió.
Alguien lo dijo de otro modo: creí
que éramos infelices muchas veces; ahora
la miseria parece que era sólo un aspecto
de nuestra felicidad. La dicha
no eleva sino cae
como una lluvia mansa. Recordar
aquel sábado en febrero
tan semejante a éste de noviembre.
Cerrar los ojos. Fatigarse subiendo,
tú sin voz,
con un cuaderno en el que anotas
lo que quieres decir.
La no materialidad de las palabras
nos da calor y extrañeza, mano
que aprieta el hombro,
aliento cálido sobre el jersey.
Para el resecamiento un aljibe de agua,
los ojos de los lobos
para ver. El contexto
es todo, transparente
aire frío. Aproximadamente así:
campesinos del Tíbet
sentados en el suelo, en semicírculos,
aprendiendo a leer al final del invierno,
cuando el trabajo es poco, se trata
de una foto reciente, están
muy abrigados; o una paliza
de una violencia extrema
a un muchacho, y que el tiempo
pase, que cure, como una foto antigua.
Tres mariposas, a la luz de la lámpara,
han venido al cristal.
De “Caza nocturna” 1997
Te busco por las calles…
te busco por las calles
de casas en ruinas y olor acre,
no hay timbres ni nombres;
te encuentro y me miras
pequeño y envejecido, no eres tú,
te pones un sombrero rayado
de ala vuelta y mínima, te vas
De “Ella, los pájaros” 1993
Tras el cristal
Tras el cristal, se desconoce
el cuerpo, como un hijo
que crece, como si jugara
y de pronto fuera desconocido.
Coloca entonces
tu mano en el estómago,
la palma abierta, y respira
profundo. Al fin somos culpables
de quien muere, y también
de vivir. Barrios
se hacen poblados peligrosos
por la noche, hay humaredas,
rostros cetrinos junto a fuegos.
De “Ella, los pájaros” 1993
Verde
Verde. Las hojas de geranio
en la luz gris de la tormenta
tiemblan, tensión
de nervadura verde oscuro.
Te mirabas las manos,
nervadura de venas; si los dedos
fueran deliciosos, decías.
Al caminar
apoyaba mi sien contra la tuya
y en la noche escuchaba
el ruiseñor y el graznido
del pavo. Indiferencia
de todo, oscuridad.
Me llamabas con voz muy baja.
Sólo un día reíste.
De “Ella, los pájaros”, 1994